RESURECCIÓN

RESURRECCIÓN

Resurrección. Anónimo. Hacia 1.580. Óleo sobre tabla 70x50 cm. Monasterio de San José del Carmen (MM. Carmelitas Descalzas) Medina del Campo
Resurrección. Anónimo. Hacia 1.580. Óleo sobre tabla 70x50 cm. Monasterio de San José del Carmen (MM. Carmelitas Descalzas) Medina del Campo

A la hora de representar la Resurrección de Cristo, los artistas han de enfrentarse a un hecho trascendental que no está narrado en los Evangelios. En ellos la narración se limita al momento posterior, cuando alguno de los más allegados a Jesús (cuyos nombres varían de un Evangelio a otro) acuden al sepulcro y lo encuentran vacío.

En su magna obra sobre iconografía cristiana, Louis Reáu afirma que, respondiendo a una necesidad creada por la fe popular, se empieza a representar el momento mismo de la Resurrección, sin recurrir a simbolismos, a partir del siglo XI.

Siendo una escena creada sin apoyo evangélico, ha de tener unos elementos comunes que se repiten para evitar confusiones con otros episodios de la vida de Cristo. dichos elementos los observamos en una pintura: el sepulcro intacto, la luz sobrenatural que envuelve la figura de Cristo, el estandarte con la cruz, indicativo de su victoria sobre la muerte, y los soldados como testigos del suceso. A éstos se les suele caracterizar con mayor o menor rigor como legendarios romanos, como en una pintura; sin embargo Mateo, el único evangelista que recoge su presencia, se cuida de aclarar que fue una guardia puesta por los sumos sacerdotes con el propósito de evitar un fraude por parte de los seguidores de Jesús. Su número varía de una representación a otra, pero las actitudes se repiten:alguno parece dormitando, otros entre sorprendidos y asustados por la divina presencia.

Asimismo varía el modo en el que Jesús sale del sepulcro, aunque se terminará imponiendo la fórmula que le muestra bien apoyado encima de él, para evitar confusiones con la Ascensión.

La reciente restauración de la pintura ha permitido apreciar la exquisita gama de colores ácidos y tornasolados utilizados por el artista. La escena está sabiamente iluminada: entre la alborada que se adivina al fondo y el resplandor divino, se interpone una masa e oscuro follaje que provoca un violento contraste lumínico. Sin embargo, el resultado final es un tanto frío, como corresponde a una obra que podemos encuadrar dentro de la corriente manierista de fines del siglo XVI.