A raíz de la firma del
tratado de Brétigny (1360), que sancionaba la supremacía
indiscutible de Inglaterra en la guerra de los Cien Años. Los
territorios del sur de Francia, en particular el principado de Aquitania
y la zona de Berme, vieron como proliferaban las bandas de soldados
de fortuna, las denominadas, Grandes Campañas.
El príncipe castellano
Enrique de Trastámara trabó contacto con esas tropas en
el invierno de 1361-1362, durante uno de sus exilios en suelo francés,
y poco después medió en el proyecto de intervención
de las compañías en ayuda del rey de Aragón, Pedro
IV, a la sazón en guerra con Pedro I de Castilla. El proyecto
no llegó a cuajar, pero demuestra, como ha señalado el
historiador Kenneth Fowler, que <<el empleo
de mercenarios extranjeros en España provenía del periodo
de exilio de Enrique de Trastámara en Francia en 1361-1362>>.
Existían dos tipos de
compañías. Por un lado estaban las llamadas Grandes Compañías,
integradas por soldados del más variado origen. Las Compañías
Blancas, en cambio, se hallaban formadas por combatientes franceses,
aunque a su frente estuvieran, junto a capitanes como el bretón
Bertrand du Guesclin, caballeros ingleses como Hugh Calveley.
Las compañías
participaron en la primera fase de la guerra entre Enrique de Trastámara
y Pedro I, pero, después de la victoria anglo-pretista en Nájera,
fueron abandonando el solar hispano. Sin embargo, regresaron a Castilla
a finales de 1368, con Du Guesclin al frente, y tuvieron un indudable
protagonismo en los sucesos de Montiel, que instalaron definitivamente
a Enrique II en el trono castellano. Las compañías no
dejaron un buen recuerdo en Castilla. Se las acusaba de cometer todo
tipo de tropelías, lo que sin duda se explica por su obsesión
por la obtención de botín.