Los santos
Facundo y Primitivo, hijos de san Marcelo, centurión romano,
fueron martirizados, gobernando en Galicia
Ático el cual mandó pregonar un sacrificio público
a una estatua del sol, que estaba en la ribera del río Cea,
y era tenida en mucha veneración por toda aquella comarca.
Al llegar el día señalado para el sacrificio, se juntó
mucha gente, el mismo Ático, para dar ejemplo a los demás,
hizo su adoración, y como era el gobernador, todos los demás
le siguieron, menos Facundo y Primitivo, que no se quisieron hallar
presentes en el sacrificio. Mucho sintió esto Ático;
los mandó prender e interrogar, y después de varias
preguntas y respuestas, entendiendo que perdía el tiempo en
quererles persuadir que adorasen a sus falsos dioses, determinó
darles atroces tormentos. Les quebraron los dedos de las manos, les
lastimaron cruelmente las piernas, apretándoselas con una manera
de cepo que como prensa se iba cerrando poco a poco; y así
fatigados por una parte de los tormentos, y por otra consolados y
alegres por ver que padecían por Cristo, les mandó Ático
llevar a la cárcel.
Para tentarlos
y probar si con blandura y regalo les podría atraer a su voluntad
más fácilmente que con tormentos, les envió ricos
manjares, que los dos santos hermanos no quisieron recibir; y Ático,
teniendo esto por desacato é injuria, encendido de cólera
y furor, los mandó echar en un horno encendido, donde estuvieron
tres días con mucho alivio y refrigerio.
Pretendió
matarlos dándoles ponzoña en la comida, y los santos,
cuando se la trajeron, entendiendo lo que venia en ella, dijeron:
« Nosotros no habíamos de gustar esta vianda, porque
bien sabemos lo que hay en ella; pero para que Ático se desengañe
y se manifieste más la virtud de Cristo, a quien servimos y
adoramos, la comeremos toda.» Hicieron la señal de la
cruz sobre ella y la comieron, y el veneno perdió su fuerza
por virtud de la santa cruz y de aquel Señor a quien todas
las cosas obedecen. Cuando vio esto el que había aparejado
la Ponzoña, quemó sus libros y se hizo cristiano.
Todo esto era
echar aceite en el fuego y abrasar más el corazón empedernido
de Ático, el cual comenzó de nuevo a atormentar a los
dos santos hermanos, despedazando carnes, sacándoles los nervios
con garfios de hierro, echándoles aceite hirviendo por todo
su cuerpo, Pegándoles hachas encendidas a los costados, y derramando
en las bocas cal viva, mezclada con vinagre; no se contentó
el impío tirano con esta tan desaforada é impía
crueldad; el mismo Ático dijo: «Cegadlos, porque me turban
cuando me miran. » sufriendo este martirio con gran constancia
y mansedumbre, le dijo uno los santos: « Mejorado nos has la
vista, pues vemos ahora con solos los ojos espirituales.»
Estando sangrientos
y llagados fueron colgados de los pies, y saliéndoles mucha
sangre por las narices, los verdugos los dejaron por muertos; al cabo
de tres días fueron hallados vivos con sus ojos enteros y claros,
y las llagas sanas como si nunca hubieran sido atormentados. Mandó
Ático desollarlos vivos; y ejecutándose este tormento,
uno de los que estaban presentes dio grandes voces, diciendo: «Veo
bajar dos ángeles con dos coronas en las manos.» Entonces
Ático, turbado, dijo como por escarnio: «Cortadles las
cabezas, para que ellas vayan a buscar esas coronas.»
Su martirio fue el 27 de noviembre, cerca del año 304.
Sus cuerpos
fueron sepultados por los otros cristianos en el mismo lugar donde
fueron martirizados, junto al río Cea.