Villa histórica,
monumental, escultórica y paisajística
Villa
de las Ferias
Historia de la Muy Noble, Muy Leal y Coronada Villa de
Medina del Campo
conforme a varios documentos y notas a ella pertinentes por
D. ILDEFONSO RODRÍGUEZ Y FERNÁNDEZ
Doctor en las Facultades de Sagrada Teología, Filosofía y Letras y Medicina, Catedrático de esta Facultad en la Universidad Central (antes en la de la Habana), Caballero de la Orden de Carlos III, etc.
MENÚ DE CONTENIDO
CAPÍTULO V
El castillo de la Mota
Verdadero monumento y fortificación imponente es a un mismo tiempo el tradicional castillo de la Mota de Medina. La gigantesca mole causa al viajero cierta admiración y respeto trasladándole a esas Edades caballerescas que hemos leído en Crónicas de nuestra heroica patria.
La palabra Mota significa en nuestro idioma “ribazo o linde de tierra alto que limita un campo”, y en el libro Glosarium mediae et infimae latinitatis, Quaevis eminentia (collado, montecillo o cerro, en el que se halla edificado un castillo. Cualquiera eminencia)
En la Mota una obra importante, que cumplió desde su origen el papel de fortificación; más desde luego, aparecen en ella diferentes y sucesivas construcciones, y lo que más choca al estudiar esta fortaleza, es el partido que supo sacar el arquitecto que la dio el carácter que hoy conserva de las moles y antiquísimas masas de hormigón, que constituían las murallas primitivas. En la necesidad de defender todo el cerro y aislarle con el muro, tuvieron que dar al recinto exterior tales dimensiones, que no una parroquia, como Santa María, sino tres más, San Salvador, San Juan y Santa Cruz, y no un castillo, sino que un pueblo de aquellos apiñados y guerreros, a lo nodo de águila, cabía en el recinto y contorno de su cerca, y esto pudo haber, y acaso esto hubo, entre el recinto y sus vertientes, como primera y más antigua población.
Tan perfecta resulta la construcción y líneas generales del castillo, que no es extraño que muchos de sus viajeros que lo han visto, sin hacer de él anatomía, le hayan dicho todo de ladrillo, creyéndole de edificación y fecha relativamente moderna.
Tengo a la vista algunas y diferentes descripciones de la Mota, pero ninguna con el valor con el valor y necesidad de perpetuarse, como la de nuestro tan erudito compañero de la Sociedad de Excursionistas y distinguido arquitecto, encargado de las obras de este castillo, D. Adolfo Fernández Casanova. De una notable conferencia dada en el Centro del Ejército de la Armada el día 4 de Marzo de 1903, tomo los siguientes y muy importantes datos:
Núm. 1- 1º - Disposición y organismo.- La barbacana exterior, que constituye un fuerte avanzado, es la que primero aparece a la vista del observador, colocado frente al ingreso del edificio.
En la lámina, que representa el cuerpo del ingreso, que dice la Mota, por D. Julián Ayllón y D. Adolfo Casanova, se ve la planta de la barbacana, situada en la contraescarpa del foso y los dos torreones y lienzo central de muralla, en cuya parte superior está abierta la puerta. Aparecen asimismo las secciones dadas a la planta por el eje y por el costado, apreciándose perfectamente el estado actual de este fuerte, que constituía un elemento defensivo de gran importancia para la entrada de la fortaleza, habiendo desaparecido ya el frente anterior que debería tener la barbacana, para que resultase perfectamente defendida. Véase lámina dicha en sus cinco cuadros.
Se ve también la parte subsistente de las dos garitas laterales que protegían esta barbacana, que ofrecía la circunstancia de hallarse perforada en sentido longitudinal descendente y de la que no puede apreciarse hoy toda la altura que debió tener, por hallarse el foro medio cegado.
Esta galería, en bajada, era para facilitar la salida y retirada de los sitiados en tiempos de guerra, a fin de tener constantemente hostilizadas las líneas de contravalación del sitiador.
He aquí, pues, lo más importante que ofrece este castillo como antemural, como defensa avanzada, digámoslo así.
Vamos a ver ahora cual es la estructura de la fortaleza previamente dicha, y cómo desempeñaba todos los servicios a que estaba consagrada. En la planta del castillo de la citada lámina se ven los recintos, interior y exterior, que corresponden a las dos épocas diversas que los datos históricos consignan. El recinto interior está formado por muros de hormigón, completamente macizos y de gran elevación sobre la Plaza de Armas, flanqueado, como se ve, en la planta general de la población, por torreones de planta rectangular. Esta construcción completamente maciza y cuyos paramentos son verticales, acusa en el arte de la fortificación el antiguo sistema de resistencias pasivas a que obedece su organismo y que consiste en acumular todas las defensas en la parte superior.
El recinto exterior se haya constituido por muros de fábrica homogénea de ladrillo, perforados longitudinalmente por dos órdenes de galerías superpuestas. Esta estructura, tan distinta de la del recinto anterior, se completa con torreones de planta circular en vez de los de base rectangular que hemos visto antes y con los basamentos escarpados, en vez de los de paramentos verticales, que el otro recinto ofrece.
2º - Resistencia poliorcética.- El organismo que acabo de describir presenta, como sabéis, mejor que yo, un progreso marcado en el arte de la fortificación, respecto a los medios de ataque entonces conocidos. Efectivamente; si el sitiador intentaba la escalada, se encontraba completamente hostigado por los fuegos cruzados dirigidos, a la vez, desde las almenas de la muralla, desde las plataformas de los torreones y desde las aspilleras de las galerías, y, por fin, por el rebote de los proyectiles lanzados dese los adarves sobre los escarpes, es decir, por una serie de fuegos descendentes, rasantes y en bomba, que era muy difícil que pudiera conseguir apagar. Si el sitiador se decidía por la bastida, también se presentaba muy difícil el asalto, puesto que ésta débil torre de madera tenía que avanzar hacia la plaza y era necesario para ello que, previamente, se terraplenase y se consolidara el foso. Solo entonces podría utilizarse como ofensivas esta torre, cuya resistencia tenía que ser muy inferior a la que ofrecían los muros de la fortaleza.
Si en lugar de esto el sitiador se decidía por abrir brecha, empleada, o bien el antiguo ariete, que era también de muy dudoso éxito, por la facilidad con que el sitiado podría atacarlo a la vez por otros ingenios desde las plataformas de torreones y cortinas, o bien la lombardas. Estas eran conocidas, pero escasas en número y manejadas por gente poco diestra, y aunque en el anterior sitio de Algeciras parece que se había empleado ya para defensa, en cambio para el ataque, es decir, como medio de asedio, todavía se usaban de un modo muy irregular y diferente. La prueba de ello es que en los revueltos tiempos de Enrique IV, en que tantas batallas se libraron, los cronistas apenas nombran todavía la artillería y aun tiempos en que el arte de la balística estaba más adelantado, cuando la célebre conquista de Granada, dicen las Crónicas, que, en unión de las lombardas, se emplearon los antiguos ingenios, ya por las dificultades de transporte, ya porque fuera todavía muy costoso de cargar y disparar las piezas para producir los prontos y decisivos resultados que después se han obtenido y que en la época en que se erigió este monumento, no se habían logrado aún.
Pero admitamos que el sitiador contase con las lombardas entre su material de guerra. En este caso era necesario que, primero, apagase con sus fuegos los que a su vez pudiera dirigirle el sitiado, emplazando éste sus lombardas en las anchas plataformas de los torreones del recinto inferior que, por su gran extensión, permitieran el emplazamiento de las péquelas piezas de artillería que entonces se usaban. Debe, sin embargo, tenerse en cuenta la diferencia de situación en que se hallaban unos y otros, puesto que las plataformas de los torreones estaban a mucha altura sobre el fondo del foso, pero a poca sobre el glacis exterior, de modo que los tiros lanzados por los cañones de la plaza tenían que barrer las filas enemigas y producir granes destrozos, y sólo a fuerza de bajas podría el sitiador conseguir apagar estos fuegos.
Resulta, pues, en mi pobre opinión, que por cualquiera de los frentes que se atacasen los lienzos de la muralla del castillo, el asalto resultaba inferior a la defensa, y solo con trenes de sitio, con bastante tiempo y pérdida de gente, podría lograr el sitiador abrir la brecha.
Vamos ahora a los trabajos de zapa. En aquellos tiempos, sabéis que todavía no era conocido el maravilloso invento de aplicación de la pólvora a las minas para volar las murallas, con que el inmortal Pedro Navarro causó tan radical revolución en el arte de atacar las plazas, y por lo tanto, en el sistema de defensa de las mismas. El sitiador, en aquella época tenía que contentarse con el empleo del antiguo sistema de poner encuentros. Más si los sitiados se apercibían de estos trabajos, podían inmediatamente establecer la contramina en disposición conveniente para rechazar la agresión, lo que casi de seguro sucedería, puesto que los soldados apostados en las galerías del recinto exterior tenían que oír los golpes dados por el sitiador para abrir la mina.
Pero supongamos que el sitiador lograse su objeto estableciendo las minas y disponiendo las carpinterías necesarias para apagar provisionalmente las fábricas superiores, a fin de que, por el incendio, se produjese el derrumbamiento de las fábricas que subsistían sobre el terreno socavado. Aun entonces ya sabemos cual difícil era, en aquellos tiempos, calcular bien el emplazamiento y disposición de estos encuentros, de modo que tan penoso trabajo no diera por resultado inútil, como sucedió, por ejemplo, en el sitio de Toledo por Enrique de Trastámara y otros muchos. Vemos, pues, de cuantas dificultades se halla erizado el problema de asedio de esta plaza en armonía con los medios de expugnación que entonces poseía la balística.
Vamos a ver ahora el intento de atacar la puerta, que, como sabéis, constituía el punto débil de toda fortaleza en aquella época. En el dibujo que representa el cuerpo de ingreso, lámina II ya aludida, se marcan las precauciones de que se había valido el constructor para la defensa de la entrada. Esta se halla hoy a la altura que marca el plano sobre el actual fondo de la excavación, pero que todavía era antes mayor, por estar hoy el foso cegado en parte. Esta puerta, situada a enorme elevación, sobre su fondo, se hallaba flanqueada por dos torreones poderosos y amparada por la barbacana exterior, que defendía la entrada. El puente levadizo, de que esta barbacana formaba la cabeza, giraba sobre la línea de enrase superior del arco, de que se conserva el arranque y del que he completado el trazado marcándole de puntos para que se vea la totalidad del arco hoy casi destruido.
El giro del puente levadizo sobre el arco, indudablemente se efectuaría por su contrapeso, y la puerta resultaba por lo tanto protegida por las defensas laterales, por la barbacana exterior y por el puente levadizo que la ocultaba al elevarse. Se ve, pues, de cuantas precauciones se valió el constructor de esta entrada para que no participase de la debilidad que por sí solas presentarían las puertas de las fortalezas de aquella época.
El castillo medinense contaba, pues en sus obras exteriores con todos los necesarios medios de defensa, en armonía con los de expugnación que entonces se conocían.
Veamos ahora si las obras interiores corresponden a la bondad de las defensas exteriores.
En la planta del edificio, lámina II referida, levantada por el maestro de obras actual de la población de Medina, D. Ricardo Cuadrillero, aparecen las proyecciones horizontales de la barbacana exterior y de la puerta de ingreso, situadas a nivel para facilitar el paso por el puente cuando se hallaba éste echado.
Pues bien; suponiendo que el sitiador venciera todas las dificultades que acabo de enumeraros y que lograra entrar en la plaza, s encontraba simultáneamente hostigado por los fuegos cruzados dirigidos desde las azoteas de las garitas, desde el bien entendido recodo, que forma el lienzo derecho del primer recinto contiguo al ingreso, desde la parte del segundo, que enfrenta con esta puerta, y desde los adarves del lado izquierdo del primero y segundo recinto.
Se ve, pues, con qué habilidad ha dispuesto el constructor esta serie de defensas para batir a la vez al sitiador en todos sentidos y cerrarle materialmente en una nueve de fuego. Pues supongamos que el sitiador venciera todas estas dificultades, y entonces tenía que pasar por todo el pasillo izquierdo y dar la vuelta a la poderosa torre del homenaje, que tiene coronado su cuerpo inferior por una serie de matacanes con las garitas voladas, propias de aquella época, que eran un terrible medio defensivo, merced a los proyectiles que, a través de los matacanes, podían lanzarse sobre el sitiador. Si éste lograra salvar tan multiplicados fuegos y no podía entrar en la plaza de armas más que por la puerta prácticamente al contado de dicha torre y para pasarla tenía que sufrir los ataques del matacán superior, destruir la puerta y luego el peine interior, y después de vencer tantos obstáculos con innumerables pérdidas, es cuando lograría el sitiador entrar en la plaza de armas. Pero al penetrar en ella, se encontraba con los adarves de los muros altos, que tienen una gran elevación, y por tanto dominan de una manera terrible al sitiador, teniendo que perder nueva gente para ganar este recinto. Entonces todavía quedaba como último recurso al sitiado, el acogerse a la poderosa torre hueva del homenaje, cuya única puerta de entrada se encuentra a mucha altura sobre el camino de ronda, situado entre los dos recintos, pero más baja que el adarve del recinto alto. Así, pues, solo se podía entrar en esta torre desde la muralla, ya por una escala móvil, bien por un puente giratorio o por cualquier otro medio sencillo, que se cortaba fácilmente en tiempos de guerra y que era muy difícil al sitiador reponer en el momento del ataque, cuando se veía terriblemente acosado por los fuegos que lanzase el sitiado desde los matacanes y garitas de la parte superior.
Se ve, pues, que desde el punto de vista militar, ofrecía este castillo todos los caracteres de una plaza fuerte e primer orden. De modo que la escasez de altura de la meseta en que se hallaba situada y que constituía entonces una falta, se hallaba ventajosamente suplica por la mitad de medios defensivos de que se había dotado la fortaleza, en armonía con los de ataque entonces conocidos.
Resultado: que, desde el punto de vista militar, constituía esta fortaleza un interesante monumento de arquitectura militar de la Edad Media, que todos los adelantos que ésta llegó a alcanzar, hasta que la revolución producida por la moderna artillería causó tan radical mudanza en las construcciones militares.
3º - Expresión artística- En la perspectiva que representa el frente posterior del edificio o perspectiva de las diversas láminas que aparecen en este libro, se percibe la importante grandeza de las fábricas que lo construyen, y cuyas robustas y armónicas proporciones acusan su destino respectivo por la variedad de siluetas que ofrecen sus recintos, y por los torreones de formas diversas que flaquean el monumento y que le imprimen tan pintoresco efecto, y sólo pueden considerarse como elementos de exornación, si tal pueden llamarse, porque responden a un fin puramente defensivo; las blancas aspilleras perforadas en forma de crucífera, y construidas sobre base circular que contrasta agradablemente con el fondo más obscuro de las fábricas de ladrillo en que se hallan incrustadas.
Resulta pues que desde el punto de vista estético, sólo se distingue el edificio por la grandiosidad y potentes proporciones de las diversas masas y por la variedad de siluetas que ofrece el monumento, coronado por la colosal torre del homenaje, presentando un hermoso conjunto que destaca sobre el azul del cielo.
Veamos ahora en la (lám. V), que es la que decimos, La Mota, puerta principal, con escudos de los Reyes católicos, el frente principal en que se encuentra la puerta de ingreso con sus torreones y su destruido puente levadizo, que la imprimen mayor variedad, y en cuyas fábricas se dibujan las aspilleras de forma crucífera que aparecen también sobre el fondo de las restantes cortinas y ayudan, por consiguiente, a dar movimiento, vida y expresión a este edificio, en cuyo constado se alza majestuosa, en segundo término, la colosal torre del homenaje, coronada por garitas y matacanes corridos, que constituyen a imprimir al primer cuerpo subsistente, un sello tan hermoso como propio del destino de esta colosal torre, y cuyo efecto sería todavía más soberbio cuando poseía su segundo cuerpo, hoy casi destruido.
La puerta de ingreso, fortalecida por los torreones que la flanquean, está cubierta por un arco de herradura, cuyas boquillas han desaparecido, y coronada por tres hermosos escudos, en que campean los blasones de los Reyes Católicos, que completan con fidelidad la expresión del periodo más floreciente del edificio.
Pasando al interior, encontramos la Plaza de Armas completamente desmantelada e inundada de escombros. E recinto Nordeste de la fortaleza aparece perforado por una cámara llamada peinador de la Reina, que constituye una sala cubierta de bóveda en cañón seguido, de arcos apuntados, orlados por crucerías alemanas de nervios y rosetones. Entre los escombros se han encontrado, poco ha, en la plaza, algunas planchas de estuco orladas de lacerías mudéjares que prueban la brillante exornación con que debieron estar enriquecidas, un día, las hoy destruidas dependencias que había en el castillo.
Solo se conserva en buen estado el primer cuerpo de la torre del homenaje, en cuya sala d armas hay un recuerdo artístico de bastante interés. En la perspectiva de un ángulo de esta dependencia, ejecutada por el alumno de la Escuela de Arquitectura D. Manuel Cuadrillero (lámina ya dicha) de la Mota, por Ayllón y Casanova que primero aludieron, en que se ve el paso, por medio de trompas, de la planta cuadrada inferior al polígono superior, de dieciséis lados, sobre el que arranca la cúpula. En primer lugar, se pasa del cuadrado inferior al octógono por medio se semibóvedas por arista, y después se transforma a su vez este polígono de ocho lados en el de dieciséis, con auxilio de arcos volados, de planta triangular, reforzados con nervios centrales que, empezando en punta, van ensanchando hacia la parte superior que recibe el arco voladizo. Los contrastes de claro obscuro de estas diversas y variadas masas dan al conjunto un aspecto sumamente encantador, pero esta construcción tan particular, tiene, en mi concepto, gran importancia, desde el punto de vista artístico, porque habiéndose desarrollado en el suelo andaluz en la duodécima centuria, se extiende después a Castilla, reproduciéndose en Medina del Campo a mediados del siglo XV.
Esta hermosa construcción castellana de ladrillo al descubierto y de carácter hispano-mogrebita, permite al artista examinar su interesante estructura, mientras que los ejemplares del mismo género que ha tenido ocasión de estudiar en el hermoso suelo que el Betis baña, están todos blanqueados, y por consiguiente, solo se pueden apreciar en ellos sus bellas formas.
Tan interesante ejemplar del segundo periodo de la arquitectura sarracena, unido a las influencias mudéjares y germánicas que campean en sus fábricas, prestan al momento un singular sello artístico que lo avalora en alto grado.
Nº. 2 – En el recinto interior se acusan las formas generales de la construcción militar de aquella época; de modo que este primer dato histórico se compruebe perfectamente. Vamos a ver ahora las ampliaciones.
Cean Bermúdez dice en su Diccionario que el castillo fue edificado en el año 1440; pero indudablemente la construcción no fue total, puesto que las fábricas acusan que se conservó en su mayor parte el edificio antiguo. Lo que se hizo entonces, sin género alguno de duda, fue envolver el recinto a la sazón existente, por otro nuevo rodeado de ancho y profundo foso; construir una barbacana en la contraescarpa de dicha excavación; erigir el puente levadizo para dar ingreso a las defensas bajas que entonces se realizaron y que construyen la envolvente exterior del viejo recinto, y en uno de cuyos ángulos se colocó la poderosa Torre del Homenaje, y por fin, elevar varias dependencias en la Plaza de armas para augustos huéspedes que habían de albergarse en la fortaleza y para alojamiento de las tropas.
NOTA EXPLICATIVA
Núm. 3 – La interesante leyenda de Andrés Boca exigía una aclaración histórico geográfica, pues desde luego, me sugirió la duda de quien pudiera ser el Alfonso IX a que la Crónica se refiere. Consultada la cuestión con mí docto amigo Sr. D. Antonio Blázquez, Secretario adjunto de la Sociedad Geográfica, la esclareció del siguiente modo:
En 1188 era Medina del Campo una de las ciudades del Reino de Castilla, pues figura en tal concepto en las Cortes de Carrión y en las capitulaciones del matrimonio de Dª. Berenguela con Conrado, hijo de Barbarroja.
Por donación no pasó Medina del Campo a poder del Rey de León, pues consultada la carta dotal de Dª. Berenguela cuando su matrimonio con Alfonso IX, no figura en la misma, a pesar de mencionarse todas las ciudades, villas y castillos que eran objeto de las capitulaciones (año 1109)
Por conquista tampoco pasó a su poder, pues durante el reinado de Alfonso VIII de Castilla (1158 á 1214), las armas leonesas no toman territorios al castellano, recobrando solo en 1212, las plazas que el de León había dado a Dª. Berenguela (Villalpando, Ardón y Rueda)
No pudiendo ser Alfonso IX de León el Alfonso que después de las batallas de Alarcos y Las Navas, ejercía jurisdicción en Medina del Campo, forzoso es admitir que fue Alfonso de Castilla, que unos llaman VIII y otros IX, por incluir en la Cronología castellana a Alfonso el Batallador, Rey de Aragón, y marido de Dª. Urraca, abonando una intrusión el hecho de que, durante el reinado de Dª. Urraca, fue reconocido como Rey consorte; tuvo mucho tiempo plazas y villas con guarnición, y siguieron su partido en contra de Dª. Urraca, muchos nobles castellanos.
Intercalado el de Aragón, resulta Alfonso VIII el que nosotros llamamos Alfonso VII, y Alfonso en el Las Navas, se convierte en Alfonso IX.
Hasta aquí el estudio técnico del Sr. Casanova.
II
Señalar la verdadera fecha de la Mota, sería una necesidad histórica, pero esta fecha se pierde en la noche de los tiempos. La Historia o narración de los hechos se Andrés Boca, podrá ser cierta, pero en pueblo agricultor como Medina, en el que los labradores han tenido que presumir a su vez de brazo fuerte, tiene más bien un carácter legendario o emblemático que otra cosa, y equivale a decir: -Ahí está nuestra joya, la Mota, pero no construida por el dios de la guerra, sino por los labradores.-
Dispénseme este, acaso atrevido, pero siempre he pensado que el nido del guerrero sobre la cumbre, es lo más antiguo de Medina, y este nido no aguardó a Boca para ser construido; y la segunda restauración del castillo, la he creído también siempre posterior a la fecha, que al Andrés Boca se le señala.
Y no es que ahora piense así, pues en el año 1881 en la Lectura Católica (Madrid 9 de Febrero. Pág. 88), en un largo artículo que escribí acerca de la Mota, y que ahora en parte reproduzco, ya me preguntaba: -¿en qué pruebas se apoya la existencia del célebre labrador Andrés Boca?- en la villa de Medina, el pueblo como todas la clases, veía con orgullo elevarse sobre sus casas y sobre su horizonte, aquel gigante, que hasta en una hora aciaga podía ser el protector de sus vidas y de sus haciendas. Más en él faltaba el recuerdo de la mano que le había hecho; ni una señal, ni un nombre aparecía impreso en sus sombríos muros; allí había un misterio, y el pueblo no vio en este un obstáculo; si falta un héroe, él logró crearle, y si echaba de menos una historia, él supo forjarse una leyenda, y si el cultivo de sus extensos campos le daba honrada ocupación y rendimientos copiosos, ¿qué mucho que resultara un labrador fabulosamente rico, el personaje principal de la fábula? Cierto que era una tradición que corría ya como válida en 1614, y que Ossorio la reproduce y consigna, más también es cierto que en aquel mismo tiempo ya se negaba la existencia del Andrés Boca, pues según el mismo Ossorio, mientras que el pueblo creía reconocer en un grueso y abultado cráneo que estaba debajo del altar del convento de San Saturnino, los restos del Andrés Boca, los religiosos negaban en ese mismo tiempo, ateniéndose a documentos antiquísimos, que Andrés Boca fuese su patrono, porque no hallaban escritos ni vestigio que así lo probasen. Dando a la poesía popular lo que es suyo, y a la historia lo que pertenece, faltan documentos y cabe poner en duda la existencia del Andrés Boca.
El Sr. Casanova consigna “que algo de esta fortaleza se dice en la Historia del Conde D. Pedro Nuño (error de imprenta en vez de Niño) escrito por su alférez Gutiérrez Díaz de James, y que Cean Bermúdez, en su Diccionario, refiere la construcción al año 1440.
Al leer tan repetidamente afirmar al pueblo, que la construcción de la Mota se debía a los Reyes Católicos, me he convencido de que si Isabel fue in ídolo popular, el pueblo en buena paga se lo atribuyó todo. La hizo construir en la plaza de armas edificios de que no hay señales; llamó su tocador a lo que es en todo caso, un mirador o ancha ventana, que si llama la atención es por ser casi la única, por donde podía verse el campo desde la austera fortaleza, se habla de bóvedas de lacería en el mirador, de lo que es solo imitación de ellas en estuco, y allí hizo vivir a Isabel y allí la condenó a morir.
¡Algo lejos está todo esto de la verdad!
En la notable obra de Noticia de los Arquitectos y Arquitectura de España desde su restauración, por D. Eugenio Llaguno y Amírola, tomo I, pág. 105, se die que “en el año 1440 el arquitecto Fernando Carreño, llamado en las Crónicas obrero mayor, construyó el castillo de la Mota de Medina del Campo, reinando D. Juan II, en cuyo tiempo, y aún después, fue muy célebre este edificio.”
En que en tiempos de los Reyes Católicos se hicieran también obras en este castillo, se prueba por la misma obra citada de Llaguno y Amirola, que en su tomo I, pág. 123, dice: “por un despacho que se conserva en el Real Archivo de Simancas, consta que Alfonso Nieto fue nombrado en el mes de Septiembre de 1479 obrero mayor de las obras del castillo de la Mota y Villa de Medina del Campo.” Esta última frase de la Mota y villa ha llamado siempre mi atención, porque parece como indicar que también en este tiempos se hacían obras reparaciones en la villa, lo que no sería inverosímil, dado los desperfectos que había sufrido la muralla en los tiempos de D. Juan II.
Los que sólo se han atenido a los blasones de los Reyes Católicos, que están sobre la puerta del castillo y a la fecha de 1483, que en ellos se lee, no es extraño que si no han entrado en más indagaciones, se le hayan atribuido a los Reyes. Así se explica que en el Diccionario geográfico y estadístico de España y Portugal, por Miñano, tomo V, se halle escrito lo siguiente: “Inmediato al valle por donde corre el Zapardiel, hay otro que se reúne con él a la salida Oeste de esta villa. A estos dos valles los divide una montañuela de 70 á 80 varas de elevación sobre el nivel del río, donde se dice estuvo la primera población, y sobre él se halló el castillo de la Mota, obra del tiempo de los Reyes Católicos. El arquitecto que dirigió la obra supo aprovecharse y sacar bastante partido uniendo a ella los restos de un edificio que denota bastante antigüedad. La muralla que rodea el castillo y todo el terreno donde se dice estuvo la primera población, también es obra de aquellos tiempos, en los que la necesidad y la constancia emprendían y ejecutaban grandes proyectos.”
La misma fecha de 1440, copiándose unos a otros, señala al castillo de la Mota de Medina del Campo la Arqueología cristiana española del Dr. D. Ramón Viander, cap. XVIII, hallándose también así confirmado, y citando, además de la misma fecha a Fernando Carreño, o el obrero mayor, como arquitecto de dichas obras y castillos, en el tomo I, cap. XV de la obra impresa en casa del Sr. Mellado, titulada Recuerdos de un viaje por España.
Con sólo fijarse en que el año 1440 reinaba en Castilla D. Juan II, parece deducir que las noticias que puedan referirse al origen del castillo de la Mota deben de estar contenidas en las Crónicas de dicho Rey; más sucede todo lo contrario, pues es donde menos se hallan; así que, recorridas minuciosamente, no hallamos dato alguno hasta el año 1441, y es necesario seguir el curso de los acontecimientos para conocer la causa de esta omisión. La villa de Medina del Campo estaba por los Reyes de Navarra desde que había sido dada como dote a Dª. Leonor de Alburquerque, al casarse con el Infante D. Fernando, Rey de Aragón, heredándola a su muerte el Rey de Navarra D. Juan II.
Bien conocida es la animosidad que tanto D. Juan II el de Navarra, como su hermano D. Enrique y la mayoría de los nobles de Castilla, tenían contra D. Álvaro de Luna, privado o favorito del Monarca castellano, y los disturbios y continuos choques que durante todo su reinado se sucedieron, como causa de la flojedad del Rey y del encumbramiento y valor del privado; más llegado el año 1438, las cosas empeoraron de tal suerte, que hicieron venir al Rey de Navarra, ocupado en otras guerras, y con este motivo las disensiones arreciaron, tomando un carácter más belicoso. Las revueltas fueron muchas. Los de la Liga en contra del Rey, o mejor dicho, de D. Álvaro, trataron de apoderarse de las plazas en las que tenían algún mando o influjo, y se fortificaron cada uno en sus castillos y lugares lo mejor que le fue dado, preparándose a cualquier evento. El Rey de Navarra, por quien estaba Medina y su castillo, era el más comprometido, y natural era que pensase en fortificarse en Castilla, adquiriéndose un punto de refugio para sus gentes, lo cual debe tenerse muy en cuenta.
Llegado el año de 1439, las cosas no mejoraron de aspecto; el rompimiento se hizo más inevitable, y según consta en la misma Crónica de D. Juan II de Castilla, y aún mejor en los Anales y Crónicas de Navarra, por el p. Francisco de Alesón, parte II, libro VII, se trató de reunir una junta en Tordesillas, a la que acudirían los Reyes de Castilla y Navarra, el Infante D. Enrique, hermano del último, y varios nobles castellanos. Ya reunida, pidieron el Rey de Navarra y su hermano que se alejase a D. Álvaro del Rey de Castilla, y se les devolviesen los lugares y villas que les había quitado el Rey D. Juan y dado a varios nobles de los de su agrado; más como a esto último no se aviniesen los nobles, no se pudo acordar nada; y añade el citado historiador, refiriéndose a este año de 1439: “Disuelta la junta, sin haberse conseguido más que el encono mayor de los ánimos, se dispusieron, con rabioso coraje, de una y otra porte para venir a las manos.” El rompimiento no llegó a verificarse, porque unos religiosos mediaron para con el Rey de Castilla; más el miedo de nuevos trastornos y los preparativos de unos y otros no cesaron, “teniendo la Reina de Navarra que hacer algunas remesas de dinero al Rey su marido para los gastos de la guerra de Castilla, en que andaba tan revuelto”, según que así lo afirma el cronista citado. Terminando año el año 1439, no nos parece desacertado ni inoportuno, dadas las intenciones y propósitos del Rey de Navarra, el que en 1440 sea la fecha en que figure reconstruido el castillo cuyas obras pudieron hacerse durante las revueltas de los sesenta y tres años que el castillo estuvo en poder de los Reyes de Navarra. Debe tenerse también presente que el castillo de la Mota ocupa el puesto más importante y céntrico de la zona de Castilla, que prefería el Rey D. Juan II, opinando desde luego que si el dicho castillo se levantó como defensa, según lo prueba su construcción, en ninguna circunstancia pudo ser más necesario. ¿Habrá habido en otra época ni reinando más válidos que combatir, ni Reyes más débiles a quienes avisar o proteger?
Así debieron pasar las cosas, puesto que el año 1441, y hacia primeros de Mayo, ya se habla de la Mota como de una importante fortaleza, y pudo tomarlas únicamente el Rey de Castilla, mediante inteligencias con los de la villa y por necesidad que padecían los del castillo, según se lee en la Crónica del Rey D. Juan II, por Guzmán, corregida por Galidez, que refiriéndose año MCDXLI, cap. XVII, dice:
“Partió el Rey de Cantalapiedra para Medina del Campo, con trato que tuvo con algunos de la villa, de que le acogerían e llegó a Medina bien de mañana, e luego le abrieron las puertas aquellos que tenía el trato, sin detenimiento ninguno; y entrando, fue a adorar la Cruz a la iglesia de Santantolín, e oyó Misa.” Y termina luego dicho capítulo:
“Antes que la respuesta del Conde de Castro viniese, se había metido en el trato con los de la Mota de parte del Rey, Fernand Álvarez de Toledo, Conde de Alba; e porque en la Mota estaban doscientos e cincuenta hombres de pelea e no tenían abastecimiento de pan ni menos de vino, e muy poco agua, e de malos pozos, e sabían en cómo el Rey viniese por su persona a tomar la Mota, por una puerta que está contra a San Juan del Alcoba (léase aquí Azogue, pues es una equivocación de la Crónica), y que ellos saliesen por otra puerta que sale a la puerta de Arciles (léase Arcillo o Arquillo, que es como se llama), o se fuesen a Pozal de Gallinas, aldea de Medina, e donde, a donde quisiesen. Y el trato así asentado el Rey vino a la Mota e fue apoderado de ella e dejó en ella por guarda que la tuviese por él, a Gonzalo de Guzmán, Señor de Torrija.”
Por este hecho y otras avenencias y pactos posteriores, que no es del caso referir, vino a quedar la Mota por los Reyes de Castilla, no siendo difícil el que si algún recuerdo de inscripción o armas había en el castillo de la denominación de Navarra, las hiciesen desaparecer para sustituirlas únicamente por las armas de los Reyes castellanos, como lo hicieron, sin duda, D. Fernando y Dª. Isabel, embelleciéndole algo, según creo, en el año dicho de 1483.
En algún escrito he leído, que los arcos del segundo cuerpo del castillo fueron en herradura, en lo cual, y por ser de ladrillo o aparejo menor, s veía el sello árabe y mudéjar. Desempeñó este castillo su más importante y principal papel en las banderías y revueltas de los tiempos de D. Juan II de Navarra y D. Juan II de Castilla, y de D. Enrique IV. Enarbolando después bandera de rebelión a nombre del Arzobispo de Toledo, y luego del de Sevilla o Fonseca.
En 1474 le cercaron los medinense, y en 1475 se apoderó de él el Duque de Alba, tomándole en la tercería hasta indemnizar a los Fonsecas, entregándole luego a los Retes Católicos. En él estuvo el rescate del Rey de Francia, Francisco I.
Cisneros le hizo depósito militar para la artillería, y a él acudieron para sacar parte de ella, cuando las discordias y alborotos de las Comunidades, escenas que bien describió e interpretó en el tomo XI del Museo de las Familias, D. Saturnino González y Reguera, natural de Medina.
De otros servicios que haya hecho, o de otros dolores a que haya contribuido (que no sé cómo decirlo), noticia se halla en los datos históricos de este libro. En él estuvo preso el Arzobispo D. Pedro Tenorio, reinando Enrique III; asimismo lo estuvieron el Duque Valentino, César Borgia, que al escaparse de su prisión en 1506, llegó el Alcaide Gabriel de Tapia a cortar las cuerdas con que se descolgaba del muro. Estuvo también preso en él más de veinte años, Hernando Pizarro, que cumplió en él los cien años, por la causa seguida a él y su hermano por la muerte de Almagro en la conquista de Perú. En 1579 lo estuvo D. Fadrique de Toledo, Marqués de Coria, por desacato a Dª. Magdalena de Guzmán, y también en 1619, D. Rodrigo Calderón, Marqués de Siete Iglesias, que fue luego trasladado a Montánchez.
Antero Moyano afirma. Que D. Juan II y D. Enrique IV, mandaron reunir en sus salas todos los documentos pertinentes al Patrimonio y Corona Real, a los que se unieron otros por cédula de 15 de Febrero de 1485; y Carlos V, por la suya de 17 de igual mes de 1543, mandó comisionados para examinarlos e inventariarlos, lo cual hecho, fueron trasladados a Simancas, según en aquella cédula se disponía, como lo afirma Huidobro al escribir de archivos.
Después de todo esto, ¿se puede afirmar quien reconstruyó la Mota, quien perfeccionó la Mota, quien perfeccionó sus baluartes y quien dio por concluido este castillo?
La Mota, como fortaleza concluida, lo estaba ya antes de los Reyes Católicos, y que estos cambiasen sus escudos, y la repararán o embellecieran algo, siendo como era fortaleza de pueblo para ellos tan querida, no cabe duda, pero esto no es probar lo que la construyesen.
A Ossorio, que tanto habló de las dos cosas. De una tradición de Boca o boca popular y del castillo, describiéndole como ya estaba en tiempo de los Reyes Católicos y de D. Juan II. Si ciertamente se hubiesen construido los Reyes Católicos, tan entusiasta como fue de la Reina Isabel, ¿se le hubiera olvidado este grandioso hecho? ¿No contó de ella cosas más pequeñas? Y ¿Por qué Ossorio, ni ningún medinense nada ha dicho del origen del castillo? Además de que ya le vemos figurar antes de este tiempo.
Vamos por un momento al grano, aunque sea tirado al aire. El castillo ¿a quién pudo aprovechar? ¿Quién más le necesitó? Porque es de suponer que el que más lo necesitó, fue o sería el que le reconstruyese o fortificase. Pues bien; Ossorio calló, y los medinenses han callado, porque el castillo debió reforzarse y construirse por quien tenía empeño en imponerse sobre Castilla, acaso por un enemigo de Castilla, que necesitaba en ella un sitio fuerte y avanzado, y este enemigo de Castilla debió ser D. Juan II de Navarra, animado por los muchos turbulentos que le siguieron en las revueltas de la azarosa historia de este Monarca, y en estos tiempos de odios y luchas, cuando la Mota no era de Medina, debieron construirse sus imponentes fortificaciones, que ya funcionan hacia 1440 como terminadas, y época de las mayores alteraciones del tiempo de Juan II, en el que ya era famosa esta fortaleza. El secreto de la Mota, me sospecho que hay que buscarle, más en los archivos de Navarra que en los Anales o Crónicas de los Reyes Castellanos, a cuyos historiadores hizo, sin duda, poca gracia consignar lo que supiesen o pudieran de la Mota haber dicho.
Adelanto esta idea, por si pudiese servir de guía, y creo que en el archivo de los Contos de Pamplona, algo pudiera hallarse; y esto indicó a título de presunción vamos a continuar por el monótono o pesado machaqueo del historiador, que quiere ver sin pasar de miope.
Es lo chocante del hecho, que Medina fue Corte de los Reyes de Castilla, y muy particularmente de D. Juan II, que le prefirió para su residencia, teniendo en ella sus palacios, y no obstante, la villa de Medina no era suya, ni pertenecía a su Corona.
Desde el tiempo de D. Juan I, año de 1381, Medina y su fortaleza pertenecieron a Dª. Catalina, hija de la Condesa de Alecastre; de ésta pasó a su sobrina Dª. Leonor, Condesa de Alburqueque, hija del Infante D. Sancho, y nieta del Rey D. Pedro, la cual casó después con el Infante D. Fernando, Reyes luego de Aragón; y de Dª. Leonor, la heredó su hijo D. Juan II de Navarra, constando por la Historia, que en 1441, el Rey D. Juan de Navarra todavía se hallaba apoderado de la Mota, estando dentro y a su defensa por el dicho Rey de Navarra, D. Fernando Rojas, hijo del Conde de castro y D. Ramón de Espez con 250 soldados, tomando luego D. Juan II la Mota, por rendirse o partido los de Navarra; y de suerte que aún cuando D. Juan II, desde 1430, por Cortes generales, había a los Reyes de Navarra confiscado sus pueblos, y se había apoderado de Medina, la Mota siguió en poder del de Navarra, hasta que el 1441 o 1444, total sesenta y tres años, por lo menos, fuera de la jurisdicción de los Monarcas castellanos que llamaban Corte a Medina, sin ser suya, y viviendo en ella, en su palacio, D. Juan II siendo el castillo que dominaba la población de otro Rey y Señor. ¡Cosas de aquellos tiempos!
Siendo este castillo un clavo que el Monarca de Navarra tenía introducido en la Corona o en el corazón de Castilla, un amago constante y el sostén con el castillo de Olmedo, Peñafiel, Roa y otros, de las rivalidades, pretensiones y luchas de Navarra contra D. Juan II y contra D. Álvaro de Luna, ¿vamos a suponer que no trató, o no se ocupó en fortificarle?
Cuadra bien la fecha, y la cuenta de Fernando Carreño en 1440, como término de sus obras, pero no fue, me parece, quien las costeó en Monarca castellano, porque si el de Navarra era el amo y mandaba, ¿Quién habría de pagar las obras?
En los Anales de Navarra, por el P. Francisco de Alesón, de la Compañía de Jesús (Pamplona, 1709, tomo IV, libro VIII), desde la página 423 en adelante, se lee que en las constantes rencillas, pretensiones y guerras del inquieto D. Juan de Navarra con Castilla, nunca perdió este a vista a Medina. En Diciembre de 1425 fue a pasar las Pascuas a Medina con su madre Dª. Leonor.
En 1426, a principios, todavía estaba en Medina. En el 1428, se quedó de nuevo en Medina, y el Rey castellano le indicó, con acierta política, que, puesto que había concluido sus negocios, debía recordar que los pueblos de Navarra, pero dejando en Medina y en su fortaleza a D. Diego Gómez de Sandoval, Conde de Castro, para entender en algunos negocios suyos, y en este mismo año, 1429, temiéndose o preparando la guerra en castilla, mandó guarnecer las plazas de la frontera y levantar gente. Preguntado por el Monarca castellano porqué levantaba tropas, aquél contestó que habiendo dejado en su lugar al Conde de Castro, no se había hecho caso de él. El de Castilla entendió que el navarro no desistía, y que metía municiones de boca y guerra en Peñafiel y otras plazas, y le envió a decir que se aquietase y aquietase también al Conde de Castro.
En 1435, quedó el Rey de Navarra, preso con el de Aragón por los genoveses, y en 1436 se pactaron las bodas de Dª. Blanca de Navarra con D. Enrique, Príncipe de Asturias, conviniéndose que ella llevaría en dote, entre otras villas, la de Medina del Campo.
El 15 de Septiembre de 1440, se celebraron en Valladolid estas bodas, asistiendo los Reyes de Castilla y Navarra y D. Juan Pacheco, que, favorito del Príncipe D. Enrique, tiraba de él con toda su influencia en contra de su rival de Condestable D. Álvaro de Lugo, formándose contra éste una gran liga o conjura, en la cual hasta entró la Reina. Irritado el de Navarra por ciertas ofensas de los del partido de D. Álvaro, se propuso hacer francamente la guerra a éste, y llegando al rompimiento contra Castilla, D. Juan II, por un arranque de energía, se apoderó por la fuerza de las dos villas más avanzadas en su Reino del Rey de Navarra, que fueron Olmedo y Medina del Campo; y sigue escribiendo el P. Alesón, que el Condestable “hubo de volver a Medina para defenderla del Rey D. Juan de Navarra, que venía a recuperar sus tierras, y Medina era de las más principales”. De Olmedo se apoderó bien luego, y en Medina entró favorecido por sus parciales Álvaro de Bracamonte y Fernando Rejón. El Rey de Castilla, cuando supo que de improviso habían, al amanecer, entrado en la villa las tropas del navarro, mandó salir al instante de ella al Condestable y a su hermano el Arzobispo; se armó, salió de su palacio a la plaza y todos le hicieron reverencia (hecho o escena que tantas veces en esta Historia se ha repetido). Después los Reyes hicieron paces y nuevos conciertos, y se devolvieron recíprocamente las villas que se habían tomado.
¿Se volvió por estos acuerdos la Mota al de Navarra? Sospecho que sí, porque desterrado D. Álvaro, aunque de nuevo se disgustó en de Navarra, porque furtivamente fuese el Príncipe D. Enrique a ver a D. Álvaro, siguió no obstante muy estrecha la amistad de los dos Monarcas, que fueron siempre dos Juanes segundos, siempre recelosos uno del otro y siempre unidos, pues juntos fueron en 1442 a celebrar las Pascuas a Toledo.
D. Juan el castellano volvía, no obstante, a inclinarse por D. Álvaro; le fue a visitar a Escalona, siendo padrino de su recién nacida hija Juana de Luna.
El Conde de Castro, que de ordinario residía en la fortaleza de Medina, astuto y constante amigo del de Navarra, propuso a su señor y amigo, que puesto que hacía algún tiempo se hallaba viudo, se casase con Dª. Juana Henríquez, hija del Almirante de castilla que tanto privaba con el castellano, y con asistencia del de Castilla se verificó la boda en Torrelobatón, y así creció notablemente la influencia en la corte castellana del D, Juan de Navarra.
D. Álvaro de Luna, en tanto no descansaba; logró poner en movimiento y aumentar sus partidarios; se asoció y ayudó eficazmente D. Lope de Barrientos, y tal se enredaron y a tanto llegó de nuevo el atrevimiento y elevación de D. Álvaro, y el despecho del de Navarra al verse de nuevo propuesto, que llegado el año 1444, y rotas de nuevo las hostilidades, el Rey de Castilla marchó a Medina, la tomó sin resistencia, sin duda por la rapidez con que se movió, e hizo lo propio con Olmedo; en Roa le dieron también entrada, y en 1 de Agosto entró a la fuerza y saqueó a Peñafiel, no encontrando yo el recuerdo de que después volviesen de estas villas al de Navarra, y sospecho pueda ser ésta la fecha verdadera y definitiva de la incorporación de la Mota y de Medina a Castilla, pues en las guerras que continuaron y siguieron hasta la muerte de D. Álvaro, plazas que se disputan y batallas que se riñen, no es Castilla el principal escenario. Y no obstante, estas últimas fechas fueron acaso para nuestro castillo de la Mota las de su mayor esplendor e importancia, hasta llegar al 1475, en que tomado por el Duque de Alba, de los revoltosos que le habían ocupado según queda dicho, éste pensó en demolerle, teniendo a gran honra y fortuna el ponerle a disposición de los Reyes Católicos, que ya se habían hecho cargo del Gobierno del Reino.
Desde esa fecha fue la Mota un gran señor castellano, que representando dignamente la grandeza de sus Reyes, siguió erguido, tranquilo y pacífico en medio del descanso y del silencio, pero no hay que engañarse, más bien con el carácter de un señor de horca y cuchillo, esto es, de una fortaleza prisión –como dice Enrique Cock- a propósito para alojar prisioneros, que no Central y lujoso Alcázar para alojar una espléndida Corte. Y allí quedó erguido, pero sin fueros ya que defender, ni válidos que combatir, y allí sigue, pero luchando con otro enemigo invencible… El tiempo.
Había sido, en verdad, primero el protector de su pueblo; después, el emblema de la más revoltosa España caballeresca, y después de tantos años y luchas, ahí está mudo y sombrío, erguido sí, pero como medroso fantasma; sus perfiles continuarán embotándose, sus almenas irán abatiéndose y el suelo en informes despojos, interrumpido solamente su caída el pavoroso silencio de sus fosos y abandonos recintos. Su fortísima torre, es de esperar, que vestida de moho de luto, ha de permanecer todavía largos años desafiando al tiempo, y aún ahora, ya que no puede, con sus derruidas mansiones, alargar su protección a los vivos, vela con su sombra para que sirva de sudario que acoja a los muertos.
Éste último, así como descanse en paz, que he leído y escrito en todos los sermonarios de la Mota, nunca ha sido tampoco la terminal, sino la anteúltima palabra.
¿Le vamos a dejar así?
Ésta ha sido siempre la última, y no quiero salirme del molde o costumbre.
Ya en 1598 la villa d la Nava ofreció a S. M. 4.000 ducados para ayudar a reparar y aderezar la Mota de Medina, con tal que se le eximiese del alojamiento de soldados.
La posición de Medina en el cruce de tan variadas líneas férreas, tiene algo de estratégico, algo de necesario para los fines militares. ¿No se están hoy proyectando cuarteles, prisiones, depósitos militares, algo, en fin, preciso, en todo lo cual habrá que gastar mucho dinero?
Pues bien; allí hay paredes, habitaciones, terreno y ancho campo, y un monumento que salvar, acaso con provecho y utilidad para el mismo Estado. Los excursionistas y arqueólogos señalando y pidiendo, y los medinenses ofreciendo y demandando, y el Gobierno pensando en serio sobre lo que pueda proponérsele y convenga, es preciso que todos a una hagamos lo que esté a nuestro alcance, porque si no, la Mota sólo servirá para hacer un montón de ruinas, que entonces sí que resultará propiamente con su negra silueta un medroso monumento funerario, en obsequio a os muertos.
Como datos que a la Historia de la Mota, se refieren, adiciono los siguientes, a título de ampliación o nota:
En la Crónica del Rey Enrique IV, por su capellán y cronista Diego Enríquez del Castillo, edición corregida por D. José Miguel de Flores (Madrid, imprenta Real, año MDCCLXXXII), refiriéndose al castillo de la Mota y a los rebeldes a la autoridad real, dice en el capítulo XCII y siguientes, págs. 176 a 193:
“Fue acordado que el Rey, con toda su Corte, se fuese a la villa de Cuellar, y que la Reina y la Infanta Dª. Isabel se quedasen en Segovia. La ida del Rey pareció necesaria, por mostrar no tanto que se acercaba contra sus enemigos, que estaban el Olmedo, como por hacer espaldas a los de Medina del Campo, que de continuo peleaban contra el Alcaide de la Mota, que estaba por el Arzobispo de Toledo rebelado contra el Rey. A Cuéllar acudieron ciertos escuderos de Medina a pedir ayuda contra el Alcaide que los perseguía y hacía grandes daños desde la fortaleza, porque se diesen al Príncipe D. Alonso, que Rey se descía.
El Rey D. Enrique, con los caballeros de su Consejo, acordó socorrer a los de Medina del Campo, y les dijo que se barrease la villa. D. Pedro de Velasco, por mandado del Conde, su padre, vino a ofrecerse al Rey con 400 hombres de armas y 300 jinetes, dispuesto a socorrer a Medina; aceptó el Rey; le mandó a recoger sus soldados y se fue a Segovia, a donde reunió más gentes, y mandó llamar a D. García Álvarez de Toledo, Conde de Alba; éste contestó que vendría, pero que necesitaba medio cuento de maravedíes, y el Rey mandó dárselos.”
CAPÍTULO XCIII de la citada Crónica.
Cómo los de Medina del Campo demandaron socorro al Rey por el peligro en que estaban, etc.
En tanto que la gente se allegaba, los debates de Medina del Campo contra el Alcaide de la Mota estaban de tal manera, que cada día llegaron a pelear unos con otros, donde peligraban de cada parte; pero los de la villa tenían ciertas iglesias fortalecidas alrededor de la Mota, donde se defendían de la salida de sus contrarios a la villa. Como el Príncipe D. Alonso, Rey que se descía, estaba en Olmedo con los caballeros e Perlados de su partido, daban favor e hacían espaldas al Alcaide de la Mota, e los de la villa no solamente estaban con temor, más en gran peligro, que una noche vendrían de salto e darían sobre ellos e los destruirían. Enviaban los de la villa continuos mensajes al Rey, pero esperando éste al Conde de Alba, y a D. Pedro de Velasco, les decía que se fuesen defendiendo, y llegando el de Velasco a Cuellar con 700 rocines y asaz peonaje, él y el Duque de Alburquerque escribieron al Rey, que sin esperar más al de Alba, se viniese con los suyos para socorrer a Medina, y así se fueron todos hacia Medina, y por delante de Olmedo. El Rey quería evitarla batalla de los daños y muertes, pero el Arzobispo de Toledo, el Príncipe y los suyos, acordaron salir a resistirle. Ganada la batalla de Olmedo por los leales, el Rey mandó a su cronista y a su Corte aposentarse a la villa que se pusiesen guardas grandes contra los de la Mota, para que no pudiesen salir. Al día siguiente se hizo procesión desde San Antolín a San Andrés con las banderas ganadas, y estuvieron colgadas delante del altar mayor algún tiempo.
Continuando el Rey en Medina, recibió en ella y en su Palacio al Legado o Nuncio que Paulo II le envió para amonestar a los Perlados y Caballeros rebeldes; el Nuncio fue hasta Olmedo, allí le corrieron y persiguieron los desleales, viniéndose medroso y con poca satisfacción a Medina. En todo este tiempo, claro es que el Rey residió en su Palacio de la villa, que ya venía de mucho tiempo atrás oficiando de mansión Real.
Los trastornos referidos no pararon aquí, y en la carta de Fernando del Pulgar, dirigida desde Madrid, en 1473, el Obispo de Coria, D. Francisco de Toledo, inserta con Clemencín en el Elogio de la Reina Católica, pág. 125 y siguientes, se cuenta que a tan habían llegado las cosas en Castilla, que Medina, Valladolid, Toro, Zamora y Salamanca, pagaban cierta cuantía de pan, e vino e maravedíes al Alcaide de Castronuño. Llamábase éste Pedro de Mendaña, y recibía en su fortaleza muchos ladrones, con los robos que hacían, y defendíales, y llegó a reunir tantas y tales riquezas y poder, que se apoderó de las fortalezas de Cubillos, Cantalapiedra Sieteiglesias, y hasta se hizo dueño de Tordesillas, reuniendo quinientas o seiscientas lanzas y teniendo los pueblos que hacer con él tratos para que hubiese seguridad y no robara ni matase.
El Arzobispo de Toledo, D. Alfonso de Carrillo, y otros Prelados, se reunieron en Aranda para dar orden y paz en el gobierno del Reino, más proyectando la reconciliación del Rey D. Enrique con su hermana Isabel.
El castillo de la Mota, por este año de 1473, seguía por el Arzobispo de Sevilla, D. Alonso de Fonseca, que sustituyó en su tenencia al de Toledo, y que tanta parte tuvo en los negocios y gobernación del Reino, en tiempo de este Rey D. Enrique, más habiendo fallecido en Coca en este mismo año, quedó todos sus bienes, con la Mota de Medina y os mayorazgos que había fundado, para que los heredase su sobrino, y escribe Fernando del Pulgar, refiriéndose a Medina: “Esta villa viéndose opresa de aquella Mota, acordó de la derribar, e para esto tomaron por ayudador al Alcaide de Castronuño, el cual, con los de la villa e los de la villa con él, tuvieron la Mota en algún aprieto, con propósito de la derribar e aún daban alguna suma por ello. El de Fonseca viéndose a sí, e a su Mota en paso algo estrecho, trató con la villa que le diesen alguna equivalencia, e les daría la Mota para la derrocar, e para esto que llamasen al Sr. Duque de Alba, porque el Duque la tuviese en las manos, falta que la villa cumpliese la equivalencia que al Fonseca había de ser dada, y esto todo se trató sin lo saber el Alcaide de Castronuño que la tenía cercada. Y así se hizo. Vino el Duque de Alba con gente, y entró por una puerta de Medina, y el Alcaide alzó el cerco e se fue por otra e tomó el dique la Mota en si, unos dice que para la derribar, como la villa lo deseaba, otros que para la tomar, como Fonseca lo quería. Yo, señor, veo que se la tiene el Duque. No dude vuestra merced, que la envidia ha hecho su oficio aquí, de tal manera, que algunos favorecen de secreto al Alcaide, para que el Sr. Duque de Alba tenga que entender con él algún rato.”
Así, pues, vemos que la Mota, bajo la tenencia del Arzobispo de Toledo, fue un baluarte en contra del Rey, por ser éste Prelado uno de los rebeldes de la liga a favor del Príncipe D. Alfonso; más después de la batalla de Olmedo pasa la tenencia del castillo al Arzobispo de Sevilla D. Alonso de Fonseca, como adicto, y éste lo considera como propia, hostiga y se pone en lucha con los de la villa, y por último, al morir, como si fuera propiedad suya, se la deja a su sobrino, contra el cual tienen que alzarse los medinenses poniendo cerco al castillo, y llamando en su favor al Alcaide Ladrón de Sanchonuño para que les ayude. Fonseca, sobrino, llama a su vez al Duque de Alba par que pacte, venda el castillo y cobre de los de la villa. ¿Bien menguada quedaba en todo esto la autoridad Real!
¿Podía en estas condiciones y en tales tiempos la Mota llamarse Palacio, o confundirse con el Palacio de los Reyes?
CAPÍTULO VI
¿En qué sitio de Medina murió Isabel “la Católica”?
¿En el castillo de la Mota o en su Palacio?
Un interrogativo presume generalmente, ignorancia o duda, pero cuando es en dilema, lo que se exige es una contestación categórica, si puede darse, o una averiguación o estudio, si lo que se pregunta está en tela de juicio o es dudoso.
Antecedentes para resolver esta cuestión o contestar a estas preguntas:
Que Isabel la Católica fue un ídolo del pueblo de Medina; que éste la vio siempre en su favor, defendiendo sus intereses, y que la devolvió, no sé si con creces, el afecto que la Reina le tuvo, esto no puede desconocerse ni dudarse.
Que considerándola el pueblo acreedora a todos los esplendores de la realeza, todo le pareció poco para Isabel, y que si en algo podría contribuir la majestad de la Mota a la grandeza de Isabel, el pueblo no habría de rehusarla, también es cierto; y que del pueblo salió la voz y la tradición, y la noticia vulgar y constante para todo extraño o viajero, de que Isabel la Católica había vivido y muerto en la Mota, y que se dice o se decía en Medina con noble orgullo: -Esa es la Mota; ahí murió Isabel.- Todo esto es verdad.
No es regatear a Medina sus glorias el triplicarlas; la Mota tiene las suyas, más también la población las tiene, y sin perjuicio de las de la Soberana.
Como lo que se dice se escribe, algo creo también de esto se ha escrito, y veamos lo que hay en pro y de esta afirmación.
En el Museo Militar, tomo de 1883, pág. 163, se hizo, según datos que tengo a la vista, un estudio de la Mota, y empieza por quejarse su autor del abandono en que se tiene nuestras fortalezas en la Edad Medina, cuyo mayor número se halla en ruinas, cuando no han sido demolidas, como Belmonte y otras, y estimula a los jefes y oficiales a que se dediquen al estudio de esta rama importante del arte militar, ya que tantos militares hay que reúnen para ello amplitud y aficiones.
Como fuentes históricas para el artículo que escribe, el Diccionario geográfico universal de 1831. Después se refiere a Quadrado en su obra Recuerdos y bellezas de España, y por último, a una descripción que en el periódico de Medina, El Sarabriense, publicó D. Antero Moyano. Para nuestro propósito de averiguar el sitio de Medina donde murió Isabel la Católica, nada se dice ni en el Diccionario, ni tampoco lo afirma Quadrado como puede verse en la pág. 459 de este mismo libro, cuando dice de Isabel: “Cuyo postrer suspiró se duda si recogieron los muros de la fortaleza, o los del palacio que tenían los Reyes en la plaza, o los del convento de Santa María la Real.”
Antero Moyano, en su citado artículo de El Sarabriense, del que tengo copia de D. Jesús Salgado, escribía de la Mota y de la Reina Isabel lo siguiente: “Y aquí exhaló su postrer suspiro, de 26 de noviembre de 1504.”
Como se ve, el Diccionario calla, Quadrado duda, Moyano afirma en 1865. Más en 1891, este distinguido hijo de Medina escribió su notable Guía, y al hablar con el natural entusiasmo, de la Mota, desde la pág. 190 a la 197, hace muy bien la descripción y elogio de ella, pero del hecho a que se refirió en 1865, de haber ocurrido en la Mota la muerte de Dª. Isabel, se calle y nada dice. ¿Sería que, pensando en serio, vio la distancia que hay entre una tradición vulgar y un hecho histórico?
No lo sé; pero al no consignarlo en su Guía, claro se ve, que cuando trató de hablar, no como medinense, sino como historiador, echó prudentemente, y por si acaso, el pie atrás.
Que esta opinión vulgar o tradición particular de Medina, ha hecho alguna atmósfera, es indudable; si no la hubiese hecho no tendría razón de ser este estudio que emprendo, y antes de entrar en el fondo de la cuestión, consignaré en un primer grupo, alguno de los escritores que yo sepa, que afirman únicamente que murió en Medina, y en otro segundo los que dicen que murió en la Mota, refiriéndome, no a los cronistas o antiguos historiadores, sino más bien a los Compendios históricos que figuran preferentemente para la segunda enseñanza. Están entre otros, en el primer grupo: Artero, Sales y Ferré, Orodea, Castro y otros muchos.
En el segundo, o sea entre los que dicen que murió en la Mota, están Moreno y Espinosa, que lo consigna en una nota, Muro y Vergara.
Para defender la opinión de que murió en la Mota, he oído citar las palabras de un anónimo contemporáneo de la Reina, que continuó la Historia de D. Rodrigo Sánchez Arévalo, Obispo de Palencia, escrito que copia el Sr. Clemencin en su Elogio de la Reina Católica (edición de la Academia, pág. 568), y que empieza con estas palabras: “In oppido de Medina del Campo, Regina aegrotare copepit” Y que termina Obiit domum, Elisabeth, in dicto oppido de Medina del Campo. Esto es, empezó a enfermar, y murió in oppido de Medina del Campo, no sin antes añadir que la rodeaba una numerosa Corte de magnates, entre los que cita la Condesa de Haro. D. Bernardo de Velasco, Conde y Duque de Frías y el maestro de Teología del Orden de Predicadores, Diego de Daza, etc. La cuestión es de si en la palabra Medina oppidum se entiende a Medina por plaza fuerte, o se entiende esa palabra por la plaza fuerte de Medina del Campo.
No creo que el castillo de la Mota se le pudiera llamar la plaza fuerte, y a la Mota lo que era, esto es, el castillo de esta plaza fuerte.
Haciendo juez en esta duda de la inteligencia de una palabra al Diccionario Universal latino-español, de D. Manuel Balbuena, edición de las Reales Academias Española y Matritense (Madrid, imprenta Real, 1819), se lee en la pág. 504, en la palabra Oppidum, la interpretación siguiente:
Según Cicerón, ciudad, plaza fortificada, castillo fuerte.
Oppidum, lugarcillo.
Oppidum, lo perteneciente a una ciudad o pueblo.
Como se ve, la significación preferente y gradual, e ciudad, plaza fuerte, y en el último término castillo, y aplicado a medina nos hallamos con que Medina tenía población, era ciudad o villa amurallada, y la correspondía perfectamente el nombre de plaza fuerte. Además, en buena lógica, nunca de la parte puede predicarse el todo, y decir que Medina era plaza fuerte porque tenía castillo; no es hablar con propiedad, pues Medina era Medina por ser población, y era plaza fuerte porque estaba rodeada de murallas, y puede añadirse que protegida o defendida por un castillo.
Siendo, pues, imposible suprimir el concepto de población, y no pudiéndose dar el nombre de plaza fuerte a un castillo, más que en el único caso de estar solo, no siendo este el caso actual, porque Medina no es la Mota, sino una ciudad, claro que a ella se refiere lo de plaza, u oppido. Ossorio , en la pág. 107, parte I, cap. XXXVIII de este libro, escribe, “El cronista de los Reyes Católicos, Lucio Marineo, hablando de cosas de esta villa, dice: “In quo oppido, nc Rex offitium, nec Pontifex “sacerdotium habet.” En cuya ciudad, “ni el Rey oficio, ni el Papa beneficio.” Y bien claro es, que el oppido hace relación a la ciudad o villa, puesto que trata de sus blasones o armas, y no de la fortaleza o castillo”.
Decía Baglibio, que es imposible poner de acuerdo a los que beben agua con los que beben vino, y así las opiniones o pasiones, sentemos, que hay una opinión vulgar, que ha sostenido y que más o menos seguirá siempre sosteniendo, que Dª. Isabel murió en la Mota.
Al inclinarse a la opinión de que murió en Palacio, me creo en el deber de indicar las razones en que fundó esta mi persuasión, y en el empeño de probar, en la posible medida, que los Reyes tuvieron en Medina su Palacio; que vivieron en él; señalar el sitio donde estuvo el tal Palacio; y si en él murió Isabel la Católica.
Empiezo por recoger el cabo que me ha dejado suelto del oppidum o ciudad, y al haber de él, algo de lo otro se irá probando.
El milanés Pedro Martyr, Protonotario apostólico y Prior del Arzobispado de Granada, Preceptor de latinidad en la corte y casa Real, que no se separó en medina de la Reina Isabel, que asistió en toda su enfermedad y que de ella dio noticias constantemente al Arzobispado de granada, al Conde de Tendillo, y a los nobles y señores del Reino; que acompañó su cadáver hasta Granada, escribió al Rey hasta los menores detalles del viaje en su Opus epistolarum Petri Martyris, Anglerii medionanensis, Protonotarii Apostolicii, Prioris, Archiepiscopatus granatensis, etc.
Austelodani (París, 1670) llama a Medina Oppidum, y en la carta CCLXXX, escribiendo al Rey Fernando desde Granada , después, como he dicho, de acompañar desde Medina el cadáver de la Reina, le dice, refiriéndose desde el principio el viaje, o sea desde su salida de Medina: “Cuanta haya sido la lluvia, desde que empezó, vos fuisteis testigo, puesto que nos acompañasteis fuera de las murallas de aquella plaza. Tu testis, qui nos extra moenia istius oppidi comitatus es. Y dice bien claro, “Murallas de esta plaza de Medina.”
Al hablar los medinenses, no como medinenses, sino como historiadores, y cito a mi padre, mi tío, D. Jesús Salgado, D. Isidoro y varios otros, todos contestaban a mis preguntas: El Palacio real estuvo en la plaza, y en se Palacio murió Isabel la Católica. Así lo oyó también afirmar a D. Tomás de Jesús Salcedo, D. Cristóbal Pérez pastor, cuando estuvo en medina tomando notas para su notable obra de las imprentas.
SITIO DEL PALACIO
Ossorio, en su Historia de Sarabris (págs. 84 y 85 de este mismo libro) al hablar de la Colegial y de los Reyes Católicos, y de su celo por la dicha iglesia, dice que “la iglesia de San Antolín tiene su sitio muy cercano a su Real Palacio”.
El citado Pedro Martyr, en su carta CCLXXIX, dirigida al Arzobispo de Granada y al Conde de Tendilla, describiéndole lo que hizo el Rey D. Fernando el día mismo de la muerte de Dª. Isabel, dice: “ En el mismo día en que murió la Reina, en un grande tablado hecho en la plaza de las ferias, o mercado, se desnudó asimismo públicamente del nombre del Rey, reteniendo solamente el nombre de Gobernador, que le había sido legado por la Reina.”
Lo que pasó después de esto, lo dice Ossorio, el cual en su lib. II, cp. XXIV, pág. 153, al referir como después de la muerte de la Reina se proclamó a la casa de Austria, dice: “Que acabadas las Reales exequias, estando hecho en la plaza Mayor delante del Palacio Real, y cerca de la iglesia mayor colegial, un teatro muy autorizado, el Duque de Alba, con acuerdo del Rey y de los Grandes, levantó el estandarte del Reino por los herederos de él, y se despachó la noticia a Flandes.”
Refiriéndose sin duda al cronista Alonso de Estanques, escribe el tal erudito escritor y académico D. Antonio Rodríguez Villa, en su notable Estudio histórico de la Reina Dª. Juana (Madrid, 1892) en la pág. 95: “El mismo día que murió la Reina Isabel, salió el Rey Fernando, con muchas lágrimas, de Palacio, acompañado de muchos Grandes y Señores del Reino, y subió en un cadahalso que en la plaza había mandado preparar, para aquel efecto, y con las ceremonias del caso, hizo levantar pendones por la Reina Dª. Juana, su hija, que estaba en Flandes, teniendo el Duque de Alba el pendón Real en sus manos, diciendo los Reyes de Armas: -Castilla por la Reina Dª. Juana, nuestra Señora.- Leyóse luego la cláusula del testamento y quedó D. Fernando por Gobernador de Castilla. Al día siguiente se sacó el cuerpo de la Reina Católica a la sala, vestida con el hábito de San Francisco, según lo había mandado. El Rey después de algunos días fue a Toro donde estuvo hasta fin de Abril, y luego fue a cazar a los montes de Segovia.”
D. Juan Montalvo o sea el autor del Memorial histórico de Medina, menos escrupuloso que Ossorio, mezcla la verdad y la tradición y dice en su cap. XXXVII, pág. 405: “Esta villa tuvo cuatro palacios, el que está en la plaza, y hoy permanecen sus señales, el que está dentro del castillo, y el que estaba junto a San Andrés, que dio el Rey a D. Juan de Navarra a la familia de los Rejones; y el en que vivía la Reina Dª. Leonor de Aragón, que le hizo después convento de monjas Dominicas.”
Esto se escribía en 1634, que es la fecha del Memorial. Del primer Palacio que cita, que es el de la plaza; ya se ve que añade: y hoy permanecen sus señales. Pues bien; Ossorio en 1614, esto es, veinte años antes, en su capítulo XVI, pág. 42, escribe: “Al fin de la joyería, a la entrada de la calle Salamanca, están las reliquias del Real Palacio, donde habitaron muchos Reyes que favorecieron y ampararon esta república, como se verá.” De modo, que está fuera de duda, que en el siglo XVII aún se veían las señales o reliquias del Real palacio de la plaza.
Del segundo palacio que cita el memorial, que estaba dentro del castillo, hablaré cuando tropiece con él. Hallo el recuerdo de varios Príncipes, que nacieron y murieron en Media, y de de uno solo se dice que naciese ni muriese en el Palacio de la Mota, hablándose, en cambio de las otras Casas Reales o Palacios, y decir de él, que era un Palacio que estaba dentro de un castillo… La verdad; a mí no me cabe ni dibujado en los planos, como posible, ni menos en la imaginación. Desde luego que en la fortaleza no, porque es chica; en la Plaza de Armas o sitio en todo caso de almacenes, cuarteles y soldados, tampoco, por no ser decente, y después, porque allí había Alcaide, cual era D. Fernando Cárdenas, a quien los mismos Reyes Católicos hicieron merced de su Alcaidía con la renta anual de 18.300 maravedíes, que debió ser pariente inmediato de D. Gutiérrez de Cárdenas, del que hablaré en alguna nota, que tanto intimó con los Reyes Católicos; y la jurisdicción de Alcaide, incompatible resulta con la presencia en el mismo edificio de la corte y personas de los Monarcas. Además, porque el castillo era prisión a donde se mandaban presos en tiempo de los mismos Reyes Católicos, y por último, porque en este Palacio de la Mota no sé nada; sospecho además que no haya nadie que lo sepa o lo pruebe, y sobre todo, porque me creo en el caso de oponerme y protestar de que a la Reina se empeña en meterla, y hacerla morir allí.
Soy, como el que más, entusiasta de la Mota; deseo se escombre su fondo, se descubra su patio y se franqueen sus comunicaciones, de lo que algo se ha hecho, de que se hagan en él habitaciones y que se le destine a algo, para que se conserve; pero esto no quita para estar persuadido de que, en su carrera, la Mota no ha sido más que un castillo fuerte, una prisión imponente y temible, un supernumerario de Archivo, pero nunca Real palacio; y seré amigo de Platón, pero soy más amigo de la verdad.
Del tercer Palacio, o sea del que estaba junto a San Andrés, y que fue dado a la familia de los Rejones, del que no quedan ni remotas señales, dice el Memorial, que fue donativo a esta familia del Rey de Navarra, es fácil que así fuera; Ossorio, en su libro. III, cap. XX, pág. 287, escribiendo de los Rejones, dice: “Cristóbal Rejón, descendiente de los referidos leoneses, fue uno de los principales que hicieron asiento en Medina del Campo, cuya casa, que hoy poseen sus herederos, le hizo merced de ella el Rey D. Juan I a Dª. Leonor Rejón, su tía, hermana de su padre, en consideración de los muchos y grandes servicios que hicieron sus padres a los Señores Reyes de Castilla.”
Aclarar si fue el de Navarra o el de Castilla el que hizo donación de su casa o Palacio a los Rejones, no es de este lugar ni da luz a nuestro asunto; más sí puede afirmarse que hubo Casas Reales o un Palacio antiguo, cedido por los Reyes a la familia de los Rejones.
El que hubo otro Palacio de los Reyes de Navarra, y de sus antecesores en esta villa, y que Dª. Leonor, esposa de D. Fernando I de Aragón, que dio a luz en Medina a la mayoría de sus hijos, se sirvió de él, tomando más terreno para edificar en 1418 (véase pág. 529) el convento de las Reales, donde murió en 1435, también está fuera de duda y sería ociosa toda discusión, así como es cierto que acaso a este Palacio se refieran los historiadores en los nacimientos y fallecimientos de algunos de los Príncipes que en la Historia de Medina se mencionan, por más que hay que tener en cuenta que debió ser en su origen como Palacio de recreo fuera de poblado, y que desde 1418 ya no era Palacio sino convento. Tantos Palacios, sin duda, hicieron titubear a Quadrado, que no recapacitó que en tiempo de Isabel ya no había más que uno, y si que pueda precisar la fecha de este Real Palacio de la Plaza Mayor, al que reo, no obstante, muy antiguo; voy a empezar por señalar si aproximado perímetro, para seguir machacando y rastreando por el camino emprendido.
El Real Palacio debía empezar donde es hoy el Ayuntamiento, existiendo unos pequeños soportales entre el sitio que éste ocupa hoy la iglesia de San Antolín, y acaso por encima de ellos, y por las habitaciones de sobre los arcos de la calle de Salamanca, se podría comunicar, por alguna ventana o tribuna, la Colegial con el Palacio, aunque esto solamente lo sospecho, y aún lo creo difícil de averiguar, porque la Colegial se incendió, y algo también debieron cambiar sus dependencias con la edificación de a capilla de las Angustias, y únicamente lo apunto para que se indague.
El Palacio pasaba sobre los arcos de Salamanca, por el salón o habitaciones que se dijeron después del Cabildo de curas, que tiene encima el escudo de la Colegial; seguía por el ángulo en que empieza la fachada de la Cárcel, donde debieron estar las puertas principales del Palacio, continuando por la que se llamó casa del Cabildo Colegial de Canónigos, hoy de D. Bruno Fernández, prolongándose más o menos por el Potrillo, doblando a la izquierda, haciendo espalda a las casas de la calle del Almirante volviendo acaso algo por lo último de esta calle, con vistas a Recoletos, y continuando su huerta o jardín por la calle del Rey, que llevó este nombre en recuerdo de D. Juan II, de Castilla, por lo que hoy son corrales del Conde de Adanero y pequeñas casas de esta calle, y de nuevo, a la izquierda, por las cuestas, paso cerrado y calle de Cerradilla, terminando el perímetro a la salida de la calle de Salamanca, hoy Gamazo, cerca de los arcos de esta calle.
Claro es que estas son las líneas generales del terreno que comprendía, y que aunque señale el lugar que ocupaba, no es en modo alguno un deslinde preciso que exigiría más datos, estudio sobre el terreno y tiempo. Abandonado por Dª. Juana y el Archiduque, se comprende que el pueblo o Ayuntamiento tomó o compró; los de la Colegiata tomaron o compraron, y así otros, y como pasado algún tiempo, del que me ocuparé, los Reyes siguieron otros rumbos, y las cosas tanto cambiaron, el Palacio se deshizo, y en 1634 solo quedaban señales, y hoy cuesta trabajo precisar su recuerdo. ¡Así son de fugaces las cosas!
Volvamos a Ossorio, que no pudo hacer atmósfera en Medina, por ser, puede decirse, desconocida su obra, con la ventaja de poderla registrar paginada en este libro; y en la pág. 70, refiriéndose a D. Juan II, cuando los Infantes y el Rey de Navarra entraron coligados contra D. Álvaro de Luna, escribe:
“Viniendo marchando por la calle de Santiago y de la Platería, para entrar en la plaza, el Rey mandó avisar a D. Álvaro que se pusiese en salvo… Salió el Rey con la gente que pudo allegar… Y así como le vieron se fueron para él con respeto y cortesía. El Rey los recibió con buen rostro y los llevó a su Palacio.” Y Garibay dice que esto sucedió en la plaza e San Antolín, y que el Rey iba sobre un trotón.
Después de los tiempos de Juan II, y haciendo un paréntesis en los textos de Ossorio, interesa estudiar a historia de este Palacio en tiempo de Enrique IV; y en la Crónica que lleva su nombre, escrita por Diego Henríquez del Castillo, impresa en Madrid, año de 1787, en el cap. C, pág. 190, se dice: “De cómo Paulo II, sabida la novedad de los caballeros e Perlados desleales, envió a su Nuncio o Legado, D. Antonio de Venesis, Obispo de León, y de que cómo éste llegó a Medina.” Y añade: “E fue rescebido por los Perlados e capellanes del Rey, e con la clerecía fue en procesión hasta la iglesia, e luego desde allí se fue al Palacio Real, donde el Rey le recibió con mucha grandiosidad.”
De lo que entre tanto pasaba en la Mota, bastante he dicho en el capítulo anterior.
Pasando algún tiempo llegóse otra ocasión, que se cita en la misma Crónica, cap. CXLV, págs. 187 y 288, de recibir una Embajada francesa, y dice el citado cronista:
“El Rey, estando en Segovia, supo como venía la Embajada de Francia, e fue acordando que él fuese a Medina del Campo, e mandó que toda la gente de la corte fuese derechamente a aposentar en Medina… Y estando acompañado de muchos Perlados e caballeros, llegó la Embajada… El Cardenal y los Embajadores vinieron al Palacio del Rey, e entraron en una sala ante su Real presencia”, etc.
Garibay también escribe de este hecho en su tomo II, lib. XVIII, pág. 1.234, y dice que “llegó la Embajada de Francia, viniendo el Cardenal Albi y M. Torsi, los cuales fueron solemnemente recibidos así de los Grandes, como en el Palacio por el Rey.” Y es de advertir, que por tales tiempos la Mota pertenecía a los de la Liga y estaba fuera de la obediencia del Rey, lo cuan había ocasionado serias luchas, peleas y muertes entre los de uno y otro bando, y en tales circunstancias, no estando sometido al Rey, y recibiendo éste en su Palacio, mal puede éste confundirse con la Mota, ni suponerse a esta mansión o alojamiento de la Corte, cuando entonces, como siempre, sin ventanas ni habitaciones al campo, y únicamente con edificación de galerías al patio central, con solo alojar al Alcaide y servicio para prisiones y guarnición, resultaba y resultó siempre estrecha, aparte de lo aislada y alejada de la población, teniendo por medio el río, y cuestas y malos caminos que construían a aislar la fortaleza.
El mismo Garibay nos dice en su lib. XVIII, pág. 1.262, cómo los Reyes Católicos habían dejado en 1475 la Mota en poder del Duque de Alba, y algo después enviaron desde Valladolid a Medina a D. Gutierre de Cárdenas para que estorbase a los portugueses, con sus correrías, dañasen la tierra. Más volvemos a Ossorio y al tiempo o reinado ya de los Monarcas.
En la pág. 147 describe el recibimiento de los Reyes Fernando e Isabel hicieron en Medina al Gran Capitán, y escribe de éste: Llegando al medio de la plaza, muy cerca del Real Palacio. Y a las nueve líneas añade: “Y como llegaban cerca del Palacio, así se fueron hasta que llegó a besar las manos de los Reyes.” Y en la pág. 151 dice hablando de los Reyes Católicos: “Queriendo ya descansar de los grandes e increíbles trabajos que en las guerras de Granada había tenido, se vinieron a esta villa de Medina, porque ella era el centro a donde se solazaban, estando en ella con toda su corte.” Bien claro dice villa y no castillo, que aislado y lejos de la población era imposible e incómodo como vivienda, y menos como escenario para las reuniones de tan numerosa corte.
En la pág. 161 describe Ossorio el incendio del tiempo de las Comunidades; no llegó al Palacio Real, pero sí a la calle del Almirante, aunque debió ser de la parte derecha de la calle.
Por lo demás, de que tuviesen varios reyes su Corte en Medina lo afirma el Memorial, en la pág. 372, de Alfonso IX y Enrique I; en la 375, de Fernando IV; en la 387, de Alfonso XI; en la 379, de D. Pedro; en la 380, de D. Enrique II y de D. Juan I; en la 381, de D. Enrique III; en la 382, de D. Fernando y Dª. Leonor, la cual en 1418 fundó el convento de Santa María la Real o de las Dueñas, como va dicho, en las casas que tenía por palacio; en la 383, de D. Juan II, que fue el que más, a no dudarlo, ensanchó y arregló este palacio de la plaza, que había de ser amplia morada para los Reyes siguientes; en la 387, se dice que también fue Corte de Enrique IV, y en la 389, en la que se afirma también que los Reyes católicos tuvieron su corte en Medina, esto es, en la villa, in oppido, en la ciudad o plaza fuerte, pero no in castello o en la Mota.
En la pág. 390 se cuentas la siguiente escena: “No le pareció bien al Rey Fernando consentir la posesión de un señor electo Obispo de Cueca, por no ser natural de estos Reinos. El Papa, deseando complacer a Fernando, mandó por su Embajador a Pedro Centurión; éste llegó a la corte, que estaba en Medina, y pidió audiencia al Rey; éste no se la quiso dar, y Centurión renunció la Embajada, pero nada bastó para que no fuera mandado prender y puesto en el castillo de la Mota.” Bien se distinguen aquí las dos palabras Corte y Mota, y bien se demuestra cómo la Mota, hallándose los Reyes en Medina, oficiaba de prisión y no de palacio, pues de los contrario resultaría haberle mandado prender en su propia casa.
A Palacio llevó Dª. Isabel a su hija Dª. Juana cuando se empeñó en irse, aunque fuese a pie, desde Medina, en busca del Archiduque.
En la pág. 394 ya se afirma que D. Felipe y Dª. Juana estuvieron poco tiempo en Medina, y de Carlos V, en la misma se dice, en la 196 y 308, que se alojó en las casas del Dr. Beltrán, Presidente del Consejo de Indias, y en las de los Dueñas, que vienen a ser las mismas.
Y vamos a otros particulares.
Si Quadrado hubiese formado detenido juicio sobre lo que halló en Simancas y luego dejó escrito, no hubiera formulado sus dudas acerca del sitio de la muerte de Isabel.
Quadrado (pág. 451 de este libro) consigna que no sabe qué fuerza oculta atraía a los Monarcas con su Corte hacia la populosa y traficante villa, y al escribir así, claro es que había de Medina y no de la Mota, y en la pág. 454 señala a la villa como mansión preferente y Corte de D. Juan II de Castilla, diciendo antes que durante las guerras intestinas de este reinado, siempre el de D. Juan, cizañero de Navarra, tuvo por suya,, como campamento o defensa, la Mota, en la que más tarde enarboló la bandera de rebelión el Arzobispo de Toledo (pág. 456), en tiempo de Enrique IV, siguiéndose luego su sitio y otras revueltas, todo lo cual prueba que pudo ser, y fue siempre, un baluarte de guerreros, pero nunca un palacio tranquilo, sometido a los Reyes castellanos, ni sitio a propósito para la Corte de Castilla.
El mismo Quadrado, en la pág. 453, escribe que la Reina Dª. Leonor había muerto en 1435, en el venturoso asilo que se había labrado en Santa María la Real, y sabiendo como sabía que este su convento lo labró de su propio palacio. ¿Por qué duda de sí la Reina Católica murió en este palacio en 1504, cuando viene a declarar que hacía cerca de sesenta años que este palacio había sido cambiado en convento y que ya no existía? Nos refiere en la 462 en el palacio de Medina, que salía a la plaza a ver las ferias, y nos habla del bullicioso movimiento de cortesanos, damas y galanes, imposible en una fortaleza prisión como la Mota, alejada del poblado, para concluir por decirnos, en la pág. 463, que hospedábanse los Reyes, destruido ya su palacio, en la casa del Regidor Dueñas. ¿Qué Reyes y qué palacio el destruido? Claro que se refiere al de la plaza, destruido ya en tiempos de Carlos V, que fue a quien alojaron los Dueñas (véase las págs. 196 y 308 del Ossorio).
De modo, que en buena lógica, si Quadrado dudó acerca del sitio en que había muerto Isabel, fue por no volver sobre sus pasos, y recapacitar sobre lo que se sabía y tenía ya escrito, y no atreverse a romper abiertamente, como yo me atrevo, con una afirmación vulgar.
Con respecto a sucesos y fechas que hagan relación al Real Palacio, los medinenses escriben en el cap. VII de este libro, pág. 572, “que en 29 de Junio de 1397 había nacido en el Palacio Real, sito en la plaza de Medina, D. Juan, hijo del Infante D. Fernando”, pero antes en 1394, había nacido en el mismo Palacio D. Alfonso V de Aragón, llamado el Sabio o el Magnánimo, que habiendo nacido en Medina, falleció en Nápoles, castillo de Ovo, en 1458, según lo consigna el tan erudito doctor D. Luis Comenge, refiriéndose a los archivos de Aragón, en su Memoria del doctorado de Medicina del actual 1904. Con respecto al sitio y disposición o forma antigua del Real Palacio, que de consultarse lo que los medinenses dicen en el cap. VII, pág. 573, etc., al escribir del lance suscitado por D. Ramiro Núñez, Señor de Toral, y D. Fadrique Enríquez, hijo del Almirante, llegando las cosas al extremo de intentar o apalear el D. Ramiro al Almirante, “en la plaza a su salida de Palacio”. Garibay Zamalloa, en su Compendio histórico de las Crónicas y universal Historia de todos los Reinos de España, edición de Amvers de 1575, dice en el tomo II, cap. XIX, pág. 1575, hablando de este hecho y de la entrada de D. Ramiro en Medina, disfrazado, para vengarse del Almirante, “donde entrando de noche, puso Ramiro Núñez a los criados en unos soportales, junto a la iglesia de San Antolín, que está cerca de las casas del Rey, donde la Reina posaba. En esta sazón saliendo juntos del Palacio del Almirante y el Marqués de Astorga, con muchos criados, apenas llegaron en medio de la plaza, cuando se levantó gran grieta y vocerío de las gentes y ruidos de los caballos.” Un autor latino, de quien dice Garibay tomar la noticia, por más que este hecho lo refieren varios autores, escribe, que Núñez tomó la persona del Almirante, mayor satisfacción de injuria de la que le había sido hecha, y Hernando del Pulgar dice lo contrario. Y que solamente trató de herirle con palo. Los medinenses pudieron copiar de Garibay, más sus palabras con estas: “apostó Ramiro sus ciertos bajo unos soportales de la plaza, contiguos a la Iglesia Colegiata y próximos a la puerta principal del Palacio que salía a la misma plaza, junto a la calle de Salamanca, en el paraje que llaman el Potrillo.” Garibay sospechó pudo tener parientes en Medina, pues en ella aparece su apellido en la parroquia de Santo Tomás, y conocer bien los sitios a que se refiere.
Con respecto a este hecho, Garibay en su Historia cita a Clemencín en su Elogio de la Reina Católica, dicen de su origen y desavenencia de D. Ramiro con D. Fadrique tuvo lugar en Valladolid; sería esto discutible, a juzgar por lo que se lee en otros autores, más como todos convienen, que es lo que hace el caso, que la acometida de D. Ramiro al Almirante tuvo lugar en la plaza de Medina al salir éste del Palacio, cuya situación señalan, creo no quite este detalle calor a lo sustancial del hecho, y por lo mismo, he citado de propósito el texto o palabra del mismo Garibay.
Por este pasaje se viene en conocimiento de dos cosas: del sitio del palacio y de su nombre antiguo, anterior al tiempo de D. Fernando, y con más razón de D. Juan II, en que por lo visto aún se daba algún vez al Palacio el nombre de Casas del Rey; y correspondo con la calle del Rey, había un portillo en la muralla, que se llamaba Portillo del Rey, y que servía para el servicio del Palacio con el campo o afueras de la población. Que se cita por los Rodríguez Castro, pág. 474.
Ordenanzas de las ferias autorizadas por Dª. Leonor, después confirmadas en 1439 por D. Juan II, y en 1482 por los Reyes Católicos, al señalar los sitios que han de ocupar y ocupaban los comerciantes o vendedores, se dice que el número 16: “Desde la calle del Almirante, hasta Palacio, que es lo que hoy llamamos Potrillo, estaban los silleros y freneros. Que estas casas o palacio de D. Juan II, situado en la plaza, fue el habitado en todas ocasiones y tiempo por los Reyes Católicos, aparte de las citas que lo prueban, a ellos referentes, hallo esta otra en el libro titulado Estudio histórico de la Reina Dª. Juana, por el académico D. Antonio Rodríguez Villa (Madrid, 1892), en el cual refiriendo el empeño de Dª. Juana, de partirse cuanto antes de Medina, para ir en busca del Archiduque, y del parte que de ello dieron cuenta a la Reina Isabel, escribió en sus páginas 87 y 88: “Teniendo de este aviso la Reina, partió desde Segovia, aún muy doliente, a gran prisa para Medina. No quiso ir a la Mota, sino que fuera a apear a Palacio, de donde fue lo más sola que pudo, y por el gran respeto que la Princesa tuvo siempre a su madre, se subió con ella a si aposento.
Lorenzo de Padilla hace un relato que aclara algo el anterior, y dice que al llegar la Reina mandó a Juan de Fonseca, Obispo de Córdoba, para hablar a su hija, y cuando éste llegó, “la Princesa salía ya de la fortaleza. Suplicándola el Obispo que no saliese sin la licencia de su señora madre, y no pudiendo lograr que entrase más adentro, mandó cerrar la puerta de fuera de la fortaleza, y la Princesa le dijo malas palabras. Volvió el Obispo a dar cuenta a la Reina de su comisión, dejando en la Mota un alguacil, llamado Vallejo, y Dª. Juana quedó dentro de las dos puertas, interior y exterior del castillo. La Princesa, que vio irse enojado al prelado, le mandó un Gentilhombre, llamado D. Miguel de Ferrera, pero el Obispo, siguiendo su camino, contó a la Reina lo sucedido por la Princesa. Dª. Juana durmió aquella noche entre las dos puertas, metida en una garita, donde la dispusieron una cama. La Reina Dª. Isabel, a pesar de hallarse mal dispuesta, vino de mañana en una litera a ver a su hija, hallándola en extremo enojada…” Logrando sosegarla con afectuosos razonamientos. La Princesa no partió de Medina hasta 1º de Mayo de 1504 con algún acompañamiento, quedándose con la Reina todas las damas españolas de la Princesa.
Otro hecho cuéntase a la larga en la Historia de la fundación del convento de las Dueñas Reales, antes Palacio Real de Dª. Leonor, y es el siguiente. Este convento había sufrido dos incendios, véase págs. 531 y siguientes; en el segundo, acaecido hallándose en Medina los Reyes Católicos, hubo algo de sobrenatural en no quemarse las reliquias, y conviniendo también en su relato los medinenses, afirmase por todos que el incendio fue tan grande, que casi quedó el edificio destruido, y dice el texto: “Con todo motivo, ofrecieron a la Comunidad los Reyes Católicos sus Palacios Reales, que están contiguos a la Plaza Mayor de la feria. Como tan enemigas las monjas del bullicio (esto no puede aplicarse a la Mota, ni menos que ésta pudiera ofrecerse para convento), estimaron y no aceptaron la oferta. Los Reyes las dieron 100.000 maravedíes de juro sobre el Mayorazgo de la Orden de Alcántara”, etc. Conserva este monasterio las armas de los Reyes Católicos, y la célebre leyenda del Tanto Monta.
En el Nobiliario de A. López de Haro (tomo I, lib. II), se lee: “Estando en el año de 1504 los Reyes Católicos D. Fernando y Dª Isabel en Medina del Campo, se dio principio o fundaron el oficio de la Guardia española por consejo de Gonzalo de Ayora, vecino de Medina, y natural de Córdoba, y muy versado, y bien ejercitado en letras y armas.” Clemencin, en su Elogio de la Reina Católica, pág. 187, cuenta esto mismo, refiriéndose a Pedro de Torres, y dice que “no bien murió la Reina Católica, acordó el Rey tomar Guarda de Alabarderos para su persona, e hizo Capitán a Gonzalo de Ayora, e como era cosa nueva parecía cosa de burla, e sacábalos al campo, e imponíalos en saberse juntar a formar en orden de las picas, e mostrábales a jugar de ellas, e volviese al pueblo, e acrecentóse el número hasta el de ciento. Le acompañaban al Rey, cuando salía de Palacio, a pie o a caballo”.
Para los hijos de Medina, lo mismo que para mí, ha de ser siempre de gran peso la autoridad del erudito cuanto entusiasta hijo de Medina D. Julián Ayllón, y al escribir en el segundo tomo de su obra manuscrita, Varones ilustres de Medina del Campo, fecha de 1815, cuando le ocurre mencionar el Real Palacio, lo hace como cosa corriente y sabida. Al citar en su hoja 532, vuelta, el palacio más antiguo, o sea el que estaba junto a la parroquia de San Andrés, dice que el Infante D. Fernando armó a D. Juan Rejón Caballero de la Orden de la Jarra, y le dio su casa palacio, que tenía junto a la dicha iglesia, cuando trasladó a ella, el convento de Dominicos. Y en la 371, al hablar de Fray Lope de Barrientos, añade que es este convento tomó el hábito, y que le reedificó con los restos del Palacio Real que allí existían. En la pág. 386 vuelta, de dicho tomo II, escribe que en el Palacio Real de la Plaza Mayor nacieron D. Alfonso el Magnánimo, D. Juan II de Navarra y los Infantes D. Enrique, D. Sancho y D. Pedro, todos hijos de D. Fernando de Antequera t de Dª. Leonor, su mujer, en cuyo Palacio de la Plaza fueron criados y educados. Al escribir, en la pág. 418 del licenciado Cristóbal Ovalle, dice: “Su bisabuelo fue Repostero mayor de los Reyes Católicos, y sus casas se mandaban por dentro del Palacio Real.” En as pág. 382 vuelta y 383, al hablar del Obispo Bernardo Caballero de Paredes, y del convento iglesia de las Recoletas, escribe que construyó del convento a la iglesia una tribuna, que se mandaba por la calle pública del Rey (que era la parte de atrás del Real Palacio). Y al referir los mérito primeros de Dª. Beatriz de Bobadilla, dice que “obtuvo en Palacio el empleo de camarera y Mayordoma mayor de la Reina Católica”. Y en el discurso que pronunció el Dr. Quintanilla en pro del establecimiento de la Santa Hermandad, dice: “Resolví emplear toda la carrera de mi vida en el Palacio real y sin envidiar la suerte de mis iguales.”
Creo después de lo escrito, que quedan fuera de toda duda, tres cosas: primera, que en la villa de Medina del Campo hubo Palacio Real; segunda, que su sitio daba a la Plaza Mayor y cerda de San Antolín y tercera, que éste Palacio fue habitado por los Reyes, y principalmente por el Infante D. Fernando, Rey luego de Aragón; D. Juan II y los Reyes Católicos.
D. Fernando debió trasladarse a este Palacio, siendo tutor del Monarca castellano, o sea delante la menos edad de D. Juan II, y aún acaso antes, lo cual prueba que estas Casas Reales o Palacios pertenecían o procedían de los Reyes castellanos. Dª. Leonor, esposa de D. Fernando, al quedarse viuda, volvió a su antiguo Palacio, transformándole en 1418 en convento, quedando ya únicamente desde esta fecha el de la plaza.
Y los Reyes Católicos vivieron en el Palacio de la plaza mientras residían en Medina, ¿en qué sitio de Medina murió Isabel la Católica?
Compendios de Historia para la segunda enseñanza, de los citados señores Espinosa, Muro y Vergara, no he leído en ninguna crónica, ni en tantos historiadores como he registrado, que muriese en el castillo de la Mota; tan solamente en un pequeño libro titulado Isabel la Católica, por D. Eusebio Martínez de Velasco, Biblioteca de la Enciclopedia popular ilustrada, Dr. Fourquet, 7, dice en la pág. 248: “El día 12 (y se refiere a Octubre) hallándose la Reina en el castillo de la Mota, otorgó su famoso testamento”, etc., y pone una llamada que salva al pié de la página, diciendo: “Véase una copia en Discursos varios de Historia, por Dormer, pág. 343.”
Volví a examinar pacientemente el libro Dormer, del que me serví para la segunda parte de mi artículo La Antigua, y solamente halló, a la pág. 314, el testamento de la Reina Católica, hecho en la villa de Medina del Campo ante Gaspar de Gricio. En la 373, el codicilo ante el mismo y formado por los mismos testigos, con la carta aclaratoria de la Reina dada en la villa de Medina del Campo a 23 de Noviembre de 1504, ante el mismo Gricio, pero nada dice Dormer acerca de la Mota, siendo así, que en los testamentos hechos en la Mota, tenían buen cuidado, los escribamos tratándose de una fortaleza donde había Alcaide, de consignar claramente en la Mota. Así, pues, confieso que no encontré lo que dice la cita; en cambio, en el citado libro de la Biblioteca enciclopédica, a las cinco líneas de escribir lo del testamento de la Mota y en la misma página, continúa diciendo:
“El día 15 se hallaban todos los moradores de Palacio, abatidos y melancólicos, -escribe Pedro Merty- esperando y temiendo que llegue la hora en que la Religión y la virtud dejen la tierra para siempre.” ¿No es esto una contradicción? ¿Puede ser esto? ¿El día 12 hacer su testamento, gravísimamente enferma, en la Mota, y el 15 aparece trasladada a Palacio, a pesar de su tan grave estado? Además, ni Dormer ni el testamento dicen lo que se atribuye en las citas, ni se puede suponer una traslación de la Reina de la Mota a Palacio, desde luego extraordinaria e inverosímil, de que tampoco ningún cronista, biógrafo ni historiador ha hecho mérito. En esa cita hay sencillamente una involuntaria equivocación.
En cambio, el hecho de que Pedro Mártir afirma de que murió en Palacio, como es natural que así sucediese, está fuera de duda, y ya lo indiqué en un nota, pág. 466.
Empieza Pedro Mártir en su epístola CCLXXIII, y LXXIV por afirmar, que los dos Reyes estaban a un tiempo enfermos, y en estancias separadas; que la Reina no creía ni a los médicos ni a sus servidores lo que le decían acera del Rey, y que ya se veía la tristeza reflejada en los familiares y cortesanos, y añada en la CCLXXVII, “Se miseri torquent aulici onme, vria sunt optimatum murmuria, y que áulicos y magnates, todos se atormentan y murmuran con lo que presienten.”
Estas escenas de la Corte, ¿podrían referirse al castillo?
Pero antes, en la epístola CCLXXVI, da por resultado todo género de duda, escribiendo en la pág. 158 el licenciado Polanco, Consejero regio, que le pedía noticias y le dice: Quid ergo de Regina sentiam, percunctatus fuisti heri; quum una in regia maesti sederemus, ne virtus ne religio cum ea nos desserant extremisco.
Opus epistolarum Petri Martiris Anglerii Mediolanensis, Protonotarii Apostolici Prioris Archiepiscopatus Granatensis, etc., Amsteledani (Parissis, 1670)
Willian H. Prescott, insigne historiador y literato inglés, en su obra traducida del original por D. Pedro Sabau y Labroya (Madrid, 1846, tomo IV, pág. 73), traduce así este pasaje: “Me preguntáis acerca del estado de la salud de la Reina; nos hallamos en Palacio todo el día, aguardando, con lastimero semblante, la hora en que la Religión y todas las virtudes, dejarán la tierra con su espíritu.”
En la edición pequeña de Qlliam Prescott, o de la Biblioteca del Siglo (Madrid, 1848), que no dice por quien ha sido traducida, ni si es copia de la anterior, se dice a la letra las mismas palabras.
Como se ve, el capellán milanés, y profesor de latín para las personas Reales y para los nobles, Pedro Mártir, y el inglés William Prescott, han sido más cuidadosos que los escritores españoles, que como cosa que era bien sabida que Isabel tenía su Palacio en Medina, no creyeron necesario, ni se les ocurrió otra cosa sino decir que había muerto en su villa de Medina, en vez de decir en el Palacio de su villa de Medina del Campo, copiándose todos en decir Medina.
La frase de Pedro Mártir gramaticalmente no puede discutirse, pues es exacta.
Pudiera decirse que falta en ella un sustantivo en abiativo, puesto que solo está el adjetivo regia, y al sustituirle, porque ciertamente está suplido, habría que decir regia sede si fuese el singular sede, como creo; más en este caso, hubiera tenido que escribir quum in regia sede, sederemus, y tenía bastante buen gusto y oído Pedro Mártir en escribir latín, como preclamó maestro, para no dar en estas cocofonías. Además, no es únicamente la palabra sede la suplida, lo está bien el nos omnes la hermosa lengua latina.
Al describir las grandezas de la Corte de Isabel, dice Clemencín, pag. 561, refiriéndose a Andrés Bernáldez, cura de los Palacios, testigo de gran importancia, que también dice que falleció en su villa; que en el Palacio Real se cantaban constantemente las Horas, y en su testamento, ya citado, Dormer, pág. 364, dice la Reina hablando de sus testamentarios: “ E les do poder, e autoridad, para que puedan entrar y entren, e tomen tanto de mis bienes, oro, plata, etc., e asimismo las cosas susodichas de mi Casa, Cámara e Capilla.”
¿Había Capilla en el Palacio de Medina? ¿Sería acaso algo de lo que pudo conservarse de lo antiguo, al edificar el nuevo Ayuntamiento? En él hay una sala de juntas abovedada, donde se decía antiguamente Misa el día del Corpus. La he visto muy a la ligera, y no creo sea tan antigua, pero antes de quedarse San Antolín, y hacerse la capilla de las Angustias, ¿Quién sabe, si por encima de los soportalillos que cita Garibay, contiguos a San Antolín pudo haber paso desde Palacio? Mucho lo sospecho, y de construcciones antiguas de bodegas y cañones profundos, que al palacio debieron pertenecer, también se habla a la tercera hoja del libro de D. José Antonio Vélez ya mencionado, pág. 554, acerca de la capilla de la Virgen de las Angustias.
Con respecto a la última fecha en que pudo ser habitado por los Reyes el palacio de la Plaza, nada puedo afirmar en concreto.
En el Memorial histórico, pág. 394, se dice que D. Felipe y Dª. Juana estuvieron en Medina poco tiempo, y que en el año 1502, siendo Príncipes, la villa les hizo grandes fiestas y regocijos.
No he hallado hasta ahora datos que se refieran a su estancia en Medina, después de la muerta de la Reina Católica, y me sospecho que en poder de Administradores flamencos, el Palacio sería desalojado, y que la muerte de Isabel fue para el palacio una fecha tan aciaga como para Medina.
Más adelante, y muerto el Archiduque, Dª. Juana y el Emperador estuvieron en Medina, y el memorial ya citado, dice que la villa les obsequió mucho, y que hicieron estancia en casas del Dr. Beltrán, Presidente del Consejo de Indias.
En la notabilísima obra de Autógrafos de Cristóbal Coló, papeles de América, por la Duquesa de Berwiek, y de Alba. (Madrid, 1892, pág. 117), se citan tres ejecutorias dadas en Medina del Campo por D. Carlos y Dª, Juana; la primera en 29 de Enero de 1532, condenando a Sebastián Cabot al pago de 16.434 maravedises por perjuicios causados a un marinero llamado Martín Méndez. La segunda el 9 de Mayo de 1532, que firma la Reina Dª. Juana, acerca de una comisión al licenciado Espinosa, sobre asuntos de Indias, y la tercera el 5 de Julio del mismo año, encargando a las justicias que informen, a pedimento de Francisco Leardo, por D. Carlos y Dª. Juana. El año 34, y siguiente, y aún creo antes, ya las ejecutorias están dictadas desde Madrid.
¿Habitaron en Medina en su Palacio el año 32, desde cuya fecha no creo volviesen, o fue en las casas del D. Beltrán, Presidente del Consejo de Indias?
Me creo que en este año no habitaron en su Palacio. Lo cierto es que en todas las ejecutorias citadas en Medina, firma como testigo el Dr. Beltrán, o cual prueba lo cercano y a disposición que estaba de los Reyes.
Unióse la hija del Dr. Beltrán con el primer mayorazgo de los Dueñas, pág. 196, y en la pág. 308, Ossorio habla, de que al retirarse el Emperador al monasterio de Yuste, hizo parada en Medina, hospedándose en casa de Rodrigo de Dueñas, hijo del fundador de esta mayorazgo, refiriendo lo del presente de 50.000 ducados que le hizo en cédulas que rompió o quemó en su presencia.
¿Si las puertas de este antiguo palacio pudiesen hablar, cuan bien reconstruirían la Historia de Medina! Hoy, convertidas en la entrada de la Cárcel, ofician también de carcelero, que encerrando los secretos del tiempo, nos obligan con su implacable mutismo, a pasar en silencio delante de ellas y pensar ¡cuán brevemente huyen, y qué poco rastro dejan las grandezas humanas!
Nunca el hombre debe alzarse contra el tiempo que, obediente al dedo de Dios, a cada uno nos señala, también en las fechas, una puerta de entrada y otra de salida; más, lo confieso, ante la puerta de la Cárcel he sentido cierta impaciencia de venganza contra ese misterioso y implacable viejo o verdugo que nos mata ahogando nuestro recuerdo; hubiera deseado vengarme de ese silencioso carcelero, poniendo ésta sola inscripción sobre esa puerta de la cárcel: “Aquí murió Isabel la Católica. La fecha la sabe el mundo. Añadir frases de elogio no lo necesitamos.”
¿Podrá ponerse? No creo haber hecho lo bastante para pedirlo, pero sí estímulo a que se piense en ello, y si procediese, la ocasión presente no tendría plural.
Datos, estudios, pruebas y más pruebas… y a ello.
Me propuse en el curso de este artículo indicar las condiciones en que se hallan las fortalezas bajo la jurisdicción de sus Alcaides, señalando las obligaciones de éstos, y l la obra Museo Militar, Historia, indumentaria, sistemas e combate, instituciones, etc. (Barcelona, 1885, Agusti y compañía, editores, página 131), al hablar del castillo de Belmonte, dice de los Alcaides:
“Requeríase en ellos noble linaje, gran lealtad, valor probado y conocimientos militares suficientes para su defensa. Para ella, en el castillo debía haber caballeros, escuderos y ballesteros necesarios, castigándoles severamente a la más leve falta, y prestaba riguroso servicio de vigilancia. El Alcaide colocaba las atalayas y centinelas, y vigilaba y rondaba, y al que hallase dormido por tres veces, podía, según la ley, despeñarlo. La más leve falta del Alcaide se consideraba deslealtad, por eso se lee en las partidas:
“Tener castillo seños, según fuero antiguo de España, es cosa que face muy gran peligro. Ca, pues; ha de caer el que lo pudiere por su culpa, en el delito de traición, que es puesta como igual de la muerte del señor; mucho deben todos los que los tuvieron ser apercibidos en guardarlos, de manera que lo caigan en ella.”
Los que en la defensa del castillo se lanzaban fuera si su orden, tenían pena de muerte, y el mismo Alcaide la tenía, si en momentos críticos lo abandonaba. Si forzosamente, por cualquier causa tenía que ausentarse de él, dejaba en su lugar un hijodalgo, de buenas condiciones, reputación y linaje, al que se daba el nombre de Mayor. Si el Señor del castillo le reclamaba, debía entregarle la fortaleza, así como si no tenía medios de defensa. La falta de esto tenía pena de muerte. Si el Señor mandaba nuevo Alcaide, con escasa gente, no debía entregarla sin protestar antes la guarnición y remitir testimonio al Rey.
Estas Ordenanzas tendrían que hacer de cada Alcaide un héroe, pero también revelar la incompatibilidad entre un Rey y su Corte, con la austera y rigurosa disciplina de una fortaleza presión, tan sombría e imponente por fuera, como medrosa por el interior. El que la Reina Católica la visitase, envolviéndola en el común interés y afecto que tenía a Medina, la reparase y pusiese sus armas, no es decir, ni probar que en ella, con toda su numerosa Corte, tuviese su mansión o residencia, ni menos que en ella, como en una prisión, aislada de toda sociedad, sufriese una dolencia tan larga con la consiguientes estrechez y difícil asistencia, teniendo allí a sus pies su querida villa y el ancho Palacio, donde constantemente habitó, como la habían habitado sus mayores.
Martín no podía equivocarse, ni se equivocó, y le cabe la gloria de haber sido, con su lacónico y elegante latín, la clave que pone el sello a lo que buen sentido y la tradición ya afirmaban.
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