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Medina
del Campo. Villa histórica, monumental,
escultórica y paisajística
Villa
de las Ferias
EL
ALFAR MEDINENSE
MENÚ DE CONTENIDO
INTRODUCCIÓN
La
venerable antigüedad de la alfarería, ligada
a los remotos periodos de la vida de la humanidad sobre
la tierra, la absoluta impermeabilidad a los adelantos
técnicos que aquí ha mantenido este oficio
a la par tan humilde y hermoso, y, sobre todo, la circunstancia
de hallarse en trance de inminente desaparición
en Medina del Campo, por las razones que apuntamos más
adelante, son otros tantos motivos que nos han inducido
a examinar los aspectos de la cultura popular de la comarca
y su léxico, comenzando precisamente por éste
de su primitiva alfarería.
Cuando
se inicia la toma de estos datos 1984, los dos únicos
alfares que perduran en Medina del Campo -de los siete
que hace 40 años existían aún en
la villa- tiene al frente a los artesanos Félix
Trimiño Alonso y Pablo Gimeno Galván. Ambos
han seguido la tradición familiar del oficio, y
los dos cuentan con bastante descendencia; pero, por desgracia,
ninguno de los hijos se ha sentido atraído por
la vocación alfarera.
A
ello contribuye no poco la subestimación, incluso
propia, de una labor que proporciona exiguo rendimiento
económico. A lo largo de este comentario iremos
viendo que son tantos los factores contingentes que intervienen
en el largo proceso, desde la mezcla del barro al final
de la cochura, que al más consumado "cacharrero"
no puede estar seguro de que alcanzará el fruto
de su trabajo cuando desencañe (extraiga)
la hornada semanal.
Une
este arte, a su natural dificultad, carácter insalubre
en un clima de la dureza del medinense, puesto que obliga
a mantener las manos húmedas la mayor parte del
tiempo. Uno de estos artesanos, Trimiño, me manifestaba
su convicción de que los dos últimos alfareros
que perdió Medina murieron "de parálisis por la friura del barro".
La
finalidad eminentemente utilitaria de esta alfarería
-que hace de muchas de sus vajillas (cántaros,
botijos, etc.) elementos imprescindibles en la vida
rural- no obsta para que los precios que alcanzan en el
mercado sigan manteniéndose muy moderados. De aquí
que estos hombres hayan tenido en ocasiones que emplearse
en rudas faenas agrícolas más remuneradas;
y que, al modelar de nuevo en la rueda, se quejen -en
frase de uno de ellos- de que "la herramienta
y el atillo estropean el dedo pequeño, que es el
que alija, el que da el cierre y la suavidad".
LA
MATERIA PRIMA
El
barrero, de donde han venido surtiéndose las generaciones
de alfareros medinenses (mediante el pago de una renta
tradicionalmente módica), pertenece a la Excma.
Sra. Marquesa de Bornos, y está situado a la derecha
del camino de Las Salinas, kilómetro 1.
La
tierra arcillosa va arrancándose por el sistema
de talud o superficie, tras la operación de descubrir,
es decir, eliminar la capa superficial de piedra o tierras
de naturaleza no adecuada a este fin.
Las
necesidades de los dos alfares de Medina son análogas
y se ven satisfechas con un carrito de barro a la semana
"menos cuando no se puede trabajar por mediación
de (a causa de) las heladas".
PREPARACIÓN
Para
preparar el barro utilizan dos pilas contiguas, excavadas
en el suelo y revestidas de mampostería, con
el fin de evitar la filtración del agua en reposo.
De tamaño 2x1,40x0,60m. y de 1,40x1,10x0,60m.,
reciben el nombre de colada y asentadera respectivamente.
En la primera de estas dos se echa la tierra o tierras
arcillosas, con agua de un pozo inmediato, que no debe
ser demasiado salobre. Se agita con la batidora (sencilla
tablilla provista de un largo mango) hasta que se
disuelven las partes de mayor consistencia. Cuando el
batido se ha completado se va pasando esta mezcla a
la asentadera utilizando una herrera (aquí
cubo ordinario) para trasvasar el barro líquido,
y un cedazo, a cuyo través se hace pasar para
que sus mallas retengan los gorullos o pequeños
grumos, así como las pajuelas o briznas cuya
incorporación a la masa resulta peligrosa, ya
que, al quemarse en el horno, deja piteras y orificios
minúsculos en las paredes de la vajilla.
En
la pila asentadera permanece el barro fluido durante
doce horas, al cabo de las cuales se ha sedimentado.
Se elimina el agua que flota, por medio de la herrera,
o más cómodamente, por un orificio intermedio
llamado sangría. El barro es tendido entonces
al sol, junto al alfar para que se oree y permita enrollar
la gruesa lámina resultante en pellas o porciones,
que pasan al obrador.
EL ALFAR
En
un patio de dimensiones no muy amplias (ver croquis)
donde se encierran todas las dependencias (si cabe este
nombre) del alfar; pilar, pozo, horno, cobertizo para
la tamuja o combustible del mismo, zona de encerao o sequero de buen tiempo, zona de enasao y vridiao
(vidriado), cuadrita del jumento, base del acarreo de
los materiales y transporte del producto al mercado;
y, por último, el obrador propiamente dicho.
Es éste un (humildísimo) recinto cerrado,
de cuatro por siete metros, donde están instalados:
la rueda, sobador, y sequero para mal tiempo.
Una rudimentaria estufa que quema serrín o virutas
contribuyen a paliar un poco la dureza del ambiente
y hace posible el trabajo y laborioso secado en la prolongada
época de fríos e intensas heladas.
LOS ÚTILES DE TRABAJO
El
torno de moldear está constituido por dos ruedas
de madera en posición horizontal, unidas entre
sí por un eje vertical (árbol). Las funciones
de cojinete (no pueden ser de sistema más arcaico)
corresponden a una simple "piedra pelona"
en la que el eje ha labrado una concavidad por el propio
frotamiento, facilitado con unas cotas de grasa.
La
rueda inferior, de algo más de un metro de diámetro,
en la "impulsora", es decir, la destinada
a recibir el impulso motriz del pie del artesano, y
su superficie interior casi roza el suelo. La rueda
superior, cabecero, aunque más gruesa,
tiene muchos menos diámetro: unos 35 centímetros,
si vienen se adicionan rodales para aumentar
la superficie del apoyo en la confección de barreños
y vajillas de asiento ancho, o bien una baldosa par
el "cantareo" y "botijeo".
Estos suplementos "van adecuados" (pegados)
al cabecero con un poco de barro y se centran convenientemente,
Los rodales han de ser de pino "pino
rabioso" o de chopo para que agarre el barro.
Las maderas suaves no resultan aptas para este objeto.
El
conjunto del rústico aparato se llama rueda.
El artesano la mueve con un solo pie, y modela simultáneamente,
sentado en una tabla de altura algo inferior al cabecero.
No debe utilizar ambos pies, nos dice, "porque
como la rueda está en fárfula, se descentraría
o se caería uno un zarpazo"; es decir,
que el artesano dañaría el débil
apoyo de la rueda o perdería el propio equilibrio
por la inercia del aparato. "La giración
es siempre a derechas", esto es, el movimiento
se imprime de derecha a izquierda indefectiblemente.
Aunque
lo esencial en el moldeado alfarero es la "fórmula"
(posición) de la mano del artesano -especialmente
los dedos índice y meñique; y, en ocasiones,
el pulgar, los nudillos o el conjunto de la palma y
dedos- existen también rudimentarios instrumentos
de carácter imprescindible para determinadas
operaciones en este arte: La estiradera es una
tablita prismática con las aristas de un lado
romas y un pequeño agujero para apoyar el dedo.
La pelleja, trozo de cuero grueso y resistente
de forma cuadrada. Esta y la anterior ayudan a comprimir
el barro (operación de estirado) y suprimir el
sobrante en determinadas zonas (recortado) la pellija en las zonas más delicadas. La badana,
tira de piel fina, de unos 20 centímetros de
longitud por dos de anchura, sólo se emplea para
el afinado de superficies en la boca de las vajillas.
El cuchillo, -que siempre es de madera y recuerda
a la hora de aquél instrumento, aunque más
gruesa- permite "recortar la pieza",
es decir, practicar un bisel del recipiente y facilitar
el paso del alambre que ha de separarlo. El alambre
para cortar de unos 50 centímetros de longitud,
delgado, y con dos pequeños topes de madera en
los extremos, que facilitan su manejo, permite al alfarero
ayudándose del movimiento de giro, separar limpiamente
la vasija del cabecero. Por último, el punzón de palo sirve para emboquillar,
es decir, para "abrir el bujero de las bocas
y el pico en la construcción de porrones (botijos)";
también se utiliza para fines ornamentales para
grabar fenefas en la superficie de los cachorros.
CONSTRUCCIÓN DE LOS CACHARROS
La
elaboración de cualquier vasija va precedida
indefectiblemente por un amasado del barro, sin perjuicio
de las operaciones preparatorias del mismo ya descritas,
y en razón de la naturaleza del recipiente a
construir. Esta última puesta a punto del barro
tiene lugar sobre una tabla, adosada a la pared del
recinto, llamado sobador. Sin tal operación
pa pieza se "arruinaría" (desplomaría)
al intentar modelarla. De allí se traslada el
barro a la rueda sin dejar de tornearlo.
El
artesano adhiere la pella al cabecero de la rueda y,
haciendo girar ésta, va centrando el barro dándole
forma de cono.
El
proceso de elaboración común a la mayor
parte de las vajillas exige después las siguientes
operaciones : hacer boca, esto es, hundir el
vértice del cono introduciendo los pulgares. Dar tiro, al cuerpo de la vasija, para lo cual
se comprime en ambos sentidos la pared, a veces con
la ayuda de la estiradora o la pelleja. Afinar , suprimiendo barro sobrante en determinadas
zonas, Darle la forma o forma especial de la
vasija. Darle el cierre -utilizando para ello
el dedo meñique- si se trata de botijos hucha
o recipiente análogo de forma cerrada. Alisar la superficie eliminando cualquier irregularidad. Hacer fenefas (cenefas) u otro tipo de decoración
grabada. Recortar la pieza, es decir practicar
con el cuchillo un bisel en la base, para que
la propia presión de la vasija no vuelva a adherir
la superficie a medida que se va cortando en la operación
siguiente. Por último el alambre, deslizándose
entre la base y el cabecero o rodal, corta
limpiamente y permite separar el objeto de la rueda.
Durante
todo este tiempo el alfarero ha utilizado un pequeño
baño (culaquier recipiente de boca ancha) con
agua, en el quie introduce con fecuencia las manos para
mantenerlas libres del excesivo barro que se les pega,
y con la humedad necesaria al modelarlo.
Aunque
no común a todos los cacharros, es también
operación interesantísima la del zurcido o acoplamiento de partes de algunas vasijas que han
de ser construidas fragmentarimente. El cántaro,
por ejemplo, que en casi todas partes se construye de
tres piezas, ha sido simplificado a dos solamente por
los alfareros de Medina: sobre la rueda se coloca la
totalidad del varro que consumirá la vasija.
Pimeramente se labra en froma invertida la boca y parte
superior del cántaro, que se corta de la pella
inmediatamente. Con el resto de la misma se construye
el capillo (cuerpo o zona m,ás ancha).
Aunque ambas partes se hicieron si medida, con sólo
la intuición del alfarero, se acoplan después
perfectamente y resulta difícil apreciar dónde
erstá el zurcido.
El
proceso de modelado en la rueda no incluye el "enadaso"
o colocación de las asas a la suerte de vasijas
que las necesitan. Tal operación debe practicarse
más tarde, las paredes delgadas y blandas de
un cántaro o una barrila no soportarían
el peso del asa ni la presión necesaria para
pegarla, sólo las manos expertas del alfarero
pueden levantar y trasladar una pieza recien cortada,
de la rueda al sequero, sin que se deforme el barro
tierno. Debe pues, mediar un espacio de tiempo para
que ls piezas se enceren (oreen o endurezcan
un poco) antes de ennasarla. En verano, pocas horas
bastan; en los inviernos húmedos, se requerirán
hasta tres días en el sequero cubierto.
La
materia más apta para construir el asa es el
barro de recortes y rebabilla, que el
alfarero fue quitando de sus manos mientras trabajaba
en la rueda, y posee mayor sazón y humedad. Con
én construye un morrillo alargado que
va estirando y cortando en la longitud precisa de las
asas, al mismo tiempo que las adhiere al cuerpo de la
vasija.
PRODUCTOS DE ALFARERÍA MEDINENSE
Para
apagar la sed existen tres recipientes de distinto tipo:
el porrón, o tradicional botijo, con asa, boca para llenarlo, y pico para beber
a "cañote": la barrila,
más panzuda, con una boca bastante grande; y
el botijo campero, alargado, con dos asas y una
sola boca estrecha, que naturalmente sirve para llenarlo
de agua y para beber.
El
cántaro medinense no excede nunca de la capacidad
de 11 o 12 litros. Tal vez por su carácter manejable
se construye siempre con una sola asa. Los tamaños
más frecuentes son los que oscilan entre los
5 y 8 litros, ya que el carretillo apenas se usa en
la localidad para transportar cántaros. Uno de
nuestros informantes nos dice que antes se hacían
cántaros, de calculación y se pateaban (aforaban) marcando con una señal el nivel alcanzado
por el líquido medido exactamente. Las cantarillas suelen ser de dos, tres o cuatro cuartillas.
El
barreño se llama en Medina más comúnmente baño. Los de mayores dimensiones, baño
de matanza, por ser éste su destino más
frecuente; y también, barreñón.
La palabra lebrillo es desconocida en la comarca.
Resulta muy importante en la elaboración de esta
vasija que el asiento alcance exactamente el
mismo grosor que la pared, porque se queda ralo (delgado) se aseda (agrieta) al hacer el tiro (al secar el barro).
Los
pucheros se extienden en una gama de tamaños
, desde medio a siete cuartillos. El más pequeño
se llama papero, porque en él se hacían
las papas o sopas de pan con aceite y azúcar
empleadas en la alimentación infantil, naturalmente
antes de los avances de la dietética moderna.
De
mayor cabida son las ollas, con dos asas y boca más
ancha que el puchero; su capacidad suele oscilar de
8 a 1 cuartillos, pero las hay hasta de 10 litros.
Las
tapaderas se consideran piezas aisladas y se confeccionan
en muy diversas medidas por emplearse indistintamente
para cada clase de recipiente.
Las
cazuelas y platos también alcanzan una elevada
graduación de tamaños.
Las asaderas, por su forma oblonga, son objeto de
una curiosa elaboración. Se inicia el proceso
como para construir un baño, que como
se sabe es redondo; se corta la pared lateral separándola
del fondo, lo que permite aplastarla hasta alcanzar
la forma largada que tiene la nueva vasija; por último,
se confecciona el fondo definitivo que se zurce a la pared lateral. Recuérdese lo que hemos dicho
a propósito del riesgo del asedao al hablar
del baño, y que esta pieza también sufre
por el gran tamaño de su fondo. Otro peligro
a evitar, en la terminación de ésta y
las restantes vasijas de boca ancha, es la del empollao;
se denomina así el fenómeno de coger aire
o fallar la cohesión del barro en el borde del
recipiente, accidente que una vez producido es difícil
de subsanar y origina fracturas en el horno.
Las
macetas, en Medina llamadas más frecuentemente tiestos, se hacer "con o sin peana",
es decir, con pié y estrangulación, a
modo de copa. Es ésta la pieza en que más
se prodiga la ornamentación grabada.
Se
construye el tazón sin asas, pero es más
usado el cuenco o taza de un asa con el cuerpo
ligeramente más ancho que la boca.
Pocas
son las tradicionales huchas de barro que el alfarero
necesita construir. Al llegar a este punto el artesano
se extiende en consideraciones sobre el vertiginoso
descenso de la virtud del ahorro infantil.
Además
del original de forma común, construía
para enfermos otros dos tipos: la perica, alta
y con asas; y la relojera, para impedidos en
cama, recipiente redondo, aplastado, de amplia boca
y tubo lateral.
Zurciendo dos piezas cilíndricas de 50 centímetros
de longitud por 15 de diámetro se originan chimeneas;
que, después de cocidas, sustituyen a las de
uralita en algunas viviendas.
Modelos
en miniatura de casi todas las vasijas y otros juguetes
de barro se construyen en buen número en los
alfares de Medina para si venta directa con destino
a los niños de la localidad, o por encargo de
los traperos; que, con el resto de su mercancía,
los empleaban para el cambio por los productos (desechos)
que van buscando de pueblo en pueblo.
Al
margen de la cacharrería que pudiéramos
llamar común, es típicamente medinense
el cañadón, gran recipiente de 16 litros
de capacidad y amplia base de sustentación, destinado
al ordeño de las ovejas.
En
ocasiones los alfares de Medina han hecho de encargo ánforas para ornamentación de altares; jardineras o recipientes para colgar plantas
de la pared y del techo, bebederos para aves, botijos
de trampa con numerosos picos, por uno solo de los
cuales sale el agua, mojando al bebedor inexperto, etc.
en el alfer de "Cheli" se conserva, como obra
maestra del artesano Balbino Trimiño, su padre,
ya difunto, una cruz hueca de barro vidriado, hecha
de numerosas piezas zurcidas, con abundantes motivos
ornamentales, y dispuesta para ser iluminada interiormente,
mediante lamparillas de aceite.
DECORADO Y VIDRADO
La
decoración empleada en la alfarería medinense
es de extraordinaria sencillez. Existen, sin embargo,
dos procedimientos que a veces se simultanean, en una
misma vasija. El primero se practica en la rueda: con
ayuda del punzón de madera -que, según
vimos, sirve también para emboquillar- se graban fenefas (cenefas) de diverso tipo, procurando
que la incisión sea muy superficial para no perforar
las delgadas paredes del recipiente. A veces con sólo
los dedos, se marcan líneas sinuosas, se hacen
picos simétricos o se ondula el borde de la vasija.
El segundo procedimiento consiste en pintar, con ayuda
de una pluma de ave, letras iniciales, nombres cortos,
o algún motivo vegetal esquemático, sobre
la superficie del cacharro. Es muy de notar al respecto,
-en abono del carácter primitivo de la alfarería
medinense- que la utilización de la pluma es
procedimiento arcaico, toda vez que los lugares alfareros
de la provincia de Salamanca han introducido el empleo
del aguamanil para trazar los dibujos, aunque aquellos
artesanos recuerdan todavía que sus antecesores
empleaban la pluma con este fin.
El
material empleado en la pintura es greda blanca (tierra
de Segovia) que apenas se advierte recién aplicada
a la vasija en verde (en crudo), pero que modifica
la coloración posterior en la zona impregnada,
haciendo aparecer el dibujo, después de la cocción
del vidriado.
Antes
de vidriar, , toda vasija debe ser enjuaguetada,
es decir, bañada en un líquido que se
prepara con el juaguete o tierra especial traída
del paraje denominado "los Pizarrales" mezclada
con agua a partes iguales; sin esta operación
no destacaría el típico color rojo con
que las vasijas salen del horno. El juguete debe
darse con el barro todavía húmedo, si
se hace en seco, se cascaretea (descascarilla).
(En la localidad vallisoletana de Portillo, en la que
el barro es más fuerte (arcilloso, compacto),
es preciso socochar (calentar en el horno) previamente.
El vridiao (vidriado), que impermeabiliza determinadas
piezas, y les da hermoso brillo y color, se consigue
con minio o alcohol mineral (óxido y sulfato
de plomo) en proporción de cinco partes para
tres de juaguete ya preparado.
El
artesano lo hace correr hábilmente por el interior
de la vasija que quiere impregnar, con un rápido
movimiento de giro para no consumir demasiado, o lo
vierte con un cuenco en las zonas exteriores.
EL SECADO Y COCCIÓN DE LAS VASIJAS
La
paulatina pérdida de humedad y sazón de
los cacharros para su paso al horno, es un proceso delicado,
que depende fundamentalmente de la calidad del barro
y condiciones del tiempo reinante, pero que difícilmente
puede ser alterado sin grave riesgo de malograr todo
el trabajo previo.
El barro fuerte (arcilloso, fino y compacto) se
"aseda" (agrieta) casi siempre si se
le "obliga la sequía" (si se
fuerza el secado). El barro -dice el alfarero "cuanto
más fino es más bronco para secar".
A veces, en la preparación inicial de la mezcla,
es preciso echar arena "para matarle la bravura"
(para que no salte durante el secado o la cochura).
El barro flojo (arenoso), seca mejor, pero se repasa (filtra) más, por su carácter poroso,
lo que le hace inhábil para la construcción
de piezas que necesitan cohesión.
En
verano puede abreviarse el tiempo de secado con mucha
cautela (si el sol está "de pino"),
de que el asiento de los recipientes sea sometido a
su acción por igual. Tan pronto las piezas se
van avellanando (oreando), deben retirarse del
aire para que no se manquen (contraigan, deformen).
Los
estantes del alfar quedan convertidos en sequero único
en invierno; allí permanecen las vasijas alineadas
o encastilladas en torres durante un espacio
de tiempo que se aproxima a la semana. Las piezas cerradas,
del tipo del botijo, o la hucha, son menos frágiles
en la cocción y el secado que las abiertas, como
el baño ola cazuela.
El
horno alfarero en su conjunto adopta forma de prisma
cuadrangular, está constituido por un cuerpo
inferior (caldera), excavada casi en su totalidad en
el mismo suelo para ahorrar obra, y un cuerpo superior
de forma cúbica y dimensiones de un metro y medio
aproximadamente de arista.
La caldera se construye ligeramente abovedada y
con soluciones de continuidad entre unos y otros arcos
del ladrillo, para que el fuego pueda caldear la parte
superior que ocupan los cacharros.
La
boca de la caldera, bramera, por alusión
al "bramido" o sonido de la corriente de aire
y el crepitar de la combustión, se encuentra
a nivel del suelo, lo que obliga a practicar un pequeño
foso para facilitar su alimentación. El combustible
aquí empleado es la tamuja de pino; si es de
la raza "negral" o resinera, permite hacer
la cocción en una hora u hora y media menos que
si se emplea la de pino "albar" o piñonera.
La cantidad consumida de ese tipo de combustible suele
ser de unas diez cargas (el contenido de dos carros
pequeños) para cada hornada. Cada instrumento,
que permite ir introduciendo esta materia por la estrecha
boca y distribuida para regular la combustión,
se utiliza una horquilla bidente de hierro, con
púas pequeñas y largo mango.
En
el cuerpo superior del horno se colocan ordenadamente
las vasijas, en razón de su tamaño y del
mejor aprovechamiento del espacio disponible. Esta operación
se llama encañar, y requiere mucha habilidad
para que el peso de unos cacharros no "pique
el ala" (deforme las paredes) y los restantes.
El trabajo se facilita mediante una tabla, apoyada en
la gran muesca de una de las paredes, en la puede posarse
el alfarero cuando todavía las vasijas no han
alcanzado en nivel suficiente para ser manejadas desde
el pretil superior.
Terminada
su colocación, se procede a cubrir los cacharros
con el "retejón de cascos viejos"
(trozos de otros cacharros que se rompieron en hornadas
anteriores). Con ello, el calor se concentra, y se tapan
las "aspiraciones" de la llama para que no
suba la morceña (ceniza volátil),
que se pega al "vridiao y lo relame".
La vasija relamida pierde gran parte del valor
por su feo aspecto.
El
encendido del horno se verifica simultáneamente
con el comienzo del encañado, para irlo
templando, El tiempo de cochura es de cinco a seis horas.
La tamuja se va echando "horquina a horquina"
con gran precaución, pues si se "obliga"
al horno -aunque sea en la fase final en que está
ya "entregao" o al "remate"-
los cacharros se afogonan o llamaretean: parecen
renegridos y se tornan excesivamente porosos.
Otro
accidente frecuente tiene como causa un incompleto secado.
Entonces "la friura" del barro riñe
con el fuego" y el horno da "saltos"
(estallidos por la evaporación del agua intersticial).
Cuando esto ocurre "se le reposa" una media
hora para que el calor remanente complete el secado,
y luego se reanuda la combustión.
De
aquí que, en determinados días de niebla
fría invernal, se hace imposible la cocción,
pues la sola humedad que las vasijas captan del ambiente
basta par producir el fenómeno dicho.
Si
una vez el horno el calda, entra mucho aire frío
por la boca de enrojar, las vasijas se ventean,
es decir, se contraen y agrietan por el brusco contraste
de temperaturas.
Cuando
el horno "ha cogido la calda hasta arriba",
esto es, cuando se ha puesto totalmente al rojo su contenido,
se introduce un palo, que se inflama, y permite, a su
luz, comprobar si brillan o no los cacharros. En caso
afirmativo, con la barreta de catar se saca una
pieza, cata, para asegurarse de que el vidriado
ha "reditido" (derretido) por completo. Si
así fuese, se deja enfriar lentamente.
Conviene
señalar que, si el material empleado es alcohol
mineral, se corre el peligro de que las vasijas en contacto
se peguen al fundir el vidriado y se deterioren al desunirlas.
Para evitarlo se colocan unas trebedillas de
barro separando los recipientes. Con el minio de plomo
no existe el riesgo de la pegadura.
La
confirmación de que el vidriado ha fundido completamente
debe hacerse también por razones de seguridad,
ya que el compuesto de plomo , en pucheros y otras vasijas
faltos de cocción, pueda producir intoxicaciones.
Cuando
el horno se ha enfriado, se procede a desencañar y comprobar los resultados pieza por pieza. Para
ello el alfarero fía, más que de su propia
vista, el sonido que produce la vasija al golpearla
con los nudillos. Las más pequeñas hendidura
por donde el líquido pudiera repasarse,
queda así acusada. Si la grieta es minúscula,
se llena de agua el recipiente, para que "se asombre"
o "dé la nota" (se humedezca en la
zona dañada). Estos casos, así como el
de alguna pequeña pitera (orificio) -que
haya quedado al quemarse una brizna vegetal incluida
accidentalmente en el barro- pueden subsanarse, o bien
con nuevo vidriado o cocción, o por medio del
taponado con una mezcla de ladrillo machacado y sebo.
LA ECONOMÍA DEL ALFAR
A
lo largo de esta exposición hemos visto los innumerables
peligros que acechan a la hornada, y que pueden malograr,
en circunstancias desfavorables, a la totalidad o mayor
parte de las vasijas que lo integran.
Por
otra parte, la ganancia es tan moderada que el alfarero
sufre muy grave quebranto si no puede sacar a la plaza
su lote semanal de cacharros para mantener el ritmo
económico de su pequeña industria.
Al
tradicional mercado medinense de los domingos afluyen
los vecinos de los pueblos bien comunicado. Aprovechando
esta circunstancia, los dos alfareros hacen escaparate
de su mercancía sobre el suelo (de tierra), y
se inicia el regateo con las "barateras" como
suelen llamar estos artesanos a su clienta femenina.
En contraste con los restantes productos del mercado,
los cacharros se mantienen en precios muy bajos a pesar
del carácter utilitario de la mayor parte de
las vajillas.
Al
día siguiente, el artesano cargaba, a lomos de
borriquillo, o en un carrito, lo que no logró
vender, y recorría los pueblos menos comunicados,
para intentar dar salida al fruto de su laborioso trabajo.
Las
excelentes comunicaciones de Medina podrían haber
favorecido el envío a puntos más alejados,
pero sólo figuran en los recuerdos gratos de
estos dos alfareros algunas expediciones de tiestos
a Reinosa y Bilbao. La oferta de otros alfares que contaban
a su favor con el precio del transporte, por su mayor
proximidad, ha hecho imposible mantener la venta en
aquellos puntos. La competencia de Arrabal de Portillo
se acusa ya en localidades tan cercanas a Medina como
es Pozaldez, por lo que respecta a porrones principalmente.
En el mismo Medina, las tinajas y cántaros de
la localidad salmantina de Cantalapiedra, especializada
en su producción, riñen en precio, aunque
el barro es de inferior calidad.
Estas
últimas consideraciones sobre motivos externos
que influyen el el colapso de la actividad alfarera
medinense -junto a aquellos otros motivos intrínsecos
de que nos ocupábamos en la introducción-
nos hacer abundar en el criterio de la conveniencia
de reflejar el panorama local de uno de los primitivos
oficios, modestísimo, pero lleno de dignidad
e interés y cuya extinción dará
a su vocabulario el carácter de léxico
archivo así como a su contenido la condición
de historia de una de las manifestaciones de tradición
popular incapaz por su prisma estructura de acomodarse
a los moldes de la vida presente.
En
ocasiones preferimos transcribir literalmente las palabras
o frases de nuestros informantes, para conservar todo
el sabor popular y sinceridad de la información.
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