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EL DUELO DE SANTA
FE
(De cómo
la Reina fió en Medina y Medina respondió)
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A |
El sol enciende las
nieves
y la nieve es un espejo
Un espejo es el Genil,
húmedo de sangre y sueños
Y el Dilar
Y la llanura
salpicada de reflejos
es un espejo de alinde
que agiganta los objetos
Un espejo es la montaña
azotada por el viento
La sierra de Parapanda,
la fortaleza
y el cielo,
azul turquesa y cobalto,
limpio de nubes y versos,
es una hoja de talco,
un cristal de cuerpo entero
en que se mira la luna
y se miran los luceros
En la ruta de Granada,
de Montefrío no lejos,
a la vera de Iznalloz
y de Órgiva al acecho,
las piedras de la muralla
relucen como un espejo
contra quien choca el valor,
la bravura y el aliento
de las huestes castellanas,
de los cristianos guerreros.
Más de cien
veces probaron
los sitiadores su empeño
y más de mil los hidalgos
que en la porfía cayeron.
Cuanto más y más cerraban
sobre la torre su cerco,
más seguros respondían
los sitiados al asedio
y, si es que alguno caía,
diez ocupaban su puesto.
Una barda de saetas
lanzaban los saeteros,
pero ninguna encontraba
del enemigo su pecho
Las catapultas hacían
de la batalla un infierno,
una desigual pelea,
una tortura, un tormento,
una lluvia de cantiles
que no lograba provecho
pues el muro se aguantaba,
sobre su firme, derecho
Como una marea inquieta,
como un flujo sin remedio,
las católicas mesnadas
van y vienen al deseo
de una victoria imposible,
fuerzan un ataque intenso,
chocan contra las defensas
situadas en el quiebro
de la colina y el foso
y, tras el fallido encuentro,
recuperan posiciones
con el alma en desaliento
Fiados de su firmeza,
con osado atrevimiento,
hubo incluso quien lanzó
a los aires del desprecio,
con voz acerada, horrible,
las notas de un simpar reto.
Ibrahim ben Al-Muqaffa,
moro imponente y soberbio,
tan ancho como la vega,
tan alto como el Aneto,
de mirada torva y fría,
con ademanes sangrientos
y todas las venas portas
atravesándole el cuello,
al concluir la jornada
abandona el parapeto
y, asiendo con una mano
el estandarte agareno,
su cimitarra en la otra,
bien resplandeciente el yelmo,
en nombre de Alá clama
por un rival con arrestos
que arroje sobre sus hombros,
en un singular torneo,
la suerte de la campaña,
el honor de su ejército,
la conquista de Granada
y el final de aquel proceso
"el que pierda
se retira;
para el que gane, el empeño",
reza la proclama altiva,
dictan las reglas del duelo.
El rey don Fernando
escucha
con semblante muy severo
la opinión que le transmiten
sus más fieles consejeros.
Algunos son tan prudentes
que rechazan cualquier riesgo
y otros, por el contrario,
hierven de ansiedad y fuego.
- Caídas
Alhama y Padul
todo es cuestión de tiempo,
dicen los más mesurados,
los más parcos y serenos.
- Con Guadix en
nuestras manos
y conquistada Loreto
y conseguida Viznar
no podemos estar quietos
ni detener nuestro avance
¡Este es nuestro momento!,
presionan los impacientes,
los más nerviosos e inquietos.
El Rey duda, titubea
entre consejo y consejo
porque también tiene prisa,
mas no es de su prisa dueño
- Es preciso tener
fe
Los frutos que ofrece el huerto
necesitan de prudencia,
han de regarse con tiento
La reina doña Isabel,
entrecruzados los dedos,
una sonrisa en los labios,
en las manos un pañuelo,
el rubor en sus mejillas,
tocada de un suave velo
que la nace en catarata
confundido con el pelo,
es quien ha entrado en la tienda
oliendo a flor de romero.
Don Fernando se adelanta,
la recibe con un beso
mientras se humillan, de hinojos,
al verla sus caballeros.
- Es, Señora,
la impaciencia
colosal desasosiego
que hace dudar a la fe
y recelar del esfuerzo
- Pues no seáis
impaciente
Sed más paciente
y más terco
No suele la reina
santa
mezclarse en tales secretos
ni intervenir en las guerras
ni inmiscuirse en lo dispuesto
por el Rey y sus capitanes,
ni la agradan estos hechos.
Pero sabe la zozobra
que a todos tiene en suspenso
y, sobre todo, conoce
la llegada del invierno
y el daño que puede hacer,
con sus fríos y sus hielos,
en la moral de unas tropas
y en su ánimo maltrecho.
- Si la manzana
madura
se niega a caer al suelo
¿no la cogéis de la rama
arrancándola sin miedo?...
Pues del árbol de esta guerra,
usando mano de hierro,
como manzana madura
y sin ningún titubeo
arrancad de vuestro paso
ese obstáculo concreto
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Y, si es preciso
fiar
en la suerte de un torneo,
fiad en vuestra fortuna,
fiad en los caballeros
que os han demostrado siempre
su intrepidez y su genio.
Tened fe, señor esposo,
tened fe que, antes de enero,
el lábaro de la cruz,
el pendón de nuestros reinos
y la enseña de Castilla
ondearán, altaneros,
en la torre más airosa,
en el palacio más bello,
en el mástil más esquivo
de Granada
en su centro
Aquella mujer menuda,
toda gracia y todo nervio,
contagia con su entusiasmo,
con su decisión y acento
a los curtidos soldados
que la escucharon crédulos
y, como una sola voz,
todos reclaman derecho
para enfrentarse a Almocafa,
moro imponente y violento
que lanzó su desafío
a los aires del desprecio.
Don Fernando, esposo
y rey,
indaga en tono certero:
- Santa es la fe que os alienta
y santos son los conceptos
que nos habéis presentado
con tal aplomo y acierto
O yo os conozco muy poco,
o me apuesto cuanto tengo
a que ya habéis decidido
el nombre del predilecto
para defender la estrella
que ha de brillar sin remedio
por los confines del mundo
en los siglos venideros
Isabel, reina y
mujer,
lanza un suspiro coqueto,
muestra sus dientes de nácar
en un ademán risueño
y, reclamando el perdón
con un infantil puchero,
expone su decisión
que es, también, su privilegio.
- ¿Recordáis
a Alonso Polo
que se defendió sin miedo
en la torre de Canillas
cuando le asaltaron cientos
de los más crueles omeyas?...
- Recuerdo bien
el suceso.
¿Se trata del elegido
según vuestro buen criterio?
- Dignos que
es de Medina
de campos al descubierto,
de campos rudos y agraces,
de hombres sufridos y recios
Del hidalgo Juan de Ortega
¿os acordáis de su empeño
en el asalto de Alhama,
de su bravura y mérito
para cruzar la muralla
despreciando tanto riesgo,
abriendo brecha en el muro
y sembrando el desconcierto
hasta lograr la victoria?...
- Sí que
lo evoco y recuerdo.
¿Será, acaso, el designado
para luchar en el duelo?...
- Digo que también
Medina
fue cuna y fue su predio
y que en Medina del Campo
nacen hombres con arrestos,
listos a apagar de un soplo
el más brillante destello
¿no es evoca la memoria
los nombres y los ejemplos
de don Diego de Mayorga,
adelantado de Huétor;
Esteban de Salmerón,
azote de Montenegro;
o de don Juan de Viana,
conquistador de El Cañuelo?...
- Decidme vuestro
partido,
por el mismo Dios lo ruego
- Hay un leal
servidor
dedicado en alma y cuerpo
a vigilar mi persona,
destinado a mi custodia
y al que tenéis en barbecho
por haber dado la muerte
en lance tan violento
como noble, franco y bravo
al capitán de los tercios
reales, Juan de Navarro
Es hombre sagaz, ligero,
testarudo y ambicioso;
durante el combate, fiero;
imbatible con la lanza
es con la espada el más diestro,
un diablo con el mazo,
con la ballesta, puntero
En las fiestas de Medina
no hay más seguro lancero
ni más gallardo jinete
cuando recupera, al quiebro,
el toro que se retrasa,
el toro de los encierros
Pertenece a la cuadrilla
que da diezmos en San Pedro
y, en los bosques de la Mota,
en Zofraga y Cervillego
tuvo a orgullo haber cazado,
sin galgos, sin aparejos,
en compañía del Rey
y en calidad de pechero
Si acaso Su Majestad
Le ofreciera por decreto
el perdón de su pecado,
algunos pagos y un sexmo,
este paladín bizarro
nos sumaría otro Reino
batiendo al moro Almocafa,
tan alto como el Aneto,
tan ancho como la vega
Tened fe en lo que Os ofrezco
- ¿Cuál
es su nombre?...
-
Rui Vázquez.
- Hágase
así
Yo lo ordeno.
Ibrahim ben Al-Muqaffa
fue derrotado en el duelo
y, ganada la alcazaba
en tan extraño suceso,
se la llamó Santa Fe
como santo fue el aliento
que determinó a la Reina
Un hombre valió
por ciento
y salvó cien vidas más
dejando el camino abierto
de Granada y sus jardines,
de la Alambra y su misterio
Así fue como
Medina,
la de santos y conventos,
la del trabajo y las ferias,
la de los campos inmensos,
rindió con amor servicio
al amor del que fue objeto.
Medina
escribió la historia
y la historia es un espejo
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A |
ROMANCE
DE LAS CARRERAS DE GALGOS
O DEL TERCER VIAJE
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A |
Alonso de Quintanilla,
a la grupa del caballo,
contempla con atención
cómo se entregan los galgos
en manos del soltador.
En uno, barcino y blanco.
Negro tormenta es el otro.
Los dos animales, machos,
se sostienen la mirada
como si fuesen dos gallos
cuando forman la collera
según lo que está mandado:
el de número menor,
con distintivo encarnado,
se situará a la izquierda
y ocupará el otro lado
aquel de mayor número
con un pañuelo anudado
alrededor de su cuello
donde destaque el pálido
color del amanecer
sobresaliendo, a lo ancho,
nunca más de varios dedos.
Sujetos están
entrambos,
sujetos a la traílla
y todo listo en el campo
para iniciar la carrera.
Con un tahalí bordado
del hombro hasta la cintura
y enjaezados con nardos
las crines de su montura,
el juez levanta su brazo
y alienta a la comitiva.
Por detrás, los comisarios,
jinetes y caballeros
con estribos plateados,
en perfecta formación,
guardan su turno esperando
Espera también
el sol,
de primaveras borracho,
jugando a inventar la luz
que oscurece cada árbol
Espera el surco
y el pino,
los trigos y el verde manto
en flor de las remolachas
Esperan los pueblos pardos
y las torres de Medina
Esperan los hijosdalgo
que se apiñan en el monte,
que se sientan en lo alto
del alcor y se resbalan
por su ladera hacia abajo
invadiendo el cazadero
y hasta el terreno vedado
que marcan con sus albardas
un batallón de soldados.
Alonso de Quintanilla,
a la grupa del caballo,
hace sonar los clarines
que dan salida a la mano
Mandan aviso de
sextas
las campanas de Santiago
y se suman, como un eco
de campana en campanario,
los repiques del Convento
de Carmelitas Descalzos
La collera, inquieta
y viva,
ensancha camino al paso.
Olfatea, busca y tira
ora deprisa y despacio,
ora nerviosa e inquieta,
sin concederse descanso
En el Camino Real,
el que conduce al mercado
y viene de Madrigal
dominando todo el llano,
se ha detenido un carruaje.
Escondido tras el palio
de unas cortinas de seda
y tras ella relegado,
se adivina a un personaje
extranjero y carilargo,
bermejo, pecoso y triste,
taciturno, de ojos garzos,
pelo rubio y tez cuidada.
Está allí, junto al vedado,
pero más parece ausente
en pensamientos turbado
y por sueños perseguido.
"Yo me parezco
a esos galgos
acosando a un ideal,
luchando por alcanzarlo
sin reparar sacrificios,
creyendo que no es en vano
y, a veces, que es imposible"
Sufre el desdén
y el quebranto
de los torpes y los necios,
la envidia de los ingratos,
la codicia y la ambición,
los rumores cortesanos
que prenden hasta en la Reina
y que encuentran en Fernando
un valedor entusiasta.
"¡El
camino de Cipango
y la ruta de Catay!...
¡Ay, si yo fuese pájaro
y volar, volar pudiera!...
¡Te diría, Soberano,
quién conoce la verdad!"
Pidió a Isabel
nuevos barcos
que la Reina le negó
al despedirse en el patio
tras concederla una audiencia
en sus salones privados
del Castillo de la Mota.
Las cartas de Juan de Aguado,
las lanzas de Díez de Pisa,
las dudas que fray Bernardo
de Boil, Pedro Margarit
y muchos otros sembraron,
pueden más que sus hazañas.
"Señora,
son mis regalos
las islas de Guadalupe,
Marigalante y el lazo
de las Antillas, San Juan,
la Isabela y su poblado,
las costas de la Española
vergel de espuma y peñascos,
fuerte de Santo Tomás,
Dominica y tantos astros
de aquel firmamento inmenso,
tantos y tantos estados,
tantas y tantas estrellas
que añadir a su reinado"
Isabel, mujer y
reina,
titubea entre el rechazo
que le dicta la prudencia
y el perdón que de sus labios
quiere arrancar la confianza.
Se vuelve a su Secretario
y no le pregunta nada
Enfrente tiene al prelado
Juan Rodríguez de Fonseca,
en Villena consiliario
y de Córdoba arzobispo,
tan prudente como sabio
para no ofrecer consejo
a quien no suele aceptarlos
Isabel, reina y mujer,
no busca vocabulario
sino el tono que emplear
para hablar con su vasallo.
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"Para qué
recibir dones,
tierras que a contar no alcanzo,
frutos de vuestra pericia,
de vuestro genio pedazos,
si no sabéis gobernar
con buen tino y mejor tacto
aquello que os devolvemos
Nos por voluntad del cargo
y por mayor honra y gloria
de quien así ha otorgado
Para qué daros prebendas
que convertís en agravios
Vuelve de sus pensamientos
a las carreras de galgos
cuando ven liebre los perros.
Sorprendido en su encamado
busca el animal querencias,
porque se siente acosado,
siempre páramo hacia arriba,
nunca terreno hacia abajo.
Dominando la collera
de los dos encollarados,
el soltador corre listo
y lucha por engalgarlos
hasta que el juez da la orden
y puede, por fin, soltarlos
Un huracán
de jadeos,
un viento de soplo amargo
se derrama por el coto
y atraviesa los vedados.
Los galgos, tras de su presa,
apenas dejan un rastro
de aliento sobre el tamujo
con sus pezuñas de estaño
La liebre se les escapa
por los surcos del sembrado,
juguetona y casquivana,
como un ideal soñado,
como una obsesión absurda
Rápidos, como dos rayos,
ponen la liebre a su alcance,
recortan tanto el espacio
entre un pase por derecho
y una guiñada al regazo
que salpican con su baba
el cuello aleonado
de quien fuerza la carrera
como si viese al diablo
Escapa otra vez la
liebre,
La adelantan los dos galgos
por el círculo exterior
En gesto desesperado,
zigzaguea la víctima
con el miedo por penacho,
entre colmillo y hocico
mientras ruge, emocionado,
el alcor y la ladera
Tras de las sedas
velado,
el almirante repite:
"yo me parezco a esos galgos
acosando a una ilusión"
No puede darse el
milagro.
Tienen tal velocidad,
de resistencia tal grado
que la huída al perdedero,
corre que vuela, cazando,
han impedido a la liebre.
El perro barcino y blanco
Presiona hacia su derecha
Y le pone a su contrario,
el negro, negro tormenta,
zahíno, cuatralbo y macho,
en bandeja de brillantes
el trofeo capturado
Aplauden los ayudantes,
esperan los propietarios
entre apuestas y esperanza
el fallo de los jurados.
Los mozos llaman a gritos
a los dos desafiados,
caballeros sin traílla,
sin collar encollarados
Las liebres de la
dehesa
lloran su pena de mármol
y se esconden de la muerte
tras las cárcavas de barro
En el Camino Real,
el que conduce al mercado
y viene de Madrigal
dominando todo el llano,
el personaje bermejo,
extranjero y carilargo,
de pronto ordena al cochero
con un gesto iluminado
que regrese atrás de nuevo,
que vuelva sobre sus pasos
otra vez hacia Medina
y no detenga su tranco
hasta encontrarse a la sombra
del castillo amurallado
donde le espera la Reina
con el perdón preparado.
"Cristóbal
Colón no puede
ser menos que cualquier galgo"
El sol de la atardecida
enciende en fuego los trapos
que muestran los caballeros.
Flamean verdes al viento,
junto a blancos y encarnados,
como pendones de paz
en el trinquete amarrados.
Para nadie es la victoria.
Nadie en el coto ha ganado
que tanto empujó el barcino
como el zahíno ha guiñado.
Alonso de Quintanilla,
que es el juez, ha sentenciado
Castillos de carmesí
y leones maragatos
ondean meses después
de las cuatro naves, cuatro,
y de las dos carabelas
que surcan el Atlántico
a la busca de otro Oriente
por caminos ignorados
Colores verdes al
viento,
rojos, amarillos, blancos,
en el mástil de mesana
encienden al sol los paños
que descubren Trinidad,
el Orinoco y sus brazos
y un paraíso de miel
y un jardín de guacamayos
Medina espera el regreso,
la Medina de los campos,
la de sus torres al cielo,
la de San José, Santiago
y el hospital Simón Ruiz
La Medina de los arcos,
la Medina de las ferias,
la Medina del trabajo
se distrae, mientras espera,
viendo correr a los galgos... --------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
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