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MARIANO GARCÍA SÁNCHEZ, CRONISTA OFICIAL DE LA VILLA DE MEDINA DEL CAMPO |
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Gracias
a mi amigo, Mariano García Pásaro, por tú aportación a este portal para su enriquecimiento cultural e histórico del libro "Ayer fue la cosa" escrito por tu padre, Mariano García Sánchez.
"AYER FUE LA COSA", por Mariano García Sánchez
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MARIANO GARCÍA SÁNCHEZ. Por José I. Foces Gil, El norte de Castilla 29-VIII-1989
En octubre cumplirá 85 años, aunque hablando con él no da la impresión de tener esa edad. Mariano García Sánchez abogado de profesión y, de vocación, escritor, es desde el año 1952 cronista de la villa, labor que ha ejercido constantemente desde su nombramiento, glosando y recordando todos aquellos momentos y hechos destacados por los que ha pasado, a lo largo de su mas reciente historia, Medina del Campo.
La Plaza de Medina del Campo la vio nacer allá por el año 1904 en la casa de sus padres. De la primera etapa de su infancia recuerda, con mucho cariño, el parvulario de as Hijas de Jesús, donde permanecido hasta los seis años, y los cursos de Primera Enseñanza con don Mariano Terceruelo, quien le preparó, también para el ingreso en el Instituto de Segunda Enseñanza de Valladolid, el actual Instituto “Zorrilla”, de la plaza de San Pablo, conocido por “Instituto General y Técnico”. Terminó el Bachillerato a los 16 años e inició luego los estudios de Derecho, carrera que realizó por libre.
Fue en esta etapa de su juventud cuando inició contactos con escritores de a época, siendo gran amigo de Florentino Hernández Silbar. Recuerda que lo que él llama sus “primeros pinitos literarios” los realizó en los periódicos “Heraldo de Castilla” y “Patricia” de Medina del Campo. Compaginó esta vocación literaria con los estudios de Derecho, carera que cursó porque, como dice, “aprendí a leer en papel de oficio, puesto que mi padre era procurador de los Tribunales, y eso me hizo sentir la vocación de abogado, a la vez que, al ser una carrera e Letras, en cuenta manera daba también gusto a mis aficiones literarias”. No obstante durante la carrera de Derecho, estuvo tres años trabajando en el Banco Español de Crédito, reanudando sus estudios una vez terminado el trabajo.
“Finalizada la carrera de Derecho empecé a ejercer, aprovechando las buenas relaciones que tenía mi padre en ese ambiente de los juristas y los buenos clientes que también él tenía”, dice Mariano García Sánchez, que años después se convertiría también en el jefe de los Servicios de la Cámara de la Propiedad Urbana de Medina.
Cronista de la villa
En 1934 contrajo matrimonio con Paula Pásaro Domínguez “y sin darme cuenta –dice- me rodeé de hijos, siete”. Desde que sintió sus primeras inquietudes literarias, las cultivó siempre. Primero en los periódicos locales y, años más tarde, fue nombrado corresponsal de “Diario Regional” trabajo que desempeñó durante muchos años. Según comenta, “los corresponsales de prensa de Medina actuaban en aquella época como recogedores de noticias, dejando un poco al margen la afición literaria, Yo ya lo hice de otra manera –explica Mariano García Sánchez- y escribía mis crónicas que eran seguidas con interés por la población y a eso se debe mi título de cronista de la villa”.
En 1.952, el Ayuntamiento de Medina del Campo, según acuerdo adoptado en sesión plenaria, nombro a Mariano García Sánchez “Cronista de la villa”. Según cuenta, este nombramiento fue motivado “porque un personaje de muchas campanillas, no quiero decir concretamente quien era, trató de suprimir el mercado dominical de Medina, de tanta raigambre y tradición histórica, y yo salí al paso de aquello y movilicé un poco las fuerzas de Medina en contra de esa iniciativa. A eso se debe, principalmente, mi nombramiento de cronista de la villa, título que naturalmente, como nadie me ha revocado, sigo ostentando, aunque no luciendo, porque no me gusta muchas veces hacer alarde de ese título. "Me satisfizo porque reconocía, no tanto la labor literaria mía, sino la labor que hice en pro del mercado dominical”.
Asegura don Mariano que ha ejercido a labor de cronista de la villa constantemente, glosando todos los aspectos y hechos de la vida de Medina, de su historia contemporánea, en numerosos escritos a lo lardo de las últimas décadas.
La peregrinación civil
Una conversación don Alejandro Fernández Araoz, a principios de la década de los 50, motivó que el ya cronista de la villa en aquellos años organizara algo que, por la época de que se trata, tuviera una muy notable repercusión. El propio cronista, don Mariano, relata lo que sucedió: “Me dijo que su suegro había visto el Palacio de Dueñas y había salido de allí apenadísimo porque de un momento a otro el palacio de hundirá". “Te llamo, me dijo, para que en tus actividades de cronista tomes nota de esto que te digo para ver cómo podemos intentar evitar el hundimiento y restaurarlo por completo. Es necesario que en Medina se movilicen y que en el Gobierno sepan que los medinenses están dolidos de la situación en que se encuentra el Palacio de Dueñas”. Hicimos una campaña y organizamos una peregrinación civil, que así la llamamos, y fuimos en peregrinación desde el Ayuntamiento al Palacio de Dueñas. "Requerí a un notario de Medina, don Felipe Fernández Molón, para que extendiera acta de los que veía y la firmaron como testigos, que yo recuerde, don Demetrio Mestre Fernández, Francisco Martín Abril, el magistrado Eufrasio Cermeño Romo, el alcalde de Medina, entonces Aurelio rojo y otros más. Después nos trasladamos al cine “Coliseo” y allí pronunció una conferencia Francisco Martín Abril en la que hizo unos comentarios preciosos de la historia de Castilla y de Medina del Campo y felicitó a los medinenses por el interés que habían tomado respeto a la restauración del palacio de Dueñas. Tan eficaz fue aquello –relata el cronista de la villa- que al poco tiempo el Estado compró el palacio de Dueñas y lo restauraron”.
La historia de Medina
Mariano García Sánchez asegura, con rotundidad, que la “Historia de Medina del Campo” se publicó por iniciativa suya. La hermana de don Gerardo Moraleja, anterior cronista de la villa, puso en manos de Mariano García Sánchez el manuscrito que don Gerardo había escrito sobre la Historia de Medina. “Para don Gerardo yo era uno de sus discípulos predilectos –recuerda el actual cronista de la villa-. Hasta tal punto, que la primera noticia qu don Gerardo había descubierto en los archivos municipales, un documento que acreditaba que la reina Isabel la Católica no había muerto en el castillo sino en el Palacio de don Juan II, que ahora en el Palacio Testamentario, me lo dio don Gerardo a mí. Yo prometí que se editara la historia de Medina que escribió don Gerardo Moraleja”.
Cuando se jubiló de su profesión de abogado y su trabajo en la Cámara de la Propiedad, Mariano García Sánchez continuó con su vocación literaria, escribiendo en el periódico local aquella famosa sección “Ayer fue la cosa” y, también, los ripios, que llegaron a ser puestos como ejemplo de lo que debe ser un ripio. Para firmar éstos utilizaba el seudónimo de “El tío Basilio”, nombre de un famoso coplero vallisoletano que venia los domingos a Medina. Sus colaboraciones y crónicas en el “Diario Regional” las firmó con el seudónimo de Bernal Díez.
En la actualidad, Mariano García Sánchez, cronista de la villa, se dedica todavía a escribir sobre diversos aspectos de la villa medinense. Una jornada normal la dedica, tras levantarse por las mañanas, a oír música durante unos minutos de Beethoven, Mozart, liszt, Cach, entre otras famosas zarzuelas, que le gustan mucho. Lee bastante, también durante las mañanas y, después de comer, se traslada al Círculo de Medina, donde antes jugaba un rato, según confiesa, a la garrafina, “pero ahora, ya me he jubilado hasta de la partida de garrafina que jugaba todos los días”.
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DON MARIANO GARCÍA EN EL RECUERDO. Por Antonio Sánchez del Barrio (Cronista oficial de Medina del Campo) 12-II-1994
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Iglesia Colegiata de San Antolín |
Don Mariano García Sánchez, ha entrado, ya definitivamente, en los anales de nuestra historia local de mano de su maestro, Gerardo Moraleja, y ha pasado a formar parte del elenco de ilustres Cronistas de la Villa que desde los tiempos de Juan López Osorio honraron a Medina del Campo con sus escritos sobre los esplendores y desventuras de su patria chica.
Por mediación de su hijo, Marian García Pásaro, conocí a don Mariano una tarde de verano hace unos diez años en los salones del Casino de la antigua Carpintería. Por entonces andaba yo espigando crónicas sobre la Semana Santa de comienzos de siglo y sabía de algunos artículos especialmente jugosos en datos y anécdotas.
La conversación no pude son más fructífera y divertida; por su recuerdo, tuve la ocasión de conocer de primera mano los detalles y pormenores de los misereres, tinieblas y otros oficios que la Tercera Orden de San Francisco aún llevaba a cabo en la desaparecida parroquia de San Facundo; las procesiones de la Vera Cruz y las Angustias; los sermones del Descendimiento y Mandato en la iglesia de San Miguel, cabe el río… También, y como contrapunto, supe de los interminables bailes y las ocurrentes puestas en escena en “El Recreo” y “Ramillete”, las "Sociedades de Declamación” medinenses y los felices años veinte; de su amistad con el célebre diestro Domingo Ortega, y su tarde triunfal de inauguración de nuestro coso taurino, allá por 1949.
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Iglesia parroquial de San Facundo y San Primitivo. Más al fondo y a la derecha la iglesia Colegiata de San Antolín |
Don Mariano aunaba la precisión y el rigor de su condición de abogado con el chispeante ingenio del hombre de mundo, conocedor de todos los ambientes. Más adelante, y con Ricardo Sendino como inmejorable tercer contertulio, se sucedieron los encuentros. En uno de ellos le mostré una vieja fotografía tomada en los años cuarenta en la que aparecía junto a su maestro Gerardo Moraleja, su amigo el “señor Manuel” y el nieto mayor de éste (el padre de quien esto escribe); su sonrisa entrañable y socarrona surgió de inmediato y los comentarios sobre las largas caminatas de los tres hasta la Ermita de San Roque, sin echar en el olvido sus sonadas romerías que ellos mismos se encargaban de impulsar, llenaron una tarde de evocación y recuerdos juveniles.
Su constante reocupación por la historia y el arte de Medina hizo que emprendiera actividades de toda índole: desde la organización de una marcha silenciosa en aras d conseguir la restauración del Palacio de Dueñas, hasta la erección del monumento a la letra de cambio –hoy desgraciadamente arrinconado- y la composición de os textos de las lápidas que pueden verse en varios de nuestros edificios singulares.
Asimismo, debemos a don Mariano la compilación y edición de la Historia de Medina del Campo de Don Gerardo Moraleja –obra capital de los estudios que abordan su pasado- que originariamente, y en parte, había sido publicada por capítulos en el “Diario Regional” de Valladolid. De otro lado, la dispersión de su obra escrita en incontables artículos, sobre todo en el citado “Diario” –del que fue corresponsal durante años-, en l semanario local “La Voz de Medna” y en numerosos folletos feriales, hace difícil pero no imposible, el conocimiento completo de la misma.
Sus crónicas sobre el acontecer diario de Medina de las décadas centrales del siglo, sus artículos históricos de asuntos locales, su obra poética de carácter satírico –nunca publicada e incluso desconocida por alguno de sus más llegados- no pueden quedar en el olvido habida cuenta de su extraordinaria calidad literaria y documental; de aquí que no sólo sea recomendable sino absolutamente necesaria la reunión y publicación, en forma de antología, de sus mejores páginas.
Con ese deseo, nacido de una profunda admiración, vaya desde estas líneas mi más cariñoso homenaje y reconocimiento hacia una persona por quien todo Medina se vistió de luto en la última tarde del mes de enero.
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MARIANO GARCÍA, EL ABOGADO. Por Rafael Velasco Martínez
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Lugar donde se firmó la primera letra de cambio. Plaza Mayor de la Hispanidad |
Este mundo de Dios está lleno de gentes extrañas. Aunque nos vemos todos los días, y casi a toda hora, no acabamos de entrar tan fácil en los corazones que nos rodean. Para conocer a una persona tienes que haber mantenido con ella esos diálogos, casi susurrantes, que se destejen en las horas más consionales o haber trabajado al pie de su yunque durante muchos años.
Si arte es la virtud o disposición para hacer algo, resulta evidente que Mariano García Sánchez ejerció su profesión de bogado con todas las gracias del mejor de los artistas.
Me explico: Breve en la relación de los hechos, aún más breve en los fundamentos del derecho que aplicaba y conciso en los suplicatorios, sus informes eran un ejemplo de síntesis, eso sí, llenos e donaire, y seguir el curso de los pleitos que patrocinaba constituía una liberación dentro de aquel mundo cuajado de escritos y discursos farragosos.
Para él, la mejor de las demandas no debería tener una extensión superior a los dos o tres folios, y sus informes nunca tenían que robar a los jueces más allá de diez o quince minutos, cuando no cinco.
Y es que Mariano García Sánchez era un artista nato. Lo era pensando, escribiendo, y ejerciendo su profesión, a la que tuvo la virtud de arrimar, con cierta discreción, su musicalidad poética, su espíritu creativo. Ese ojo clínico que se concede al médico, era para Mariano García Sánchez, su mejor arma, y ello le permitió no perder el tiempo en sinrazones y mantener su prestigio de abogado electo y selectivo.
Me cabe la satisfacción de haber estado a su lado en los estrados de este Juzgado el día que dijo adiós a la profesión de una manera inesperada.
Aquella mañana, hizo un informe, breve como siempre, que traslucía cierta trascendencia sentimental. Tardamos un tiempo en caer en la cuenta que se había ido, casi de puntillas, y que ya no volvería a cruzar las puertas de los juzgados.
Ricardo Sendito, que ha convivido a su lado muchas de sus últimas horas, me trajo alguna vez sus saludos y le llevó los míos. El primer escrito judicial que firmé en el año 1945 le dirigía él. Luego, firmaría cientos de demandas a su lado. Era una garantía ser procurador de su patrocinado. Aparte de la profesión, yo estaba unido a Mariano García Sánchez por otras muchas cosas. Entre otras, su sentido crítico de la vida. Del bueno.
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LAS PROSSA DE MARIANO GARCÍA SÁNCHEZ. Por Francisco Javier Martín Abril. 16-II-1994
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Plaza Mayor de la Hispanidad |
Es muy difícil, por no decir imposible, encontrarnos con una imperfección en la prosa de Mariano García Sánchez, con cuya amistad nos honramos y del que aprendimos no pocos saberes, no sólo relativos a Medina del Campo, y enseguida se nos viene a la memoria del corazón y al corazón de la memoria, la figura insigne de Mariano García Sánchez, cronista oficial de la villa, al que dedica su hermoso artículo en “El Norte de Castilla”, Antonio Sánchez del Barrio.
Para una ciudad como Medina del Campo, un cronista como Mariano García, ¡Qué delicia de prosa! ¡No sabemos en qué residía el sortilegio, la magia de la prosa de Mariano García! Tan fuerte en su personalidad, que me parece mentira que e nos haya ido para siempre. Experimentamos un frío singular cuando e nos muere un amigo como lo fue M. G.
¿Qué abría en su prosa? Nos cautivaba al poco tiempo de escuchar su música sonora, su fluir adorable, su canto y su encanto, su fondo y su forma, sus noticias y la manera de exponerlas, su sencillez y su gracia. Diríase que nos hallábamos en la gloria, cuanto teníamos ocasión de oír y escuchar una de aquellas prosas de M. G. ¿Es que había estudiado una gramática hecha a la medida de los que su pluma había de escribir a lo largo y ancho de su vivir, siempre ahormado a la bondad de la belleza y a la belleza de la verdad? Era el vivir de Mariano García un ejemplo de rectitud y enamoramiento por todo lo que merece la pena. Bien podemos afirmar que M. G. era un poeta; un poeta del ir viviendo, que en definitiva es ir muriendo. Y ello -como dice el poeta, otro poeta- sin precipitación y sin tregua, en un poco a poco, en un lentamente que poseen los claros varones de Castilla.
Llegábamos a Medina del Campo, a la media tarde, cuando ya e Sol está punto de ponerse, sin que se haya puesto todavía. ¡Qué emoción, la de sentirnos al lado de Mariano García! Que lo sabía todo o nos parecía que todo lo sabía. Pero sabía sobre todo la lección de su Medina del Campo, que él llevaba siempre en lña solapa como una flor.
No olvidaba Mariano García, la definición de la jurisprudencia –conocimiento de todo lo divino y humano y ciencia de lo justo y lo injusto-. Los dos grandes amores de Mariano García, fueron la literatura y el derecho. Y en ellos dos se apoyaba para caminar por la tarde, tranquilamente.
Prosa o prosas altas y claras de M. G. Mejor así, prosas, ya que tenía una prosa para todo lo que no era Medina del Campo y otra, para Medina del Campo. ¡Con qué naturalidad se paseaban por la tarde las prosas de M. G!. Eran éstas, aquellas prosas, como el más fino vientecillo de la primavera a la vera del Castillo de la Mota, donde una reina se moría, sin acabarse nunca de morir. Allí, alla, aquí, se hallaba M. G. que no perdía ripio de lo que corría en el momento preciso.
¡Que ceñidas las prosas de Mariano García! Era menear plasmarlo todo en unas cuartillas. Y plasmarlo todo consistía en no dejar que anda se escapase por cualquier inoportuno escotillón.
La otra tarde me asomé a la ventana de mi cuarto para ver y sentir la tarde, al atardecer. Y me ví de pronto en un crepúsculo vespertino de Medina del Campo, junto al hombre de las buenas prosas. Mariano García, me rozó en el hombro para decirme: “No le toques ya más, que así es la rosa”. Mariano García, el buen castellano que poseía el secreto de las mejores prosas del mundo.
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EL HIELO DE LA LAGUNA DE LAS CLARAS 14-01-1991
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Antiguo puente de hierro sobre el río Zapardiel |
A un kilómetro escaso del casco urbano de Medina, pegado a la carretera de Olmedo, está el convento de las monjas franciscanas, a las que los medinenses llamamos familiarmente Las Claras. Hubo en las proximidades del convento una laguna, conocida por ese mismo nombra familiar. Digo que hubo, porque ha muchos años que la laguna fue desecada para combatir el paludismo, endémico en la villa.
Lo que voy a contar ocurría anualmente alrededor del 15 de enero, después de tres noches de fuertes heladas consecutivas. El caso podría parecer trivial a los extraños, y seguramente lo era; pero para los medinenses, hechos al sosegado discurrir de la vida de entonces, tenía el carácter de verdadero acontecimiento extraordinario.
Un condiscípulo, que vivía e la calle Isabel la Católica, nos traía la noticia a la escuela del Pósito, se la daba a un compañero de pupitre y pasándola de unos a otros, toos los del aula quedábamos al tanto de la buena nueva a pocos segundos. Se levantaba en la clase un rumor como de río revuelto, o de arroyo, so lo del río parece demasiado, que el maestro, don Mariano Terceruelo, acallaba golpeando sobre la mesa presidencial, mientras demandaba silencio con voz autoritaria. ¡Los comentarios para el recreo! –sentenciaba el profesor-. Y todo era porque la cuadrilla de Perrín y Casquete habían comenzado a sacar el hilo de la laguna de Las Claras.
A los 12 en punto del mediodía, finalizaba la tarea de la mañana, salíamos impacientes a la calle, nos agrupábamos bajo la tutela de los dos mayores, Paulino Blanco y Antonio Iribarri, tirábamos por Arrabal de Ávila, pasábamos el puente “agua-caballos” y las vías del ferrocarril, y en diez minutos estábamos en la laguna. No éramos los primeros, a pesar de nuestra diligencia; chicos de otros colegios la cercaban ya, acompañados de adultos ociosos y de numerosos mozalbetes y muchachas. Aquello parecía un jubileo.
He dicho que los del Pósito estábamos bajo la guarda de Paulino Blanco y Antonio Iriberri. Quiero decir algo de estos capitanes, aunque me desvíe del tema. Paulino mostraba gran destreza en el juego de la canicas, y al final se hacía el dueño de todas las de sus contrincantes. Muy hábil para el dibujo y para el manejo del pincel y la utilización de los colores, el maestro le había galardonado con e sobrenombre de Murillo, y Murillo le llamábamos todos los compañeros. Iriberri, como el personaje de Pío Baroja, “era un vasco decidido y valiente”. Practicaba ejercicios gimnásticos colmados de belleza y riesgo. Daba saltos mortales que le aplaudíamos entusiasmados y medrosos. Se decía de él que tenía el proyecto de arrojarse al especio desde la torre del homenaje de la Mota, y que se servía de un paraguas familiar encargado a Galicia. Utilizaba el paraguas a modo d paracaídas. Fuera porque el paraguas no le llegase a tiempo o porque a última hora le faltaban los ánimos, lo cierto es que la disparatada proeza no cuajó, afortunadamente. ¡Bendito sea Dios!
Cuando los del Pósito llegábamos a la laguna, los operarios de Perrín y Casquete se disponían a comer. Acabada la comida tornaban a su labor. Tenían una barca y desde ella, con unas pértigas, tentaban la capa del hielo, sin duda para calcular su espesor. A mí lo de la barca –dicho sea de paso- me hacía mucha ilusión, pues merced a ella, a la barca, inusitada en nuestro territorio de secano soñaba como lago navegable el charco de Las Claras. Tenían, digo, una barca y una herramienta de hierro, grande, en forma de gancho que les permitía serrar en trozos la masa congelada, trozos desmenuzados después a golpe de azadón y finamente apilados en dos grandes muelos: uno para Perrín y otro para Casquete. Se hallaban ambos muy vbien avenidos y no iba con ellos el proverbio pesimista que señala como enemigos a los de un mismo oficio. Por el contrario, la compenetración que les unía resultaba evidente del mancomún con que hacía la recogida del hielo y de otras cosas más hechas al alimón.
Muchos chicos cogían furtivamente de los montones cachos de hielo y limaban en ellos con la misma fruición que si se tratara de caramelos de los Álpes.
La nueve –Casquete y Perrín al hielo le llamaban nieve- era depositada en unos pozos especiales que tenían en la calle Isabel la Católica, donde se conservaban para el verano.
Sin el hielo de Las Claras no hubieran podido nuestros hombres elaborar los apetecibles helados de limón y leche, ni el riquísimo mantecado que nos brindaban en el rigor de las temperaturas estivales. Nada sabía Casquete y Perrín, ni querían saber, de sustitutivos y colorantes. Empleaban en la elaboración esperada de los refrescos lo mejor de los mejor: limones selectos de Valencia, leche pura de vaca holandesa, los huevos recientes de gallian campera, azúcar cande y canela de Ceilán. El delicado y tenue matiz amarillo del mantecado, el huevo fresco de gallina campera se debía y no a tintas artificiosas. No digamos de los barquillos, frágiles por lo bien tostados y a buen punto de dulzor. Era de fabricación casera.
Félix Casquete, alto más bien y grueso, sin llegar a la obesidad, iba siempre tocado de sombrero negro y vestido de oscuro. Era muy cortés y ceremonioso. Dotado de una voz pastosa de barítono, la lucía, elevándola, para dialogar con los amigos de la calle, de acera a acera. Tuvo una sala de billares en la Plaza Mayor, esquina a Maldonado.
Se jugaba bien la en la sala de billares a las “siete y media”. ¡Siete y media señor Casquete!, gritaba el punto, gozoso por haber llegado a la preciosa suma. La frase íntegra se hizo proverbial y sigue aplicándose entre nosotros, con su valor literal desde luego y además y también para pregonar las jugadas supremas conseguidas en otros juegos. “Siete y media, señor Casquete” es como el santo y seña de los jugadores medinenses.
Aniceto Fernández (“Perrín”) era de mediana estatura, Unos ojos pícaros le acreditaban de inteligente y vivaz, Se cubría de ordinario con gorra visera y vestía blusa blanca y corta de albañil de entonces, oficio en el que había ganado a pulso la categoría de maestro. Simultáneamente en verano las actividades de maestro albañil y las de fabricante de helados. Fue hombre agudo y festivo. Sus dichos le dieron fama de ocurrente.
Datos para la pequeña historia: don Mariano Fernández de la Devesa hizo instalar en Medina la primera fábrica de hielo, para el consumo de su café Continental, allá por el año 1917. Hizo montar la segunda el farmacéutico don Emiliano Oyagüe. El hielo, artificialmente obtenido, desplazó al natural. Adiós pértigas, barca y sierra; adiós hielo; adiós la animada acuarela de la recogida del hielo. Todo esto flotando en la corriente impetuosa del progreso, fue “a dar a la mar, que es el morir”. Este chico de la escuela del Pósito lloró hoy vuestra pérdida, como llora la de aquellos dos buenos hombres que fueron Perrín y Casquete
Gracias
de nuevo, amigo Mariano y hasta siempre.
Juan
Antonio del Sol Hernández
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