Hay en el torno de las clarisas una nota escrita a mano y dirigida a uno de los panaderos que cada día despacha a los municipios de alrededor. ‘Hoy no queremos pan. Gracias’, reza el papel. Cada dos días, sor María Concepción coloca la nota en la antesala al ‘Ave María Purísima’. Un día adquieren la barra de riche y otro apuran la pieza del día anterior. «Somos tres hermanas y con una barra nos da para dos días», especifica la abadesa.
La reducción de alimentos es nueva en este convento. Tanto que solo se aplica desde hace un mes, cuando sor Piedad, el pilar de esta comunidad de clarisas, la cuarta pata de esta familia de monjas y, además, la más joven (51 años) falleció víctima de una enfermedad y dejó huérfanas de futuro a las más longevas de este convento con cinco siglos de historia. «Ese día cambió todo», dice entre sollozos la abadesa. En la mochila de ese ‘todo’, sor María Concepción carga los 64 años que ella lleva habitando el convento de Santa Clara; los 51 que comparte sor Aurora y los más de 13 que sor Estrella, enferma, lleva bajo su cuidado. Un ‘todo’, como se refiere la abadesa, que cambió en octubre y terminará el próximo 7 de diciembre, jueves, cuando estas tres religiosas echen definitivamente la llave a la puerta de un convento del siglo XVI y se trasladen para siempre al de Santa Isabel de Valladolid, con una comunidad de clarisas. «Sabemos que allí vamos a estar mejor, que allí vamos a estar más cuidadas por las hermanas jóvenes, pero nos da tanta pena dejar nuestra casa, nuestra ciudad...», se lamenta entre lágrimas sor María Concepción.
El cambio de ese ‘todo’ era la crónica de una muerte anunciada desde que la comunidad se quedara con solo cuatro hermanas, víctimas de la sequía de vocaciones. Desde julio pasado, un grupo de religiosas del convento vallisoletano de Santa Isabel decidió empezar a ayudarlas, con visitas periódicas en las que colaboraban con sus labores, en el pan nuestro de cada día de este convento: los rezos de 6:30 a 10:00 horas, el trabajo en jardines, lavandería y plancha hasta las 13:00 horas, los rezos vespertinos y las labores de la tarde.
La decisión, por votación
Con la muerte de Sor Piedad todo se aceleró, hasta el punto de que unos días después, el 1 de noviembre, las tres hermanas votaron por capítulo conventual que abandonarían el convento y que se trasladarían al de las clarisas de Santa Isabel. «Nos conocemos, nos hemos ayudado mucho desde hace cincuenta o sesenta años, y cuando han quedado desvalidas les ofrecimos nuestra ayuda», se apresura a especificar la abadesa de Santa Isabel, sor Isabel Ferreras, estos días en Rioseco.
La adhesión a la comunidad de Santa Isabel implica además que las pertenencias de las religiosas riosecanas pasen a la comunidad que las acoge. Y aunque en un primer momento fue una de las grandes preocupaciones de los riosecanos, la abadesa de Santa Isabel advierte de que será un proceso meditado y largo. «No se hace una mudanza de un día para otro». Nada del patrimonio de este cenobio entra en el traslado inmediato de las monjas. «Quizás porque confiamos en que alguna comunidad de hermanas jóvenes vengan finalmente a habitarle», dice sor María Concepción.
Ni la biblioteca de la sala capitular con cientos de libros, ni las numerosas tallas que ornamentan largos pasillos, ni cuadros, bancos y aparadores que separan las distanciadas estancias se moverán de momento de aquí. Tampoco muebles de unas celdas con capacidad para acoger a 30 religiosas. Solo bienes personales y objetos como vajillas o utensilios de cocina se apilan en cajas para su traslado el día 7. «Siempre pensamos en morir en Rioseco pero todo cambió hace un mes, y en la vejez nos tenemos que marchar», relata sor María Concepción, con la mirada fija en el jardín en el que ha paseado durante 64 de sus 79 años de vida.
Un carpintero se afanaba ayer por la mañana en colocar cerrojos en las puertas del que desde el día 7 será un deshabitado monasterio. Cajas, botes de conserva, escobas y fregonas ocupan lugar en los pasillos, que aun conservan el calor de las únicas horas de calefacción que se activan al día. «Nos gastamos cerca de un millón de pesetas (6.000 euros) en calentar el edificio», se lamenta la abadesa, prácticamente todo el trabajo de un año. «Y eso es inviable».
Un día antes de marchar, el 6 de diciembre, el cardenal arzobispo de Valladolid, Ricardo Blázquez, despedirá a las hermanas. Una misa de agradecimiento, «porque Rioseco siempre estará con nosotras». Y sor María Concepción vuelve a llorar.
OPINIÓN
RAMÓN
Rioseco, capital del bacalao
Medina de Rioseco es una localidad con chiste, porque con tan escasa
agua acabó por convertirse en la sede central de los almirantes
de Castilla y, durante los siglos XVI, XVII y parte del XVIII, constituyó
el principal mercado de pescado en España.
ANASTASIO ROJO VEGA/Profesor de Historia de la Ciencia de la Universidad
de Valladolid
Viajando hacia
el noroeste, descendiendo de los montes Torozos a la Tierra de Campos
por la vía de Villanubla y La Mudarra, el viajero aficionado
a la geografía adivinará que, una vez pasada la última
frontera del páramo, ante él se abre un extendido valle.
Tendrá
que adivinarlo, porque el causante del desmonte de los primitivos
terrenos terciarios de la región, depositados por ríos
bravos y charcas salinas de hace 25 millones de años y más,
se oculta eficazmente entre cardos, ralos árboles y espadañas,
haciéndose prácticamente invisible hasta la entrada
de la ciudad de los almirantes, donde un cartel lleno de buena voluntad
indica Río; después, Sequillo.
Hombre,
para uno de Madrid, comparándolo con el Manzanares, categoría
de río no le falta, pero para alguien de Guadarrama para arriba
no pasa de ser una esgueva raquítica y esmirriada. No se enfade
nadie, que lo de sequillo supongo se lo pondrían los antiguos
habitantes de la zona. Vayan a pedirles explicaciones a ellos.
Una
ciudad con chiste, como tantas otras que no tienen esto o lo otro,
Villanueva de los Infantes, Sieteiglesias de Trabancos, etcétera.
Aquí el chiste es que siendo tan escasa en aguas acabase convirtiéndose
en la sede central de los almirantes de Castilla, de los verdaderos
almirantes, de los que regían y gobernaban, con permiso de
su majestad, la armada del mar océano; barcos de verdad, que
hay que subrayarlo para que más de uno se lo crea.
Y
otro chiste más es que Rioseco fue durante los siglos XVI,
XVII y parte del XVIII el principal mercado de pescado de España,
¿no es para reírse? Eso sí, tratándose
del río Sequillo, fue centro del comercio del pescado curadillo.
¿Otra broma? No, es que al pescado seco se le denominaba por
lo general 'cecial', 'curadillo' o 'truchuela'. Era muy corriente
entre los castellanos antiguos el usar diminutivos con carácter
desenfadado y cariñoso: ahí están personajes
de Cervantes como Rinconete y Cortadillo, o enfermedades típicas
de la España del Renacimiento como garrotillo, hoy difteria,
y tabardillo, actual tifus exantemático o una de sus variantes.
¿Por
qué Medina de Rioseco? Yo supongo que por su posición
estratégica en el paso desde Galicia a la Corte, Valladolid,
primero, y Madrid, después. En los buenos tiempos, las grandes
ferias castellanas fueron tres, Medina del Campo, Villalón
y Rioseco; en el siglo XVII todas habían poco menos que desaparecido,
quedando en meros mercados comarcales excepto Rioseco en lo que se
refiere al pescado y, sobre todo, al seco.
No
es que no hubiera otras posibilidades. Desde la Edad Media llegaban
a Castilla pescados escabechados, en barriles, y otros que llamaban
'frescos' y que evidentemente no lo eran, como cualquiera puede comprender
sabiendo que la jornada de transporte ordinaria de la época
era de 40 a 45 kilómetros diarios. Llamaban frescos a los que
ni eran secos ni escabechados -penetrados de vinagre, ácido
acético-, es decir, a los conservados en 'potajes' enriquecidos
con orina humana, para aprovechar las cualidades antisépticas
del ácido úrico; entre rodajas de limón, una
de las razones por las que hay tantos limoneros en la costa atlántico-cantábrica,
beneficiándose de las propiedades del ácido cítrico;
o, siendo sardinas, a los manufacturados 'a la manera de Setúbal',
que según me ha explicado un profesor de la Universidad de
Coimbra consistía, simple y llanamente, en meterlas en salmuera.
Veamos
un ejemplo de aquellos tratos. Era 1645, cuando en Rioseco se cerró
una escritura entre Francisco Rodríguez de San Juan, mercader
de Madrid, y Francisco López, tratante en truchas vecino de
la villa de Mansilla de las Mulas. ¿Qué concertaron
durante su encuentro en la ciudad de los almirantes? Pues nada menos
que el suministro de truchas a la ya capital de España desde
la siempre célebre zona pesquera de la provincia de León:
«Lo primero que el dicho Francisco López se ha de obligar
a entregar, comenzando desde primero de mayo hasta el día de
San Miguel de septiembre de este presente año, quinientas libras
de truchas y lancurdias semanales, siendo las menores de a cuatro
por libra»; y siendo la libra castellana de algo menos de los
quinientos gramos.
Con
todo, el pescado seco, lo que hoy llamamos bacalao, era el rey de
los tratos por serlo de las cazuelas de ayuno de viernes y Cuaresmas,
y, hablando de él, si Rioseco tosía, se resfriaba toda
Castilla. Lean un fragmento de la información que se hizo con
motivo de los problemas de comercio derivados de las guerras con Portugal:
«Y respecto de que por lo referido cesa el concurrir a sus mercados
los pescados frescos y salados que de ordinario suelen bajar a sus
mercados y que de ellos se abastecen y proveen en más de veinte
leguas de contorno, que comprende lugares de mucha calidad, y también
de sus mercados se abastecen la Corte de su majestad y la ciudad de
Toledo». Esto era Medina de Rioseco en 1642.
01-04-2021 - Felipe VI concede el título de Real a la Hermandad de la Flagelación de Rioseco.
El monarca aceptó el nombramiento de Hermano de Honor de la cofradía en 2015
Miguel Gaarcía Marbán