TEMA: V Centenario

 

Cartel de los actos de clausura del V Centenario de la muerte de Isabel la Católica
Isabel la Católica

Una utopía isabelina: Las misiones carismáticas de Cumaná (1513 - 1521)

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UNA UTOPÍA ISABELINA: LAS MISIONES CARISMÁTICAS DE CUMANÁ (1513-1521).
José del Rey Fajardo s.j
Numerario de la Academia Nacional de la Historia
(Sillón S)
Caracas.

En la tarde del 26 de noviembre de 1504, en el llamado Palacio Testamentario de Medina del Campo, alcanzaba las orillas de la eternidad la gran reina de las Españas, Isabel la Católica.

Se presentaba ante el Dios de sus padres habiendo alcanzado los grandes sueños de sus antepasados. En primer lugar, la recuperación de la España católica tras 7 siglos de guerra frente al invasor árabe; en segundo término, la gesta oceánica había concluido con el descubrimiento de América; y finalmente, con la Gramática castellana de Antonio de Nebrija dotaba a la nueva España de la lengua como compañera del imperio. Así pues, al concluir su peregrinación terrena doña Isabel de Castilla legaba a su Patria el reto de un imperio y el compromiso de una fe vitalista así como el espacio del anhelo y la esperanza de los mundos nuevos descubiertos por Colón.

A la unidad de fe religiosa, se juntaba la unidad política y la unidad de lengua, vehículo fundamental para renovar el poder político y cultural, pues, como profetizaba Antonio de Nebrija, así como "los miembros y pedaços de España, que estaban por muchas partes derramados, se redujeron y juntaron en un cuerpo y unidad de reino, la forma y trabazón del cual assí está ordenada que muchos siglos, injuria y tiempos no la podrán romper ni desatar".

Y como toda genuina revolución nace en el silencio de un corazón iluminado, doña Isabel arquetipo de la mujer excepcional que diseñó la grandeza de España, apelamos esta tarde para recordarla a la serena prosa ática del historiador Tucídides, severo escrutador del devenir humano, quien pone en boca de Pericles las siguientes palabras:

"La tierra entera es el sepulcro de los hombres grandes. Lo que los distingue, en su patria, no son solamente las inscripciones funerarias cinceladas en piedra; sino que, a falta de epitafios, su recuerdo persiste más en la memoria de los pueblos lejanos que en sus propios monumentos".

Y para poder glosarla en prosa moderna la traduciríamos así: los hombres y mujeres excepcionales son reconocibles porque su conducta interpreta los profundos intereses de sus pueblos y de la humanidad toda, al mismo tiempo que intervienen poderosamente en las circunstancias inmediatas. Por ello, no quedan enterrados en sus tumbas, sino sembrados en toda la tierra. Su existencia habita sin señalización en cada uno, como presencia innominada más cercana a su corazón que a sus actos.

Ciertamente la Reina Isabel habita sin señalización en la conciencia histórica y moral de los que creen en la nueva patria que nace en 1492, pero, además, se sembró en las tierras americanas cuyos habitantes hablan la lengua de Castilla.

Y dentro de ese contexto queremos desarrollar nuestro tema: "Una utopía isabelina: Las Misiones carismáticas de Cumaná (1513-1521)".

Antes de entrar en materia debemos establecer un fundamento principista. Nos referimos a la tesis que Dominique Wolton establece para el mundo occidental: "No se puede hacer Europa sin el derecho, la democracia pluralista, los derechos del hombre o la libertad, como tampoco puede hacerse sin los valores espirituales e históricos que son constitutivos de su identidad".

El hecho religioso cristiano pertenece al núcleo mismo de la simbólica a partir de la cual se han interiorizado los ideales culturales de Occidente. Lo religioso ha establecido una enorme riqueza de reflexión sobre la vida y sobre la mayor parte de los símbolos y valores que constituyen el fundamento de nuestra sociedad. En última instancia el hecho religioso se presenta como una realidad que es propia de todas las culturas y de todas las sociedades. Más aún, sentenciará Tony Anatrella, "la dimensión religiosa es la dimensión fundante de la simbólica, de la que depende la sociedad".

Cada vez resulta más evidente el carácter imaginativo del ser humano y por ello la interpretación proyectiva de la vida pone en el primer plano la imaginación. Mas, cuando viene la luz de la inspiración trasciende la vida individual para invadir las formas de los colectivos, a "esos grandes cuerpos que son las naciones", en expresión de Descartes, las instituciones del pensamiento, los cuerpos culturales y el alma de las sociedades. Este es el caso de nuestra gran Reina doña Isabel.

Nuestro trabajo constará de dos partes. En la primera diseñaremos el horizonte para una visión concreta de la utopía isabelina sobre la otredad americana y en la segunda estudiaremos la primera utopía del subcontinete como fueron las misiones carismáticas en la costa de Cumaná.

1. La utopía isabelina

Si José Antonio Maravall afirma que el "siglo XVI fue una de las épocas de mayor carga utópica en la Historia moderna de Europa" , tal afirmación conviene extenderla también, con mayores títulos, a las tierras descubiertas por Colón, pues, como escribiera en 1774, el Padre Pedro Alonso O'Croveley "la conquista de las Indias llenó toda la vaga difusión de los imaginarios espacios de los hombres".

Las utopías anteriores a Tomás Moro pueden ser descritas, al decir de von Nell-Breuning, "como la conquista del futuro, la sumisión y exorcización del futuro, a fin de obligarlo a desarrollarse siguiendo las líneas de un modelo preconcebido".

Mas, la del humanista inglés debe ser entendida como una esperanza en las posibilidades del hombre y en la viabilidad de un esfuerzo ético y moral, más allá de la renovación del orden social y de las estructuras políticas de la sociedad.

Aunque la necesidad de modernizar es el sueño de todas las épocas , la utopía se define como una creación humana -imaginación de otros tiempos e invención de otros espacios- con voluntad constructora de futuro que apela a la razón y a la mano del hombre. Con sus debidas matizaciones, Ruyer la ha sintetizado en la siguiente frase: "Se trata del hombre que juega a ser dios, no del hombre que sueña en un mundo divino".

Comunidad de bienes, tierra en común, ausencia de propiedad privada, sentimientos de libertad, son elementos imprescindibles en el régimen de la coexistencia en cualquier utopía. Además, la naturaleza se erige en el patrón de un orden racional e inmanente que se presenta como paradigma de comportamiento y sistema de valores.

La conciencia y el querer utópicos no sólo constituyen "el sueño despierto más viejo del hombre", como diría E. Bloch, sino también cuando el futuro en su totalidad pertenece a la reserva escatológica de Dios, la historia pasa a ser profecía y la grieta cualitativa entre historia y escatología clarifica la dimensión suprahistórica, es decir, el Reino de Dios concebido como consumación eterna de todo aquello que en la historia permanece sin llenar y está siempre delante de la historia.

El ciclo de las utopías se inicia en el denominado continente de la esperanza, antes de que la obra del excanciller inglés, decapitado en la Torre de Londres el 6 de julio de 1535, se conociera en los mundos recién descubiertos.

Ciertamente, la otredad americana soñó y ensayó sus propias utopías, muchas de la cuales están cargadas de misticismo y espiritualidad y por ello pertenecen a un género distinto como es el de la utopía teológica y mística.

La primera sería la de los Gobernadores Jerónimos en la Isla la Española.

Seguirían de inmediato las dos intentadas en las costas venezolanas: las de los dominicos y franciscanos, en las que se comprometía la posibilidad de una república cristiana de aborígenes, sin la trabazón del mestizaje, desde Cariaco al Lago de Maracaibo . Y la lascasiana que caminaría por los mismos derroteros.

Pero, además, el discurso utópico americano nace de la confrontación entre el imaginario europeo de otros mundos presentidos -que la cartografía clásica y medieval recogía como "países legendarios"- y el Nuevo Mundo -ese otro mundo posible- que se imagina como mejor porque es depositario del anhelo y la esperanza perdidos en el Viejo Continente.

En la búsqueda de las raíces identitarias brota con pulcritud edénica la tesis de la marcha sin fin de las utopías en América Latina de Oswald Andrade , apasionante dinámica entre "Nuevo Mundo" y "espacio del anhelo", ese otro mundo posible que compromete el sueño y el imaginario de América.

Para el cristiano el límite y al mismo tiempo la apertura de las fronteras de la utopía es la escatología, cuyo futuro es también su trascendente.

Por ello, y aunque parezca un contrasentido, "puede decirse que el descubrimiento de América es el germen y motor de la filosofía moral y política de la modernidad" pues esta disciplina no inventa nada nuevo, y se limita a recoger la problemática planteada a partir del descubrimiento con el objeto de desarrollarla sobre la base de sus propios esquemas mentales, para traspolarla, al final, al ser de Europa.

En consecuencia: la filosofía de la modernidad europea fracasa porque no interpretó las claves del significado de la apertura del nuevo Mundo al no apreciar y valorar las diferencias de la otredad americana. Esta relación disociada entre el hombre europeo y la realidad americana fue concebida en términos de desigualdad lo que implicó un paso del ámbito puramente descriptivo al valorativo y se tradujo en el imperio del dualismo superioridad/inferioridad, negación evidente de su pretendida universalidad. Por ello, la modernidad del pensamiento occidental comienza y acaba en Europa y, por ende, su futuro, la modernidad, no es americana.

2. Las Misiones carismáticas

La evangelización del continente americano fue uno de los más preciados sueños de la gran reina castellana y su ferviente anhelo hizo que se transformara en utopía.

La visión isabelina de las misiones americanas está cargada de las esperanzas y el misticismo que alumbra la renovación de la Iglesia española y consecuentemente nos encontramos frente a una época inicial signada por el espiritualismo de impronta savonaroliana que comenzaba a impregnar el compromiso con la reforma y la observancia de muchos españoles, actores anónimos de un nuevo concepto de España cristiana.

Esta intuitiva pasión por renovar los espacios imaginarios de la Iglesia española es lógico que buscase una trasvase a la empresa del evangelismo misionero que se iniciaba en tierras americanas.

En última instancia se trataba de ensayar la conciencia de un imperio identificado con una cristiandad posible y con una universalidad católica supracontinental que disponía de un vehículo de comunicación humana como era la lengua de Castilla.

Está todavía por estudiar el verdadero sentido misional de la conquista espiritual de las tierras descubiertas por Colón pues entre la experiencia que hoy analizamos y las Misiones jesuíticas del Paraguay se interpone una rica literatura religiosa que ilumina infinidad de experiencias anónimas llevadas a cabo en el Nuevo Mundo, las cuales se inscriben en una nueva concepción de la otredad americana que soñó y ensayó sus propias utopías, muchas de la cuales estuvieron cargadas de misticismo y espiritualidad, de fervor teológico y de compromiso ascético.

El legado isabelino de que los indígenas fueran "bien y justamente tratados" se confirma con un testimonio digno de crédito en ese ámbito como es el del P. Las Casas cuando escribe: "Los mayores horrores de estas guerras… comenzaron desde que se supo en América que la Reina Isabel acababa de morir… porque su alteza no cesaba de encargar que se tratase a los indios con dulzura y se emplearan todos los medios para hacerlos felices".

Se puede afirmar que la Isla de La Española fue el primer laboratorio del encuentro entre España y América y sin duda el conocimiento que tuvo la Reina Isabel de las tierras descubiertas tenía sabor a trópico y a tropicalidad.
Sin embargo, pronto surgió una sociedad atormentada por los desencuentros. A Santo Domingo acudían marineros, transeúntes, soldados, viajeros, blancos, después también negros, mestizos, ricos y pobres, banqueros y aventureros, libertad y esclavitud, religiosos con torturados por hondo misticismo y traficantes sin escrúpulos ni moral dispuestos a imponer la ley del más fuerte en la auténtica selva tropical.

Por ello hay que tomar con precaución la tesis de Miguel Perera: "La imposibilidad epistémica del europeo para comprender aquella realidad sin precedentes -ninguna de las categorías explicativas le servían para entender el Nuevo Mundo- retardó por largo tiempo el descubrimiento de las claves en que residía la exitosa adaptación del hombre americano a su entorno".

Si bien es verdad que el poder lo detectaron los vencedores también hay que reconocer que la voz de los vencidos se sirvió de las mentes más lúcidas de la Península que denunciaron y escribieron sobre los títulos de justicia con escándalo de los mismos españoles.

En el caso específico de las costas venezolanas hay que dejar sentado que pronto los grandes capitales de la Metrópoli desecharon el área como poco rentable debido al escaso poblamiento indígena y a la aparente pobreza en bienes comerciales. Y en su lugar intensificaron el comercio de trueque entre los españoles de las Antillas y los de los bordes de la fachada caribeña de la llamada Tierra Firme.

La cornisa oriental del subcontinente pasa a ser dominio exclusivo de los rescatadores antillanos que buscaban la mano de obra que requerían para sus plantaciones y obrajes en las islas. Para afianzarse en estos objetivos consiguieron, en 1503, hacer creer a la Corte hispana que la única forma de supervivencia española en las tierras recién descubiertas consistía en esclavizar a los caribes "comedores de carne humana" y así procedieron a someter a muchos indígenas mediante indignas estratagemas… para encadenarlos, marcarlos con hierro candente y venderlos en Santo Domingo como esclavos.

Y mientras se intensifica el comercio de trueque de perlas hispano-indio comienzan a actuar de forma también violenta contra los españoles las escuadras caribes que tenían dos bases principales de operaciones: la isla de Grenada y la "culata del Golfo de Paria", es decir, la costa del río San Juan.

Como reacción contra los abusos van a surgir en Venezuela dos fórmulas pacíficas de incorporación del indígena a la civilización occidental: la encomienda de cuño señorialista de las "Islas inútiles" (Curazao, Aruba y Bonaire) concedida a Juan de Ampiés y en el extremo oriental las misiones carismáticas de los franciscanos y dominicos en la costa cumanesa.

Las misiones carismáticas propiamente dichas beben su origen en el ya célebre sermón del P. Antonio Montesinos en la Española, predicado el cuarto domingo de adviento de 1511, cuando glosó el texto de Isaías "Ego, vox clamantis in deserto" (XL, 23) para fustigar la extorsión de que eran víctima los autóctonos por parte de los encomenderos.

El historiador colombiano Alberto Ariza se hace eco de Lewis Hanke para escribir que "fue el primer grito a favor de los derechos humanos en el Nuevo Mundo, hecho que dio un viraje a la Historia de América, y constituyó uno de los sucesos más trascendentales en la Historia Espiritual de la humanidad".

Tan violenta fue la reacción de los funcionarios regios antillanos que el propio monarca español ordena llamar a la Península a los dominicos de la Española según se desprende de una carta del Provincial de esa Orden religiosa, Fray Alonso de Loysa, (26 de marzo de 1512), en la que les comunica la versión que corre en la Corte, a saber, que "toda la India, por vuestra predicación, está por rebelarse" pues "tales doctrinas… son escandalosas y aun de tal condición, que si se hubieran de cumplir, no quedaría allí cristiano".

Tanto Fray Antonio de Montesinos como Fray Pedro de Córdoba tuvieron que presentarse ante el Rey Fernando y sus argumentos fueron tan convincentes el propio Regente aprobó el ideario dominico de misión carismática en la parte oriental del litoral venezolano más castigado por los rescatadores antillanos y establece que vayan "sin otra gente ni manera de fuerza, como lo habían hecho los apóstoles, a tierras no alborotadas ni escandalizadas de cristianos".

Esta es la partida de nacimiento de las Misiones carismáticas. Un ensayo de evangelización que intenta formar una república indígena sin la infección ni contacto con los españoles. Estamos ante una experiencia nunca conocida en los imperios cristianos o paganos: la incorporación del indígena a una fe religiosa aislándolo de sus conquistadores pues ese contacto es tenido por escándalo e infección. Todavía más, en el fondo se planteaba un problema de categoría universal: la posibilidad en la América indígena de una cristiandad sin la hispanidad.

En 20 años de vida americana la corona española profesaba su fe en una visión optimista del indígena frente a las tendencias y prácticas deshumanizadoras iniciadas bajo el régimen del gobierno de Colón. Con mucha propiedad plantea Beatriz Pastor el nuevo logro obtenido por Antonio Montesinos como es el de alcanzar una "redefinición del indígena americano" que según la mencionada historiadora culmina en Las Casas pero que, según muchos autores se prolonga, al menos, hasta las Misiones jesuíticas del Paraguay.

En otro marco ideológico distinto Pablo Ojer enfrenta una visión renancentista la cual acepta la interpretación pesimista del proceso humano como una sucesión de degradaciones desde la primitiva Edad de Oro, pasando por la de Plata y la de Bronce hasta la de Hierro y la Heroica para llegar a una idea del indígena "dentro de la más ingenua explosión de optimismo, como sobreviviente de la Edad de Oro, descrita con tan brillantes trazos por Ovidio en su Metamorphosis".

En este contexto nacen las primeras misiones carismáticas en Venezuela llevadas a cabo por dominicos y franciscanos en las costas de Cumaná (1513-1521).

Como afirma Pablo Ojer era "una quijotada este intento de transplantar al paganismo tropical, los métodos de evangelización apostólica aplicados a los pueblos greco-latinos".

El primer ensayo a cargo de los dominicos corre de 1514 hasta mediados de 1515. Las versiones de que disponemos no coinciden. Una se debe a la pluma de Fray Bartolomé de las Casas quien viajó de Santo Domingo a España con el P. Antonio Montesinos y por ende dispone de información de primera mano y la segunda es contemporánea y corresponde al investigador alemán Enrique Otte quien asienta sus observaciones de acuerdo con los cedularios relativos a Cubagua y Venezuela . Pero la trayectoria histórica de su destrucción fue clara: ante el cautiverio injusto del cacique del poblado se dio un levantamiento de los indígenas que concluyó con la muerte de los misioneros .
La segunda intentona tiene lugar en 1516, pues, la práctica de la utopía requiere siempre del heroísmo del espíritu. Lo dirige el propio Fray Pedro de Córdoba y se instala en el Golfo de Santafé. En esta oportunidad se trataba de una especie de Gobernación Espiritual protegida con penas muy severas a los infractores.

Pero también los franciscanos en su expansión misional hacia el continente y en espacios paralelos temporales, se instalan en su expansión misional en la boca del río Cumaná (hoy río Manzanares) a fines de 1514.
La metodología misional de los hijos de San Francisco era distinta a la de los dominicos pues protagonizaban una utopía menos ideológica y mas espiritualista porque trataba de redimir al indígena identificándose con sus comunidades para inspirarles niveles superiores de bienestar, cultura y religión. En este contexto pensaban construir dos colegios para la educación de los niños indígenas y además, desde Santo Domingo, debían los Jerónimos enviar maestros de obras para el desarrollo del poblado. En este experimento "estaba comprometida la posibilidad de una república cristiana de aborígenes, sin la trabazón del mestizaje".

Pero contra este teórico coto misional militaban muchos intereses creados. A los furtivos desembarcos de los españoles se unió el de los indios vendedores de esclavos, los cuales, a falta de compradores hispanos tenían que trasladar la mercancía humana a los caribes de Cartagena y Santa Marta.

Pero la hoguera de la rebelión aborigen la encendió Alonso de Ojeda (personaje totalmente distinto al célebre descubridor) quien cautivó a algunos autóctonos. Entre el 3 y 9 de octubre de 1520 explotó la violencia indígena, desde el Neverí hasta el Golfo de Cariaco, y en su furor acabó con las experiencias misionales que con tanto idealismo habían diseñado los dominicos y los franciscanos.

Así se hundía para siempre este idealista ensayo de evangelización pura. La carencia de valores éticos y morales no llegó a respetar la fragilidad de la utopía ni a despertar significaciones adormecidas. La sociedad emancipada soñada por estos misioneros ilusos trasmitiría los rostros del sufrimiento a las generaciones posteriores como una añoranza y como una tentación y su realización se llevaría a cabo más tarde a través de las Misiones institucionales.

La Reina Isabel había sabido interpretar los profundos intereses de sus pueblos y se había sembrado en toda la tierra americana. Y si el ensayo había fracasado la utopía convocaría el imaginario de las grandes Ordenes Religiosas que responderían con generosidad y creatividad al reto isabelino de la evangelización del Nuevo Mundo.

 

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