La evangelización
del continente americano fue uno de los más preciados
sueños de la gran reina castellana y su ferviente anhelo
hizo que se transformara en utopía.
La visión
isabelina de las misiones americanas está cargada de
las esperanzas y el misticismo que alumbra la renovación
de la Iglesia española y consecuentemente nos encontramos
frente a una época inicial signada por el espiritualismo
de impronta savonaroliana que comenzaba a impregnar el compromiso
con la reforma y la observancia de muchos españoles,
actores anónimos de un nuevo concepto de España
cristiana.
Esta intuitiva
pasión por renovar los espacios imaginarios de la Iglesia
española es lógico que buscase una trasvase
a la empresa del evangelismo misionero que se iniciaba en
tierras americanas.
En última
instancia se trataba de ensayar la conciencia de un imperio
identificado con una cristiandad posible y con una universalidad
católica supracontinental que disponía de un
vehículo de comunicación humana como era la
lengua de Castilla.
Está
todavía por estudiar el verdadero sentido misional
de la conquista espiritual de las tierras descubiertas por
Colón pues entre la experiencia que hoy analizamos
y las Misiones jesuíticas del Paraguay se interpone
una rica literatura religiosa que ilumina infinidad de experiencias
anónimas llevadas a cabo en el Nuevo Mundo, las cuales
se inscriben en una nueva concepción de la otredad
americana que soñó y ensayó sus propias
utopías, muchas de la cuales estuvieron cargadas de
misticismo y espiritualidad, de fervor teológico y
de compromiso ascético.
El legado isabelino
de que los indígenas fueran "bien y justamente
tratados" se confirma con un testimonio digno de crédito
en ese ámbito como es el del P. Las Casas cuando escribe:
"Los mayores horrores de estas guerras
comenzaron
desde que se supo en América que la Reina Isabel acababa
de morir
porque su alteza no cesaba de encargar que
se tratase a los indios con dulzura y se emplearan todos los
medios para hacerlos felices".
Se puede afirmar
que la Isla de La Española fue el primer laboratorio
del encuentro entre España y América y sin duda
el conocimiento que tuvo la Reina Isabel de las tierras descubiertas
tenía sabor a trópico y a tropicalidad.
Sin embargo, pronto surgió una sociedad atormentada
por los desencuentros. A Santo Domingo acudían marineros,
transeúntes, soldados, viajeros, blancos, después
también negros, mestizos, ricos y pobres, banqueros
y aventureros, libertad y esclavitud, religiosos con torturados
por hondo misticismo y traficantes sin escrúpulos ni
moral dispuestos a imponer la ley del más fuerte en
la auténtica selva tropical.
Por ello hay
que tomar con precaución la tesis de Miguel Perera:
"La imposibilidad epistémica del europeo para
comprender aquella realidad sin precedentes -ninguna de las
categorías explicativas le servían para entender
el Nuevo Mundo- retardó por largo tiempo el descubrimiento
de las claves en que residía la exitosa adaptación
del hombre americano a su entorno".
Si bien es verdad
que el poder lo detectaron los vencedores también hay
que reconocer que la voz de los vencidos se sirvió
de las mentes más lúcidas de la Península
que denunciaron y escribieron sobre los títulos de
justicia con escándalo de los mismos españoles.
En el caso específico
de las costas venezolanas hay que dejar sentado que pronto
los grandes capitales de la Metrópoli desecharon el
área como poco rentable debido al escaso poblamiento
indígena y a la aparente pobreza en bienes comerciales.
Y en su lugar intensificaron el comercio de trueque entre
los españoles de las Antillas y los de los bordes de
la fachada caribeña de la llamada Tierra Firme.
La cornisa oriental
del subcontinente pasa a ser dominio exclusivo de los rescatadores
antillanos que buscaban la mano de obra que requerían
para sus plantaciones y obrajes en las islas. Para afianzarse
en estos objetivos consiguieron, en 1503, hacer creer a la
Corte hispana que la única forma de supervivencia española
en las tierras recién descubiertas consistía
en esclavizar a los caribes "comedores de carne humana"
y así procedieron a someter a muchos indígenas
mediante indignas estratagemas
para encadenarlos, marcarlos
con hierro candente y venderlos en Santo Domingo como esclavos.
Y mientras se
intensifica el comercio de trueque de perlas hispano-indio
comienzan a actuar de forma también violenta contra
los españoles las escuadras caribes que tenían
dos bases principales de operaciones: la isla de Grenada y
la "culata del Golfo de Paria", es decir, la costa
del río San Juan.
Como reacción
contra los abusos van a surgir en Venezuela dos fórmulas
pacíficas de incorporación del indígena
a la civilización occidental: la encomienda de cuño
señorialista de las "Islas inútiles"
(Curazao, Aruba y Bonaire) concedida a Juan de Ampiés
y en el extremo oriental las misiones carismáticas
de los franciscanos y dominicos en la costa cumanesa.
Las misiones
carismáticas propiamente dichas beben su origen en
el ya célebre sermón del P. Antonio Montesinos
en la Española, predicado el cuarto domingo de adviento
de 1511, cuando glosó el texto de Isaías "Ego,
vox clamantis in deserto" (XL, 23) para fustigar la extorsión
de que eran víctima los autóctonos por parte
de los encomenderos.
El historiador
colombiano Alberto Ariza se hace eco de Lewis Hanke para escribir
que "fue el primer grito a favor de los derechos humanos
en el Nuevo Mundo, hecho que dio un viraje a la Historia de
América, y constituyó uno de los sucesos más
trascendentales en la Historia Espiritual de la humanidad".
Tan violenta
fue la reacción de los funcionarios regios antillanos
que el propio monarca español ordena llamar a la Península
a los dominicos de la Española según se desprende
de una carta del Provincial de esa Orden religiosa, Fray Alonso
de Loysa, (26 de marzo de 1512), en la que les comunica la
versión que corre en la Corte, a saber, que "toda
la India, por vuestra predicación, está por
rebelarse" pues "tales doctrinas
son escandalosas
y aun de tal condición, que si se hubieran de cumplir,
no quedaría allí cristiano".
Tanto Fray Antonio
de Montesinos como Fray Pedro de Córdoba tuvieron que
presentarse ante el Rey Fernando y sus argumentos fueron tan
convincentes el propio Regente aprobó el ideario dominico
de misión carismática en la parte oriental del
litoral venezolano más castigado por los rescatadores
antillanos y establece que vayan "sin otra gente ni manera
de fuerza, como lo habían hecho los apóstoles,
a tierras no alborotadas ni escandalizadas de cristianos".
Esta es la partida
de nacimiento de las Misiones carismáticas. Un ensayo
de evangelización que intenta formar una república
indígena sin la infección ni contacto con los
españoles. Estamos ante una experiencia nunca conocida
en los imperios cristianos o paganos: la incorporación
del indígena a una fe religiosa aislándolo de
sus conquistadores pues ese contacto es tenido por escándalo
e infección. Todavía más, en el fondo
se planteaba un problema de categoría universal: la
posibilidad en la América indígena de una cristiandad
sin la hispanidad.
En 20 años
de vida americana la corona española profesaba su fe
en una visión optimista del indígena frente
a las tendencias y prácticas deshumanizadoras iniciadas
bajo el régimen del gobierno de Colón. Con mucha
propiedad plantea Beatriz Pastor el nuevo logro obtenido por
Antonio Montesinos como es el de alcanzar una "redefinición
del indígena americano" que según la mencionada
historiadora culmina en Las Casas pero que, según muchos
autores se prolonga, al menos, hasta las Misiones jesuíticas
del Paraguay.
En otro marco
ideológico distinto Pablo Ojer enfrenta una visión
renancentista la cual acepta la interpretación pesimista
del proceso humano como una sucesión de degradaciones
desde la primitiva Edad de Oro, pasando por la de Plata y
la de Bronce hasta la de Hierro y la Heroica para llegar a
una idea del indígena "dentro de la más
ingenua explosión de optimismo, como sobreviviente
de la Edad de Oro, descrita con tan brillantes trazos por
Ovidio en su Metamorphosis".
En este contexto
nacen las primeras misiones carismáticas en Venezuela
llevadas a cabo por dominicos y franciscanos en las costas
de Cumaná (1513-1521).
Como afirma
Pablo Ojer era "una quijotada este intento de transplantar
al paganismo tropical, los métodos de evangelización
apostólica aplicados a los pueblos greco-latinos".
El primer ensayo
a cargo de los dominicos corre de 1514 hasta mediados de 1515.
Las versiones de que disponemos no coinciden. Una se debe
a la pluma de Fray Bartolomé de las Casas quien viajó
de Santo Domingo a España con el P. Antonio Montesinos
y por ende dispone de información de primera mano y
la segunda es contemporánea y corresponde al investigador
alemán Enrique Otte quien asienta sus observaciones
de acuerdo con los cedularios relativos a Cubagua y Venezuela
. Pero la trayectoria histórica de su destrucción
fue clara: ante el cautiverio injusto del cacique del poblado
se dio un levantamiento de los indígenas que concluyó
con la muerte de los misioneros .
La segunda intentona tiene lugar en 1516, pues, la práctica
de la utopía requiere siempre del heroísmo del
espíritu. Lo dirige el propio Fray Pedro de Córdoba
y se instala en el Golfo de Santafé. En esta oportunidad
se trataba de una especie de Gobernación Espiritual
protegida con penas muy severas a los infractores.
Pero también
los franciscanos en su expansión misional hacia el
continente y en espacios paralelos temporales, se instalan
en su expansión misional en la boca del río
Cumaná (hoy río Manzanares) a fines de 1514.
La metodología misional de los hijos de San Francisco
era distinta a la de los dominicos pues protagonizaban una
utopía menos ideológica y mas espiritualista
porque trataba de redimir al indígena identificándose
con sus comunidades para inspirarles niveles superiores de
bienestar, cultura y religión. En este contexto pensaban
construir dos colegios para la educación de los niños
indígenas y además, desde Santo Domingo, debían
los Jerónimos enviar maestros de obras para el desarrollo
del poblado. En este experimento "estaba comprometida
la posibilidad de una república cristiana de aborígenes,
sin la trabazón del mestizaje".
Pero contra
este teórico coto misional militaban muchos intereses
creados. A los furtivos desembarcos de los españoles
se unió el de los indios vendedores de esclavos, los
cuales, a falta de compradores hispanos tenían que
trasladar la mercancía humana a los caribes de Cartagena
y Santa Marta.
Pero la hoguera
de la rebelión aborigen la encendió Alonso de
Ojeda (personaje totalmente distinto al célebre descubridor)
quien cautivó a algunos autóctonos. Entre el
3 y 9 de octubre de 1520 explotó la violencia indígena,
desde el Neverí hasta el Golfo de Cariaco, y en su
furor acabó con las experiencias misionales que con
tanto idealismo habían diseñado los dominicos
y los franciscanos.
Así se
hundía para siempre este idealista ensayo de evangelización
pura. La carencia de valores éticos y morales no llegó
a respetar la fragilidad de la utopía ni a despertar
significaciones adormecidas. La sociedad emancipada soñada
por estos misioneros ilusos trasmitiría los rostros
del sufrimiento a las generaciones posteriores como una añoranza
y como una tentación y su realización se llevaría
a cabo más tarde a través de las Misiones institucionales.
La Reina Isabel
había sabido interpretar los profundos intereses de
sus pueblos y se había sembrado en toda la tierra americana.
Y si el ensayo había fracasado la utopía convocaría
el imaginario de las grandes Ordenes Religiosas que responderían
con generosidad y creatividad al reto isabelino de la evangelización
del Nuevo Mundo.