Medina del Campo. Su origen y desarrollo
Villa histórica,
monumental, escultórica y paisajística
Villa
de las Ferias
Historia de la Muy Noble, Muy Leal y Coronada Villa de
Medina del Campo
conforme a varios documentos y notas a ella pertinentes por
D. ILDEFONSO RODRÍGUEZ Y FERNÁNDEZ
Doctor en las Facultades de Sagrada Teología, Filosofía y Letras y Medicina, Catedrático de esta Facultad en la Universidad Central (antes en la de la Habana), Caballero de la Orden de Carlos III, etc.
c.
MENÚ DE CONTENIDO
TERCER Y CUARTO DOCUMENTO
Noticias respectivas de ellos
Constituye un documento de verdadera importancia lo escrito en el año 1783, acerca de Medina, por D. Antonio Ponz, Secretario de la Real Academia de San Fernando, y copio lo que consignó en su Viaje de España, tomo duodécimo, carta quinta, desde la pág. 140 a la 163 con muy, breves omisiones y ligerísimas correcciones.
Otro documento no menos importante es lo escrito por el tan erudito como castizo e incansable D. José M. Quadrado, el cual, en el año 1861, en la obra titulada "Recuerdos y Bellezas de España", tomo de Valladolid, Palencia y Zamora, al capítulo VII, de la de Valladolid, se ocupa de Medina, desde la página 146 a la 160. El elogio de estos escritores no es del caso, ni necesario.
El primero vio en pie mucho de lo que ha desaparecido o va desapareciendo de Medina; el segundo, bibliotecario incansable, principalmente registró para escribir su hermoso capítulo, l Archivo de Simancas; nada copiaron uno ni otro, no de Ossorio ni del memorial medinense, y resultan sus escritos de verdadero valor, pues bebiendo en otras fuentes, confirma en gran parte lo que en ellos aparece, y consignan muchos otros diferentes datos y noticias.
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Copia de lo escrito por el Sr. Ponz en la obra citada
No se puede entrar sin desconsuelo a hablar de la villa de Medina del Campo, y más quien tiene idea de lo que fue antiguamente, residencia de muchos Monarcas, teatro de grandes sucesos y población de catorce mil vecinos. Hoy está reducida a poco más de mil. Desaparecieron sus famosas ferias, sus muchas riquezas, la comodidad y limpieza de calles y casas, y solo queda la apariencia de destrucción y ruina. Navagero, que fue a verla, con motivo de hallarse en Valladolid, siguiendo a Carlos V, la llama buena tierra, llena de buenas casas; muy abundante, aunque con motivo de las muchas ferias que se hacen cada año, y el gran concurso de toda España, cuestan más las cosas de lo que sin esto costarían. Dice que tiene calles muy buenas, y que porque una parte del caserío fue quemado en tiempo de las Comunidades, lo que más de las casas es obra nueva. Alaba el castillo como muy bueno y en situación elevada, donde estuvo preso el Duque Valentino. Dice también que las ferias eran abundantes y muchas cosas, particularmente de especerías, que venían de Portugal; pero que los mayores negocios que se hacían eran de letras de cambio.
Este autor merece mucho crédito, y fue testigo ocular; pero no se debe tener por cierto que el ramo de pos paños segovianos y otras industrias de la nación eran los géneros más principales de aquellas famosas ferias, las cuales faltaron desde mediados del siglo XVI, y faltando con ellas la riqueza se disminuyó tanto la población; sobraron muchísimas casas que se fueron arruinando poco a poco, quedando grandes trozos despoblados, como se ve por el recinto de los muros. La baña, o mejor decir, la inficiona el riachuelo Zapardiel, que antiguamente la dividía en dos partes: la una, que es la que existe hoy, está hacia Mediodía; la otra, casi del todo despoblada, cae hacia el Norte, por donde se extendía mucho.
El citado riachuelo tiene muy poca corriente, por la llanura del terreno, y haciendo remansos es cenagoso, y se suelen corromper las aguas, con perjuicio de os que viven en sus cercanías; antiguamente pudo ser otra cosa. No se ha pensado en limpiar su albero y ver cómo darle alguna corriente. En otro tiempo dicen que se tuvo idea de enlosarlo por el espacio que corre por la ciudad, y hay memoria de que la Reina Católica Dª. Isabel, proyectó enriquecer su raudal con aguas del río Adaja, que pasa por Arévalo. Sin embargo, de lo cenagoso de este río, cría muy buenas tencas, carpas y anguilas, y tiene dos puentes entre el paraje del Castillo y la población. Muy conveniente y fácil sería poblar las feas márgenes de Zapardiel, con arboledas que refrescarían y hermosearían, y harían más sana la población, disimulando en algún modo su aspecto ruinoso; no solamente las márgenes de Zapardiel, sino otros muchos parajes inmediatos, son a propósito para ello; bastaba entenderlo, conocer el bien, adaptar las plantas y que hubiese verdadero celo en lo que pueden.
Aunque el vecindario de Medina del Campo ha venido a tanta disminución, no por esto dejan de permanecer sus antiguas iglesias y conventos; es, a saber: ocho parroquias, ocho conventos de frailes y otos tantos de monjas. La colegiata es un edificio bastante espacioso, de tres naves, según la usanza gótica, y lo que se contiene en él de más notable es el retablo mayor, que ya es de otro estilo, pues parece de Alonso Berruguete. Es de cinco cuerpos y están llenos de labores, según la práctica de aquel artífice, con nichos, basamentos y columnas abalaustradas; se ven repartidas por todo él, muchas figuras de santos y medios relieves, que representan asuntos de la vida y muerte de Jesucristo. Entre éstos hay algunos de superior mérito, como son el de la Virgen del Espíritu Santo, de de el Nacimiento, y la Adoración de los Reyes, sin que por esto carezcan de él los demás. Se deja conocer que se ocuparon diferentes manos en la ejecución de una misma idea, como era regular en obras de igual trabajo.
En una de las capillas hay un Crucifijo de escultura muy bien ejecutado, y de bellas formas, que se podría juzgar como escultura de Gaspar Becerra. Al modo del retablo mayor es en la menudencia del estilo el de San Gregorio, que también tiene su mérito y está al lado derecho del presbiterio. Una de las cosas más notables de esta iglesia es la sillería del coro; consiste en un ornato de columnas dóricas, que alternan entre los asientos del cuerpo de arriba, con bajos relieves de razonable mérito en los respaldos. He oído que fue del monasterio de Guadalupe, de donde se trajo, y que la hizo un tal Sebastián Aponte, artífice hábil de quien no había noticia. La capilla que llaman de las Angustias, es muy a propósito para angustiar al ánimo del inteligente que se considere el conjunto de embrollos en los retablos y ornatos modernos que contiene. El reloj con su gran campana, puesto en la torre, fue dádiva de los Reyes Católicos, y hay una máquina que mueve dos figuras mayores que el natural, las cuales, con dos mayos suenan las horas; más abajo hay dos campanas menores para los cuartos, cuyo oficio lo hacen dos carneros, testando cada uno en la suya alternativamente. Vamos a otra parte.
La Iglesia de los Carmelitas Descalzos es muy buena, tanto por de fuera como interiormente, con pilastras dóricas en las entre-capillas, y la misma decoración en la portada, todo serio y llano. El principal retablo consta de tres cuerpos, con seis columnas corintias en dos de ellos, entre cuyos espacios hay dos pinturas razonables que representan a Santa María Magdalena y a San Juan Bautista, penitentes. Son estimables las obras de escultura que en él están repartidas, asuntos de la Virgen, San Joaquín y Santa Ana, y en el basamento los Evangelistas. Es tenida dicha obra por Gregorio Hernández, aunque en cierta viveza de actitudes y expresiones tiene el estilo de Juni. Acaso en ella se propondría el artífice imitar a éste. En el cuerpo de la iglesia, al lado del Evangelio, hay en la pared una buena pintura de Cristo muerto, en brazos de nuestra Señora, con otras figuras del estilo inmediato al de la restauración de las artes.
Aunque los antiguos retablos que se conservan en la iglesia de Padres Agustinos tiene su mérito, no puede éste contrapesar al ridículo promontorio del mayor, que para decencia de la iglesia se debía arrimar y darle otro destino, aunque no quedase en aquel paraje más de una Cruz sobre la mesa del altar. ¡Cuánto mejor sería que sirviese de principal el que hay en el crucero al lado del Evangelio, de dos columnas corintias y su frontispicio sencillo y serio! Se representan en él Adán y Eva junto al árbol del Paraíso, y más abajo un bello cuadro, especie de alegoría, donde hay porción de figuras agrupadas acariciando algunos niños, en que parece se quiso expresar la caridad. Es obra que tiene partes muy estimables del tiempo que en Castilla florecieron más las artes. Más abajo se ve una estatua bastante buena de Nuestra Señora de los Remedios, y en la pared del crucero, al lado de la Epístola, una pintura de la Crucifixión, también del buen tiempo, pero infelizmente retocada. El retablo de San Sebastián es de orden compuesto, con esculturas buenas, que representan al santo y algunos Misterios. También en la sacristía hay alguna pintura estimable de estilo alemán.
En un ángulo del claustro se conserva un excelente retablito lleno de pinturas, que me parece pueden estar muy bien algunas de ellas junto a los mejores de Alberto Durero, a cuyo estilo tiran. El asunto principal es el entierro de Cristo, compuesto de siete figuras expresivas, señaladamente la Virgen y la Magdalena, y en lo alto el Padre Eterno abrazado de su Hijo. Los demás asuntos son el Nacimiento del Señor, la calle de Amargura, la Oración del Huerto, la Crucifixión y algunos santos, too bien conservado, y ejecutado con suma diligencia.
También se conserva grandemente, un cuadro con figuras del natural, que hay en otro ángulo de este claustro que representa la Resurrección del Señor, obra muy acabada y singular entre las pinturas de estas iglesias o conventos. Es muy bella la figura de Jesucristo, y también un ángel con las de tres soldados; en la lápida del sepulcro se lle el nombre del autor, que es Miguel Coxein, de quien se habló tratando de El Escorial. Sobre este cuadro se ve otro con la Virgen de medio cuerpo, abrazado al Niño, y es conforme al estilo de Durero. Estas obras merecen mucha estimación y que se guarde con cuidado.
En el convento de Dominicas, que llaman de las Dueñas, tienen un retablo mayor y colaterales lo peor que puede verse en materia de arquitectura y escultura, y por si la faltaba algo en línea de ridículos, acaban de hacer en ellos una ensalada de pintura y dorado. Las santas religiosas no tendrán la culpa, sino quien las ha incitado a gastar su dinero con tan mala elección, poniéndoles delante objetos extravagantes, que es imposible mueva a devoción.
La iglesia que fue de los Jesuitas, es hoy parroquia de Santiago, nave espaciosa, de arquitectura gótica moderna. El retablo mayor tiene doce columnas repartidas en sus tres cuerpos, con medios y bajos relieves, y estatuas alegóricas de santos. En el lado de la Epístola se ve de rodillas la estatua del fundador D. Pedro Quadrado y la de su mujer Dª. Francisca Manjón, ejecutadas en mármol. Este altar mayor, y los colaterales casi son copias y repetición, de los que hay en San Ignacio de Valladolid, hoy San Esteban, y en el de aquí tienen más mérito los medios relieves que las estatuas.
El retablo mayor de la iglesia de los premostratenses es muy razonable. En la de Santa María del Castillo hay en la pared, al lado derecho del presbiterio, un nicho, y en él una estatua de D. Pedro Polanco, Abad que fue de esta Colegiata. La portada de la iglesia de San Francisco tiene ornato de columnas, pero mal compaginadas. Se estima en esta iglesia la capilla del Sepulcro de Cristo, cuyo paso representan cinco o seis figuras. Sobre la cornisa está el Padre Eterno, y a los lados las estatuas de Santo Domingo y San Francisco, con otros mil ornatos estimables, así de escultura, como de pintura en las paredes, que es una compasión verlo tan deteriorado por el abandono en que ello está. Se hizo el año 1554. Igualmente apreciable es la capilla de enfrente, su retablo, imágenes y ornatos, y ambas se hicieron a mediados del siglo XVI.
De dicho tiempo y estilo son los altares de la misma iglesia. El mayor consta de tres cuerpos: dórico, jónico y corintio, con ocho columnas en cada uno, y muchos medios relieves y estatuas que representan asuntos de la Vida y Pasión de Cristo y diferentes santos. En el espacio del medio está figurada, casi de entero relieve, la impresión de las llagas de San Francisco, y en el remate Cristo Crucificado, etc.
No es mala fábrica la iglesia de Padres Dominicos, intitulada San Andrés, con decoración de pilastras y dóricas, que han afeado recientemente, queriéndolas fingir de piedra berroqueña. El coro, sobre el ingreso la ahoga, como sucede en casi todos los conventos. Son dignas de estimación la arquitectura y pintura de la primera, y cuarta capilla de mano derecha, y la quinta de la izquierda, obras ejecutadas desde la mitad del siglo XVI hasta su fin.
No me detengo en las demás capillas, por no contener cosa particular, ni tampoco en asunto de hablar siempre de las cosas mal ejecutadas; basta no nombrarlas y dejarlas de cuando en cuando en el tintero. En una ya destruida, perteneciente a los Marqueses de Falces, hay un sepulcro de mármoles, con escudos de armas, y varias labores. En la sacristía de Carmelitas Descalzos, se estiman algunas pinturas, que son copias del Españoleto y otros autores.
Es debido hablar a Vd. De una de las obras más notables de Medina en su l´nea, y es la de las carnicerías; oficina, la mejor y más cómoda, a mi juicio, que hay en España en esta clase, y consiste en una espaciosa pieza cuadrilonga con sus tres naves sobre columnas de piedra barroqueña, y tres portadas de tres de sus lados, expresándose en la inscripción de una de ellas el año de 1562 y el reinado del Señor Felipe II. Una de estas portadas tiene columnas estriadas de orden jónico; otra, pilastras de la misma manera, y la otra ornatos graciosos. Me he alegrado de haber visto que se repara de alguna parte un edificio tan singular por su destino, que quien no lo sepa creerá que es alguna iglesia; prueba de la riqueza de Medina cuando se edificó.
El castillo, ya me parece haber dicho a Vd. Que quedó destruido desde el tiempo de las Comunidades que en esta ciudad fueron causa de daños irreparables. Algunas casas y portadas manifiestan también, hoy día, la buena acogida que aquí tuvo el buen gusto de edificar. La casa de D. Miguel de Dueñas, que habitó el Sr. Marqués de la Ensenada, es de las que se trabajan en la edad de Carlos V, con portada, patio y escaleras llenas de labores, medallas, columnas con capiteles caprichosos, y otros mil ornatos, según el estilo Berruguete, viéndose en éstos una buena y diligente ejecución. Hay otra casa en la calle que llaman de Ávila, enteramente abandonada, sin que se sepa a quien pertenece, y todavía quedan en su fachada y ventanas de este mismo género de labores. A este modo hay algunas otras casas dentro y fuera de las iglesias, que hacen honor al tiempo pasado.
Y voy a concluir mis noticias de Medina del Campo, con dos edificios de gran consideración, el uno antiguo y el otro moderno, que actualmente se están construyendo.
Este es un cuadro que tiene de largo 630 pies, y de ancho 545; ha de servir para un regimiento de Caballería, y n hay duda que será de los mejores del Reino destinados a cuartel. De los tres cuerpos que la obra ha de tener, se está concluyendo el primero; será un adorno de Medina, y acaso estímulo para que se mejore el triste aspecto que tiene el caserío, renovando las casas o edificando otras, vecinos que pueden, como ya lo ha ejecutado el Marqués de Tejada. El director de la Academia de San Fernando, D. Ventura Rodríguez, es quien dirige dicha obra y ha formado dos dibujos, cuidando de la acertada ejecución D. Juan Sagarvinaga, individuo de la misma Academia.
El edificio antiguo es el Hospital que fundó Simón Ruiz Envito, comerciante de Medina, cuando se hallaba en su gran opulencia. El principal comercio del fundador era en el cambio de letras, y hay la tradición de que habiendo ganado 12.000 ducados en una mañana, al volver a casa le dijo a su mujer que estuviese alegre, y de buen ánimo, pues Dios prosperaba su piadoso proyecto, habiéndoles dado en aquel día ganancia tan crecida. He practicado diligencias para rectificar esta especie; pero no he hallado documentos en que afianzarla. Sea como quiera, cuando un particular solo del comercio, tuvo valor para emprenderla, dotarla y acabarla, prueba buena es de cuán floreciente estaría.
Verdad es que el Ayuntamiento de esta villa contribuyó con piedra y madera para la obra. Por el testamento y codicilo que se conservan del fundador, se viene en conocimiento de que el arquitecto de este Hospital fue un Juan de Tolosa, acaso pariente de Tolosa, aparejador del Escorial. Dice el testamento en una parte: Y acabada la obra de dicho Hospital e iglesia de él, conforme al dicho modelo y traza que está hecha por el Hermano Juan de Tolosa, de la Compañía de Jesús. En otra parte dice: Item mando que por cuanto en este mi testamento tenga declarado en el art. 20 y capítulo XX de él, que la obra del edificio del dicho Hospital e iglesia se acabe, de lo que rentare la hacienda que dejo para dicho hospital e iglesia, conforma a una traza que tiene dicho hermano Juan de Tolosa, etc. Este testamento se otorgó el año de 1591.
En el codicilo que hizo el fundador, a 26 d febrero de 1597, dice: Item mando, que lo más presto que ser pueda, se acabe la iglesia y la sacristía de dicho Hospital, que yo hago en esta villa, y mando que todo lo que de aquí a adelante se hiciere en dicho Hospital, sea a parecer de Dª. Mariana mi mujer [1] y del Padre Antonio de Sosa, a los cuales pido y encargo mucho, que, con parecer de buenos oficios, procuren se excusen costas y gastos, y obras no necesarias, pues Dios ha sido servido que el decreto me haya moderado el ánimo y hacienda para hacer cosas que se pueden excusar, y así quiero y mando no se haga la obra conforme a la traza del hermano Juan de Tolosa, en todo lo que no fuere necesario y se pueda excusar.
Se ve que con toda la grandeza y suntuosidad del edificio, todavía tuvo ideas mayores el artífice y aún el fundador, según las últimas palabras que quedan referidas, y es, que la obra del Escorial ejecutada en aquellos tiempos, no solo había rectificado la razón y la simplicidad de los edificios, sino también engrandecido el ánimo para hacerlos suntuosos. Pudo el tal Tolosa se hijo o hermano de el de El escorial, haber asistido en aquella obra, y aún ser discípulo de Herrera, pues enteramente se ve su estilo en la de aquí.
La fachada principal, aunque sin particular ornato, es majestuosa y seria, lo que resulta de su buena proporción; el ingreso es prolongado y espacioso hasta el patio, y éste consta de 36 arcos en cada una de sus dos galerías alta y baja, que se elevan de sus pilares sin otro adorno. En medio hay una fuente de buena forma; la escalera es cómoda, clara y espaciosa, y asimismo las salas de los enfermos, como las oficinas de botica, etc., las habitaciones del rector, Administrador, las tribunas a la iglesia y todas las demás partes de la casa. Los t4echos son de bóveda y así la obra de ladrillo como la de sillería, están hechas a toda ley, como lo manifiesta su conservación, Se acabó hacia el año 1691.
Antiguamente era mayor la renta, por estar en juros una parte de ella; hoy se reduce a unos mil doblones, que bien administrador, sufragan para la mejor asistencia de los enfermos. La decadencia de dicha renta ha sido causa de acabarse otro ejercicio de caridad en esta casa, y era la admisión y crianza de niños expósitos.
La iglesia es de muy bella en su planta y alzado, con decoración de pilastras corintias y dos solas capillas en cada lado. Aunque el coro está en alto, a los pies de la iglesia casi nada embaraza, por lo poco que se extiende hacia la nave. El retablo mayor es de igual mérito que lo demás, y consta de tres cuerpos con seis columnas corintias en cada uno de los primeros, de cuatro compuestas en el tercero. Hay repartidos en él medios relieves y estatuas, ocupando el primer lugar San Diego en el milagro de convertirse el flores el pan que lleva para los pobres. Toda esta escultura es muy buena, como lo es también el Tabernáculo octágono con columnas corintias en el primer cuerpo; de compuestas y pareadas en el segundo, que es redondo, con los Apóstoles en los Intercolumnios.
En lo alto del retablo está el Crucifijo, como se ve también sobre la famosa reja de hierro que divide el cuerpo de la iglesia del crucero y capilla mayor. La tal reja consta de dos cuerpos adornados de pilastras corintias, y es trabajada excelentemente. Al lado del Evangelio, en el presbiterio, se ve un nicho tres estatuas de mármol, de rodillas, bravamente hechas, y representan al fundador, Simón Ruiz Envito, y a sus dos mujeres: Dª. María de Montalvo y Dª. Mariana de Paz. También se representan de pintura los retratos de dicho Simón Ruiz y el de su segunda mujer, en cuadros colocados en los testeros del crucero, bastante bien hechos, según el estilo y manera de Juan Pantoja de la Cruz.
Gran desgracia que hayan afeado modernamente este hermoso crucero con los pésimos retablos de talla, que si el fundador resucitara, yo aseguro que los mandaría quemar, y también aseguro que el que lo hiciese ahora, haría un obsequio a su buena memoria y gran servicio a esta linda iglesia, en donde dicen tan mal, como diría en la de El Escorial, si tales armatostes se introdujeran en ella. Parece un castigo el que apenas se encuentre cosa buena del tiempo antiguo, que no se haya afeado con alguna monstruosidad del nuestro. Con esta carta recibirá Vd. Unos dibujitos de este hospital y de su iglesia, ejecutados por un amigo mío que merece serlo de Vd. Y de cualquier hombre de gusto; amante en extremo de las nobles artes que conoce, y aún ejercita alguna vez en lugar de otras diversiones, y porque varias especies de esta villa se deben a su curiosidad; sepa Vd. Que es un Canónigo de su Colegiata, llamado D. Julián Ayllón, eficacísimo exhortador de plantíos y de todo lo conducente al bien de la nación, en la forma que Vd. Lo ha puesto a la vista de ella, con la publicación de este viaje.
No sé que contarle a Vd. Más de Medina del Campo sobre lo que le tengo referido. Sus imprentas ya no existen hace siglos, ni la memoria de los impresores que aquí hubo; es, a saber: Pedro de Castro, Francisco del Canto, Guillermo de Millis, y Nicolás de Piamonte. Sus calles no nos malas, y la plaza Mayor grande y espaciosa; en ella han puesto no ha mucho una ridícula estatua, en que parece han querido representar a Neptuno. Además del Zapardiel hay otras aguas en Medina, de fuentes y pozos, y en dicho riachuelo ya he dicho, si no me engaño, que se crían buenas tencas y anguilas; pues aunque suele secarse antes de llegar a la villa, no sucede así en su distrito, por introducirse algunos manantiales.
Me he informado bien del territorio y término de Medina, y de persona inteligente, celosa y apasionada, al mejor cultivo, utilidad y belleza de estas dilatadas campiñas que voy viendo y atravesando. Su parecer no puede ser más conforme con el mío de lo que es, y se reduce a que ningún pueblo de la comarca tiene más prados y baldíos en que poder poner millares de árboles, si se dedicasen a ello con afición e inteligencia, mayormente en un paraje que hay entre Oriente y Mediodía, con unas grandes lagunas que llaman Reales, el cual presenta el espectáculo más árido y triste que puede imaginarse.
Pero ¡en que sitio tan ameno se pudiera convertir, si una constante aplicación lo tomase por su cuenta y no lo estorbara la preocupación arraigada contra la belleza y amable compañía de las plantas!
Estas lagunas suelen secarse, pero no sucedería si las socorriesen en tiempo oportuno con agua del río, mediante lo cual lograría siempre Medina la regalada pesca que cría de tencas y anguilas, no faltándose el agua. A la salida del pueblo, camino de Madrid, hay un soto que llaman el Chopal, el cual unos treinta años ha que lo destinaron para paseo, formando calles de chopos, de álamos blancos y olmos, que prevalecieron grandemente y con sus infinitos retoños que anualmente producen, habría plantones de sobra para los parajes oportunos de todo el término; pero la codicia de aprovecharse del corto producto que rinde el arriendo de sus hierbas, ha impedido una utilidad mucho mayor. Hoy está destinado a semillero; quiera Dios que prevalezca y que se trasplanten los árboles con inteligencia para que no se pierdan allí y donde los lleven.
Reina aquí, como en la mayor parte de Castilla la Vieja, el grandísimo error, de que en plantando olmos y álamos, y no prevaleciendo, ya no hay que pensar en otros árboles, considerando la tierra sin virtud para ellos. El terreno de Medina del Campo es capaz de toda suerte de árboles, a excepción de las pocas especies, que requieren tierras calidad. La experiencia enseña que en estas tierras, peladas por la desidia, no solamente se crían olmos, sino olivos, morales, cipreses laureles, nogales, pinos y todo género de frutales, sin contar las infinitas especies de arbustos, dejando aparte los muchos que podría haber en los linderos, sin perjuicio de ningún y gran provecho de todos.
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COPIA DE LO ESCRITO POR EL SR. QUADRADO EN SU CITADO LIBRO
CAPÍTULO VII
Medina del Campo
¡Qué solitaria yace la villa de las ferias, el emporio del comercio de Castilla! ¡Qué silencioso el recinto donde tantas veces se congregaron las asambleas del Reino! ¡Qué abatida la mansión frecuente y no siempre tranquila de los Monarcas, la residencia querida y última de Isabel la Católica, la denodada sostenedora del pendón comunero al través de las llamas y del estrago! Sus 14.000 vecinos se han reducido a 700, sus quince parroquias a siete y sobra aún la mitad; a cada paso se tropieza con ruinas de conventos, con recuerdos de suntuosos hospitales. Barrios enteros han desaparecido cual si los hubiese devorado la tierra; y a larga distancia del centro permanecen en medio de aquel nuevo Herculano ya un arco, ya una torre, señalando la vasta redondez de su destruida cerca. Los campos la han invadido por todas partes, y lo que fueron calles han tornado a sementeras. ¿Qué es lo que guarda, pues, con sus cuádruples muros el célebre castillo de la Mota que al Oriente vela, sobe los restos de Medina. Ya no hay Reyes o fueros que defender, ni válidos que combatir, ni riquezas que custodiar. No parece sino que, avergonzada de su pobreza, se ha acurrucado en lo más bajo de la hondonada la población, antes extendida por la raíz de los cerros que la circuyen, y que el humilde Zapardiel, más acomodado a su condición presente que a su grandeza pasada, libre casi de edificios y ceñido de zarzales, acompaña su muda soledad, arrastrándose lentamente por un lecho cenagoso.
Apenas hay ejemplo en pueblo alguno interior de aumento tan improviso y de tan rápida decadencia. Diríase que las nombradas ferias, que cuatro veces al año celebraba, la habían formado un puente en el seno de las llanuras, o vierto hasta allí canales navegables desde los extremos de la península. Colocada entre los focos industriales y agrícolas de Ávila, Segovia, Valladolid, Toro, Zamora y Salamanca, era el gran mercado adonde afluían los productos y manufacturas de todas, distribuyéndolas por el norte y Occidente de España. Hermanábase ese pacífico movimiento con las deliberaciones, a veces tumultuosas, de las Cortes y con el estrépito de las armas, que traía consigo a menudo la estancia de los Reyes, atraídos desde el siglo XIV en adelante, por no se qué oculta fuerza hacia la populosa y traficante villa. No fueron solo Juan II y Enrique IV, errantes siempre de pueblo en pueblo durante las continuas turbulencias de sus reinados, sino Fernando e Isabel, en el apogeo de su gloria, los que la honraron casi anualmente con su presencia, cuando les brindaban con su esplendor y sus delicias tantas y tan insignes capitales. Duró la pujanza de Medina hasta muy entrado el siglo XVI, en que la vida de la nación con el descubrimiento del Nuevo Mundo huyó del centro a las extremidades, dejando poco menos que yerto el corazón de Castilla.
A pesar de su arábigo apelativo, que tiene común con otras tantas, Medina del Campo no figura en los anales sarracenos, y aún después de restaurada por el conquistador de Toledo, tarda bastante en adquirir nombradía. En 117º la obtiene entre los lugares dados en arras por Alfonso VIII a su consorte Leonor de Inglaterra, y merece hospedar al mismo Rey: Alfonso el Sabio, que la visita en 1258, completa si primitivo fuero con importantes leyes acerca del número y nombramiento de los Alcaldes, Reuniones del Consejo, y enjuiciamiento y penas contra las riñas y homicidios. En 1296 ve retirarse disperso el ejército del Rey de Portugal, desconcertado por el sereno valor de la Reina María de Molina. Por primera vez en 1302 se reúnen allí las Cortes convocadas por Fernando IV, acudiendo sólo los Concejos de León y Extremadura, a las cuales suceden otras más generales en 1305 para decidir las pretensiones sobre el Señor de Vizcaya, y otras en 1318 durante la menor edad de Alfonso XI, a fin de otorgar servicios a los Infantes para su infausta expedición a Andalucía. Allí encontraremos en 1353 a una Reina infortunada, a la triste Blanca de Borbón, llorando al lado de su suegra los desvíos de su esposo; allí a los caballeros coaligados para defender su querella, cuyo caudillo, Juan Alonso de Alburquerque, expira de pronto con sospechas de veneno, encomendado que no se dé sepultura de su cadáver hasta conseguir la junta demandada; allí antes de un año al iracundo Rey, que rotos los frágiles lazos con que se intentó sujetarle, mandó quitar la vida a Sancho Ruiz de Rojas y al Adelantado Pedro Ruiz de Villegas, sembrando de ilustres víctimas su camino.
Para reducir las plazas y castillos inobedientes todavía y saciar de oro a los adalides extranjeros, llama las Cortes a medina en 1370 Enrique II, y les pide cuantiosos donativos: en 1380 las junta nuevamente Juan I, para decidir a cuál de los dos Pontífices, al de Roma o al de Aviñón, ha de rendir homenaje la Monarquía. Con éstas coincide el nacimiento de un Infante, segunda prole del Rey y de Leonor de Aragón, y sin saberlo, festeja Medina al que ha de poseerla en señorío y Señor más adelante la Corona materna. Dícese que una noche, al volver el Monarca del bosque de Carrioncillo quejado de oculta pena, frente a la parroquia de San Andrés se le hizo visible el santo Apóstol, desmintiéndole los celos, que a nadie había revelado, y anunciándole que le daría la Reina un hijo para el día de su festividad; y con fecha 30 de Noviembre nació D. Fernando. Pero la villa natal no le fue dada desde luego; confirióla primero el Rey a su segunda esposa Beatríz de Portugal, y revocando luego su disposición, al firmar con su prima Constanza la paz sellada con su enlace, se la dio de vida juntamente con Olmedo. La hija del Rey D. Pedro, antes de volver a Inglaterra con su marido, quiso visitar en el mes de Agosto de 1288 aquel corto legado que la quedaba del Reino de su padre; y allí, extinguidos los odios hereditarios, recibió de Enrique de Trastámara, que iba a ser su consuegro, obsequios y honores verdaderamente Reales.
Por fin, en 1406, sin averiguar el tiempo y el modo, había pasado ya Medina al Infante, cuando la advocación de San Andrés, si Patrono, fundó el convento de Dominicos. Al partir para su gloriosa campaña contra los sarracenos, escogióla por residencia de sus numerosos hijos y de su esposa Leonor Urraca, a quien se le hizo tan agradable, que en los días de su viudez, saliendo de las tierras de Aragón, donde había reinado, volvió a fijarse en ella con preferencias a cualquier otro retiro. Con juntas y lucidos festejos celebráronse allí, a presencia suya, en 20 de Octubre de 1418 los desposorios de su hija María con Juan II y su elevación al Trono de Castilla, a la cual siguió la reunión de Cortes en el próximo año. Pero desgraciadamente para la quietud de Medina, D. Fernando, al morir Rey de Aragón, le había legado a su segundo hijo D. Juan, a quien vio nacer aquella con fatal agüero en 1397. Ceñida apenas la Corona de Navarra vino el cizañero Príncipe, más bien que a visitar a su madre, a tramar alzamientos con los grandes castellanos, a quienes ligó con juramento por el mes de Noviembre de 1426 en la cercana ermita de Ordilla. Durante las guerras intestinas que provocó, aquella fue su plaza fuerte y su campamento; pero muy pronto, trocada en mejor la suerte, vencidos los rebeldes y echados los extranjeros, vino a ser por algunos años la corte de Juan II. La Reina viuda de Aragón, para que no protegiese a sus hijos los Infantes, hubo de salir desterrada a Tordesillas; aunque en breve, acatando su dignidad y sus virtudes, fue restituida el venturoso asilo que se había labrado en el convento de monjas Dominicas de Santa María la Real, [1] donde expiró en Diciembre de 1435, bendecida del pueblo y transida de dolor por el cautiverio de sus hijos en Ponza.
En aquel tiempo yace la fecunda madre de Reyes y de Reinas al lado de su cuarta nieta Magdalena, Infanta de Navarra, que entregada en rehenes a los Reyes Católicos, feneció doncella en Mayo de 1504.
Mientras residió en Medina Juan II, rodeado casi perennemente su Trono las Asambleas del Reino. A fines de 1429 se concedían 45 cuentos para resistir a las invasiones de los Reyes hermanos de Aragón y e Navarra; en 1430 se confiscaban los Estados a los rebeldes Infantes y a sus adictos, repartiendo entre los fieles sus despojos, medida a que rehusaron subscribir los procuradores antes de consultar a sus ciudades respectivas; en 1430, por Octubre, se otorgaba la paz a los portugueses y se votaron recursos para continuar la guerra de Granada tan gloriosamente empezada aquel año, perturbado el público regocijo de aquellos días los recelos de nuevos trastornos y las prisiones decretadas contra los Velascos y los Toledos; en 1434 se dictaban ordenanzas contra las banderías, y era arrestado el revoltoso D. Fadrique de Luna, hijo bastardo del Rey Martín de Sicilia y emigrado de Aragón, a quien cuatro años atrás había cogido allí la Corte, prodigándole distinciones y pingues rentas. Durante el siguiente invierno una desastrosa avenida del Zapardiel vino a demostrar, que tan pequeño como era, podía convertirse en azote de la villa, y el Rey desistió del proyecto de traerle nuevos caudales, cegando la zanja abierta con este objeto. Días de grandeza para Medina, días de gloria para sus hijos, cuyo pendón, mejor que en las contiendas civiles, ondeaba victorioso en los campos granadinos, conquistando, ya en el alto de Ronda, ya en el combate de la Higuera, aquellas aldabas y cadenas que cuelgan todavía en su iglesia principal, aquellos trece roeles plateados en campo azul que blasonan su escudo. Lleva éste por orla un extraño mote: "Ni el Rey oficio ni el Papa beneficio", en memoria de la singular exención de que gozaban de toda provisión Real y pontificia sus cargos civiles y sus prebendas eclesiásticas.
Continuaban el posesión de medina el Rey de Navarra, a pesar de sus deméritos, pues en 1436 la señaló en dote a su hija Blanca, desposada por el Príncipe, para que así volviese a la Corona de Castilla; pero cansado de sus continuas tramas el soberano, creyó llegada la hora de confiscársela irrevocablemente. Habitaba allí, como solía, Juan II, era prendiendo, era perdonado, ora en abierta lucha, ora en transacciones con los descontentos, entre os cuales se contaban su consorte y su propio hijo, receloso, claramente y pródigo siempre fuera de sazón, cuando en el verano de 1441 apareció cercada la villa por las huestes de los Infantes. Corto fue el sitio, porque una noche abrió en los muros traidora brecha el caballero que tenía su custodia, y al amanecer del 14 de Julio invaden la población los conjurados, dirigiéndose a la Real morada. Los habitantes, o azorados o neutrales, se mantenían inmóviles, y solo alguna caballería en las bocas de las calles y de las plazas detiene por un momento el ímpetu de los enemigos, mientras que D. Álvaro de Luna y su hermano el Arzobispo de Toledo y el Maestre de Alcántara, después de probar la desigual pelea, se salvan a uña de caballo por el lado opuesto. Al Rey encuentran en la plaza defendiendo solo por su dignidad, y descabalgan y besándole la mano los grandes sediciosos, y el Rey de Navarra le rinde acatamiento, al que contesta dándole paz en el rostro el ofendido Monarca. No fue aquello avenencia departidos [1], sino triunfo del más osado y escarnio de la Majestad Real, a que retuvo cautiva a vuelta de pérfidos homenajes, imponiéndole sus consejeros y sus criados y convirtiéndola en instrumento de su tiranía.
Sucedióla en un momento de vigor Juan II, huyendo de la fortaleza de Portillo; reconocióle Medina del Campo por su único señor, y a fines de 1444 le vio reconciliado ya con su hijo en medio de sus Cortes, solicitando medios para abrir contra los sublevados la campaña que debía terminar con la victoria de Olmedo. Por última vez le recibió en 1453 enfermo de cuartanas, devorado de remordimientos por la acerba paga que a los servicios de su fiel privado acababa de dar, sin que ni los conocidos lugares ni el acostumbrado clima devolviesen el vigor a su cuerpo ni a su espíritu la serenidad. Tiempos no más tranquilos y más desagradables escenas alcanzó a presenciar en el siguiente reinado: traiciones, revueltas, impunidad, disoluciones y escándalos en la corte, y castigado con el suplicio en el desagradecido Alonso de Córdoba, el delito de enamorar a la querida del Rey, Catalina de Sandival. Sólo de este se mostró celoso Enrique IV; su esposa, su cetro, lo abandonaba a sus válidos; sus dominios a las facciones, repartiendo con profusa mano entre sus insaciables ricohombres lo poco que le restaba. Mientras que allí distribuía Condados y Señoríos, se enarbolaba en el castillo de la Mota la bandera de la rebelión a nombre del Arzobispo de Toledo, y la villa, sujeta a doto estrago, iba a perderse sin recurso, cuando entró victorioso el ejército real, a quien por segunda vez en Olmedo había favorecido la fortuna. Allí pasó el Rey Enrique la noche que siguió a su único e involuntario triunfo, allí oyó benévolo las proposiciones conciliadoras del Nuncio pontificio, allí en la inacción vio deshacerse hoja por hoja si efímero laurel, hasta que al fin hubo de firmar las capitulaciones, mediante las cuales fue cedido con otros aquel rico pueblo a su hermana y heredera.
Por aquellos días, después de ver cumplidos los tristes pronósticos que su Real alumno había formado, falleció en Cuenca a 30 de Mayo de 1469 uno de los más insignes hijos de Medina y de los que más acaso contribuyeron a su pujanza, Fray Lope de Barrientos, Dominico, Obispo sucesivamente de Segovia, Ávila y Cuenca, confesor de Juan II y maestro del Príncipe, a quien cupo en la Corte un papel tan principal, como después al Arzobispo Carrillo y al Cardenal Mendoza. Magnífico, dadivoso, más acomodado en las costumbres a su época que a su profesión, previno minuciosamente en vida la brillante pompa con que había de ser trasladado su cadáver a la capilla del Hospital de la Piedad, edificado a sus expensas, donde bajo una cúpula artesonada con estrellas de gusto arábigo aparece de rodillas sobre la losa su efigie, que los lo característico del semblante debe ser de notable semejanza y por la riqueza del traje episcopal muy conforma a su esplendidez [1]. La inscripción del friso recuerda sus títulos y blasones, entre otros -¡menguado elogio para un Prelado!- el ser fundador del linaje de Barrientos.
La fortaleza de la Mota había pasado al Arzobispo de Sevilla Fonseca y por muerte de éste a su sobrino; cansados de sufrir sus continuos daños cercáronla los medinenses en 1473, llamando en su auxilio al temible Alcaide de Castronuño, que con su odiosa burlaba la ley y hasta la imponía a los partidos, y por armas y por tratos a un tiempo trabajaron en adquirirla para derrocarla. Llegó con sus gentes el Duque de Alba, y dispersando a los sitiadores, tomó el castillo en tercería hasta tanto que se indemnizara a Fonseca, por promesa de abandonarlo después al pico destructor; más al presentarse en 1475 Fernando e Isabel, recién coronados en Segovia, creyó no poder tributarles don más grato que aquellos muros, que ponían en sus manos la población más opulenta de Castilla y la más importante para las necesidades de la guerra. Los tres brazos del Reino, reunidos en Cortes, últimas que se celebraron en aquel punto, ofreciéronles la mitad del oro y plata de las iglesias de sus dominios, por vía de anticipo, hasta lograr la victoria, que no se hizo aguardar por largo tiempo. Las ovaciones de Medina fueron las primeras que recibió Fernando V al volver triunfante de los campos de Toro; y el primer uso de la adquirida fuerza, que le permitía ser clemente, fue el perdón concedido a los poderosos hermanos Girones, el Conde de Ureña y el Maestre de Calatrava. Desde entonces apenas transcurrió ningún año sin que los Reyes Católicos visitasen su amada villa. De su permanencia le dejaron notables fechas: En 27 e septiembre de 1480, la creación de formidables Tribunal del Santo Oficio y el nombramiento de los primeros inquisidores; en 27 de marzo de 1489 la salida para su gloriosa carrera de lides y conquistas hasta descansar en la alhambra; en 1494 en triunfal regreso de Granada; en 1497 las conferencias con el Embajador francés, en que se ventilaban los despojos de dos Coronas, la de Nápoles y la de Navarra. Sin embargo en aquel periodo de gloria lucieron días desastrosos para medina el 23 de Febrero de 1497, el 16 de Julio de 1491, el 7 de septiembre de 1492, en que las llamas, con su insistencia, que más parece obra de malicia que de casualidad, amenazaron devorarla toda, consumiendo esta última vez lo que a libertad de Isabel la Católica acababa de reedificar.
Interesantes recuerdos de aquellos años nos conservan las torres de la Mota. Allá junto a la barrera, en una desabrigada y humilde cocina [1 - al final], habitaba la heredera de la monarquía española, la Princesa Dª. Juana, sin sentir la intemperie del frío, fijos los extraviados ojos en el puente levadizo que ni a sus mandatos ni a sus riegos se bajaba, espiando la ocasión de escapar para ir a pié a reunirse en Flandes con su veleidoso marido el Archiduque. Ni las instancias del Obispo de Córdoba ni las del Arzobispo de Toledo, bastaron para que volviese a sus aposentos; solo en cariño de su madre, que vino enferma de Segovia, y sobre todo la promesa de enviarla a su esposo al asomar la primavera, lograron tranquilizarla a la desgraciada loca de amor. En aquel recinto perdía sus esperanzas al Trono de Nápoles Fernando, Duque de Calabria, y con la noticia de la muerte de su padre D. Fadrique, recibía los postreros avisos del destronado Rey despertando su vigor aletargado. En más estrecha prisión se embravecía cual cautivo tigre, el famoso cesar Borja, traído de Italia con engaño, que no disculpan sus innumerables perfidias y maldades, y guardado de reserva por el suspicaz Fernando V para soltarlo en ocasión oportuna, no ya contra sus enemigos, sino contra el mismo Gran Capitán, de cuya lealtad recelaba. Cansado de aguardar por espacio de dos años la libertad, procurósela con la fuga el audaz revolvedor, en la noche del 25 de Octubre de 1506, y aunque el Alcalde Gabriel de Tapia llegó a tiempo de cortar la cuerda con que se descolgaba por las almenas, todavía maltrecho pudo montar a caballo y refugiarse, con auxilio del Conde de Benavente, a las tierras del Rey de Navarra, su cuñado.
Todas estas memorias las eclipsa las del fallecimiento de la inmortal Isabel, cuyo postrer suspiro se duda si recogieron los muros de la fortaleza, o los del convento de Santa María la Real [2 - al final]. Un denso velo de tristeza pasaba sobre la Corte en el año de 1504: la Princesa por fin había partido a Flandes, separándose de su madre para no volverla a ver; la Infanta Magdalena hija de los Reyes de Navarra, Catalina de Foix y Juan de Albret, educada durante ocho años al lado de la Reina Católica, no con la desconfianza de rehenes sino con maternal efecto, acababa de morir en la flor de su primavera: el Rey convalecía apenas de una grave enfermedad, cuando su esposa en el verano se sintió atacada de la hidropesía que a los cincuenta y tres años debía conducirla al sepulcro. Madre tan desgraciada como Reina venturosa, había perdido sucesivamente a su único hijo varón, a su primogénita, a su nieto; y de tantos Reinos, de tantas conquistas dejaba por heredera a una infeliz demente. Al apercibirse de su próximo fin, el 12 de Octubre dictó su testamento, página la más tierna y más sublime que haya subscrito jamás mano soberana [1]; y continuó sin tregua ocupándose del bien de los vasallos hasta el 26 de Noviembre, en que a la hora del mediodía expiró tan santamente como gloriosamente había vivido. El luto que vedó a sus pueblos se encargó de mostrarlo el cielo, lloviendo a mares semanas al salir para Granada su cadáver; y burlando sus modestas prevenciones acerca de la sepultura, que tanto contrastan con la vanidad ostentosa del Obispo Barrientos, la Historia, más unánime que nunca tal vez en su admiración y en su cariño, ha tomado de su cuenta la inscripción, la efigie y el monumento.
A su esclarecido consorte, arrebatado doce años después por el mismo mal, Medina no le vio morir, pero sí enfermo y débil por un extraño filtro que le propinó su segunda mujer, deseosa de sucesión, huir de las gentes y de los negocios y complacerse no más en la soledad de los bosques. Principiaba ya a la sazón la decadencia de aquel emporio, pero a sus causas lentas y radicales añadióse un hecho glorioso y terrible que le precipitó, dando a sus ruinas el esplendor de las de Numancia y Sagunto. En 21 de Agosto de 1520 presentóse a sus puertas Antonio de Fonseca, reclamando la artillería que desde tiempo atrás se custodiaba en la Mota para batir los muros de Segovia levantada por las Comunidades: Medina, que simpatizaba con ellas, se negó a entregarla, y desmontando parte de la misma, empleó la restante en guarnecer la plaza y las avenidas de las calles. El ataque empezó: los medinenses, rechazados de la débil cerca, se atrincheraron tras de los cañones en el centro de la población; los soldados de Fonseca se derramaron por los barrios más opulentos, robando y saqueando y sembrando a trechos alcancías de alquitrán. De pronto brotaron las llamas, y en breve la villa toda fue un mar de fuego; y entonces aquel pueblo de mercaderes vio imposible arder sus moradas y sus riquezas, sin abandonar un punto la artillería si distraerse de su custodia para acudir al remedio de su daño. Avergonzado, perseguido por la execración general y tal vez por sus propios remordimientos, el incendiario caudillo huyó de Medina y poco después de España; y victoriosos, pero arruinados, circularon los moradores la triste nueva a las ciudades de castilla con frases dignas de su heroísmo. Tres días duró el fuego; de setecientas a novecientas casas perecieron en las calles de la Rúa, de San Antolín, San Francisco y en el barrio de la Joyería; abrasóse el célebre convento de Franciscanos, depósito de inestimables mercancías, y el hueco de un olmo de la huerta, junto a la noria, sirvió de asilo al Santísimo Sacramento, Oro, plata, perlas, brocados, tapicerías, formaba el cebo de aquella vasta hoguera en que se consumió la fortuna y se acrisoló la honra de Medina.
Peligroso era tras la tamaña catástrofe hablar de paz y mucho menos de perdón a los ánimos escandecidos. Invadió la muchedumbre el Consistorio, el Regidor Gil Nieto atravesó con su daga el tundidor Bobadilla, y el cadáver, echado por las ventanas, cayó sobre las picas de los amotinados; Lope de Vera, el libreto Téllez y otros sucumbieron in molado a la furia popular. Con vaderas de luto y alaridos de venganza fueron acogidas allí las huestes de Bravo y de Padilla: la primera salida fue contra Alaejos, perteneciente a los Fonseca, cuyo castillo no se rindió tan fácilmente como el pueblo. Cuatro meses duró el sitio sostenido por el Alcaide Gonzalo de Vela contra Luís de Quintanilla, caudillo de los medinenses, y al cabo hubieron de retirarse, dejando prisionero en poder de los cercados para ser colgado de una almena, a Bobadilla el tundidor, que hecho intolerable después de la revuelta por sus aspiraciones aristocráticas [1], se había acreditado en el asalto de brioso y audaz guerrero. A Francisco de mercado, capitán de la gente de a caballo, hubiera cabido por sentencia del Consejo igual suplicio, a no haberse puesto en salvo, fenecidas las Comunidades; pero ya que no a sus propios hijos, vio Medina caer al pie de la picota en 14 de Agosto de 1544 las cabezas de siete procuradores de ciudades, aprendidos en Tordesillas, y luego l 13 de octubre la de Pedro de Sotomayor, Diputado por Madrid. No pudo por tanto la villa gloriarse del infortunio padecido por una causa vencida y declarada por desleal. Pero la Corte, sin embargo, le continuó por algún tiempo sus favores, y casi todo el año de 1532 lo pasó dentro de su recinto la Emperatriz Isabel en ausencia de su esposo, realzando el esplendor de las célebres ferias, no sin que murmuraran de su residencia los cortesanos con aquellos epigramas con que suelen perseguir las pretensiones de los pueblos que nacen o que ya declinan [1].
A Medina del Campo no le quedan de sus mejores días preciosos e insignes monumentos, pero si los vestigios irrecusables de prosperidad y de grandeza. La extensión de su plaza asombraría en cualquier capital; y los soportales que en parte la ciñen y los de la calle de la Rúa, recuerdan las numerosas tiendas y almacenes, los multiplicados oficios, la mercantil animación que hervía allí como en su centro [2]. Aquellas orillas del Zapardiel, devueltas ya casi a su rusticidad primitiva, atrajeron tantas riquezas y sostuvieron barrios tan opulentos como las del humilde Esgueva en medio de Valladolid; por aquellos dos puentes circulaba a todas horas gentío innumerable, y junto a la principal descollaban San Francisco, dando nombre a una de las calles más frecuentadas, y la antigua casa del Ayuntamiento, que con sus escrituras pereció también entre las llamas. La actual, con su fachada de sillería flanqueada de torreones, y las Carnicerías, sencilla y elegante construcción dividida interiormente en tres naves con dos columnatas, indican en qué pujanza se mantenía aún la población durante el siglo XVI. Hospedábanse los Reyes, destruido ya su palacio, en la casa del Regidor Dueñas, cuyo patio circuye doble galería de orden Corinto, con bustos en las enjutas, y cuya escalera recuerda la bellísima de los Expósitos de Toledo. Aquella noble morada, que se distingue en frente de San Francisco por su portal y ventanas platerescas, decoradas con pilastras y frontones triangulares, sirvió de albergue al Tribunal de la Inquisición, establecido pasajeramente en Medina, mientras que Valladolid fue corte de Felipe III. Pero nada infunde tan alta idea de las fortunas de sus vecinos como el grandioso Hospital de la Concepción, erigido en 1619, muy avanzada ya la decadencia, por el cambista Simón Ruiz, cuya estatua aparece arrodillada en el presbiterio de la capilla, en medio de las de sus dos consortes, vestidas con gentil gala; verdadero palacio alzado a la miseria, tiene en su fachada 300 pies de longitud, 72 arcos en la galería alta y baja de su espacioso claustro, y en él quedan refundidos hasta 22 Asilos de su especie. En época más reciente, para sacar de su abatimiento a la población, trató el caído Marqués de la Ensenada de convertirla en depósito inmenso, empleando en beneficio del lugar de su destierro los restos de su noble actividad, y con este objeto se levantó a la salida la vastísima fábrica, que hoy lleva el nombre de cuales, lastimosamente desmantelada durante la guerra de la Independencia.
Los templos que generalmente suelen sobrevivir al caserío cuando viene por grados la decadencia y no por efecto de súbitos trastornos, han pagado en Medina su contingente a la destrucción, y aunque según el aspecto de los que subsisten la pérdida artística no parece muy importante, por lo menos ha sido copiosa. San Nicolás, San Pedro, San Esteban, San Andrés, San Juan de Sardón, Santa María la Antigue, han desaparecido entre las parroquias; Santa María del Castillo desde su vieja iglesia se trasladó a una moderna ermita, y Santiago al hermoso templo de Jesuitas, que fundó hacia 1563 Pedro Cuadrado [1], y en cuyo crucero descansan bajo sencilla losa las cenizas del virtuoso Ministro de Fernando VI, que en 1781 feneció resignadamente en inmerecida desgracia del Monarca sucesos. Permanecen todavía San Martín; San Facundo con sus tres cortas naves sostenidas por estriadas columnas; San Miguel, cabe el río, Santo Tomé, junto a la puerta de Valladolid, abandonado, sólo en medio del campo por el reflujo de la población, los dos reforzados en sus ábsides con estribos de gótico moderno. Zona de arquitos de harto más antiguo carácter guarnecen el de San Nicolás hacia la puerta de Olmedo. Sobre todos ellos descuella en un extremo de la plaza de San Agustín, que de simple parroquia ascendió en 1480 a Colegiata, pero si algo tuvo de monumental lo perdió en el incendio de 1520; su portada, a pesar del realce que le da una vasta lonja, es insignificante en el estilo de Renacimiento, sus tres naves, iguales en altura, descansan sobre vocelados pilares del siglo XVI, su retablo mayor se compone de numerosas tablas de relieve, y en la sillería del coro, en los sepulcros, en las capillas espaciosas nada detiene la atención del artista.
Menos espléndida que antes, renació de sus cenizas San Francisco, pero ha vuelto a hundirse al par de San Andrés, convento de Dominicos, restaurado por Fr. Lope de Barrientos. Nueve de religiosos y seis de monjas contaba aún Medina en el siglo XVII: hacia los cuarteles se conservan los antiguos restos del de Premostratense, e inmediato al castillo en de Benedictinos de San Bartolomé, cuyo lindo claustro y curiosa Iglesia no corresponden a la antigüedad de su fundación en 1181 por el caballero Berengario, que lo sometió después al de Sahagún. La erección de Santa Clara se atribuye al Rey San Fernando; Santa María la Real, recuerda su fundadora la Reina de Aragón Leonor Urraca, cuyo sepulcro posee; ambos edificios góticos, aunque poco notables. La nave del crucero de las Magdalenas con su crucero, la mandaron construir en 1556 D. Rodrigo Dueñas, regidor, y su esposa Dª. Catalina Cuadrado, Señora de la villa de Tórtoles y de Población de Cerrato.
Solo un monumento hay en Medina, y es el castillo de la Mota. Cuatro recintos firman su conjunto: la barbacana exterior, que cierra la plaza de armas; el muro de ladrillo, con almenados cubos y aspilleras para la arcabucería; el castillo propiamente dicho, y la torre del homenaje, orlada toda de modillones y flanqueada por dos garitas en cada uno de sus cuatro lienzos, describiendo ángulos entrantes en las esquinas. Sobre el arco del puente levadizo, que divide el primer recinto del segundo, los blasones de os Reyes Católicos y su divisa del Nudo Gordiano y de las flechas indican la época en que se efectuaron aquellas obras; y otro arco altísimo, que con doble rastrillo se cerraba, introduce a las habitaciones del alcázar, alguna de las cuales conserva con el nombre del Tocador de la Reina, su bóveda de lacería. Dos minas y corredores subterráneos, uno bajo del otro, circuyen la fortaleza, permitiendo por sus ocultas troneras una defensa encarnizada. Las ruinas no son bellas, pero si imponentes: la torre se eleva a prodigiosa altura, y aún se denotan los arcos de su segundo cuerpo.
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[1].Esta fue Dª Mariana de Paz, segunda mujer del fundador; la primera se llamó María de Montalvo
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[1] Mariana y Méndez Silva lo titulan de San Juan de Dueñas. Fue Dª. Leonor Urraca, hija única de D. Sancho. Conde de Alburqueque, uno de los hermanos de Enrique II, apellidada por sus opulentos Estados de Ricahembra, y codiciada de muchos por esposa cuando dio su mano al Infante D. Fernando.
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[1] Tal pudiera deducirse de los halagüeños colores con que describe este suceso Juan de Mena:
Vi la furia civil de Medina,
E vi los sus muros no bien foradados,
Vi despojadores y vi despojados
Hechos acordes en paz muy aina;
Vi que a su Rey cada cual inclina
Yelmo y cabeza con el estandarte,
E vi dos extremos hechos una parte
ebaxo la justa Real disciplina.
Y luego recordando el espanto que produjo la voz de Jesús en el huerso sobre los que iban a prenderle, continúa:
Y como aquel pueblo cayó casi muerto,
Assi en Medina veyendo tal ley
Vista la cara de nuestro gran Rey
Le fue todo llano e allí descubierto.
No es posible llevar más adelante la lisonja para encubrir su humillación al mal parado Rey, o las ilusiones que se forjaba tal vez el cándido poeta acerca de la fusión de los partidos.
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[1] En su testamento otorgó en Medina del Campo a 17 de Noviembre de 1454 dispone el Obispo que el cadaver "lo entierren y sepulten en la nuestra capilla mayor de nuestro Hospital, o lo pngan debaxo del vulto de alabstro, segundo por la vía que lo nos tenemos fecho e ordenado". Al Hospital lega una porción considerable de sus bienes, el convento de Dominicos una fuerte manda. La familia de Barrientos era una de las siete familias más ilustres de Medina. Fuera del sepulcro del Obispo, no contiene cosa notable el Hospital sino un pequeño retablo gótico en la sacristía con preciosos grupos de figuritas.
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[1] No podemos resistir el deseo de insertar una muestra de este precioso documento, poco conocido, bien que no inédito, que copiamos de su original en el Archivo de Simancas."E quiero y mando -dice-que mi cuerpo sea sepultado en el monasterio de San Francisco, que es en la Alhambra de la ciudad de Granada, en una sepultura baxa que no telga vulto alguno, salvo una losa baxa en el suelo llana con sus letras esculpidas en ella. Pero quiero e mando que si el Rey mi señor eligiere sepultura en otra cualquiera iglesia o Monasterio de cualquier otra parteo lugar de estos mis Reinos, que mi cuerpo sea allí trasladado o sepultado junto con el cuerpo de si señoría, porque el ayuntamiento que tovimos viviendo e que nuestras ánimas espero en la misericordia de Dios ternán en el cielo, lo tengan o representen nuestros curpos en el suelo. E quiero e mando que ninguno vista jerga por mí, e que en las obsequias que se ezieren por mí donde mi cuerpo estuviere las hagan llanamente sin demasías e que no aya en el vulto gradas ni chapiteles, ni en la iglesia entoldaduras de lutos ni demasía de hachas, salvo solamente tres hachas que ardan de cada parte en tanto que se dixere el oficio divino o se dixeren las missas e vigilias en el dóa de las obsequias , e lo que se avia de gastar en luto para las obsequias que se convierta e de en vestuario a pobres, e la cera que en ellas se avia de gastar sea para que arda ante el Sacramento en algunas iglesias pobres onde a mis testamentrios bien visto fuere."
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[1] "Tomó casa y puso porteros -dice Guevara- y se dejaba llamar señoría, como si él fuera Señor de Medina o fuera muerto en Rey de Castilla"; y añade el historiador de Simancas que comenzó a hacer plato con señor de salva.
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[1] He aquí como se expresa Guevara acerca de Medinaen una de sus epístolas: "Me parecer es que ni tiene suelo ni cielo, porque e cielo está siempre habierto de nubes y el suelo lleno de lodos, por manera que si los vecinos la llaman Medina del Campo, los cortesanos la llaman Medina del lodo. Tiene un río que se llama "Zapardiel, el cual es tan hondo y peligroso que las ansáres hacen pie en el verano: como es río esxtrecho y cengoso, proveemos de muchas anguilas, aún encúbrenos con muchas nieblas." En otra carta dice el mismo hablando de las ferias: "Veo en esta tienda de burgleses tantas cosas ricas y apacibles, que en mirarlas tomo gozo y de no poderlas comprar tomo pena. La Emperatríz salio a ver la feria, y como la Princesa prudentísima no quiso consigo sacar ninguna dama por que siendo los galanes que la sirven tanpobles y tan pocos, no pudiera ser menos sino que ellas se desmandaban a pedir ferias, y ellos se obligaran a pagarias."
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[2] De este movimiento dan algunas ideas los siguientes versos de su vulgar romancillo o jácara rufianesca, cuyo mérito poéticodista mucho de corresponder al interés topográfico. Como tan prosaicos, los transcribimos a renglón seguido:
Está San Miguel
junto a Zapardiel
seros a notario
el gran Consistorio
de los regidores;
justicia y señores,
todos en cuadrilla,
gobiernan la villa.
Luego en continente
pasaréis la puente,
y a un paso de grúa
tomaréis la Rúa
Pero en esta calle
no es razón que calle
que hay mil ejercicios
de dos mil oficios;
veréis los traperos,
sastres, calceteros,
y los tundidores,
y los corredores
arcas de escribanos
no de da de manos;
y veréis los cambios,
cambios y recambios,
y el rrollo y alberca,
la noria con cerca.
Es grande alegría
ver la joyería
y la mercería,
y la librería
con la lencería,
y el reloj armado
de San Antolín,
y luego a mandrecha
una calle estrecha,
y por allí van
luego a San Julían, etc.
La noria con cerca alude sin duda a la de la huerta de San Francisco, cercada en reverencia de haer encontrado refugio allí el Santísimo Sacramento.
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[1] Profetizó esta fundación San Ignacio, de quien fue grande amigo en fundador. Murió éste en 1536, y su estatua y la de su mujer Dª. Francisca Marjón, adornan el prebiterio. La bóveda del templo es de crucería y en retablo mayor se recomienda por su mérito.
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[1 - Al final] En el pasaje a que se refiere esta llamada, aparece alguna contradicción en el texto de Quadrado, pues si la cocina era desabrigada y humilde y se sentía la intemperie del frío, no podía ser la Mota, sino algún humilde albergue al lado de la barrera o muralla, y siendo así el hecho, ¿a qué hablar del rastrillo la Mota, ni cómo llamar a este humilde y desabrigada morada?
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[2 - al final] Duda en este pasaje Quadrado del sitio en que sucedió el fallecimiento de Isabel la Católica. La tradición vulgar señala el castillo de la Mota; lo que se deduce de la Historia lo contradice. Los Reyes tenían su Palacio en la plaza. Cuando las sedicionesen tiempo de D. Juan II, éste tenía su palacio en la plaza, y el mismo Quadrado, en su párrafo octavo, que empieza "Continuba", dice que D. Juan II vivía en Medina, que pensó confiscar el castillo y que en el verano de 1441 apareció cercada la villa por las huestes de los Infantes. Corto fue el sitio, porque el 14 de Julio invalideron la población dirigiéndose a la Real morada. Los habitantes, azirados o neutrales, se mantienen inmóvilesy solo alguna Caballería en las bocas de las callesy en las plazas se opusieron al ímpetu de los enemigos. Al Rey encuentran en la plaza defendido por su dignidad y descabalgan y bésanle la mano, deduciéndose clarísimamente de la lectura de todos los documentos, que siempre D. Enrique y D. Juan II, que dió o dieron nombre a la calle del Rey, por la parte posterior de la plaza, donde estala el Real Palacio, vivieron en él, así como los Reyes Católicos, y habiendo siempre en el castillo Alcaide, y es de suponer que Alcaidesa, u otra Reina, mal podría caer allí la de Castilla.
Además, Pedro Mártir, que asistió constantemente a la Reina en su larga enfermedad, al contar a los muchos que le preguntaban por su salud, dice en una carta suya de 15 de Octubre: "Nos hallamos en Palaciotodo el día aguardando la fatal hora." Esto es: en Palacio y nunca en castillo o Mota.
A su Palacio, no a la Mota, llevó a Dª Juana su hija la Reina Católica, cuando teniendo que venir enferma desde Segovia, la halló en la cocina o albergue de una humilde casa al pie de la muralla, lo cual prueba que siempre fue el Palacio y no la Mota la morada de los Reyes Católicos, y ya habaremos más adelante acerca del sitio del RealPalacio.- I.R.F.
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