PEDRO DE LUNA

 

Aragonés nacido en Illueca, de familia ilustre y de nombre Pedro Martínez de Luna, comenzó la carrera militar y estudió derecho canónico.

en Montpellier, alcanzando el grado académico de doctor. En 1375 es nombrado cardenal Papa Lunadiácono, y viaja con el papa Gregorio XI desde Avignon a Roma. En 1378, a la muerte del papa, se reúne el cónclave cardenalicio para designar sucesor.

La composición del colegio, con 16 miembros divididos en tres facciones (partido limosín, partido francés y partido italiano), y la reciente vuelta de la Santa Sede a suelo romano, hacían prever una elección difícil y complicada. Además, la presión del exaltado pueblo romano, temeroso de que la elección de un papa francés se llevase de nuevo la Santa Sede, rodeó de problemas el cónclave, temiendo los cardenales por su integridad. La elección de Urbano VI (Bartolomé Prignano, arzobispo de Bari) fue apresurada y en modo alguno unánime (faltaban seis cardenales, que permanecían en Avignon, y otro más que ejercía de representante en el Congreso de Sarzana), planteándose como una solución de urgencia ante los tumultos del exterior. Los acontecimientos que se sucedieron no provocaron sino confusión, invadiendo el pueblo romano la sala antes de haber finalizado el cónclave. En el alboroto, algunos participantes creyeron que el nuevo papa era el cardenal Tibaldeschi, al que ya se le empezaron a preparar honores mientras algunos cardenales huían. El equívoco se deshizo poco después al darse a conocer el nombre del italiano Urbano VI, quien será coronado el 18 de abril con el beneplácito del pueblo. Sus modos dictatoriales, sin embargo, comienzan pronto a levantar recelo entre algunos de sus cardenales, especialmente entre los franceses. Además, en clara oposición a estos, amenaza con ordenar cardenales a mayor número de italianos para que su facción obtenga la mayoría en el colegio cardenalicio. El enfrentamiento se materializa el 9 de agosto de 1378 con la retirada a Anagni de trece cardenales y la redacción de una declaración en la que se hace constar que la elección de Urbano VI es nula de derecho porque ha sido elegido bajo amenazas.

Pedro de Luna intenta mediar en el conflicto pero más tarde se convence de sus postulados y se une a los cardenales franceses. Urbano VI envía como mediadores a los cardenales Orsini, Brossano y Corsini, quienes ofrecen el perdón del Papa a los cardenales díscolos a cambio de desistir en su actitud. Sin embargo, los tres mediadores se pasan también al bando contestatario. Así las cosas, el 20 de septiembre de 1378 los cardenales sublevados designan al cardenal Roberto de Ginebra, familiar del rey francés, como nuevo papa en oposición a Urbano VI y con el nombre de Clemente VIII. La intervención diplomática de Pedro de Luna consigue atraer hacia el nuevo papa las simpatías de importantes reinos cristianos, siendo Castilla la primera monarquía en reconocer al nuevo papa, a la que seguirán Juan I de Aragón y Carlos III de Navarra. Como representante de Clemente VIII, viaja también a Francia, Flandes, Lieja, Escocia, Irlanda e Inglaterra, logrando el favor de sólo de Escocia y Francia. El reino de Nápoles y el sur de Alemania se declararán también partidarios suyos, mientras Portugal alternará su favor entre ambos papas en función de su situación política. Por parte de Urbano VI, le apoyarán Inglaterra, norte de Alemania, Hungría, Polonia, Dinamarca, Suecia, Noruega e Italia, excepto el reino de Nápoles. Planteado el cisma en toda su crudeza, Clemente VIII se dispone a acabar con su oponente mediante la fuerza, si bien el intento de invadir Roma se salda con la derrota de sus ejércitos en Carpineto.

Decide entonces instalar su residencia en Avignon acompañado de tres cardenales. Para acabar con la división, que alcanzaba no sólo a las naciones, sino también al interior de los conventos, se plantearon diversas soluciones, propuestas por los teólogos Gerson y D´Ailli de la Universidad de París de acuerdo con la tesis de que la autoridad real y efectiva de la Iglesia recae sobre el Concilio General de los cardenales y obispos, y no sobre el papa. La primera solución postulaba la vía cessionis, esto es, la renuncia de ambos papas. La segunda solución al problema, la vía Compromissi, establecía que una reunión entre ambos papas y sus partidarios podría aclarar cuál de los papas tenía razón y legítimamente ocuparía el trono pontificio. La tercera, vía Concilii, postulaba la convocatoria de un Concilio universal que depusiera a ambos papas. Pedro de Luna se muestra partidario en principio de la primera solución, la via cessioni, pero la muerte de Clemente VII y su elección por los cardenales de Avignon como nuevo papa bajo el nombre de Benedicto XIII le hacen cambiar de opinión, pese a las presiones de Francia. Así, en 1398, Francia le retira su apoyo y el Consejo Real obliga a los cardenales de Avignon a salir de la ciudad, quedando tan sólo cinco junto a Benedicto XIII. Se produce entonces el asalto a la ciudad por parte de las tropas de Godofredo de Boucicaut, favorecidos por la rebelión popular promovida por el cardenal Juan de Neuchatel, y el asedio a la fortaleza en la que Benedicto XIII ha de refugiarse, hasta que es liberado por las tropas que envía Aragón al mando de Jaime de Prades, en 1403. La diplomacia y astucia de Benedicto XIII consiguen el perdón de Francia y su apoyo de nuevo a su causa. Se ensaya entonces la vía compromissi para acabar con el cisma, comprometiéndose Benedicto XIII y Gregorio XII (sucesor de Inocencio VII, quien a su vez había sucedido a Urbano VI) a encontrarse en la ciudad de Savona en 1407. El papa de Avignon estaba seguro de poder convencer a su oponente, asentado a su sólida formación jurídica y sus dotes dialécticas; sin embargo, el encuentro nunca llegó a producirse por la ausencia del pontífice romano. A partir de 1408, la presión de las monarquías cristianas sobre Benedicto XIII se hace mayor, forzándole a convocar un concilio en Perpignan para recabar apoyos. La oposición francesa conseguirá aislar al papa Luna, quien contará sólo con el favor de Navarra y Aragón.

En 1409 prospera la propuesta de la Universidad de París de solucionar el conflicto mediante la vía concilii. Así, seis cardenales de cada bando se reunieron en Livorno y formaron un colegio cardenalicio autónomo. Escribieron a todos los reyes y obispos y convocaron un Concilio ecuménico a celebrar en Pisa el 25 de marzo de 1409. Benedicto XIII tiene previsto presentar su renuncia durante el Concilio, para lo que envía legados plenipotenciarios. Sin embargo, el rey francés opta por intervenir de manera directa en el conflicto para lograr la deposición de ambos papas, retrasando la emisión de salvoconductos que impiden la llegada a tiempo de ambas legaciones. Así, durante la sesión XV y en ausencia de los representantes de Gregorio XII y Bendecito XIII, se derroca a ambos papas por "herejes y por fautores del cisma", se declara la Sede vacante y se elige a Alejandro V, un franciscano de origen griego, como nuevo papa. La decisión no fue acatada por los papas depuestos, quienes convocaron sus respectivos concilios en Aquileya y Perpignan en busca de apoyos a sus pretensiones. La cuestión se complica aun más al fallecer en 1410 el papa Alejandro V y ser elegido Juan XXIII. El Concilio de Constanza (1414), auspiciado por el emperador Segismundo, pretende acabar con la tricefalia de la Iglesia mediante la renuncia de los tres papas y la elección consensuada de un nuevo pontífice. El modo de elección, por naciones y no individualmente, y a cargo tanto de laicos como de eclesiásticos, perjudica notablemente a Juan XXIII, quien se ve obligado a dimitir. Gregorio XII, por su parte, presentó su renuncia durante la reunión XIV. Benedicto XIII pretende quedar como único papa alegando haber sido elegido antes del Cisma, en vista de lo cual hubo de ser depuesto por el Concilio. En 1417 fue elegido papa el cardenal Otón Colonna, con el nombre de Martín V, dando así por concluido el Cisma de Occidente. Los últimos apoyos que le quedaban dejan solo a Benedicto XIII, al acatar sus cardenales las determinaciones del Concilio y al retirarle su reconocimiento los reinos de Castilla, Navarra, Aragón y Escocia. Retirado en el castillo de Peñíscola, Pedro de Luna muere en 1424.