Denominación que recibe el matrimonio de Isabel I de Castilla (Madrigal, Ávila, 1451 - Medina del Campo, Valladolid, 1504) y Fernando II de Aragón y V de Castilla (Sos, Zaragoza, 1452 - Madrigalejo, Cáceres, 1516), en virtud del título deCatólicos que les otorgó una bula de Alejandro VI (1494) y que se transmitió a sus sucesores como titulares de la Monarquía Católica.
Eran hijos de Juan II de Castilla y de Juan II de Aragón, respectivamente. La princesa Isabel desafió a su hermanastro, Enrique IV, al encabezar la rebelión de los nobles castellanos dejándose proclamar heredera del trono; un primer enfrentamiento se saldó con el reconocimiento por el rey de los derechos sucesorios de Isabel (Vista de los Toros de Guisando, 1468). Para reforzar su posición, Isabel se casó con el príncipe heredero de Aragón, Fernando, en Valladolid (1469); Enrique IV se opuso a aquel enlace y desheredó a Isabel en favor de su hija Juana la Beltraneja (1470).
Cuando Enrique murió, en 1474, Isabel se proclamó reina de Castilla; pero los partidarios de Juana la Beltraneja, apoyados por Portugal, se resistieron, desencadenando la Guerra Civil castellana de 1475-79. Isabel y Fernando se impusieron en las batallas de Toro y Albuera, que determinaron el reconocimiento de Isabel por las Cortes de Madrigal (1476) y la firma del Tratado de Alcaçovas con Portugal (1479). Aquel mismo año Fernando fue proclamado rey de Aragón, por la muerte de su padre.
El matrimonio de los Reyes Católicos unificó por primera vez la Corona de Castilla y la Corona de Aragón, que pasarían juntas a sus sucesores, dando lugar a la Monarquía Hispana. Pero la unión personal de los reinos no entrañó la integración política de sus instituciones, pues cada reino mantuvo su personalidad diferenciada hasta la aparición de España como Estado nacional en el siglo XIX. Los Reyes Católicos intentaron completar la unificación peninsular mediante una serie de enlaces matrimoniales de sus hijos con príncipes portugueses, todos los cuales fracasaron por fallecimientos prematuros.
En cuanto al último territorio musulmán que quedaba en la península Ibérica, el reino nazarí de Granada, los reyes impulsaron la Guerra de Granada (1480-92), que determinó su integración en la Corona de Castilla. Acabada así la Reconquista, dirigieron el empuje conquistador de Castilla y Aragón hacia otros ámbitos geográficos: por un lado, impulsaron la penetración en el norte de África, concluyendo la conquista de las Canarias (1496) y estableciendo bases en Mazalquivir, Orán, Bugía, Argel y Trípoli; por otro lado, respaldaron a Cristóbal Colón en su intento de buscar una ruta marítima hacia Asia por el oeste, empresa que condujo al descubrimiento de América (1492).
Tan pronto como se instalaron en el trono, los Reyes Católicos se dieron a la labor de fortalecer el poder monárquico, recortando los privilegios de la nobleza. Incorporaron a la Corona los maestrazgos de las órdenes militares, centralizaron la administración en torno al Consejo Real, redujeron los poderes de las Cortes, nombraron corregidores para controlar los municipios, reforzaron mecanismos de control como la administración de justicia y el ejército, crearon otros nuevos como la Santa Hermandad y la Inquisición (1478) y reformaron el clero (1494). Para fortalecer la integración de sus reinos en torno a la religión cristiana, decretaron la expulsión de los judíos que no estuvieran dispuestos a convertirse (1492); una medida similar se adoptó con respecto a los musulmanes en 1502.
En cuanto a la política exterior de los Reyes Católicos, estuvo marcada por la rivalidad con Francia; para frenar su influencia en Italia concertaron la Liga Santa con el papa, los Habsburgo, Inglaterra, Venecia, Génova y Milán (1495). Bajo el mando de Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán, los ejércitos españoles sostuvieron diversas campañas en Italia entre 1494 y 1504, que otorgaron a Aragón el control de Nápoles.
Isabel y Fernando habían pactado por la Concordia de Segovia (1475) la total igualdad de ambos como reyes. Cuando murió Isabel en 1504, Fernando pasó a ejercer la Regencia en Castilla en nombre de su hija Juana la Loca (Juana I de Castilla). Pero su mal entendimiento con su yerno, Felipe el Hermoso, le obligó a retirarse a sus reinos en 1506. La muerte de Felipe I el Hermoso y la incapacidad por enfermedad mental de Juana I permitieron que don Fernando volviera a ocuparse de la Regencia de Castilla en 1507, en nombre de su nieto Carlos V.
La integración del reino de Navarra fue obra del rey Fernando después de la muerte de Isabel: alegando los supuestos derechos sucesorios que le correspondían por su matrimonio en segundas nupcias con Germana de Foix (1505), Fernando invadió Navarra en 1512 y anexionó cinco de sus seis merindades a la Corona castellana; no pudo hacer lo mismo con la Merindad de Ultrapuertos (Baja Navarra), que quedó de hecho bajo dominio francés.
Al morir, don Fernando legaba a Carlos V un conglomerado de territorios que se mantendrían unidos durante siglos formando la Monarquía española: los reinos de la Corona de Castilla, la de Aragón (con Cataluña, Valencia y las Baleares), Navarra (hasta los Pirineos) y Canarias, con proyecciones hacia Italia (Nápoles, Sicilia y Cerdeña), América y el Magreb.
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¿Cuánto sabes sobre los reyes católicos?
Los Reyes Católicos establecieron una monarquía fuerte que tuvo consecuencias trascendentales para España y para el mundo... ¿Cuánto sabes sobre ellos?
Fernando de Aragón e Isabel de Castilla
¿Dónde nacieron los Reyes Católicos?
Fernando II de Aragón nació en la villa de Sos (Aragón), posteriormente denominada Sos del Rey Católico, e Isabel I de Castilla nació en Madrigal de las Altas Torres (Castilla y León). Ambos municipios tienen hoy menos de 2.000 habitantes.
Fernando el Católico
¿Quién era mayor? ¿Fernando o Isabel?
Boda de los Reyes Católicos. Tapiz
¿Qué conllevó el matrimonio de los Reyes Católicos?
Los Reyes Católicos y Cristobal Colón
¿Qué representan estas estatuas situadas en el Alcázar de los Reyes Cristianos en Córdoba?
Los Reyes Catolicos reciben a Cristóbal Colón
Colón llegó a América en octubre de 1492 y en abril de 1493 fue recibido por los Reyes Católicos. ¿Dónde?
Parque Nacional del Teide
Por cierto, ¿qué islas conquistaron los Reyes Católicos?
Los Reyes Ctólicos administrando justicia
¿Cómo fue la relación entre Fernando e Isabel?
Isabel la Católica
¿Isabel sufrió enajenación mental?
Doña Isabel la Católica dictando su testamento
¿De qué murió la reina Isabel y a qué edad?
Salida de los Reyes Catolicos del Castillo de la Mota
¿Por qué recibieron el título de "Reyes Católicos"?
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28-09-2021 - Así conquistaron los Reyes Católicos las Islas Canarias, la antesala de la aventura en América.
Con la apertura de las grandes rutas marítimas, aquel paraíso incierto se convirtió en objeto de deseo de españoles, italianos, franceses y portugueses.
César Cervera
La conquista de las islas Canarias (1402-1496)
Hubo un tiempo en el que las Islas Canarias, llamadas así por los romanos al hallar grandes mastines en sus tierras (algo que la arqueología no ha podido demostrar), era un lugar casi mitológico poblado por los guanches: nativos supuestamente de gran envergadura, cabellos rubios, ojos claros (similares a las tribus del Rif africano) y que se encontraban todavía en los inicios del Neolítico, ya que desconocían los metales y sus viviendas eran una transición entre cuevas y pequeños poblados de casas de techo de paja. No en vano, la visión grecorromana simplificaba lo que era un archipiélago poblado por muy distintas tribus, desde los guanches de Tenerife a los Canarii de Gran Canaria, y que los castellanos se vieron obligados a combatir en toda su ferocidad.
Con la apertura de las grandes rutas marítimas, aquel paraíso incierto se convirtió en objeto de deseo de españoles, italianos, franceses y portugueses. Durante casi 100 años, Castilla acometió una hercúlea campaña militar para someter a su fiera población local, que llegó a su conclusión en 1496.
El redescubrimiento de las islas
La larga duración de la conquista de las Canarias se explica por la dificultad de reducir a una población especialmente belicosa y por las distintas realidades de cada isla. Lo que allí pudieran encontrarse los europeos de finales de la Edad Media era un misterio, puesto que durante mil años, entre los siglos IV y XIV, las islas desaparecieron de la Historia. Los primeros en renovar el interés por unas tierras mencionadas por griegos y romanos fueron los navegantes mallorquines, portugueses y genoveses que empezaron a visitarlas con cierta frecuencia a partir del siglo XIV. Hacia finales de ese siglo todo el archipiélago era conocido por los cartógrafos europeos. El portulano Mediceo Laurentino representó en 1351 todas las islas con pelos y señales.
Representación de la Primera Batalla de Acentejo en Tenerife por Gumersindo Robayna
En 1402 comenzaron los intentos por establecer colonias permanentes y sacar partido a las posibilidades económicas que ofrecían el tráfico de esclavos, la sangre de drago, cueros y distintos pigmentos naturales. El barón normando Jean de Bethencourt desembarcó con 53 hombres en Lanzarote en busca de orchilla, un colorante natural para teñir tejidos (con las mismas propiedades de la cochinilla americana) en sus fábricas de Francia. Aunque sus esfuerzos corrían por iniciativa particular, la falta de recursos obligó al normando a entregar sus conquistas al Rey de Castilla.
La primera fase de la conquista castellana se llevó, como en el caso del barón normando, por iniciativa de nobles, en su mayoría andaluces, que realizaron sus acometidas con permiso de la corona pero por cuenta y riesgo de su patrimonio. Luego, a la vista de que aquella batalla individual no era suficiente, los reyes intervinieron directamente proporcionando los medios humanos y materiales para lo que ellos concebían como una gran operación estratégica y religiosa. Las órdenes religiosas jugaron un papel crucial en el proceso de evangelización.
Con el dominio de Lanzarote, Fuerteventura, el Hierro y la Gomera, los Reyes Católicos se plantearon, en 1478, tomar posesión de las islas más grandes y peligrosas: Gran Canaria, La Palma y Tenerife. Comenzó entonces la fase más épica y sangrienta de la conquista de las Islas Afortunadas. Tras varias intentonas que fracasaron por la escasez de tropas, los Reyes designaron al capitán aragonés Juan Rejón para encabezar una expedición de 650 soldados castellanos con el objetivo de anexionar Gran Canaria (un territorio poblado por entre 4.500 y 60.000, según el profesor del Departamento de Prehistoria y Arqueología de la Universidad Autónoma de Madrid, Alfredo Mederos Martín.), ya fuera de forma pacífica o militar.
Los reyes intervinieron directamente proporcionando los medios humanos y materiales para lo que ellos concebían como una gran operación estratégica y religiosa
Los acontecimientos decidieron la forma. Poco después de desembarcar en la isla, 2.000 guerreros cayeron sobre Rejón en lo que parecía una masacre sin remedio. No obstante, los canarios cometieron el error de presentar un ataque campal, en vez de aprovechar su conocimiento de la geografía para hostigar a los castellanos. La caballería europea mató durante su carga a 300 nativos, que usaban como armamento piedras y lanzas de madera. La exitosa aventura de Rejón se completó meses después, con el hundimiento de una flota portuguesa que trataba de establecer una colonia.
Pedro Fernández Cabrón
El carácter rudo y despótico de Rejón provocó una lucha interna que terminó en la expulsión del capitán aragonés con rumbo a España. Sin embargo, los Reyes Católicos tomaron parte por Rejón y le enviaron de vuelta a la isla junto a 400 soldados y el pirata Pedro Fernández Cabrón. Este oscuro personaje gaditano –cuyo nombre según varias fuentes empezó a utilizarse como término despectivo a raíz de sus maldades– fue destinado a abrir un nuevo frente en el sur de Gran Canaria. Cabrón, al frente de 300 hombres, se internó hasta la caldera de Tirajana, donde sufrieron una emboscada a base de pedradas. Los canarii mataron así a más de 200 castellanos y dejaron con la boca torcida al pirata y esclavista gaditano, que perdió la mayor parte de los dientes.
Jean de Béthencourt
Tras un nuevo complot contra Rejón, que acabó con la ejecución de uno de los cabecillas, los Reyes Católicos se convencieron de enviar a un capitán que no fuera cuestionado con tanta frecuencia. El 18 de agosto de 1480 alcanzó la isla Pedro de Vera con un nuevo refuerzo de 170 hombres. Sus primeras acciones, sin embargo, acabaron en sonadas derrotas contra los nativos. Desde la escabechina que sufrió Cabrón y sus hombres parecía que los nativos habían tomado la medida a los españoles.
Dispuesto a acabar con el espíritu guerrero de los aborígenes canarios, Vera atacó a su líder, el temible Doramás, en la zona de Arucas. En inferioridad numérica –como haría décadas después Hernán Cortés en la batalla de Otumba contra los aztecas–, los castellanos sabían que sus posibilidades de vencer pasaban por abatir al líder local al principio del combate. Las crónicas citan que un jinete llamado Juan de Flores le atacó con su lanza desde el caballo, pero Doramás desmontó al castellano con su espada de madera quemada y le abrió la cabeza. A continuación, el caudillo desarmó también a un ballestero llamado Pedro López y se dirigió hacia el capitán Vera. Uno de sus hombres de confianza, Diego de Hoces, consiguió alcanzar un tajo a Doramás, quien se revolvió y le partió la pierna al español. Finalmente, fue el propio Vera quien realizó una lanzada mortal en el pecho del líder nativo.
La muerte de Doramás abrió las puertas al avance castellano. Con el colapso de la resistencia local, en 1483, una horda de 600 guerreros y 1.000 mujeres se internó en la isla en un desesperado éxodo. La dureza del terreno hizo que este grupo no tardara en dispersarse en busca de alimentos, dejando vía libre al dominio español.
La Palma y Tenerife: una guerra escarpada
El siguiente objetivo marcado por los Reyes Católicos fue la isla de La Palma. El capitán elegido para esta empresa fue Alonso Fernández de Lugo, quien había reemplazado a Pedro de Vera tras los episodios de crueldad protagonizados por éste durante una sublevación en La Gomera. La isla vecina presentaba, en principio, menos obstáculos: su población solo era de 2.000 personas y estaba fragmentada en doce reinos.
Salvo uno de estos reinos (el situado en la Caldera de Taburiente), todos fueron derrotados o se rindieron al poco tiempo de desembarcar Fernández de Lugo en 1492. El último rey resistió con solo cien hombres las acometidas castellanas, ayudado por lo escarpado del terreno. Al final, el capitán español solo pudo vencer al nativo usando una treta. Lugo invitó al rey local a parlamentar y, cuando salió de su posición elevada, lo prendió por sorpresa. Como era habitual entre estos jefes tribales, el preso se suicidó por inanición cuando viajaba a la Península Ibérica.
La caballería castellana contuvo la habitual lluvia de piedras el tiempo suficiente cómo para que 600 canarios aliados de los españoles aparecieran por sorpresa
Hacia 1493, todas las islas del archipiélago estaban ya bajo mando castellano, salvo la isla de Tenerife. Las tropas castellanas de Alonso Fernández de Lugo se encontraron con una resistencia mayor de la esperada en esta isla. Cuando los castellanos regresaban del barranco de Acentejo con un abundante ganado capturado a los guanches, un ejército nativo mandado por el jefe tribal Bencomo emboscó a los europeos. El enfrentamiento contra los españoles –asistidos por aborígenes de Lanzarote, Fuerteventura y Gran Canaria– comenzó con la estampida del ganado, sembrando el caos en las filas castellanas. La jornada se saldó con 900 bajas españolas y cientos de heridos, entre ellos el propio Lugo con la cara destrozada por una piedra.
Sin embargo, Alonso Fernández de Lugo supo rehacerse de la derrota en los siguientes meses y recuperó su fuerza original gracias a los refuerzos. Por su parte, Bencomo se aferró a su superioridad numérica y comenzó a tomar riesgos excesivos. En noviembre de ese mismo año, el líder guanche presentó batalla campal en el llano de Aguere. La caballería castellana contuvo la habitual lluvia de piedras el tiempo suficiente cómo para que 600 canarios aliados de los españoles aparecieran por sorpresa en la retaguardia de los guanches.
Representación de Alonso Fernández de Lugo
La derrota nativa se selló tras esta batalla, la cual desató una epidemia de peste letal para la población local. La conquista finalizó oficialmente con la Paz de Los Realejos, de 1496, aunque algunos indígenas mantuvieron focos de resistencia en las cumbres hasta avanzado el siglo XVI.
La conquista militar y la llegada de enfermedades comunes, para las cuales los nativos no estaban inmunizados, devino en una caída radical de su población. En 1520, en el archipiélago había solo unos 25.000 habitantes, que no dejó de aumentar desde entonces y alcanzó los 100.000 individuos en el siglo XVII, a pesar de la crisis del azúcar (un modelo azucarero copiado de Madeira) que azotó las islas en esa centuria. En 1787, la cifra llegó a 160.000 en un contexto donde a las frecuentes épocas de hambruna, epidemias se sumó la emigración a América de muchos de sus habitantes.
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22-07-23 - Tanto monta, monta tanto.
Editorial
Fachada del Cabildo o de los Arcos en Medina del Campo
Medina del Campo y su comarca siempre habría de entenderse en conjunto, como guardianes de una rica herencia histórica que debemos proteger y preservar para las generaciones futuras. En un mundo en constante cambio y modernización, es nuestro deber como ciudadanos valorar y cuidar este tesoro cultural que ha sido parte esencial de nuestro pasado y que seguirá marcando nuestro futuro.
Medina del Campo, situada en el corazón de nuestra geografía, se erige como una joya histórica que ha sido testigo de importantes acontecimientos a lo largo de los siglos. Desde sus orígenes como un enclave vacceo hasta su papel crucial como corte de los Reyes Católicos, estas tierras han sido protagonistas de eventos que han modelado la identidad de nuestra nación.
La comarca que rodea a Medina también merece nuestro aprecio y respeto. Los pueblos que conforman esta zona han contribuido, con sus propias historias y tradiciones, a la riqueza cultural de la región. Es aquí donde nuestras vidas se entrelazan con el legado de nuestros antepasados, formando un tejido único que nos conecta con nuestro pasado común.
Sin embargo, a pesar de esta inmensa riqueza histórica, nuestras tierras enfrentan desafíos que ponen en peligro su conservación. En gran medida, la falta de conciencia sobre la importancia de proteger nuestro patrimonio cultural amenaza con borrar las huellas de nuestra historia.
Es fundamental que las autoridades y la sociedad en general asuman la responsabilidad de proteger y preservar estos tesoros culturales. Debemos fomentar iniciativas que promuevan la restauración y conservación de edificaciones históricas, así como el respeto por los entornos naturales y rurales que caracterizan a la comarca. Además, es indispensable invertir en la promoción del turismo cultural sostenible, como Medina del Campo con un proyecto que se eleva a más de tres millones y medio de euros, que permita dar a conocer nuestra historia sin comprometer su integridad.
Asimismo, la educación desempeña un papel esencial en esta tarea de preservación. Debemos transmitir a las nuevas generaciones la importancia de valorar y amar nuestro patrimonio histórico, para que puedan ser los futuros guardianes de esta herencia invaluable.
En este sentido, es alentador ver cómo algunas iniciativas ciudadanas y organizaciones locales ya están trabajando en la preservación y promoción de nuestro legado. Sin embargo, necesitamos un esfuerzo colectivo mayor para asegurar que la historia de Medina del Campo y su comarca no caiga en el olvido.
La Villa de las Ferias y su comarca son más que meros destinos turísticos; son parte intrínseca de nuestra identidad como sociedad y como nación. Debemos unirnos en la tarea de preservar y cuidar este patrimonio histórico, entendiendo que al hacerlo, estamos protegiendo nuestra propia historia y nuestra esencia como pueblo.
En cada paso que demos para conservar Medina del Campo y su comarca, estaremos construyendo un mejor futuro, donde las generaciones venideras puedan mirar hacia el pasado con gratitud y respeto, encontrando inspiración en nuestra historia compartida.
Cuidemos a Medina del Campo, cuidemos a nuestra comarca. Porque su legado es el nuestro, y juntos, como comunidad, podemos asegurar que perdure para siempre. Tanto monta, monta tanto, Medina como su Comarca.
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