Habitualmente su iconografía presenta escasas variaciones y atiende punto por punto a este relato hagiográfico, como podemos comprobar en esta magnífica escultura. San Roque aparece representado como peregrino con traje corto y capa, portando un bordón (no conservado) y un zurrón sobre sus hombros; luce un sombrero de alas en cuyo frente se colocan las llaves cruzadas pontificales -símbolo del peregrino a la Ciudad Eterna- y su mano derecha muestra una llaga situada en la pierna; va acompañado de un perro –un galgo en este caso- que le ofrece un pan en la boca, pero no aparece la figura del ángel protector -su incorporación se consolidará a lo largo del siglo XVI- como ocurre con otras piezas contemporáneas a esta escultura, por ejemplo, el San Roque de la iglesia de Sta. María de Montealegre, obra de fines del XV, atribuida como en este caso al denominado Maestro de San Pablo de la Moraleja. A los pies del santo aparece una corona imperial, elemento extraño en las representaciones del santo de Montpellier, quizá como símbolo de los bienes terrenales que despreció siendo joven.
La restauración llevada a cabo en la pieza ha puesto de manifiesto la calidad de las policromías originales, ocultas durante siglos por burdos repintes, los más notorios de los siglos XVII y XIX, cuya eliminación ha dejado a la vista las carnaciones a pulimento y una amplia gama de dorados y estofados que dan a la escultura una lectura mucho más respetuosa con la que debió de ofrecer originalmente.
El culto a San Roque en Medina del Campo hay que remontarlo a las décadas centrales del siglo XV, momento en que se construye una pequeña ermita con esta titularidad a la vera del camino de Madrid "cuya fábrica fue levantada, según antigua tradición, a persuasión de San Vicente Ferrer", según consta en las Actas Municipales de 1764, año en que se renueva completamente dicha construcción. Dada la cronología propuesta para la pieza (fines del siglo XV) y sabiendo que nunca la Colegiata tuvo una capilla dedicada al santo sanador, no sería muy descabellado pensar en ella como la titular de la primitiva ermita, habida cuenta, además, de que el retablo rococó que actualmente preside su interior fue allí trasladado desde la capilla de la Vera Cruz tras la demolición de ésta en 1960.
Entre los santos sanadores, en este caso contra la peste, quizá sea San Roque el más popular de todos. Cuenta la historia legendaria de su vida -coincidente en muchos puntos con otras como la de San Alejo- que nació en Montpellier a mediados del siglo XIV; tras repartir sus pertenencias entre los pobres, se marcha como peregrino a Roma, ciudad donde vivió tres años dedicado a atender a los afectados por la peste. Contagiado de tan penosa enfermedad, se retiró a un monte donde, por mediación divina, fue atendido por un ángel que le curaba las heridas y un perro que le proveía de comida.