TEMA: V Centenario

 

Cartel de los actos de clausura del V Centenario de la muerte de Isabel la Católica
Isabel la Católica

Santidad de Isabel I de Castilla denominada la Católica

por
D. Juan-Luis Beceiro García
Madrid, noviembre 2004

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SANTIDAD DE ISABEL I DE CASTILLA, DENOMINADA LA CATÓLICA

En ese pueblo de Avila de tan poético y sonoro nombre que se llama Madrigal de las Altas Torres, poseían hacia la mitad del siglo XV los reyes de Castilla, Juan II e Isabel de Portugal, un palacio modesto, especie de casa fuerte, con adornos morunos, convertido al correr el tiempo en convento de Agustinas, y que todavía subsiste en lograda restauración arquitectónica contemporánea. En él vino al mundo una niña, princesa de la sangre real castellana, el 22 de abril de 1451, que aquel año de gracia era día de Jueves Santo. El doctor físico Toledo anotaba nostálgicamente unos decenios más tarde en su puntual y enterado Cronicón: "Nasció la Santa Reina Católica Doña Isabel, fija del rey Dn. Juan II e de la reina Isabel, su mujer, en Madrigal, jueves, 22 de abril, cuatro horas y dos tercios de hora después del medio día... 1451 años".

Aquel veintidós de abril era un día muy señalado porque celebraba la Iglesia la festividad del Jueves Santo o de "La Cena". Jueves Santo en Castilla con aquella densa carga de espiritualidad concentrada de que gozó siempre tal festividad. Para quienes piensan que las cosas no suceden "porque sí" tal coincidencia pudo ser presagio del amor y devoción que esta singular mujer había de profesar a la Sagrada Eucaristía.

El monje agustino fray Martín de Córdoba quien, como palaciego de la corte de Enrique IV había conocido a la perfección cuanto de corrupto allí acontecía, se apiadó de Alfonso y de su hermana Isabel, dos almas puras en medio del cieno, cuando les fueron arrebatados a su madre por la astucia del rey. Los distinguió con su cariño y protección, los tomó bajo su amparo, e influyó en el cultivo de su inocencia. Él infundió en el ánimo de la infanta la costumbre de recitar el Credo a la mañana y a la noche para reafirmar en esas horas decisivas del día y de la noche "firmemente lo que la Santa Iglesia nuestra madre cree, refiriendo su fe a los sabios maestros e Doctores de la Santa Iglesia". Compuso para Isabel un tratado que tituló "Jardín de las nobles doncellas" en el que se dan consejos y directrices para la educación de jóvenes. Fue regalo de cumpleaños de la Infanta, -cumplía 16-, el 22 de abril de 1467. La futura Princesa debía ser según le exigía el donante, "resplandor de castidad y de limpieza en todo este reino".

Otras de las fuerzas que influyeron en la formación de la espiritualidad de la joven infanta y de su hermano Alfonso fueron algunas personas de alto rango, a quienes el rey don Juan II había comprometido por su testamento para este menester. Eran el obispo de Cuenca don Lope Barrientos y Fray Gonzalo de Yllescas Prior del monasterio de Guadalupe, quienes hubieron de velar por la formación íntegra de los infantes. En el testamento del rey se decía que ambos testamentarios debían velar por la educación cristiana de los infantes Alfonso e Isabel hasta su mayoría de edad y asesorar a la reina viuda, por cuyo trabajo les fueron asignados 150.000 maravedís a cada uno como gratificación a sus trabajos.

¿Qué devociones piadosas fueron las suyas; qué lecturas sagradas prefería y a qué santos veneró con mayor fervor durante su vida?

Los cronistas, atentos más a los sucesos guerreros y políticos que al examen íntimo de la vida y psicología de aquellos reyes, únicamente dejaron caer algunas insinuaciones sobre estos problemas espirituales; con todo, son bastantes las noticias para que, recogidas cuidadosamente, se puedan señalar con verosimilitud las predilecciones religiosas de Doña Isabel.

Como auténtica cristiana, profesaba una devoción tierna y profunda al misterio central de la Redención, para ella preferentemente significado en la misa y en la veneración devota de la Santa Cruz. Ya hemos escuchado varias veces la solemne ceremonia de enarbolar esta señal cristiana en la torre más alta de las alcazabas morunas del reino granadino, siempre que se conquistaba alguna villa o ciudad de importancia. Sabemos, además, por confesión de Marineo Sículo, que rezaba todos los días las horas canónicas, y repetidamente se oyen frases como estas en los cronistas de entonces: "Mientras Su Alteza oía misa..., oyendo misa..., acabada la misa..., etc.", costumbre que debió ser en ella casi diaria. El mismo humanista italiano hace constar la atención y reverencia con que asistía al Santo Sacrificio: el cuidado con que procuraba que todo resultase digno y devoto, fijándose en las ceremonias de los asistentes y monaguillos y llevando la vigilancia a pormenores tan pequeños como las faltas de prosodia latina, o entradas a destiempo, o desafinación en los cantores, de las cuales avisaba a los culpables al concluirse la función de la capilla.

Este acatamiento en las ceremonias eclesiásticas, sobre todo de la Santa Misa, manifestación de sus predilecciones devotas, se encuentra apoyado por aquella diligencia, ya conocida en la Reina, de proveer con generosidad al culto divino. La Semana Santa era en su palacio rígida y austera, como en el monasterio más recoleto y penitente.

Isabel, desde niña, mostró una profunda devoción por determinados santos que le acompañaron a lo largo de toda su vida, consolándola en sus muchos días aciagos de su vida privada.

San Miguel, Príncipe de la Iglesia; San Gabriel, mensajero celestial; San Juan Bautista, "precursor e pregonero" de nuestro Redentor Jesucristo; los Apóstoles, señaladamente San Juan Evangelista, amado discípulo del Señor, "e Aguila caudal y esmerada, a quien sus muy altos misterios e secretos muy altamente reveló, y por su hijo especial a su muy gloriosa Madre dio al tiempo de su santa pasión, encomendando muy conveniblemente la Virgen al virgen". Santiago apóstol "Patrón de mis Reinos"; San Francisco de Asís, seráfico confesor, Patriarca de los pobres, "padre otrosí nuestro muy amado y especial abogado"; San Jerónimo, Santo Domingo, "en los cuales y en cada uno de ellos yo tengo especial devoción"; finalmente, Santa María Magdalena, "a quien así mismo yo tengo por mi abogada".

San Juan Evangelista era un santo tradicional en la familia de la Reina. Su padre se llamó Juan y el mismo nombre llevó el de su marido Don Fernando. Algo muy hondo debía representar el Apóstol evangelista en la vida de la Princesa, cuando al cumplir el voto emitido antes de la batalla de Toro quiso que el templo llevase la advocación de San Juan de los Reyes, y que Juan Guas, al decorarle con magnifica heráldica sostuviese los blasones del ostentoso conjunto de flechas y yugos entre las garras del águila sanjuanista. Hasta pensó mucho tiempo en hacerse enterrar allí, idea que únicamente desechó después de la conquista de Granada. ¡Qué bien suena y cuánto conmueve la mención que del Apóstol hace la Reina en su testamento!: "A honra señaladamente del muy bienaventurado San Juan Evangelista, amado discípulo de Nuestro Señor Jesucristo e águila caudal e esmerada, a quien sus muy altos misterios e secretos muy altamente reveló, y por su Hijo especial a su muy gloriosa Madre dio al tiempo de su santa Pasión, encomendando muy conveniblemente la Virgen al Virgen, al cual santo apóstol y evangelista yo tengo por mi abogado especial en esta presente vida, e así lo espero en la hora de mi muerte y en aquel muy terrible juicio y estrecha examinación e más contra los poderosos".

Entre los santos, sus protectores, tuvo siempre al Apóstol Santiago; nombre venerado que repetían desde tiempo inmemorial los españoles en sus luchas contra los moros y que en la guerra de Granada fue también grito de ataque, voz de batalla y exclamación triunfal.

San Francisco de Asís fue también un santo preferido de la Reina Católica, y sus hijos los observantes otro gran motivo de su amor.

¡Qué cordiales y devotas son las expresiones testamentarias cuando recuerda al Pobrecito de Asís!, "seráfico confesor, patriarca de los pobres, e alférez maravilloso de Nuestro Señor Jesucristo, padre otrosí muy amado y especial abogado San Francisco". Luego vienen en el recuerdo otros amigos de Dios: San Jerónimo, "Dotor glorioso", y el santo amor nacional Santo Domingo, que "como luceros de la tarde resplandecieron en las partes occidentales destos mis reinos a la víspera e fin del mundo, en los cuales y en cada uno dellos yo tengo especial devoción". La mujer casta y la esposa ejemplar rezaba también con una ilimitada confianza a la mujer rehabilitada por Cristo y a la que se la perdonó mucho porque amó mucho: Santa María Magdalena. Entre los santos protectores de Isabel estaba ella, a quien tenía "por su abogada".

LAS LECTURAS ESPIRITUALES DE ISABEL.

La obra agotadora del gobierno no impidió a la reina consagrar largos ratos a la lectura y al estudio. Su biblioteca, de unos doscientos volúmenes, poseía muchos libros de piedad, entre los cuales sin duda buscaba ella el alimento espiritual de la lectura.

Códices miniados, primorosamente escritos por los mejores copistas; pergaminos, finas vitelas, pliegos fuertes y blancos de papel, encuadernaciones de cuero en varios colores, cerraduras de plata, grabados y dibujos en los lomos y pastas, como aquella rosa "con un bollón de plata de su Bribia". ¡Qué cuidado el que ponían sus manos al volver y repasar aquellos sus tesoros literarios sagrados y profanos con coberturas forradas de brocado carmesí y cuero azul, con manos de latón y primorosas guarniciones!

Códices de la Biblia, las visiones de Isaías, el libro de Josué, los proverbios de Salomón, los Evangelios, las visiones de San Juan, la vida de los Apóstoles, todos los que hablan sobre las razones de Daniel Profeta, el "Crisóstomo sobre San Mateo", los diez y ocho libros de Santo Agostín "de Civitate Dei", los diálogos de San Gregorio y sus Homilías, la vida de Santa Paula, "las concordanzas de la Santa Escritura", la Estoria de los Santos, la regla de San Francisco, la vida de Santi Isidoro y las Etimologías, los dones del Espíritu Santo, un breviario, un libro "chequito de horas", y otro libro, pequeño también, de las horas canónicas, la consolación de la vida humana, el misal en lenguaje francés y la Suma Contra Gentiles, de Santo Tomás de Aquino. Estos y otros autores, constituían la biblioteca piadosa de la Reina.

En medio de esta devoción cristocéntrica se formó la Infanta Isabel, dentro del "renacimiento espiritual". Con la lectura de la Biblia, se potenciaba la devoción a la Santa Humanidad de Cristo que abarcaba todos los momentos de la vida del Salvador. La mirada de Isabel se clavó en el misterio de la Encarnación y en la devoción a Nuestra Señora de la Esperanza. Esta vigorosa vivencia cristiana española se alimentaba con la lectura directa del Evangelio, sobre todo el de San Juan, que Isabel llegó a recitar de memoria en largos pasajes. Eran releídos y todos figuraban en la biblioteca de la Reina Católica: el libro De Imitatione Christi, Contentus mundi, Suma de Confesión, De Septem donis Spiritus Sancti, El Luzero de Vida Christiana, La Vita Christi del Cartuxano y otros muchos.

MANIFESTACIONES EXTERNAS DE PIEDAD

Era natural este cuidado cuando su alma, profundamente piadosa, vivía un ambiente de devoción y religiosidad tan íntima que la dejaba ver siempre por encima de aquellas victorias estupendas la paternal providencia de Dios, que conducía todos los sucesos de su reinado a los fines de su divina política sobre España. Esta conducta de la Soberana respondía a una necesidad espiritual de su alma, como era el agradecimiento a Dios por sus grandes misericordias con ella y por la protección concedida a sus estados y reinos, que se traducía espontáneamente en los menores detalles de su conducta religiosa. Oía Misa diariamente y rezaba las Horas canónicas como un monje, cuenta Marineo Sículo. De nuevo nos sale al paso el anónimo: "Ocupábase en los oficios divinos muy continuamente, ni por eso dejaba la gobernación humana. Era religiosa y devota a todas las religiones; tenía gran caridad, suma prudencia, grandísimo favor de la justicia, mucha modestia, gran honestidad y estudio de vida apartada. Era ejemplar de buenas costumbres, magnánima, liberalísima en mandas y dones repartidos por todo el mundo. El autor del Carro de las Donas, al señalarnos la raíz de sus triunfos: "Parecía que la mano de Dios era con ella, porque era bien fortunada en las cosas que comenzaba. Y esto permitía Dios porque siempre, antes que comenzase las cosas, las encomendaba a Dios con oración y ayuno y limosnas, y escribía a santas personas que lo encomendasen a Dios".

Con el espíritu de oración juntaba el de penitencia. En el convento de la Encarnación de Sevilla pasó una cuaresma entera a pan y agua.

En la intimidad de la Corte doña Isabel escogía aquellas personas que diesen de sí buen olor de honestidad y discreción. Afectaba esto a la educación de sus hijos, y conocido es el interés extraordinario que puso siempre en el cumplimiento de sus deberes maternales. Había escarmentado en cabeza ajena y, por tanto, apartaba de su lado instintivamente cuanto de lejos pudiera manchar la inocencia de los niños o provocar escándalo en la Corte.
Figura en primer lugar la virtuosa doña Beatriz de Bobadilla, amiga de doña Isabel desde la infancia y compañera suya en los triunfos y en los reveses. Premióla dándole por esposo a don Andrés Cabrera, fidelísimo servidor e intachable caballero.

La reina católica mostró una singular inclinación en tratar a mujeres de acreditada santidad, como Leonor de Sotomayor, Teresa Henríquez (la "loca del Sacramento", apelativo dado por el Papa Julio II), Beatriz de Silva (culto a la Inmaculada Concepción), y Juana de la Cruz (Cubas, Toledo) que está defendiendo el sacerdocio femenino, y se publican sus sermones.

La Reina es considerada hoy en la Orden de la Purísíma Concepción, de monjas franciscanas, como cofundadora con Beatriz de Silva. Esta santa mujer, de origen portugués, era dama de la Reina madre, doña Isabel de Portugal. Una de las damas que honraban el cortejo de aquella señora, que esparcía en la corte de los padres de nuestra sierva de Dios, el olor de santidad que la ha llevado a los altares.

Existió una estrecha relación entre Beatriz e Isabel que era mucho más joven. Hasta el extremo de ser nuestra Reina quien puso a disposición de Beatriz de Silva, no sólo sus palacios de Galiana en Toledo para primera sede de la Orden, sino toda la gestión, con Roma y con la Orden de Franciscanos Observantes, para la fundación. Muere Beatriz cuando la Orden no está asentada aún, y es Isabel la Católica, quien la lleva adelante sirviéndose del P. Juan de Tolosa y, después, de Cisneros. Esperamos que los datos históricos de esta relación y cofundación, que para la una y para la otra, están en la S. Congregación, sirvan para la beatificación de Isabel la Católica: doble aspiración de la misma Orden actual de la Purísima Concepción.

Un hecho que, entre tantos más, destaca en ella en la promoción del culto divino en la Iglesia de Castilla: el relativo a la Eucaristía. Pudiera estar, y lo creemos así, dentro de esta promoción de culto, y aun de la fundación de las asociaciones eucarísticas para promoverlo, que llevó a cabo su íntima amiga doña Teresa Enríquez, esposa del Comendador Mayor don Gutierre de Cárdenas, ambos residentes en Palacio. Es sabido que la Reina, secundaba iniciativas fundacionales, como la de la beata Beatriz de Silva en la fundación de las Concepcionistas franciscanas, de las que la Reina es cofundadora, o las promovía por medio de otras personas. De uno o de otro modo, la sierva de Dios es cofundadora, con doña Teresa Enríquez, llamada entonces y hasta hoy, "la loca del Sacramento", de las asociaciones que promovieron el culto y honor del Santísimo en las iglesias de España: la que aún existe en San Lorenzo in Dámaso en Roma, edificio de la Cancillería, es también fundación de doña Teresa Enríquez.

Pues bien, dentro de esta promoción de culto eucarístico, que llega hasta las más sencillas iglesias de las aldeas, está la carta que la Reina escribe a todos los obispos del Reino, carta de ruego, que no emana de la cancillería, sino de la cámara de la Reina, y es una de las cédulas de la cámara.

El amor a Jesucristo Redentor, tiene en la Reina una manifestación y prueba externa; entre tantas, la Vita Christi de Ludolfo de Saxonia, estaba siendo en la Europa del siglo XV una honda cimentación escriturística y ascética, en la Exégesis, y en la vida de las almas, de alta dimensión histórica en aquella "devotio moderna".

El fruto que estaba produciendo en la Cristiandad europea este libro, extendido por haberse escrito en latín, la lengua internacional de cultura de entonces, era incalculable. La Reina, que sabía el latín, que lo hacía enseñar en sus escuelas palatinas, que era ya, a fines del siglo, lengua conocida de las generaciones jóvenes de hombres cultos educados al amparo de ella; que la sabían y dominaban sus hijas, se daba cuenta de que no la dominaba ya el pueblo; la desconocían las monjas en los monasterios; los legos de las Ordenes Religiosas; la mayoría de la masa popular. Como punto de programa de educación cristiana del pueblo, estuvo en su mente el hacerles llegar a todos en lengua castellana, la figura y vida de Cristo como aparecía, llena de calor vital, en aquel exegeta y monje, el Cartujano.

El Vita Christi fue alimento espiritual de Isabel de continuo, tanto le agradaba su lectura y tan aficionada estaba a él que, para difundir su lectura encargó, siendo ya reina, a Fray Ambrosio de Montesinos, uno de sus poetas espirituales favoritos, que lo tradujese al castellano con lo que el gran público pudiera aprovecharse de su contenido. Poeta y prosista de grave, castizo y elegante estilo, realizó la traducción en noble y robusto lenguaje por lo que es una de las mejores muestras de la prosa de aquel tiempo en frase de Menéndez Pelayo. Tanto era el deseo de tener en sus manos esta edición, que la Reina en carta a su confesor Fray Hernando de Talavera le ruega que mande al amanuense que "no alce la mano del Cartuxano ansí en su romance y en el latín juntamente, como yo le dixe hasta acabarlo". Montesinos concluía su trabajo en 1499.

Los quilates de su humildad se afinaron en el acatamiento a la realeza de Enrique IV, mientras él viviera, en las mansas respuestas a Talavera, en la sencillez de su vida, cuando no exigía otra cosa la magnificencia regia, y en las disposiciones para su muerte, que en una sepultura "baxa" y "sin bulto alguno" sepultaría toda la gloria humana.

De su pureza y recato se han hecho lenguas incluso sus mismos detractores, rendidos ante la evidencia. Saben perfectamente que la acecharon peligros sin cuento, dentro y fuera de su propia casa, especialmente en los días de su juventud y en la corte de su hermano, donde toda liviandad tuvo su asiento. Resistió, sin embargo, a toda tentación, mantúvose incontaminada en medio del fango, y despidió siempre de sí el buen olor de la honestidad cristiana.

Ocasiones frecuentes para ejercitar la paciencia brindóle Dios a la Reina de Castilla. Por amor a la brevedad, aludamos solamente a las tremendas desgracias familiares, en contraste con los éxitos resonantes de su reinado. Mientras los triunfos políticos y militares se desplegaban como palmeras al sol, la muerte segaba en flor las ilusiones puestas en sus hijos o las abatía con los más duros infortunios. Engendró una dinastía de reyes, pero los tronos se cambiaron rápidamente por sepulcros. En aquel largo calvario, doña Isabel no exhaló una queja, y anegada en llanto besó la mano de la divina Providencia, que un día le regalaba un Nuevo Mundo y otro hundía a su primogénito en la tumba.

El palacio donde residió la reina en Medina del C. parece ser que se encontraba en la plaza mayor de esta ciudad, lugar donde dictó su Testamento, falleciendo poco después.

Sabemos también que en el interior de este palacio pendían de sus muros tapices y colgaduras, no como signo de riqueza y lujo, sino como encubridores de pobres muros encalados, pero además, avivaban la devoción porque casi todos representaban temas religiosos y muy devotos. En el recuento que de los bienes de Su Alteza se hizo a poco de su muerte, aparecen en esta casa de Medina un buen número de tales "paños de devoción", comprados a un tal Matías Guirla, tapicero flamenco.

- Uno, bordado de sedas y oro representaba el Nacimiento de Cristo "que le tiene Nuestra Señora, desnudo, en el regazo".

- Otro, que tenía por motivo una Crucifixión con la Magdalena a los pies "que tiene una mano en el clavo de los pies y tiene un manto verde".

- Un tercero de estos paños representaba a Nuestro Señor "quando pidió el agua a la Samaritana".

- Otro, en que Jesús lava los pies a sus discípulos; otro paño con Nuestra Señora con el Niño Jesús en los brazos.

- Otro, que "tiene en el medio a Santa Bárbara con una saya azul e un manto colorado".

Pulgar pone en labios de la atribulada Princesa una oración encendida y apasionada con que solía acabar sus correrías de propaganda y alistamiento por las villas y ciudades del reino, personalmente recorridas por Isabel para buscar el apoyo material, imprescindible en la guerra: "Tú, mi Señor, decía mirando al cielo con aquellos sus ojos de pureza; Tú, que conoces los secretos del corazón, sabes que no ha sido por caminos injustos ni por astucias, ni por tiranías, sino creyéndome con derecho, como han venido a mi estos reinos que fueron del rey mi padre; ni yo he intentado alcanzarlos sino para que lo que los reyes mis antepasados conquistaron con tanto derramamiento de sangre no venga en generación ajena. A ti, Señor, en cuyas manos es el derecho de los reinos, suplico humildemente que oigas agora la oración de tu sierva, e muestres la verdad e manifiestes tu voluntad con tus obras maravillosas: porque si no tengo justicia, no haya lugar de pecar por ignorancia, e si la tengo me des seso y esfuerzo para la alcanzar con el ayuda de tu brazo, porque con tu gracia pueda haber paz en estos reinos que tantos males a destrucciones fasta aquí por esta causa han padescido". Esto oían decir a la Reina muchas veces en aquellos tiempos en público, y ésta decía que era su principal rogativa a Dios en secreto.

Una guerra estuvo a punto de estallar con Francia, a la que se opuso con todas las fuerzas de su oración y sacrificios, para que no se derramase sangre de cristianos. La cuestión es que los franceses se retiraron sin pelear.
En este mismo contexto de fronteras está el problema que se planteó con los peregrinos franceses a Santiago de Compostela. Por hecho concreto y por presunciones sabias, se llevó al Consejo Real la conveniencia de cortar estas peregrinaciones que daban lugar a encubrir otras filtraciones en el territorio nacional. El Consejo propuso se cortase la peregrinación. Pero la Reina se opuso terminantemente: les dijo que prefería correr el riesgo antes de cortar la peregrinación europea, principalmente francesa, a Compostela, uno de los fenómenos de fe y de espiritualidad más acusados en la Cristiandad europea, no sólo medieval, sino de entonces y de perduración posterior.

VENERACIÓN A LAS ÓRDENES RELIGIOSAS

Los religiosos encontraron en Su Alteza una verdadera devota, lo cual no la impidió el que, venerando a todos los Institutos, demostrase particular cariño y atracción por los hijos de su gran Patrono, los observantes del Pobrecillo de Asís. "Honraba, escribe Pulgar, las casas de oración; visitaba con voluntad los monesterios e casas de Religión, en especial aquellos do conocía que guardaban vida honesta, dotábalos magníficamente e placíale la conversación de personas religiosas e de vida honesta".

De estas preferencias de Doña Isabel sabían mucho los conventos de monjas y también los monasterios de religiosos. Allá, en la Cartuja de Miraflores, de Burgos, esperaban la sepultura magnífica y definitiva que los labró Gil de Siloé, los cuerpos de sus padres, Juan II e Isabel de Portugal, lo mismo que los restos de su hermano, el desdichado infantillo Alfonso. Su devoción filial y el amor a los de su sangre.

Fue una cuaresma en que Don Fernando no se encontraba accidentalmente en Sevilla, donde tenía la corte su mujer. Esta, devotísima de la Pasión de Cristo y deseosa de darse más a la oración y a la penitencia durante aquel santo tiempo, retirose al convento de la Madre de Dios, que en la obra de la reforma se había manifestado opuesto y reacio hasta el último instante. Pero al fin la aceptó, y Doña Isabel, para mantener aquellos buenos principios en las monjas, retirose el monasterio durante toda la cuaresma, ayunando los cuarenta días a pan y agua. Cuando la Reina se despidió de las religiosas, preguntó a la priora qué deseaba para la comunidad en pago del hospedaje, y la superiora, que debía ser discreta y aguda, contestó sonriendo: "Señora, lo que Su Alteza ha consumido: pan y agua". Y la generosa Reina, escribe Coloma, que es el que refiere la historia, concedió entonces al convento a perpetuidad el agua toda de los caños de Carmona y las suficientes fanegas de trigo sobre las rentas de las alcabalas para surtir de pan al convento durante todo el año.

LA REFORMA DEL CLERO Y DE LAS ORDENES RELIGIOSAS

Hemos de darnos por satisfechos con esta brevísima referencia, que puestos a desentrañarla había de llevarnos a trazar una detallada semblanza de aquel gran franciscano que se llamó Jiménez de Cisneros, brazo enérgico encontrado por la Reina Isabel para entrar en los claustros y capítulos relajados, dejándolos pronto tranquilos en la primitiva sencillez y observancia de la regla fundacional o del estatuto eclesiástico. Sin este apoyo de la Soberana, la renovación clerical le hubiera sido casi imposible al arzobispo, pero sostenido por ella, que acudió a Roma en busca de todas las asistencias canónicas para Fray Francisco, pudo realizarse sacando a la iglesia española del abismo de la incultura y extirpando los abusos más graves, preparándola de este modo para la decisiva batalla moral que el norte europeo iba a reñir poco después con el mediodía.

Isabel volcó en la obra renovacionista todo su poder de reina y su intrépida energía, reservándose para sí misma la purificación de los conventos de religiosas, en los que su bondad, trato discreto y grandes dotes de corazón consiguieron los más envidiables frutos ascéticos. Sólo cuando no fueron bastantes estas soberanas dotes de insinuación echó mano de la severidad, amenazando a los rebeldes con penas canónicas y visitas rigurosas, que ella alcanzaba de la curia de Roma. Pero el sistema peculiar suyo de atracción fue casi siempre el de su feminidad y su dulzura.

Soñaba doña Isabel, desde niña, con la reforma de las costumbres en el pueblo cristiano y en el Clero, aunque no tanto como en los días en que Dios colocó la corona sobre sus sienes. Menéndez Pelayo, en la Historia de los Heterodoxos, trazó un cuadro elocuente de la necesidad de la reforma, distinguiendo cuidadosamente la verdadera de la falsa. En cuanto a la primera -añade textualmente-, "la gloria principal debe recaer" en la magnánima Isabel y en Fr. Francisco Jiménez de Cisneros.

Los cronistas y escritores hablan de sus sencillas visitas a las casas de monjas, con su rueca en la mano o su labor de costura en un cestillo. Llamábalas al estrado, y allí, delante de todas y como quien venía a pasar con ellas un rato, se ponía a hilar o a coser exhortándolas al recogimiento y guarda de la clausura y a la observancia de sus reglas. "Y fue raro el convento -escribe un historiador- en que más o menos no recogiera el fruto de su piadoso trabajo y deseo".

De esta mezcla de reflexión y blandura de nuestra Soberana y de arrebatado celo y decisión de su confesor, surgió aquella obra magnífica de la difumigación religiosa del clero y de las Ordenes Religiosas de España, que años más tarde evitaron a la Península sucumbir ante las incontenibles corrientes heterodoxas desatadas desde Alemania por Lutero.

Llevaba la Reina tan en el corazón este mejoramiento de las comunidades y del clero, y tan puramente quería que se realizase, que en su testamento le consagró un significativo recuerdo, inspirado sin duda en un presentimiento de que podía degenerar en peligro cuando ella faltase: "Item; por cuanto en el reformar de los monesterios de estos mis reinos, así de religiosos como de religiosas, algunos de los reformadores exceden los poderes que para ello tienen, de que se siguen muchos escándalos e daños y peligros de sus mismas conciencias; por ende, mando que se vean los poderes que cada uno de ellos tiene y tuvieren de aquí en adelante para hacer las dichas reformaciones, y conforme a ellos, se les dé favor y ayuda y no más".

Sin llegar a una asepsia absoluta ni a una renovación completa de la vida clerical y religiosa, porque es imposible, se evitaron los escándalos y se corrigieron las costumbres. Isabel y su Arzobispo habían echado los cimientos de la reforma tridentina, y en esto, como en todos los aspectos, recogen con gozo sus nietos lo que en el reinado de sus abuelos se sembró entre preocupaciones y trabajos.

Más interés encierran para el propósito y finalidad de este trabajo los motivos que decidieron a la Reina a intentar y llevar adelante, no sin grandes pesadumbres, este mejoramiento de la vida cristiana de sus reinos; y sin abordar la enumeración de los excesos contados por Bernáldez y referidos con terrible sencillez por Fernández de Oviedo en su Epílogo Real, Imperial y Pontifical, es preferible contentarse con transcribir unos renglones del franciscano Montesinos en su proemio a la traducción de la Vida de Cristo, del Cartujano, mandada hacer por Isabel de Castilla. En la discreta dedicatoria a Su Alteza, recuerda Montesinos el agradecimiento que la debe la Iglesia "por haber reformado la mayor parte de las religiones de España, que apenas resplandecía en ellas alguna pisada de sus bienaventurados fundadores, reduciéndolas no sin dificultosa contradicción a comunidad de verdadera observancia".

Aquella altísima norma de la conducta de la Reina, recordada por un cronista suyo, "evitar escándalos", adquiere en la reforma del clero y de las Ordenes Religiosas todo su verdadero valor emocional. Es cierto que la obra no se llevó a cabo sin oposición y aun sin escándalos, porque las deserciones, apostasías y fugas al Africa en busca de éticas más laxas, fueron grandes; pero todo quedó abundantemente compensado con los frutos posteriores que brotaron de aquella reforma laboriosa.

Añadamos a todo esto la convivencia con judíos y mahometanos, disfrazados unas veces y otras no, la relajación de costumbres y el pagano deleite de la vida que trajo consigo el Renacimiento. Era, escribe el P. Cereceda, "una situación compleja y oscura, en la que se atravesaba lo político con lo eclesiástico, la conducta moral con la cívica, y sólo un impulso enérgico e inteligente podía realizar aquella vivisección necesaria e inaplazable para restablecer la salud ética en todo el reino".

La reforma, adelantándose por ventura muchos años al Concilio Tridentino, fue obra de la "magnánima Isabel", en frase de Menéndez Pelayo, secundada por Fray Francisco Jiménez de Cisneros, uno de los hombres de más claro entendimiento y de voluntad más firme que España ha producido. Reclamaba urgentemente la auténtica reforma, que los Reyes iban a emprender con ánimo resuelto y a prueba de dificultades, el estado lamentable en que la sociedad cristiana se encontraba. A la Reina le interesaba la geografía, pero le interesaban más las almas. Abunda la literatura en que se describen los vicios, sobre todo de los eclesiásticos, con valentía y con crudo realismo. Los apuntamos sólo "in aedificationem" y para quienes nos lean con rectitud de intención.

El mismo Arzobispo Carrillo, mal avenido con los rigores monacales, había lanzado un edicto prohibiendo a los clérigos de su diócesis jugar a los dados y vestir trajes de colores vivos. En la parte positiva ordenaba que los sacerdotes celebrasen la Santa Misa al menos cuatro veces al año y los obispos tres. Manga ancha, como se ve, que denotaba un estado social de cruda relajación en el terreno moral y religioso.

Existe un documento entre las Pragmáticas del Reino, fechado en Zaragoza el 16 de diciembre de 1487, en el que por un lado sale a la superficie el problema de los amancebamientos de los clérigos, y por otro lado -poniendo las cosas peor- se entregaba a las autoridades laicas la fiscalización y el remedio de tamaño escándalo. ¿Qué saldría de tanta confusión y desorden? Con buen acuerdo pidió la Clerencía de Segovia que se prohibiese terminantemente la entrada de seglares en las casas de los eclesiásticos, para indagar si vivían deshonestamente con alguna mujer. Y sólo con pruebas irrecusables se procedería a la prisión y al castigo.

El cronista de Carlos V, Prudencio de Sandoval, pone en boca de un religioso burgalés esta descripción: "Hay monasterios con vasallos y muchas rentas; y sus prelados, sintiéndose ya grandes señores, no se conocen, antes se linchan y tienen soberbia y vanagloria, de que se precian, y danse su comeres y beberes, e tratan mal a sus súbditos y vasallos"... Y añade esta coletilla picante: Lo que en su poder entra, no paga diezmos ni primicias ni alcabalas; "y si ansí se dexa, pronto será todo de monesterios".

La Iglesia está llena -escribía en su Guía del cielo el dominico Fray Pablo de León- "de necedad e ignorancia, de luxuria, de malicia y de soberbia". "No tiene hoy la Iglesia mayores lobos ni enemigos, ni tiranos, ni robadores, que los que son sus pastores de ánimas y tienen mayores rentas" ... "Obispotes" llamaba Fray Francisco de Osuna en el Abecedario Espiritual a los malos obispos, en los cuales el día de la muerte hará "gran gira" el demonio. Juan Padilla, el Cartujano, declama contra la simonía; otros predicadores tronaban contra la glotonería y las inmoralidades que aquí no nos atrevemos a estampar. Oíanse de nuevo los acentos de San Pedro Damiano y de San Bernardo, execrando con frases aceradas las perversas costumbres de muchos clérigos y monjes de su tiempo.

No resultó del todo fácil la tarea, y menos aún cuando autoridades de ambos cleros tenían intereses personales en la indisciplina y en la relajación de las monjas. Pero ¡cuánto contribuyó doña Isabel a reformarlas! No tuvo inconveniente -como ya sabemos- en pasarse una Cuaresma en la modesta hospedería del convento de la Madre de Dios de Sevilla, ayunando a pan y agua. El eco de esos santos afanes resonó en el Testamento de la Reina, preocupada al borde del sepulcro por el éxito de la reforma.

Fue raro el convento de monjas -aseguraba el erudito P. Flórez- en que más o menos no se recogiera el fruto de tan piadosos trabajos y deseos. Sobre la reforma en los monasterios de religiosos pueden servir de muestra las cartas del Rey sobre Montserrat, que publicó Antonio de la Torre en los Documentos Internacionales...

Costó harto más trabajo la de los varones, y aún no hubiera llegado a feliz término sin la tenaz y enérgica colaboración del Cardenal Cisneros. Afortunadamente la reforma de los monacales había comenzado casi con el siglo XV. Hizo la de los cistercienses el abad del Monasterio de Piedra Fray Martín de Vargas, apoyado por los Papas Martín V y Eugenio IV en la primera mitad de ese siglo. Había empezado también la de los dominicos, como la describe el P. Beltrán de Heredia en su Historia de la Reforma de la Provincia, y ya en 1478 y 1479 florecía la virtud en muchos conventos. En las Cartujas reinaba la austeridad monacal; los agustinos y los carmelitas se prestaron gustosos a emprender el camino de la perfección; más cuesta arriba se les hizo a los jerónimos por las muchas riquezas que poseían y los falsos cristianos que se les metieron por las puertas; con los franciscanos fue necesario librar batallas campales que el P. Fernández de Retana describe tanto en su Isabel la Católica como en Cisneros y su siglo. Aquí no es preciso descender a más detalles. Bastará con este bien elocuente que nos da Menéndez Pelayo: "En Castilla más de 1.000 malos religiosos se pasaron a Marruecos, para vivir a sus anchas".

Los Reyes habían obtenido del Papa Alejandro VI una Bula a fines de 1494, autorizándoles para reformar todos los conventos de frailes y monjas de sus dominios. Bula que más tarde fue confirmada por Julio II:

Habían pasado dos años. Y fuese por la impetuosidad apostólica de Cisneros, nombrado Visitador por los Monarcas, fuese por las protestas de los que no querían que se pusiese el dedo en la llaga, el 9 de noviembre de 1496 suspendía el Papa la campaña reformatoria:

"Para poner fin a las querellas que continuamente nos traen los religiosos, particularmente los de la Orden de Menores de San Francisco, a causa de la reforma que Nos tenemos cometida en esos vuestros reinos y dominios… fue decretado por concordancia de votos, en el consistorio de nuestros VV, hermanos los Cardenales de la Santa Iglesia Romana, que así a los religiosos enviados por el General, como a los Comisarios deputados por Nos, se les inhiba la prosecución de la reforma, y se les mande que totalmente alcen la mano en este negocio, hasta que entendida la verdad de todo, demos Nos providencia de disponer lo que más convenga".

Llevó la Reina enorme disgusto y hasta se propuso desistir de la tarea, desalentada y triste. Luego, sin embargo, alentada sobre todo por Cisneros, decidió no dar paso atrás e insistir ante el Romano Pontífice en la necesidad de acabar con tantos escándalos y desventuras. Al año siguiente, pensadas más despacio las cosas, Alejandro VI autorizó la continuación de la reforma.

A principios del año 1486, según consta por las Bulas conservadas en el Archivo de Simancas, Inocencio VIII aprobó las penas impuestas por los Reyes Católicos a los clérigos y religiosos que vivían deshonestamente. Y él mismo impuso otras, por indicación de los Soberanos, a los clérigos de mala vida en la Bula del 8 de septiembre del mismo año.

Llovieron de nuevo las amenazas y las persecuciones, cometió Fray Gil Delfini aquel desacato con la Reina que pudo costarle que el caballero aragonés Gonzalo de Cetina le ahorcara con la cuerda de su propio hábito. ¡No importaba! Siguió adelante la obra reformatoria, de nuevo se aspiraba en los claustros perfume de santidad, los mismos franciscanos engrosaron las filas de los observantes, y los nombres de San Pedro de Alcántara, de Santa Teresa y de San Juan de la Cruz, el Beato Juan de Avila, San Ignacio y San Francisco Javier, Santo Tomás de Villanueva, San Francisco de Borja… marcan el más alto nivel de aquella bienhadada reforma.

ISABEL LA CATÓLICA ¿RACISTA?

Para la mentalidad medieval la Cristiandad formaba una unidad substancial por lo que las guerras entre países cristianos eran algo muy negativo. No así la guerra contra los musulmanes, pues encerraba matices opuestos porque en este caso la lucha revestía caracteres universales y teológicos siguiendo la dicotomía "civitas Dei-civitas diaboli". El propósito de expulsar a los sarracenos del territorio español no obedecía a "racismo" alguno, sino a llevar a cabo "la causa de Dios" según se dice en los documentos pontificios y en documentos de la Reina Isabel.

En cuanto al trato y consideración que la Reina Isabel tuvo para los aborígenes de las tierras descubiertas para la Corona de Castilla, nada tienen de "racistas" ya que se quiso para ellos trato humano, el don de la fe, la instrucción, el respeto de todos sus derechos, incluso de aquellos que no les reconocían las leyes de la época. Bastará recordar su conducta para el cargamento de esclavos que trajo Colón. Conocida es aquella piadosa cláusula del Codicilo al testamento de la soberana por la que manda al Rey y a la Princesa su hija y a sus sucesores, que….

"non consientan ni den lugar que los Indios vecinos y moradores de las dichas Indias y tierra firme, ganadas y por ganar, reciban agravio alguno en sus personas y bienes; mas mando que sean bien e justamente tratados. Y si algún agravio han recibido, lo remedien".

Mas el núcleo central de estas consideraciones han de centrarse necesariamente en la contemplación de la solución al problema de la presencia de los judíos en la Castilla del s. XV. He de hacer referencia a un magistral artículo de prensa en el que un experto periodista escribía sobre tan importante tema con ocasión de la inauguración de la Exposición Universal de Sevilla durante el V Centenario del Descubrimiento de América. Hablando de la decisión de la expulsión de los judíos de los reinos españoles, escribía:

"Aprovechar un acontecimiento como éste, medio milenio después, para vilipendiar, porque ensombrecer no pueden, la figura extraordinaria de Isabel, cuestionan, sin ir mas lejos, cualquier conato de la Iglesia para elevarla a los altares -cuando toda su acción política y militar no puede entenderse sin el estandarte de la fe- nos permite colegir con justeza que estamos en presencia de espíritus retorcidos, faltos de perspectiva, alimentados por un fuego digno de fray Tomás de Torquemada… insisto, quinientos años después… "contra una Reina que culmina la Reconquista, aglutina la variedad de reinos, alcanza la unidad religiosa, da un impulso sin posibilidad de retorno al castellano como lengua del Imperio, sitúa a España en el umbral mismo de la modernidad eleva el nivel de vida de sus gobernados hasta extremos nunca conocidos hasta entonces" (Ramón Carande) y descubre, América. Nada más y nada menos".

El 12 de Octubre de 1492 fue día del Descubrimiento de un mundo desconocido y dado a conocer; un hallazgo que se va a hacer partícipe a toda la Humanidad. En aquel descubrimiento predominaba, por el pensamiento y voluntad de los reyes que lo habían propiciado, la finalidad de hacer extensiva la fe cristiana, y por ello fue preocupación de Dª Isabel y de D. Fernando obtener la aprobación del Papa (el que coronaba emperadores de Europa), las bulas de donación de tierras para el cumplimiento de la misión evangélica.

Pensando, no en las condiciones de una conquista meramente imperial, sino en el altísimo ideal de evangelizar un Nuevo Mundo, y ofrecérselo al Divino Redentor, los Reyes Católicos han obtenido del Vicario de Jesucristo, Alejandro VI, que les fueran "concedidas por la Santa Sede Apostólica las Islas y tierra firme del Mar Océano, descubiertas e por descubrir".

"Nuestra principal intención -declara la Reina- consistía en mirar primero por la conversión y después por el bienestar material de los Indios". De ambos aspectos se preocupa la Reina con maternal solicitud.

Había, pues, que "procurar inducir y atraer a los pueblos dellas (de las Islas y tierra firme) a nuestra Santa Fe Católica, y enviar a las dichas Islas… Prelados e religiosos e clérigos, y otras personas doctas y temerosas de Dios, para instruir los vecinos y moradores dellas en la Fe Católica, e les enseñar e doctrinar buenas costumbres, y poner en ello la diligencia debida".

No hay alusiones a soldados ni negociantes, sino exclusivamente a misioneros y catequistas, prontos a ganar por la doctrina y la honestidad de las costumbres un Mundo para Cristo. Es todo un programa de Evangelización el trazado por la Reina e impulsado además por ella con todo el calor de su corazón, con "forma de infinita piedad" según Ballesteros Beretta.

Esta hija esclarecida de la iglesia, siempre Católica, nunca lo fue tanto como al mirar con tan tiernas entrañas por la conversión y bienestar de los Indios. Decimos Isabel la Católica, y del mismo modo, con el Codicilo en la mano, podríamos llamarla Isabel la Misionera y Evangelizadora.

Algo de luz sobrenatural y como de aliento profético debió sentir dentro de su espíritu aquella mujer tan extraordinaria, la Reina más grande del mundo, dice Retana, la Señora más señora de su siglo, cuando al dictar tantas disposiciones y tan delicadas muchas de ellas, su pensamiento de águila volaba de tema en tema con asombrosa claridad y rectitud.

Podemos calentarnos a la hoguera de su grande alma, recordando los avisos dados al comendador Ovando ante las insistentes acusaciones contra Cristóbal Colón. Figuran en la Colección Torres de Mendoza y los han reproducido en todo o en parte los biógrafos modernos. Nosotros completaremos los que ya analizamos más arriba.

"Porque Nos deseamos que los indios se conviertan a nuestra Santa Fe Católica e sus ánimas se salven, porque éste es el mayor bien que les podemos desear… Para lo cual es menester que sean informados en las cosas de nuestra fe… ternéis mucho cuidado de procurar, sin les facer fuerza alguna, cómo los religiosos que allí estén les informen y amonesten para ello con mucho amor, de manera que lo más presto que se pueda se conviertan, e para ello daréis todo el favor e ayuda que menester sea".

Los ornamentos, por no haber tiempo para hacerlos, habían de comprarse en los monasterios de Sevilla, "bien cumplidos", a juicio de Fray Bernat Boyl. En una remesa de obsequios que le enviaron, anotaba cuidadosamente la Señora de su mano en agosto de 1494: "mándese un vaso de plata para consagrar, y una tienda para decir Misa, porque algunas veces van por tierra donde no hay casa, donde se pueda decir".

LA VENTA DE ESCLAVOS

Era costumbre inveterada y tenida por legítima. Con el descubrimiento de unas tierras nuevas, la venta de esclavos podría haber sido un negocio "rentable"para las exhaustas arcas castellanas. Lo hacían otros… ¿por qué Castilla tenía ya entonces que ser "diferente"?

¿Qué clase de reina fue Isabel I de Castilla que se atrevió a "oponerse" a lo admitido por la Teología Católica y a la praxis de los países de la Cristiandad en materia de esclavos infieles? Es éste un punto clave que manifiesta su peculiar modo de pensar en cuestión tan candente como lo es en la actualidad el tema de los "derechos humanos".

La Reina de Castilla se estaba adelantando a la práctica de esa expresión, al menos en dos siglos.

La venta de aborígenes americanos por Cristóbal Colón, como esclavos, no tardó en llegar a conocimiento de la Reina Católica, por boca del obispo de Badajoz Don Juan Rodríguez Fonseca, esta decisión del Almirante. Muy dolida exclamó que quién era Don Cristóbal Colón para hacer esclavos a quienes eran sus vasallos.

La soberana hace saber a Fonseca que él mismo haga suspender inmediatamente toda venta de esclavos y da la razón de esta cautelar suspensión: "porque Nos querríamos informarnos de Letrados, Teólogos e Canonistas, si con buena conciencia se pueden vender".

Inmediatamente la Reina encargó a una comisión de Teólogos de Salamanca que estudiasen la licitud del caso porque ella albergaba dudas muy graves sobre ello.

En medio del entusiasmo descubridor, los Reyes Católicos habían solicitado del Papa las bulas llamadas "Alejandrinas" que son cinco y por ellas se concedían a Castilla los derechos que desde antiguo ya gozaba Portugal. Como consecuencia lógica de estas concesiones, navegantes y exploradores, descubridores y conquistadores de "tierras nuevas" esgrimían sus "derechos" que tenían como cristianos civilizados, sobre los "infieles" faltos de civilización y de fe y, por tanto, privados de derechos….

Cometen gran anacronismo quienes, al amparo de ideas hodiernas, quieren enjuiciar acciones como la llevada a cabo por la Reina haciendo frente a la mentalidad permisiva de su tiempo. Pronto iba a aparecer el "Derecho de Gentes" fruto del Renacimiento Cristiano, efecto de una renovación de la mentalidad teológica puesta de manifiesto por Francisco de Vitoria y otros.
Pero mientras tanto, la decisión de Colón sobre la venta de esclavos para su provecho, se veía respaldada y aprobada por teólogos y juristas. Ni se extralimitó ni hizo nada nuevo sino seguir la costumbre. Nada se le podía reprochar sobre el comercio esclavista y tanto el Almirante como Antonio de Torres con sus navíos, podrían haberlo realizado a gran escala. Pero contra este modo de proceder se levantaba dentro de la conciencia de la Reina Isabel una enérgica protesta, hija de un grave escrúpulo que iba a constituir su gran gloria.

Isabel se está adelantando en un cuarto de siglo a la formulación del "Derecho de Gentes"; en tres siglos, a la proclamación de los Derechos del Hombre y en casi cinco siglos, a los proclamas de la O.N.U., en tema tan sensible como los Derechos Humanos.

No deja de ser significativo que el mismo defensor de los indios. Fray Bartolomé de Las Casas, "disfrutó" de los servicios de un esclavo negro estando aún en Salamanca sin que su conciencia se lo reprochara, pues los indígenas no cristianizados, podían tomarse como esclavos para su formación doctrinal y civilizadora. Incluso a Isabel, cuando niña, se la hizo partícipe de esta doctrina.

Aquí irrumpe la postura singular y discordante, la rebelión de la conciencia de la Reina de Castilla: los esclavos vendidos por Colón pertenecían en derecho a sus poseedores, que habían pagado un precio ante el Escribano Público que autorizó el contrato de compraventa. Entre tanto la Junta de Teólogos de Salamanca deliberaba sobre la consulta pedida por la soberana. Su deliberación, por difícil se hizo extremadamente lenta de modo que pasaron largos años sin responder. Hasta hoy no sabemos si respondieron o no y cuál fue el sentido de su respuesta, pero no importa. Isabel ya había resuelto por su cuenta. Designó a una persona de su máxima confianza. Pedro de Torres, hermano de la que sería Ama de la Casa del Príncipe Heredero, doña Juana de la Torre, para que en el plazo de tiempo más corto posible, fuese recogiendo, uno por uno, a todos los indios vendidos, pagando por ellos el precio justo a sus poseedores. Una vez recogidos y concentrados como "hombres libres" en Sevilla, los embarcaría en carabelas fletadas a este efecto que los devolviesen sanos y salvos a su tierra de origen.

Por libramientos que se pueden hallar en la Sección de Contaduría Mayor del Archivo General del Reino se puede conocer la cuantía del rescate y nadie pudo sentirse perjudicado. La Reina no ha reclamado ni a Colón ni a cualquier otro. En breve plazo de tiempo se fueron recuperando los esclavos hasta ponerlos en Sevilla dispuestos a zarpar. Todos no, porque uno de ellos quedó enfermo, pero ya libre, en Sanlúcar de Barrameda y una niña india que quedó por su propia voluntad en casa de Diego de Escobar, la cual dijo que no quería volver a las Indias.

En adelante, entre las instrucciones dadas a Colón, se le recalcaría "Y no habéis de traer esclavos; pero si alguno dellos quisiere venir por lengua, con propósito de volver, (=intérprete), traedlo". Se admitió de un modo muy restringido la esclavitud pero concretada a los pocos indios que no querían abandonar sus inhumanas prácticas.

El Historiador Rumeu Armas cita un comentario que a este suceso escribió el historiador iberoamericano don Rafael Altamira: "Fecha memorable para el mundo entero, porque señala el primer reconocimiento del respeto debido a la dignidad y libertad de todos los hombres por incultos y primitivos que sean; principio que, hasta entonces no se había practicado en ningún país".

Por esta razón el Cardenal español don Angel Herrera Oria pudo decir que esta Reina, si fuese declarada santa por la Iglesia, "sería la patrona de la raza hispana".

Gracias al celo apostólico de esta mujer, también el Papa Juan Pablo II en sus numerosos viajes apostólicos a las naciones iberoamericanas, no deja de repetir y ponderar cómo en aquellas tierras y en aquellas Cristiandades se nota la acción evangelizadora de España. Suyas son estas palabras:

"Me urgía reconocer y agradecer ante toda la Iglesia vuestro pasado evangelizador. Era un acto de justicia cristiana e histórica… vosotros que fuisteis capaces de aquella empresa gigantesca, sed fieles a vuestra historia de fe…".

El Papa con estas autorizadas afirmaciones parece estar respondiendo a aquel mandato de la Reina Isabel expresado en su testamento.

Con qué fuerza de expresión hablaron dos Presidentes de los Estados Unidos, reconociendo en la Reina Isabel I de Castilla la defensa de las libertades de los pueblos que Dios puso bajo el amparo de la Corona. El Presidente Eisenhower tituló a la Reina Castellana como: "Una Campeona de las libertades de los pueblos".

El Presidente Johnson se adhería al proyecto de homenaje a Isabel la Católica juzgando del más alto interés social la colocación de su estatua en la rotonda del Capitolio de Washington.

En esta oleada de homenajes en Norte América a la Reina Castellana, una preciosa estatua de la Reina Isabel. "Madre de las Américas", preside el centro de la gran rotonda del piso bajo del Capitolio de la ciudad de Sacramento en el Estado de California en el que aparecen en el centro la Reina Isabel, ricamente ataviada, conversando con Colón al que acompaña su hijo Diego. El grupo escultórico es obra muy importante por su magnificencia, tamaño y ricos materiales, del escultor Mr. Larkin Goldsmith Meade, artista norteamericano, residente en Florencia.

Gómez de Mercado concreta más la visión como diremos enseguida. "Es la luz de San Ambrosio, de San Agustín, de San Isidoro y de Santo Tomás la que ilumina el testamento de Isabel I de España, Reina Católica -primer documento jurídico de la Hispanidad-, y la moral graba su sello en la política".

RELACIONES CON ROMA

Otra nueva manifestación del espíritu de fe y de piedad en Doña Isabel fue la suma reverencia que siempre observó con los obispos y sacerdotes. En esto existe también absoluta conformidad en los cronistas.

Pulgar dice que "honraba a los prelados de sus reinos en las fablas y en los asientos, guardando a cada uno su preeminencia según la calidad de su persona e dignidad". El perfecto sentido que la Reina tenía de la extensión y fines de la institución jerárquica de la Iglesia la guió también en un aspecto tan grave y trascendente como el de la provisión de los obispados en lo cual -y existe constancia histórica de ello- fue siempre felicísima y estuvo acertada. "En el proveer de las iglesias que vacaron en su tiempo, vuelve a observar Pulgar, hobo respeto tan recto, que pospuesta toda afición siempre suplicó al Papa por hombres generosos e grandes letrados de vida honesta". Don Fernando, su marido, si se hace memoria, aprendió con grave sentimiento suyo lo que Isabel pensaba y practicaba sobre este particular al oponerse a que fuese nombrado arzobispo de Toledo el bastardo del rey, Don Alonso de Aragón. Una cosa es absolutamente cierta: que las designaciones hechas por la Soberana recayeron siempre sobre personas dignísimas.

Recuérdese al cardenal Mendoza, a Cisneros, a Talavera, Deza, Juan Arias, Alonso de Burgos, el dominico Fray Pascual, Hurtado de Mendoza, Juan de Medina, Ramírez Villaescusa y Alonso Fonseca, obispo de Cuenca. En esto parece que la Reina tenía juicio cerrado como lo demostró en la difícil negociación diplomática sostenida con el Nuncio durante el pontificado de Inocencio VIII. Pretendía Su Santidad otorgar a Rodrigo de Borja, Vicecanciller de la Iglesia, el arzobispado de Sevilla, vacante por muerte de Don Iñigo Manrique, y estando los Reyes en la ciudad del Betis presentose el enviado papal con el deseo de Su Beatitud. Negáronse resueltamente a la concesión "porque no era razón que fuese della proveída persona extranjera, por los grandes daños e claros inconvenientes que da la tal provisión se podían seguir en deservicio de Dios e daño de aquella iglesia", sobre todo estando ausente y no residiendo el prelado en estos reinos. Intervenía además la circunstancia de que Sixto IV les había concedido el derecho de presentación y en Castilla tenía ya una historia demasiado larga y triste, lamentada por las cortes en tiempo de Enrique IV, la perniciosa costumbre de proveer en ausentes y extranjeros las mitras y prebendas eclesiásticas.

Tan enérgicamente protestaron ahora nuestros monarcas, que el Papa desistió de su propósito porque en el escrito explicativo le recordaban "que guardando lo que complía a sus conciencias como católicos príncipes, cuando acaescía vacar en sus reinos alguna iglesia, siempre le suplicaban por personas dinas e cuales complían a servicio de Dios e suyo, e a la buena administración de las iglesias".

Inocencio VIII, que no ignoraba la exactitud de la representación real cedió al punto y firmó los nombramientos presentados por los monarcas españoles. El Papa escribió el 23 de febrero de 1483 un hermoso documento, que pone de relieve las "eximias virtudes" de la Soberana y el alto aprecio que de ella tenía el Pontífice Romano: "Por lo que se refiere al asunto de los conversos -escribía Sixto IV- hemos visto lo que sobre él nos dices, tan bien y con tanta prudencia. Tu carta está llena de reverencia y religión para con Dios Nuestro Señor, y nos alegramos grandemente, querida hija de nuestro corazón, de que pongas en ese negocio, por Nos tan deseado, toda tu diligencia y poder. Porque, a la verdad, querida hija, conociendo como conocemos las eximias virtudes reales con que el Cielo te ha enriquecido, ninguna apreciamos tanto como tu religión, tu afecto y tu constancia en la defensa de la fe ortodoxa. Y así, alabamos y bendecimos tu santo propósito en el Señor, y con el mismo fervor, suplicamos a tu Serenísima que no consientas se propague esta peste por tus reinos.

Si queremos reflejar aquí la admiración que produjo su SANTIDAD DE VIDA, no dejaremos de recordar aquellas palabras del poeta, que decían:

Y ¿cuál es la maravilla que así admiras muda y queda?

O es Teresa de Cepeda, o es Isabel de Castilla.

La visión idílica de Isabel la Católica se apoya en loas casi unánimes de quienes la conocieron.

Es fundamental la opinión de los coetáneos, que conocieron y trataron a la Reina de cerca, o en la propia domesticidad de la Corte y de la Capilla Real, y que, por tanto, tienen la condición histórica y canónica de testigos inmediatos; son los del siglo XV hasta 1504, año de la muerte de la Reina.

El teólogo jurista y asceta maese Rodrigo define a la reina: "Pura en fe. Entera en castidad. Profunda en consejo. Fuerte en constancia. Constante en justicia. Llena de real clemencia, humildad e gracia. Gloria de nuestros siglos. Reina de las Reinas que vimos y leymos".

Diego de San Pedro dedica a la reina un hueco en sus poemas. "La más alta maravilla/ de cuantas pensar podéis,/ después de la sin mancilla,/ es la Reyna de Castilla". La sin mancilla, María Virgen, naturalmente. Detrás, Isabel.

Algunos seglares lanzan, sin encogimiento, el término "santidad", "santa". Lo pone siempre que le sale una noticia de la Reina, en su Diario, su médico doméstico ("de cabecera" diríamos hoy) el Dr. Toledo, el que acompañó siempre a la Reina en sus viajes continuos de gobierno y de necesidades de guerra; ya desde los azares de la sucesión, hasta las jornadas de Granada. El Dr. Toledo estaba siempre a su lado en cualquier parte. Y así, cuando anota su nacimiento (este doctor lo era ya de la madre de la Reina): "1451. Abril 22. Nasció la sancta Reyna Cathólica doña Isabel... en Madrigal". No es vocablo impremeditado, sino el usual cuando le sale una efemérides: "Don Alfonso, hermano del dicho Rey Enrique cuarto; y, de padre y de madre, de la sanctisima Reyna doña Isabel". - "Luego que este don Alfonso murió, fue jurada la sanctisima Reyna doña Isabel". "Por muerte del dicho Rey don Enrique cuarto, sucedió la sanctisima Reyna doña Isabel". "1504. Noviembre 26. "Murió la cathólica e sancta Reyna doña Isabel en Medina del Campo".

Sin encogimiento, asimismo, Gonzalo Fernández de Oviedo, escribiendo, ya viejo, en 1555, con los recuerdos de 1492 cuando entró por vez primera en la corte como paje de la Reina: "Después que Dios llevó a esta sancta Reyna...".

Anotamos en Oviedo una observación, en castellano, igual a la que en latín, acabamos de destacar en el Consejero anónimo:

"VERLA HABLAR ERA COSA DIVINA EL VALOR DE SUS PALABRAS, E CON TANTO E TAN ALTO PESO E MEDIDA QUE NI DEZIA MENOS NI MAS DE LO QUE DEBIERA".

El Cura de los Palacios la describe "honestísima, casta, devota, discreta, verdadera, clara sin engaño, muy buena casada, leal y verdadera y sujeta a su marido". Hilaba con la rueca lo mismo que cosía las camisas del Rey, su esposo.

- Rodrigo de Santaella; el testimonio del canónigo y primer Rector de la Universidad de Sevilla, es el más condensado, sobrio y contundente. 1495.
"Que muestra, sin debate, ser con vuestra Alteza la mano de Dios... Pura en fe. Entera en castidad. Profunda en consejo. Fuerte en constancia. Constante en justicia. Llena de real clemencia, humildad e gracia". Son las suyas, "más divinas que humanas hazañas".

En el siglo XVI. Viene ya la fama de santidad en tiempo del Emperador.

- Pedro Mexia es un cronista imperial, pero que anota un testimonio muy personal, que, críticamente no tiene dependencias de otros. Mexia es un cristiano cabal, de los que reaccionaron en el campo apostólico, frente a las nuevas roturas doctrinales del luteranismo. Dice al emperador sobre la Reina, "su abuela":

"Fue la más exçelente reyna que ha habido en el mundo, y de más y mayores exçelençias y virtudes dotada": "Extremadamente sabia, honesta, discreta y prudente, y, sobre todo, devota y religiosa, y ansí, piadosa y humana"; reinó "con gran justiçia e ygualdad... por lo qual fue singularmente amada de sus súbditos y vasallos, temida y reverençiada, dellos".

El autor del "Carro de las Donas" tiene una profunda observación sobre este punto. Hablando del éxito que acompañó a la Reina en casi todas sus empresas, indaga la razón de aquella felicidad, y, como hombre creyente, expone así los motivos de la decantada suerte de Isabel la Católica: "Parescía que la mano de Dios era con ella, porque era bien fortunada en las cosas que comenzaba. Y esto permitía Dios porque siempre, antes que comenzase las cosas, las encomendaba a Dios con oración y ayuno y limosnas, y escribía a santas personas que lo encomendasen a Dios".

Más interesantes todavía son los elogios del propio Boabdil en una carta de 22 de enero de 1490, que trae Garrido Atienza en Las Capitulaciones para la entrega de Granada. Faltaban dos años todavía para la entrada triunfal en la ciudad. He aquí las frases en toda su ampulosidad: "La Majestad alta, excelsa, la sultana, la ilustre, magnífica, excelente, noble, famosa, grande, princesa de reyes y grande de entre ellos, la princesa, la sultana, la Reina doña Isabel".

- Para Fr. Bartolomé de las Casas, es reiteradamente, "LA SANCTA REYNA". "Los serenísimos príncipes, y singularmente la sancta reyna doña Ysabel". Recuerda Fr. Bartolomé en las parroquias de indios, los ornamentos enviados por la Reina para el culto, especialmente que "dio uno de su capilla, el cual yo vi, y duró muchos años, muy viejo, que no se mudaba o renovaba, por tenello casi POR RELIQUIAS, por ser el primero y haberlo dado la reyna, hasta que de viejo no se pudo mas sostener".

Todo esto, y lo que explica de la santidad de la Reina, se lo dijo marcadamente al Emperador en el "Catálogo de los Reyes de España": "Allí dixe parte de lo que vi e alcançe de aquella bendita Reyna a su nieto el año de 1535".

Santa, sin más precisiones, la llamó Colón, en carta a su hijo Diego, autógrafa, al conocer la muerte de la Reina:

"Su vida fue siempre cathólica y santa, y pronta a todas las cosas de su santo servicio".

Diríamos que tiene todo su sentido el término en Fernando el Católico, su esposo; o porque él lo sugirió, o porque lo estampó en la carta del rey el que era secretario de la Reina, Miguel Pérez de Almazán:

El Rey, sobre la Reyna: "Murió tan santa y católicamente como vivió".

Y creemos que personalmente el Rey, porque, en soledad ante su notario en el Testamento en Madrigalejo, viviendo su segunda esposa doña Germana de Foix, habla de su primera esposa doña Isabel:

"Doctada de tantas e tan syngulares exçelençias, que ha sido, en su vida, exemplar en todos abtos de virtud e del temor de Dios".

Los Papas contemporáneos dijeron sobre Isabel:

o·Sixto IV encomió "su sinceridad y piedad religiosa para con Dios".

o Inocencio VIII reconoció repetidas veces que la Guerra de Granada constituía "La Causa de Dios".

o Julio II hizo "cálido elogio de los servicios extraordinarios prestados por los Reyes Católicos a la Causa de la Iglesia".

o Alejandro VI con su amistad, apoyo y reconocimiento y sobre todo, a través de las famosas "Bulas Alejandrinas" puso las bases de legitimidad jurídica sobre las que Fernando e Isabel hicieron efectiva la evangelización de América. Él, a causa de los ingentes servicios a la Iglesia, les concedió el título de "REYES CATÓLICOS".

Y quedan así las cosas de la fama en tiempo del Emperador, muy dispuestas para que se escribiese, desde la propia Corte, la biografía de santidad, escrita por el propio secretario áulico del cardenal flamenco Adriano de Utrecht, el franciscano anónimo de Valladolid.

- Ya el siglo XVI fija con Fray José de Sigüenza el concepto de santidad que él tiene de la Reina Isabel; no solamente porque este clásico de las Letras españolas, de la orden de san Jerónimo, la apellide santa cuando le ocurre, sino porque va trenzando como unidas por la santidad, las dos vidas; la del confesor Fr. Hernando de Talavera, y la de la confesada, la Reina.

- Fray Luis de León. Hasta 1605 no se publicó la Historia de la Orden de san Jerónimo. Y ya en el siglo XVI, dejaba fray Luis de León el ejemplo de "La perfecta casada", "dentro de España", "sin salir de nuestras casas", "y casi en la edad de nuestros abuelos", en "la Reyna cathólica doña Isabel, princesa bienaventurada".

- Los principios del siglo XVII, marcan no ya el eslabón que anilla la continuidad de esta fama de santidad, sino un como principio de una nueva cadena. PALAFOX, el venerable obispo de Osma, notable aragonés de las Letras españolas, no ha procedido, como por continuación, tomando su apoyo en una fama de santidad, sino en la santidad misma que fluye con una fuerza de convicción de las cargas de conciencia de la Reina; unas cartas que no formaron parte de las razones de veneración de los citados coetáneos a la santidad de la Reina, porque estas cartas no la conocieron sus coetáneos; destinadas al fuego o al cofre cerrado, Fr. Hernando destinó estas dos cartas al cofre y no al fuego.

En el S. XVIII la santidad de la Reina está en todo el trenzado biográfico que le dedica el P. Enrique Flórez, autor de la España Sagrada; insiste Flórez en el aspecto de una vida entregada al servicio de Dios: "en todos sus pasos tenía por primera causa, la de Dios"; en la reforma de los Religiosos, "conformó su alianza con la causa de Dios"; la de Granada fue "empresa sagrada"; la Inquisición, "aquel santo negocio" (estamos dando textos del que es padre de la Historia Eclesiástica en España).

- Comienza el siglo XIX, con la irrupción en España de las ideas de la revolución francesa, y plantea al observador, inicialmente, un interrogante sobre la fama de santidad de Isabel la Católica. Pero se encuentra con la sorpresa; ya las Cortes de Cádiz, 1812, que suprimen la Inquisición en España, hacen un aparte con Isabel al enjuiciar sus principios en Castilla. Su portavoz, JUAN ANTONIO LLORENTE, es un admirador de la Reina, en cuanto a su dulzura de corazón, su limpieza de intenciones, su resistencia a establecimientos de rigor, su identificación con las normas pontificias; también en este asunto; la buena conciencia con que procedía en todo.

En la mitad del siglo XIX, ya se hace a la Iglesia española un envío concebido en términos como estos:

- "CONFESAMOS NO COMPRENDER cómo no se halla el nombre de la reina Isabel de Castilla en la nómina de los escogidos, al lado de los de san Hermenegildo y san Fernando".

Porque "a la luz de la más escrupulosa investigación NO SE DESCUBRE UN SOLO ACTO DE SU VIDA, PÚBLICA Y PRIVADA, QUE NO SEA DE PIEDAD Y VIRTUD".

Y el no poder venerar a esta Reina en los altares, canonizada por la Iglesia, es cosa que "sentimos de corazón". (M. Lafuente).

Diego Clemencín centra su atención en los Reyes Católicos, pero clava su mirada en la figura de la Reina Isabel, cuyas virtudes, comprobadas a lo largo de su estudio, ensalza sin rodeos en su obra Elogio de Isabel la Católica. Su otra producción, Ilustraciones será como clarinazos que proclaman abiertamente el grado trascendente y muy notable de las virtudes de la Reina Castellana.

En el año 1851, en que se celebró el IV Centenario del nacimiento de Isabel, entre los actos de clausura en Granada, el "maestro de maestros", don Ramón Menéndez Pidal, prorrumpió en espontáneas alabanzas hasta ensalzar y aun "divinizar", a la luz de los documentos que había manejado, a la figura de la Reina Isabel. Vendrán a sumarse a esta corriente laudatoria y no comprenderán cómo es posible aún tanta ignorancia "culpable" sobre la categoría espiritual y moral de la Reina Castellana, Ballesteros Beretta, Juan de Contreras Marqués de Lozoya; el Profesor De la Torre y del Cerro, su discípulo Don Luis Suárez Fernández, Rumeu Armas, José María Dousinague, Tarsicio de Azcona, el P. García Oro y tantos otros..., autoridades de primera línea en materia histórica, muchos de los cuales intervinieron como ponentes en la fase "Histórica Diocesana" del Proceso de Beatificación.

DE ENTRE LOS EXTRANJEROS

En el grupo alemán, se destacan, dos testigos: Münzer, y el fraile alsaciano, de la Observancia franciscana, "Comisario in curia" romana, Erhard Boppenberger; este último, a raíz de la muerte, (enero de 1505), escribió en carga mensajera: "Sanctisima dómina nostra mater et regina".

El médico de Nuremberg, Münzer, pero su testimonio, de 1494, describe una santidad con virtudes en altísimo grado, y la convicción: "credo quod Omnipotents, ex alto, hanc serenissimam mulierem, languenti Hispaniae misit"...

El italiano Lucio Marineo Sículo, venido a España en 1468, bajo la protección de don Fadrique Enríquez, Almirante de Castilla. Escritor fecundo y amante apasionado de España, fue capellán y cronista de don Fernando y dejó la estela de su admiración por los Reyes Católicos en la principal de sus obras: De rebus Hispaniae memorabilibus. En la Reina Isabel le agradan la paciencia, la pureza, su ánimo varonil, su justicia incorruptible, su piedad y gran religiosidad, tal como nos la describe en Vida y Hechos de los Reyes Católicos.

Pedro Mártir de Anglería, la considera en el rango de las santas canonizadas ya por la Iglesia, canonizable, por tanto, como ellas.

El conde de Castiglione, autor del "Cortessno": y Nuncio, en los años 1520-28, cuando la fama ha arraigado en esa generación que sobrevive a la Reina, la estudia en la opinión española, ayudado por el propio Sículo, su compatriota, al estudio y observación de esta fama de santidad en los pueblos de España: "Si los pueblos de España, señores y privados, hombres y mugeres, pobres y ricos, no se han puesto de acuerdo todos para mentir, entonces tengo que decir que no ha existido en nuestros tiempos ejemplo más claro de verdadera bondad, de grandeza de espíritu, de prudencia, de religión, de honestidad de cortesía, de liberalidad, en suma, de toda virtud, que la Reina Isabel".

No muchos más tarde, en 1521, el embajador veneciano ante Carlos V, Andrea Navagiero, trazaba en su Viaggio in Spagna un comentario semejante, al encontrarse con que "toda España" atribuía a la Soberana la causa poderosísima de la conquista granadina: Fue, escribe, rara y virtuosísima mujer, "fue rara e virtuosissima donna, de la cual en toda España se habla mucho más que del rey, aunque él también fue prudentísimo y raro en su tiempo". Al recoger Menéndez Pidal estos textos coetáneos califica a don Fernando justamente de "hombre genial, y cuya mayor grandeza, cuya mayor perspicacia política fue dejarse afectuosamente guiar en muchas ocasiones por una mujer en quien él reconocía mayor idealidad, mayor acierto y mayor pureza moral que en sí".

El bostoniano William Prescott, de religión protestante

- ha difundido en el extranjero, especialmente en los pueblos de habla inglesa, la versión más pura, religiosa y sublimada que haya podido salir de una pluma no católica; no son necesarios en Prescott los términos y vocablos canónicos; su obra es una suma de equivalencias para una fama de santidad.
- Simultáneamente, otro compatriota suyo, WASHINGTON IRVING, y en Madrid como él, daba aliento a esta fama y a su difusión en el extranjero. Isabel era "un corazón lleno de ternura y de sensibilidad", "la disciplina y humildad de su corazón", y "fue el suyo de LOS MÁS PUROS ESPÍRITUS QUE JAMÁS GOBERNARON LA SUERTE DE LAS NACIONES". "El nombre de Isabel brillará siempre con radiación celestial".

El hispanista británico MARTIN HUME:

"Resuelta y serena doncella". "En extremo piadosa". "De mística exaltación religiosa". "ERA UNA SANTA". "La santa reina". "Heroica mujer". "Fuerte hasta el fin". "Había obrado lo mejor que podía". "Dócil con los eclesiásticos".

Modelo, por otra parte, de hijas, de esposas y de madres; sencilla y llana en la intimidad doméstica; mayestática y brillante cuando las circunstancias del trono lo exigían; de honda fe, y por ello la ciudad que funda durante el cerco lleva el nombre de Santa Fe; de firme esperanza en medio de dificultades sin cuento; de ardiente caridad, pero sin merma de la justicia; de una fortaleza heroica, siempre imantada a cumplir la voluntad de Dios y levantar a su pueblo hasta la cumbre de la grandeza moral y material, sin reparar ni en la salud, ni en los peligros, ni en gastos, ni en contradicciones; de simpático gracejo, de fino y cultivado ingenio para recreo de los que la rodeaban en el hogar; hacendosa en los quehaceres privados, hasta remendar la ropa de su marido con la misma naturalidad con que tomaba Granada o trazaba la evangelización del Nuevo Mundo, la Reina Isabel la Católica pasó por el mundo como un ángel enviado por Dios a su pueblo. Jamás se deslumbró en los esplendores del trono; hiriola el dolor con agudísimas espadas, y así fortalecida y acrisolada en la perfección ascética, escribía a su confesor Fray Hernando de Talavera, a raíz del atentado contra el Rey don Fernando: "Pues vemos que los Reyes pueden morir de cualquier desastre como los otros, razón es de aparejarse a bien morir".

Es significativo que estando la Reina en el lecho de muerte, desde Medina del Campo encargó con toda urgencia a Montesinos, que se hallaba en el monasterio de San Juan de los Reyes en Toledo, le compusiese un poema dedicado por entero a la agonía de Getsemaní... Montesinos escribió su largo poema con este título: "Coplas por mandado de la Reyna doña Isabel, estando Su alteza en el fin de su enfermedad", que la Reina recitó como oración de súplica en sus últimos días de vida.

El testamento de Isabel la Católica es un modelo sin par en la Historia de todos los reyes cristianos conocidos hasta hoy. Un significado estudioso lo traduce como "las dulces palabras" de un testamento cristiano. Fue otorgado en Medina del Campo el día 12 de Octubre de 1504, fecha del Descubrimiento del Nuevo Mundo. En él, cree y confiesa firmemente todo lo que la Santa Iglesia Católica de Roma "tiene, cree, e confiesa, e predica", los Artículos, el Símbolo, los Sacramentos, protestando que en esa fe quiere vivir y morir. ¿Sólo esto? He aquí otro rasgo delicadísimo: "En la cual fe y por la cual fe estoy aparejada para por ella morir; e lo recibiría por muy singular y excelente don de la mano del Señor".

De la fórmula de recomendación de su alma escribió el P. Retana que es la más bella, la más sobrenatural y completa de todos los tiempos. Con razón el Cardenal Cisneros, al leerla en público, muerta ya la testadora, no pudo contener las lágrimas. "Sus palabras no son de reina, son de santa"; se adivinan entre líneas sus sollozos, y se oyen caer sus lágrimas con un dolor semejante al que sintieron las almas más puras y más enamoradas de Dios.

Conocido ya el palacio medinense, digamos que durante mucho tiempo se creyó que Isabel la Católica había muerto en el Castillo de La Mota. Algunos sospechaban que quizá este hecho hubiera tenido lugar en el palacio de la plaza, pero no había apoyatura documental. El historiador Llanos y Torriglia en un estudio sobre el tema se hace la misma pregunta, pero no pudo obtener una idea clara sobre un hecho histórico tan importante. Fue un hijo ilustre de Medina, el presbítero don Gerardo Moraleja Pinilla quien, después de ardua investigación, logró esclarecer la verdad y demostrar que el último aliento de la soberana de Castilla lo exhaló en el Palacio Real de la Plaza Mayor.

Habiendo llegado al final del camino, creemos oportuno contemplar a vista de pájaro el itinerario recorrido. De esta manera resplandecerá con más viva luz la unidad de este estudio y podrá condensarse en cortas líneas el retrato moral de Isabel la Católica.

Ascendía al solio de Castilla "por derecho propio", según la frase del historiador Ballesteros al comenzar el estudio de los Reyes Católicos, dejó en pos de sí una estela de virtudes que serán siempre acicate y ornamento del espíritu humano. Sin ellas el mandato tornase infecundo y hasta el mismo trono fácilmente se trueca en tablado de comediantes o en palenque de tiranía.

Campea, en primer término, como base de su vida religiosa, la piedad acendrada, de continuo atizada con la oración. De allí brotan su recogimiento en medio de los esplendores de la corte; sus devociones sólidas, especialmente a Jesús Sacramentado y a la Virgen María; la reforma de conventos, la erección de templos y monumentos religiosos, joyas del arte español; las fundaciones pías, como aquella de 1489 dotando a los franciscanos de Jerusalén con mil ducados anuales de oro, "de bueno et justo peso"; las veinte mil Misas que encarga por su alma en el testamento, y las otras veinte mil que deja en el Codicilo "por las ánimas de todos aquellos que son muertos en mi servicio". Misas, por otro lado, que habrán de encargarse en iglesias donde "más devotamente" se celebraren. Todos los datos revelan una piedad honda y vivida, y una santidad que no podemos dejar de percibir en esta nuestra santa reina católica.

BEATIFICACIÓN

Surge ahora una pregunta esparcida por tertulias y periódicos: si la reina merece puesto en los retablos. Si fue santa de altar. La pregunta suena con cierto aire de reproche a la Iglesia católica: ¿se atreverá el Papa a canonizar a doña Isabel? El tema dará mucho de sí en los años próximos.

A mitad del siglo XIX, los estudiosos de la reina, el norteamericano William H. Prescott y el español Modesto de la Fuente, confesaron su extrañeza por el retraso de la canonización. Antes y después del XIX, tantas personas e instituciones.

En el siglo XX, ya desde 1904 en Medina del Campo y por boca del predicador Real de Palacio, después Arzobispo de Compostela, fray Zacarías Martínez, se formula una opinión sobre la santidad de vida de la Reina Católica y una sugerencia de Causa de beatificación para los años posteriores.

Esto nos sitúa ya en los precedentes inmediatos de la Causa.

- Precedentes inmediatos

Esa misma voz tiene eco o coincidencia en la Real Academia de la Historia, por el conde de Cedillo, y en la Universidad de Madrid, por su catedrático de Historia D. Fernando Brieva y Salvatierra, y por su Rector D. Pío Zabala. Hasta que en 1924 Granada da los primeros paso para la organización de una Causa y de un Proceso de beatificación de la Reina.

- Sevilla, 1929. El Congreso Mariano Ibero-americano

Este Congreso, que no tenía a la Reina Católica por objeto, se convierte en ocasión espontánea para una aclamación de españoles y americanos replanteando la canonización de la Reina. Este ambiente del Congreso es recogido allí por el obispo Prior de las Ordenes Militares, don Narciso Esténaga, en su oración fúnebre por los descubridores de América, y el diario católico nacional "El Debate" da forma concreta a un proyecto bien montado de Causa de beatificación de la Reina (25 junio 1929, pág. 1), con lo cual entraba esta Causa en los dominios de la opinión pública del catolicismo español.

Granada se suma a la moción de Sevilla; y comienzan a manifestarse adhesiones por parte de los Prelados: el Nuncio Mons. Ragonesi; el cardenal Reig, arzobispo de Toledo; el cardenal Segura posteriormente; y contaban ya las de arzobispo de Granada cardenal Casanova y del arzobispo de Valladolid, Gandásegui:

Cuando en el año 1958, ante un ingente cúmulo de peticiones con larga historia de casi un siglo, se hacían los primeros intentos de incoar el Proceso Diocesano de Beatificación de Isabel I Reina de Castilla, desde Roma se recibió una previa indicación: antes de proceder a la apertura formal de la "Causa Histórica" era menester que se aclarasen y fuesen excluidos de toda duda determinados puntos concretos en el reinado de los Reyes Católicos, "conditio sine qua non", a fin de que el proyecto fuera viable. El entonces Cardenal Prefecto de la Sagrada Congregación de Ritos, Monseñor Gaetano Cicognani, aconsejó como estudio previo que allanara los caminos, la cuestión de la dispensa canónica para el matrimonio de Fernando e Isabel; la legitimidad del derecho al trono y las relaciones con doña Juana llamada "La Beltraneja" o "La hija de la Reina", las causas que motivaron la expulsión de los judíos de los reinos españoles y, por último, una cuestión de conveniencia cual era la "opinión de santidad" que sobre la Reina Católica había entre sus contemporáneos y en la historiografía posterior. Historiadores y canonistas expertos pusieron manos a la obra y al cabo de algún tiempo de investigación, que fue publicada, ofrecieron una explicación que resultó satisfactoria para el juicio que sobre ello formuló la Sagrada Congregación. La Causa, con el camino despejado, se abría canónicamente el día 3 de mayo del año 1958".

A partir de mayo de 1958 escudriñaron sistemáticamente los archivos, hasta exhumar una mole impresionante: ¡cien mil documentos! Escogidos 3.160, los presentaron a Roma encuadernados en 28 volúmenes.

Algunas mentes calenturientas dijeron que la propuesta de beatificación de esta Reina, había sido "un delirio del franquismo"…, lo que está en las antípodas de la realidad. Pero si hiciese falta atesorar más desatinos, aún podemos añadir que en medio del frenesí de la preparación de unas fiestas y conmemoración un tanto "mercantilista", allá en las conmemoraciones del "92", estuvo ausente y poco menos que proscrita la memoria de los Reyes Católicos y muy atenuado y aun velado el vigor espiritual y cristiano que constituyó el "alma" del Descubrimiento y Evangelización del Nuevo Mundo. No puede concebirse el Descubrimiento de América sin el celo por la difusión de la Fe que alentaba en el alma de los monarcas castellanos y más concretamente en el alma de Isabel.

Por su cuenta, en 1962 hicieron una petición de que la Reina Isabel, titular de su organización y de su revista, pudiese subir a los altares. Celebraban, en ese año, su International Convention Daughters of Isabella en Monreal (Canadá). La resolución número 2 de este Congreso, fue solicitar la beatificación de la Reina Isabel de España "the beatification of His servant Queen Isabella the Catholic of Spain, our patroness". (Del "Report" enviado a la Causa por Miss Julia F. Maguire). Este ejemplo lo siguieron las damas de la Sección de Filipinas, poniéndose en contacto con la Causa por medio de su Presidente doña Lorenza Adam, esposa del Dr. D. Francisco T. Dalupan, Rector entonces (1962) de la University of the East de Manila, quien, asimismo escribió a la Causa iniciada en Valladolid.

Con este ambiente creado por el Centenario de 1951, se llega a la iniciación de la Causa en 1958 en Valladolid.

- Iniciación canónica de la Causa en Valladolid. 1958.

En noviembre de 1953 tomaba posesión de esa archidiócesis D. José García Goldáraz. Al nuevo Prelado iban llegando los ecos, peticiones y documentos del centenario de 1951. En 1957 aprovechó su visita "ad Limina" para hacer reservadamente un sondeo sobre la viabilidad de esta Causa, en la S. Congregación de Ritos:

Como resultado de estos contactos, a su regreso de Roma lanzaba la idea públicamente, también como sondeo a la opinión española.

En abril de 1958, día 23, nombraba al Postulador. Y el 3 de mayo decretaba la apertura de la Causa y nombraba la primera Comisión Histórica.

La Comisión, terminaba sus trabajos en junio de 1970.

Un rescripto de la S. Congregación, del 3 de julio, declaraba al arzobispo de Valladolid autorizado para abrir el Proceso Ordinario diocesano.

Éste se iniciaba el 26 de noviembre de 1971 y se clausuraba el 15 de noviembre de 1972.

El 30 de marzo de 1974, concluía el primer Proceso de la Causa en Roma el de los Escritos de la Sierva de Dios, con la aprobación de la Positio super scriptis, por la S. Congregación para las Causas de los Santos.

Como cristianos sabemos perfectamente que la santidad, a la que estamos llamados todos los bautizados, es la explicación y la significación cada día más clara y profunda, del misterio de la Iglesia. En los santos, Dios nos ofrece un claro signo de su Reino que nos arrastre poderosamente hacia Él, en frase del Papa Pablo VI. Y añadía: "Y porque la Iglesia quiere fomentar con todas sus fuerzas la santidad en todos los fieles, nunca ha dejado de poner ante sus ojos los verdaderos ejemplos de santidad: los mártires y otros hombres y mujeres distinguidos en la práctica de las virtudes heroicas" (Letras Apostólicas Sanctitas clarior… para la ordenación de los procesos de beatificación, 19 marzo 1969).

Nosotros, ni ahora ni nunca queremos prevenir el fallo que en su día a este respecto pueda dar la Iglesia. A su recto juicio someteremos todos cuantos materiales constituyen el núcleo del proceso de virtudes. En espera del juicio definitivo, seguimos trabajando y deseando la meta anhelada que no es otra que la edificación cristiana del pueblo de Dios. Pero si puede añadirse otra, recordaremos que ahora se cumplirán 500 de la muerte de la Reina Católica, en cuyo testamento se compendia el resultado de una vida y el fundamento de la Fe Cristiana del Continente Americano que ella, con su esfuerzo, ofreció a Cristo.

Y como colofón citamos del Cardenal Herrera Oria, (cuyo Proceso de Beatificación se abrió en la Diócesis de Málaga), escribió en su tiempo, enjuiciando la actuación de la Reina Isabel nada menos que en un artículo editorial del prestigioso periódico El Debate:

"Ni la leyenda ni la poesía han nimbado su vida con milagros; su "leyenda dorada" es historia a plena luz"… "y sobre todo, veinte naciones católicas que a su espíritu apostólico deben en gran parte su evangelización… los enemigos de la fe católica la han llamado "fanática" porque era piadosa; la Iglesia y la Historia la han apellidado "La Católica". "No sabemos que ninguna mujer haya contribuido como ella a extender los límites de la Catolicidad"… "Todas las naciones de la Cristiandad la lloraron por ser espejo de todas las virtudes, escudo de los inocentes y freno de los malvados, dice el cronista Pedro de Anglería"… "Ella sería la patrona de la raza"… No es esto prevenir el fallo de la Iglesia, de la cual fue ella piadosa y sumisa hija: es la "vox populi", mejor "populorum" que la reverencian por sus excelsas virtudes de Reina, de esposa, de madre, madre de sus vasallos a los cuales amaba y servía como si fueran sus propios hijos".

 

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