SANTIDAD
DE ISABEL I DE CASTILLA, DENOMINADA LA CATÓLICA
En ese pueblo de Avila de tan poético
y sonoro nombre que se llama Madrigal de las Altas Torres,
poseían hacia la mitad del siglo XV los reyes de Castilla,
Juan II e Isabel de Portugal, un palacio modesto, especie
de casa fuerte, con adornos morunos, convertido al correr
el tiempo en convento de Agustinas, y que todavía subsiste
en lograda restauración arquitectónica contemporánea.
En él vino al mundo una niña, princesa de la
sangre real castellana, el 22 de abril de 1451, que aquel
año de gracia era día de Jueves Santo. El doctor
físico Toledo anotaba nostálgicamente unos decenios
más tarde en su puntual y enterado Cronicón:
"Nasció la Santa Reina Católica Doña
Isabel, fija del rey Dn. Juan II e de la reina Isabel, su
mujer, en Madrigal, jueves, 22 de abril, cuatro horas y dos
tercios de hora después del medio día... 1451
años".
Aquel veintidós de abril era un día
muy señalado porque celebraba la Iglesia la festividad
del Jueves Santo o de "La Cena". Jueves Santo en
Castilla con aquella densa carga de espiritualidad concentrada
de que gozó siempre tal festividad. Para quienes piensan
que las cosas no suceden "porque sí" tal
coincidencia pudo ser presagio del amor y devoción
que esta singular mujer había de profesar a la Sagrada
Eucaristía.
El monje agustino fray Martín de Córdoba
quien, como palaciego de la corte de Enrique IV había
conocido a la perfección cuanto de corrupto allí
acontecía, se apiadó de Alfonso y de su hermana
Isabel, dos almas puras en medio del cieno, cuando les fueron
arrebatados a su madre por la astucia del rey. Los distinguió
con su cariño y protección, los tomó
bajo su amparo, e influyó en el cultivo de su inocencia.
Él infundió en el ánimo de la infanta
la costumbre de recitar el Credo a la mañana y a la
noche para reafirmar en esas horas decisivas del día
y de la noche "firmemente lo que la Santa Iglesia nuestra
madre cree, refiriendo su fe a los sabios maestros e Doctores
de la Santa Iglesia". Compuso para Isabel un tratado
que tituló "Jardín de las nobles doncellas"
en el que se dan consejos y directrices para la educación
de jóvenes. Fue regalo de cumpleaños de la Infanta,
-cumplía 16-, el 22 de abril de 1467. La futura Princesa
debía ser según le exigía el donante,
"resplandor de castidad y de limpieza en todo este reino".
Otras de las fuerzas que influyeron en la
formación de la espiritualidad de la joven infanta
y de su hermano Alfonso fueron algunas personas de alto rango,
a quienes el rey don Juan II había comprometido por
su testamento para este menester. Eran el obispo de Cuenca
don Lope Barrientos y Fray Gonzalo de Yllescas Prior del monasterio
de Guadalupe, quienes hubieron de velar por la formación
íntegra de los infantes. En el testamento del rey se
decía que ambos testamentarios debían velar
por la educación cristiana de los infantes Alfonso
e Isabel hasta su mayoría de edad y asesorar a la reina
viuda, por cuyo trabajo les fueron asignados 150.000 maravedís
a cada uno como gratificación a sus trabajos.
¿Qué devociones piadosas fueron
las suyas; qué lecturas sagradas prefería y
a qué santos veneró con mayor fervor durante
su vida?
Los cronistas, atentos más a los sucesos
guerreros y políticos que al examen íntimo de
la vida y psicología de aquellos reyes, únicamente
dejaron caer algunas insinuaciones sobre estos problemas espirituales;
con todo, son bastantes las noticias para que, recogidas cuidadosamente,
se puedan señalar con verosimilitud las predilecciones
religiosas de Doña Isabel.
Como auténtica cristiana, profesaba
una devoción tierna y profunda al misterio central
de la Redención, para ella preferentemente significado
en la misa y en la veneración devota de la Santa Cruz.
Ya hemos escuchado varias veces la solemne ceremonia de enarbolar
esta señal cristiana en la torre más alta de
las alcazabas morunas del reino granadino, siempre que se
conquistaba alguna villa o ciudad de importancia. Sabemos,
además, por confesión de Marineo Sículo,
que rezaba todos los días las horas canónicas,
y repetidamente se oyen frases como estas en los cronistas
de entonces: "Mientras Su Alteza oía misa...,
oyendo misa..., acabada la misa..., etc.", costumbre
que debió ser en ella casi diaria. El mismo humanista
italiano hace constar la atención y reverencia con
que asistía al Santo Sacrificio: el cuidado con que
procuraba que todo resultase digno y devoto, fijándose
en las ceremonias de los asistentes y monaguillos y llevando
la vigilancia a pormenores tan pequeños como las faltas
de prosodia latina, o entradas a destiempo, o desafinación
en los cantores, de las cuales avisaba a los culpables al
concluirse la función de la capilla.
Este acatamiento en las ceremonias eclesiásticas,
sobre todo de la Santa Misa, manifestación de sus predilecciones
devotas, se encuentra apoyado por aquella diligencia, ya conocida
en la Reina, de proveer con generosidad al culto divino. La
Semana Santa era en su palacio rígida y austera, como
en el monasterio más recoleto y penitente.
Isabel, desde niña, mostró una
profunda devoción por determinados santos que le acompañaron
a lo largo de toda su vida, consolándola en sus muchos
días aciagos de su vida privada.
San Miguel, Príncipe de la Iglesia;
San Gabriel, mensajero celestial; San Juan Bautista, "precursor
e pregonero" de nuestro Redentor Jesucristo; los Apóstoles,
señaladamente San Juan Evangelista, amado discípulo
del Señor, "e Aguila caudal y esmerada, a quien
sus muy altos misterios e secretos muy altamente reveló,
y por su hijo especial a su muy gloriosa Madre dio al tiempo
de su santa pasión, encomendando muy conveniblemente
la Virgen al virgen". Santiago apóstol "Patrón
de mis Reinos"; San Francisco de Asís, seráfico
confesor, Patriarca de los pobres, "padre otrosí
nuestro muy amado y especial abogado"; San Jerónimo,
Santo Domingo, "en los cuales y en cada uno de ellos
yo tengo especial devoción"; finalmente, Santa
María Magdalena, "a quien así mismo yo
tengo por mi abogada".
San Juan Evangelista era un santo tradicional
en la familia de la Reina. Su padre se llamó Juan y
el mismo nombre llevó el de su marido Don Fernando.
Algo muy hondo debía representar el Apóstol
evangelista en la vida de la Princesa, cuando al cumplir el
voto emitido antes de la batalla de Toro quiso que el templo
llevase la advocación de San Juan de los Reyes, y que
Juan Guas, al decorarle con magnifica heráldica sostuviese
los blasones del ostentoso conjunto de flechas y yugos entre
las garras del águila sanjuanista. Hasta pensó
mucho tiempo en hacerse enterrar allí, idea que únicamente
desechó después de la conquista de Granada.
¡Qué bien suena y cuánto conmueve la mención
que del Apóstol hace la Reina en su testamento!: "A
honra señaladamente del muy bienaventurado San Juan
Evangelista, amado discípulo de Nuestro Señor
Jesucristo e águila caudal e esmerada, a quien sus
muy altos misterios e secretos muy altamente reveló,
y por su Hijo especial a su muy gloriosa Madre dio al tiempo
de su santa Pasión, encomendando muy conveniblemente
la Virgen al Virgen, al cual santo apóstol y evangelista
yo tengo por mi abogado especial en esta presente vida, e
así lo espero en la hora de mi muerte y en aquel muy
terrible juicio y estrecha examinación e más
contra los poderosos".
Entre los santos, sus protectores, tuvo siempre
al Apóstol Santiago; nombre venerado que repetían
desde tiempo inmemorial los españoles en sus luchas
contra los moros y que en la guerra de Granada fue también
grito de ataque, voz de batalla y exclamación triunfal.
San Francisco de Asís fue también
un santo preferido de la Reina Católica, y sus hijos
los observantes otro gran motivo de su amor.
¡Qué cordiales y devotas son
las expresiones testamentarias cuando recuerda al Pobrecito
de Asís!, "seráfico confesor, patriarca
de los pobres, e alférez maravilloso de Nuestro Señor
Jesucristo, padre otrosí muy amado y especial abogado
San Francisco". Luego vienen en el recuerdo otros amigos
de Dios: San Jerónimo, "Dotor glorioso",
y el santo amor nacional Santo Domingo, que "como luceros
de la tarde resplandecieron en las partes occidentales destos
mis reinos a la víspera e fin del mundo, en los cuales
y en cada uno dellos yo tengo especial devoción".
La mujer casta y la esposa ejemplar rezaba también
con una ilimitada confianza a la mujer rehabilitada por Cristo
y a la que se la perdonó mucho porque amó mucho:
Santa María Magdalena. Entre los santos protectores
de Isabel estaba ella, a quien tenía "por su abogada".
LAS LECTURAS
ESPIRITUALES DE ISABEL.
La obra agotadora del gobierno no impidió
a la reina consagrar largos ratos a la lectura y al estudio.
Su biblioteca, de unos doscientos volúmenes, poseía
muchos libros de piedad, entre los cuales sin duda buscaba
ella el alimento espiritual de la lectura.
Códices miniados, primorosamente escritos
por los mejores copistas; pergaminos, finas vitelas, pliegos
fuertes y blancos de papel, encuadernaciones de cuero en varios
colores, cerraduras de plata, grabados y dibujos en los lomos
y pastas, como aquella rosa "con un bollón de
plata de su Bribia". ¡Qué cuidado el que
ponían sus manos al volver y repasar aquellos sus tesoros
literarios sagrados y profanos con coberturas forradas de
brocado carmesí y cuero azul, con manos de latón
y primorosas guarniciones!
Códices de la Biblia, las visiones
de Isaías, el libro de Josué, los proverbios
de Salomón, los Evangelios, las visiones de San Juan,
la vida de los Apóstoles, todos los que hablan sobre
las razones de Daniel Profeta, el "Crisóstomo
sobre San Mateo", los diez y ocho libros de Santo Agostín
"de Civitate Dei", los diálogos de San Gregorio
y sus Homilías, la vida de Santa Paula, "las concordanzas
de la Santa Escritura", la Estoria de los Santos, la
regla de San Francisco, la vida de Santi Isidoro y las Etimologías,
los dones del Espíritu Santo, un breviario, un libro
"chequito de horas", y otro libro, pequeño
también, de las horas canónicas, la consolación
de la vida humana, el misal en lenguaje francés y la
Suma Contra Gentiles, de Santo Tomás de Aquino. Estos
y otros autores, constituían la biblioteca piadosa
de la Reina.
En medio de esta devoción cristocéntrica
se formó la Infanta Isabel, dentro del "renacimiento
espiritual". Con la lectura de la Biblia, se potenciaba
la devoción a la Santa Humanidad de Cristo que abarcaba
todos los momentos de la vida del Salvador. La mirada de Isabel
se clavó en el misterio de la Encarnación y
en la devoción a Nuestra Señora de la Esperanza.
Esta vigorosa vivencia cristiana española se alimentaba
con la lectura directa del Evangelio, sobre todo el de San
Juan, que Isabel llegó a recitar de memoria en largos
pasajes. Eran releídos y todos figuraban en la biblioteca
de la Reina Católica: el libro De Imitatione Christi,
Contentus mundi, Suma de Confesión, De Septem donis
Spiritus Sancti, El Luzero de Vida Christiana, La Vita Christi
del Cartuxano y otros muchos.
MANIFESTACIONES
EXTERNAS DE PIEDAD
Era natural este cuidado cuando su alma, profundamente
piadosa, vivía un ambiente de devoción y religiosidad
tan íntima que la dejaba ver siempre por encima de
aquellas victorias estupendas la paternal providencia de Dios,
que conducía todos los sucesos de su reinado a los
fines de su divina política sobre España. Esta
conducta de la Soberana respondía a una necesidad espiritual
de su alma, como era el agradecimiento a Dios por sus grandes
misericordias con ella y por la protección concedida
a sus estados y reinos, que se traducía espontáneamente
en los menores detalles de su conducta religiosa. Oía
Misa diariamente y rezaba las Horas canónicas como
un monje, cuenta Marineo Sículo. De nuevo nos sale
al paso el anónimo: "Ocupábase en los oficios
divinos muy continuamente, ni por eso dejaba la gobernación
humana. Era religiosa y devota a todas las religiones; tenía
gran caridad, suma prudencia, grandísimo favor de la
justicia, mucha modestia, gran honestidad y estudio de vida
apartada. Era ejemplar de buenas costumbres, magnánima,
liberalísima en mandas y dones repartidos por todo
el mundo. El autor del Carro de las Donas, al señalarnos
la raíz de sus triunfos: "Parecía que la
mano de Dios era con ella, porque era bien fortunada en las
cosas que comenzaba. Y esto permitía Dios porque siempre,
antes que comenzase las cosas, las encomendaba a Dios con
oración y ayuno y limosnas, y escribía a santas
personas que lo encomendasen a Dios".
Con el espíritu de oración juntaba
el de penitencia. En el convento de la Encarnación
de Sevilla pasó una cuaresma entera a pan y agua.
En la intimidad de la Corte doña Isabel
escogía aquellas personas que diesen de sí buen
olor de honestidad y discreción. Afectaba esto a la
educación de sus hijos, y conocido es el interés
extraordinario que puso siempre en el cumplimiento de sus
deberes maternales. Había escarmentado en cabeza ajena
y, por tanto, apartaba de su lado instintivamente cuanto de
lejos pudiera manchar la inocencia de los niños o provocar
escándalo en la Corte.
Figura en primer lugar la virtuosa doña Beatriz de
Bobadilla, amiga de doña Isabel desde la infancia y
compañera suya en los triunfos y en los reveses. Premióla
dándole por esposo a don Andrés Cabrera, fidelísimo
servidor e intachable caballero.
La reina católica mostró una
singular inclinación en tratar a mujeres de acreditada
santidad, como Leonor de Sotomayor, Teresa Henríquez
(la "loca del Sacramento", apelativo dado por el
Papa Julio II), Beatriz de Silva (culto a la Inmaculada Concepción),
y Juana de la Cruz (Cubas, Toledo) que está defendiendo
el sacerdocio femenino, y se publican sus sermones.
La Reina es considerada hoy en la Orden de
la Purísíma Concepción, de monjas franciscanas,
como cofundadora con Beatriz de Silva. Esta santa mujer, de
origen portugués, era dama de la Reina madre, doña
Isabel de Portugal. Una de las damas que honraban el cortejo
de aquella señora, que esparcía en la corte
de los padres de nuestra sierva de Dios, el olor de santidad
que la ha llevado a los altares.
Existió una estrecha relación
entre Beatriz e Isabel que era mucho más joven. Hasta
el extremo de ser nuestra Reina quien puso a disposición
de Beatriz de Silva, no sólo sus palacios de Galiana
en Toledo para primera sede de la Orden, sino toda la gestión,
con Roma y con la Orden de Franciscanos Observantes, para
la fundación. Muere Beatriz cuando la Orden no está
asentada aún, y es Isabel la Católica, quien
la lleva adelante sirviéndose del P. Juan de Tolosa
y, después, de Cisneros. Esperamos que los datos históricos
de esta relación y cofundación, que para la
una y para la otra, están en la S. Congregación,
sirvan para la beatificación de Isabel la Católica:
doble aspiración de la misma Orden actual de la Purísima
Concepción.
Un hecho que, entre tantos más, destaca
en ella en la promoción del culto divino en la Iglesia
de Castilla: el relativo a la Eucaristía. Pudiera estar,
y lo creemos así, dentro de esta promoción de
culto, y aun de la fundación de las asociaciones eucarísticas
para promoverlo, que llevó a cabo su íntima
amiga doña Teresa Enríquez, esposa del Comendador
Mayor don Gutierre de Cárdenas, ambos residentes en
Palacio. Es sabido que la Reina, secundaba iniciativas fundacionales,
como la de la beata Beatriz de Silva en la fundación
de las Concepcionistas franciscanas, de las que la Reina es
cofundadora, o las promovía por medio de otras personas.
De uno o de otro modo, la sierva de Dios es cofundadora, con
doña Teresa Enríquez, llamada entonces y hasta
hoy, "la loca del Sacramento", de las asociaciones
que promovieron el culto y honor del Santísimo en las
iglesias de España: la que aún existe en San
Lorenzo in Dámaso en Roma, edificio de la Cancillería,
es también fundación de doña Teresa Enríquez.
Pues bien, dentro de esta promoción
de culto eucarístico, que llega hasta las más
sencillas iglesias de las aldeas, está la carta que
la Reina escribe a todos los obispos del Reino, carta de ruego,
que no emana de la cancillería, sino de la cámara
de la Reina, y es una de las cédulas de la cámara.
El amor a Jesucristo Redentor, tiene en la
Reina una manifestación y prueba externa; entre tantas,
la Vita Christi de Ludolfo de Saxonia, estaba siendo en la
Europa del siglo XV una honda cimentación escriturística
y ascética, en la Exégesis, y en la vida de
las almas, de alta dimensión histórica en aquella
"devotio moderna".
El fruto que estaba produciendo en la Cristiandad
europea este libro, extendido por haberse escrito en latín,
la lengua internacional de cultura de entonces, era incalculable.
La Reina, que sabía el latín, que lo hacía
enseñar en sus escuelas palatinas, que era ya, a fines
del siglo, lengua conocida de las generaciones jóvenes
de hombres cultos educados al amparo de ella; que la sabían
y dominaban sus hijas, se daba cuenta de que no la dominaba
ya el pueblo; la desconocían las monjas en los monasterios;
los legos de las Ordenes Religiosas; la mayoría de
la masa popular. Como punto de programa de educación
cristiana del pueblo, estuvo en su mente el hacerles llegar
a todos en lengua castellana, la figura y vida de Cristo como
aparecía, llena de calor vital, en aquel exegeta y
monje, el Cartujano.
El Vita Christi fue alimento espiritual de
Isabel de continuo, tanto le agradaba su lectura y tan aficionada
estaba a él que, para difundir su lectura encargó,
siendo ya reina, a Fray Ambrosio de Montesinos, uno de sus
poetas espirituales favoritos, que lo tradujese al castellano
con lo que el gran público pudiera aprovecharse de
su contenido. Poeta y prosista de grave, castizo y elegante
estilo, realizó la traducción en noble y robusto
lenguaje por lo que es una de las mejores muestras de la prosa
de aquel tiempo en frase de Menéndez Pelayo. Tanto
era el deseo de tener en sus manos esta edición, que
la Reina en carta a su confesor Fray Hernando de Talavera
le ruega que mande al amanuense que "no alce la mano
del Cartuxano ansí en su romance y en el latín
juntamente, como yo le dixe hasta acabarlo". Montesinos
concluía su trabajo en 1499.
Los quilates de su humildad se afinaron en
el acatamiento a la realeza de Enrique IV, mientras él
viviera, en las mansas respuestas a Talavera, en la sencillez
de su vida, cuando no exigía otra cosa la magnificencia
regia, y en las disposiciones para su muerte, que en una sepultura
"baxa" y "sin bulto alguno" sepultaría
toda la gloria humana.
De su pureza y recato se han hecho lenguas
incluso sus mismos detractores, rendidos ante la evidencia.
Saben perfectamente que la acecharon peligros sin cuento,
dentro y fuera de su propia casa, especialmente en los días
de su juventud y en la corte de su hermano, donde toda liviandad
tuvo su asiento. Resistió, sin embargo, a toda tentación,
mantúvose incontaminada en medio del fango, y despidió
siempre de sí el buen olor de la honestidad cristiana.
Ocasiones frecuentes para ejercitar la paciencia
brindóle Dios a la Reina de Castilla. Por amor a la
brevedad, aludamos solamente a las tremendas desgracias familiares,
en contraste con los éxitos resonantes de su reinado.
Mientras los triunfos políticos y militares se desplegaban
como palmeras al sol, la muerte segaba en flor las ilusiones
puestas en sus hijos o las abatía con los más
duros infortunios. Engendró una dinastía de
reyes, pero los tronos se cambiaron rápidamente por
sepulcros. En aquel largo calvario, doña Isabel no
exhaló una queja, y anegada en llanto besó la
mano de la divina Providencia, que un día le regalaba
un Nuevo Mundo y otro hundía a su primogénito
en la tumba.
El palacio donde residió la reina en
Medina del C. parece ser que se encontraba en la plaza mayor
de esta ciudad, lugar donde dictó su Testamento, falleciendo
poco después.
Sabemos también que en el interior
de este palacio pendían de sus muros tapices y colgaduras,
no como signo de riqueza y lujo, sino como encubridores de
pobres muros encalados, pero además, avivaban la devoción
porque casi todos representaban temas religiosos y muy devotos.
En el recuento que de los bienes de Su Alteza se hizo a poco
de su muerte, aparecen en esta casa de Medina un buen número
de tales "paños de devoción", comprados
a un tal Matías Guirla, tapicero flamenco.
- Uno, bordado de sedas y oro representaba
el Nacimiento de Cristo "que le tiene Nuestra Señora,
desnudo, en el regazo".
- Otro, que tenía por motivo una Crucifixión
con la Magdalena a los pies "que tiene una mano en el
clavo de los pies y tiene un manto verde".
- Un tercero de estos paños representaba
a Nuestro Señor "quando pidió el agua a
la Samaritana".
- Otro, en que Jesús lava los pies
a sus discípulos; otro paño con Nuestra Señora
con el Niño Jesús en los brazos.
- Otro, que "tiene en el medio a Santa
Bárbara con una saya azul e un manto colorado".
Pulgar pone en labios de la atribulada Princesa
una oración encendida y apasionada con que solía
acabar sus correrías de propaganda y alistamiento por
las villas y ciudades del reino, personalmente recorridas
por Isabel para buscar el apoyo material, imprescindible en
la guerra: "Tú, mi Señor, decía
mirando al cielo con aquellos sus ojos de pureza; Tú,
que conoces los secretos del corazón, sabes que no
ha sido por caminos injustos ni por astucias, ni por tiranías,
sino creyéndome con derecho, como han venido a mi estos
reinos que fueron del rey mi padre; ni yo he intentado alcanzarlos
sino para que lo que los reyes mis antepasados conquistaron
con tanto derramamiento de sangre no venga en generación
ajena. A ti, Señor, en cuyas manos es el derecho de
los reinos, suplico humildemente que oigas agora la oración
de tu sierva, e muestres la verdad e manifiestes tu voluntad
con tus obras maravillosas: porque si no tengo justicia, no
haya lugar de pecar por ignorancia, e si la tengo me des seso
y esfuerzo para la alcanzar con el ayuda de tu brazo, porque
con tu gracia pueda haber paz en estos reinos que tantos males
a destrucciones fasta aquí por esta causa han padescido".
Esto oían decir a la Reina muchas veces en aquellos
tiempos en público, y ésta decía que
era su principal rogativa a Dios en secreto.
Una guerra estuvo a punto de estallar con
Francia, a la que se opuso con todas las fuerzas de su oración
y sacrificios, para que no se derramase sangre de cristianos.
La cuestión es que los franceses se retiraron sin pelear.
En este mismo contexto de fronteras está el problema
que se planteó con los peregrinos franceses a Santiago
de Compostela. Por hecho concreto y por presunciones sabias,
se llevó al Consejo Real la conveniencia de cortar
estas peregrinaciones que daban lugar a encubrir otras filtraciones
en el territorio nacional. El Consejo propuso se cortase la
peregrinación. Pero la Reina se opuso terminantemente:
les dijo que prefería correr el riesgo antes de cortar
la peregrinación europea, principalmente francesa,
a Compostela, uno de los fenómenos de fe y de espiritualidad
más acusados en la Cristiandad europea, no sólo
medieval, sino de entonces y de perduración posterior.
VENERACIÓN
A LAS ÓRDENES RELIGIOSAS
Los religiosos encontraron en Su Alteza una
verdadera devota, lo cual no la impidió el que, venerando
a todos los Institutos, demostrase particular cariño
y atracción por los hijos de su gran Patrono, los observantes
del Pobrecillo de Asís. "Honraba, escribe Pulgar,
las casas de oración; visitaba con voluntad los monesterios
e casas de Religión, en especial aquellos do conocía
que guardaban vida honesta, dotábalos magníficamente
e placíale la conversación de personas religiosas
e de vida honesta".
De estas preferencias de Doña Isabel
sabían mucho los conventos de monjas y también
los monasterios de religiosos. Allá, en la Cartuja
de Miraflores, de Burgos, esperaban la sepultura magnífica
y definitiva que los labró Gil de Siloé, los
cuerpos de sus padres, Juan II e Isabel de Portugal, lo mismo
que los restos de su hermano, el desdichado infantillo Alfonso.
Su devoción filial y el amor a los de su sangre.
Fue una cuaresma en que Don Fernando no se
encontraba accidentalmente en Sevilla, donde tenía
la corte su mujer. Esta, devotísima de la Pasión
de Cristo y deseosa de darse más a la oración
y a la penitencia durante aquel santo tiempo, retirose al
convento de la Madre de Dios, que en la obra de la reforma
se había manifestado opuesto y reacio hasta el último
instante. Pero al fin la aceptó, y Doña Isabel,
para mantener aquellos buenos principios en las monjas, retirose
el monasterio durante toda la cuaresma, ayunando los cuarenta
días a pan y agua. Cuando la Reina se despidió
de las religiosas, preguntó a la priora qué
deseaba para la comunidad en pago del hospedaje, y la superiora,
que debía ser discreta y aguda, contestó sonriendo:
"Señora, lo que Su Alteza ha consumido: pan y
agua". Y la generosa Reina, escribe Coloma, que es el
que refiere la historia, concedió entonces al convento
a perpetuidad el agua toda de los caños de Carmona
y las suficientes fanegas de trigo sobre las rentas de las
alcabalas para surtir de pan al convento durante todo el año.
LA REFORMA
DEL CLERO Y DE LAS ORDENES RELIGIOSAS
Hemos de darnos por satisfechos con esta brevísima
referencia, que puestos a desentrañarla había
de llevarnos a trazar una detallada semblanza de aquel gran
franciscano que se llamó Jiménez de Cisneros,
brazo enérgico encontrado por la Reina Isabel para
entrar en los claustros y capítulos relajados, dejándolos
pronto tranquilos en la primitiva sencillez y observancia
de la regla fundacional o del estatuto eclesiástico.
Sin este apoyo de la Soberana, la renovación clerical
le hubiera sido casi imposible al arzobispo, pero sostenido
por ella, que acudió a Roma en busca de todas las asistencias
canónicas para Fray Francisco, pudo realizarse sacando
a la iglesia española del abismo de la incultura y
extirpando los abusos más graves, preparándola
de este modo para la decisiva batalla moral que el norte europeo
iba a reñir poco después con el mediodía.
Isabel volcó en la obra renovacionista
todo su poder de reina y su intrépida energía,
reservándose para sí misma la purificación
de los conventos de religiosas, en los que su bondad, trato
discreto y grandes dotes de corazón consiguieron los
más envidiables frutos ascéticos. Sólo
cuando no fueron bastantes estas soberanas dotes de insinuación
echó mano de la severidad, amenazando a los rebeldes
con penas canónicas y visitas rigurosas, que ella alcanzaba
de la curia de Roma. Pero el sistema peculiar suyo de atracción
fue casi siempre el de su feminidad y su dulzura.
Soñaba doña Isabel, desde niña,
con la reforma de las costumbres en el pueblo cristiano y
en el Clero, aunque no tanto como en los días en que
Dios colocó la corona sobre sus sienes. Menéndez
Pelayo, en la Historia de los Heterodoxos, trazó un
cuadro elocuente de la necesidad de la reforma, distinguiendo
cuidadosamente la verdadera de la falsa. En cuanto a la primera
-añade textualmente-, "la gloria principal debe
recaer" en la magnánima Isabel y en Fr. Francisco
Jiménez de Cisneros.
Los cronistas y escritores hablan de sus sencillas
visitas a las casas de monjas, con su rueca en la mano o su
labor de costura en un cestillo. Llamábalas al estrado,
y allí, delante de todas y como quien venía
a pasar con ellas un rato, se ponía a hilar o a coser
exhortándolas al recogimiento y guarda de la clausura
y a la observancia de sus reglas. "Y fue raro el convento
-escribe un historiador- en que más o menos no recogiera
el fruto de su piadoso trabajo y deseo".
De esta mezcla de reflexión y blandura
de nuestra Soberana y de arrebatado celo y decisión
de su confesor, surgió aquella obra magnífica
de la difumigación religiosa del clero y de las Ordenes
Religiosas de España, que años más tarde
evitaron a la Península sucumbir ante las incontenibles
corrientes heterodoxas desatadas desde Alemania por Lutero.
Llevaba la Reina tan en el corazón
este mejoramiento de las comunidades y del clero, y tan puramente
quería que se realizase, que en su testamento le consagró
un significativo recuerdo, inspirado sin duda en un presentimiento
de que podía degenerar en peligro cuando ella faltase:
"Item; por cuanto en el reformar de los monesterios de
estos mis reinos, así de religiosos como de religiosas,
algunos de los reformadores exceden los poderes que para ello
tienen, de que se siguen muchos escándalos e daños
y peligros de sus mismas conciencias; por ende, mando que
se vean los poderes que cada uno de ellos tiene y tuvieren
de aquí en adelante para hacer las dichas reformaciones,
y conforme a ellos, se les dé favor y ayuda y no más".
Sin llegar a una asepsia absoluta ni a una
renovación completa de la vida clerical y religiosa,
porque es imposible, se evitaron los escándalos y se
corrigieron las costumbres. Isabel y su Arzobispo habían
echado los cimientos de la reforma tridentina, y en esto,
como en todos los aspectos, recogen con gozo sus nietos lo
que en el reinado de sus abuelos se sembró entre preocupaciones
y trabajos.
Más interés encierran para el
propósito y finalidad de este trabajo los motivos que
decidieron a la Reina a intentar y llevar adelante, no sin
grandes pesadumbres, este mejoramiento de la vida cristiana
de sus reinos; y sin abordar la enumeración de los
excesos contados por Bernáldez y referidos con terrible
sencillez por Fernández de Oviedo en su Epílogo
Real, Imperial y Pontifical, es preferible contentarse con
transcribir unos renglones del franciscano Montesinos en su
proemio a la traducción de la Vida de Cristo, del Cartujano,
mandada hacer por Isabel de Castilla. En la discreta dedicatoria
a Su Alteza, recuerda Montesinos el agradecimiento que la
debe la Iglesia "por haber reformado la mayor parte de
las religiones de España, que apenas resplandecía
en ellas alguna pisada de sus bienaventurados fundadores,
reduciéndolas no sin dificultosa contradicción
a comunidad de verdadera observancia".
Aquella altísima norma de la conducta
de la Reina, recordada por un cronista suyo, "evitar
escándalos", adquiere en la reforma del clero
y de las Ordenes Religiosas todo su verdadero valor emocional.
Es cierto que la obra no se llevó a cabo sin oposición
y aun sin escándalos, porque las deserciones, apostasías
y fugas al Africa en busca de éticas más laxas,
fueron grandes; pero todo quedó abundantemente compensado
con los frutos posteriores que brotaron de aquella reforma
laboriosa.
Añadamos a todo esto la convivencia
con judíos y mahometanos, disfrazados unas veces y
otras no, la relajación de costumbres y el pagano deleite
de la vida que trajo consigo el Renacimiento. Era, escribe
el P. Cereceda, "una situación compleja y oscura,
en la que se atravesaba lo político con lo eclesiástico,
la conducta moral con la cívica, y sólo un impulso
enérgico e inteligente podía realizar aquella
vivisección necesaria e inaplazable para restablecer
la salud ética en todo el reino".
La reforma, adelantándose por ventura
muchos años al Concilio Tridentino, fue obra de la
"magnánima Isabel", en frase de Menéndez
Pelayo, secundada por Fray Francisco Jiménez de Cisneros,
uno de los hombres de más claro entendimiento y de
voluntad más firme que España ha producido.
Reclamaba urgentemente la auténtica reforma, que los
Reyes iban a emprender con ánimo resuelto y a prueba
de dificultades, el estado lamentable en que la sociedad cristiana
se encontraba. A la Reina le interesaba la geografía,
pero le interesaban más las almas. Abunda la literatura
en que se describen los vicios, sobre todo de los eclesiásticos,
con valentía y con crudo realismo. Los apuntamos sólo
"in aedificationem" y para quienes nos lean con
rectitud de intención.
El mismo Arzobispo Carrillo, mal avenido con
los rigores monacales, había lanzado un edicto prohibiendo
a los clérigos de su diócesis jugar a los dados
y vestir trajes de colores vivos. En la parte positiva ordenaba
que los sacerdotes celebrasen la Santa Misa al menos cuatro
veces al año y los obispos tres. Manga ancha, como
se ve, que denotaba un estado social de cruda relajación
en el terreno moral y religioso.
Existe un documento entre las Pragmáticas
del Reino, fechado en Zaragoza el 16 de diciembre de 1487,
en el que por un lado sale a la superficie el problema de
los amancebamientos de los clérigos, y por otro lado
-poniendo las cosas peor- se entregaba a las autoridades laicas
la fiscalización y el remedio de tamaño escándalo.
¿Qué saldría de tanta confusión
y desorden? Con buen acuerdo pidió la Clerencía
de Segovia que se prohibiese terminantemente la entrada de
seglares en las casas de los eclesiásticos, para indagar
si vivían deshonestamente con alguna mujer. Y sólo
con pruebas irrecusables se procedería a la prisión
y al castigo.
El cronista de Carlos V, Prudencio de Sandoval,
pone en boca de un religioso burgalés esta descripción:
"Hay monasterios con vasallos y muchas rentas; y sus
prelados, sintiéndose ya grandes señores, no
se conocen, antes se linchan y tienen soberbia y vanagloria,
de que se precian, y danse su comeres y beberes, e tratan
mal a sus súbditos y vasallos"... Y añade
esta coletilla picante: Lo que en su poder entra, no paga
diezmos ni primicias ni alcabalas; "y si ansí
se dexa, pronto será todo de monesterios".
La Iglesia está llena -escribía
en su Guía del cielo el dominico Fray Pablo de León-
"de necedad e ignorancia, de luxuria, de malicia y de
soberbia". "No tiene hoy la Iglesia mayores lobos
ni enemigos, ni tiranos, ni robadores, que los que son sus
pastores de ánimas y tienen mayores rentas" ...
"Obispotes" llamaba Fray Francisco de Osuna en el
Abecedario Espiritual a los malos obispos, en los cuales el
día de la muerte hará "gran gira"
el demonio. Juan Padilla, el Cartujano, declama contra la
simonía; otros predicadores tronaban contra la glotonería
y las inmoralidades que aquí no nos atrevemos a estampar.
Oíanse de nuevo los acentos de San Pedro Damiano y
de San Bernardo, execrando con frases aceradas las perversas
costumbres de muchos clérigos y monjes de su tiempo.
No resultó del todo fácil la
tarea, y menos aún cuando autoridades de ambos cleros
tenían intereses personales en la indisciplina y en
la relajación de las monjas. Pero ¡cuánto
contribuyó doña Isabel a reformarlas! No tuvo
inconveniente -como ya sabemos- en pasarse una Cuaresma en
la modesta hospedería del convento de la Madre de Dios
de Sevilla, ayunando a pan y agua. El eco de esos santos afanes
resonó en el Testamento de la Reina, preocupada al
borde del sepulcro por el éxito de la reforma.
Fue raro el convento de monjas -aseguraba
el erudito P. Flórez- en que más o menos no
se recogiera el fruto de tan piadosos trabajos y deseos. Sobre
la reforma en los monasterios de religiosos pueden servir
de muestra las cartas del Rey sobre Montserrat, que publicó
Antonio de la Torre en los Documentos Internacionales...
Costó harto más trabajo la de
los varones, y aún no hubiera llegado a feliz término
sin la tenaz y enérgica colaboración del Cardenal
Cisneros. Afortunadamente la reforma de los monacales había
comenzado casi con el siglo XV. Hizo la de los cistercienses
el abad del Monasterio de Piedra Fray Martín de Vargas,
apoyado por los Papas Martín V y Eugenio IV en la primera
mitad de ese siglo. Había empezado también la
de los dominicos, como la describe el P. Beltrán de
Heredia en su Historia de la Reforma de la Provincia, y ya
en 1478 y 1479 florecía la virtud en muchos conventos.
En las Cartujas reinaba la austeridad monacal; los agustinos
y los carmelitas se prestaron gustosos a emprender el camino
de la perfección; más cuesta arriba se les hizo
a los jerónimos por las muchas riquezas que poseían
y los falsos cristianos que se les metieron por las puertas;
con los franciscanos fue necesario librar batallas campales
que el P. Fernández de Retana describe tanto en su
Isabel la Católica como en Cisneros y su siglo. Aquí
no es preciso descender a más detalles. Bastará
con este bien elocuente que nos da Menéndez Pelayo:
"En Castilla más de 1.000 malos religiosos se
pasaron a Marruecos, para vivir a sus anchas".
Los Reyes habían obtenido del Papa
Alejandro VI una Bula a fines de 1494, autorizándoles
para reformar todos los conventos de frailes y monjas de sus
dominios. Bula que más tarde fue confirmada por Julio
II:
Habían pasado dos años. Y fuese
por la impetuosidad apostólica de Cisneros, nombrado
Visitador por los Monarcas, fuese por las protestas de los
que no querían que se pusiese el dedo en la llaga,
el 9 de noviembre de 1496 suspendía el Papa la campaña
reformatoria:
"Para poner fin a las querellas que continuamente
nos traen los religiosos, particularmente los de la Orden
de Menores de San Francisco, a causa de la reforma que Nos
tenemos cometida en esos vuestros reinos y dominios
fue decretado por concordancia de votos, en el consistorio
de nuestros VV, hermanos los Cardenales de la Santa Iglesia
Romana, que así a los religiosos enviados por el General,
como a los Comisarios deputados por Nos, se les inhiba la
prosecución de la reforma, y se les mande que totalmente
alcen la mano en este negocio, hasta que entendida la verdad
de todo, demos Nos providencia de disponer lo que más
convenga".
Llevó la Reina enorme disgusto y hasta
se propuso desistir de la tarea, desalentada y triste. Luego,
sin embargo, alentada sobre todo por Cisneros, decidió
no dar paso atrás e insistir ante el Romano Pontífice
en la necesidad de acabar con tantos escándalos y desventuras.
Al año siguiente, pensadas más despacio las
cosas, Alejandro VI autorizó la continuación
de la reforma.
A principios del año 1486, según
consta por las Bulas conservadas en el Archivo de Simancas,
Inocencio VIII aprobó las penas impuestas por los Reyes
Católicos a los clérigos y religiosos que vivían
deshonestamente. Y él mismo impuso otras, por indicación
de los Soberanos, a los clérigos de mala vida en la
Bula del 8 de septiembre del mismo año.
Llovieron de nuevo las amenazas y las persecuciones,
cometió Fray Gil Delfini aquel desacato con la Reina
que pudo costarle que el caballero aragonés Gonzalo
de Cetina le ahorcara con la cuerda de su propio hábito.
¡No importaba! Siguió adelante la obra reformatoria,
de nuevo se aspiraba en los claustros perfume de santidad,
los mismos franciscanos engrosaron las filas de los observantes,
y los nombres de San Pedro de Alcántara, de Santa Teresa
y de San Juan de la Cruz, el Beato Juan de Avila, San Ignacio
y San Francisco Javier, Santo Tomás de Villanueva,
San Francisco de Borja
marcan el más alto nivel
de aquella bienhadada reforma.
ISABEL LA
CATÓLICA ¿RACISTA?
Para la mentalidad medieval la Cristiandad
formaba una unidad substancial por lo que las guerras entre
países cristianos eran algo muy negativo. No así
la guerra contra los musulmanes, pues encerraba matices opuestos
porque en este caso la lucha revestía caracteres universales
y teológicos siguiendo la dicotomía "civitas
Dei-civitas diaboli". El propósito de expulsar
a los sarracenos del territorio español no obedecía
a "racismo" alguno, sino a llevar a cabo "la
causa de Dios" según se dice en los documentos
pontificios y en documentos de la Reina Isabel.
En cuanto al trato y consideración
que la Reina Isabel tuvo para los aborígenes de las
tierras descubiertas para la Corona de Castilla, nada tienen
de "racistas" ya que se quiso para ellos trato humano,
el don de la fe, la instrucción, el respeto de todos
sus derechos, incluso de aquellos que no les reconocían
las leyes de la época. Bastará recordar su conducta
para el cargamento de esclavos que trajo Colón. Conocida
es aquella piadosa cláusula del Codicilo al testamento
de la soberana por la que manda al Rey y a la Princesa su
hija y a sus sucesores, que
.
"non consientan ni den lugar que los
Indios vecinos y moradores de las dichas Indias y tierra firme,
ganadas y por ganar, reciban agravio alguno en sus personas
y bienes; mas mando que sean bien e justamente tratados. Y
si algún agravio han recibido, lo remedien".
Mas el núcleo central de estas consideraciones
han de centrarse necesariamente en la contemplación
de la solución al problema de la presencia de los judíos
en la Castilla del s. XV. He de hacer referencia a un magistral
artículo de prensa en el que un experto periodista
escribía sobre tan importante tema con ocasión
de la inauguración de la Exposición Universal
de Sevilla durante el V Centenario del Descubrimiento de América.
Hablando de la decisión de la expulsión de los
judíos de los reinos españoles, escribía:
"Aprovechar un acontecimiento como éste,
medio milenio después, para vilipendiar, porque ensombrecer
no pueden, la figura extraordinaria de Isabel, cuestionan,
sin ir mas lejos, cualquier conato de la Iglesia para elevarla
a los altares -cuando toda su acción política
y militar no puede entenderse sin el estandarte de la fe-
nos permite colegir con justeza que estamos en presencia de
espíritus retorcidos, faltos de perspectiva, alimentados
por un fuego digno de fray Tomás de Torquemada
insisto, quinientos años después
"contra
una Reina que culmina la Reconquista, aglutina la variedad
de reinos, alcanza la unidad religiosa, da un impulso sin
posibilidad de retorno al castellano como lengua del Imperio,
sitúa a España en el umbral mismo de la modernidad
eleva el nivel de vida de sus gobernados hasta extremos nunca
conocidos hasta entonces" (Ramón Carande) y descubre,
América. Nada más y nada menos".
El 12 de Octubre de 1492 fue día del
Descubrimiento de un mundo desconocido y dado a conocer; un
hallazgo que se va a hacer partícipe a toda la Humanidad.
En aquel descubrimiento predominaba, por el pensamiento y
voluntad de los reyes que lo habían propiciado, la
finalidad de hacer extensiva la fe cristiana, y por ello fue
preocupación de Dª Isabel y de D. Fernando obtener
la aprobación del Papa (el que coronaba emperadores
de Europa), las bulas de donación de tierras para el
cumplimiento de la misión evangélica.
Pensando, no en las condiciones de una conquista
meramente imperial, sino en el altísimo ideal de evangelizar
un Nuevo Mundo, y ofrecérselo al Divino Redentor, los
Reyes Católicos han obtenido del Vicario de Jesucristo,
Alejandro VI, que les fueran "concedidas por la Santa
Sede Apostólica las Islas y tierra firme del Mar Océano,
descubiertas e por descubrir".
"Nuestra principal intención -declara
la Reina- consistía en mirar primero por la conversión
y después por el bienestar material de los Indios".
De ambos aspectos se preocupa la Reina con maternal solicitud.
Había, pues, que "procurar inducir
y atraer a los pueblos dellas (de las Islas y tierra firme)
a nuestra Santa Fe Católica, y enviar a las dichas
Islas
Prelados e religiosos e clérigos, y otras
personas doctas y temerosas de Dios, para instruir los vecinos
y moradores dellas en la Fe Católica, e les enseñar
e doctrinar buenas costumbres, y poner en ello la diligencia
debida".
No hay alusiones a soldados ni negociantes,
sino exclusivamente a misioneros y catequistas, prontos a
ganar por la doctrina y la honestidad de las costumbres un
Mundo para Cristo. Es todo un programa de Evangelización
el trazado por la Reina e impulsado además por ella
con todo el calor de su corazón, con "forma de
infinita piedad" según Ballesteros Beretta.
Esta hija esclarecida de la iglesia, siempre
Católica, nunca lo fue tanto como al mirar con tan
tiernas entrañas por la conversión y bienestar
de los Indios. Decimos Isabel la Católica, y del mismo
modo, con el Codicilo en la mano, podríamos llamarla
Isabel la Misionera y Evangelizadora.
Algo de luz sobrenatural y como de aliento
profético debió sentir dentro de su espíritu
aquella mujer tan extraordinaria, la Reina más grande
del mundo, dice Retana, la Señora más señora
de su siglo, cuando al dictar tantas disposiciones y tan delicadas
muchas de ellas, su pensamiento de águila volaba de
tema en tema con asombrosa claridad y rectitud.
Podemos calentarnos a la hoguera de su grande
alma, recordando los avisos dados al comendador Ovando ante
las insistentes acusaciones contra Cristóbal Colón.
Figuran en la Colección Torres de Mendoza y los han
reproducido en todo o en parte los biógrafos modernos.
Nosotros completaremos los que ya analizamos más arriba.
"Porque Nos deseamos que los indios se
conviertan a nuestra Santa Fe Católica e sus ánimas
se salven, porque éste es el mayor bien que les podemos
desear
Para lo cual es menester que sean informados
en las cosas de nuestra fe
ternéis mucho cuidado
de procurar, sin les facer fuerza alguna, cómo los
religiosos que allí estén les informen y amonesten
para ello con mucho amor, de manera que lo más presto
que se pueda se conviertan, e para ello daréis todo
el favor e ayuda que menester sea".
Los ornamentos, por no haber tiempo para hacerlos,
habían de comprarse en los monasterios de Sevilla,
"bien cumplidos", a juicio de Fray Bernat Boyl.
En una remesa de obsequios que le enviaron, anotaba cuidadosamente
la Señora de su mano en agosto de 1494: "mándese
un vaso de plata para consagrar, y una tienda para decir Misa,
porque algunas veces van por tierra donde no hay casa, donde
se pueda decir".
Era costumbre inveterada y tenida por legítima.
Con el descubrimiento de unas tierras nuevas, la venta de
esclavos podría haber sido un negocio "rentable"para
las exhaustas arcas castellanas. Lo hacían otros
¿por qué Castilla tenía ya entonces que
ser "diferente"?
¿Qué clase de reina fue Isabel
I de Castilla que se atrevió a "oponerse"
a lo admitido por la Teología Católica y a la
praxis de los países de la Cristiandad en materia de
esclavos infieles? Es éste un punto clave que manifiesta
su peculiar modo de pensar en cuestión tan candente
como lo es en la actualidad el tema de los "derechos
humanos".
La Reina de Castilla se estaba adelantando
a la práctica de esa expresión, al menos en
dos siglos.
La venta de aborígenes americanos por
Cristóbal Colón, como esclavos, no tardó
en llegar a conocimiento de la Reina Católica, por
boca del obispo de Badajoz Don Juan Rodríguez Fonseca,
esta decisión del Almirante. Muy dolida exclamó
que quién era Don Cristóbal Colón para
hacer esclavos a quienes eran sus vasallos.
La soberana hace saber a Fonseca que él
mismo haga suspender inmediatamente toda venta de esclavos
y da la razón de esta cautelar suspensión: "porque
Nos querríamos informarnos de Letrados, Teólogos
e Canonistas, si con buena conciencia se pueden vender".
Inmediatamente la Reina encargó a una
comisión de Teólogos de Salamanca que estudiasen
la licitud del caso porque ella albergaba dudas muy graves
sobre ello.
En medio del entusiasmo descubridor, los Reyes
Católicos habían solicitado del Papa las bulas
llamadas "Alejandrinas" que son cinco y por ellas
se concedían a Castilla los derechos que desde antiguo
ya gozaba Portugal. Como consecuencia lógica de estas
concesiones, navegantes y exploradores, descubridores y conquistadores
de "tierras nuevas" esgrimían sus "derechos"
que tenían como cristianos civilizados, sobre los "infieles"
faltos de civilización y de fe y, por tanto, privados
de derechos
.
Cometen gran anacronismo quienes, al amparo
de ideas hodiernas, quieren enjuiciar acciones como la llevada
a cabo por la Reina haciendo frente a la mentalidad permisiva
de su tiempo. Pronto iba a aparecer el "Derecho de Gentes"
fruto del Renacimiento Cristiano, efecto de una renovación
de la mentalidad teológica puesta de manifiesto por
Francisco de Vitoria y otros.
Pero mientras tanto, la decisión de Colón sobre
la venta de esclavos para su provecho, se veía respaldada
y aprobada por teólogos y juristas. Ni se extralimitó
ni hizo nada nuevo sino seguir la costumbre. Nada se le podía
reprochar sobre el comercio esclavista y tanto el Almirante
como Antonio de Torres con sus navíos, podrían
haberlo realizado a gran escala. Pero contra este modo de
proceder se levantaba dentro de la conciencia de la Reina
Isabel una enérgica protesta, hija de un grave escrúpulo
que iba a constituir su gran gloria.
Isabel se está adelantando en un cuarto
de siglo a la formulación del "Derecho de Gentes";
en tres siglos, a la proclamación de los Derechos del
Hombre y en casi cinco siglos, a los proclamas de la O.N.U.,
en tema tan sensible como los Derechos Humanos.
No deja de ser significativo que el mismo
defensor de los indios. Fray Bartolomé de Las Casas,
"disfrutó" de los servicios de un esclavo
negro estando aún en Salamanca sin que su conciencia
se lo reprochara, pues los indígenas no cristianizados,
podían tomarse como esclavos para su formación
doctrinal y civilizadora. Incluso a Isabel, cuando niña,
se la hizo partícipe de esta doctrina.
Aquí irrumpe la postura singular y
discordante, la rebelión de la conciencia de la Reina
de Castilla: los esclavos vendidos por Colón pertenecían
en derecho a sus poseedores, que habían pagado un precio
ante el Escribano Público que autorizó el contrato
de compraventa. Entre tanto la Junta de Teólogos de
Salamanca deliberaba sobre la consulta pedida por la soberana.
Su deliberación, por difícil se hizo extremadamente
lenta de modo que pasaron largos años sin responder.
Hasta hoy no sabemos si respondieron o no y cuál fue
el sentido de su respuesta, pero no importa. Isabel ya había
resuelto por su cuenta. Designó a una persona de su
máxima confianza. Pedro de Torres, hermano de la que
sería Ama de la Casa del Príncipe Heredero,
doña Juana de la Torre, para que en el plazo de tiempo
más corto posible, fuese recogiendo, uno por uno, a
todos los indios vendidos, pagando por ellos el precio justo
a sus poseedores. Una vez recogidos y concentrados como "hombres
libres" en Sevilla, los embarcaría en carabelas
fletadas a este efecto que los devolviesen sanos y salvos
a su tierra de origen.
Por libramientos que se pueden hallar en la
Sección de Contaduría Mayor del Archivo General
del Reino se puede conocer la cuantía del rescate y
nadie pudo sentirse perjudicado. La Reina no ha reclamado
ni a Colón ni a cualquier otro. En breve plazo de tiempo
se fueron recuperando los esclavos hasta ponerlos en Sevilla
dispuestos a zarpar. Todos no, porque uno de ellos quedó
enfermo, pero ya libre, en Sanlúcar de Barrameda y
una niña india que quedó por su propia voluntad
en casa de Diego de Escobar, la cual dijo que no quería
volver a las Indias.
En adelante, entre las instrucciones dadas
a Colón, se le recalcaría "Y no habéis
de traer esclavos; pero si alguno dellos quisiere venir por
lengua, con propósito de volver, (=intérprete),
traedlo". Se admitió de un modo muy restringido
la esclavitud pero concretada a los pocos indios que no querían
abandonar sus inhumanas prácticas.
El Historiador Rumeu Armas cita un comentario
que a este suceso escribió el historiador iberoamericano
don Rafael Altamira: "Fecha memorable para el mundo entero,
porque señala el primer reconocimiento del respeto
debido a la dignidad y libertad de todos los hombres por incultos
y primitivos que sean; principio que, hasta entonces no se
había practicado en ningún país".
Por esta razón el Cardenal español
don Angel Herrera Oria pudo decir que esta Reina, si fuese
declarada santa por la Iglesia, "sería la patrona
de la raza hispana".
Gracias al celo apostólico de esta
mujer, también el Papa Juan Pablo II en sus numerosos
viajes apostólicos a las naciones iberoamericanas,
no deja de repetir y ponderar cómo en aquellas tierras
y en aquellas Cristiandades se nota la acción evangelizadora
de España. Suyas son estas palabras:
"Me urgía reconocer y agradecer
ante toda la Iglesia vuestro pasado evangelizador. Era un
acto de justicia cristiana e histórica
vosotros
que fuisteis capaces de aquella empresa gigantesca, sed fieles
a vuestra historia de fe
".
El Papa con estas autorizadas afirmaciones
parece estar respondiendo a aquel mandato de la Reina Isabel
expresado en su testamento.
Con qué fuerza de expresión
hablaron dos Presidentes de los Estados Unidos, reconociendo
en la Reina Isabel I de Castilla la defensa de las libertades
de los pueblos que Dios puso bajo el amparo de la Corona.
El Presidente Eisenhower tituló a la Reina Castellana
como: "Una Campeona de las libertades de los pueblos".
El Presidente Johnson se adhería al
proyecto de homenaje a Isabel la Católica juzgando
del más alto interés social la colocación
de su estatua en la rotonda del Capitolio de Washington.
En esta oleada de homenajes en Norte América
a la Reina Castellana, una preciosa estatua de la Reina Isabel.
"Madre de las Américas", preside el centro
de la gran rotonda del piso bajo del Capitolio de la ciudad
de Sacramento en el Estado de California en el que aparecen
en el centro la Reina Isabel, ricamente ataviada, conversando
con Colón al que acompaña su hijo Diego. El
grupo escultórico es obra muy importante por su magnificencia,
tamaño y ricos materiales, del escultor Mr. Larkin
Goldsmith Meade, artista norteamericano, residente en Florencia.
Gómez de Mercado concreta más
la visión como diremos enseguida. "Es la luz de
San Ambrosio, de San Agustín, de San Isidoro y de Santo
Tomás la que ilumina el testamento de Isabel I de España,
Reina Católica -primer documento jurídico de
la Hispanidad-, y la moral graba su sello en la política".
Otra nueva manifestación del espíritu
de fe y de piedad en Doña Isabel fue la suma reverencia
que siempre observó con los obispos y sacerdotes. En
esto existe también absoluta conformidad en los cronistas.
Pulgar dice que "honraba a los prelados
de sus reinos en las fablas y en los asientos, guardando a
cada uno su preeminencia según la calidad de su persona
e dignidad". El perfecto sentido que la Reina tenía
de la extensión y fines de la institución jerárquica
de la Iglesia la guió también en un aspecto
tan grave y trascendente como el de la provisión de
los obispados en lo cual -y existe constancia histórica
de ello- fue siempre felicísima y estuvo acertada.
"En el proveer de las iglesias que vacaron en su tiempo,
vuelve a observar Pulgar, hobo respeto tan recto, que pospuesta
toda afición siempre suplicó al Papa por hombres
generosos e grandes letrados de vida honesta". Don Fernando,
su marido, si se hace memoria, aprendió con grave sentimiento
suyo lo que Isabel pensaba y practicaba sobre este particular
al oponerse a que fuese nombrado arzobispo de Toledo el bastardo
del rey, Don Alonso de Aragón. Una cosa es absolutamente
cierta: que las designaciones hechas por la Soberana recayeron
siempre sobre personas dignísimas.
Recuérdese al cardenal Mendoza, a Cisneros,
a Talavera, Deza, Juan Arias, Alonso de Burgos, el dominico
Fray Pascual, Hurtado de Mendoza, Juan de Medina, Ramírez
Villaescusa y Alonso Fonseca, obispo de Cuenca. En esto parece
que la Reina tenía juicio cerrado como lo demostró
en la difícil negociación diplomática
sostenida con el Nuncio durante el pontificado de Inocencio
VIII. Pretendía Su Santidad otorgar a Rodrigo de Borja,
Vicecanciller de la Iglesia, el arzobispado de Sevilla, vacante
por muerte de Don Iñigo Manrique, y estando los Reyes
en la ciudad del Betis presentose el enviado papal con el
deseo de Su Beatitud. Negáronse resueltamente a la
concesión "porque no era razón que fuese
della proveída persona extranjera, por los grandes
daños e claros inconvenientes que da la tal provisión
se podían seguir en deservicio de Dios e daño
de aquella iglesia", sobre todo estando ausente y no
residiendo el prelado en estos reinos. Intervenía además
la circunstancia de que Sixto IV les había concedido
el derecho de presentación y en Castilla tenía
ya una historia demasiado larga y triste, lamentada por las
cortes en tiempo de Enrique IV, la perniciosa costumbre de
proveer en ausentes y extranjeros las mitras y prebendas eclesiásticas.
Tan enérgicamente protestaron ahora
nuestros monarcas, que el Papa desistió de su propósito
porque en el escrito explicativo le recordaban "que guardando
lo que complía a sus conciencias como católicos
príncipes, cuando acaescía vacar en sus reinos
alguna iglesia, siempre le suplicaban por personas dinas e
cuales complían a servicio de Dios e suyo, e a la buena
administración de las iglesias".
Inocencio VIII, que no ignoraba la exactitud
de la representación real cedió al punto y firmó
los nombramientos presentados por los monarcas españoles.
El Papa escribió el 23 de febrero de 1483 un hermoso
documento, que pone de relieve las "eximias virtudes"
de la Soberana y el alto aprecio que de ella tenía
el Pontífice Romano: "Por lo que se refiere al
asunto de los conversos -escribía Sixto IV- hemos visto
lo que sobre él nos dices, tan bien y con tanta prudencia.
Tu carta está llena de reverencia y religión
para con Dios Nuestro Señor, y nos alegramos grandemente,
querida hija de nuestro corazón, de que pongas en ese
negocio, por Nos tan deseado, toda tu diligencia y poder.
Porque, a la verdad, querida hija, conociendo como conocemos
las eximias virtudes reales con que el Cielo te ha enriquecido,
ninguna apreciamos tanto como tu religión, tu afecto
y tu constancia en la defensa de la fe ortodoxa. Y así,
alabamos y bendecimos tu santo propósito en el Señor,
y con el mismo fervor, suplicamos a tu Serenísima que
no consientas se propague esta peste por tus reinos.
Si queremos reflejar aquí la admiración
que produjo su SANTIDAD DE VIDA, no dejaremos de recordar
aquellas palabras del poeta, que decían:
Y ¿cuál es la maravilla que
así admiras muda y queda?
O es Teresa de Cepeda, o es Isabel de Castilla.
La visión idílica de Isabel
la Católica se apoya en loas casi unánimes de
quienes la conocieron.
Es fundamental la opinión de los coetáneos,
que conocieron y trataron a la Reina de cerca, o en la propia
domesticidad de la Corte y de la Capilla Real, y que, por
tanto, tienen la condición histórica y canónica
de testigos inmediatos; son los del siglo XV hasta 1504, año
de la muerte de la Reina.
El teólogo jurista y asceta maese Rodrigo
define a la reina: "Pura en fe. Entera en castidad. Profunda
en consejo. Fuerte en constancia. Constante en justicia. Llena
de real clemencia, humildad e gracia. Gloria de nuestros siglos.
Reina de las Reinas que vimos y leymos".
Diego de San Pedro dedica a la reina un hueco
en sus poemas. "La más alta maravilla/ de cuantas
pensar podéis,/ después de la sin mancilla,/
es la Reyna de Castilla". La sin mancilla, María
Virgen, naturalmente. Detrás, Isabel.
Algunos seglares lanzan, sin encogimiento,
el término "santidad", "santa".
Lo pone siempre que le sale una noticia de la Reina, en su
Diario, su médico doméstico ("de cabecera"
diríamos hoy) el Dr. Toledo, el que acompañó
siempre a la Reina en sus viajes continuos de gobierno y de
necesidades de guerra; ya desde los azares de la sucesión,
hasta las jornadas de Granada. El Dr. Toledo estaba siempre
a su lado en cualquier parte. Y así, cuando anota su
nacimiento (este doctor lo era ya de la madre de la Reina):
"1451. Abril 22. Nasció la sancta Reyna Cathólica
doña Isabel... en Madrigal". No es vocablo impremeditado,
sino el usual cuando le sale una efemérides: "Don
Alfonso, hermano del dicho Rey Enrique cuarto; y, de padre
y de madre, de la sanctisima Reyna doña Isabel".
- "Luego que este don Alfonso murió, fue jurada
la sanctisima Reyna doña Isabel". "Por muerte
del dicho Rey don Enrique cuarto, sucedió la sanctisima
Reyna doña Isabel". "1504. Noviembre 26.
"Murió la cathólica e sancta Reyna doña
Isabel en Medina del Campo".
Sin encogimiento, asimismo, Gonzalo Fernández
de Oviedo, escribiendo, ya viejo, en 1555, con los recuerdos
de 1492 cuando entró por vez primera en la corte como
paje de la Reina: "Después que Dios llevó
a esta sancta Reyna...".
Anotamos en Oviedo una observación,
en castellano, igual a la que en latín, acabamos de
destacar en el Consejero anónimo:
"VERLA HABLAR ERA COSA
DIVINA EL VALOR DE SUS PALABRAS, E CON TANTO E TAN ALTO PESO
E MEDIDA QUE NI DEZIA MENOS NI MAS DE LO QUE DEBIERA".
El Cura de los Palacios la describe "honestísima,
casta, devota, discreta, verdadera, clara sin engaño,
muy buena casada, leal y verdadera y sujeta a su marido".
Hilaba con la rueca lo mismo que cosía las camisas
del Rey, su esposo.
- Rodrigo de Santaella; el testimonio del
canónigo y primer Rector de la Universidad de Sevilla,
es el más condensado, sobrio y contundente. 1495.
"Que muestra, sin debate, ser con vuestra Alteza la mano
de Dios... Pura en fe. Entera en castidad. Profunda en consejo.
Fuerte en constancia. Constante en justicia. Llena de real
clemencia, humildad e gracia". Son las suyas, "más
divinas que humanas hazañas".
En el siglo XVI. Viene ya la fama de santidad
en tiempo del Emperador.
- Pedro Mexia es un cronista imperial, pero
que anota un testimonio muy personal, que, críticamente
no tiene dependencias de otros. Mexia es un cristiano cabal,
de los que reaccionaron en el campo apostólico, frente
a las nuevas roturas doctrinales del luteranismo. Dice al
emperador sobre la Reina, "su abuela":
"Fue la más exçelente reyna
que ha habido en el mundo, y de más y mayores exçelençias
y virtudes dotada": "Extremadamente sabia, honesta,
discreta y prudente, y, sobre todo, devota y religiosa, y
ansí, piadosa y humana"; reinó "con
gran justiçia e ygualdad... por lo qual fue singularmente
amada de sus súbditos y vasallos, temida y reverençiada,
dellos".
El autor del "Carro de las Donas"
tiene una profunda observación sobre este punto. Hablando
del éxito que acompañó a la Reina en
casi todas sus empresas, indaga la razón de aquella
felicidad, y, como hombre creyente, expone así los
motivos de la decantada suerte de Isabel la Católica:
"Parescía que la mano de Dios era con ella, porque
era bien fortunada en las cosas que comenzaba. Y esto permitía
Dios porque siempre, antes que comenzase las cosas, las encomendaba
a Dios con oración y ayuno y limosnas, y escribía
a santas personas que lo encomendasen a Dios".
Más interesantes todavía son
los elogios del propio Boabdil en una carta de 22 de enero
de 1490, que trae Garrido Atienza en Las Capitulaciones para
la entrega de Granada. Faltaban dos años todavía
para la entrada triunfal en la ciudad. He aquí las
frases en toda su ampulosidad: "La Majestad alta, excelsa,
la sultana, la ilustre, magnífica, excelente, noble,
famosa, grande, princesa de reyes y grande de entre ellos,
la princesa, la sultana, la Reina doña Isabel".
- Para Fr. Bartolomé de las Casas,
es reiteradamente, "LA SANCTA REYNA". "Los
serenísimos príncipes, y singularmente la sancta
reyna doña Ysabel". Recuerda Fr. Bartolomé
en las parroquias de indios, los ornamentos enviados por la
Reina para el culto, especialmente que "dio uno de su
capilla, el cual yo vi, y duró muchos años,
muy viejo, que no se mudaba o renovaba, por tenello casi POR
RELIQUIAS, por ser el primero y haberlo dado la reyna, hasta
que de viejo no se pudo mas sostener".
Todo esto, y lo que explica de la santidad
de la Reina, se lo dijo marcadamente al Emperador en el "Catálogo
de los Reyes de España": "Allí dixe
parte de lo que vi e alcançe de aquella bendita Reyna
a su nieto el año de 1535".
Santa, sin más precisiones, la llamó
Colón, en carta a su hijo Diego, autógrafa,
al conocer la muerte de la Reina:
"Su vida fue siempre cathólica
y santa, y pronta a todas las cosas de su santo servicio".
Diríamos que tiene todo su sentido
el término en Fernando el Católico, su esposo;
o porque él lo sugirió, o porque lo estampó
en la carta del rey el que era secretario de la Reina, Miguel
Pérez de Almazán:
El Rey, sobre la Reyna: "Murió
tan santa y católicamente como vivió".
Y creemos que personalmente el Rey, porque,
en soledad ante su notario en el Testamento en Madrigalejo,
viviendo su segunda esposa doña Germana de Foix, habla
de su primera esposa doña Isabel:
"Doctada de tantas e tan syngulares exçelençias,
que ha sido, en su vida, exemplar en todos abtos de virtud
e del temor de Dios".
Los Papas contemporáneos dijeron sobre
Isabel:
o·Sixto IV encomió "su
sinceridad y piedad religiosa para con Dios".
o Inocencio VIII reconoció repetidas
veces que la Guerra de Granada constituía "La
Causa de Dios".
o Julio II hizo "cálido elogio
de los servicios extraordinarios prestados por los Reyes Católicos
a la Causa de la Iglesia".
o Alejandro VI con su amistad, apoyo y reconocimiento
y sobre todo, a través de las famosas "Bulas Alejandrinas"
puso las bases de legitimidad jurídica sobre las que
Fernando e Isabel hicieron efectiva la evangelización
de América. Él, a causa de los ingentes servicios
a la Iglesia, les concedió el título de "REYES
CATÓLICOS".
Y quedan así las cosas de la fama en
tiempo del Emperador, muy dispuestas para que se escribiese,
desde la propia Corte, la biografía de santidad, escrita
por el propio secretario áulico del cardenal flamenco
Adriano de Utrecht, el franciscano anónimo de Valladolid.
- Ya el siglo XVI fija con Fray José
de Sigüenza el concepto de santidad que él tiene
de la Reina Isabel; no solamente porque este clásico
de las Letras españolas, de la orden de san Jerónimo,
la apellide santa cuando le ocurre, sino porque va trenzando
como unidas por la santidad, las dos vidas; la del confesor
Fr. Hernando de Talavera, y la de la confesada, la Reina.
- Fray Luis de León. Hasta 1605 no
se publicó la Historia de la Orden de san Jerónimo.
Y ya en el siglo XVI, dejaba fray Luis de León el ejemplo
de "La perfecta casada", "dentro de España",
"sin salir de nuestras casas", "y casi en la
edad de nuestros abuelos", en "la Reyna cathólica
doña Isabel, princesa bienaventurada".
- Los principios del siglo XVII, marcan no
ya el eslabón que anilla la continuidad de esta fama
de santidad, sino un como principio de una nueva cadena. PALAFOX,
el venerable obispo de Osma, notable aragonés de las
Letras españolas, no ha procedido, como por continuación,
tomando su apoyo en una fama de santidad, sino en la santidad
misma que fluye con una fuerza de convicción de las
cargas de conciencia de la Reina; unas cartas que no formaron
parte de las razones de veneración de los citados coetáneos
a la santidad de la Reina, porque estas cartas no la conocieron
sus coetáneos; destinadas al fuego o al cofre cerrado,
Fr. Hernando destinó estas dos cartas al cofre y no
al fuego.
En el S. XVIII la santidad de la Reina está
en todo el trenzado biográfico que le dedica el P.
Enrique Flórez, autor de la España Sagrada;
insiste Flórez en el aspecto de una vida entregada
al servicio de Dios: "en todos sus pasos tenía
por primera causa, la de Dios"; en la reforma de los
Religiosos, "conformó su alianza con la causa
de Dios"; la de Granada fue "empresa sagrada";
la Inquisición, "aquel santo negocio" (estamos
dando textos del que es padre de la Historia Eclesiástica
en España).
- Comienza el siglo XIX, con la irrupción
en España de las ideas de la revolución francesa,
y plantea al observador, inicialmente, un interrogante sobre
la fama de santidad de Isabel la Católica. Pero se
encuentra con la sorpresa; ya las Cortes de Cádiz,
1812, que suprimen la Inquisición en España,
hacen un aparte con Isabel al enjuiciar sus principios en
Castilla. Su portavoz, JUAN ANTONIO LLORENTE, es un admirador
de la Reina, en cuanto a su dulzura de corazón, su
limpieza de intenciones, su resistencia a establecimientos
de rigor, su identificación con las normas pontificias;
también en este asunto; la buena conciencia con que
procedía en todo.
En la mitad del siglo XIX, ya se hace a la
Iglesia española un envío concebido en términos
como estos:
- "CONFESAMOS NO COMPRENDER cómo
no se halla el nombre de la reina Isabel de Castilla en la
nómina de los escogidos, al lado de los de san Hermenegildo
y san Fernando".
Porque "a la luz de la más escrupulosa
investigación NO SE DESCUBRE UN SOLO ACTO DE SU VIDA,
PÚBLICA Y PRIVADA, QUE NO SEA DE PIEDAD Y VIRTUD".
Y el no poder venerar a esta Reina en los
altares, canonizada por la Iglesia, es cosa que "sentimos
de corazón". (M. Lafuente).
Diego Clemencín centra su atención
en los Reyes Católicos, pero clava su mirada en la
figura de la Reina Isabel, cuyas virtudes, comprobadas a lo
largo de su estudio, ensalza sin rodeos en su obra Elogio
de Isabel la Católica. Su otra producción, Ilustraciones
será como clarinazos que proclaman abiertamente el
grado trascendente y muy notable de las virtudes de la Reina
Castellana.
En el año 1851, en que se celebró
el IV Centenario del nacimiento de Isabel, entre los actos
de clausura en Granada, el "maestro de maestros",
don Ramón Menéndez Pidal, prorrumpió
en espontáneas alabanzas hasta ensalzar y aun "divinizar",
a la luz de los documentos que había manejado, a la
figura de la Reina Isabel. Vendrán a sumarse a esta
corriente laudatoria y no comprenderán cómo
es posible aún tanta ignorancia "culpable"
sobre la categoría espiritual y moral de la Reina Castellana,
Ballesteros Beretta, Juan de Contreras Marqués de Lozoya;
el Profesor De la Torre y del Cerro, su discípulo Don
Luis Suárez Fernández, Rumeu Armas, José
María Dousinague, Tarsicio de Azcona, el P. García
Oro y tantos otros..., autoridades de primera línea
en materia histórica, muchos de los cuales intervinieron
como ponentes en la fase "Histórica Diocesana"
del Proceso de Beatificación.
En el grupo alemán, se destacan, dos
testigos: Münzer, y el fraile alsaciano, de la Observancia
franciscana, "Comisario in curia" romana, Erhard
Boppenberger; este último, a raíz de la muerte,
(enero de 1505), escribió en carga mensajera: "Sanctisima
dómina nostra mater et regina".
El médico de Nuremberg, Münzer,
pero su testimonio, de 1494, describe una santidad con virtudes
en altísimo grado, y la convicción: "credo
quod Omnipotents, ex alto, hanc serenissimam mulierem, languenti
Hispaniae misit"...
El italiano Lucio Marineo Sículo, venido
a España en 1468, bajo la protección de don
Fadrique Enríquez, Almirante de Castilla. Escritor
fecundo y amante apasionado de España, fue capellán
y cronista de don Fernando y dejó la estela de su admiración
por los Reyes Católicos en la principal de sus obras:
De rebus Hispaniae memorabilibus. En la Reina Isabel le agradan
la paciencia, la pureza, su ánimo varonil, su justicia
incorruptible, su piedad y gran religiosidad, tal como nos
la describe en Vida y Hechos de los Reyes Católicos.
Pedro Mártir de Anglería, la
considera en el rango de las santas canonizadas ya por la
Iglesia, canonizable, por tanto, como ellas.
El conde de Castiglione, autor del "Cortessno":
y Nuncio, en los años 1520-28, cuando la fama ha arraigado
en esa generación que sobrevive a la Reina, la estudia
en la opinión española, ayudado por el propio
Sículo, su compatriota, al estudio y observación
de esta fama de santidad en los pueblos de España:
"Si los pueblos de España, señores y privados,
hombres y mugeres, pobres y ricos, no se han puesto de acuerdo
todos para mentir, entonces tengo que decir que no ha existido
en nuestros tiempos ejemplo más claro de verdadera
bondad, de grandeza de espíritu, de prudencia, de religión,
de honestidad de cortesía, de liberalidad, en suma,
de toda virtud, que la Reina Isabel".
No muchos más tarde, en 1521, el embajador
veneciano ante Carlos V, Andrea Navagiero, trazaba en su Viaggio
in Spagna un comentario semejante, al encontrarse con que
"toda España" atribuía a la Soberana
la causa poderosísima de la conquista granadina: Fue,
escribe, rara y virtuosísima mujer, "fue rara
e virtuosissima donna, de la cual en toda España se
habla mucho más que del rey, aunque él también
fue prudentísimo y raro en su tiempo". Al recoger
Menéndez Pidal estos textos coetáneos califica
a don Fernando justamente de "hombre genial, y cuya mayor
grandeza, cuya mayor perspicacia política fue dejarse
afectuosamente guiar en muchas ocasiones por una mujer en
quien él reconocía mayor idealidad, mayor acierto
y mayor pureza moral que en sí".
El bostoniano William Prescott, de religión
protestante
- ha difundido en el extranjero, especialmente
en los pueblos de habla inglesa, la versión más
pura, religiosa y sublimada que haya podido salir de una pluma
no católica; no son necesarios en Prescott los términos
y vocablos canónicos; su obra es una suma de equivalencias
para una fama de santidad.
- Simultáneamente, otro compatriota suyo, WASHINGTON
IRVING, y en Madrid como él, daba aliento a esta fama
y a su difusión en el extranjero. Isabel era "un
corazón lleno de ternura y de sensibilidad", "la
disciplina y humildad de su corazón", y "fue
el suyo de LOS MÁS PUROS ESPÍRITUS QUE JAMÁS
GOBERNARON LA SUERTE DE LAS NACIONES". "El nombre
de Isabel brillará siempre con radiación celestial".
El hispanista británico MARTIN HUME:
"Resuelta y serena doncella". "En
extremo piadosa". "De mística exaltación
religiosa". "ERA UNA SANTA". "La santa
reina". "Heroica mujer". "Fuerte hasta
el fin". "Había obrado lo mejor que podía".
"Dócil con los eclesiásticos".
Modelo, por otra parte, de hijas, de esposas
y de madres; sencilla y llana en la intimidad doméstica;
mayestática y brillante cuando las circunstancias del
trono lo exigían; de honda fe, y por ello la ciudad
que funda durante el cerco lleva el nombre de Santa Fe; de
firme esperanza en medio de dificultades sin cuento; de ardiente
caridad, pero sin merma de la justicia; de una fortaleza heroica,
siempre imantada a cumplir la voluntad de Dios y levantar
a su pueblo hasta la cumbre de la grandeza moral y material,
sin reparar ni en la salud, ni en los peligros, ni en gastos,
ni en contradicciones; de simpático gracejo, de fino
y cultivado ingenio para recreo de los que la rodeaban en
el hogar; hacendosa en los quehaceres privados, hasta remendar
la ropa de su marido con la misma naturalidad con que tomaba
Granada o trazaba la evangelización del Nuevo Mundo,
la Reina Isabel la Católica pasó por el mundo
como un ángel enviado por Dios a su pueblo. Jamás
se deslumbró en los esplendores del trono; hiriola
el dolor con agudísimas espadas, y así fortalecida
y acrisolada en la perfección ascética, escribía
a su confesor Fray Hernando de Talavera, a raíz del
atentado contra el Rey don Fernando: "Pues vemos que
los Reyes pueden morir de cualquier desastre como los otros,
razón es de aparejarse a bien morir".
Es significativo que estando la Reina en el
lecho de muerte, desde Medina del Campo encargó con
toda urgencia a Montesinos, que se hallaba en el monasterio
de San Juan de los Reyes en Toledo, le compusiese un poema
dedicado por entero a la agonía de Getsemaní...
Montesinos escribió su largo poema con este título:
"Coplas por mandado de la Reyna doña Isabel, estando
Su alteza en el fin de su enfermedad", que la Reina recitó
como oración de súplica en sus últimos
días de vida.
El testamento de Isabel la Católica
es un modelo sin par en la Historia de todos los reyes cristianos
conocidos hasta hoy. Un significado estudioso lo traduce como
"las dulces palabras" de un testamento cristiano.
Fue otorgado en Medina del Campo el día 12 de Octubre
de 1504, fecha del Descubrimiento del Nuevo Mundo. En él,
cree y confiesa firmemente todo lo que la Santa Iglesia Católica
de Roma "tiene, cree, e confiesa, e predica", los
Artículos, el Símbolo, los Sacramentos, protestando
que en esa fe quiere vivir y morir. ¿Sólo esto?
He aquí otro rasgo delicadísimo: "En la
cual fe y por la cual fe estoy aparejada para por ella morir;
e lo recibiría por muy singular y excelente don de
la mano del Señor".
De la fórmula de recomendación
de su alma escribió el P. Retana que es la más
bella, la más sobrenatural y completa de todos los
tiempos. Con razón el Cardenal Cisneros, al leerla
en público, muerta ya la testadora, no pudo contener
las lágrimas. "Sus palabras no son de reina, son
de santa"; se adivinan entre líneas sus sollozos,
y se oyen caer sus lágrimas con un dolor semejante
al que sintieron las almas más puras y más enamoradas
de Dios.
Conocido ya el palacio medinense, digamos
que durante mucho tiempo se creyó que Isabel la Católica
había muerto en el Castillo de La Mota. Algunos sospechaban
que quizá este hecho hubiera tenido lugar en el palacio
de la plaza, pero no había apoyatura documental. El
historiador Llanos y Torriglia en un estudio sobre el tema
se hace la misma pregunta, pero no pudo obtener una idea clara
sobre un hecho histórico tan importante. Fue un hijo
ilustre de Medina, el presbítero don Gerardo Moraleja
Pinilla quien, después de ardua investigación,
logró esclarecer la verdad y demostrar que el último
aliento de la soberana de Castilla lo exhaló en el
Palacio Real de la Plaza Mayor.
Habiendo llegado al final del camino, creemos
oportuno contemplar a vista de pájaro el itinerario
recorrido. De esta manera resplandecerá con más
viva luz la unidad de este estudio y podrá condensarse
en cortas líneas el retrato moral de Isabel la Católica.
Ascendía al solio de Castilla "por
derecho propio", según la frase del historiador
Ballesteros al comenzar el estudio de los Reyes Católicos,
dejó en pos de sí una estela de virtudes que
serán siempre acicate y ornamento del espíritu
humano. Sin ellas el mandato tornase infecundo y hasta el
mismo trono fácilmente se trueca en tablado de comediantes
o en palenque de tiranía.
Campea, en primer término, como base
de su vida religiosa, la piedad acendrada, de continuo atizada
con la oración. De allí brotan su recogimiento
en medio de los esplendores de la corte; sus devociones sólidas,
especialmente a Jesús Sacramentado y a la Virgen María;
la reforma de conventos, la erección de templos y monumentos
religiosos, joyas del arte español; las fundaciones
pías, como aquella de 1489 dotando a los franciscanos
de Jerusalén con mil ducados anuales de oro, "de
bueno et justo peso"; las veinte mil Misas que encarga
por su alma en el testamento, y las otras veinte mil que deja
en el Codicilo "por las ánimas de todos aquellos
que son muertos en mi servicio". Misas, por otro lado,
que habrán de encargarse en iglesias donde "más
devotamente" se celebraren. Todos los datos revelan una
piedad honda y vivida, y una santidad que no podemos dejar
de percibir en esta nuestra santa reina católica.
Surge ahora una pregunta esparcida por tertulias
y periódicos: si la reina merece puesto en los retablos.
Si fue santa de altar. La pregunta suena con cierto aire de
reproche a la Iglesia católica: ¿se atreverá
el Papa a canonizar a doña Isabel? El tema dará
mucho de sí en los años próximos.
A mitad del siglo XIX, los estudiosos de la
reina, el norteamericano William H. Prescott y el español
Modesto de la Fuente, confesaron su extrañeza por el
retraso de la canonización. Antes y después
del XIX, tantas personas e instituciones.
En el siglo XX, ya desde 1904 en Medina del
Campo y por boca del predicador Real de Palacio, después
Arzobispo de Compostela, fray Zacarías Martínez,
se formula una opinión sobre la santidad de vida de
la Reina Católica y una sugerencia de Causa de beatificación
para los años posteriores.
Esto nos sitúa ya en los precedentes
inmediatos de la Causa.
- Precedentes inmediatos
Esa misma voz tiene eco o coincidencia en
la Real Academia de la Historia, por el conde de Cedillo,
y en la Universidad de Madrid, por su catedrático de
Historia D. Fernando Brieva y Salvatierra, y por su Rector
D. Pío Zabala. Hasta que en 1924 Granada da los primeros
paso para la organización de una Causa y de un Proceso
de beatificación de la Reina.
- Sevilla, 1929. El Congreso Mariano Ibero-americano
Este Congreso, que no tenía a la Reina
Católica por objeto, se convierte en ocasión
espontánea para una aclamación de españoles
y americanos replanteando la canonización de la Reina.
Este ambiente del Congreso es recogido allí por el
obispo Prior de las Ordenes Militares, don Narciso Esténaga,
en su oración fúnebre por los descubridores
de América, y el diario católico nacional "El
Debate" da forma concreta a un proyecto bien montado
de Causa de beatificación de la Reina (25 junio 1929,
pág. 1), con lo cual entraba esta Causa en los dominios
de la opinión pública del catolicismo español.
Granada se suma a la moción de Sevilla;
y comienzan a manifestarse adhesiones por parte de los Prelados:
el Nuncio Mons. Ragonesi; el cardenal Reig, arzobispo de Toledo;
el cardenal Segura posteriormente; y contaban ya las de arzobispo
de Granada cardenal Casanova y del arzobispo de Valladolid,
Gandásegui:
Cuando en el año 1958, ante un ingente
cúmulo de peticiones con larga historia de casi un
siglo, se hacían los primeros intentos de incoar el
Proceso Diocesano de Beatificación de Isabel I Reina
de Castilla, desde Roma se recibió una previa indicación:
antes de proceder a la apertura formal de la "Causa Histórica"
era menester que se aclarasen y fuesen excluidos de toda duda
determinados puntos concretos en el reinado de los Reyes Católicos,
"conditio sine qua non", a fin de que el proyecto
fuera viable. El entonces Cardenal Prefecto de la Sagrada
Congregación de Ritos, Monseñor Gaetano Cicognani,
aconsejó como estudio previo que allanara los caminos,
la cuestión de la dispensa canónica para el
matrimonio de Fernando e Isabel; la legitimidad del derecho
al trono y las relaciones con doña Juana llamada "La
Beltraneja" o "La hija de la Reina", las causas
que motivaron la expulsión de los judíos de
los reinos españoles y, por último, una cuestión
de conveniencia cual era la "opinión de santidad"
que sobre la Reina Católica había entre sus
contemporáneos y en la historiografía posterior.
Historiadores y canonistas expertos pusieron manos a la obra
y al cabo de algún tiempo de investigación,
que fue publicada, ofrecieron una explicación que resultó
satisfactoria para el juicio que sobre ello formuló
la Sagrada Congregación. La Causa, con el camino despejado,
se abría canónicamente el día 3 de mayo
del año 1958".
A partir de mayo de 1958 escudriñaron
sistemáticamente los archivos, hasta exhumar una mole
impresionante: ¡cien mil documentos! Escogidos 3.160,
los presentaron a Roma encuadernados en 28 volúmenes.
Algunas mentes calenturientas dijeron que
la propuesta de beatificación de esta Reina, había
sido "un delirio del franquismo"
, lo que está
en las antípodas de la realidad. Pero si hiciese falta
atesorar más desatinos, aún podemos añadir
que en medio del frenesí de la preparación de
unas fiestas y conmemoración un tanto "mercantilista",
allá en las conmemoraciones del "92", estuvo
ausente y poco menos que proscrita la memoria de los Reyes
Católicos y muy atenuado y aun velado el vigor espiritual
y cristiano que constituyó el "alma" del
Descubrimiento y Evangelización del Nuevo Mundo. No
puede concebirse el Descubrimiento de América sin el
celo por la difusión de la Fe que alentaba en el alma
de los monarcas castellanos y más concretamente en
el alma de Isabel.
Por su cuenta, en 1962 hicieron una petición
de que la Reina Isabel, titular de su organización
y de su revista, pudiese subir a los altares. Celebraban,
en ese año, su International Convention Daughters of
Isabella en Monreal (Canadá). La resolución
número 2 de este Congreso, fue solicitar la beatificación
de la Reina Isabel de España "the beatification
of His servant Queen Isabella the Catholic of Spain, our patroness".
(Del "Report" enviado a la Causa por Miss Julia
F. Maguire). Este ejemplo lo siguieron las damas de la Sección
de Filipinas, poniéndose en contacto con la Causa por
medio de su Presidente doña Lorenza Adam, esposa del
Dr. D. Francisco T. Dalupan, Rector entonces (1962) de la
University of the East de Manila, quien, asimismo escribió
a la Causa iniciada en Valladolid.
Con este ambiente creado por el Centenario
de 1951, se llega a la iniciación de la Causa en 1958
en Valladolid.
- Iniciación canónica de la
Causa en Valladolid. 1958.
En noviembre de 1953 tomaba posesión
de esa archidiócesis D. José García Goldáraz.
Al nuevo Prelado iban llegando los ecos, peticiones y documentos
del centenario de 1951. En 1957 aprovechó su visita
"ad Limina" para hacer reservadamente un sondeo
sobre la viabilidad de esta Causa, en la S. Congregación
de Ritos:
Como resultado de estos contactos, a su regreso
de Roma lanzaba la idea públicamente, también
como sondeo a la opinión española.
En abril de 1958, día 23, nombraba
al Postulador. Y el 3 de mayo decretaba la apertura de la
Causa y nombraba la primera Comisión Histórica.
La Comisión, terminaba sus trabajos
en junio de 1970.
Un rescripto de la S. Congregación,
del 3 de julio, declaraba al arzobispo de Valladolid autorizado
para abrir el Proceso Ordinario diocesano.
Éste se iniciaba el 26 de noviembre
de 1971 y se clausuraba el 15 de noviembre de 1972.
El 30 de marzo de 1974, concluía el
primer Proceso de la Causa en Roma el de los Escritos de la
Sierva de Dios, con la aprobación de la Positio super
scriptis, por la S. Congregación para las Causas de
los Santos.
Como cristianos sabemos perfectamente que
la santidad, a la que estamos llamados todos los bautizados,
es la explicación y la significación cada día
más clara y profunda, del misterio de la Iglesia. En
los santos, Dios nos ofrece un claro signo de su Reino que
nos arrastre poderosamente hacia Él, en frase del Papa
Pablo VI. Y añadía: "Y porque la Iglesia
quiere fomentar con todas sus fuerzas la santidad en todos
los fieles, nunca ha dejado de poner ante sus ojos los verdaderos
ejemplos de santidad: los mártires y otros hombres
y mujeres distinguidos en la práctica de las virtudes
heroicas" (Letras Apostólicas Sanctitas clarior
para la ordenación de los procesos de beatificación,
19 marzo 1969).
Nosotros, ni ahora ni nunca queremos prevenir
el fallo que en su día a este respecto pueda dar la
Iglesia. A su recto juicio someteremos todos cuantos materiales
constituyen el núcleo del proceso de virtudes. En espera
del juicio definitivo, seguimos trabajando y deseando la meta
anhelada que no es otra que la edificación cristiana
del pueblo de Dios. Pero si puede añadirse otra, recordaremos
que ahora se cumplirán 500 de la muerte de la Reina
Católica, en cuyo testamento se compendia el resultado
de una vida y el fundamento de la Fe Cristiana del Continente
Americano que ella, con su esfuerzo, ofreció a Cristo.
Y como colofón citamos del Cardenal
Herrera Oria, (cuyo Proceso de Beatificación se abrió
en la Diócesis de Málaga), escribió en
su tiempo, enjuiciando la actuación de la Reina Isabel
nada menos que en un artículo editorial del prestigioso
periódico El Debate:
"Ni la leyenda ni la poesía han
nimbado su vida con milagros; su "leyenda dorada"
es historia a plena luz"
"y sobre todo, veinte
naciones católicas que a su espíritu apostólico
deben en gran parte su evangelización
los enemigos
de la fe católica la han llamado "fanática"
porque era piadosa; la Iglesia y la Historia la han apellidado
"La Católica". "No sabemos que ninguna
mujer haya contribuido como ella a extender los límites
de la Catolicidad"
"Todas las naciones de
la Cristiandad la lloraron por ser espejo de todas las virtudes,
escudo de los inocentes y freno de los malvados, dice el cronista
Pedro de Anglería"
"Ella sería
la patrona de la raza"
No es esto prevenir el fallo
de la Iglesia, de la cual fue ella piadosa y sumisa hija:
es la "vox populi", mejor "populorum"
que la reverencian por sus excelsas virtudes de Reina, de
esposa, de madre, madre de sus vasallos a los cuales amaba
y servía como si fueran sus propios hijos".
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