Villa histórica,
monumental, escultórica y paisajística
Villa
de las Ferias
Historia de la Muy Noble, Muy Leal y Coronada Villa de
Medina del Campo
conforme a varios documentos y notas a ella pertinentes por
D. ILDEFONSO RODRÍGUEZ Y FERNÁNDEZ
Doctor en las Facultades de Sagrada Teología, Filosofía y Letras y Medicina, Catedrático de esta Facultad en la Universidad Central (antes en la de la Habana), Caballero de la Orden de Carlos III, etc.
MENÚ DE CONTENIDO
CAPÍTULO XII
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Hijos ilustres de Medina del Campo
Advertencia.- Las abreviaturas Oss. Y pág. Indicarán el registro correspondiente en Ossorio, y en los que no se halle, es prueba que de ellos no se ocupa este escrito.
Me propongo en los artículos, que necesariamente han de resultar largos, hacer una adición a lo que Ossorio haya podido escribir, entresacada de los dos tomos manuscritos del Sr. D. Julián Ayllón, pues aunque abrigo la seguridad de su sobrino y notario de Medina, D. Casimiro Rodríguez Toribio, habrá de conservarlos, bueno es de perpetuar sus recuerdo, puesto que el reunir y fijar hechos y datos es el fin principal de esta obra.
Los dos tomos de Varones ilustres de Medina, del Sr. Ayllón, son la prueba más evidente de su laboriosidad, de su erudición y buen estilo, y de su afecto por Medina, y no puedo tampoco intentar otra cosa que tomar lo más esencial de que carezcan los otro documentos en los varones o personajes, incluidos o no citados, y abrigo la esperanza de que algún día puedan ser impresos estos dos tomos del Sr. Ayllón.
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El glorioso mártir fray Juan del Zuazo.- Oss., pág. 173.)
El primer nombre de este glorioso mártir fue Lope, y nació en el año 1521 o 22, y fue hijo de D. Juan de Zuazo y de Dª. Ana Barrientos, los cuales en el terrible incendio de las Comunidades, al quemarse en convento de San Francisco, acogieron en sus casas a los religiosos.
Después de solicitar al joven Juan el hábito de Franciscano en el monasterio de Aniago, lo hizo en el convento del Abrojo, fundación en las márgenes del Duero de San Pedro Regalado, y en ninguno de los dos le advirtieron. Se extiende el Sr. Ayllón en bastantes detalles de su vida y martirio, y dice que su cabeza, llevada como inestimable reliquia por los venecianos, fue trasladada a Venecia y se venera en la iglesia Catedral de San Marcos, y hace algunas observaciones acerca de las fechas de su nacimiento y martirio que sufrió.
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Fray Esteban de San José, (Oss. Pág. 176.)
Es llamado por el Sr. Ayllón protomártir de las islas Molucas. Nació el 8 de Enero de 1567; sus padres, fueron D. Diego de Benavente y Mercado y Dª. Isabel Sánchez; su fe de Bautismo, en la Colegiata; el padre murió pronto, y su madre se esmeró en su educación religiosa, y añade que un día, jugando con otros niños, se subió a un sitio my alto, a modo de púlpito, y les decía:
Este es el sermón que he de predicar a los moros.
Entusiasmado con su arenga, se cayó y se hizo sangre en la cabeza, y le decía luego a su madre:
He derramado mi sangre por predicar a los moros. Lo cual pareció presagio de la Providencia.
Estudió en el Colegio de los Jesuitas en Medina. Fue devotísimo de la Virgen, quejándose de ver que sus paisanos y el público no saludaban a la Concepción de la fachada de la Colegiata o balconcillo del Populo, y siempre acompañaba a Viático a casa de los enfermos. Fue a Salamanca a estudiar griego, hebreo, Matemáticas y Astrología, y sobre todo Teología, Escolástica y Mística. Si mucho progresó en ellas, más aún adelante en las virtudes, y oyendo a deshora sus campanas, que eran de un nuevo convento de Descalzos, y sintiéndose interiormente llamado, ingresó como religioso e hizo su profesión solemne en 21 de Marzo de 1588 (y cita el Sr. Ayllón al P. Santa María, tomo II, fol. 698, sin duda en las Crónicas de la Orden). Sus austeridades, mortificaciones y penitencias eran excesivas; nunca usó calzado ni aún para los terrenos más ásperos, y cuando le llamaban la atención del daño de sus pies, decía:
Eso es bueno para los que andan y no piensan en otra coca.
Relátanse milagros en su vida; predicaba y confesaba con tanto fervor como provecho de sus oyentes, y cual salía a pedir y le maltrataban, decía:
Esta, esta es la limosna que yo buscaba.
Después de relatar minuciosamente su edificante vida, refiere haber sido elegido por el Comisario de la provincia de San Gregorio, Fr. Juan Pozle, para llevar la fe a Filipinas, y después de dar curiosos datos, viene una laguna a falta de 17 hojas en la obra del Sr. Ayllón, que Dios perdone al que se las haya llevado, pues por substraer la de San Juan de la Cruz, arrancó parte de esta biografía y la del Hermano Yepes, y gracias a que Ossorio nos da en la página citada y siguientes noticias de su glorioso martirio.
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San Juan de la Cruz. (Oss. Pág. 183.)
So siendo el Sr. Ayllón el que intercala las hojas que aparecen en el libro, y escribiendo también Ossorio en si pág. 183, acerca de él, doy esto por suficiente, y fácil es el que más desee hallar noticias de este célebre santo, de quien algo bueno se ha escrito.
Lo que sería de desear y digno de aplauso, es, que no se dejase hundir la hermosa iglesia del Carmen, donde está la capilla en que celebró San Juan la primera Misa, capilla que creo pertenece al Conde de Adanero, que se conservan estos precisos recuerdos, así como los restos del humildísimo y prodigioso Francisco de Yepes, hermano de San Juan de la Cruz, cuyos restos estaban en este conento, y del cual a continuación escribo.
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Francisco de Yepes, hermano de San Juan de la Cruz (Oss., pag. 187.)
La pérdida o subtracción de hojas del libro del Sr. Ayllón alcanzó a las primeras de la biografía del Hermano Francisco de Yepes. En las que quedan, bien se ponen en relieve sus virtudes, su pobreza, y como Dios supo premiarlas. Vivió largo tiempo con su madre, siendo modelo de respeto y cariño, a la cual perdió en 1580, y está sepultada en la clausura de las Carmelitas Descalzas de Medina, haciéndose también mención de una hija que había perdido, y de cuya salvación fue testificado por modo maravilloso, teniendo además otra hija religiosa en un monasterio de Olmedo. Se dedicó en particular a convertir y apartar de su mala vida a las mujeres disolutas, para lo cual las amonestaba y socorría par alejarlas del mal, acompañándolas a sus pueblos y casas, u ocupaciones que las buscaba.
En esta obra de caridad, tan grata a Dios, fue muy perseguido, maltratado y calumniado, principalmente de una mujer que se propuso desacreditarle e injuriarle, llegando a denunciarle a la Inquisición, que, conociendo su virtud, dejaron al santo que se vengase atendiéndola más y pidiendo más a Dios por ella. No sufrió menos de los ataques del demonio, contándose de esto cosas muy extraordinarias.
Sus directores espirituales, el P. Caro y el P. Baltasar Álvarez, de la Compañía, bien conocieron sus eminentes virtudes y el don de contemplación que Dios le había concedido, ¡y es tan hermoso cuanto del Hermano Yepes ha dejado escrito el Sr. Ayllón, que es lástima no se imprima para animar a los tibios y encender más en caridad a los buenos! Murió el 30 de Noviembre de 1607 y se le dio sepultura en el Carmen Calzado, en el lado derecho del crucero, al pié de la pared frontera a la puerta que da salida al claustro y cerca del altar de nuestra Señora. Por la humedad del sitio se trasladaron sus restos en 1612 con solemnes exequias, y yace colocado en una urna de nogal, guarnecida en la capilla del Santo Cristo que está dentro de la Clausuta. Los elogios que de él hicieron el Venerable P. Simón de Roxas, el P. Juan Faurte de Guevara y el P. Jerónimo de Olmos, ponen fin a lo mucho que dice el Sr. Ayllón.
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El Venerable Padre Hermano Suárez de la Concha. (Oss., pág. 180.)
Nació en el año 1525. Entró en la Compañía de Jesús en 1558, y coinciden en noticias.
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El Padre Fray Antonio Sánchez. Religioso de la Santísima Trinidad
Fue natural de Medina e hijo de muy cristianos y honorables padres. Estudió con aprovechamiento las primeras letras, y sus inclinaciones fueron siempre a la virtud, retiro y servicio de Dios. Para mejor realizarlo ingresó en 1593 en el convento de los Padres Trinitarios de Medina, profesando al siguiente año. Hizo sus estudios eclesiásticos, y ordenado de sacerdote, se dedicó a la predicación. Yendo a predicar al Carpio, le sorprendió una medrosa tempestad, teniendo lugar a corta distancia una descarga eléctrica, que le hizo dar en el suelo, envuelto entre la luz y el torbellino del fenómeno eléctrico, llevándole al convento sin sentido aunque sin daño. L volver al día siguiente en sí, dio gracias a Dios, ofreciendo servirle con mayor perfección y fervor, y tal se adelantó en ambas cosas durante veintiocho años, que acudían a él a consultarle, a que dirigiese sus conciencias, siendo su caridad tan vehemente como profundo, su recogimiento. Llegó en cierta ocasión a pié y en ayunas de predicar de Villaverde, y al pedir la bendición y saludar a su Superior, le dijo éste que tendría que ir también a predicar a la Seca, y tomando la insinuación del Prelado por una orden, a pesar del calor, y sin tomar nada, salió del convento en dirección del dicho pueblo. Al notar los Hermanos que se había ido sin tomar nada, y decírselo al Superior, mandó éste a buscarle, y con la misma mansedumbre obedeció la segunda orden como primera. En su celda no había más que la cama y una tarima al pié de ella, y si oración y sus mortificaciones era continuas, así como su ardiente caridad para con los pobres y necesitados, e hizo un relicario en una de las columnas de la iglesia que inspiraba particular devoción.
Los Superiores tuvieron que mandar sus austeridades, que no le hacían aflojar en sus caritativas ocupaciones, más sus fuerzas se rindieron, y padeció durante su larga y última enfermedad, dolores indecibles, que soportó con ejemplarísima paciencia, muriendo el 19 de Junio de 1639. Divulgada su muerte, acudió toda la villa, el Ayuntamiento, Cabildo colegial e innumerable multitud de los pueblos comarcanos. Predicó su oración fúnebre Fr. Julián Rui-Pérez y en hombros de cuatro capitulares, se le llevó al pié del relicario que había hecho en la iglesia, y allí se le sepultó. D. Alonso de la Barrera, ilustre caballero, quien había sido dirigió espiritualmente por él, puso sobre su sepultura una lápida de inscripción en su honor. Estas noticias se hallan tomadas de la obra Centellas de Amor de Dios y su Madre, publicado en Madrid en 1653.
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Fray Antonio de San Ildefonso. De los menores Descalzos.
Fue este hijo de Medina ejemplarísimo varón, de muy señaladas virtudes y muy penitente, a imitación de San Pedro de Alcántara. Devoto al particular concento que de él tuvieron sus Superiores en la provincia de San Pablo, fue por dos veces Maestro de novios, enseñándoles sabiamente con amabilidad y con su eficaz ejemplo. Fue devoto, muy amante de la pobreza y encendía los corazones en el amor de la Santísima Virgen, sin hallarse a su muerte otra cosa en su celda, que un pobre Decenario y un Breviario viejo. Su vida, en el tomo II de las Crónicas de esta provincia, lib. I, cap. VII, número 53.
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El Padre Pedro Morejón de la Compañía. Misionero apostólico del Japón y de la China.
Su familia descendía de uno de los siete antiguos linajes de Medina; fue hijo de D. Pedro y de Dª. Isabel Rivera, sobrina del Cardenal Quiroga. Su aplicación y virtudes le llevaron de joven a la Compañía, y sobresaliendo en sus estudios, se sintió inclinado a las Misiones de Indias. Convencidos los Superiores ser vocación de Dios, le mandaron al Brasil e Indias portuguesas, y de aquí al Japón. Así que se impuso en el idioma, empezó a evangelizar. Hacíase todo para todos, con su caridad, no sólo de los individuos del pueblo, sino hasta de los más acomodados, venerándole todos como a varón descendido del cielo; admiraban toda su vida mortificada y empeño constante de la salvación de las almas, logrando hacer entre ellos conversiones a millares. Alborotados los ministros idólatras, recurrieron al Emperador, que decretó su prisión, que duró algunos meses. Tanto trabajaron sus desconsolados indios e hijos espirituales, que al fin lograron su libertad, sin que por ello el padre aflojase en su ministerio durante los treinta años que en el Japón estuvo, al cabo de los cuales dio vuelta a su Patria en 1618, e informando a sus Superiores del estado de aquellas Misiones, estuvo luego en Medina, donde resplanció su apostólico celo, siendo destinado en 1619 a las Misiones africanas de la Etiopía, adonde fue, pensando hallar la palma del martirio, que no había podido lograr en el Oriente.
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Las religiosas de Santa Clara Francisca de bracamonte e Inés Ortega
Fueron descendientes de muy distinguidas y principales familias de Medina. La noticia de estas religiosas se debe al P. Ubadingo, cronista general de la orden, uno de sus más verídicos escritores, y se afirma haber sido fundado el convento de Medina por dos compañías de Santa Clara, viviendo aún las cuales, florecieron e la Comunidad, sobresaliendo mucho en virtudes estas dos hijas de Medina. Dice de la primera, que por su eminente virtud mereció la revelase Dios el día de su muerte, y de la segunda, que por su ejemplar y mortificada vida la favoreciera el Señor con el don de la profecía, pues predijo la destrucción de este convento y dispersión de su Comunidad, que se componía de 30 religiosas, lo cual sucedió a los diecisiete años. Fallecieron estas religiosas antes que las compañeras de Santa Clara, y fueron sepultadas al pie de la reja del coro.
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Doña Agustina Canovio. (Oss., pág. 234.)
Entre los extranjeros que por motivo de ferias y comercio vinieron a Medina se cuentan el milanés Juan y su mujer Lucrecia, que fueron los padres de Dª. Agustina, la cual tuvo otras dos hermanas, que fueron religiosas Franciscanas. Casó Dª. Agustina con D. Luís Canovio, Vizconde de Canovio, al que Ayllón llama Claudio, el cual añadió a su gran hacienda lo adquirido en el comercio, más Dª Agustina fue siempre modestísima, cuidándose más de su casa y de su salvación que de las cosas del mundo. Su hermosura corría parejas con su honestidad, y no se desdeñaba de socorrer a los pobres y enfermos en sus casas más desaseadas o humildes, y en sus más repugnantes enfermedades. Muy joven aún enfermó su marido, y certificado por su virtuosa mujer que dedicaría, a pesar de ser tan joven, el resto de sus días a los ejercicios de caridad y virtud, y sin contraer nuevos lazos en el mundo, la dejó toda su hacienda y riqueza, muriendo santamente.
Su casa era un verdadero monasterio, por la vida que hacía con sus criadas, pero su caridad se extendía a todas partes, llegando su celo por la gloria de Dios y y salvación de las almas a no reparar en ir a la misma mancebía, y las exhortaba con paciencia y dulzura a que saliesen de su mal estado, logrando redimir no pocas del vicio. Empezó por aquel tiempo a fundarse la reforma de las Angustias o Recoletas, y aunque Dª. Agustina se sentía más inclinada a las Franciscanas, por tener allí sus hermanas, una conversación que tuvo con el Rdo. P. Fr. Antolínez, que era Padre Provincial, y luego Arzobispo de Santiago, la hizo convencerse de que Dios quería ayudase a la Reforma, tomando en ella parte. Se nombró por Prelada a la Madre Mariana de San José, que estaba en Éibar, y el día de las Nieves, 5 de Agosto, tomaron las dos el habito. Las acciones heroicas de humildad y vencimiento propio, con que acreditó su verdadera vocación, ¿a qué referirlas? Baste saber que a los cuatro años fue elegida Vicaria y Priora, cargo que no la permitieron dejar en toda la vida. Su celo y cariño para con las enfermas, su afecto a la santísima Virgen, y sobre todo, la devoción ardiente al Santísimo Sacramento, la hicieron ser muy celosa de la esplendidez del culto distinguiéndose por las grandes fiestas que hizo celebrar en su iglesia con motivo de la canonización de Santa Teresa. Nunca toleró la más leve murmuración de las demás, corregía suavemente, y el año 1630, estéril y de miseria, se arreglo de modo que a ningún pobre dejó de socorrer con ser tantas las necesidades. A los treinta años de ser Superiora, en el de 1634, murió santamente, dando ejemplo de la mayor paciencia, humildad, resignación y confianza en la voluntad de Dios.
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Asombrosa vida de la madre Felipa de los Ángeles. Monja Recoleta.
Más de noventa hojas de edificante lectura invierte al Sr. Ayllón en la biografía de esta religiosa, las cuales concretaré lo más posible.
Nació en Medina a 1º de Mayo de 1664; fue hija de D. Luís de Peralta y Velasco, Marqués de Falces , y de Dª. Catalina Antonia de Insausti y Mendoza; fue bautizada en Nuestra Señora de la Antigua, era de complexión débil y padeció desde niña graves enfermedades, pero estuvo dotada de entendimiento muy penetrante, y tan cariñosa, como grave y circunspecta.
Su paciencia y virtudes se conoció pronto, pues buscándola un preceptor que acudiese a la enseñarla en la casa; resultó san severo y bárbaro, que la castigaba duramente, causándola hasta heridas, que la niña ocultaba con imperturbable sufrimiento. Al cabo de tres meses, lo descubrió un criado, siendo despedido en inconsiderado preceptor. Su madre la sirvió en delante de preceptora, y fue para ella maestra y al mismo tiempo vivo ejemplo de todas las virtudes cristianas.
Desde niña empezó a oír en su interior la vos de Dios, que la animaba en sus sufrimientos y contradicciones, y se enfervorizó tanto en el amor de Dios en la memoria de su Pasión, que luego estuvo en estado de hacer frente a toda clase de tentaciones.
Decidido por sus señores padres en que entrase en las Recoletas, fundadas por el Obispo de Oviedo, su pariente, y sobrina que era de sus patronos, soportó una fortísima tentación, en la que el astuto enemigo de las almas la hizo sufrir, hasta acobardarla e echar pié atrás en lo de ser religiosa, y en estas terribles vacilaciones y dudas, entando en el oratorio de su abuela, en un maravilloso rapto, la brindó su Cruz, con sus riquezas y su peso. La santa niña quedó tan presa del amor divino, que ya no pensó más que en Jesucristo y en la hermosa Cruz que había de conducirla a la gloria, con la cual vio ir ante sí al Señor el mismo día que entró de novicia, de 1675, siendo acompañada de gran concurso de gentes, y de los principales de la villa, a los once años no cabales de edad.
Jesucristo, que siempre fue el aliento de su corazón, fue a la ves su inspirador y maestro, otorgándola favores que, por lo sagrados y asombrosos, admiran y llenan de respeto en esa senda de los trabajos, de la mortificación y de la Cruz. Como su gravedad, su silencio y su carácter extraño a su corta edad, chocase a algunas religiosas, empezaron a sospechar de tales dotes, achacándolo, bien al soberbio empeño de presumirse la más perfecta, bien a orgullo o devío, y aunque la veían cumplir exactamente sus obligaciones, fue obstáculo a que se murmurara de ella, y se la persiguiese con empeño, todo lo cual lo consideraba la santa niña, como las joyas que había visto en la Cruz de su amado Jesús. La negligencia, la envidia y la lisonja, encarnada en sus compañeras, la persiguieron duramente sin tegua, tratándola de hipócrita y perturbadora de la paz. Había entrado en ella en el convento otra hermana suya, y hasta consiguieron volverla en su contra, con lo cual no poco la hicieron sufrir y merecer, y por último, echaron por la vía del desprecio y de los malos tratamientos –Altos son mis juicios. La decía el Señor en la oración, -no temas, yo cuidaré de tu hermana; contigo estaré en todo.- Si el padre confesor, que también a varias otras confesaba, tardaba algo más con ella, la trataban de embaucadorae ilusa, y no hubo sufrimiento, desprecio y persecución, que en alto grado no experimentase, prodigándola en cambio Jesucristo en igual proporción sus gracias y favores.
Al cabo de cinco años de noviciado y de continuo martirio, teniendo ya que profesar, sufrió una fuerte tentación, considerándose como inepta y pequeña para ello, más el Señor la consoló y sostuvo, y por último, después de ejercer en alto grado su humildad y paciencia hizo sus votos el día de la O, para hacerlos solemnes a los cuarenta días, en 3 de Febrero de 1681.
Después de multitud de pruebas que acrisolaron su virtud, hizo su profesión, solemne, siendo favorecida de gracias muy especiales del cielo, entre las cuales fue una, la de trocar Dios, siquiera fuese por el momento, los corazones de las religiosas, de tal suerte, que como si abriesen por vez primera los ojos, vieron claro en la virtuosa conducta de la Madre Ana. A pesar de ello, aún la restaban dos años para la admiración definitiva como religiosa, y en ellos la deparó el Señor dolores agudísimos, enfermedades largas, que se hicieron a todos pesadas, incluso a su hermana, que encargada de cuidarla, la abandonaba y trataba con desvío, probándose en todo que Dios quería ejercitarla heroicamente en toda clase de sufrimientos.
Mejoró de su enfermedad, pasaron los dos años para ser profesa, y cuando creyó que ya en su celda estaría más tranquila, se halló con que la Prelada, juzgando erróneamente, creyó que su modestia, su silencio y gravedad, eran debido a que no estaba buen, y atribuyéndolo a opilación para que hiciese ejercicio, la mandó que sirviese en todos los oficios y trabajos de la casa, y a las órdenes de cualquier religiosa que la llamase, y así llegó a ser la criada de todas, teniendo que acudir a todas y a todas partes, sin dejarla el menor descanso, y lloviendo sobre ella en abundancia las reprensiones. Tanta contradicción y trabajo, la hizo caer en una fuerte hemorragia, y hasta ella misma empezó a formarse idea, aconsejada por su humildad, de que si la perseguían era porque lo merecía y que estaba en camino de perderse. El Señor la consoló y la hizo entrever un obscuro y largo camino de espinas, que era el de su vida, y al fin de la cual había una ciudad muy hermosa. Empezaron por ser las espinas varias enfermedades, que con frecuencia y por espacio de cinco años, la pusieron a punto de expirar, sufriendo convulsiones y trastornos nerviosos, llegando hasta creerla poseída por el mal pensadas, pero no desistieron y trajeron una marisabia mesonera de un lugar inmediato, y teóloga sin saber leer, la cual, aunque enmudeció en presencia de la sierva de Dios, dijo por detrás que estaba endiablada, y así la señalaron como blanco de todos los oprobios, haciéndose cada vez más dilatado el campo de sus trabajos, Por añadidura su hermana empezó a flaquear en la vocación, y la dio grande pena verla salir del convento; su madre se ausentó a Pamplona, y también hubo de alejarse su profesor, el P. Nieto; más a cambio de su absoluto abandono y resignación en la voluntad de Dios, recibió de Él un altísimo don de contemplación, que sí la sirvió de especial consuelo, la fue también de grande dolor, pues conociendo por un modo sublime y más perfecto, los atributos divinos, la torturaba la pena, de que bondad tan grande fuese tan poco amada de los hombres, y de que éstos se perdiesen su propio daño, y en menosprecio de Dios, y exclamaba diciendo: -Hacedlo, Señor, con los infieles y con los pecadores porque es imposible que, conociéndote, te ofendan. ¿Por qué no han de reparar de la inconstancia de las cosas mundanas, en la brevedad de la vida, en la falacia de los bienes caducos y en lo transitorio de los gustos y grandezas del mundo?
Entró en el convento una novicia de una casa muy distinguida, muy humilde, fervorosa y bien dispuesta, llamada Isabel, y no bien habló con la Madre Ana, cuando sus corazones, como iban al mismo fin, se entendieron; fue para la Madre un grande consuelo tener este alivio en sus enfermedades y tristezas, y un medio para el mutuo fervor, pero el enemigo, que no se aquieta, sugirió a algunas religiosas que ya la Madre Ana la tenía hechizada, que la novicia estaba perdida, disponiendo así Dios las cosas para que durante dieciséis años que estuvieron juntas se acrisolase, con persecuciones y tormentos indecibles, la abnegación y virtud de ambas.
Estaba la Madre Ana destinada a purificarse en el crisol de las persecuciones, así es que muchas de las religiosas, echando a mala parte su silencio, la atribuían a gazmoñería y al deseo de acreditarse de tanta, y pretendieron quitarla al P. Nieto de confesor, sustituirle por otro, y así lo hicieron, tratándola de embustera y perturbadora, llenándola de ultrajes, injurias y denuestros. La santísima Virgen fue su socorro en tempestad tan desecha, y condenada a vivir en la soledad de su celda, porque no la permitían el trato ni visita de nadie, favoreciéndola el Señor con la asistencia de dos ángeles en figura de niños. Por este tiempo se renovaron todas las enfermedades y las continúas calenturas, evacuaciones de sangre y falta de alimento, la tenía en estado de no poder moverse; no obstante, la hacían bajar al coro, y en cierta ocasión, que de modo alguno podía moverse, la mandaron una religiosa para que la casase, la cual la injurió cuanto quiso. Pidió al Señor algunas fuerzas, y con su auxilio pudo levantarse y sirvió para que más se burlasen, llamándola la muerte fingida y otras cosas por el estilo; multiplicándosela en otras muchas persecuciones la ocasión de sufrir intensísimamente en obsequio de Dios, que tanto la favoreció con su gracia.
Llegaron sus émulas en su animosidad al empeño de llevarla ante la Inquisición, de la cual la advirtió una novicia, y ante el miedo de tales tramas, lo trágico del caso y el efecto que produciría este acuerdo entre su familia, sufrió los indecibles tormentos que son de suponer, dada la timidez innata, llegándosela a prohibir hasta los actos religiosos. En estas circunstancias vino un nuevo confesor al convento, el cual, después de muy prevenido en su contra, no hallaron razones, aún después, de a prevención, haberla tratado con aspereza, la mandó comulgar, y esta condescendencia alborotó a todas sus enemigas, que ya creyeron al Padre también engañado. Acertó a venir a Medina el Padre Provincial, e informado por las monjas e impresionado en contra de la Madre Ana, la reprendió fuertemente; más una pobrecilla lega fue el instrumento de que Dios se sirvió para que el Principal conociese a verdad, pues informándose de todo lo que ocurría, el Provincial quedó confuso, e informándose luego mejor, comprendió que allí sucedía todo lo contrario de lo que se había creído.
El Padre Provincial volvió al poco tiempo, y quiso darle el cargo de Tornera mayor, y tal alboroto esto produjo, que el Padre no pudo lograr nada y tuvo que conformarse con nombrarla enfermera, ayudada de una tía suya, que era religiosa, y la Madre Isabel, su amiga, y la añadieron el cargo de tocar las campanas, de cuya ocupación tuvo que bajarla la Madre Isabel, que la halló como muerta en el desempeño de este oficio. Abandonada de todos, la sorprendió una intensa calentura y una fuerte erupción de viruela, con la que la hallaron en el suelo, encontrándola así la Madre Isabel, a quien encomendaron su asistencia, retirándose todas las demás. Los médicos dudaron de curarla y mandaron la veaticaran; a la Repería, en cuyos cargos estuvo casi tres años. Prodújola alguna calma el encargarse de la Comunidad el P. Sotomayor, que se penetró bien es su espíritu, pero sus émulas no se acobardaron, y el P. Sotomayor murió a los pocos meses. En cambio de todos estos sufrimientos, el Señor la premió con revelaciones y especiales favores.
Volvieron las monjas a lograr del Provincial cierta tolerancia en contra de la Madre Ana, y todo fueron proyectos de castigos y persecuciones, tratando de volver a traer al Padre, que había sido desterrado, acusándola de haber infringido las Reglas, por haber dado un papel a su madre cuando profesó, y aunque en un tribunal de todas las religiosas no pudo esto probarse, no fue obstáculo para que a condenaran a darla todas una dolorosa disciplina, y la privaron de confesar en toda la Cuaresma, y que ninguna hablase con ella, y al verla tan enflaquecida la consideraron como ética y tísica, para mayor desprecio. Tenía una voz muy hermosa, y al cantar en el coro, los que oían desde la iglesia preguntaban cual era la religiosa de voz tan angelical, motivo de nuevo de envidia para sus enemigas, llegando a inquietarse contra ella y echarla del coro, pidiéndole en cambio la Madre Ana al Señor la privase de este don, para no suscitar envidias.
Eligió como confesor un beneficiado de la parroquia de San Martín, llamado D. Manuel Pariente, y las monjas trataron de alejarse, admirándose el virtuoso sacerdote, cuando a los tres meses descubrió las tramas y obstinación de las monjas en contra de la Madre Ana. Siguió por tres años y medio en su oficio de Enfermera, sufriendo toda clase de vejaciones y desprecios sin proferir nunca la mas mínima queja, la cual servía para que todas la mandasen y se burlasen más de ella, sin dejarla sosiego, y al contestar lo preciso, siempre tomaban réplica y chacota de sus humildes palabras. Vestía a su Niño Jesús con diferentes trajecillos bien arreglados; el pueblo lo supo y acudía a verle, lo cual la motivó otra nueva persecución de la Comunidad.
En la admisión de novicias, se vio claro la discreción de la Madre Ana, pues todas las que ella rechazaba eran por lo mismo admitidas, pero todas salían mal y todo era motivo de contradicción para la Madre, arreciando cada vez más la tempestad en su contra, llegando por tres veces a tratar de echarla a otro convento. Tuvo revelación especial por Santa Catalina, de quien era devota, de la muerte de un hermano suyo, confirmándose a los once días la noticia.
Enfervorizada y dispuesta en grado heroico a la práctica de todos los desprecios y dolores, lo hizo así favorecida por la gracia, infundiéndola el Señor el espíritu de todas las obras de misericordia, y para mejor practicarlas, tuvo por sus inspiradores y directores a San Guillermo de Aquitania, su lejano pariente San Pedro de Alcántara y su padre San Agustín, de quien recibió especialísimos favores. Habiendo sido elegida Maestra de novicias, teniendo en cuenta sus años y sus especiales dotes, cesó pronto en su desempeño, pues fue en seguida áspera y desapiadadamente desposeída de tal cargo. Dios la premió haciéndola sufrir una grave enfermedad, en la cual la sangraron, y después de ella sintió, como San Francisco, la impresión de as llagas de sus manos, favor que la acarreó nuevas persecuciones, siguiéndose la impresión de las llagas del costado y pies de dos Semanas Santas sucesivas, con dolores tan violentos y enfermedades de vómitos de sangre, que la obligaron a estar tullida por diez años, llegando a tal aniquilamiento, vómitos y pérdida de apetito, que sin poder comer, sentía todas las molestias del hambre y de la mayor necesidad, aparte de lo que la hicieron padecer los cirujanos con las operaciones que en ella hicieron, siendo más que viva una cadáver, y hasta al tomar un poco de leche la calificaron de glotona, viéndose reducida a pedir a su madre, por su confesor, que la mandase con qué socorrerse, cual si se tratase de una limosna. Esta señora dio orden a su mayordomo la socorriese espléndidamente, lo que sirvió para aumentar las exigencias de la Comunidad con el mayordomo, el cual comprendió el abuso con que se pretendía cubrir el remedio, sin que por eso dejase de correr la voz d que bien se regalaba la Madre Ana en el claustro. Los médicos la aconsejaron los baños de Ledesma, y todo se preparó, más la Madre quiso mejor no salir del convento.
Gozábase la Madre Ana en su suma pobreza, y en el abandono en que la tenían en su postración, ejercitándose en las bienaventuranzas, y logró fácilmente la permitiesen estar sola todo el día en una tribuna, desde donde veía el altar en que estaba el Señor, lo cual la fue de gran consuelo. El día de San Lorenzo, y por intercesión del Santo mártir, se sintió muy aliviada, lo cual hubo de ocultar en parte para que no la tomasen por hipócrita o milagrosa. Su confesor, D. Manuel Pariente, que llevaba más de veinte años dirigiéndola, queriendo la Madre hacer una Confesión general, la mandó hiciese una declaración de toda su vida; que solamente escribiese a ciertas horas, y que se lo fueses entregando. Empezó en 1703, y el 1705 levaba ya escritos los primeros veinte años de su vida, notándose en estos escritos el cuidado de no nombrar a ninguna religiosa, y disculpar en todo a todas. Murió su confesor, y quedaron sus escritos en poder del licenciado Francisco de Rivas, que encargándose de su dirección, y pensándolo y aconsejándose, la mandó continuase escribiendo, cuyo trabajo concluyó a fines de 1709, teniendo que evitar ser vista de las demás religiosas. Su mayor contradicción fue el tener que referir por obediencia las contradicciones y tormentos que sufrió de parte de sus Hermanas, pues aunque trató de disculparlos, no pudo dispensarse de obedecer, probándose así, que sus Hermanas fueron el instrumento para su verdadero martirio, y decía que “lo que hacían con ella, no lo hacían por malicia, sino por ignorancia de su entender”, y pedía a su confesor castigase en ella las faltas de sus Hermanas.
Sintió vivamente en su cuerpo por permisión divina todos los tormentos de la Pasión del Señor. El día de la Asunción, tuvo ya el presentimiento de que se acercaba su fin. El día de San Martín la repitió el accidente de sangre, certificándola de su muerte en la oración su Padre San Agustín, y separada de todo lo terreno, vivió en sus últimos tiempos como estática; acentuándose tal estado en los últimos meses de su vida, y de muchos prodigios con ella ocurridos certificaron las tres religiosas que últimamente la asistieron. Los favores sobrenaturales que recibió del cielo en sus últimos días, ¿a qué referirlos? Es muy largo y de apretada escritura lo que de la Madre Ana Felipa escribió el Sr. Ayllón, en estilo bien edificante y hermoso, que yo no sé sino manchar al compendiario o mutilario. Murió esta sierva de Dios el 29 de Octubre de 1710, a los cuarenta y seis años y medio de su edad, dejando un notable ejemplo de lo que puede la gracia de Dios en lo que de veras la aman. La vida de la Madre Felipa, la escribió el Maestro Fr. Juan de Macurriaga, de la Orden de San Agustín.
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María Antonia de Olmos y Eván, o Madre María Antonia del Sacramento. Agustina Recoleta.
Nació en Medina a 20 de Julio de 1685, hija de D. Alonso de Olmos y Girón y de Dª. María Eván, Marquesa de Torreblanca. Su madre fue de una virtud acrisolada, y de una devoción sólida, apropiada base para l educación de su hija. Siendo aún muy niña, estando el León con sus padres, por un cargo que allí le dieron, solicitó la llevasen a comulgar y consultado con religiosos respetables por sus padres, la concedieron esta gracia; logando después, siendo de edad de quince años, por un modo maravilloso la fervorosa niña, un lignum crucis o reliquia de mucho anhelo poseer.
Su inclinación era entrar de novicia en las Angustias Recoletas, más su padre hizo a ello fuerte oposición y disponiéndose a partir a Cádiz, con harto pesar de su hija, por haberle hecho el Rey Gobernador de aquella ciudad, fue atacado de una calentura maligna, mandando los médicos le viaticasen. La Marquesa le advirtió que persistiese en negar el permiso a su hija, y que acaso esto sería motivo o mérito para lograr su salud. Enterada la fervorosa niña de que su padre accedería si Dios le concediese para ello vida, con el más inocente fervor se postró delante de una Niño Jesús, y oyendo sus repetidas súplicas, fue el hecho que, libre al día siguiente su padre de calentura, se admiraron los médicos de tan repentina e inesperada curación.
Los Marqueses, dando gracias al Señor, llevaron a su querida hija al convento el día de Santa Lucía.
Fue la primera novicia en humildad y obediencia a su Maestra. A los dos años de noviciado falleció su señor padre en Cádiz, y la fervorosa novicia escribió a su madre una carta, escrita con tal espíritu cristiano, que sirvió de grande lenitivo a su dolor. Volvió esta señora a Medina, y al poco tiempo, con grande y seria magnificencia, el 6 de Julio de 1701, hizo su profesión la jovencita María Antonia.
Fue tan humilde en el claustro, que nunca volvió a nombrar los títulos de su familia, siendo en cambio la primera en servir a todos en los oficios más humildes, y agarrándose a la escoba decía: -Ni para esto sirvo en la Comunidad.- Su caridad con las enfermas, ni tuvo igual, ni reconocía límites. Antojósele en cierta ocasión a una enferma una naranja, mandó a buscarla con diligencia por todas partes, y estando encargándoselas a un primo suyo en Valladolid, llamaron al torno con un cestito de ellas, de parte de su primo, con una carta en la que decía, que a pesar de ser una friolera, se había sentido impulsado a mandársela. Siendo Priora, tal cuidado de sus religiosas y enfermas que siempre estaba discurriendo medios ingeniosos para curarlas, rogando a Dios con instancia que mientras tuviese tal cargo, no muriese ninguna religiosa, y a los nueve años de serlo, existiendo en el convento una religiosa, la Madre Tomasa, de noventa años, y la Madre Feliciana de las de ochenta, el Señor, por un modo muy raro y maravilloso, la hizo entender que pronto morirían. Causóla gran pena y llanto, por ser religiosas muy ejemplares. Su caridad se extendía a todos los pobres, hasta fuera del convento, y tal llegó a ser estimada, respetada y querida, que se la llamó la Margarita de la Religión Agustiniana.
Fue humildísima en obedecer a los Superiores, sin nunca poner observación ni excusa. Siendo súbdita, la Priora la mandó una vez a pasear la huerta; ocupóse luego en varias cosas, y pasadas muchas horas, se la echo de menos, hasta que la Priora recordó lo que la había mandado.
Elegía para mí, siendo Prelada, el traje peor, y todo lo suyo lo daba en obsequio de la santa pobreza.
Su fervor y ardiente amos a Jesús era tal, que se comunicaba a todas las religiosas, y en cierta Cuaresma se hizo este fervor sensible, hasta por medio de maravillosas luces, tratando de ocultar siempre los grandes favores con los que el Señor la regalaba.
Su ardiente amor al Santísimo Sacramento y a María santísima nunca salían de su corazón más que por su boca, para enfervorizar en ambos a sus Hijas y Hermanas. Su confianza en la Providencia de Dios fue ilimitada, y en dos ocasiones, una vez con un cubeto de pescado, y otra con la leña, en el invierno de 1720, que fue muy frío, pudieron todas las monjas apreciar dos verdaderos milagros.
Ingeniosa en mortificarse, recurría a la mayor pobreza y a todos los instrumentos de la más dolorosa penitencia, sintiendo mucho cuando en algo la descubrían. Su meditación constante era la Pasión del Señor, en lo cual logró la siguiesen todas las religiosas.
La devoción de la santísima Virgen, fue la característica de su vida; tenía una capillita de la Señora cerca de su celda, y ocurrió que como ya sabían que este era el retiro más querido de la Madre, fueron a buscarla allí para pedirla cierto permiso, y al hallarla estática, ocurrió que antes que la religiosa hablase para pedir la licencia que pretendía, la Madre la dijo: -No, que también va a pedir eso otra; haga esto otro, que aquello no la conviene.- La religiosa decía luego a las demás: -Cuidad de cómo vivimos, que la Virgen de la capilla dice a la Madre cuanto hacemos.
Imitó cuanto pudo a su Patrón San Agustín, de quien fue devotísima, y del ángel de la guarda, del cual recibió con frecuencia especialísimos y milagrosos favores. Tribulaciones, enfermedades, desolaciones de espíritu constituyeron las flores de su corona, ni la faltó en la Comunidad quien para ella oficiase la Cruz, que sufrió con silencio y paciencia, siendo vigilantísima del cuidado y atención de sus Hijas.
Conoció cuando era llegado el término de su vida y enterneciendo a todas sus religiosas con su excesiva humildad, que practicó hasta los momentos últimos. Murió el 26 de Mayo de 1744, a los cincuenta y nueve años de edad.
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De la venerable Madre Ana de Lovera
La Venerable Madre Ana de Jesús, Carmelita Descalza, descendía de do familiar nobles, de Plasencia una y Vizcaya otra. Nació en Medina el 25 de Noviembre de 1545, siendo sus padres Diego de Lovera y Dª. Francisca de Torres. Tuvo un hermano llamado Cristóbal, el cual ingresó en la Compañía e hizo vida tan santa y perfecta, que fue en ella admirable ejemplo.
A los dos años perdió la niña Ana a su padre; fue muda en sus primeros años, y a los siete empezó a hablar con entereza de razón y juicio. Murió pronto su madre, y quedó con su abuela materna, que tuvo que hacer poco en la educación de la nieta, santamente inclinada. A los diez años dijo a su abuela que había hecho voto a la Virgen de ser religiosa.
-No vale en esta edad tuya- la dijo la abuela.
-Pues yo la renovaré todos los años, hasta llegar a la edad que valga- contestó la nieta.
La abuela, con sus miras, la fue reuniendo un buen dote, porque la niña Ana era hermosa y no habrían de faltar jóvenes que pusieran en ella su vista y sus aspiraciones.
A los quince años pasó a Plasencia, a la casa de su abuela paterna, que también cariñosamente la reclamaba, y su hermosura llamó la atención de los jóvenes, de los que alguno ya quiso insinuarse en su afecto. Conoció en Plasencia a una jovencita de su edad, con quien intimó; más una muerte repentina la privó de ella, y el daño del corazón la hizo abrir los ojos y sus acostumbrados pensamientos, y decidió de una vez renunciar al mundo.
Por aquellos días cantaba Misa un primo suyo, y cuando al estaban esperando que apareciese toda hermosa, con sus adornos; se presentó en la sala con un traje tosco y humilde de penitente, mutilados los cabellos y cubierta con una toca negra.
Es de suponer el inesperado efecto que en cada circunstante, según el modo de pensar, produjo; más allá desde ese momento hizo voto de entrar en una Orden religiosa que fuese austera, comprometiéndose a no condescender en toda su vida con lo que juzgase lisonja de su gusto, sometiendo su voluntad en todo a la de sus Superiores, siendo su director el P. Pedro Rodríguez, de la Compañía de Jesús.
Empezó con hacer una vida de mortificación y penitencias, tan asombrosas, que parecía imposible a su edad; y vestida muy humildemente, asistía a los Hospitales a los enfermos; a ella acudían a demandar consejo; apartó a muchas personas del vicio; su trabajo manuela, destinado para los pobres y las iglesias, eran tan continuos como su oración, y tal fama adquirió en Plasencia, que todos la veneraban como a una santa. Una de sus primas la trataba con malos modos, llegando a darle una bofetada en la iglesia, y la joven se resignó sin protestar a estos malos tratamientos, siendo todo su empeño en rogar por los pecadores.
Preparábanse solemnes festejos con toros y cañas, para cierto día, y la población y contornos se disponían con entusiasmo a concurrir con alborozo a ellas, y en la víspera la jovencilla Ana Lovera escribió al Obispo que de ningún modo se verificasen, que habría en ello gran peligro. El Obispo, por l concepto que tenía de la joven y por el encarecimiento con que lo pedía, prohibió, con las mayores penas, la fiesta; todos se pusieron en movimiento, y aquella misma tarde se descubrió que los moriscos, que se se habían sublevado en Granada, tenían minadas las casas de la plaza para volarlas con pólvora durante la función.
Desde entonces miraron a Dª. Ana con más veneración y como protectora de todos. Su confesor, el P. Rodríguez, tuvo que ausentarse a Toledo, y como todo en la vida de esta sierva de Dios ocurría por modos extraordinarios, hablando el padre con Santa Teresa, que se hallaba en Toledo, movida ésta de una superior luz, escribió a la joven Ana Estas palabras: “Que quedaba admitida en su Religión, y que admitiese que no la recibía tanto por súbdita cuanto por compañera y par que la viniese a ayudar en el negocio de sus fundaciones; que se diese prisa a estar buena, y en estándolo, abreviase su jornada”. A la joven Dª. Ana, no le agradó esta carta, pues la pereció no convenía alistarse sino donde fuese humillada, más por atenerse a la obediencia, escribió al P. Rodríguez, y Santa Teresa, satisfecha con esta contestación, la escribió que la admitía únicamente como novicia.
Antes de salir de Plasencia sucedieron en la casa de su tía varios hechos, que por lo extraordinarios, movieron de tal suerte el corazón de Dª. Ana y el de una de sus primas, que éste le dijo al despedirse, que no tardaría mucho en llevarla a su casa, como se verificó.
En el viaje con sus criados, para el que Dios le había ofrecido su asistencia, se hallaron con un joven, que por su humildad y traje, se mereció el desprecio de aquellos; después tropezaron también con un anciano venerable, que les reprendió su conducta para con el joven. Al entrar Dª. Ana en Ávila, en el convento, reconoció en una imagen de Jesús, y en otra de San José, el rostro de ambos.
Llegó a Ávila el día de San Pedro Advíncula, del año 1570, y las religiosas, como lo había ordenado la Madre Fundadora, la dieron el hábito y nombre de Ana de Jesús. Pasó por Ávila Santa Teresa, para la fundación de Salamanca, y conociendo su mérito, se la llevó allí de novicia, y habiendo pasado por Macera, tuvo el gusto de conocer y hablar a San Juan de la Cruz, conservándose mutuamente especial predilección, que mucho sirvió para la perfección de espíritu de la novicia.
Al llegar el momento de su profesión, insistió con empeño en ser únicamente lega, y la costó lagrimas de humildad obedecer a Santa Teresa, que dispuso fuese para coro. En su profesión se hicieron visibles en su rostro extraordinarios resplandores y favores divinos, que no pudo ocultar. Su vida era de la un Ángel, y su encendido amor a Jesús se manifestaba por todos los modos. La señalaron por ocupación la portería, y pronto Santa Teresa, conociendo su raro mérito, la hizo Maestra de novicias, en cuyo cargo recibió como novicia a su prima Dª. María de Lovera.
La oración y su unión con Dios en las vidas contemplativa y unitiva, la elaboraron a la perfección más alta, y al hacerse en 1575 la fundación de Veas, Santa Teresa la dejó allí por Priora, donde siendo la primera por su cargo, y humildad y heroicas virtudes, siempre se consideró la última. Poseyó tan de lleno el espíritu de la Fundación, que fue su más perfecta copia, y son michos los beneficios y hechos extraordinarios y milagrosas curaciones que, mediante su oración, se obtuvieron.
Tratándose de fundar Granada, se eligió por Superiora a la Madre Ana. Describir los trabajos, las penalidades y contradicciones que sufrió y los hechos milagrosos que acreditaron su santidad, sería interminable, sintiendo no poder seguir al Sr. Ayllón en su relato, e hízose esta fundación en 21 de enero de 1582. Hallándose gravemente enferma, recobró la salud apareciéndosela Santa Teresa, que acababa de morir, y con una reliquia de esta santa, curó de una enfermedad al Marqués de Ardales, D. Juan de Guzmán, al que en unión de su mujer, Dª. Ana de Cárdenas, trasladaron las reliquias a la casa de Gonzalo de Córdoba, verificándose en la obra hechos extraordinarios.
Pidiéronla luego para Prelada las religiosas de Veas, y los Superiores la destinaron a otra fundación en Málaga; resistióse a esto la ciudad y Cancillería de Granada, y fue nombrada para la fundación de Madrid, uniéndosela algunas religiosas en el camino y Sn Juan de la Cruz, y antes de llegar al último pueblo para Madrid, víspera de Nuestra Señora de Septiembre, y a “las nueve de la noche –dice la Madre Ana- vimos todos una luz tan grande que salía del cielo, y daba sobre el circuito de los carros en que íbamos, y todo el campo que nos cercaba, como el sol, estando lo demás obscuro, y esta gran luz duró más de dos horas, hasta que llegamos al lugar”.
Fueron recibidas en Madrid las religiosas en casa de D. García de Alvarado, Mayordomo de la Emperatriz, y estuvieron nueve días visitadas y agasajadas por las personas Reales. Habitaron primero en unas casas de la red de San Luís, y el primer hecho milagroso fue curar a un criado, que por arreglar la capilla hubo de quebrarse un pie. Verificóse luego la curación del Conde italiano Tribalcio, como favor de Santa Teresa, y ocurrieron otros hechos también extraordinarios para acudir al sustento de las religiosas, siendo la Madre Ana, con su confianza y fe ciega en Dios, la admiración de todos.
Trasladáronse luego a una casa de la parroquia de San Sebastián, con el nombre del convento de Santa Ana (y de aquí la plaza de Santa Ana), y al llevar los muebles en una galera, que guiaba yn mozo, éste se cayó y le pasó la rueda por encima del brazo; la Madre Ana ofició de médico corporal y espiritual, pues curado al poco rato, pidió luego al Bautismo. (Véase su Crónica, escrita por Fr. Juan de la Concepción.) Se empeño la Emperatriz que admitiese una novicia, hija de un labrador, y la Madre Ana se opuso; accedió obligada, y resultó una embaucadora.
-¿Cómo los sabíais?- preguntó luego la Emperatriz.
-Señora- contestó la Madre Ana, -Dios tiene cuenta de estas cosas, y así, cuando es menester, da luz a las Prioras.
Reveló en varios casos el fallecimiento de personas distantes, comprobándose luego la verdad de sus afirmaciones.
Una época de duras pruebas había de llegar para la Madre Ana. Discutíase, acerca de si podían gozar las religiosas de la libertad de espíritu en el confesionario, opinión que suscribían muchos doctos, creyendo inocentemente, como las decían, que este era el espíritu de la Fundación; suscribieron algunas religiosas esta opinión, y ente ellas la Madre Ana, y se logró, por influjo de la Emperatriz, el Breve pontificio. Recibióse muy mal esta innovación en toda la orden, y se logró que Felipe II interpusiese su influjo para la revocación del Breve. Nuestra Madre Ana, privada de voto, fue confinada a su celda. Su confesor, el licenciado Bárcena, sostenía que dada su buena fe no había cometido falta grave, y así se creyó por todos; y en contra de los deseos de la Emperatriz, logró licencia del Padre General Fr. Elías de San Martín, para retirarse a Salamanca. Los maestros de esta escuela, Báñez, Curiel y Antolinez, la consultaban como a oráculo en Mística y Escolástica. A los dos años, la eligieron para Prelada, y gozó del don de profecía y revelaciones divinas, que, obedeciendo a Dios, y sin faltar a su humildad, fueron prueba a todos de su eminente virtud y valimiento ante el Señor; y no me detengo en referir los tan notables hechos que lo comprueban.
Llegado el caso de hacer fundaciones en el extranjero, en tiempo de Enrique IV, a la solicitud de la Princesa de Longavila y Dª. Acaria, noble e ilustre matrona, se dudó si iría la Madre María Jesús del convento de Segovia. Los franceses instaron por nuestra Madre Ana, la cual, con otras seis religiosas, llegó a París, y en el arrabal de Santiago, en un convento de Benedictinos, celebróse la primera Misa, con la asistencia de la primera fundadora. El Rey las envió su Limosnero, M. Pedro Veral; el Arzobispo envió quien, en su representación, las dijese la primera Misa, y así quedaron instaladas.
Llevó a cabo segunda fundación en 16 de Enero de 1605, después hizo la de Dijón, donde sufrió grandes trabajos, carestía y por último sufrió una fiebre grave, que podía contagiarse, y de la que milagrosamente la salvó Santa Teresa. Envió después a la fundación de Amiens a la Madre Isabel de los Ángeles, resultando en Francia cuatro fundaciones o casas.
La Infanta Dª. Isabel Eugenia se propuso llevar las religiosas a Flandes, y conociendo a la Madre Ana, logró que ella, con cuatro religiosas, y otras que tomó de las casas de Francia, hiciese fundación en Bruselas, donde las recibieron y agasajaron como a enviados del cielo. Bien se probó que lo eran por los beneficios y gracias que derramaron; y bendiciendo Dios los trabajos de la Madre Ana, Paulo V dio a favor de la propagación de la Orden, un Breve regulando su establecimiento, y se fundaron las casas de Lovaina y de Mons; se trató de la de Cracovia, y se hicieron ediciones flamenca y latina de las obras de Santa Teresa, a petición de la Madre Ana, para difundir el espíritu de la Fundadora. Queriendo volver a España, el Señor la manifestó que la quería ocupar en estas santas empresas, y llegó a ser el oráculo y el consuelo a quien todos recurrían y consultaban; penetraba los corazones, leía en las conciencias y muchas veces, antes que la hablasen, contestaba a sus religiosas, acerca de lo que la iban a preguntar. El Obispo de Badajóz, Fr. Ángel Manrique, por encargo de la citada Infanta, escribió la Vida de la Madre Ana.
Sufrió con resignación larga, penosas enfermedades debidas a sus tantos trabajos y excesivas penitencias, y por último tuvo revelación de su enfermedad última, y llamando al P Hilario de San Agustín, y mandándose poner en un jergoncillo sobre el suelo, entregó su alma a Dios en 1625, a los setenta y dos años de edad, haciéndose bajar ante el cadáver, la Madre Juana de Tarsis, que llevaba ocho años paralítica, curó súbitamente al abrazarse a él.
Fr. Luís de Leín, el P. Fr. Alonso de Orozco; el Padre Diego de Yepes, del orden de San Jerónimo; el P. Juan Jerónimo, de la Compañía de Jesús; el P. Fr. Juan Bautista, Franciscano Descalzo; San Juan de la Cruz, el Padre Domingo Dr. Domingo Báñez, el Maestro Juan Alonso Curiel, y otros muchos, han dicho y escrito en honra de la Madre Ana. En un capítulo de Apuntes históricos para medina no cabe más, pero no he de pasar en silencio que la vida de la Madre Ana de Jesús, coadjutora de Santa Teresa en la Reforma del Carmelo y fundadora en francia y Bçelgica, se halla impresa en una magnífica obra, en dos tomos, escrita por el Rdo. P. Bertoldo Ignacio de Santa Ana, Carmelita Descalzo, traducida al castellano de la primera edición francesa por una religiosa de la misma Orden, con un prólogo del Sr. Obispo de Lugo, e impresa en Burgos, en 1901, en la imprenta de San José, calle de la Puebla, núm. 35.
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Doña Inés Fajardo
Fue hija de D. F. Fajardo, descendiente de la familia de los Marqueses de Vélez, y de Dª. Isabel Texen, hija de D. Juan Texen, médico de la Reina Católica. Casada D. Inés, perdió con muy temprana muerte a su marido, quedándola una hija de corta edad. Los ejercicios de oración y caridad con los pobres fueron la ocupación de su vida y los ejemplos para la educación de su vida y los ejemplos para la educación de su hija, frecuentando el convenio de San Andrés de los Padres Dominicos, que se enfrentaban en su casa, inscribiéndose como Teresa de Santo Domingo, haciendo con su vida ejemplar el que la siguiesen otras personas virtuosas.
Fundó con sus casas y otras contiguas que compró, un convento para religiosas, dotándole con sus propios medios y juros sobre las alcabalas de Salamanca, que había merecido de los Reyes Católicos. Dispuesta la Comunidad, y con la clausura permitida de aquellos tiempos, a modo de beateríos, vivieron rigiéndose bajo la observancia de la Tercera Orden de Santo Domingo. Ninguna más humilde, más mortificada y más penitente que Dª. Isabel, que fue elegida Superiora, haciendo una vida de muy ardiente caridad y de excesiva penitencia. Muerta Dª. Inés, la sucedió dignamente su hija, también del mismo nombre, que fue nombrada Priora, teniendo los Superiores que moderar muchas veces sus excesivas penitencias. Siguiendo sus ejemplos de santas virtudes sus discípulas las Madres Dª- Francisca de Mercado, Dª. Isabel de Montalvo, y Dª. Teresa del Corral, todas de Medina y más nobles por sus grandes ejemplos de virtud y por sus ilustres apellidos. Como la fundadora y su hija fueron tan conocidas por su apellido de Fajardo, de aquí la denominación de Fajardas con que siempre se han distinguido a este convento o Comunidad religiosa.
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De la Venerable Madre Isabel Cortés
Isabel García Cortés, natural de Medina, nació en 1554. Fue hija de Cristóbal e Inés, feligreses de la Antigua, más por la distancia de su parroquia, la bautizaron en San Miguel. Ya que no en bienes de fortuna, abundaban sus padres en el temor santo de Dios, educándola cristianamente, y dando muestras la niña desde sus más tiernos años de gran inclinación a la virtud, pues a los cinco años ya conocía lo que eran mortificaciones y penitencias. A los ocho, se la oían decir cosas, que no podía haber aprendido, y profesaba ternísima devoción a la Virgen María.
Al llegar a la edad competente, tomó el hábito de la Orden Tercera del Carmen e hizo votos de obediencia, pobreza y castidad, repartiendo cuanto tenía entre los pobres y los Hospitales.
Más de cuarenta años estuvo durmiendo sobre haces de parras o unos manojos. Vivió algún tiempo son un tío suyo, canónigo, pero haciendo siempre vida austerísima. Acudía constantemente a los Hospitales y recogía limosnas para socorrerlos, llevando a cuestas la leña, el carbón o lo que necesitaban los pobres, y asistía con preferencia a los de enfermedades más contagiosa o repugnante.
“Haced y haceos todo a todos –decía- para ganarlo todo y ganar a todos.”
Toleraba las injurias y los malos tratos que, a veces, la hacían. Gozaba de la presencia de Dios, tenía verdadera ciencia mística, viéndose en ella los dones del Espíritu Santo, y siendo muy combatida del infierno.
Tuvo conocimiento sobrenatural de muchas cosas; a D. Pedro de Mercado le predijo lo que sucedía en Filipinas, y a D. Francisco Vallejo, al P. Alonso Pérez y al P. Jerónimo de Olmos, los anunció cosas que estaban sucediendo bien lejos, o que habían de suceder, y a veces, con prudencia, reprendía de los vicios ocultos, causando admiración, para rogarles la enmienda, aconsejando con humildad y gracia a los viciosos y gente moza. Aborrecía ser alabada, y aunque la consultaban personas doctas, y sobre asuntos difíciles, nunca sintió vanidad, y los encomendaba humildemente a Jesús y a su Madre Santísima.
Conoció con bastante anticipación la hora de su muerte; se despidió entre otras personas, de D. francisco Vallejo, anunciándole muchas cosas que luego sucedieron. Confesábase con el P. Fr. Jerónimo de Olmos su director de muchos años, y murió a los setenta y nueve años, el 14 de Maro de 1633. El concurso de la villa y pueblos comarcanos, que acudió al saberse su muerte, fue inmenso; asistieron a su entierro el Cabildo de Rectores y beneficiados, personas nobles y el pueblo en masa.
La dieron sepultura en el Carmen Calzado, en la capilla de San Joaquín y Santa Ana; con su laude, y sobre la sepultura se veía un retrato, y otros existe en el baptisterio de San Miguel, donde fue bautizada, refiriéndose de ella numerosos milagros.
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Dª. Juana de Quintanilla.- (Oss. Pág. 228)
Fue hija de Alonso de Quintanilla y Dª. María de Medina, en tiempo de Carlos V. Casó con D. Diego de Rivera y fue su hijo D. Pedro de Rivera, Gobernador de Aranjuez en 1619. Quedó viuda, y dos criadas se retiró a la casa que señala Ossorio, la cual estaba detrás de la Casa de Campo de los Morejones, sitio llamado ahora de Las Fuentecillas; escogió este barrio por ser camino y estar más próximo del nuevo convento de los frailes Franciscanos Descalzos, llamados de San Diego. Cuentan, que yendo un día a Misa a este convento, había caído tanta nieve, que cubría completamente el campo; más en el sendero por donde tenía que ir Dª Juana, nada había caído y estaba completamente limpio. Las demás noticias acerca de esta distinguida hija de Medina concuerdan con lo que escribió Ossorio.
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Dª. Elena de Quiroga.- (Oss. Pág. 230.)
Fue Dª. Elena sobrina del Cardenal Quiroga, Arzobispo de Toledo, Presidente de Castilla e Inquisidor general, y casó con D. Gaspar de Villarroel. El hijo mayor de esta señora casó con Dª. María Álvarez de Eván, Señora de la villa de Eván de Arriba, hija de D. Rodrigo Álvarez de Eván y de Dª. Inés Perez de Montalvo. Los demás datos de Ayllón están de acuerdo con Ossorio.
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Dª. Isabel de Rivera.- (Oss. Pág. 231.)
Fue hija de D. Pedro de Rivera, caballero del hábito de Santiago, y de Dª. Ana de Chaves; casó con D. Pedro Morejón, Regidor de Medina, Corregidor de Plasencia por los años de 1568. Dª. Isabel era hermana de D. Diego de Rivera, marido de Dª. Juana de Quintanilla, de quien atrás hice mérito. Tuvo, a más de dos hijas religiosas muy edificantes, en Segovia, cinco hijos varones. El primero, D. Francisco Morejón, que después de haber enviudado de Dª. Teresa de Villarroel, sobrina del Cardenal Quiroga, e hija de la mencionada Dª. Juana de Quintanilla, se hizo eclesiástico y fue Tesorero de la iglesia de Toledo. El segundo, D. Antonio Morejón, fue Inquisidor de Toledo. Los dos siguientes, D. Diego y D. Pedro, ingresaron en la Compañía de Jesús, y el último fie D. Juan de Rivera Morejón, Abad de esta villa e Inquisidor de Córdoba y de la Suprema. Lo demás como en Ossorio.
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Dª. Catalina Alonso.- (Osso. Pág. 233.)
Nada añade Ayllón a lo dicho por Ossorio.
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Doña Ana de Chauz
Fue hija de D. Pedro Morejón y de Dª. Isabel Rivera, y fie su director espiritual el mencionado Jesuita P. Caro, que cita Ossorio, y que tanto bien hizo en esta villa de Medina; los ejemplos de madre, de quien me he ocupado, habrían de dar sus frutos en la hija. Trabajaba para socorrer con su producto a los necesitados, visitaba las casas de los pobres y enfermos, y fue modelo de mortificación y penitencia. Un escritos de aquel tiempo afirmó que podían contarse muchos hechos extraordinarios de esta hija de Medina.
Después de muchos años en el ejercicio de todas las virtudes, murió asistida por los Padres Jesuitas. Antes de expirar, rogó no la tocasen después de muerta, sin duda para que no viniesen las huellas de sus penitencias. Enterróse en la parroquia de Santa Cruz, de donde eran patronos sus antiquísimos progenitores. Al tiempo de sepultarla, todos notaron una especial fragancia, hecho que recordó el P. Pedro Morejón, su hermano, cuando se trasladaron los restos de su hermano. D. Francisco. Estas noticias pueden referirse al año 1619 poco más o menos.
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Doña Francisca Corral.- (Oss. Pág. 231.)
Casó esta señora con Sebastián Pascual, su deudo, y fueron sus hijos Juan Pascual,, Caballero del hábito de Santiago, Contador y Tesorero de Felipe III, y Sebastián Pascual, que vivía en 1619, y poseía su mayorazgo. La relación de Ayllón está conforme con Ossorio.
Fue enterrada en la iglesia de la Cruz, fundada por sus antepasados, la cual está agregada a la Colegiata desde el año 1634. Y dice Ayllón: “El compilador de estas noticias no cuidó de anotar los años, pero sí escribió en 1619, no es inverosímil sucediesen estos hechos entre fines del siglo XVI y principios del XVII.”
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Ilustre Señora doña Beatríz de Langa y Mercado
Fue hija de D. Diego López Langa y de Dª. Catalina de Mercado, tan notables ambos como piadosos. Casó con un noble. Llamado D. Rodrigo de Rivera y fue su hijo D. Diego de Rivera. Habiendo enviudado, se distinguió por su piedad, llamándola su director, el P. Fr. Francisco de la Asunción, Guardián del convento de Menores Descalzos, modelo de soltaras, casadas y viudas, quien admirado de su agigantado espíritu y heroicas virtudes, dejó escrita su preciosa vida para gloria de Dios y manifestación de ella en sus criaturas, y escribe su confesor, “que si del árbol se juzga por los frutos, las virtudes de esta señora dan de ello claro testimonio.” Caridad ardiente, deseo constante de la salvación de las almas grande celo por la gloria de Dios, la constante oración, deseo vehemente de sufrir dolores, trabajos y persecuciones; recuerdo perenne de la Pasión de Jesucristo, socorro constante a los pobres, sufragios no interrumpidos por los difuntos y ánimas, pidiendo algunas veces como de limosna a un caballero piadoso y a su hijo D. Diego para decirlas Misas.
Los pobres enfermos, ya de medina, ya los de su aldea del Castrillo, y circunvecinos, tenían en Dª. Beatríz una madre, e igualmente asistió a los Hospitales, y en particular al del Obispo, del que su hijo era patrón, regalando a los enfermos, cuidado de que fueren buenos administradores. Su vestido era pobre, su comida muy parca, su penitencia continua, y aún llamaba a su cuerpo su mal jumento. Su obediencia a sus directores fue muy atenta y delicada, recibiendo de Dios, en cambio, muy grandes favores y especiales revelaciones, particularmente en la santa Misa, y alguna memoria dejó de todo esto en algunos papeles en que escribió algo de su vida, en los que habla de estas bondades y comunicaciones de su espíritu con Dios, sobre todo adorando al Santísimo Sacramento. De su humildad, de sus penitencias y de muchas otras particulares, escribía el citado P. Fr. Francisco de la Ascensión, en el año 1649, en su convento de San Antonio de Ávila.
Siendo viuda se hizo Tercera de los Descalzos, haciendo los votos de obediencia, pobreza y castidad, caminando a largos pasos hacia su fin en el camino de las virtudes. Fue muy devota de la Pasión del Señor, y queriendo más imitarle de sus dolores, se fue a la iglesia de San Bartolomé, ante el devotísimo Cristo que allí estaba, y ante la Virgen de los Ángeles que había en la misma capilla, a pedirles más dolores. Concedióselos el Señor, en los últimos días de su vida, para que así más mereciese. El domingo de Resurrección comulgó en el convento de los Padres Descalzos, y postróse luego en cama, y así pasó en dolores, desolaciones y pruebas, hasta el domingo de Cuasimodo, en el que habiendo recibido al Señor, y colmado de sus gracias, murió santamente. Las notas de su vida que escribió por mandato de sus confesores, sirvieron al P. Francisco de Ascensión, y en la Vida de la sierva de Dios Marina de Escobar, escrita por el P. Andrés Pinto Ramírez, de la Compañía, se hace mención muy honrosa de nuestra Dª. Beatríz de Langa.
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Sierva de Dios Juana María Quintas.
Nació en Medina, de padres muy cristianos y buenos. Dio noticias de su vida el Padre Mestro Fr. Felipe Ruiz Montemayor, Carmelita Descalzo, exprovincial de Castilla, que se hallaba en el convento de Santa Ana de esta villa. Fue muy penitente, y dada a los ejercicios todos de caridad, y el Sr. Ayllón copió el compendio de su vida, escrito por el dicho Padre.
Se llamó su padre D. Blas Quintas, y su madre Dª. María Domínguez; tuvieron tres hijos y varias hijas y fue bautizada en la Colegial; desde niña se mostró humilde, piadosa y buena. Y en vez de jugar con otras niñas, se ocupaba de actos religiosos. A los siete años ya ayunaba la Cuaresma y hacía otras devociones. Quiso ser religiosa, pero su madre la inclinó a casarse, como lo hizo con un joven cirujano, llamado Juan Gutiérrez de la Cruz, con el que no tuvo sucesión.
Hubiera deseado vestir pobremente, dada su humildad, pero tuvo que hacerlo con la modestia.
Y bien parecer que exigía su estado, socorriendo lo que podía a los pobres, ocultando su caridad, y llevando interiormente el recuerdo de os Novísimos, y una vida muy ajustada, siendo muy sencilla y no permitiendo, ni permitiéndose, la menor palabra ofensiva a nadie. Fue muy obediente y devota del ángel de su guarda y de la Virgen del Carmen; muy sencilla y humilde y Dios la concedió especialísimos favores, muriendo el día 21 de Diciembre de 1698, a los treinta y tres años de edad.
Por ser de sutil ingenio, su confesor la mandó escribiese las siete peticiones del Padrenuestro; rehusándolo mucho, obedeció, por ser humilde, revelándose en ellas su buen entendimiento y mucha piedad.
Asistió a su entierro el Cabildo mayor y gran concurso de pueblo, y llevaron el féretro religiosos de las distintas Órdenes. Lográronse por su mediación varios favores del cielo, y copió el Sr. Ayllón las noticias que aduce de documentos de la libraría de los Padres Carmelitas Descalzos de la villa de Medina, donde los dejó el 2 de Julio de 1805.
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Cuatro religiosas Dominicas de Santa María la Real de las Dueñas, de ejemplar virtud.
Fueron estas Aldara de Quintanilla, Ana de Tarsis, Isabel de Quintanilla e Isabel Morejón, todas naturales de familias nobles de esta villa de Medina.
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Dª. Aldara, se captó, por su humildad y virtudes, el respeto y veneración de todos, y reconocido por las Superioras su especial mérito, fue destinada a la fundación del monasterio de Santa Catalina de Ocaña, y por su acierto y grandes ejemplos, la trasladaron a Belmonte, al monasterio también de Santa Catalina. Llena de méritos y virtudes regresa a Ocaña, en os últimos años de su vida, donde murió como mueren los santos, humildemente envueltos en el buen olor de sus virtudes.
La Madre Aldara llevó a la fundación de Ocaña a Sor Ana de Tarsis, de nobilísima familia y de edad de dieciocho años, pero ya anciana por su humildad y amor a la santa pobreza, siendo ejemplo y modelo de religiosas.
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La Madre Isabel de Quintanilla era sobrina de la Madre Aldara, y digna copia de su tía. Era severísima consigo misma; el silencio, el coro, el más exacto cumplimiento de sus Reglas, fueron sus ideas. Sufrió con sin igual resignación la noticia de la muerte de su madre y de su hermana, y murió humildísima, confesando el credo, que tantas veces había recitado en su vida.
Isabel Morejón, de familia de los primeros linajes de Medina, estivo destinada por sus padres a cierto caballero de la misma villa, más Dª Isabel tenía otras aspiraciones, y ofreciéndose a Dios, fue pensando más en el claustro que el mundo. Tenía otra hermana religiosa en el convento mismo de las Reales, y con motivo de la profesión de una religiosa y de ver en ella a su hermana, se la despertaron tan vivos deseos de ser novicia, que hallando medio de entrarse en el convento, protestó no querer salir de él. Pudiendo lograr el permiso de sus padres, y conociendo las religiosas sus especiales disposiciones, quedó en el convento, donde empezó a hacer una vida de penitencia y pobreza, que fue asombro de todas. Su devoción al Santísimo, su humildad y silencio no reconocieron límites durante los cincuenta años que sirvió de ejemplo a sus hermanas. Como resultado de sus penitencias, se quedó muy flaca y extenuada, y en fuerza de su pobreza, ni cama tenía para dormir, teniendo que prestaría para ello una sábana. Murió santamente el día 2 de Febrero de 1603.
La Madre Jerónima de Jesús, fue una de ellas. Fue hija de D. Diego de Villarroel y Dª. Elena de Quiroga, que con sus sobresalientes virtudes fue la primera maestra de espíritu de su hija. A los nueve años ya la consideraron capaz los confesores para la frecuencia de Sacramentos, y ya se ejercitaba en ayunos y penitencias muy anticipados a su edad. La afición al retiro y ejercicios de piedad la llevaron como de la mano al estado religioso. En un sueño figurábase religiosa, y al vestirse el hábito echaba de menos los zapatos, buscándolos, más apareciéndosele la Virgel, la dijo:
-Deja, deja los zapatos, que has de ser Descalza.
Llegó por aquél entonces a Medina Santa Teresa y fue a verla Dª. Elena, y edificadas madre e hija con la conversación de la santa Madre, tuvieron ambas el mismo deseo; Dª. Elena, de ofrecer su hija, y la joven hija en cambiar de Madre; con estos proyectos la vida d las dos fue cada vez más ajustada, vistiéndose la hija de antemano en traje de Carmelita y la madre, cortando ciertas pretensiones mundanas, que ya se anunciaban, en solicitud de su hija, logrando éste a los catorce años recibir el hábito de mano de la misma Santa Teresa, que celebró su entrada con varias copillas muy devotas y de su ingenio, en señal de regocijo por la tan bella prenda que el Señor la había deparado.
Pues ya Jerónima de Jesús en el camino que tanto había deseado, ¿Cuáles serían sus fervores? Tuvo por Maestra de novicias a la insigne Madre Alberta Bautista (1), bajo cuya dirección hizo rapidísimos progresos en la perfección del espíritu; resignó de tal suerte su voluntad ante la obediencia, que preguntada por otra religiosa acerca de un asunto, contestó: -Hermana, no me pregunte, que desde que entre por aquella puerta no tenga juicio ni parecer- E hizo, como dice San Juan Climaco, de esta virtud de la obediencia, sepulcro de su propia voluntad.
Después de su profesión en 1577, y de muerte de su maestra, dio renda puesta a sus penitencias, con cilicios, disciplinas, etc., buscándose todas las ocasiones de mortificación, desprecio y dolores, siendo muy escrupulosa en la observancia de todos sus votos y Reglas, sin tener más placer que la comunicación con Dios. Llegó la fama de sus virtudes a oídos de su tío el Cardenal, que logró el consuelo de que la trasladasen al convento de Toledo, donde tanto edificó con su ejemplo, que la hicieron Maestra de novicias y luego Superiora. Meditaba frecuentemente en la Pasión, y la otorgó el Señor favores especialísimos de visiones, etc., favores que trataba siempre de ocultar, pudiendo verse en Toledo un cuadro en que se representa una aparición a la Madre, bajo la figura del Buen Pastor, y también se la apareció Santa Leocadia, al traer sus reliquias de Flandes a Toledo, y tuvo cierto descernimiento de espíritu.
No conformándose con su ausencia las religiosas de Medina, la eligieron por Prelada, y por obediencia aceptó el cargo, y aunque ya de años, achacosa y débil, volvió a su villa de Medina a cumplir con sus obligaciones más pequeñas, diciendo que “Dios no la enviaba los trabajos para que la estorbasen el cumplimiento de sus obligaciones, sino para probar su paciencia y amor”. Las religiosas notaron con frecuencia que la madre despedía de sí un suavísimo olor. Sintióse con fuerte calentura el Domingo de Ramos, y con noticia cierta de que se aproximaba su fin, redobló su fervor, se despidió, y amonestó santamente a sus Hijas, y murió el 13 de Abril de 1612.
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De la Madre Francisca del Zuazo.
La ilustre familia de los Zuazos, de esta villa, Que hoy se halla en la casa de los Condes de Polentinos, dio al invicto mártir Fr. Juan de Zuazo, y de esta familia descendía Dª. Francisca. Fue hija de D. Juan Zuazo, Señor de la aldea de Pollos, y de Dª. Elena de Tejada, más noble aún por su piedad y caridad que por sus riquezas, pues a pesar de su numerosa familia, acudían mucho a los Hospitales y obras piadosas.
La niña Francisca, aficionada a la oración y prácticas religiosas, prefería a los juegos y galas la conversación de las monjas Carmelitas, atisbando por un barrenillo de la puerta lo que las monjas hacían dentro.
No se opusieron sus padres a su inclinación a ser religiosa, pero interin vacaba algún puesto, que no había, de novicia, y venía de Roma un tío suyo, que era prebendado, se resfrió un poco en su vocaci´pn y tuvo cierta aficioncilla a las galas y bullicio. Quedó puesto vacante en el convento, vino su tío, y enterado bien de su propósito, la dijo:
-Está bien, yo te daré el dote, pero temo que seas mudable.
Esta frase fue como una espada de dos filos, que llegó a su corazón, y desatándose sus lágrimas, lloró, no entonces, sino que toda su vida.
Tomado el hábito, se adelantó tanto en humildad y abnegación de su misma, y practicó tales penitencias, que causaban asombro, pues privándose de alimento, cuando ya se veía morir, tomaba un poco de caldo de la olla de los pobres. Siendo Enfermera, le tocó una enferma de condición tan reacia, que experimentó tenazmente su paciencia; otra religiosa de extra coro se constituyó en su mandarina, tratándola con aspereza y desprecio, sufriéndolo todo con grande humildad y resignación; también sufrió mucho en su cargo de cocinera, pero en todos los cargos acreditó su paciencia. Nombráronla Sacristana, y su unión con Dios, su fervor en la práctica de todas las virtudes la lograron tal estimación, que fue nombrada Priora.
Sus éxtasis eran frecuentes, penetraba las intenciones de sus súbditas para consolarlas y gobernarlas, y llena de méritos murió entre las lágrimas de sus hijas en el año 1650.
(1) - El Sr. Ayllón, en su tomo I, fol. 344 vuelto, cap. XXVIII, escribe en tres y media hojas la biografía de esta religiosa; pero de su misma mano aparecen borradas las palabras: natural de Medina del Campo, lo que da a entender que tuvo motivos para no creerla de Medina, por cuya razón ha omitido la biografía de esta religión Carmelita.
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