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CARLOS V

Escudo de Armas de Carlos V
Escudo de Armas de Carlos V

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Carta de Carlos V a la villa de Medina del Campo por la cual da cuenta de su próxima coronación imperial en Aquisgrán y que la villa continúe en la obediencia del cardenal de Tortosa y del Presidente de la Chancillería.

Bruselas, 1520, junio, 23.
Manuscrito sobre papel / bifolio / firma autógrafa de Carlos V
Fundación Museo de las Ferias

Carta de Carlos V a la villa de Medina del Campo por la cual da cuenta de su próxima coronación imperial en Aquisgrán y que la villa continúe en la obediencia del cardenal de Tortosa y del Presidente de la Chancillería
Carta de Carlos V a la villa de Medina del Campo por la cual da cuenta de su próxima coronación imperial en Aquisgrán y que la villa continúe en la obediencia del cardenal de Tortosa y del Presidente de la Chancillería

El rrey. Conçejo, justiçia, rregidores, cavalleros, escuderos, ofiçiales e omes buenos de la villa de Medina del Canpo. Luego que llegamos a estas partes de Flandes, rescebí al muy rreverendo Cardenal de Tortosa, my gouernador desos rreynos, el bueno e próspero viaje que nuestro señor me dió al qual es[pecial]mente encargué que porque por muchas e grandes ocupaçiones que entonçes se me ofreçía, yo no os escrevía que el de mi parte os <lo> escreviese e hiziese saber. E así mismo el buen rreçibimiento que hallé en Ynglaterra de los sereníssimos Rrey e Rreyna della, mis muy caros e muy amados tíos e hermanos(sic), y del entrañable amor y perpetua hermandad e amistad que entre mi y el [rrey de] allí se estrechó, y de nuevo asentó por el plazer y alegría que como [bueno e fiel estaba] (…) se que abriades dello. Agora os hago saber que llegado a esta villa de Bruselas [mandé a] todos los estados destos mis señoríos para proveher lo que conviene por los [determinen] paz e sosiego y buen govierno de justicia y en ello se entiende con toda diligençia y (…) con la ayuda de nuestro Señor mediado el mes de setienbre en la çibdad Daques[gran] (…) para rreçebir allí la principal corona y tengo yo enbiadas letras convocatorias a los Príncipes Electores e a otras personas del Ymperio que para esto deven ser llamadas y no vbo lugar ni por de abreviar más el dicho tienpo, porque los dichos Príncipes Electores están apartados y lexos de la dicha çibdad espeçialmente el sereníssimo rrey de Bohemia, nuestro muy caro e muy amado hermano, que para la venida dellos, porque era menester, adereçarse segun se acostumbra. Era neçesario avn más largo tienpo y tanbién porque los dichos sereníssimos rreyes de Ynglaterra (…) a holgarse con nos y serán al más tardar en la nuestra çibdad de Brujas para los XXII de julio, donde demás del amor y amistad y a dicho que con ello tenemos, espero en nuestro Señor se consentyrán y asentarán entre my y ellos y el cristianíssimo rrey de Françia, tales cosas de que Dios sea seruido y la cristiandad rreçiba gran benefiçio y esos mis rreynos y todos los mis otros señoríos sean muy aprovechados y estén en toda paz e quietud y así mismo porque durante este tienpo esperamos aquí los enbaxadores de los Cantones de Çuiça y con ellos el muy reverendo Cardenal de Rroma, con los quales no dudamos fazer todo lo que convenga a nuestro servicio y rreçibir la dicha corona que como dicho es será al más tardar para todo el dicho mes de setienbre. Entendemos en dar horden y proveher con mucha prisa todas las otras cosas que convengan perder (…) dicho ynperio para el buen govierno de la justicia e conservaçión del por nos poder (…) y tornar en esos dichos nuestros rreynos que tanto estimamos por su nobleza e generosidad (…) quales entendemos se estar y bivir por tenerlos como los tenemos por fuerça prinçipal de nuestro estado rreal y seguridad de todos los otros nuestros rreynos y señoríos y entendemos en todo lo suso dicho con tanta diligençia cuydado e trabajo de nuestra rreal persona que tenemos por çierto y esperamos en nuestro Señor que seremos en esto dichos nuestros rreynos mucho antes del tienpo que en las Cortes que postreramente mandamos çelebrar en la çibdad de La Coruña diximos, ofreçimos e juramos a los procuradores de Cortes destos rreynos, acordamos de os lo mandar, escribir por el plazer e alegría que sabemos dellos rreçebireys para rrogaros y rogaros que durante nuestra tornada y buelta en esos nuestros rreynos, que plaziendo nuestro señor, será tan brebe como dicho avemos vosotros por nuestro seruicio esteys con toda paz e sosiego y os descays e cunplays los mandamientos del muy rreverendo Cardenal de Tortosa, nuestro gouernador, e del nuestro Presidente e Consejo e Chançillerías e de las otras nuestras justicias como sienpre aveys fecho y como buenos súbditos e vasallos soys obligados y si en ese pueblo o en otro ay alguna alteraçión, que será por siniestra ynformaçión de malas personas queriendo turbar la paz e sosiego destos rreynos y ponerlos en neçesidad por sus negoçios e pasiones particulares. Esperamos que vosotros con vuestra acostunbrada fidelidad e lealtad procurareys con todos buenos medios rreduzir e atraher a los del pueblo que conoscan la (…) de la buena voluntad e amor que tenemos a los dichos nuestros rreynos y lo qual podían bien ver por las mercedes en las dichas Cortes pasadas, les mandamos fazer cuya rrelaçión va con esta para que a todos (…) sea notorio y vean quien contrario de la verdad an sydo las ynformaçiones que les an fecho.

Carlos V por Ticiano

En Bruselas a XXIIII de junio de DXX años. Yo el rrey. Por mandado de su magestad. Francisco de los Covos.

(f.2v) (Cruz). Por el Rrey. Al conçejo, justiçia, rregidores, caualleros, escuderos, ofiçiales y onmes buenos de la villa de Medina del Canpo.

1520. Carta misiba a esta villa de Medina, por la qual (…) quenta el Enperador de su coronaçión y que se tenga en el ynterín que biene de Bruselas y ordena la obidiencia del Cardenal de Tortosa y del Presidente de la Chancillería. En Bruselas a 23 de junio de 1520. Francisco de los Couos. Nº 59.

FUENTE: Museo de las Ferias de Medina del Campo

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Carta de Carlos V agradeciendo a la villa de Medina del Campo los servicios prestados en la guerra de Navarra contra el Rey de Francia

Gante, 1521, julio, 26
Manuscrito sobre papel / 28 x 21 cm / firma autógrafa de Carlos V
Fundación Museo de las Ferias

Carta de Carlos V agradeciendo a la villa de Medina del Campo los servicios prestados en la guerra de Navarra contra el Rey de Francia
Carta de Carlos V agradeciendo a la villa de Medina del Campo los servicios prestados en la guerra de Navarra contra el Rey de Francia

El Rrey. Conçejo, justiçia, rregidores, cavalleros, escuderos, ofiçiales e omes buenos de la villa de Medina del Canpo. Por cartas de mis Visorreyes desos rreynos supe con quanta voluntad y deseo de me servir enbiastes muy buena gente desa villa, pagada por çierto tienpo para el socorro e término de lo de Navarra. Y agora he sabido cónmo plugo a nuestro Señor de nos fabores y que con su ayuda fue venada(sic) la batalla que nuestro exérçito ovo con el del rrey de Françia en que se halló vuestra gente y como fue tornado a rrecobrar el dicho Rreyno de que he dado y doy muchas gracias a Dios a esa villa. Agradezco y tengo en mucho el seruicio que en esto nos ha fecho, que demás de ser cosa que tanto tocava a la honrra desos Rreynos por otras muchas cabsas. Yo lo he estimado y tenido y tengo en lo que es rrazón y sienpre confié que esa villa no lo avía de haser de otra manera y estoy çierto que para todas las cosas que se ofrecieren de nuestro serviçio ha de haser lo mismo agora, porque como avreis sabido yo estoy determinado de salir en presona(sic) en canpo con mi grueso exérçito para haser en Françia por estas personas todo el daño que pudieren seruir a mis visorreyes que sostengan el exérçito que tiene y que asy mismo hagan por allá toda guerra al dicho Rrey de Françia por mar y por tierra y provean otras çiertas cosas que mucho conviene y porque segund los grandes gastos de allá y de acá no podríamos bien cunplir lo que para esto conviene syn la ayuda de nuestros buenos súbditos y vasallos pues todo rredunda en bien y a contentamiento desos rreynos. Yo vos mando y envargo que por el tienpo que esto durar que no podrá ser mucho proveares de la paga que fuere menester a la gente que desa villa fue a nos servir en el dicho exérçito que como el serviçio es muy grande y de calidad asy podeis estar çiertos que sienpre lo toue en memoria para fabores y haser merçed a esa villa en todo lo que se ofreçiere y porque sobre todo más largo, os seruirá de mi parte los dichos visorreies a aquello me rremito.

De Gante a XXVI días de jullio de DXXI años. Yo el Rrey. Por mandado de su magestad. Francisco de los Cobos.

(vuelto) Zédula rreal en que su magestad de (…) a esta villa el serviçio que le (…) de la jente que dió para la jornada del rrey de Françia y por la ecutoria que en ella vbo. Nº 60. Al conçejo, justicias, rregidores, caualleros, escuderos, ofiçiales y onmes buenos de la villa de Medina del Canpo. Carta del Enperador agradeciendo a Medina el auerle servido con gente socorrida para la guerra de Nauarra, contra el Rrey de Francia (…) el socorrerla para la guerra que se intenta hacer contra Francia. En Gante a 27 de jullio de 1521 años. Refrendada de Francisco de los Cobos.

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Carta de Carlos V por la que se avisa a la villa de Medina del Campo de que el Emperador ha vuelto de Inglaterra y ha desembarcado en Santander

Santander, 1522, julio, 21
Manuscrito sobre papel / 27’5 x 20 cm / firma autógrafa de Carlos V
Fundación Museo de las Ferias

Carta de Carlos V por la que se avisa a la villa de Medina del Campo de que el Emperador ha vuelto de Inglaterra y ha desembarcado en Santander
Carta de Carlos V por la que se avisa a la villa de Medina del Campo de que el Emperador ha vuelto de Inglaterra y ha desembarcado en Santander

(Cruz) El Rrey. Conçejo, justicia, rregidores, caualleros, escuderos, ofiçiales y omes buenos de la villa de Medina del Canpo. Desde yngala terra os seruí my venida y después de enbarcado en Antona(sic) desde la mar despaché vna zabra para que en esos rreynos se supiese como ya seruía my viaje. Agora os hago saber que nuestro Señor me a dado tan buen tienpo que yo con my rreal armada llegué en saluamento a esta villa de Santander oy miércoles porque he dado y doy muchas gracias a Dios.

Fecha a XXI de jullio de quinientos y XXII años. Yo el rrey. Por mandado de su magestad. Luys de Liçaraçu (Rúbrica)

1522. Zédula real en que auisa a esta villa de Medina como el enperador benía de yngalleterra y abía desenbarcado en Santander a 21 de jullio de 1522. Nº 67

(Cruz) Por el rrey. Al conçejo, justiçia, rregidores, caualleros, escuderos, ofiçiales e omes buenos de la villa de Medina del Campo.
 

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29-11-09 - Quito y el Emperador Carlos V. HISTORIA (XLVII) y CUANDO LOS ECUATORIANOS PENSABAN (XIV)

Fuente: http://www.juliusevola.com.ar/El_Fortin/quito-emperador-carlos-v.htm

Reproducimos a continuación el siguiente texto con ocasión de celebrarse este 6 de Diciembre (2009) los 475 años de fundación hispánica de Quito, cual como Fénix después de su destrucción y arrasamiento, resurgió de la anterior Quito Inca e Imperial basada en la más aun antigua Quitu, en aquella fecha fundacional que rememoramos con emoción y orgullo en estos días:

Quito y el Emperador Carlos V*

Escudo de Quito
Escudo de Quito. Ciudad Imperial, concedido por Carlos V del Sacro Romano-Germánico Imperio "...(mandamos que reconozcan las armas) a los ynfantes nuestros muy caros hijos y hermanos ya perlados Duques, Marqueses, Condes, rricos omes maestres de las Ordenes, priores, comendadores y sub-comedadores, Alcaydes d elos castillos y cassas fuertes y llanas y a los del nuestro consejo d' presidentes y oidores de ntas. Audiencias....etc... y a culesquier omes buenos de todas las ciudades, villas y lugares, destos dichos nuestros rreynos y señorí­os y de las dichas nuestras yndias, yslas y tierra firme, así a los que agora son COMO A LOS QUE SERÁN de aquí­ adelante, y a cada uno y a cualquier dellos en sus lugares y Jurisdiciones que sobre ello fueren rrequeridos, que guarden y cumplan la dicha merced que así­ hazemos a las dichas armas (de Quito)..." MANDATO IMPERIAL

Por Jorge Salvador Lara

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- “No haré yo el elogio de este excelso monarca. Voces más autorizadas que la mía señalarán la luminosa huella de su paso por el mundo. Heredero de Carlomagno, soberano católico y ecuménico, bien hace el universo en recordarle. Y Quito, a la que él amó particularmente, a la que dio nombre de ciudad, pendón y escudo de armas, obispado y título de lealtad y nobleza, monasterios y dones, bien hace en consagrar -con ocasión del IV centenario de su fallecimiento- una semana entera a su memoria”.

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- “Se ha discutido mucho -dice Pemán, estudiando el significado del imperio del César Carlos si le hubiera sido mejor a España seguir nada más que el camino americano, que le señaló Isabel, o el camino europeo que le señaló Fernando. Pero España no se paré, entonces, a pensar esto. Aceptó las dos herencias, los dos caminos. Abrió, hacia un lado y otro, sus brazos, como quien se crucifica, para salvar a la humanidad. Se abrió como una flor -concluye el poeta gaditano- y el mundo se llenó de su aroma”.

“¡Y es cierto! Porque mientras en El Escorial rezan por su alma los corazones españoles, en San Francisco de Quito se oyen nuestras plegarias de americanos. Y unas y otras se alzan en el mismo alado idioma castellano que conquistó el corazón de Carlos V, tan español, ya para siempre, como quiteño es, hasta ahora, el fecundo trigo que nos legara aquel humilde frayle franciscano, paisano y amigo del Emperador”.

Carlos V "Nuestro Señor la muy alta e muy poderosa imperial persona de Vuestra Majestad guarde por muy largos tiempos e le haga Señor del Mundo"

Carlos V
“Nuestro Señor la muy alta e muy poderosa imperial persona de Vuestra Majestad guarde por muy largos tiempos e le haga Señor del Mundo”

América y Europa en Quito se fundieron bajo un mismo Imperio
América y Europa en Quito se fundieron bajo un mismo Imperio

Casi ocho años después de que el iluso y místico y extraordinario Almirante de la Mar Océana descubriera el Nuevo Mundo, se enciende en Gante aquella luz portentosa que llegaría a ser la Sacra, Cesárea, Católica Majestad de Carlos V. La Reina Isabel, acosada ya por las penas, recibe la consoladora nueva: a rompe cinchas de brioso corcel un mensajero le anuncia el nacimiento del hijo primogénito de la Princesa Juana acaecido en Flandes aquel 25 de febrero de 1500. Pero la ilustre soberana no conoció a su nieto, y cuando entregó su excelso espíritu al Creador, recordando al Rey Fernando que le esperaba “en el otro siglo” (1), su pensamiento poderoso e íntegro hasta la hora postrimera, debió depositarse con insistencia en la figura lejana de aquel Príncipe, que crecía en los Países Bajos, lejos de la imperial meseta de Castilla.

América y Europa en Quito se fundieron bajo un mismo Imperio
América y Europa en Quito se fundieron bajo un mismo Imperio

Cuando en 1516, a la muerte del Rey Católico llega España a ser heredad de Carlos, ya Vasco Núñez de Balboa había descubierto la Mar del Sur. El nuevo Rey ni siquiera sabía hablar el castellano: flamenco por nacimiento y por educación, germano por temperamento y por herencia, he aquí que la corona del primer reino unificado de Europa le venía a las sienes. Instruido por hombres eminentes -Florentino Boyers llegaría a ser Papa con el nombre de Adriano VI-, y aconsejado por validos de Flandes, nadie pensaba, cuando desembarcó por vez primera en Asturias, que este adolescente de largos cabellos castaños, de frente cubierta por infantil cerquillo, de prominente mandíbula casi absurda, de ojos de raro mirar y labios carnosos y abultados (2), llegaría a ser el timbre de orgullo de la Península, la nota imperial de su historia, el arco clave de su política futura. Más bien le recibieron como a extraño: sus consejeros le conquistaron antipatías; las necesidades económicas, urgidas por su elección como Emperador de Alemania, le acarrearon resistencias; y el desconocimiento del carácter hispano, de los fueros de sus ciudades, del orgullo y la altivez peninsular -Sagunto, Numancia y Covadonga son hitos de ese modo de ser despertaron la ronca insurgencia popular de las Comunidades. Pero siete años -los de su segunda permanencia en España: 1522-1529 bastaron para afincarle definitivamente en la parda tierra de Castilla; el idioma se le entró muy a lo hondo, conquistándole; el paisaje le iluminó las miradas; y el afecto de sus vasallos le rodeó con el mismo empuje con que antes se rebelara contra él.

Cuando Carlos V murió en Yuste, el día de San Mateo, 21 de setiembre de 1558, vestido del burdo sayal de los Padres Jerónimos, era ya, es cierto, una figura ecuménica -como en su hora, lo fueran Alejandro, Julio César, Carlomagno- pero era más que nunca, español. Español en el hablar, en el pensar, en el sentir; español en la hidalguía, en las ambiciones y en la fe. Un hondo clamor se levantó entonces en el mundo: en Flandes y los Países Bajos, en Alemania, en Cerdeña, en Nápoles y en Sicilia: pero en ninguna parte fue tan señalado el sentimiento como en sus Castillas: la peninsular, la antigua; y la americana, la nueva, nombre que se daba al lejano Reino de Quito y al Perú. O en sus Españas: la europea, vieja como la historia, y la del Nuevo Mundo, México, prometedor y esperanzado.

¡La Nueva España! ¡La Nueva Castilla! Una y otra se habían descubierto y conquistado bajo su reinado. Una y otra le habían provisto de recursos para sus campañas defensivas en Europa. Ambas habían iniciado bajo su nombre el camino de la fe, de la cultura occidental y del progreso. Y en ambas, Moctezuma y Atahualpa, monarcas universales como él, cada uno en su órbita, habían caído ante el coraje -ciego, rapaz, avasallador: era el signo de la época- de sus capitanes, mezcla de centauros, de aventureros y de apóstoles.

La extraordinaria figura de Carlos V es, en nuestra historia inicial, el augusto panorama de fondo. Apenas vuelto a España, en 1522, recibe informes completos de la extraordinaria hazaña de Hernán Cortés. Y, aunque lamenta la pérdida del tesoro de Moctezuma robado por corsarios franceses en alta mar, le nombra, desde Valladolid, “Gobernador e Capitán General de la Nueva España e Provincias della” (3), mediante provisión de 15 de octubre de 1522. De inmediato empieza a poner su preocupación y entusiasmo en aquellas Indias apartadas y misteriosas, que un extraño navegante ofrendara a su ilustre abuela. Y no solamente le agrada que de ellas empiecen a llegarle cuantiosos recursos: se compenetra también con la ambición de la Reina Isabel, expresada en varios codicilos y en su testamento: “atraer a los moradores de las dichas islas e tierra firme a que se conviertan a la nuestra Sancta Fee Cathólica”; “tratar muy bien e amorosamente a los dichos indios, sin que les fagan nengún agravio”; “no consentir ni dar lugar a que los indios vecinos e moradores de las dichas Indias, ganadas e por ganar, reciban enojo alguno en sus personas e bienes, mas sean bien e justamente tractados” (4).

Carta de Carlos V agradeciendo a la villa de Medina del Campo los servicios prestados en la guerra de Navarra contra el Rey de Francia.
Carta de Carlos V agradeciendo a la villa de Medina del Campo los servicios prestados en la guerra de Navarra contra el Rey de Francia.

Tal vez hacia 1526 debe haber oído el Emperador, por primera vez, hablar de Pizarro: “Tengo enviada a la Mar del Sur una armada”, (5) le escribe Pedrarias Dávila, Gobernador de Panamá, dándole cuenta de la empresa organizada por aquél, en unión de Luque y Almagro. Y dos años después conocería la primera relación que de aquel importante viaje se hace, escrita por Francisco López de Jerez, y largo tiempo atribuida a Juan de Sámano (6). ¿Cómo y cuándo llegó esta Relación a la Biblioteca Imperial de Viena, en donde actualmente se halla? No lo sabemos, pero seguramente el Emperador la envió a la capital del Archiducado –que había heredado de su padre-, sea para alentar a los vieneses en su lucha contra los turcos -que bajo el mando de Solimán amenazaban a la ciudad, luego de apoderarse de Belgrado-, sea para, en vista de las prometedoras tierras cuyas riquezas se vislumbraban en la Relación, poder negociar algún empréstito. A nuestros ojos, las páginas escritas por Xerez son de incalculable valor histórico: constituyen la primera descripción de las costas ecuatorianas, descubiertas por Bartolomé Ruiz. Se oyen, en ellas, citar por vez inicial los nombres- que hoy nos son tan propios -Atacámez, Coaque, Jama, Caráquez, Charapotó, Salango- y otros muchos que la toponimia no ha conservado. Y i extraña coincidencia!, en la balsa manabita que encontrara el piloto español -según se lee en la Relación- los navegantes aborígenes llevaban ya estos tres colores: “gualda, azul e carmesí”, ¡que hoy constituyen la bandera del Ecuador! (7 y 8).

¡Cómo habrán ido pasando, uno a uno, los episodios descritos en esas páginas, ante los ojos del Emperador, absorto en la lectura! Está en plena juventud: sus 28 años se han, visto ya obligados a la guerra, para defenderse de Francisco, su primo, desilusionado por no haber sido él quien ciñera la corona imperial. En Quiroz, primero, pero sobre todo en Pavía, las fuerzas del monarca español habían vencido a las del Rey francés y éste, llevado preso a España, conoció la generosidad cristiana de su primo y suscribió el Tratado de Madrid. Carlos V era- ya, pese a sus pocos años, un soberano no sólo poderoso sino además prudente, previsor, sagaz. Lejos quedaban los nombres de Chiévres, el valido flamenco, tan odiado de los españoles; y el venerado del Cardenal Cisneros, gran paladín de la catolicidad de España. . Ahora Carlos V decidía por sí mismo y se veía obligado al tejemaneje de la política europea: aliados de ayer eran los enemigos de hoy; la paz de ahora, pretexto de sus adversarios para las guerras de mañana; unas veces le apoyaba el Pontífice y otras estaba contra él. Con tanta preocupación, ¿no era, pues comprensible el interés que ponía, en las alucinantes noticias de las Indias?

Para la angustia que le causó la triste nueva del saqueo de Roma (Nota editorial: ?), donde muriera asaltando las murallas de la Ciudad Eterna el Condestable de Borbón, debieron servir de consuelo las cartas que le llegaban desde Panamá: ese mismo Pizarro y aquel mismo Bartolomé Ruiz habían descubierto nuevas tierras al Sur de Salango, hasta donde habían llegado la primera vez: una isla, llamada Puná y un pueblo, de nombre Túmbez, anunciaban prometedoras conquistas; corrían rumores sobre un fabuloso imperio y un monarca todopoderoso, pero la empresa era difícil. Pizarro había quedado, con trece compañeros fieles, en una isla inhóspita. Pedrarias, que apoyó la exploración al comienzo, ahora la denunciaba. ¿Sería cierto que habla una mina de esmeraldas en tan remotos lugares? Se hablaba, además, de oro y plata en abundancia. De joyas riquísimas. De canela y especierías.

¿Pero de qué servía todo eso, así fuese cierto, si sus tropas, las de un príncipe católico, habían vulnerado los reductos del Papa? ¿No era aquel un escándalo sin precedentes? Contrito, escribió a Clemente VII, excusándose. Mas Francisco I seguía con sus ataques y sus argucias. ¡Cuántos recursos malgastados en defenderse de él! ¡Y cuántas energías! El francés, de una parte; el turco, de otra. ¡Qué de problemas para el Emperador, que aún no había sido solemnemente coronado!

Mas, de pronto, he aquí que aquel remoto y ya legendario Francisco Pizarro golpeaba los enclavados portones- del Palacio Real. Venía aureolado de fama, por un lado; de oprobio, por otro: que siempre van juntos, en torno a los grandes, los que adulan y los que envidian. Y traía unos extraños animales, nombrados “llamas”, y adornos de oro y plata, y exóticos tejidos de lana, y dos indios diferentes de los hasta entonces vistos, y una sugestiva “carta de marear”, dibujada por Bartolomé Ruiz, y un compañero tan estrafalario como él, cretense de nacimiento, llamado Pedro de Gandía, que aseguraba haber doblegado animales feroces, en aquella ignorada misteriosa tierra, con el solo nombre de la Santa Cruz.

La entrevista realizóse en Toledo, la ciudad imperial. Ya están frente a frente el Emperador y el caudillo. Pizarro se halla librando los últimos combates entre la madurez y la ancianidad: se encuentra al borde de los 60 años, tal vez los ha cumplido ya, nadie lo sabe; la luenga barba es blanquinegra: mil aventuras y percances la han poblado de canas; magro el rostro, como que ha pasado muchas hambres; alto y enteco, más bien desgarbado de que atlético; los desiertos, las selvas, el esguazar de los ríos, el sortear ignotas encrucijadas y el vencer cien peligros le han dado esa figura, que no se sabe si es de monje o de guerrero. Carlos V, en cambio, bajo el imperial dosel, acompañado de su madre, la Reina Juana -siempre absorta, como si estuviese navegando mares ultraterrenos- simboliza la juvenil gallardía: apenas tiene 29.años; aún no se deja crecer la barba, que años más tarde inmortalizaría el Tiziano; entreabierta la boca, como era su costumbre, tan criticada, aún en, su presencia por los burlones castellanos; aguzada la imperial nariz; algo lejanos los ojos, como si estuviese avizorando los desenlaces del futuro; la leonada melena encuadrándole el rostro; y el áureo toisón ciñéndole el cuello. Todo en él es majestuoso: no hay duda: ¡es el César! (9). Ya cuenta Pizarro sus aventuras; ya hace sus peticiones; ya recibe la aprobación del Rey; ¡está asegurada su conquista! Y la mística Reina Juana, que al diario mezcla sus plegarias, sus lágrimas y sus alucinaciones, he aquí que de pronto está animadamente interrogando a Candía, ¡entusiasmada con los milagros de la Cruz! Hacia marzo de 1529 sale el Emperador de Toledo, pasa la Semana Santa en Montserrat, pidiendo auxilios a la Virgen para enfrentar con eficacia la herejía de Lutero, que empieza a extenderse, y en agosto parte para Italia, donde Clemente VII había de ceñirle la corona imperial.

Poco antes, con fecha 26 de julio, la Reina suscribe en Toledo las capitulaciones con Pizarro, dándole licencia para que prosiga la conquista, concediéndole títulos y privilegios, premiando -aunque en muy menor grado- a quienes le acompañasen, inclusive Almagro, Luque y Bartolomé Ruiz, nuestro descubridor, elevado a Piloto Mayor de la Mar del Sur (10). Ya con el documento en el bolsillo, y con 300.000 maravedíes que le dio como apoyo la Corona, vuelve -el conquistador a la América, donde le esperan las hazañas, la gloria, la fortuna y también la muerte a mano armada, porque -como dice Carlos Pereyra- “Pizarro acaparó todo para sí”, en menoscabo de los otros socios de la empresa (11).

El 16 de noviembre de 1532 -año en que Carlos V firma la paz de Nüremberg, statu-quo con los príncipes protestantes, para poder enfrentar a Solimán, y sus ejércitos que asediaban Viena- tiene lugar el drama de Cajamarca, en el que Atahualpa -la máxima figura de nuestra historia aborigen pierde la libertad y Pizarro asegura la conquista del Incario. El monarca quiteño, vencedor de su hermano Huáscar en larga y crudelísima guerra, acepta la invitación del caudillo de Extremadura, aposentado de su orden en Cajamarca. Lleno del boato propio de la dinastía del sol, aquel en quien se habían fundido las estirpes de los Incas del Cuzco y de los Shiris de Quito, entra en la plaza de la ciudad, sobre sus andas de oro, cargado por sus fieles guerreros quiteños. El diálogo con el Padre Valverde, capellán de Pizarro, es harto conocido, y la lejana figura de Carlos V ocupa en él destacado lugar: el dominico explicó al Inca que era sacerdote del verdadero Dios, que había muerto para salvar a los hombres; que quería enseñarle la Religión Cristiana, para lo cual había venido, enviado por el más poderoso monarca del universo, a quien el Pontífice había cedido todos los derechos sobre aquellas tierras. (12)

-¡Quien tal hace -habríale respondido Atahualpa, aludiendo al Papa-; ha regalado lo que no es suyo! (13)

Un escritor ecuatoriano ha reconstruido, en mérito de los varios Cronistas de Indias que se refieren al asunto, la gallarda respuesta del Inca:

-”Yo soy el primero de los reyes del mundo, y a ninguno debo acatamiento” había dicho, añadiendo para referirse, a Carlos V: “Tu rey debe ser grande, porque ha enviado criados suyos hasta aquí”… Y en relación a la prédica religiosa: “Yo no adoro a un Dios muerto. Mi Dios, el Sol, vive y hace vivir a los hombres, los animales y las plantas. Si él muriera, todos moriríamos con él, así como cuando él duerme, todos dormimos también…” (14).

Bien sabéis cómo culminó aquel día y los trágicos episodios subsiguientes: preso Atahualpa, ofrecido y reunido el fabuloso rescate, el monarca quiteño fue condenado a la pena capital -en ausencia de Hernando de Soto, el generoso centauro con quien hiciera tan grande amistad- y murió agarrotado -el infausto día 29 de agosto de 1.533 (Nota editorial: la fecha real de la muerte de Atahualpa es muy discutida). ” iChaupi punchapi tutayaca!”, fue el desconsolado grito que se extendió entonces por todo el Tahuantinsuyo: “¡Anocheció en la mitad del día!”. “Chaupi punchapi tutayaca”, lloran, desde aquel año, cada 29 de agosto, todos los indios que habitan la Sierra del Ecuador. ¡Y conforme pasan los tiempos, más grande, más gallarda, más quiteña y más imperiosa se nos aparece la figura del sacrificado Inca!

Verificada la partición del rescate, Pedro Sancho levantó el acta minuciosa de los valores en plata y oro que correspondieron a cada uno de los blancos testigos de la tragedia de Cajamarca (15). Prescott hizo el cálculo del tesoro: 1?326.539 pesos de oro; y Pereyra, por los años 30 de este siglo (siglo XX), redujo la cifra a dólares: 1?500.000, que en sucres vendrían a ser, aproximadamente, 250 millones. ¡Pensad en lo que eso significaría ahora, y reflexionad en que tal vez habría que duplicar la cifra! (16).

De ella, -la quinta parte, de acuerdo con la legislación vigente, correspondió a Carlos V (Nota editorial: El judío Diego de Almagro para evitar pagar este “quinto real”, maquino la muerte de Atahualpa y estafó de hecho a la Corona Hispánica, pues el tesoro real nunca fue tasado por ningún otro español). Se hizo -el escrupuloso de las piezas de oro y plata que se remitirían al Emperador, y Hernando Pizarro fue el depositario de esta fortuna que, a la época, ¡sumaba 153.000 pesos de oro y 5.048 marcos de plata! (17).

“No está por demás enumerar las piezas -dice Pereyra-: Había 38 vasijas de oro y 48 de plata, entre las que llamaron mucho la atención dos enormes ollas, una de oro y otra de plata, “que en cada una cabrá una vaca despedazada”. Una de las vasijas de plata tenía forma de águila, y en su cuerpo cabían dos cántaros de agua. Había un ídolo de oro del tamaño de un niño de cuatro años y dos costales del mismo metal con capacidad de dos fanegas cada uno. La muchedumbre se agolpó en el muelle -termina el historiador mexicano- para ver la descarga del tesoro, que fue llevado, en carretas de bueyes, a la Casa de Contratación” (18).

Ese día era el 9 de enero de 1.534. El puerto, Sevilla. Y la nave, la “Santa María del Campo”.

¿Qué hizo el Emperador con el rico botín que le tocó de la empresa de Pizarro? No es difícil la respuesta: Carlos V, para entonces, se hallaba en la fase más avanzada de la lucha contra los turcos. Detenidos éstos en Viena, un año más tarde en 1535 ya puede organizar el Emperador la formidable armada que captura Túnez, y da libertad a 20.000 cristianos. A poco de lo cual, vuelve a encenderse la guerra con Francisco I, sorprendido en turbios convenios con Barbarroja, el pirático almirante de Solimán. Las luchas defensivas contra Francia y el Imperio Otomano y las campañas para contener el desborde protestante agotaron los recursos de España: los propios y los que de Indias le venían. La península, en vez de enriquecerse con los tesoros de América, se empobreció aún más y sólo sirvió de canal de paso al oro y a la plata sacados de las conquistas, pues ¡todo fue a parar a los prestamistas usurarios y a los traficantes y mercaderes! de las guerras, i ¡que no se hallaban, por cierto, en España! (19).

Uno de los capitanes de Pizarro, que recibió no menguada parte del botín cajamarquino, tenía sin -embargo una pupila aún más zahorí que la de su jefe: se llamaba Sebastián de Benalcázar, y soñaba secretamente ser el condotiero de sus propias mesnadas. El había observado mejor que ninguno la prometedora realidad: Atahualpa era el conquistador del Perú, el vengador de su ecuatorial estirpe: los cuzqueños le odiaban: el centro de su poder se hallaba al Norte, en Quito. Los españoles fueron recibidos más bien con júbilo en el Perú, casi como libertadores (20). Y el Cuzco, cuyas riquezas debían haberse volcado para rescatar a Atahualpa, fue hallado intacto por los españoles, que añadieron en esa ciudad un nuevo botín al que ya tenían acumulado. El origen del cuantioso rescate del monarca era por tanto otro: ¡debía hallarse al Norte! En la tierra nativa del malogrado monarca: en la patria de donde eran originarios todos los generales que se empeñaron en salvarle, los únicos que quisieron salvarle: Quizquiz, Shiricuchima (Calicuchima) y Rumiñahui (21). Y porque Quito estaba al Norte, al Norte se lanzó Benalcázar, desde San Miguel de Piura, deseoso de conquistar su propia Gobernación.

Sólo una sombra le amenazaba: la noticia del viaje de don Pedro de Alvarado, noble conquistador de legendaria fama, bien habida en Cuba y México, quien había firmado Capitulaciones con el Rey, hacia 1532, para “descubrir, e conquistar, e poblar cualesquier Isla que hay en el Mar del Sur de la Nueva España, questán en su parage; e todas las que halláredes hacia el Poniente dellas, no siendo en el parage de las tierras en que hoy hay proveída Gobernadores” (22). Benalcázar ignoraba la existencia de esta autorización, y el 11 de Noviembre de 1533, desde San Miguel, se dirige al Emperador denunciando la venida de Alvarado, “Nuestro Señor la muy alta e muy poderosa imperial persona de Vuestra Majestad guarde por muy largos tiempos e le haga Señor del Mundo”, termina diciendo en su -epístola el futuro fundador d de Quito (23) y se lanza incontenible al Norte, a ganar de mano al famoso héroe de la Noche Triste, quien por su parte se había también dirigido al Emperador, primero el 25 de abril de 1533, desde el Golfo de Fonseca, y luego el 18 de enero de 1534, para anunciarle su viaje (24).

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Dos formidables peligros debió pues afrontar Benalcázar: la resistencia opuesta por Rumiñahui, el general de Atahualpa; y el inmediato arribo de Alvarado. Si éste llegaba primero, toda la obra de Benalcázar podía quedar en nada: no tenía autorización real para proceder en su conquista, tal vez ni siquiera la de Pizarro; Alvarado, en cambio obraba con la permisión imperial. Y Rumiñahui no era un enemigo despreciable: el formidable guerrillero, que defendía la independencia de su nativo suelo, con igual indómito coraje con que sus antepasados la defendieron de la agresión incásica, se multiplicaba cada día en la resistencia: a la vuelta de cada -encrucijada había un ardid; al final de cada sendero, una estratagema; en los vados de los ríos y en los declives de las montañas y en el fondo de los valles, emboscadas, sorpresas, asaltos. No fueron pocos los combates; ni dejaron de aumentarse los muertos y de multiplicarse los heridos. ¿Cómo hacer para doblegar la barrera poderosa y tenaz del Cara de Piedra? ¿Cómo lograr el arribo a Quito antes que Alvarado, el peligroso rival, quien ya había desembarcado en Portoviejo y se aproximaba? (25). Es entonces cuando vino en ayuda de los españoles -.según dicen las crónicas de la época- la Providencia Divina, a través de las fuerzas cósmicas de la naturaleza: una terrible erupción del Tungurahua dispersó a los indios aterrados, seguros ya de que sus divinidades les habían abandonado. Para entonces, Diego de Almagro, uno de aquellos cíclopes de que está llena nuestra historia, había venido, con su ojo impar, a reunirse con Benalcázar, y juntos lograron formalizar, a las volandas, la fundación de un Cabildo que sirviera de arma jurídica para enfrentar a Alvarado. Es así como, a orillas de Coltacocha (la laguna de Colta), se erige, en 15 de agosto de 1534, la ciudad de Santiago de Quito, primera fundación de este Reino, en nombre y al servicio de Su Imperial Majestad (26).

Ante los hechos consumados, el héroe de la Noche Triste no tuvo más remedio que capitular: en aquella tierra ya había gobernadores españoles. ¿Pelear con quienes se le habían adelantado, teniendo cerca el poderoso afán reivindicador de Rumiñahui? ¡No, eso no podía hacer jamás un hidalgo un caballeroso oficial del Emperador! Almagro y Alvarado negociaron, pues: don Diego compró a éste sus derechos, vituallas y equipo, y don Pedro se regresó a Nicaragua y Guatemala, apesadumbrado por el mal éxito de su empresa. Y aún muchos de sus hombres le solicitaron permiso para quedarse en el Reino de Quito, por ejemplo el noble Capitán don Diego de Sandoval, o el benemérito Padre Fray Marcos de Niza: y como el recio guerrero sabía también perder, les concedió tal autorización. Mas no quedó del todo convencido de la justicia de la negociación. ¿A quién recurrir? Al Emperador, claro está. Es así como Carlos V recibió, sobre el asunto, una verdadera andanada de cartas, reclamos e intrigas: Alvarado le escribió enseguida, primero desde San Miguel, el 15 de enero de 1535, contándole las argucias de Almagro; y luego desde Guatemala, el 12 de mayo de ese mismo año, refiriéndole sus peripecias en Quito. Mas ya Almagro se le había adelantado, remitiendo al monarca una información contra Alvarado, hecha en Piura el 12 de octubre de 1534, y enviada con carta fechada dos días después (27). Pizarro, por su parte, también terció en el asunto escribiendo a Carlos V desde Pachacámac, el 19 de – enero de 1.535 (28). ¿Y Benalcázar? Benalcázar no malgasta el tiempo escribiendo misivas: él funda ciudades: el 6 de diciembre de 1.534, San Francisco de Quito, sobre las ruinas de la milenaria ciudad shyri e inca, fundada por Quitumbe, cuna de Atahualpa; y en junio de 1535, Santiago de Guayaquil; y después Pasto, y por fin Popayán y Cali.

Sebastián de Benalcázar

¡Quito, Quito, Quito! Este nombre empieza a martillar los oídos del Emperador. Allí había reinado aquel malogrado inca, sobre la licitud de cuya muerte sin duda no está muy conforme (Nota editorial: Carlos V reprochó de manera enérgica y contundente a Pizarro la muerte de Atahualpa). Por ese Reino se pelean Alvarado y Almagro. “Esta provincia es muy rica es muy rica e muy poblada”, le dice éste (29). “Hallóse allí –se lee en otro documento- una fuerza grande de las cavas hechas a mano de los naturales para defensa de los indios de guerra, e así por esto, como por haber muchos tambos, e casas, en las cuales había mucha comida de todo género, e mucho ganado de ovejas de la tierra, e mucha ropa e muchas pallas e Indias ofrescidas al Sol… se pobló el año de 1534? (30). Poco después le llegan a Carlos V, por añadidura, noticias de su paisano el noble franciscano flamenco, tan vinculado en Gante a los suyos, Fray Jodoco Ricke. Había éste obtenido en Medina del Campo permiso de la Reina Juana para pasar a Indias, en 19 de julio de 1.532, (31) y había llegado a Quito con Alvarado, quedándose después con Benalcázar. ¿Pidió el favor real el ilustre religioso? Es muy probable. Y el Rey no tuvo oídos sordos para su amigo y paisano, compañero tal vez de sus juegos de infancia, pues sólo le aventajaba en seis años. Y de su peculio personal le envió no cortas ayudas para levantar el Convento y Templo de San Francisco- orgullo hoy de nuestra ciudad- que empezó a construirse hacia 1.537 o 1.538 (32). Trajo, además, el noble franciscano, el primer trigo: le debemos, pues, el pan que nos alimenta. Cuenta el Ilustrísimo González Suárez que la vasija de barro que albergó aquellas semillas tenía una leyenda en alemán: “Tú, que me vacías, no te olvides de Dios. Cuando comas, cuando bebas, acuérdate de tu Dios”. ¿Qué se hizo aquél cántaro histórico? Se asegura que está ahora en un Museo norteamericano. Los franciscanos lo conservaron hasta comienzos de la República, luego habría pertenecido al General Flores, y su hijo don Antonio, ya diplomático, lo habría cedido al referido Museo. Tal es el rumor (33).

“No te olvides de Dios. Acuérdate de Dios”. Bajo tal lema empieza a desarrollarse la franciscana ciudad, recio núcleo de la Patria cuyo destino histórico aparece cada día más claro, destino que puede sintetizarse en estas tres palabras decideras: Fe, Libertad, Cultura (34). Benalcázar ha avanzado muy al norte, mientras tanto: ha encontrado otros conquistadores: ha pactado con ellos. Pero aún carece de su Gobernación independiente. Este jinete formidable ha cabalgado desde Túmbez a Cajamarca, de Cajamarca a San Miguel, de San Miguel a Quito y desde Quito hasta el Océano Atlántico. Allí, el aire del mar que baña su España amada y remota le hincha los deseos de volver a verla, de acudir ante el Emperador, de visitar a su hermano, a quien abandonara una vez hacía tantos años, arriero prófugo porque se le había muerto un asno. Y un buen día de 1.539 manda él mismo construidos bajeles y en uno de ellos se embarca para la Península. “Acordé venir a besar los Reales pies de Vuestra Majestad y a darle cuenta de todo -dice a Carlos V en una hermosa carta fechada en Madrid, el 20 de marzo de 1540-, creyendo que pues 32 años que sirvo a la Corona Real de estos Reynos, llevando otros capitanes la gloria y galardón de mis trabajos, e que informado V.M. de mis servicios e de mi edad, me hará mercedes…” (35).

Y aunque consigue la ansiada Gobernación -la de Popayán, ya que no la de Quito, que Francisco Pizarro había dado a su hermano Gonzalo—- Sebastián Moyano no logra ver al Emperador, que ha partido para Flandes. Cargado de años -tenía para entonces cerca de 70- vuelve a la América: es ya el Adelantado Sebastián Moyano Benalcázar, y el Rey le ha acordado, a más de la gobernación y el título, “generosa renta” (36).

Cuando llega a Popayán, Benalcázar se entera del asesinato de Diego de Almagro por los partidarios de Pizarro; y poco después le llega la noticia de la muerte de Francisco Pizarro por los almagristas. Así, de uno en uno, van pagando con la vida, en cumplimiento de la sentencia bíblica de que “a quien a cuchillo mata, a cuchillo morirá”, todos autores de la muerte de Atahualpa. Gonzalo Pizarro, en cambio, ha salido desde Quito, con Francisco de Orellana, rumbo al País de la Canela, en busca de El Dorado. Orellana es el fundador de la tercera ciudad de Guayaquil -pues las dos anteriores habían sido destruidas por los indómitos huancavilcas-; y Pizarro es Gobernador de Quito. Un año más tarde llega a oídos de Benalcázar la nueva del retorno de Gonzalo con sus expedicionarios, semidesnudos y hambrientos, a la quiteña ciudad. ¿Volvieron todos? No, algunos se han ido río Napo abajo, con Francisco die Orellana, sin volver más. A España volvieron los “argonautas de la selva”, como los ha llamado Leopoldo Benítez Vinueza. Habían descubierto el gran Río de las Amazonas, o río San Francisco de Quito. “La España imperial vive en esos momentos el trágico dolor de su propia grandeza”, afirma el escritor ecuatoriano, y añade: “Reina el monarca más poderoso de la cristiandad… Su voluntad se extiende hasta lugares remotos. . . Su brillo enceguece y deslumbra. Es él la cima y el símbolo del orgullo español” (37).

En Valladolid encuentra Orellana, esperándole, las acusaciones de Pizarro, que algo había sospechado sobre su definitiva ausencia. Se defiende. Va y viene en la Corte imperial. Escribe alegatos, memorias, cartas. ¿Logra entrevistarse con Carlos V? No lo sabernos: si lo logra, allí estaría el Monarca, otra vez frente a frente con uno de aquellos paladines suyos que le han regalado ríos océanos, mundos. Tiene ahora el Emperador 43 años. No es viejo: pero ya se le nota esa melancolía profunda, que le caracteriza desde: la muerte de la Emperatriz, su muy amada Isabel de Portugal. Los ojos miran muy lejos, como nostálgicos. Ya no tiene ni el cerquillo, ni la melena que personalizaron su juventud: ¡Se los ha recortado! En cambio, se ha dejado crecer la barba, que él impondría en Europa. La energía se le ve, sí, pero también el hambre de infinito, la sed de soledad.

No firmó el Emperador las Capitulaciones con Orellana, pues debió salir de España dejando por Regente al Príncipe Felipe, quien las suscribió en su lugar. Ni el Adelantado y Capitán General de la Nueva Andalucía -títulos que desde ese momento empezó a usar Orellana- logró ver sus ensueños realizados, tras el apoyo real, porque tres años después murió en las playas atlánticas del Amazonas que descubriera un 12 de febrero de 1542, partiendo desde Guayaquil y Quito.

Esta fundación (Quito) era ya, para entonces, ciudad, En TaIavera había firmado el Emperador, a 14 de marzo de 1541, la Cédula Real otorgándole ese título. La nueva llenó de júbilo a los quiteños y se leyó en -el Cabildo, con muestras de especial alegría. La voz del escribano resonaba en la Sala, y sus temblorosas manos apenas si podían sostener, el documento: “Don Carlos, por la, Divina Clemencia Emperador Semper Augusto, Rey de Alemania, Doña Joana su madre y el mismo don Carlos por, la misma gracia Reyes de Castilla, de León, de Aragón, de las dos Sicilias, de Jerusalem, de Navarra, de Granada, de Toledo, de Valencia, de Galicia, de Mallorcas, de Sevilla, de Cerdeña, de Córcega, de Murcia, de Jaén, de los Algarves, de Algeciras, de Gibraltar, de las islas de Canaria, de las Indias, islas y Tierra Firme del Mar Océano. Condes de Barcelona, Señores de Vizcaya y de Molina, Duques de Atenas y de Neopatria; Condes de Flandes y del Tirol” … “por la presente, es nuestra merced y mandamos, que agora y de aquí adelante la dicha villa se llame -e intitule Ciudad del Sant Francisco del Quito, y que goce de las preeminencias, prerrogativas e inmunidades que puede y debe gozar por ser ciudad…” (38).

En otra Cédula, de la misma fecha, Carlos V concede Escudo de Armas a la Ciudad de Quito: “es en él un castillo de plata, metido entre dos cerros o peñas, de su color, con una cava en el pie de cada uno dellos, de color verde, y ansímismo, encima del dicho castillo una cruz de oro con, su pie verde, que la tenga en la mano dos águilas negras grietadas de oro, la una a la mano derecha y la otra a la izquierda, puestas en vuelo, todo en campo de colorado, y por orla un cordón de San Francisco, de oro en campo azul” (39).

El Ilustrísimo González Suárez había alcanzado a conocer el original de la Cédula Real en un rollo de pergamino que, guardado en un tubo de metal, se conservaba en el Municipio de Quito. Aleves manos robaron a fines del siglo pasado (XIX) el precioso documento, sin volverlo a su lugar. En 1914, don Pedro Traversari publicó el texto de la Cédula, tomándolo de una copia del Libro II de Cabildos, y en 1918 la Academia de la Historia publicó la fotocopia del original existente en el Real Archivo de Indias (40). Mi padre, hacia 1922, para el centenario de la Batalla del Pichincha, hizo la versión moderna del Escudo, –que él divulgó y es la que desde entonces se usan- en un dibujo a pluma que lleva su firma y que por largos años sirvió de contraportada a los Libros de Cabildos y otras publicaciones del Ilustre Concejo Municipal (41).

El 15 de diciembre de 1.541 se reunió el Ayuntamiento de Quito para elegir Alcaldes, Regidores y Procurador de la Ciudad para el año siguiente y acordaron, entre otras cosas, conceder amplia facultad a Rodrigo Núñez de Bonilla y a Francisco Ruiz para que comparezcan ante el Emperador y soliciten cuantas cosas convienen a la ciudad. Pero los Comisionados nunca pasaron de Panamá. Para evitar gastos y molestias de viaje, en nueva sesión nombraron mandatario de la Ciudad al Licenciado Fernando Díaz, éste sí “residente en la Corte de Su Majestad” (42).

Para entonces, nuevamente Carlos V se halla en aprietos frente al tenaz Francisco I, esta vez ya en alianza declarada con Solimán y Barbarroja. El Licenciado Francisco Vaca de Castro, nombrado Juez Comisionado por el Emperador para sofocar los disturbios producidos por las pugnas entre los conquistadores, se dirige, entonces, a la Ciudad de Quito, cuyo Cabildo se reúne el 17 de octubre de 1543, y solicita se respalde al Rey en su justa lucha. “Sabed -les dice- y bien notorias son las guerras que el Rey de Francia ha movido contra la cesárea y católica majestad del Emperador y Rey nuestro don Carlos”. (43). Al unísono, llenos de fervor, los miembros del Cabildo acuerdan, ayudar a Su Majestad con bienes y personas. A poco se hacía una colecta. Pero la guerra terminó con la paz de Crepy, un año después, y tres más tarde moría aquel empecinado monarca francés, con quien Carlos V había luchado cinco lustros (44). Ese mismo 1.547, libre ya del pertinaz rival, el nieto de los Reyes Católicos puede dedicar sus esfuerzos a aniquilar a los príncipes germanos, que le hacían la guerra empujados por el protestantismo, y al fin los vence en Mühlberg.

Pero si la paz se hace en Europa, en América arde la guerra. De 1544 a 1548 Gonzalo Pizarro sostiene su rebelión, que tiene a veces atisbos de campaña emancipadora. En 20 de noviembre de 1542 había dictado Carlos V las “Nuevas Leyes”, defendiendo a los indios, suprimiendo los trabajos forzados y las encomiendas, a disgusto de los conquistadores españoles. La historia es larga de contar, y tiene por sangriento escenario sobre todo a Quito. El noble abulense don Blasco Núñez de Vela es nombrado Primer Virrey del Perú y viene a la América a imponer las nuevas leyes. Pronto se enfrentan los grandes ejércitos: unos apoyan al Virrey entre ellos Benalcázar; otros a Gonzalo Pizarro. El 16 de enero de 1546, en la Batalla de Iñaquito el Virrey es vencido y decapitado. Hasta ahora, una lucecita en la esquina de la Virgen (Nota editorial: el lugar referido se ubica en la Av. De Agosto a la altura del Consejo Provincial de Pichincha), señala el lugar en donde, según algunos, Núñez de Vela rindió el cuello a un negro soldado de Pizarro. El Ilustrísimo Pólit Lasso dice, en cambio, que murió donde hoy se levanta la Capilla del Seminario Mayor (45).

No le duró mucho el regocijo del triunfo al vencedor: el Pacificador don Pedro de la Gasca le venció a su vez, en Jaquijaguana, cerca de Lima, y el caudillo extremeño fue también decapitado por mano de verdugo, el 9 de abril de 1549.

Quito, entre tanto, pacificada ya, empieza a crecer Las construcciones de conventos e iglesias siguen adelante. Las heridas de la guerra civil se van cicatrizando poco a poco. El Emperador no deja de recibir noticias de la ciudad, cuyo nombre le repica en, los oídos, y a la que ama con predilección, como lo tiene demostrado desde los días de Fray Jodoco, a quien enviara, alguna ocasión, un valioso juego de casullas, finamente bordadas en hilo de plata, una de las cuales hasta hoy se conserva en el museo del centenario monasterio. Que el claustro de San Francisco progresa, según le dicen: pues él seguirá ayudando y, si es preciso, después ayudará su hijo Felipe. Que los dominicanos empiezan sus construcciones en Quito, hacia 1541: pues Carlos V envía entonces a la Ciudad, como don personal suyo, la imagen de la Virgen del Rosario, que hasta hoy se venera en la Capilla de este nombre, en la iglesia de Santo Domingo. Que los mercedarios también construyen edificios: Carlos V entonces regala a la Ciudad otra imagen de la Virgen, “reproducción exacta de la Matrona de Barcelona”, dice don José Gabriel Navarro (46). Esa preciada talla en madera peregrinó el siglo XVIII a España y allí se quedó, en Cádiz, como a la espera de que voces quiteñas vuelvan a reclamarla algún día (47).

La ciudad ama también al augusto monarca. Cada vez que se recibe una Cédula, una provisión, una orden real, los Alcaldes y Regidores se reúnen, entran a la Iglesia, Catedral y oyen una Misa del Espíritu Santo por el Emperador (48). Sus documentos son guardados con devoto afecto. Son, varias las Cédulas Reales de Carlos V, a más de las ya nombradas, (49), que conserva hasta ahora la ciudad. Merece citarse, sobre todo, la Cédula Real de 4 de noviembre de 1549, fechada en Valladolid, por la que se nombra Obispo de Quito a don Garci Díaz Arias (50). La ciudad había sido erigida en Obispado el 8 de enero de 1545, a petición insistente del propio Emperador ante Paulo III, que dictó la correspondiente Bula de Erección (51). Y sin descuidarse de la nueva diócesis, nuevamente Carlos V emite una Cédula Real, la de 9 de noviembre de 1.556 (52), por la que se establece cómo se ha de reedificar la Iglesia Catedral.

Pero interesa, en especial, saber que en 14 de febrero de 1556 el Emperador otorgó a la Ciudad de Quito un Estandarte Real, el mismo que hasta hoy se usa en todos los actos del Cabildo (53). Y en la misma fecha, desde Valladolid, concede nuevo título a Quito, “porque -dice el Rey- bien sabíamos y nos eran bien notorios los muchos y grandes y leales servicios que la dicha Ciudad nos había siempre hecho”. . . “por ende, por la presente es nuestra merced y voluntad que perpetuamente la dicha ciudad se pueda llamar e intitular la Muy Noble y Muy Leal Ciudad del Sant Francisco del Quito, ca Nos por esta nuestra Carta le damos título y renombre dello” (54).

El Emperador está cansado. Aún no llega a los sesenta años pero es ya un anciano, si bien mantiene la “gentil presencia” que admiraba a cuantos le conocían (55). El Tiziano le había retratado, con toda la imperial majestad, el día de la Victoria de Mühlberg, jinete y con armadura, la lanza en el fuerte puño, empenachado casco cubriéndole la cabeza. Allí es el hombre que avanza a la plena madurez. Ahora, a finales de 1556, Carlos V es, más bien, el hombre que pintó Rubens: afilada y marmórea la aguileña nariz-; fruncido melancólicamente el entrecejo; poblada la recia barba; triste, desengañado del Mundo. Por eso se retira a Yuste. Tal vez en el fondo de su corazón ha habido siempre un monje, que ahora quiere meditar, arrepentirse, preparar la hora final. El Monasterio de los Padres Jerónimos será por ello su residencia postrera. Allí le visita el P. Francisco de Borja, metido a jesuita por obra de Ignacio de Loyola, el tenaz y admirable estratega de la Iglesia. Francisco de Borja y Aragón había sido favorito de Carlos V en la plenitud de su reinado, su Montero mayor, caballerizo de la Emperatriz, pariente de ésta y del monarca mismo, Duque de Gandía, Marqués de Lombay, Virrey de Cataluña, Grande de España de primera clase. Y he aquí que cuando murió Isabel de Portugal, el noble valido contempló deshechos por la muerte los atractivos de la bella e ilustre soberana, a quien había atendido abnegadamente, y juré no servir a señor -que se le pudiese morir.

Largamente conversaron siempre sobre las miserias humanas el Emperador y el Duque. A poco, éste dio la gran sorpresa: se retiró a Gandía una vez muerta su esposa y arreglados los asuntos de sus hijos- e ingresó a la Compañía de Jesús, ordenándose de sacerdote. Ahora, en Yuste, ambos conversan de nuevo, como en los mejores tiempos: los temas son conocidos: la lucha contra la herejía protestante, el Concilio de Trento, la reforma de la Iglesia, la obra de los jesuitas Francisco Xavier, las misiones. ¿Misiones? Una luz interior anima al Emperador: hay que establecer nuevas y efectivas misiones en las Indias: hay que mandar jesuitas a América, a México, al Perú y… a Quito. Pronto cumpliría Francisco de Borja este propósito: en 1566 y 1567 ya estaban los soldados del Papa en la Nueva España y en la Nueva Castilla (56).

También en Yuste oye Carlos V hablar de una monja reformadora llamada Teresa de Jesús, hermana de aquel su noble capitán, don Lorenzo de Cepeda y Ahumada, que partiera a Quito junto con el malogrado Virrey Núñez de Vela. Lo que Carlos V no podía adivinar entonces es que todos esos nombres: el de Ignacio de Loyola, el de Francisco de Borja, el de Xavier, el de Teresa de Jesús y otros, no tardarían en subir a los altares. Menos aún podía presentir que en Quito el lejano y misterioso reino, perdurarían no solo lo las obras de estas altas figuras de la especie humana -en la casa de una niña llamada Mariana de Jesús, que florecería un siglo más tarde, se había de levantar con el tiempo el primer Carmelo ecuatoriano; y los colegios y templos de los misioneros que Francisco de Borja enviara serían, andando los años, semilleros de cultura y fe- sino que perdurarían también la sangre misma de los Borja y de los Cepeda, generosa mente repartida (57).

Conforme se aproxima 1558 el Emperador se siente morir. Ya no le alegra ni siquiera el triunfo de San Quintín sobre las armas francesas, logrado el 10 de agosto de 1557 por Felipe, su hijo, encargado de la regencia. Pero Carlos está tranquilo: ha educado esmeradamente a su heredero, preparándole para gobernar un imperio casi ilímite (sin límite): él es su obra más preciada. Y la lucha contra el cisma protestante está fortalecida. Y los turcos han sido contenidos. Lo que no sabe el Emperador es que en Lepanto los otomanos serán derrotados por don Juan de Austria, este mismo niñito menudo y tímido a quien llaman Jeromín, y que un día le traen a Yuste, para que él le reconozca por su hijo.

El 21 de setiembre, cuatro siglos ha, Carlos V entrega a Dios el ánima. Su encuentro con la muerte tuvo lugar con la misma majestad y sencillez -atributos que cultivó a la par- con que se viera en su hora, con cada uno de esos lejanos conquistadores de las Indias que, para entonces, eran, también como él, cadáveres. El pardo sayal de los Jerónimos le estiliza el cuerpo, macilento ya y sin vida, tendido en el féretro. El humilde capuchón le cubre la cabeza, antes tocada de áureo casco o suave birrete. Se destacan, como siempre, la nariz, perfilada ahora por la muerte; la mandíbula saliente, desdibujada por la maraña de su barba imperial; los ojos, enmarcados por cenicientas sombras. La frente es amplia: las arrugas han desaparecido. Hay paz e imperio en el frígido semblante.

Cuando Felipe II construyó el Escorial trasladó a él amorosamente los restos del Emperador. “Carlos V, el más esclarecido de los Césares, deseó este lugar de supremo reposo para sí”, reza la lápida que conduce al Panteón de los Reyes.

No haré yo el elogio de este excelso monarca. Voces más autorizadas que la mía señalarán la luminosa huella de su paso por el mundo. Heredero de Carlomagno, soberano católico y ecuménico, bien hace el universo en recordarle. Y Quito, a la que él amó particularmente, a la que dio nombre de ciudad, pendón y escudo de armas, obispado y título de lealtad y nobleza, monasterios y dones, bien hace en consagrar -con ocasión del IV centenario de su fallecimiento- una semana entera a su memoria.

iCon qué emoción, señores, el Primer Cardenal quiteño rezará en la Catedral Metropolitana, el próximo domingo 21 de setiembre, por el alma de este Emperador que obtuvo la nominación del primer Obispo de Quito!

“Se ha discutido mucho -dice Pemán, estudiando el significado del imperio del César Carlos si le hubiera sido mejor a España seguir nada más que el camino americano, que le señaló Isabel, o el camino europeo que le señaló Fernando. Pero España no se paré, entonces, a pensar esto. Aceptó las dos herencias, los dos caminos. Abrió, hacia un lado y otro, sus brazos, como quien se crucifica, para salvar a la humanidad. Se abrió como una flor -concluye el poeta gaditano- y el mundo se llenó de su aroma” (58).

¡Y es cierto! Porque mientras en El Escorial rezan por su alma los corazones españoles, en San Francisco de Quito se oyen nuestras plegarias de americanos. Y unas y otras se alzan en el mismo alado idioma castellano que conquistó el corazón de Carlos V, tan español, ya para siempre, como quiteño es, hasta ahora, el fecundo trigo que nos legara aquel humilde frayle franciscano, paisano y amigo del Emperador.

Quito, setiembre 15 de 1958.

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NOTAS:

*Esta conferencia fue leída por su autor, el lunes 15 de setiembre de 1958, al inaugurar la “Semana de Carlos V”, con ocasión del IV Centenario del Fallecimiento del Emperador. Como colaboración al III Congreso de Cooperación Intelectual fue pronunciada en la Universidad de Sevilla el 9 de octubre de 1958 y también al inaugurarse el IX Seminario de Estudios Americanistas en la Universidad de Madrid, el 25 del mismo mes y año.

**Jorge Salvador Lara, escritor, historiador, catedrático, diplomático y jurisconsulto nacido en la ciudad de Quito. El Dr. Jorge Salvador Lara sirvió al Ecuador desempeñando diferentes cargos públicos y privados. Ha sido catedrático universitario, fue Cónsul del Ecuador en Lima, Diputado al Congreso Nacional por la provincia de Pichincha, y Canciller de la República en dos ocasiones: La primera durante el gobierno del señor Clemente Yerovi, y más tarde durante la dictadura del Consejo Supremo de Gobierno que presidió el Calm. Alfredo Poveda Burbano. Por su contribución a las letras y la historia ha sido llamado al seno de los más importantes organismos nacionales y extranjeros como la Casa de la Cultura Ecuatoriana, el Ateneo Ecuatoriano, la Academia Ecuatoriana de la Lengua, la Sociedad Bolivariana del Ecuador, el Instituto Ecuatoriano de Cultura Hispánica, la Academia Nacional de Historia, de la cual fue elegido Presidente; el Instituto de Cultura Hispánica de Madrid, el Instituto Hispano-Ruso-Americano de Derecho Internacional, la Sociedad Paraguaya de Investigaciones Históricas, la Sociedad de Investigaciones Históricas de Guayaquil, la Asociación Argentina de Derecho Internacional y muchas más. Es además Cronista de la Ciudad de Quito. Militó en su juventud en ARNE- Acción Revolucionaria Nacionalista Ecuatoriana, involucionando posteriormente y afiliándose al partido conservador.

(1) William Thomas Walsh. “Isabel la Cruzada”.

(2) Así se le representa en la talla en Madera del Museo Grunthause, de Brujas. “Los Retratos de los Reyes de España” de F. J. Sánchez Cantón.
(3) Carlos Pereyra.- “Hernán Cortés”. M. Aguilar, Editor, Madrid, 1931, Pág. 340.
(4) Jorge Salvador Lara- “Semblanza Apasionada de Isabel la Católica”. Quito, 1957. Pág. 57.
(5) Véase la Carta de Pedrarias al Emperador en “Mas Relaciones Primitivas de la Conquista del Perú” por Raúl Porras Barrenechea. Imprimeries Les Presses Modernes, Paris, 1937. Págs. 59 a 62.
(6) La ficha bibliográfica de esta Relación en “Hans Horkhaimer: “El Perú Prehispánico’_ Edit. Cultura Antártica, S. A.- Lima 1950. Pág. 52.
(7) La “Relación Sámano-Xerez” en Raúl Porras Barrenechea, obra cit. Págs. 63-68.
(8) Sobre la navegación entre los aborígenes de la actual Provincia de Manabí ver: Wilfrido Loor: “Manabí: Prehistoria y Conquista”- Edit. La Salle. Quito. 1956.
(9) Así se le representa en el Anónimo flamenco del Museo del Louvre- Sánchez Cantón, Ob. cit.
(10) Las capitulaciones en: Raúl Porras Barrenechea: “Cedulario del Perú”.
(11) Carlos Pereyra: “Pizarro y el Tesoro de Atahualpa”.- Edit. América- Madrid. Pág. 81. (El libro no lleva fecha de edición).
(12) Mons. Federico González Suárez: “Historia General del Ecuador”.- Imprenta del Clero. Quito, 1891. Vol. 11. Pág. 93.
(13) Para una discusión sobre el encuentro Atahualpa-Valverde y la responsabilidad de éste ver: “El Padre Valverde- Ensayo Biográfico y Crítico” por el P. Alberto María Torres, O.P., Guayaquil, 1912.
(14) Benjamín Carrión, “Atahualpa”. CCE.
(15) El acta puede hallarse en: Jacinto Jijón y Caamaño, “Sebastián de Benalcázarl1, Vol. 1. Documento N 1.
(16) Pereyra: “Pizarro y el…” Pág. 193.
(17) La lista completa de lo que se llevó al Emperador puede verse: Raúl Porras Barrenechea: “Las Relaciones Primitivas…” Págs. 76-77.
(18) Pereyra, ”Pizarro y el…” Pág. 209
(19) Manuel Fernández Álvarez- “Carlos V” Madrid. 1957.
(20) Raúl Porras Barrenechea- “Las Relaciones Primitivas de la Conquista del Perú”- París. 1937.
(21) Sobre el nombre de Calicuchima, Caracuchima o Shiricuchima ver: Porras, Ob. cit. Pág. 92.
(22) La Provisión a Alvarado en Jijón, Ob. cit. Vol. 1. Pág. 51-52.
(23) La Carta de Benalcázar también en Jalón, Ob. cit. Doc: Nº 2, Págs. 9-11.
(24) Id. Id., Documentos Nos. 9 y 10.
(25) Para la Expedición de Alvarado ver: Miguel Aspiazu: “Las Fundaciones de Guayaquil”.
(26) El acta de esta fundación, en Id. Id.
(27) Estos, documentos, en Jijón, Ob. cit.
(28) Id., Id.
(29) Carta de 15-X-1534. Doc. Nº 16. En id.
(30) Jijón, Doc. Nº 7.
(31) El texto de la Cédula permisora también en Jijón.
(32) José Gabriel Navarro: “Artes Plásticas Ecuatorianas”, México F.C.E. 1945. Pág.
(33) González Suárez, Ob. cit. Vol. II. Pág. 249.
(34) Benjamín Carrión ha desarrollado la tesis de la Libertad y la Cultura como signos de nuestra vocación, pero ha olvidado la Fe. No se comprendería la historia ecuatoriana si se prescindiera de uno de estos tres sustanciales factores.
(35) Carta de Benalcázar en Jijón, Ob. cit. Pág. 187.
(36) Biografía de Benalcázar- Madrid. 1945. Pág. 119.
(37) Leopoldo Benítez Vinueza: “Argonautas de la Selva”. F.C. E. México, 1945. Pág. 177.
(38) “Museo Histórico”- Organo del Archivo del M. 1. Ayuntamiento de Quito- Nº 3, Pág. S.
(39) Id., Id.
(40) Boletín de la Asociación Ecuatoriana de Estudios Históricos. Nº11.
(41) Ver los primeros Libros de Cabildos. Todos los Escudos de Quito posteriores a 1922 siguen la pauta trazada por ese dibujo.
(42) Libro 11 de Cabildos de la Ciudad de Quito.
(43) Id., Id.
(44) Fernández Álvarez, Ob. cit.
(45) “La familia de Sta. Teresa en América”, por Mons. Póllt
(46) Navarro, Ob. cit.
(47) Id., id. Pág. 124.
(48) Tercer libro de Cabildos de la Ciudad de Quito.
(49) Sería Interesante una recopilación de todos estos documentos suscritos por el Emperador o a su nombre.
(50) González Suárez, Vol. 11, Pág. 427
(51) “0ficios y Cartas al Cabildo de Quito por el Rey de España. Quito, 1934.
(52) “Cédulas Reales dirigidas a la Audiencia de Quito”- Quito 1935.
(53) Id., Id.
(54) “Museo Histórico” Nº 3.
(55) Sánchez Cantón, Ob. cit. Pág. 110.
(56) P. Ricardo García Villoslada: “Manual de Historia de la Compañía de Jesús”. Madrid, 1941.
(57) Sobre este asunto: Mons. Pólit Lasso: “La familia de Santa Teresa en América” y Cristóbal de Gangotena: “La Casa de Borjal”.
(58) Pemán: “Breve Historia de España”.

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24-06-19 - Carlos V: la tragedia de dominar el mundo

El 28 de junio de 1519, hace ahora 500 años, Carlos I de España era elegido emperador, lo que le dotaba del mayor poder asumido por un solo hombre en varios siglos

agustin.monzon@elindependiente.com @amonzon7

Cuando recibió aquella carta, apenas pudo contener su ira. La propuesta de su tía, Margarita de Austria, tenía su lógica. Había pasado más de un mes desde la muerte de Maximiliano y la elección de su sucesor a la cabeza del Sacro Imperio Romano Germánico se mostraba más incierta que nunca.

El emperador había dedicado grandes esfuerzos durante los años previos a su muerte para amarrar su sucesión en la figura de su nieto mayor, Carlos, y conservar así el dominio del imperio en las manos de la dinastía de los Habsburgo, como había ocurrido durante las ocho décadas anteriores.

Pero llegado el momento de la elección, muchos de los príncipes electores dudaron: Carlos era joven e inexperto, y un desconocido en aquellas tierras alemanas, y, sobre todo, atesoraba ya una larga serie de importantes dominios (en los Países Bajos, en España, en Italia…) que, complementados con el título imperial, podían elevar su poder a una dimensión sin parangón desde hacía siglos.

Por eso, y para evitar que el título imperial recayera en la figura del rey francés, Francisco I, Margarita proponía a Carlos que renunciara a su candidatura y diera paso a la de su hermano menor, Fernando.

La Casa de Austria destinó ingentes sumas de dinero a asegurar la elección como emperador de Carlos V

La réplica del ya portador de las coronas españolas fue de una contundencia poco usual en un joven de apenas 19 años: él era el nieto mayor de Maximiliano y el elegido por éste para sucederle; él era el único que podía asegurar la defensa de los intereses de los Habsburgo; él era, en fin, el designado para asumir aquel poder y era necesario hacer todos los esfuerzos precisos para que así ocurriera. “Haz lo que aquí te digo, porque ninguna otra cosa me satisfará”, espetó a su tía.

Ya nadie se atrevió desde entonces a poner en cuestión sus derechos y la diplomacia de la Casa de Austria se sumió en una denodada lucha para hacer imperar los méritos de su candidato frente a los de su opositor. Fueron meses de intensa propaganda (los austriacos advertían de que Francisco era totalmente ajeno al mundo germánico; los franceses insinuaban el riesgo de que Carlos padeciera la misma enfermedad que su madre, Juana La Loca; de promesas y, sobre todo, de sobornos a los príncipes electores.

La lucha por la corona imperial se convirtió en una especie de subasta, en la que el respaldo de los principales banqueros de la época -y especialmente de la casa Fugger- acabaría inclinando la balanza a favor del rey español. El 28 de junio de 1519, los siete electores votaron de forma unánime el nombramiento de Carlos V como nuevo emperador.

El júbilo se apoderó de la Corte cuando la noticia llegó a Barcelona, donde se encontraba Carlos, en la madrugada del 6 de julio. Aquel nombramiento le revestía de un poder casi universal. “Era el nuevo Carlomagno y podía pensar en la Monarquía universal, en aquel sueño de una Cristiandad unida bajo un solo pastor”, explica el profesor Manuel Fernández Álvarez en su libro Carlos V, el césar y el hombre (Espasa, 2000).

En apenas unos años, una serie de combinaciones dinásticas, apuntaladas por una dosis necesaria de diplomacia y ambición, habían hecho de ese joven nacido en Gante el 24 de febrero de 1500 el hombre más poderoso del mundo occidental. “Carlos había logrado un éxito espectacular en el juego de tronos, convirtiéndose en rey de Castilla, Aragón, Nápoles y Sicilia, y ahora en rey de romanos; todo ello sin derramamiento de sangre“, observa Geoffrey Parker en la obra Carlos V. Una nueva vida del emperador (Planeta, 2019).

Esta impresionante herencia, a la que pronto añadiría importantes conquistas al norte de Italia, le situaba como máxima autoridad para unos 28 millones de ciudadanos europeos, casi la mitad de la población continental. Carlos estaba exultante, convencido de que la voluntad divina le había puesto a la cabeza de la Cristiandad para conjurar los altos peligros que asomaban en el horizonte y entre los que descollaban el avance del Imperio otomano desde el este de Europa y a través del Mediterráneo y la incipiente división religiosa de los cristianos, ante la reforma acaudillada por el religioso Martín Lutero.

“Nos esperamos en la divina clemencia que esto será para mucho bien de la Cristiandad”, escribió el flamante emperador tras recibir la noticia de su elección. Pero pronto comprendería que hacer entender a sus súbditos la conveniencia de aquella empresa mesiánica que recaía sobre sus hombros no iba a ser tarea sencilla. Ya entonces, las Cortes de Barcelona, a las que reclamó una ayuda para poder emprender el viaje hacia Alemania para ser coronado, dilataron durante meses la concesión de cualquier pago, evidenciando su desinterés en sufragar los propósitos imperiales de su rey.

El último deseo del dueño del mundo

Fue uno de los “grandes personajes de la Historia, al menos de la historia de occidente, junto con Alejandro Magno, Julio César, Augusto, Gengis Kanen el mundo oriental, y Napoleón”.[...]

Y en los meses siguientes, los movimientos del rey francés, que amenazaba con invadir Nápoles y Sicilia, mostrarían con crudeza lo difícil que iba a ser lograr hacer reales sus sueños de pacificación de los reinos cristianos para poder luchar contra el enemigo común. Carlos V, a sus 20 años de edad, sería coronado emperador en Aquisgrán en octubre de 1520, pero ya antes pudo comprobar los enormes esfuerzos que implicaba gobernar sobre tan extensos territorios, tan dispares y dispersos.

“Como emperador tenía como misión proteger a la Cristiandad y, en especial, a la Iglesia Católica. Se tomó esta misión muy en serio y durante toda su vida intentó convencer al Papa, a Francisco y a los demás soberanos occidentales de la obligación sagrada de hacer retroceder conjuntamente a los turcos”, explica Wim Blockmans, autor de Carlos V. La utopía del imperio (Alianza Editorial, 2000).

Sus enemigos asumieron alianzas antinaturales con turcos o protestantes sólo para debilitarlo

Pero en el resto de cortes europeas era mayor la preocupación por el fortalecimiento del emperador que cualquier otra consideración, de modo que llegaron a firmar alianzas antinaturales: la Francia de Francisco I no dudó en entenderse con los turcos de Solimán el Magnífico para debilitar a Carlos V, mientras que los papas de Roma mostraron escaso interés por refrenar el avance de la reforma luterana en Alemania, que, entendían, suponía una rémora al poder del emperador.

Así, el que había asumido la corona imperial con la expectativa de llevar la paz al mundo cristiano se encontró inmerso en continuas guerras, de modo que de un total de 41 años de gobierno, pasaría unos 23 sumido en conflictos bélicos, 16 de ellos contra Francia. Sus campañas abarcaron un impresionante espacio geográfico que comprendió desde Viena a Argel, de Muhlberg a Metz, de Pavía a Preveza, de Florencia a Niza, y en muchas de ellas el propio Carlos se situaría al frente de sus tropas, con grave riesgo para su maltrecha salud y su propia vida.

“Parece que para Carlos la decisión de dirigir personalmente sus operaciones bélicas se debe a su asombrosa conciencia del deber, su afán de emprender expediciones y su sentimiento del honor”, explica Blockmans. Un sentido del honor que también se plasmaría en sus relaciones con sus enemigos, como cuando respetó el salvoconducto concedido a Lutero en 1521, pese a haber sido condenado por la Dieta de Worns, o cuando trató con las máximas atenciones y acabó liberando a Francisco I, después de que éste cayera prisionero suyo en la batalla de Pavía.

CESPADA ROPERA DEL EMPERADOR CARLOS V. Ropera del taller del famoso armero milanés Francesco Negroli, perteneció al emperador Carlos V, cuyas tropas sitiaron Florencia en 1529-1530. Tiene dos inscripciones en el ricasso de la hoja, en el anverso: MANDATO; en el reverso: DARO. Esta datada su fabricación en el año 1540. Elaborada para una finalidad de punta y corte. Su hoja tiene una longitud de 93 cm. Su guardia ha sido cincelada, dorada y damasquinada en oro y plata.
CESPADA ROPERA DEL EMPERADOR CARLOS V
Ropera del taller del famoso armero milanés Francesco Negroli, perteneció al emperador Carlos V, cuyas tropas sitiaron Florencia en 1529-1530. Tiene dos inscripciones en el ricasso de la hoja, en el anverso: MANDATO; en el reverso: DARO. Esta datada su fabricación en el año 1540. Elaborada para una finalidad de punta y corte. Su hoja tiene una longitud de 93 cm. Su guardia ha sido cincelada, dorada y damasquinada en oro y plata.

Esfuerzo bélico y económico

El impresionante despligue bélico al que se vio obligado el monarca no podía menos que agravar la ya de por sí complicada tarea de gobernar sobre tan vastos dominios. La dignidad imperial le había revestido de un prestigio sin igual, pero le confería unas responsabilidades para las que no le dotaba de poder efectivo y que acabarían convirtiéndose en el mayor de los problemas de Carlos V.

Y es que asumir los continuos esfuerzos bélicos a los que le empujaba su condición de emperador requería unas ingentes cantidades de dinero que era necesario que sufragaran sus distintos reinos. Para ello, se recurrió a una intensa presión fiscal que se iría incrementando de forma exponencial, muy por encima de cuanto permitía el crecimiento económico que experimentó Europa durante la primera mitad del siglo XVI.

Esta situación daría lugar a protestas y a la consiguiente represión de las mismas, pero las continuas reticencias de sus súbditos a la hora de incrementar sus aportaciones para guerras que no sentían como propias obligaba también a recurrir al crédito privado, lo que acabaría provocando un desmesurado endeudamiento del erario público, especialmente en el caso de Castilla.

Aunque sometió al pueblo a crecientes impuestos, también precisó de masivos créditos privados

Si Carlos V pudo hacer frente con relativo éxito a aquel difícil escenario monetario fue por la conjunción de dos importantes factores. Por un lado, el hecho de que los principales centros financieros del mundo (Amberes, Augsburgo, Sevilla, Génova o Florencia) cayeran bajo su área de influencia. Pudo así tener acceso a recursos financieros muy superiores a los de sus rivales.

A esto se unían las crecientes aportaciones de oro y plata que empezaron a arribar a España desde los nuevos territorios conquistados en América, y que serían empleados en gran medida en la financiación de las empresas bélicas.

El día que la Monarquía pudo perder la cabeza en Barcelona

El año 1492 ocupa un lugar privilegiado en todas las crónicas sobre la historia de España. La conclusión de la Reconquista, con la toma de Granada; el decreto de expulsión[...]

Y aun así serían frecuentes los momentos de penurias económicas, en los que el hambre y las deserciones harían estragos entre la fuerzas imperiales, como durante el sitio de Florencia entre 1529 y 1530. En aquellas situaciones, Carlos V acostumbraba a tomar parte directa en las gestiones para resolver el problema, lo que suponía un exceso de carga difícilmente asumible para un hombre con tantas responsabilidades.

“La organización del Imperio no parecía estar especializada suficientemente como para cumplir los elevados requisitos que fijaban las abundantes operaciones bélicas. Por eso todas las preocupaciones, grandes y pequeñas, iban a parar al emperador”, comenta Blockmans.

Todo esto no impediría que Carlos alcanzara el medio siglo de edad con la satisfacción de haber conservado con éxito -e incluso incrementado- todas las posesiones que había recibido unas tres décadas antes, a pesar de las continuas amenazas a las que había tenido que hacer frente.

Para entonces, no obstante, eran ya muchas las muestras de fatiga de un hombre que se había visto portando más coronas de las que su cabeza podía soportar, y que poco a poco se había ido viendo obligado a delegar esferas de su poder, para facilitar una gestión más efectiva de sus dominios.

El 25 de octubre de 1555, en Bruselas, renunciaba a su gobierno, visiblemente agotado

Cuando su madre, Juana la Loca, con la que compartía -al menos, nominalmente- el poder en sus dominios castellanos, falleció en 1555 creyó llegado el momento de abandonar el poder, en un gesto tan poco común entonces como lo es hoy.

En una ceremonia celebrada el 25 de octubre de aquel año en el Palacio de Coudenberg, en Bruselas, Carlos V compareció ante los Estados Generales de los Países Bajos para hacer efectiva su abdicación en su hijo Felipe -Felipe II de España-, para el que pedía la misma lealtad que habían mantenido con él. El monarca se presentó ante sus súbditos como un hombre destrozado físicamente, a sus 55 años de edad. “Sé que para gobernar y administrar estos Estados y los demás que Dios me dio ya no tengo fuerzas, y que las pocas que han quedado se han de acabar presto”, exclamó antes de solicitar, con los ojos llorosos, perdón por sus errores.

En ese momento, Carlos ya sabía que la unidad imperial por la que tanto se había esforzado llegaba a su fin, después de que su hermano Fernando hiciera valer sus largos años como regente de las tierras germánicas para lograr que prevalecieran los derechos a la corona del imperio de su hijo Maximiliano sobre los de Felipe II.

Aun así, Carlos legaba a su heredero un inmenso imperio global. Pero también una larga serie de problemas sin resolver, pese a haber empeñado su vida en ello. “Su lucha por la unidad de confesión parecía perdida precisamente en el imperio alemán sacro-romano, mientras que las guerras con Francia, Turquía e Italia parecían no poder resolverse de momento. Sus súbditos habían pagado grandes cantidades de impuestos y, sin embargo, dejaría tras de sí una amplia bancarrota. Parecía demasiado para un hombre solo, aunque no lo quisiera reconocer”, señala Blockmans.

Aquel hombre que había acumulado un poder sin igual durante siglos decidía abandonarlo antes de tiempo, afectado, como su madre, por rachas de profunda depresión y se encaminaba hacia un modesto monasterio apartado, ubicado cerca de la recóndita aldea extremeña de Cuacos de Yuste. Silencio y reposo eran ya los únicos deseos de un hombre que había padecido la tragedia de dominar el mundo.

Carlos V y el sexo: 4 hijos ilegítimos y 2 ducados por noche

Fue el gran monarca. El primer hombre sobre el que recayó el peso de todas las coronas de Castilla, de Navarra y Aragón. El emperador sacrosanto del Imperio germánico. Duro,[...]

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18-10-221 - Ni alemán ni español: la verdadera nacionalidad del Emperador que se jubiló en Cuacos de Yuste

A partir de 1522, Carlos cambió su actitud a su regreso a España, empezó a gobernar directamente desde Castilla y, aunque nunca dejó de viajar por toda Europa manteniendo la ficción de que tenía su corte en las partes del imperio, se casó y estableció su hogar aquí

César Cervera

El Emperador Carlos V con el bastón, por Juan Pantoja de la Cruz
El Emperador Carlos V con el bastón, por Juan Pantoja de la Cruz

La entrega del Premio Europeo Carlos V a la ex canciller de Alemania Ángela Merkel, quince años después del galardón entregado a Helmut Kohl también en Cuacos de Yuste, sirve para reivindicar los viejos vínculos que el Emperador del Sacro Imperio Germánico, España y la pequeña localidad extremeña comparten desde hace cinco siglos. Carlos V gobernó en ambos países, aunque prefería el castellano al alemán y el francés a todos los demás. Su identidad, como la Unión Europea actual, es una mezcolanza entre varias culturas y tradiciones.

La familia Habsburgo, que reinó en España durante casi dos siglos, tiene su origen más remoto en el antiguo ducado de Suabia, una región germanófona de lo que hoy es Suiza.

Desde allí extendieron su influencia a Austria, epicentro de su poder real, y lograron hacerse con la dignidad imperial, que era un cargo más nominal que efectivo. En este ascenso hacia el cetro europeo, a finales del siglo XV los Habsburgo enlazaron con otra poderosa familia, la Casa de Borgoña, a través del matrimonio del futuro Maximiliano I con María de Borgoña, hija del mítico monarca Carlos «El Temerario».

Aprendiendo español y alemán

Carlos de Gante, nacido y educado en lo que hoy es Bélgica, era heredero de estas dos tradiciones enfrentadas. Como le ocurriría a Felipe II cuando viajó a los Países Bajos a principios de su reinado sin saber apenas francés, Carlos fue recibido con bastante recelo entre la nobleza española al ser proclamado Rey de Castilla y luego de Aragón, a causa de su incapacidad para expresarse en su idioma más allá del saludo protocolario. Se repitió el problema en Alemania cuando disputó y obtuvo la elección como Emperador del Sacro Imperio Germánico. Carlos no había pisado nunca este territorio y entendía muy poco el alemán. Es más, fue un idioma que no pudo dominar del todo, como demuestra el hecho de que en sus intervenciones frente a dirigentes alemanes prefiriera hablar en francés. Parecido fue el caso del holandés, que nunca logró dominar.

Retrato del entonces príncipe Carlos, el futuro emperador, con su familia paterna.
Retrato del entonces príncipe Carlos, el futuro emperador, con su familia paterna.

La falta de conexión con la nobleza española derivó en la Guerra de las Comunidades, protagonizados por la nobleza mediana, que terminó por despertar al Rey del sueño de Odín en el que le tenía sumido sus consejeros flamencos. Su poder no procedía de las regiones alemanas, ni tampoco de los Países Bajos o de Italia, sino del oro castellano que llegaba desde América en grandes remesas y en lo fiable de la infantería española. Así lo aprendió a base de golpes.

A partir de 1522, Carlos cambió su actitud a su regreso a España, empezando a gobernar directamente desde Castilla y, aunque nunca dejó de viajar por toda Europa, manteniendo la ficción de que tenía su corte en las partes del imperio, se casó con una portuguesa y estableció su hogar familiar en la Península. La inclusión de castellanos entre sus hombres de confianza sucedió de forma natural y, en lo referido al idioma, Su Cesárea Majestad aceleró el aprendizaje del español, pese a lo cual muchos contemporáneos destacaron el marcado acento que le acompañó hasta sus últimos días de vida. Su esposa, Isabel de Portugal, tuvo buena parte de culpa de la españolización de Carlos; lo mismo que su amistad con Garcilaso de la Vega, soldado y poeta de lengua castellana.

Carlos cambió su actitud a su regreso a España, empezó a gobernar directamente desde Castilla

Un incidente con el Papa ilustra la importancia que adquirió el castellano para el monarca. Pierre de Bourdeille refiere que «estando Carlos en Roma habló delante del Papa, de los embajadores y de los cardenales bramando un tanto por arrogancia de su victoria en Túnez y La Goleta. Estaban presentes dos embajadores franceses y reconvinieron a su Cesárea Majestad por expresarse en español y no en otro idioma más inteligible. El Emperador dio la espalda a uno de esos embajadores, el del Rey galo, y se dirigió al otro, el embajador francés ante su santidad:

«Señor obispo, entiéndame si quiere; y no espere de mí otras palabras que de mi lengua española, la cual es tan noble que merece ser sabida y entendida de toda la gente cristiana. Aprender castellano se convirtió en una asignatura troncal en muchas cortes europeas. Y los hispanismos florecieron en francés como en nuestros días lo hacen los anglicismos»

¿Por qué se retiró a un pueblo de Extremadura?

A los 55 años, el Emperador, desdentado y con la apariencia de un hombre de setenta años, decidió abdicar y retirarse a Cuacos de Yuste (Extremadura) en busca de su particular refugio del guerrero y de un clima propicio para la gota. Corría el año 1555. El hombre más poderoso de Europa decidió dejar las cosas del imperio en manos de su hermano Fernando, archiduque de Austria, y «la Corona de las Españas» a su hijo Felipe.

Retrato de Carlos V sentado, por Tiziano
Retrato de Carlos V sentado, por Tiziano

El 28 de septiembre de 1555, el emperador desembarcó en tierras españolas y, tras franquear la Sierra de Gredos por Garganta de la Olla, entre Tornavacas y Jarandilla, llegó a Jarandilla, donde recibió, entre otras muchas personalidades, a su amigo Francisco de Borja, III General de la Compañía de Jesús. Durante todo el trayecto, Carlos V fue transportado en una improvisada silla fabricada con un arcón.

La elección de Cuacos de Yuste respondía a la benevolencia de su clima, a la probable sugerencia de uno de sus compañeros de armas, el palentino Luis de Ávila Zúñiga, y a la ubicación de un Monasterio de la Orden de San Jerónimo. Su Majestad cesárea buscaba oír misas y mimetizarse con la tranquilidad del monasterio. La comunidad Jerónima estaba integrada por solo 38 monjes. Lejos de la imagen de austeridad que quería transmitir de puertas para fuera, el monarca se hizo acompañar de tapices flamencos y placeres nada baratos en su retiro extremeño.

En septiembre de 1558, Carlos V falleció de fiebre palúdica, causada por la picadura de un mosquito proveniente de uno de los estanques construidos por el experto en relojes e ingeniero hidrográfico Torriani que se había traslado a Yuste por encargo del monarca.

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