----------------------------------------------------------------Visita a Valladolid - Museo de Escultura - 2003 ----------------------------------------------------------------
La Junta
Directiva, en nombre de todos los asociados, quiere expresar su gratitud
y consideración a José Ignacio Hernández Redondo,
conservador de este museo, por la atención dispensada en nuestra
visita y la explicación de los contenidos del Museo Nacional
de Escultura. Agradecemos a la Diputación de Valladolid el
patrocinio de esta actividad.
Con
fecha 10 de mayo de 2003, hemos realizado una visita al Museo Nacional
de Escultura
en Valladolid, donde hemos podido apreciar, una vez más, la
riqueza patrimonial, documental, escultórica, artística
y cultural que esta Comunidad Autónoma, Castilla y León
atesora, custodiada entre los muros del maravilloso Palacio de Villena,
de sobria construcción civil encargada en el siglo XVI por
D. Antonio Velasco y Rojas, que conserva la traza original del arquitecto
Francisco de Salamanca un magnífico patio y dos pisos de arquerías,
comunicados por una escalera de majestuosas proporciones.
La
creación del Museo Nacional de Escultura se remonta al año
1933.
En
la sede elegida para su acomodo, el Colegio de San Gregorio, se reunió
un magnífico conjunto de obras que, procedentes de instituciones
eclesiásticas desamortizadas de Valladolid
y su entorno, constituyeron el núcleo inicial de la colección.
Los años transcurridos desde entonces han estado marcados por
una clara política de adquisición de nuevos fondos y
acondicionamiento progresivo de espacios en el deseo de lograr ofrecer
al visitante una visión global de la escultura española
y de focos artísticos europeos de afluyeron especialmente en
su desarrollo.
El
museo Nacional de Escultura se encuentra actualmente ubicado en dos
edificios de características muy diferenciadas: la capilla
funeraria de fray Alonso de Burgos, una bella fábrica hispano-flamenca
de sencilla estructura y delicada ornamentación escultórica,
realizada a finales del siglo XV por Juan Guas y Juan de Talavera
para honrar la memoria del fundador del Colegio de San Gregorio.
La
colección del Museo Nacional de Escultura permite realizar
un completo recorrido por la plástica española
en sus más variados registros: un amplio muestrario de
materiales (madera, bronce, piedra y barro), técnicas
(modelado, talla, vaciado) y géneros escultóricos
(retablos, sillerías, pasos procesionales, monumentos
funerarios) son el soporte de diversos y complejos programas
iconográficos transmitidos a través de lenguajes
artísticos diferenciados (Gótico,Renacimiento,
Manierismo, Barroco y Rococó).
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Los
sugerentes espacios de la capilla del Colegio de San Gregorio
se utilizan para contextualizar un interesante conjunto de
piezas entre las que destaca el retablo del convento de la
Mejorada de Olmedo, obra de Alonso Berruguete, la sillería
del monasterio de San Francisco de Valladolid, realizada por
Pedro de Sierra en el siglo XVIII, y una variada representación
de escultura funeraria de estilos y tipología diversa.
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La planta baja
del Palacio de Villena acoge una selección de obras y autores
más significativos de la colección
La
presentación del resto de la colección en el Palacio
de Villena se ha realizado siguiendo un criterio de ordenación
cronológica que ofrece dos alternativas de visita complementarias:
en la planta baja se muestra una selección de las obras y autores
más significativos del museo, adscritos a tres periodos estilísticos
concretos: el gótico final, el primer manierismo y el barroco
del siglo XVII. La primera y segunda planta retoman nuevamente el
criterio cronológico para profundizar en dos periodos que presentan
una mayor complejidad de lenguajes artísticos: el siglo XVI
y el siglo XVIII
Se
inicia la visita al Museo con una selección de muestra
de escultura y pintura gótica del siglo XV.
La
escuela flamenca e hispano-flamenca estás representadas
por obras de gran calidad entre las que destacan los retablos
de la Vida de la Virgen y de san Jerónimo, este último
obra de Jorge Inglés, o la silla de coro de Rodrigo Alemán.
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Piedad.
Anónimo germánico. Hacia 1415
La
Piedad es ejemplo de una corriente escultórica, asimilada
al Gótico Internacional, que tiene su mejor representación
en las llamadas "Bellas Piedades", figuras elegantes
de extraña belleza y delicada pero intensa expresión,
envuelta en vestiduras de abundantes pliegues y decorativos ritmos
curvos que imprimen un refinado movimiento de los cuerpos.
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Sala
II al IV
Se
expone la obra de los dos autores más destacados de manierismo
expresivo del tercio central del siglo XVI, Alonso Berruguete
y Juan de Juni. Del primero se muestra una selección
de piezas pertenecientes al retablo mayor del monasterio de
San Benito el Real de Valladolid, destacando del segundo el
extraordinario conjunto funerario del Entierro de Cristo, encargado
por Fray Antonio de Guevara.
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El
sacrificio de Isaac. Alonso Berruguete. 1526-1532
Las
figuras de Berruguete son la definición perfecta del sentimiento
de angustia espiritual. La fuerza de este sentimiento alarga la
proporción de los cuerpos y los crispa en una tensión
que se produce en movimientos violentos e inestables. Los rostros
la manifiestan a través de expresiones doloridas, de anhelantes
bocas abiertas, ojos oblicuos y apretados entrecejos.
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Sala V a VIII
Gregorio
Fernández, el máximo exponente del barroco castellano
del siglo XVII, está presente con alguna de sus más
conocidas creaciones: el Cristo Yacente y los grupos procesionales
de la Sexta Angustia y Camino del Calvario. Las particularidades
del foco escultórico andaluz son apreciables en la obra
de destacados artistas: Martínez Montañés,
Alonso Cano, Pedro de Mena y José de Mora.
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San
Juan Bautista adolescente. Alonso Cano, 1634
El
ideal estético de Alonso Cano basado en la depuración
formal, la delicadeza y la contención expresiva, se concreta
con esculturas de esbelta silueta y cuidada anatomía, bellos
rostros ovales, de ojos rasgados y mirada melancólica que,
tras su aparente reposo externo, parecen encerrar un profundo
y apasionado mundo interior.
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La primera y
segunda planta profundizan en dos periodos de especial complejidad artística:
los siglos XVI y XVIII.
Salas
X y XIII
El
primer renacimiento se muestra a través de las obras
de Felipe Vigarny y Diego de Siloe n contrapunto con la realizada,
ya en claves manierista, por Alonso Berruguete y sus seguidores
en la primera mitad del siglo XVI. El último manierismo
en su doble vertiente, romanista (Esteban Jordán) y cortesana
(Pompeo Leoni, Antonio Moro), completa la visión del
siglo sirviendo de enlace a las primeras manifestaciones barrocas
(Rubens, Gregorio Fernández).
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Virgen
con Niño. Felipe Vigarny, 1536-1542
El
tondo de la Virgen con el Niño coronaba el sepulcro que
el obispo de Tuy, D. Diego de Avellaneda, mandó realizar
en memoria de su padre. Obra de madurez de Felipe Vigarny muestra
en su ejecución rasgos de un evidente clasicismo: monumentalidad
de las figuras, formas suaves y redondeadas, expresiones serenas
e idealizadas, equilibrio compositivo...
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Salas
XIV y XVII
La
escultura barroca del siglo XVIII, se define a través
de una cuidada selección de artistas y obras de los principales
centros peninsulares: Madrid (Villabrille y Ron, Salvador Carmona),
Murcia (Francisco Salcillo) y Castilla (Pedro de Sierra). El
recorrido por el Palacio de Villena concluye con la visión
de dos originales conjuntos escultóricos: la colección
de toros y toreros, y el magnífico Belén
Napolitano.
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Cabeza
de San Pablo. Juan Alonso Villabrille y Ron, 1707
Seguidor
de la mejor tradición del barroco castellano del siglo
XVII, esta obra destaca por su gran naturalismo, virtuosismo
técnico y fuerte intensidad dramática. Representa
la cabeza cortada del apóstol sobre un suelo pedregoso
en el que, mediante cristales, se fingen las tres fuentes que
brotaron donde golpeó su cabeza al ser decapitado.
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COLECCIÓN
DE TOROS.
En
el mundo del arte, la fiesta taurina está indisolublemente
unida a la figura de Francisco de Goya; a través de sus pinturas
y, sobre todo, de su magnífica serie de grabados de la "Tauromaquia",
ha llegado hasta nosotros, traspasando la barrera del tiempo, nombres
legendarios del toreo (Pedro Romero, Pepe Hillo, Martincho...) inmortalizados
en alguno de sus lances más famosos. A su lado, y a la sombra
de la corriente costumbrista desarrollada en el arte de finales
del siglo XVIII y principios del XIX, otros pintores y grabadores
como Antonio Carnicero, Juan de la Cruz, Eugenio Lucas o Jenaro
Pérez Villamir, se ocuparon dentro de su producción
de la fiesta, tratándola de forma genérica o representando
a algunos de sus protagonistas más célebres.
La
pintura y el grabado parecieron ser en su momento los vehículos
idóneos para reflejar el dinamismo, la tensión y la
fuerza dramática que caracterizan el desarrollo del arte
del toreo; sin embargo, también la escultura actuó
puntualmente como magnífico y digno soporte de la representación
de sus suertes similares a las que Goya plasmó en sus estampas
y singular manifestación resultante en la que hoy se presenta
con el marco de esta expresión.
El
conjunto escultórico al que se hace referencia está
integrado por veintisiete figuras humanas y animales que, agrupadas
en diferentes escenas, parecen representar algunos de los lances
desarrollados durante la celebración de una de las funciones
reales que, con motivo de la exaltación al trono del monarca
Carlos IV y la jura del príncipe heredero, el futuro Fernando
VII, tuvieron lugar en la Plaza Mayor de Madrid en septiembre del
año 1989. Testimonios documentales confirman que en estos
festejos se dieron cita algunos de los maestros más importantes
del momento, entre los que se encontraban Joaquín Rodríguez
Costillares y su discípulo José Delgado Guerra "Pepe
Hillo", compartiendo escenario con el diestro rondeño
Pedro Romero y con el picador Laureano Ortega de Isla. Unos y otros
son protagonistas de alguno de los episodios que, siguiendo la secuencia
temporal del desarrollo de la corrida, se ofrecen ahora:
1
- El alguacilillo a caballo acompañado de dos toreros.
2
- La suerte de varas del picador Laureano Ortega de Isla.
3
- El banderillero "Nonilla" acompañado de otro
peón.
6
- Pedro Romero entrando a matar.
8
- Dos peones preparando el enganche del toro muerto.
9 - Las mulillas fustigadas por un mozo.
Tallas todas ellas en madera, y policromadas total y parcialmente, las figuras de toreros, picadores y peones están vestidos con los trajes que corresponden a la indumentaria taurina de la época, e individualizados en fisonomía y expresión, mientras las representaciones de toros y caballos denotan la mano de un buen conocedor de la fiesta que sabe reflejar los movimientos y reacciones propios de cada lance y que posee un elogiable dominio de la anatomía de estos animales. La originalidad de este conjunto hace fácil la adscripción a un artista concreto, aunque tradicionalmente se viene barajando, sin apoyatura documental, el nombre del escultor granadino Pedro Antonio Hermoso (1763-1830).
Las
características técnicas y formales de las esculturas
y su pequeño tamaño hace sospechas que el conjunto tuviera
un uso doméstico, similar al que se daba a los belenes napolitanos
o españoles contemporáneos, y que su lugar de instalación
fuera probablemente el interior de un salón, bien en un escenario
único (reproducción parcial o total del interior de
una plaza o coso), o bien montadas cada una de las suertes representadas
en sus escaparates o vitrinas correspondiente.
Probablemente
fuera el propio monarca Carlos IV el promotor y primer destinatario
de este conjunto que, posteriormente, ha sido propiedad de los ducados
de Osuna y del Infantado. Recientemente, y tras el fallecimiento del
último titular de la casa de esta nobiliaria, la colección
ha sido adquirida por el Ministerio de Educación y Cultura,
pasando a integrar los fondos permanentes del Museo Nacional de Escultura
que, de esta forma, ve nuevamente ampliado el abanico cronológico
y temático.
Aunque
la tradición considere a San Francisco de Asís creador
de lo que hoy se conoce con el nombre de Belén, la primera
noticia histórica sobre su representación plástica
data de comienzos del siglo XIV, cuando el arzobispo de Amalfi,
Arnoldo di Cambio presenta la escena del Nacimiento mediante un
conjunto de figuras de tamaño natural formado por la Virgen,
San José, el Niño, la mula y el buey. A partir de
entonces se extiende la tradición de instalar en el interior
de las iglesias esta representación que se irá completando
progresivamente con la incorporación de otros episodios (anuncio
a los pastores, adoración de los Reyes Mayos, degollación
de los inocentes, etc.).
Fue
el la segunda mitad del siglo XVIII cuando en el reino de las Dos
Sicilias, la configuración plástica del Nacimiento
alcanzó en momento de máximo esplendor, consiguiendo
desbordar el ámbito de lo religioso para instalarse en la
corte de los hogares de la nobleza y alta burguesía, y adquiriendo
una original personalidad que lo distingue de los de otras regiones
italianas o países europeos. El futuro Carlos III de España,
reinando en Nápoles, impulsó la difusión y
arraigo de los llamados "presepi", continuándola
después en aquel reino su hijo Fernando IV y en España
el futuro monarca Carlos IV.
El
belén napolitano se distingue de su espectacularidad y riqueza
escenográfica conseguidas gracias al concurso de un cúmulo
de artistas y artesanos que, con su imaginación y capacidad,
lograron reproducir la vida popular y cotidiana como argumentación
básica para acompañar el acontecimiento religioso
de la Navidad del Niño Jesús.
El
mercado, la hostería, los bailes, los vendedores ambulantes,
los mendigos, la taberna, el mundo gremial, el pastoreo, el cortejo
real y todo aquello que estaba al alcance de la mirada o de la fantasía,
tiene cabida en los pesebres napolitanos y se desarrolla al margen
del hecho religioso que queda aparentemente relegado, aunque sus
figuras protagonistas llaman poderosamente la atención del
espectador, como las del coro celestial que se precipita sobre ellos
como una catarata angélica.
Las
figuras que responden al tamaño denominado "tercina"
(30 a 35 centímetros, escala que permite obtener detallismos
y manejabilidad) son móviles al estar hechas mediante un
armazón de alambre forrado de estopa en el que se aplican
las extremidades, talladas algunas veces en madera, y la cabeza,
modelada en barro cocido, cuello y pecho ("testinas")
y en contadas ocasiones las figuras se hacían de cuerpo entero
("academias").
La
obsesiva búsqueda de la verosimilitud condiciona la policromía
de estas piezas, la incorporación de ojos de cristal y hasta
el vestirlas con los trajes adecuados en cada caso, estando prevista
hasta la posición de sus manos y dedos según el accesorio
con casacas y chalecos de seda, rústicos, cíngaros,
turcos, camelleros... se revisten todos de acuerdo con su condición
social, ofreciendo un riquísimo muestrario de trajes populares
o cortesanos que permiten conocer usos, modas y costumbres de la
época.
El
número indescriptible de accesorios ("finimenti")
tales como: instrumentos musicales, armamento, cofres, frutas y
hortalizas, los pescados, las vísceras de animales, los quesos,
etc., se modelaban o hacían en barro, cera, plata, ébano,
marfil, hueso, etc. consiguiendo en ellos un grado de minuciosidad
inimaginable que aumentaba la suntuosidad y riqueza de todo el conjunto.
Junto
con los distintos personajes o "pastori", las figuras
de animales (bueyes, ovejas, cabras, asnos, caballos, elefantes,
galgos, camellos, etc.) son siempre de una gran perfección
formal y constituyen el otro elemento clave del belén napolitano.
En
cuanto a la autoría de las obras se sabe que junto a escultores
de primera categoría (Vaccaro, San Martino, Botiglieri, Celebrano,
etc.) trabajando figuras humanas, animales o accesorios, lo hicieron
también numerosos artistas y artesanos cuya personalidad
no está suficientemente definida pero que alcanzaron una
calidad homogénea y cuyos nombres únicamente se conocen
gracias a las pocas ocasiones en las que firmaron sus obras o las
menciones documentales en que aparecen citados.
El
Belén Napolitano del Museo Nacional de Escultura - (Portal
Museo)-(E-mail
Museo) procede de la colección
madrileña de los hermanos Emilio y Carmelo García
de Castro, que fueron reuniendo durante muchos años figuras
y objetos conseguidos en el mercado nacional e internacional, y
ha sido adquirido en 1996 por el Ministerio de Educación
y Cultura.
Reportaje fotográfico: |
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