Una de las tallas más elogiadas y mejor conocidas en el arte medinense es el Santo Cristo de la Paz que se conserva en la segunda capilla del lado del Evangelio de la Colegiata de San Antolín. Aunque no fue encargada por una cofradía, su vinculación a la Semana Santa es muy antigua, pues a mediados del siglo XIX, en una época de escaso esplendor para los desfiles procesionales, ya figuraba entre los pasos como única imagen del Crucificado. La gran veneración que siempre ha suscitado explica los diversos nombres que la devoción popular ha urdido. Se le conoce como Cristo de los Adobes, quizás en alusión a su gran peso, y de los Artilleros por haber sido escoltado por miembros de este arma en la tarde del Viernes Santo.
Gracias a la documentación aportada por Esteban García Chico, conocemos con detalle el autor y la fecha en que fue realizado. El 25 de octubre de 1554, el escultor Juan Picardo firmó con Francisca Pérez, viuda de Garci Sánchez y propietaria de una capilla junto a la puerta de la iglesia Colegial, el contrato para realizar un retablo que cubriera por completo los tres muros del angosto oratorio. Entre las condiciones se puntualiza que el ensamblaje debía llevar "sus columnas con buena orden balaustrada al modo romano... y encima ordenes de molduras romanas labradas con todo cuidado que se entiende alquitrave y friso y cornixa". Se concreta con sumo detalle el tema y características de las esculturas del conjunto: "a de llevar la figura de xpto y nuestra señora y san juan de madera de nogal muy bien labrados y acabados con toda diligencia y perfecion con su calvario...y an de ser de seis pies de bara de largo destatura con sus diademas y el xpto con su corona de espinas". Dadas las reducidas dimensiones de la capilla, se encargan dos arquillos para cobijar en los lados laterales las imágenes de la Virgen y San Juan, quedando en el frente la talla de Cristo. Toda la obra habría de estar concluida "para el dia de nuestra señora del mes de agosto primero que viene de mil quinientos e cinquenta e cinco".
Perdida por completo la arquitectura del retablo, en la capilla se conserva solamente el Crucificado. Hasta hace unos años también se pensaba que habían desaparecido la Virgen y el San Juan, sin embargo en la síntesis del arte de Medina del Campo que publicaron Parrado del Olmo y Urrea Fernández, en 1986, se propone que estas dos imágenes pueden ser las que flanquean al Nazareno en el retablo del Evangelio de la Capilla de las Angustias. A pesar del repolicromado que aleja a las figuras de su aspecto original, la hipótesis resulta más que probable ya que las medidas coinciden con lo que se estipula en el contrato y especialmente en la figura de San Juan se utiliza una forma de tallar el cabello y el plegado que concuerda con el estilo de Picardo.
El Cristo de la Paz es prueba evidente de la intervención de un formidable escultor. Como tal hubo de ser considerado en su época cuando se le contrata, en 1550, para compartir una de las más importantes empresas de la escultura castellana del momento: el retablo de la catedral del Burgo de Osma. Encargada la obra de la capilla de la Colegiata el mismo año en que se terminó el trabajo en Burgo de Osma, lógicamente se acusó en su estilo el contacto con Juan de Juni, ganando en fuerza expresiva. No obstante, permaneció fiel a un concepto mucho más clásico de la escultura. Así se comprueba al observar la sensación de peso en la caída de los pliegues y la forma serena de captar la anatomía de un cuerpo desplomado tras la muerte. La policromía a pulimento resalta la figura sobre el fondo negro de la Cruz rematada con cantoneras de bronce.
Aunque no se especifica en el contrato la advocación concreta del Crucificado, el nombre de Cristo de la Paz que la piedad popular le ha asignado responde con exactitud al concepto idealizado que predomina en su obra y en definitiva a la emoción que el escultor pretendía transmitir.
José Ignacio Hernández Redondo y Manuel Arias Martínez
Museo Nacional de Escultura
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