Cristóbal de Olea:
Natural de la Tierra de Medina del Campo. Su fama de valiente,
esforzado y diligente le hizo acreedor de las simpatías
de sus compañeros de armas en la conquista de México.
Murió por salvar a Cortés. De él nos
proporciona Bernal este gran relato []:
"Paseamos
a un muy esforzado que se decía Cristóbal de
Olea natural de la Tierra de Medina del Campo; sería
de edad de veinte y seis años cuando acá pasó;
era de buen cuerpo y membrudo, ni muy alto no bajo; tenía
buen pecho e espalda, el rostro algo robusto, mas era apacible,
e la barba e cabello tiraba algo como crespo, e a la voz clara;
este soldado fue en todo lo que le venían hacer tan
esforzado e presto en las armas, que le teníamos muy
buena voluntad e le honrábamos, y él fue el
que escapó de muerte a don Fernando Cortés en
lo de Suchimilco cuando los escuadrones mexicanos le habían
derribado del caballo "el Romo", e le tenían
asido y engarrafado para lo llevar a sacrificar; e asimismo
le libró otra vez cuando en lo de la calzadilla de
México lo tenían otra vez asido muchos mexicanos
para lo llevar vivo a sacrificar, e le habían ya herido
en una pierna al mismo Cortés, y le llevaron vivos
setenta y dos soldados. Este esforzado soldado hizo cosas
por su persona, que, aunque estaba muy mal herido, mató
a cuchillo e dio estocadas a todos los indios que le llevaban
a Cortés, que les hizo que lo dejasen; e así
le salvó la vida, y el Cristóbal de Olea quedó
muerto allí por lo salvar."
En
dos ocasiones, según indica con precisión su
paisano Bernal del Castillo, salvó la vida de Hernán
Cortés. El primer suceso tuvo lugar cuando atacaba
la ciudad de Xochimilco Cortés [].
"rompió
con alguna dificultad la trinchera que defendían, y
reincidió en la culpa de olvidar su persona en sacando
la espada, porque se arrojó entre la muchedumbre con
más ardimiento que advertencia, y se halló solo
con el enemigo en todas partes, cuando quiso volver al socorro
de los suyos. Mantuvosé peleando valerosamente hasta
que se le rindió su caballo; y dejándose caer
en tierra le puso en evidente peligro de perderse, porque
se abalanzaron hacia él los que se hallaron más
cerca y antes de que se pudiera desembarazar para servirse
de sus armas, le tuvieron poco menos que rendido, siendo entonces
su mayor defensa lo que interesaban aquellos mexicanos en
llevarle vivo a su príncipe. Hallándose a la
sazón poco distante un soldado conocido por su valor
que se llamaban Cristóbal de Olea, natural de Medina
del Campo, y haciendo reparo en el conflicto de su general
convocó algunos tlascaltecas de los que peleaban a
su lado y embistió por aquella parte con tanto denuedo
y tan bien asistido de los que le seguían, que dando
la muerte con sus manos a los que inmediatamente oprimían
a Cortés, tuvo la fortuna de restituirle a su libertad:
con que se volvió a seguir al alcance; y escapando
los enemigos a la parte del agua, quedaron por los españoles
todas las calles de la tierra. Salió Hernán
Cortés de este combate con dos heridas leves, y Cristóbal
de Olea con tres cuchilladas considerables, cuyas cicatrices
decoraron después la memoria de su hazaña. Dice
Antonio de Herrera que se debió al socorro de Cortés
a un tlascalteca, de quien ni antes se tenía conocimiento
ni después se tuvo noticia, y deja el suceso en reputación
de milagro; pero Bernal Díaz del Castillo que llegó
de los primeros al socorro, le atribuye a Cristóbal
de Olea...".
La segunda vez
en que Olea socorrió a Hernán Cortés
tuvo lugar durante l fracasado ataque concéntrico en
la conquista de la capital mexicana. Como cundirse el desorden
y el pánico entre las tropas, que huían, Hernán
Cortés quiso contenerlas. Pero los españoles
fueron envueltos en una estrecha calzada, capturados más
de sesenta soldados por los mexicanos y sacrificados de forma
inmediata. Cortés herido en una pierna, fue agarrado
por seis o siete capitanes aztecas. Fue salvado por Hernando
de Lerma y nuevamente por Cristóbal de Olea, que, luchando
bravamente, mató a cuatro de los jefes. La oportuna
llegada de Cristóbal de Olea resolvió el peligro,
pero el valiente medinense Olea perdió allí
la vida. Bernal Díaz recuerda con dolor a su paisano
y pariente lejano, que pereció gloriosamente en plena
juventud, pues tenía 26 años cuando se incorporó
a la conquista. Así describe Bernal el último
combate y muerte de Olea []:
"porque
en aquel instante luego llegó allí un muy esforzado
soldado, que se decía Cristóbal de Olea, natural
de Castilla la Vieja; ... y desque allí le vio asido
de tantos indios, peleó luego tan bravosamente, que
mató a estocadas cuatro de aquellos capitanes que tenían
engarrafado a Cortés, y también le ayudó
otro muy valiente soldado que se decía Lerma, y les
hicieron que dejasen a Cortés, y por le defender allí
perdió la vida el Olea..."
Quizá
sea Cristóbal de Olea uno de los conquistadores que
dejó un recuerdo más vivo en Bernal Díaz.
El hecho de ser un paisano debió dejar profundos recuerdos
en el cronista medinense []:
"e pasó
un muy esforzado soldado en que se decía Cristóbal
de Olea, natural de la tierra de Medina del Campo, y bien
se pudo decir que, después de Dios, por éste
salvó la vida Cortés la primera vez en lo de
Suchimilco, cuando se vio Cortes en gran aprieto, que lo derribaron
los indios mexicanos del caballo, que se decía "el
Romo", y este Olea llegó de los primeros a socorrerle,
e hizo tales cosas por su persona, que tuvo lugar Cortés
de cabalgar en el caballo, y luego le socorrieron tlascaltecas
y otros soldados que en aquel tiempo llegamos, y el Olea quedó
mal herido; y la postrera vez que le socorrió este
Olea, cuando en México en la calzadilla le desbarataron
los mexicanos y le mataron sesenta y dos soldados, y a Cortés
le tenía ya engarrafado un escuadrón de mexicanos
para le llevar a sacrificar, y le habían dado en una
pierna, y el buen Olea con su ánimo tan esforzado peleó
tan bravosamente que se le quitó, y allí perdió
la vida este esforzado varón que ahora que lo estoy
escribiendo se me enternece el corazón, y me parece
que ahora le veo y se me representa su presencia y grande
ánimo como muchas veces nos ayudaba a pelear; y d aquella
derrota escribió Cortés a su majestad que no
fueron sino veinte y ocho los que murieron, y como he dicho,
fueron sesenta y dos."