El destino y los sueños.
En torno a estos temas se ha desarrollado hasta ahora
la corta carrera del director vallisoletano Iván
Sáinz-Pardo. Cuatro cortometrajes componen su
filmografía, pero tan corto bagaje ocupa dos
folios en su curriculum. Sólo 'El sueño
del caracol' obtuvo 36 premios internacionales y su
último trabajo, 'El laberinto de Simone', lleva
diez en los dos meses que han pasado desde su estreno
en el Festival de Cine de Las Palmas. Estas dos obras,
muy diferentes entre sí, se pasaron ayer en los
cines Broadway, donde tuvo lugar un coloquio con el
realizador, que en estos momentos está a punto
de concluir sus estudios de dirección en la prestigiosa
Escuela de Cine y Televisión de Munich. La sesión
era la presentación oficial de 'El laberinto
de Simone', un corto de claro acento borgiano en el
que realidad y sueño se confunden y que fue programado
en la última Semana de Cine de Medina del Campo.
«Pasamos
mucho tiempo de nuestra vida soñando consciente
o inconscientemente y me parece interesante indagar
en este asunto. En uno de los festivales que lo premiaron
estaba de jurado Alejandro Amenábar y me consta
que le gustó mucho. Y es que creo que tiene mucho
que ver con su trabajo», afirma.
Nada
tiene que ver este trabajo con 'El sueño del
caracol', rodado en blanco y negro y sin apenas diálogo.
Aquella historia de amor intimista y sutil, en la que
hasta los movimientos de cámara acompañaban
el acento lírico de la historia. En 'El laberinto
de Simone', Sáinz-Pardo ha arriesgado en la estética,
ha colocado lacámara de una forma nada convencional
y ha hecho que forma y fondo tengan mucho que ver. «Quería
contar así la historia aún a riesgo de
dejar fuera al espectador. Dejarlo fuera en el sentido
de que la información no se le da masticada,
de que los personajes son más fríos, la
niña apenas se comporta como una niña
unos minutos, el personaje de la madre también
es frío y conflictivo y no se le da la oportunidad
al espectador de idenfiticarse con ellos. Pero está
claro que el espectador lo entiende».
Lo
entiende si «el director no corta el cordón
umiblical con el espectador», algo que ocurre
cuando el creador no es sincero y se entrega a otros
intereses. Hasta ahora he rodado las historias que me
interesaban, por eso disfruto viéndolas. Eso
me parece importante».