Eduardo de Cornualles (1330-1376),
hijo de Eduardo III de Inglaterra, era el heredero del trono inglés,
aunque no llegó a ocuparlo al morir antes que su padre. Llamado
Príncipe Negro a causa del color de su armadura, se distinguió
en numerosas batallas de la guerra de los Cien Años, como la
de Crécy (1346), cuando aún era un adolescente, o la de
Poitiers (1356), en la que obtuvo una aplastante victoria contra los
franceses.
En 1360 asumió el gobierno
de Guyena, al que se dio el nombre de principado de Aquitania, estableciendo
en Burdeos una verdadera corte real. En 1366, Pedro I acudió
a él en busca de apoyo contra Enrique de Trastámara, que
acababa de dominar Castilla. En virtud del tratado de Libourne, Eduardo
vino a España con sus tropas y cooperó decisivamente en
la victoria de Pedro sobre Enrique en Nájera. Disgustado por
los excesos de Pedro, y desesperando de recibir las compensaciones acordadas
previamente, regresó a Burdeos, abandonando a Pedro a su suerte.
La campara española destrozó sus finanzas y su salud,
y a su vuelta a Aquitania se enfrentó a continuas revueltas y
al desafío de Carlos V de Francia. Volvió a Inglaterra,
enfermo y abatido, en 1371, para morir pocos años después.