Según la definición de la Comisión Europea contra el Racismo y la Intolerancia del Consejo de Europa, racismo es cualquier actitud o manifestación académica, política o cotidiana que suponga afirmar o reconocer de forma explícita o implícita, tanto la inferioridad de algunos colectivos étnicos como la superioridad del colectivo propio.
El racismo adopta formas diversas en distintos países, en función de la historia, cultura u otros factores sociales, aunque como nexo común suele conllevar discriminación, segregación social, rechazo a la cultura y a los valores ajenos, practicando abiertamente el hostigamiento o violencia hacia la víctima o su colectivo, mostrando en el esclavismo, el holocausto, el apartheid o la limpieza étnica sus expresiones más criminales
En nuestro país tenemos una bonita tradición de racismo, surgida del miedo al diferente, que nos dio obras memorables como la pragmática de Medina del Campo, que obligó a los gitanos a abandonar la vida nómada en 1499. A partir de ahí se publicaron más de 280 pragmáticas contra el pueblo gitano, culminando en 1749, cuando se produjo la Gran Redada que, auspiciada por el rey Fernando VI, llevó a más de 9.000 personas gitanas a la cárcel y a muchos de ellos a trabajar como esclavos en trabajos de altísima peligrosidad.
No concluido el conflicto latente con nuestros vecinos gitanos con los que, a pesar de llevar más de 600 años conviviendo, aun mantenemos nuestro racismo autóctono y persistente, ahora le toca al migrante.
Fabricamos las mismas excusas de la historia para justificar el odio. Las misma contra los gitanos, contra los judíos, contra los negros, contra los de otra nacionalidad (cuando no son ricos) … Los señalamos, los deshumanizamos, los hacemos culpables, los cosificamos… y ya está el caldo de cultivo donde haremos crecer el miedo, y donde se justificará cualquier tropelía que queramos hacer contra ellos.
Y ahí estarán los mercaderes del odio, azuzando, aventando miedos, manipulando datos, inventando bulos, tomándose la justicia por su mano de supuestos agravios irreales.
Y ante el odio la razón muere. Poco servirá esgrimir que, según datos del Real Instituto El Cano, en su reciente publicación sobre inmigración y mercado de trabajo en España, La población inmigrante representa el 23% de la población ocupada en España. El 90% del empleo nuevo creado desde enero de 2024 a marzo de 2025 ha sido ocupado por inmigrantes y varios sectores de actividad dependen ya completamente o en gran medida del empleo inmigrante. Por ejemplo, el 72% del empleo en el servicio doméstico y el 45% en la hostelería es inmigrante. Poco servirá demostrar que están sosteniendo la tasa de natalidad del país, o que no habrá quien recoja nuestras aceitunas, nuestras naranjas, nuestras hortalizas, nuestros melones…
España tiene leyes y ha firmado convenios internacionales contra el racismo. Nuestra Constitución garantiza en su artículo 14 la igualdad y prohíbe la discriminación por raza, entre otros motivos.
La Ley 15/2022, de 12 de julio, integral para la igualdad de trato y la no discriminación establece el marco general para garantizar el derecho a la igualdad de trato y la no discriminación en diversos ámbitos.
Ley 19/2007 se centra en la violencia, el racismo, la xenofobia y la intolerancia en el deporte.
Nuestro país también ha ratificado diversos tratados internacionales que prohíben la discriminación racial, como el Convenio Europeo para la Protección de los Derechos Humanos y de las Libertades Fundamentales y la Carta Social Europea.
Si no es suficiente hay que hacer más, mucho más. Que nadie esgrima luego que no vio nada, que nadie se escude en desconocimiento de lo que está ocurriendo.
Se llama racismo, acaba con la convivencia y con la vida. Y todos seremos cómplices si no nos conjuramos contra ello.