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Medina del Campo.
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EL CABALLERO DE OLMEDO

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EL CABALLERO DE OLMEDO

Que de noche lo mataron
al caballero;
la gala de Medina,
la flor de Olmedo.

La trágica historia del caballero de Olmedo hay que ubicarla entre finales del S.XV y principios del XVI. Lope de Vega tomó la leyenda como argumento de su obra teatral, aunque varió bastante el argumento, para adaptarlo a las reglas de la dramaturgia del Siglo de Oro.

Dicen los investigadores que el hecho real acaeció en 1521, que el caballero en cuestión se llamaba Juan Vivero y que no fue más que una disputa entre Juan y un amigo suyo llamado Miguel, sin amores, ni espadas, sólo mucho vino de taberna.

Pero acerquémonos a la leyenda…

Se afirma que en Olmedo vivía el caballero más apuesto y galante que jamás se viera. Acompañaba su gallarda figuraron las más ricas galas y todos reconocían el valor y la cortesía entre sus distinguidos talentos. Se llamaba este joven don Alonso de Vivero y, aunque había muchas damas (algunas de postín) que andaban enamoriscadas de él, lo cierto es que el corazón de don Alonso estaba rendido a los pies de una humilde campesina.

Don Alonso amaba en secreto a esta muchacha, hermosa en extremo, gentil y risueña. Veíanse en secreto en parajes ocultos, cerca de Medina, y con los días el cariño se hacía más fuerte y el querer más sincero. Sin embargo, don Alonso albergaba algunos temores, ya que no era conveniente para su casa una boda con una campesina, por más que Inés (que así se llamaba la moza) pudiera competir en trazas y maneras con una marquesa.

Así las cosas, llegaron las fiestas de Medina, donde, además de otros festejos, se corrían cañas. Este antiguo divertimento consistía en torear a caballo, mostrando destreza y habilidad en todos los lances.

Acudió don Alonso con su caballo a la plaza y lució de tal modo en el arte de torear a caballo, que los paisanos no dudaron en otorgarle el primer premio. Todos estaban encantados con el caballero de Oleado y los vivas resonaban con gran algarabía. Las piruetas, los quiebros, los engaños, la apostura del jinete, todo, en fin, era del placer de los espectadores.

Cabalgando con buen aire, llegó don Alonso al palco donde debería recoger el fruto de su éxito y, cuál no sería su sorpresa cuando, entre las damas principales, vio a su Inés, a quien todos llamaban la Dama de Alba. Lanzó ésta el pañuelo y lo recogió don Alonso turbado y enamorado. Para asegurarle su cariño, Inés lo despidió con un beso que todos los paisanos vitorearon y aplaudieron.

No pudo acabar mejor la fiesta para don Alonso. Su Inés era, en realidad, una gran dama y podría casarse con ella sin ningún impedimento. Contento y alegre, se volvió a Olmedo, pensando en su amante y en la felicidad futura.

De aquel modo tan extraño había querido Inés demostrarle públicamente su amor, deshaciendo misterios y certificando que muy pronto sería su esposa.

Cuando volvió a Oleado, contó a todos el éxito obtenido en Medina y, aquella misma noche, comenzaron las fiestas y convites, pues los familiares y amigos estaban encantados con la buenísima noticia: ¡Al fin se casaba don Alonso! ¡y la novia era nada menos que doña Inés, la Dama de Alba!

Entrada la noche, don Alonso se retiró a sus aposentos y quiso dormir, pero su imaginación estaba turbada: las grandes emociones del día y, sobre todo, la imagen de su Inés lanzándole un apasionado beso, lo mantenían desvelado. ¿Qué puede hacer un enamorado en este trance? No lo dudó: tenía derecho a visitar el balcón de su amada; tomaría un caballo y en muy breve tiempo se hallaría entonando amorosas canciones a la luz de la luna. No había, según su parecer, mejor modo de pasar la noche.

De modo que, a escondidas y sin ser visto, tomó su mejor alazán y se encaminó a Medina. La noche era oscura como boca de lobo, pero nada atemorizaba a nuestro soñador amante. Ya quedaban atrás las últimas casas de Olmedo cuando don Alonso se detuvo: una delicadísima voz femenina se oía y el viento helado parecía traer sus notas desde las cavernas de la muerte. La canción le estremeció:

Que de noche lo mataron,
al caballero;
la gala de Medina,
la flor de Olmedo…

Pero don Alonso no quiso dejarse embaucar por supersticiones y cuentos de brujas: estaba decidido a ir a Medina y por nada del mundo dejaría de ver aquella noche a su amada.

Llegó más adelante y se topó con un caballero embozado. ¿Quién eres? preguntó. El jinete apartó su capa y don Alonso pudo ver a un hombre en todo semejante a él, pero llevaba una herida mortal en el pecho y sus ropas estaban teñidas de sangre.

-Soy don Alonso de Vivero-respondió con voz sepulcral-, que me han matado esta noche unos traidores.

Y espoleando su cabalgadura, desapareció entre las tinieblas de la noche.

Pero don Alonso no era un hombre medroso, bien lo había demostrado ante toros y hombres. De modo que, volviendo riendas, nada quiso saber de malos augurios, ni de profecías, ni de falsos vaticinios y se encaminó a Medina tal y como se había propuesto.

Allá va don Alonso perdiéndose en la oscuridad de la noche. El viento helado gime entre las cortezas de los árboles, se oculta la luna entre pardos nubarrones y unas sombras acechan tras aquellas ruinas del camino…

Unos pastores dieron la noticia: habían hallado a don Alonso de Vivero muerto en el camino, envuelto en sangre y el pañuelo de doña Inés en la mano. Se dijo que unos bandidos le habían salido y que, negándose a entregarles el dinero, lo habían asesinado. Se dijo, también, que un tal don Rodrigo, pretendiente de Inés, le había tendido una trampa y que, junto a sus secuaces, lo había apuñalado sin remedio. Pero, aparte de estas suposiciones, nada se conoció de fijo sino que don Alonso estaba muerto y que Inés abandonó Medina para ir a llorarlo a un monasterio.

Si el caminante se detiene en el camino que va de Olmedo a Medina, tal vez pueda oír una misteriosa voz que, anegada en llanto, canta del siguiente modo

Que de noche lo mataron,
al caballero;
la gala de Medina,
la flor de Olmedo.
Sombras le avisaron
que no saliese
y le aconsejaron
que no se fuese,
el caballero;
la gala de Medina,
la flor de Olmedo.
LEYENDA DEL CANAL

Dicen que un caballero de Olmedo, llamado Don Juan de Maldonado, estaba enamorado de una dama viuda de Medina del Campo. El pretendía su amor, pero la dama le excusó diciéndole que hasta que las aguas del Adaja no pasasen por su palacio, ella no se casaría con él. Así fue como el caballero, en menos de un año, construyó un canal para trasvasar las aguas del Adaja al Zapardiel.

Pero la realidad es que, en 1494, los Reyes Católicos, preocupados por el suministro de agua potable a la villa, cuya escasez ponía en peligro la continuidad de las famosas ferias, hicieron abrir un canal a la altura de La Zarza, que uniera las aguas de los dos ríos. Si no se conservan documentos referentes a esta gran obra, es por la política de secretismo llevada a cabo por culpa de los portugueses.

Hay que tener en cuenta, que una ciudad tan poblada sin agua suponía un peligro constante de peste, por las pútridas lagunas de la Adajuela y los juncales y cenagales del Zapardiel.

La dulzura de Toledo,
garbo de Valladolid,
los ojuelos de Madrid
y de Medina el denuedo.
(anónimo, folio 90 del manuscrito 3.968 de la Biblioteca Nacional)

Si señor de Castilla quieres ser,
a Olmedo y Medina en tu favor has de tener.
(dicho popular)

En la del Campo secular Medina,
junto al rubio Castillo de la Mota
que al cielo de Castilla yergue rota
su torre, cual blasón de ruina.

De aquella hidalga tierra isabelina,
de la cruz y espadón, sonata y cota,
que allende el mar, en extensión remota,
vendió su sangre al precio de una mina.

Velan el sol su humareda sucia
turbando el suelo de Isabel los trenes,
mientras Maese Luzbel, que con la astucia

de su sabernos tiene el alma en rehenes,
sobre esta España que avarienta acucia
vuelva el raudal de los dudosos bienes.
(Miguel de Unamuno, Rosario de Sonetos Líricos, 1911)

De Medina la grande, del mercado de las Castillas, cuyas
célebres ferias atraían en otras épocas a los traficantes de Europa
y del mundo, sólo queda la tradición…
Es triste en medio de la noche esta línea de ciudades que parecen
otros tantos sepulcros donde yacen nuestras glorias, nuestro
poder y nuestras tradiciones de grandeza.
(Gustavo Adolfo Bécquer, Caso de ablativo, Agosto 1864.)

CUENTOS, POESÍAS Y DICHOS TRADICIONALES

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LA REALIDAD DEL CABALLERO DE OLMEDO

Entre los documentos de Simancas, encontramos una provisión (documento legal) fechada en Burgos, a 28 de noviembre de 1521, que dice lo siguiente:
"Un miércoles, 6 de noviembre de 1521, don Juan de Vivero volvía por el camino real de la villa de Medina del Campo para la dicha villa de Olmedo". Un cierto Miguel Ruiz, olmedano también, armado de diversas armas y con una lanza en la mano y a caballo, y otros tres hombres con él, armados con coseletes (antigua coraza ligera, de cuero, usada por la infantería) y lanzas y a pie, le estaban aguardando sobre asechanzas; y llegando el dicho don Juan salvo y seguro, en una haca, y Luis de Herrera, su mayordomo, en una mula, cerca de la casa que dicen de Sinovilla, el dicho Miguel Ruiz y los otros tres que con él estaban, … quedando otros en reguarda, recudieron (dar a uno lo que se le debe, o merece) contra el dicho don Juan; y segura y alevosamente dizque el dicho Miguel Ruiz le dio una gran lanzada al dicho don Juan, de que le quedó el hierro en el cuerpo y murió dello casi súpitamente; y no contento de lo susodicho, dizque mandó a los dichos hombres que con él venían que matasen al dicho Luis de Herrera, los cuales pusieron por obra de lo matar y le dejaron por muerto, y se acojieron al monasterio de la Mejorada.

Don Juan de Vivero no era un cualquiera; noble casado con doña Beatriz de Guzmán y caballero de la orden de Santiago, se había distinguido en la toma de Tordesillas (1520) y en Villalar (1521), al servicio de Carlos V, y acababa de ser elegido regidor de Olmedo.

Los móviles de Miguel Ruiz nunca quedaron esclarecidos satisfactoriamente, aunque se hablaba de que don Juan o las gentes de don Juan le habían afrontado y dado de palos.

De todos estos hechos tenemos pruebas, ya que la viuda se querelló repetidamente contra la familia de don Miguel, pero sólo consiguió la detención de dos cómplices directos y la condena de un par de comparsas. También logró que se declarara a don Miguel enemigo legal, así los parientes cercanos obtenían el derecho de herir y matar y lisiar al homicida sin caer ni incurrir por ello en pena alguna. Aunque Miguel Ruiz jamás fue vuelto a ver en la Península, y la familia del Caballero tuvo que contentarse con recibir la mitad de sus bienes, mientras que la otra mitad iba a parar al Tesoro (Hacienda). Incluso el propio Emperador, para tomar posesión de esos bienes, declaró que Miguel Ruiz, vecino de Olmedo,… mató a traición a don Juan de Vivero.

Fray Antonio de Aspa, profeso del monasterio de la Mejorada, nos cuenta que el crimen ocurrió a puesta de sol, cuando don Juan de Vivero, caballero de Olmedo natural, estaba un cuarto de legua antes de llegar a su casa, cerca de la Linojilla (Senovilla) y cómo, al correr la noticia de que Miguel Ruiz se había asilado en la Mejorada vinieron muchos caballeros de Ávila y de Medina del Campo, amigos y deudos del muerto, y cercaron el convento y le tuvieron sitiado nueve días; y viendo los frailes el daño que recibían y que estaban tan apasionados que querían meter a saco el convento, acordaron de entregar a la justicia al delincuente, en presencia del Vicario de Olmedo, con las protestas necesarias. Y, para esto, le sacaron al claustro, adonde arremetió a él el alguacil mayor de Valladolid, llamado Bracamonte, para matarle. El homicida se puso en defensa, y los frailes le volvieron a ocultar, y la revuelta fue de manera que les obligó a sacar el Santísimo Sacramento por los claustros para aplacar a la gente que le buscaba. Y, viendo que no bastaba, se salieron los religiosos y dejaron el convento desamparado, llevando el Santísimo Sacramento por el camino de Olmedo. Esto era ya de noche, y, entre la gran revolución, dos frailes que se habían quedado le sacaron, vestido de fraile y desfigurado el rostro, por medio de la gente, diciéndole "Ande, padre, y diga a los padres que vuelvan el Santísimo", empujándole mucho. Y él hizo que iba y se apartó del camino a pocos pasos, metiéndose por aquellos pinares, donde se quitó el hábito; y andubo aquella noche nueve leguas, yendo a amanecer cerca de Segovia, a un lugar donde tenía un tío.

Montalvo añade que Miguel Ruiz se embarcó para las Indias y tomó el hábito de Santo Domingo en México y vivió religiosamente casi sesenta años; murió en el de 1590.

Sin embargo, entre las páginas de la obra Memorias y recuerdos del poder tan grande que tuvo la Ilustre Villa de Medina del Campo, del S.XVII, encontramos otra versión muy distinta:

Don Pedro de Silva, suegro de don Juan, agravió a Miguel Ruiz, al negarle éste unos galgos en préstamo; Ruiz, mozo de dieciocho años, azuzado por su madre, pensaba en la venganza; intentó mediar don Juan, mas viendo que no era posible acabar cosa con él…, de mohino, le dijo…: Pues mirá que os aviso que lo habéis de tener conmigo. Y así fue: Dentro de pocos días, estando los Reyes Católicos en Medina, se ordenaron unas fiestas de toros y cañas, en las cuales se halló don Juan de Vivero, en donde se señaló mucho en servicio de doña Elvira Pacheco. Acabadas las fiestas, a otro día partióse para su casa… Estuvo aguardando Miguel Ruiz cosa de media legua de Oleado, en un caballo, y su lanza, acompañado de dos negros; y un escudero que iba con don Juan le dijo: "Señor, aquel que allí viene es Miguel Ruiz" Y a este tiempo llegó y cogió desapercibido a don Juan y le tiró la lanza. Don Juan murió en Olmedo; y vino una ley de la Corte, que estaba en Medina, e hizo grandes justicias, cogieron los negros y los ahorcaron.

La única verdad que encontramos en este texto y corroborada por los documentos de la Mejorada, es que la disputa se debió al préstamo de unos galgos, el resto debió ser como al principio contábamos.

Deleitémonos ahora con el romance:

EL CABALLERO DE OLMEDO

Que de noche lo mataron
al caballero;
la gala de Medina,
la flor de Olmedo.

Se afirma que en Olmedo vivía el caballero más apuesto y galante que jamás se viera. Acompañaba su gallarda figuraron las más ricas galas y todos reconocían el valor y la cortesía entre sus distinguidos talentos. Se llamaba este joven don Alonso de Vivero y, aunque había muchas damas (algunas de postín) que andaban enamoriscadas de él, lo cierto es que el corazón de don Alonso estaba rendido a los pies de una humilde campesina.

Don Alonso amaba en secreto a esta muchacha, hermosa en extremo, gentil y risueña. Veíanse en secreto en parajes ocultos, cerca de Medina, y con los días el cariño se hacía más fuerte y el querer más sincero. Sin embargo, don Alonso albergaba algunos temores, ya que no era conveniente para su casa una boda con una campesina, por más que Inés (que así se llamaba la moza) pudiera competir en trazas y maneras con una marquesa.

Así las cosas, llegaron las fiestas de Medina, donde, además de otros festejos, se corrían cañas. Este antiguo divertimento consistía en torear a caballo, mostrando destreza y habilidad en todos los lances.

Acudió don Alonso con su caballo a la plaza y lució de tal modo en el arte de torear a caballo, que los paisanos no dudaron en otorgarle el primer premio. Todos estaban encantados con el caballero de Oleado y los vivas resonaban con gran algarabía. Las piruetas, los quiebros, los engaños, la apostura del jinete, todo, en fin, era del placer de los espectadores.

Cabalgando con buen aire, llegó don Alonso al palco donde debería recoger el fruto de su éxito y, cuál no sería su sorpresa cuando, entre las damas principales, vio a su Inés, a quien todos llamaban la Dama de Alba. Lanzó ésta el pañuelo y lo recogió don Alonso turbado y enamorado. Para asegurarle su cariño, Inés lo despidió con un beso que todos los paisanos vitorearon y aplaudieron.

No pudo acabar mejor la fiesta para don Alonso. Su Inés era, en realidad, una gran dama y podría casarse con ella sin ningún impedimento. Contento y alegre, se volvió a Olmedo, pensando en su amante y en la felicidad futura.

De aquel modo tan extraño había querido Inés demostrarle públicamente su amor, deshaciendo misterios y certificando que muy pronto sería su esposa.Cuando volvió a Oleado, contó a todos el éxito obtenido en Medina y,aquella misma noche, comenzaron las fiestas y convites, pues los familiares y amigos estaban encantados con la buenísima noticia: ¡Al fin se casaba don Alonso! ¡y la novia era nada menos que doña Inés, la Dama de Alba!

Entrada la noche, don Alonso se retiró a sus aposentos y quiso dormir, pero su imaginación estaba turbada: las grandes emociones del día y, sobre todo, la imagen de su Inés lanzándole un apasionado beso, lo mantenían desvelado.

¿Qué puede hacer un enamorado en este trance? No lo dudó: tenía derecho a visitar el balcón de su amada; tomaría un caballo y en muy breve tiempo se hallaría entonando amorosas canciones a la luz de la luna. No había, según su parecer, mejor modo de pasar la noche.

De modo que, a escondidas y sin ser visto, tomó su mejor alazán y se encaminó a Medina. La noche era oscura como boca de lobo, pero nada atemorizaba a nuestro soñador amante. Ya quedaban atrás las últimas casas de Olmedo cuando don Alonso se detuvo: una delicadísima voz femenina se oía y el viento helado parecía traer sus notas desde las cavernas de la muerte. La canción le estremeció:
Que de noche lo mataron
al caballero;
la gala de Medina,
la flor de Olmedo…

Pero don Alonso no quiso dejarse embaucar por supersticiones y cuentos de brujas: estaba decidido a ir a Medina y por nada del mundo dejaría de ver aquella noche a su amada.

Llegó más adelante y se topó con un caballero embozado. ¿Quién eres? preguntó. El jinete apartó su capa y don Alonso pudo ver a un hombre en todo semejante a él, pero llevaba una herida mortal en el pecho y sus ropas estaban teñidas de sangre.

- Soy don Alonso de Vivero - respondió con voz sepulcral -, que me han matado esta noche unos traidores.

Y espoleando su cabalgadura, desapareció entre las tinieblas de la noche.

Pero don Alonso no era un hombre medroso, bien lo había demostrado ante toros y hombres. De modo que, volviendo riendas, nada quiso saber de malos augurios, ni de profecías, ni de falsos vaticinios y se encaminó a Medina tal y como se había propuesto.

Allá va don Alonso perdiéndose en la oscuridad de la noche. El viento helado gime entre las cortezas de los árboles, se oculta la luna entre pardos nubarrones y unas sombras acechan tras aquellas ruinas del camino…

Unos pastores dieron la noticia: habían hallado a don Alonso de Vivero muerto en el camino, envuelto en sangre y el pañuelo de doña Inés en la mano. Se dijo que unos bandidos le habían salido y que, negándose a entregarles el dinero, lo habían asesinado. Se dijo, también, que un tal don Rodrigo, pretendiente de Inés, le había tendido una trampa y que, junto a sus secuaces, lo había apuñalado sin remedio. Pero, aparte de estas suposiciones, nada se conoció de fijo sino que don Alonso estaba muerto y que Inés abandonó Medina para ir a llorarlo a un monasterio.

Si el caminante se detiene en el camino que va de Olmedo a Medina, tal vez pueda oír una misteriosa voz que, anegada en llanto, canta del siguiente modo:


Que de noche lo mataro
nal caballero;
la gala de Medina,
la flor de Olmedo.
Sombras le avisaron
que no saliese
y le aconsejaron
que no se fuese,
el caballero;
la gala de Medina,
la flor de Olmedo.

Y para todos aquellos que aún creen en que fue este caballero el artífice de la construcción del canal del Adaja…

Beatriz Salgado Aldudo
Profesora de Historia de Medina del Campo

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05-06-22 - El Caballero de Olmedo, cuatro siglos después.

Una de las tragicomedias más brillantes de Lope de Vega, encrucijada de intertextualidades pasadas y futuras, debió de escribirse entre 1620 y 1625, aunque la obra no se publicó hasta 1641, después de la muerte del autor, al que había hechizado una canción popular

Álvaro Romero

Lópe e Vega
Lópe e Vega

Como le ocurrió durante dos siglos al Alonso (Quijano) convertido en El Quijote de Cervantes, hasta que los románticos comenzaron a ver en la obra una profundidad humana que iba más allá de la comedia de un loco y su vecino, también el Alonso (Manrique) que protagoniza El Caballero de Olmedo de Lope de Vega cayó en el olvido hasta que la mirada de más largo alcance de Menéndez Pelayo atisbó las sabrosas referencias que tiene el binomio del amor y de la muerte en una encrucijada histórica para la Historia de la Literatura capaz, en manos del gran Lope, de relacionar una cancioncilla popular no solo con esa obra fundamental del final de la Edad Media que se titula La Celestina, sino con todas aquellas otras obras posteriores cuyos protagonistas estaban gloriosamente tocados por el fatum: desde el Don Juan de Tirso a Antoñito El Camborio de Lorca, por poner dos ejemplos muy extremos.

La canción le debió de resonar al más prolífico de los autores españoles en el cenit de su carrera, cuando la vida le había dado ya tantos amores funestos, tantas aventuras y tantos desengaños en esa carrera que fueron sus propios años desde el Renacimiento hasta el Barroco: “Que de noche le mataron / al caballero, / la gala de Medina, / la flor de Olmedo”.

A Lope le debió de gustar tanto la sencillez de la famosa seguidilla, el misterio que encerraba la relación con la leyenda amasada entre las localidades vallisoletanas de Olmedo y Medina del Campo, que no le hizo falta más que ponerse manos a la obra para convertir la incertidumbre de aquel caballero etéreo en una tragicomedia con cuyo protagonista pudiera identificarse. No se sabe con certeza cuándo la escribió, aunque debió de ser entre 1620 y 1625, hace ahora 400 años...

El título fue, directamente, El caballero de Olmedo y, en efecto, se inspiraba, a través de la canción, en un mito existente por lo menos un siglo antes. Habrá que llegar al siglo XX para que otro genio de la Literatura como Federico García Lorca convirtiese noticias de sucesos en universales dramas de amor. El 6 de noviembre de 1521, un tipo de Olmedo (Valladolid) llamado Miguel Ruiz mató a su vecino Juan de Vivero cuando regresaba de la fiesta de los toros de Medina del Campo. Al lugar del asesinato se le iba a conocer desde entonces como La cuesta del Caballero, y el suceso no solo derivaría en romances de boca en boca, sino incluso en una comedia anónima titulada El caballero de Olmedo y la viuda por casar, curiosamente escrita hacia 1606, que fue cuando la corte se había trasladado precisamente a Valladolid...

Esos son los ingredientes históricos. La obra de arte de Lope, totalmente escrita en verso, los magnifica para integrar incluso al rey Juan II y al condestable Álvaro de Luna en una feria de Medina al que llega el misterioso Alonso Manrique, con su criado Tello, para enamorarse de Doña Inés, de quien a su vez estaba ya enamorado Don Rodrigo. Otro caballero, Don Fernando, está enamorado de la hermana de la protagonista, Doña Leonor, pero esta pareja tiene mucha menos importancia en la obra. El padre de la dama, Don Pedro, no parece tener un papel tan decisivo como Fabia, una versión lopesca de la mismísima Celestina que consigue enlazar a la dama con el galán mediante el artificio de obligarle a escribir una carta sin conocer siquiera al destinatario.

El caso es que Alonso, al comienzo del segundo acto, está absolutamente entregado a la causa de casarse con doña Inés, cueste lo que le cueste: “Tello, un verdadero amor / en ningún peligro advierte. / Quiso mi contraria suerte / que hubiese competidor, / y que trate, enamorado, / casarse con doña Inés; / pues ¿qué he de hacer, si me ves / celoso y desesperado?”, dirá. Y a continuación se transmutará en una especie de Calisto pero sin la sombra de la bobería del personaje de Rojas, sino con la solemnidad que solo Lope de Vega podría imprimirle por experiencia propia: “No creo en hechicerías, / que todas son vanidades; / quien concierta voluntades, / son méritos y porfías. / Inés me quiere, yo adoro / a Inés, yo vivo en Inés; / todo lo que Inés no es / desprecio, aborrezco, ignoro. / Inés es mi bien, yo soy / esclavo de Inés; no puedo / vivir sin Inés; de Olmedo / a Medina vengo y voy, / porque Inés mi dueño es / para vivir o morir”.

Inés en su propia celda

Enamoradísima como está ya doña Inés de don Alonso, cuando la sorprende el padre a altas horas de la madrugada, esta le miente con que estaba rezando, que quiere ser repentinamente monja y aprender con una profesora de canto y un maestro de latín... El enredo está servido, y las risas también. La profesora será, caracterizada como solo las alcahuetas saben, Fabia. Y Tello aprovechará las cartas que van y vienen para simular que le enseña latín. Como las monjas no van a la feria, doña Inés no puede ver a don Alonso triunfando como destacado picador de toros que incluso le salva la vida a don Rodrigo, para desesperación de este, que ya se la tiene jurada.

Don Alonso tiene sueños premonitorios, pero apenas les presta atención y vuelve a enviar a Tello a casa de su amada para que le comunique que parte hacia Olmedo para ver a sus padres. Y a mitad del camino, se encuentra con su propia sombra, como un prólogo de su propia muerte anunciada. Incluso un labrador canturrea la conocida canción: “...la gala de Medina, la flor de Olmedo”, como un coro que vaticina el desenlace, en ese instante presente convertido en futuro ineluctable. Al momento distingue a don Rodrigo, don Fernando y al criado Mendo, quien lo mata de un disparo. Es Tello quien se lo encuentra en un charco de sangre, todavía vivo, y lo lleva ante sus padres.

Fama eterna

A todo esto, doña Inés ya ha desvelado la verdad de su corazón a su padre, a quien le parece estupenda la boda, aunque son Don Rodrigo y Don Fernando quienes se presentan allí para pedirles las manos de sus hijas. También acude Tello, para contar la verdad: “Aquí, gran señor, no puedo / ni hacer resistencia al llanto, / ni decir el sentimiento. / En el caballo le puse / tan animoso, que creo / que pensaban sus contrarios / que no le dejaban muerto. / A Olmedo llegó con vida, / cuanto fue bastante, ¡ay, cielo!, / para oír la bendición / de dos miserables viejos, / que enjugaban las heridas / con lágrimas y con besos. / Cubrió de luto su casa / y su patria, cuyo entierro / será el del fénix, Señor, / después de muerto viviendo / en las lenguas de la fama, / a quien conceden respeto / la mudanza de los hombres / y los olvidos del tiempo”.

Cuando el rey pregunta por los traidores, Tello le contesta que están presentes. Y el monarca, justiciero, no lo duda: “Prendedlos, / y en un teatro mañana / cortad sus infames cuellos: / fin de la trágica historia / del Caballero de Olmedo”.

Lope de Vega había dejado, veinte años atrás y en otras páginas, un soneto, de los miles que escribió, que resumía ya esa modernidad platónica que consistía en subrayar la manriqueña vida de la fama por encima de cualquier circunstancia vital:

La muerte para aquél será terrible
con cuya vida acaba su memoria,
no para aquél cuya alabanza y gloria
con la muerte morir es imposible.

Sueño es la muerte y paso irremisible,
que en nuestra universal humana historia
pasó con felicísima vitoria
un hombre que fue Dios incorruptible.

Nunca de suyo fue mala y culpable
la muerte a quien la vida no resiste;
al malo, aborrecible; al bueno, amable.

No la miseria en el morir consiste;
solo el camino es triste y miserable,
y si es vivir, la vida sola es triste.

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