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D. RAFAEL VELASCO MARTÍNEZ

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D. Rafael Velasco Martínez

D. Rafael Velasco Martínez
D. Rafael Velasco Martínez

En la noche del día 28 de noviembre de 2003, el aula Isidoro Sanz Méndez de la Casa de la Cultura fue el escenario del acto de presentación del libro "Reloj de Arena", obra póstuma de este autor medinense.

El evento estuvo encuadrado dentro de las Tertulias Literarias en Tierras de Isabel la Católica, que organiza la Concejalía de Cultura del Ayuntamiento, bajo la coordinación de Alfonso Hernández Martín y Mariano García Pásaro.

Reloj de Arena anverso, por D. Rafael Velasco Martínez
Reloj de Arena anverso, por D. Rafael Velasco Martínez

También fue presentado un disco compacto en el que Maribel Manjón, locutora de Onda Cero Medina del Campo, y Mariano García recitan 23 de los poemas incluidos en el libro. En este CD, se incluye además la poesía "Ante el descendimiento", en la voz del propio D. Rafael Velasco.

Reloj de Arena es el quinto libro de poesía de la prolifera pluma de Velasco, quien, en vida, también publicó un total de siete novelas:

Raúl y Clara.
La Noche de San Jonás.
Las tres vidas de Pedrín Velarde.
Al 32 y caballos.
La muerte de nadie.
Doroteo, historia de un bueno.
Césare.
y el libro:
1.000 palabras condenadas a la muerte.
Reloj de arena (Reverso)- D. Rafael Velasco Martínez
Reloj de arena (Reverso)- D. Rafael Velasco Martínez

En este poemario, el artista medinense nos invita a recorrer diversos aspectos de su vida, comenzando desde sus primeros escarceos amorosos, hasta los últimos momentos de su estancia en el mundo de los vivos.

El título de la obra,"Reloj de Arena", es, a la vez, el encabezamiento del primero de los poemas que nos presenta en este libro, y el eje sobre el que giran sus versos, impregnados de memorias y tiempos recordados, como señala el propio autor.

El tiempo se rompe bruscamente con su muerte, que detiene el reloj de su vida, y es a ésta a quien espera de frente el autor, aunque, desgraciadamente, el beso de la fría dama sella los labios de su hijo Rafael, antes de que los suyos, y el dolor se apodere de su verbo.

Las cuatro estaciones, amores y amoríos, instantáneas, fotos sepia, marginales, animales, estampas de la ciudad, tragedias, tiempos, la familia, pinceladas, torerías y coplas, son los títulos genéricos que enmarcan el recorrido en verso por la memoria de un Velasco que concluye su libro contándonos otros tiempos, los de la reina Isabel I de Castilla, la Católica.

En definitiva,"Reloj de Arena", es una vista atrás, una espera, un recuerdo en mil recuerdos, un verso sugerente, una rima sutil, un camino recorrido, una vida en pos de la muerte.

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LA FE EN LA PALABRA

D. Rafael Velasco Martínez
D. Rafael Velasco Martínez

He aquí, amigo lector, la obra póstuma de Rafael Velasco. Desde sus primeros juveniles escarceos literarios -breves relatos y poemas en los que ya se advierten sus extraordinarias condiciones para la narración y la lírica-, la trayectoria artística de Rafael fue siempre de la mano de su andadura humana: sencillez, sensibilidad, generosidad, amor y entrega a su familia, a sus amigos y a las gentes y a las cosas de la tierra...

Pero además de estas cualidades que el corazón alienta y enriquece, el talento, la cultura, el exacto y profundo conocimiento de los clásicos, así como de las nuevas y diferentes expresiones literarias y artísticas que fueron surgiendo a lo largo y ancho del tiempo; su enorme curiosidad por todo lo que le rodeaba -como a aquel pensador nada de lo que sucedía a su alrededor le era ajeno-; su privilegiada visión de las grandes y pequeñas causas que, día a día, le tocaba vivir, gozar o sufrir, de cerca o de lejos; su inteligente asimilación e interpretación de todo ello y su clarividente traslación a oyentes y lectores a través de su palabra y su escritura, hacía de Rafael Velasco un excepcional receptor y comunicador de los paisajes del alma y del cuerpo que anidan en la compleja y misteriosa condición humana.

Es entonces cuando aparece el escritor de raza. Cuando al servicio de este impresionante caudal intelectual y humano pone su autor el maravilloso testimonio del idioma, el tesoro de la lengua de la Vieja Castilla que Rafael manejó, habló, y escribió como muy pocos... Y de su pluma y su palabra surge un inmenso y luminoso retablo de sucesos y personajes entroncados en la mejor y más galana literatura castellana, donde se funden, como gran crisol de la lengua, los dos "mesteres" que hicieron de ella la más rigurosa y hermosa expresión oral y escrita del mundo; l popular y el culto.

De este modo, contra "el proceso de abandono de la palabra" denunciado recientemente por el Presidente de la Real Academia Española, Víctor García de la Concha, pone Rafael Velasco a buen recaudo, a buen amoroso resguardo, en su memoria y en sus libros, el más puro, bello, antiguo y moderno castellano.

Nos llega este puñado de pensamientos, de ideas, de vivencias y de reflexiones, en forma poética, con el sugestivo título"Reloj de Arena", poco tiempo después de la prematura muerte de su hijo Rafael le congelara su "débil pluma de poeta". Más la entereza de ánimo y la fuerza vital que de por vida acompañaron a Rafael Velasco, le permitieron que nos legara el último legado de su alta, esclarecedora e imperecedera obra literaria. Y, sobre todo, su confesión postrera: la paz rescatada junto a su esposa Laura tras aquella angustiosa y humanísima demanda al Dios de la esperanza.

Rafael, buen amigo, salvaste tu fe y más de mil palabras condenadas a muerte. Que Dios te bendiga.

Mariano García Pásaro

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PRÓLOGO

Ya estaban concluidos estos versos, dispuestos para su impresión, cuando alguien llamó a las puertas de esta casa.

Era la trágica noticia de que nuestro hijo Rafael había iniciado un camino urgente y sin retorno hacia el fin de la vida. Quería morir entre nosotros.

Solamente aquellos que hayan pasado por igual trance pueden entender este dolor. Un dolor que retuerce l cuerpo y el alma, que corta la respiración, que paraliza los músculos, que convierte todo en un pesado sueño del que quieres despertar.

Como la causa es trágica, se ha congelado mi débil pluma de poeta, y apenas si he sabido, con cierta torpeza, hilvanar unos breves poemas dedicados a si memoria.

Laura y yo, de la rebeldía frente a Dios, hemos pasado a la paz

Ahora, miramos al cielo con la esperanza de encontrarnos un día allí con él.

RAFAEL VELASCO

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INTRODUCCIÓN

Mi padre, Rafael Velasco, era un castellano viejo, siempre joven de espíritu, que se crió entre la clínica de su padre, Don Federico, y las calles de un pueblo de esta Castilla profunda, Medina del Campo, lo que le permitió ser un buen conocedor del castellano, y de las gentes de estas tierras.

Enclaustrado tras la guerra civil de la que volvió horrorizado y tuberculoso, enfermo y aislado durante años entre cuatro paredes, aprovechó este tiempo para leer y escribir; afición que ya nunca abandonó.

Este hecho, al ser un paciente observador, junto con su habilidad innata para escribir, le facilitaron poder realizar relatos tan hermosos como los contenidos en la novela titulada "La noche de San Jonás", en cuya contraportada describe perfectamente como era aquella Castilla: "Entonces, en cada pueblo de esta Castilla mía había siempre Señoritos, Godofredos, Juanillos, Tellos y Tellines; curas como don Ovidio y don Luisillo; alcaldes y secretarios al aire de don Paco y del señor Arístides; Alguaciles pacientes, parejos a Elías; labradores honrados, gentes de corazón iguales al señor Alejo o al señor Blas; Clementines camanduleros y Pulgas miserables. No faltaban beatas inifensivas con las mismas convicciones morales que la señora Juliana, correveidiles, cantineras alegres, mujeres hermosas como Paloma, la Guapa; un médico poderoso, cuatro riquillos, tres menestrales, un barbero renco, el zahorí de turno, un mariquita, la gibosilla, muchos jornaleros que jamás pasaron de pobres, y, al sol, mujeres desaliñadas rascando con la liendrera las cabezas de sus chicos".

Enamorado de la riqueza de nuestra lengua, que para ahorrar tiempo y distracciones suele tener una palabra para cada cosa, le preocupaba la desaparición de alguna de ellas, y por eso escribió "1.000 palabras condenadas a muerte", porque "nuestra forma de hablar es un capital, a veces un tesoro".

Enamorado de la vida, siempre enamorado de la vida, quizá porque una enfermedad se la quiso arrebatar siendo muy joven, luchaba cada día por sobrevivir. Solo temía la soledad de la noche, porque intuía que, "contra la mañana", no tardando mucho, la muerte le vendría a buscar; por eso, para él, el amanecer de cada día era un milagro, otro milagro un día más.

Enamorado del amor, de todos los amores, los fue administrando generosamente de una manera u otra a lo largo de la vida.

Enamorado del trabajo, polifacético, siempre activo mentalmente, era consciente de estar atrapado en un cuerpo viejo como precio a su vejez, pero mantenía una mente privilegiada, enriqueciéndola con un espíritu eternamente joven, y procurando estar al día en todo lo que podía, que no era, precisamente poco.

Enamorado de su familia, su vida se truncó con la muerte de mi hermano Rafael.

Él, que tantos abatares había padecido, no esperaba que, aún, le tocara sufrir el mayor de todos, el dolor más grande que se puede padecer, que es el de la muerte de un hijo querido.

Nunca olvidaré la primera que vi llorar, con ochenta años, a un hombre tan entero, cuando le comuniqué que mi hermano Rafa se moría, que no podíamos hacer nada por evitarlo. A partir de aquel momento, ya nada fue igual para ninguno de nosotros. Apenas en lo más profundo de sus entrañas, bajó la guardia d su lucha diaria por la vida, y la muerte se lo llevó mansamente.

Vivió, amó, trabajó y sufrió intensamente; y murió de dolor, tiernamente.

La noche que falleció, en los dolorosos momentos del duelo familiar, entré en su despacho, y, allí, me encontré todavía su ordenador caliente; en él, poco antes, había intentado escribir su último poema, el único que le faltaba para publicar este libro, quería que fuera el mejor de todos y en memoria de mi hermano Rafa.

En la mesa, ordenados, había un montón de folios con poemas escritos.

Aquella noche me comprometí a publicarlos algún día, y hoy tengo la satisfacción de hacerlo, sin tener otra pretensión que la del hijo que finaliza lo que el padre tenía preparado.

Sé que en el cielo me lo agradecerá.

En Medina del Campo, Otoño del año 2003

JAVIER VELASCO

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