Especial Semana Santa La Voz de Medina y Comarca
Paula de la Fuente-. En la casa de Patricia Martínez, la Semana Santa va más allá de una importante fecha en el calendario, más bien se yergue como una vivencia que atraviesa generaciones. Su testimonio, cargado de emoción y recuerdos, nos sumerge en la importancia de las tradiciones, la fe y el valor de la comunidad. Desde que empezó a portar el Cristo hace ya once años, cada procesión es para ella una experiencia única, compartida con sus hijos, su marido, su padre y sus padres. «Siempre hemos sido religiosos en casa, practicantes. Cuando se formó la cofradía, mi padre fue de los primeros en apuntarse. Un día vinieron a buscarme para preguntarme si quería portar al Cristo, y a mí me hizo muchísima ilusión. Empecé los ensayos… y hasta hoy», recuerda Patricia.
¿Cuáles son vuestros primeros recuerdos relacionados con la Semana Santa en Medina?
A toda la familia siempre nos ha gustado. Somos religiosos en casa, practicantes además. Cuando se formó la Cofradía de Cristo en su Mayor Desamparo, mi padre se apuntó para que saliera delante. Un día vinieron a buscarme para ver si quería portar al Cristo, y como a mí me gustaba mucho, dije que sí. Además, en ese momento, Vega era un bebé. Yo le daba pecho y empecé los ensayos con muchísima ilusión. Y desde ahí, ya van once años.
¿Quiénes fueron las personas que os inculcaron esta tradición y cómo lo hicieron?
Sí, mis padres. Y también mi bisabuelo, que era del Atado. Siempre lo he tenido en casa: mis tíos, mis primos son del Nazareno. Recuerdo que mi bisabuelo decía que quería que le enterraran con el hábito del Atado, porque le gustaba muchísimo. Así que la tradición viene de muy atrás.
¿Qué significa para vosotros pertenecer a esta cofradía?
Para nosotros es como una familia. No se queda solo en lo que es la Semana Santa. Nos reunimos muchas veces al año. Yo, además de salir en procesión, soy parte de la Junta de la cofradía, y eso implica preparar todo con mucha antelación, tener reuniones, organizar…
Pero sobre todo se trata de juntarnos. Hacemos comidas juntos, como el Domingo de Resurrección. Después de las procesiones también: uno hace limonada, otro empanada… cada uno lleva algo y todos cenamos juntos.
En Pascua, en la Vigilia, llevamos huevos de chocolate para los niños. Todo se vive con mucha alegría. Las madres Carmelitas, además, nos tienen muy acogidos. A los niños los quieren muchísimo. Vega lee en misa, Pablo pasa el cepillo… Desde la reja les tiran besos, les dicen: “¡Qué niños más guapos!”. Es muy bonito.
¿Cómo vivís en familia los días previos y los desfiles procesionales?
La semana antes de la Semana Santa es una locura. Entre las reuniones con todas las cofradías, el ayuntamiento, organizar los hábitos… hay mucho estrés. Vega ya empieza: “Mamá, mi lazo, mi cruz…”, todo lo quiere tener preparado.
Les encanta participar, no solo saliendo, también ayudando. Yo les saqué desde bebés. Y creo que lo viven así porque lo han visto en casa. Mi padre, mi hermano, mi madre, yo misma… lo vivimos con mucha ilusión. Ellos no lo ven como una obligación, sino como algo divertido y emocionante. Lo disfrutan de verdad.
¿Qué valores creéis que transmite la Semana Santa a las nuevas generaciones?
Sobre todo respeto. En la cofradía hay gente muy distinta, con caracteres diferentes. Y tienes que respetar a todos. También aprenden a compartir, a ayudar. A veces uno se olvida algo y otro corre a su casa a por ello. Nada es solo de uno: todo es de todos. Y eso lo viven. Aprenden que formar parte de un grupo así es estar para los demás. Aprenden a convivir.
¿Recuerdas alguna anécdota especial que hayáis vivido juntos como familia durante la Semana Santa?
Sí. En 2018 yo estaba embarazadísima de Pablo, de seis meses, y no podía portar. Siempre había sacado al Cristo y me dio mucha pena no poder hacerlo. Pero me ofrecieron dirigir las andas. Fue muy emocionante. Para mí fue importante porque, aunque no podía llevarle, me sentí igualmente parte. Y ahora Pablo dice: “Es que yo salí cuando no había nacido.” (ríe). Es muy especial.
Al portar al cristo yo siento una emoción indescriptible. Pesa muchísimo, es un esfuerzo enorme, pero cuando estás ahí, no piensas en nada. Te metes en lo tuyo, en lo que tienes que hacer. No te das cuenta de lo que hay alrededor. Para mí es algo muy fuerte emocionalmente. Me emociona muchísimo.
¿Qué papel tienen los niños o los más jóvenes en vuestra cofradía?
Tienen un papel muy importante. Hay muchos niños y se les deja participar en todo: llevan velas, hacen las ofrendas, leen si saben leer… En la Vigilia participan con nosotros. Las madres Carmelitas les adoran, siempre les tienen caramelos, les achuchan, salen a los bancos siempre que están los pequeños allí. Cuando pasamos por las rejas, les regalan dulces. Se sienten muy importantes, y eso hace que lo vivan aún más intensamente. Así también se les transmite el testigo, que es algo que no se debería perder.
¿Cómo es sentir que hay varias generaciones en la cofradía?
Es algo que me llena. Para mí lo más importante son mis padres, mi hermano, mis hijos y mi marido. En definitiva, mi familia. Mi padre sale, mi madre no, pero participa en todo. Mi marido va pendiente de mí todo el rato, por fuera de la procesión. Él también es cofrade. Si me ve que no puedo más, viene y me dice: “Patri, ¿necesitas algo?” Y cuando terminas y te abrazan… es que no sé cómo explicarlo. Ese abrazo de mi padre cada vez que terminamos la procesión… Los niños dicen: “Mi mamá porta, mi mamá lleva el Cristo.” Eso me emociona. Habrá quien no lo entienda, pero para mí es algo que me llena. No hay más. Me gusta y me llena.
Y por eso es tan importante que los niños entiendan lo que hacen, que no sea solo “estar en misa y estarse quietos”. Que entiendan el porqué, que aprendan a comportarse y a respetar. Si se saben comportar aquí, sabes que también lo harán fuera. Es algo que no se debería de perder.