La riqueza
narrativa de la hagiografía es una de las aportaciones más
singulares al patrimonio de
la cultura occidental y una fuente inagotable de inspiración
para los artistas, en un ambiente en el que el desarrollo de la
iconografía era ejemplar y lección. El incrédulo
apóstol Tomás, legendario transmisor del cristianismo
en las lejanas tierras de la India, donde sería martirizado,
inicia con este episodio la epopeya de la vida, según la
narración de Jacobo de la Vorágine. Tomás partió
de Palestina con destino a la India para cumplir el encargo del
rey Gondóforo, que había enviado a su ministro Abanés
a buscar un arquitecto capaz de construir un palacio suntuoso. La
profesión de Tomás sería la arquitectura de
cuyo gremio, con la de los canteros y albañiles es patón,
y con esta disculpa se encamina hacia su destino. En el viaje se
detiene en la corte de un monarca que celebraba las bodas de su
hija a las que debían asistir súbditos y viajeros.
Tomás se niega a comer y por ello recibe un golpe del maestresala.
El apóstol le responde que la mano que le ha golpeado volverá
a aparecer en la sala del banquete traída por los perros.
La crueldad de la respuesta obligó a que los exégetas
buscaban una lectura moralizante de la misma, para evitar ese matiz
vengativo impropio de un discípulo de Cristo. La pintura
refleja por tanto el instante en que hace su aparición el
perro que deposita en la mesa la mano del servidor, despedazado
por un león al ir a buscar agua para atender a los comensales,
de manera que así se cumplía la profecía del
apóstol. La leyenda dorada continúa llenando de detalles
el episodio, mostrando la ejemplaridad del castigo para acceder
al perdón, señalando la bendición de la boda
de Tomás., remedo de Caná, y la posterior conversión
de los novios, Pelagia y Dionisio, que terminarán por alcanzar
la gloria del martirio.
El denominado
maestro de los Balbases, definido en su estilo y en su producción
por Pilar Silva después de una larga tradición historiográfica,
es el pintor a quien se atribuye con justicia la factura de esta
tabla, que formaría parte de un perdido conjunto dedicado
al apóstol en la antigua colegiata burgalesa de Covarrubias,
donde se conservan tan solo dos tablas. Con todos los condicionantes
propios de su particular estilo, el artista ha situado la escena
en una ambientación realmente palaciega, que sirve para ponernos
en situación de un banquete de corte celebrado en los años
finales del siglo XV.
El espacio
se reviste de ricas telas, especialmente situadas tras el lugar
presidencial, que además de arropar la estancia, servía
para ornar con lujo los espacios más distinguidos. Al fondo
y con una curiosa interpretación de la profundidad, ajena
todavía a los avances de la perspectiva, se observa una galería,
fuente referencial de una luz que, sin embargo, no es empleada en
la construcción compositiva de la tabla, articulada con esa
agrupación de personajes tan característica en la
producción del Maestro.
La ceremonia
del banquete permite reparar con todo lujo de detalles en la disposición
de los comensales y en su lujoso atuendo, acorde con las modas contemporáneas
al mostrar a los personajes civiles, especialmente visible en el
vestido del personaje femenino, en el que se ha querido ver una
representación de la propia reina Isabel de Castilla. No
obstante se mantiene la anacronía del atuendo bíblico
en el caso de Abanés y Tomás, este nimbado, diferenciados
también por el carácter gestual del resto de los participantes
en el evento. La
mesa se ordena con vajilla de plata, saleros y cuchillos, que nos
acercan a un instante en el que perfilaba el protocolo de la mesa
incluso con textos escritos, de lo que fue buena prueba el Arte
Cisoria, del Marqués de Villena. Los servidores se encargan
de atender la mesa portando aguamaniles y toallas, poniéndola
en comunicación con ese aparador de la plata, auténtico
mueble expositor, donde el anfitrión exhibía sus más
selectas piezas, que terminó por convertirse en un signo
de distinción de las cosas señoriales. El uso y la
ostentación llevarían al incremento y la variedad
tipológica de los objetos, para generar un próspero
comercio de plata y cristal, en el que las ferias de Medina tendrán
un extraordinario protagonismo.
Bibliografía:
YARZA LUARCES,
1988, pp. 108-112; IBÁÑEZ PÉREZ, 1988 p. 208;
SILVA MAROTO, 1990, t, II, pp. 617 - 618; GARCÍA ESTEBAN,
2003, pp. 55 - 56.