La Liga nobiliaria, impulsada por el arzobispo
de Toledo, Alfonso Carrillo, y el maestre de Calatrava, Pedro
Girón, a la que también se había adherido
el marqués de Villena, antiguo favorito del monarca,
se había enfrentado abiertamente con el rey Enrique
IV, pero en las ciudades iban aumentando su contribución
a la causa real. La idea de constituir una Hermandad General,
propuesta por los procuradores de Segovia, prendía
poco a poco difundiendo principios de lealtad al trono. Los
nobles de la Liga se decidieron a un acto sin precedentes
(e incalificable) en Castilla: el 5 de junio de 1465 alzaron
un tablado junto a las murallas de Ávila, colocaron
en él a un muñeco con los atributos regios,
que arrancaron uno a uno, arrojaron al pelele del trono y
sentaron en él al joven infante Alfonso, hermano del
Rey, que pasó a titularse Alfonso XII.
El cronista de la época Enríquez
del Castillo nos ha transmitido un relato espléndido
de la deposición simbólica de Enrique IV:
"mandaron hacer un cadahalso... en un
gran llano, y encima del cadahalso pusieron una estatua asentada
en una silla, que descian representar a la persona del Rey,
la cual estaba cubierta de luto. Tenía en la cabeza
una corona, y un estoque delante de si, y estaba con un bastón
en la mano. E así puesta en el campo, salieron todos
aquestos ya nombrados acompañando al Príncipe
Don Alonso hasta el cadahalso...
Y entonces...mandaron leer una carta mas llena
de vanidad que de cosas sustanciales, en que señaladamente
acusaban al Rey de quatro cosas:
Que por la primera, merescia perder la dignidad
Real; y entonces llegó Don Alonso Carrillo, Arzobispo
de Toledo, e le quitó la corona de la cabeza. Por la
segunda, que merescia perder la administración de la
justicia; así llegó Don Álvaro de Zúñiga,
Conde de Plasencia, e le quitó el estoque que tenía
delante. Por la tercera, que merescia perder la gobernación
del Reyno; e así llegó Don Rodrigo Pimentel,
Conde de Benavente, e le quitó el bastón que
tenía en la mano. Por la quarta, que merescia perder
el trono e asentamiento de Rey; e así llegó
Don Diego López de Zúñiga, e derribó
la estatua de la silla en que estaba, diciendo palabras furiosas
e deshonestas.