Y el recuerdo de mío personal de querer ser cofrade, pero que en aquel momento estaba prohibido a las mujeres y bueno, pues nada, pues siempre te daba rabia. Pero bueno, gracias a Dios, años después se se pudo conseguir que que sí que se pudiera ser cofrade y es cuando cuando yo me hice. Estaba entonces embarazada de mi primera hija y no pude salir ese año por el embarazo, pero bueno… esos son de mis primeros recuerdos. Luego han ido sumándose muchos más.
¿Quiénes fueron las personas que os inculcaron esta tradición y cómo lo hicieron?
Creo que la fe no es algo que se inculque como tal. Considero que la fe y la creencia en Dios van de forma innata en cada persona. Es decir, ¿crees o no crees? En mi caso, crecí en una familia creyente, pero eso no significa que uno deba serlo necesariamente. De pequeños vivimos lo que nos rodea, pero al ir creciendo cada uno forma sus propios pensamientos, puede cambiar o incluso dejar de creer. En nuestro caso, ni mi hermano ni yo hemos dejado de creer.
La tradición, como te decía antes, llegó principalmente por mi hermano, que se hizo cofrade desde muy pequeño. También teníamos algún primo que lo era, pero en realidad lo que nos marcó fue mirar al Nazareno y sentir algo muy especial, algo que te llega muy adentro. Esa emoción te hace querer formar parte de ello, acompañarlo, salir en procesión con Él.
¿Cómo se viven los preparativos?
Te lo puedo contar desde dos perspectivas: la de cualquier cofrade —porque uno es cofrade siempre— y la de presidenta de la cofradía. Como dije el otro día: tengas el cargo que tengas, lo primero es ser cofrade. Yo llevo 37, casi 38 años en la cofradía. Fui parte de la dirección anterior durante más de 10 años, y ahora, aunque soy presidenta, eso no me hace más que nadie. Me encanta salir en las filas, y de hecho, este año en alguna procesión pienso hacerlo.
Cuando no tienes responsabilidades organizativas, los preparativos consisten en preparar tu hábito, el capirote, los guantes, todo lo necesario, y también prepararte espiritualmente con el triduo, los oficios, las primeras procesiones… Siempre hay nervios, preocupación por el tiempo, por si lloverá o no, por si se podrá salir. Es un tiempo también de reencuentros con hermanos cofrades que viven fuera o que hace tiempo que no ves. Se comparten confidencias, experiencias… y eso hace que vivas las semanas previas de un modo muy especial.
Desde hace tres años que soy presidenta, tanto yo como quienes estamos más involucrados en la directiva —y también otros cofrades que siempre colaboran aunque no estén en la directiva— vivimos esta etapa con muchísima intensidad. Es una auténtica locura. Además de preparar todo lo necesario en la cofradía —los pasos, las carrozas, enseres, estandartes, faroles— hay un sinfín de tareas que atender.
Este año, por ejemplo, tengo más limitaciones porque trabajo los sábados. En el traslado del otro día, por ejemplo, habíamos quedado a las 10 de la mañana en la ermita y yo no pude llegar hasta más de una hora después porque estaba trabajando. Y claro, el trabajo no se puede dejar de lado, lo cual te da mucha rabia.
Además, hay que asistir a numerosos actos litúrgicos, procesionales y de otro tipo. Ayer, por ejemplo, tuvimos la visita del presidente de la Junta de Castilla y León, Alfonso Fernández Mañueco. Estaba previsto que fuera una visita breve, de quince minutos, y al final se alargó más de una hora. Luego tuve que ir al Rosario, al acto de Tinieblas… Son muchísimas cosas. Vas con el tiempo tan justo que ni siquiera es justo: directamente no te da tiempo a todo. Tienes tu trabajo, tu vida personal… y mientras el trabajo no lo puedes dejar, la vida personal sí que la descuidas bastante para poder dedicarte a esto.
¿Cómo vivís en familia los días previos y los desfiles procesionales?
Mi hermano fue el primero en hacerse cofrade del Nazareno. Después se apuntó su hijo, Iván, siendo muy pequeñito, y también empezó tocando el tambor. Luego se hicieron cofrades sus hijas, Carmen y Bárbara. Y ahora, sus nietas, Alejandra y Rocío, de cuatro añitos y apenas uno. La pequeña todavía no está inscrita, pero todo llegará. Así que en nuestra familia ya son tres generaciones participando en la misma cofradía. Es algo muy bonito.
Es una tradición que puede continuar o no con el tiempo, pero ojalá que sí. Que nuestros hijos, si tienen hijos, también los hagan cofrades nazarenos. Es una forma de vivir la Semana Santa en familia, desde dentro. Al final, se comparten muchísimas cosas: horarios, actividades, momentos de preparación, procesiones… todo eso une mucho.
Cuando toda la familia pertenece a la misma cofradía, se crea un vínculo especial. Se vive todo de forma compartida. En cambio, en familias donde solo uno es cofrade, no se puede compartir de la misma manera, porque el resto no forma parte de esa experiencia. En nuestro caso, por suerte, sí lo hacemos juntos, y eso le da un valor añadido.
¿Qué valores creéis que transmite la Semana Santa a las nuevas generaciones?
La fe y la creencia en Dios forman parte de la esencia de cada persona. Es algo que va con uno mismo, con lo que eres, con lo que sientes y en lo que crees. Pero, además de eso, si eres cofrade, hay ciertos valores que deberían potenciarse aún más: la lealtad, el respeto —sobre todo el respeto—, la educación, el saber estar, la humildad… y dejar a un lado la soberbia. Todo esto lo expresé en la carta que escribí como presidenta para la revista anual de la cofradía, y lo hice con conocimiento de causa, porque lo digo por situaciones reales que estoy viviendo.
Muchas veces se dice eso de que nos damos golpes de pecho, nos ponemos la medalla… pero luego no actuamos en consecuencia con aquello que pretendemos defender. Y eso no puede ser. Siendo cofrade, uno tiene que ser buena persona, pero además debe demostrarlo. No basta con aparentarlo durante la Semana Santa, salir en procesión y luego, en la vida diaria, olvidarse de la tolerancia, de la educación, y faltar al respeto a los demás. Si ocurre eso, de nada sirve lo anterior.
En una cofradía debe sentirse y vivirse la hermandad. Se trata de eso precisamente: de hermandad, respeto, tolerancia, humildad, sencillez y bondad. Todos esos son los valores que realmente deberían primar. Por supuesto también en la vida cotidiana, pero en una cofradía, como decía antes, hay que esforzarse aún más por cultivarlos y mantenerlos.
¿Recuerdas alguna anécdota especial que hayáis vivido juntos como familia durante la Semana Santa?
Después de tantos años hay muchas anécdotas, como te puedes imaginar. Algunas son divertidas, otras emotivas, y otras que ojalá no hubieran pasado.
Por ejemplo, algo muy común: llegar a la Colegiata y darte cuenta de que se te han olvidado los guantes. En ese caso, siempre hay algún cofrade dispuesto a prestarte unos, porque hay mucho compañerismo. Pero claro, cuando eres presidenta, hay cosas que solo puedes llevar tú. Recuerdo una vez que llegué y pensé: «¡Ay, la vara!». Y ahí nadie te puede sacar del apuro.
Una más reciente, en San Antolín, fue que llegué a la puerta de la Colegiata y me di cuenta de que me había olvidado la medalla. Por suerte aún no había llegado la corporación municipal, así que tuve un poco de margen. Le dije a Elena: «Por favor, que se me ha olvidado la medalla». Y como vive cerca, fue corriendo a su casa y me trajo la suya. Me la puse y salí con ella puesta. Son detalles que te salvan en el momento.
También hay anécdotas graciosas durante la preparación, momentos en los que alguien te dice algo divertido justo antes de salir y estás con esa sonrisa contenida hasta que ya toca ponerse serios. Y luego están esas pequeñas cosas, como los niños jugando con el cíngulo durante los triduos o los oficios, que tienes que decirles: «¡Venga, calladitos ya!»… Son momentos que rompen un poco la seriedad y aportan alegría, esa chispa de frescura que los niños traen a la cofradía.
Pero no todas las anécdotas son agradables. Recuerdo una muy desagradable: un Viernes Santo, pasando por la calle Villanueva, desde un piso nos tiraron lo que parecían vasos o copas. Cayeron justo en el hueco entre el Cristo de la Paz y los que íbamos delante y detrás. Fue un incidente serio, algo lamentable que no debería ocurrir nunca.
También hay muchos momentos muy emotivos. Mi hermano es portador, y este año también lo ha sido mi sobrino. En la procesión del Encuentro, ese abrazo final con ellos es muy especial. Primero fue con mi hermano, luego también con mi sobrino… Pero no solo es con tu familia de sangre, también con esos cofrades con los que has creado un vínculo especial. No todos te marcan igual: con algunos tienes una relación cordial, con otros un cariño profundo. En mi caso, con los portadores tengo una conexión muy bonita, por la labor que hacen, por su esfuerzo y dedicación.
Ese abrazo al final, cuando ha salido todo bien, cuando lo has pasado mal pero llega ese momento y todo ha merecido la pena… ahí es cuando se te caen algunas lágrimas. Son emociones fuertes, compartidas con la gente que sientes como tu otra familia. Porque sí, hay muchas anécdotas dentro de la familia de sangre, pero también está esa otra familia: la cofrade, la que te acompaña en los momentos más intensos.
¿Qué papel tienen los niños o los más jóvenes en vuestra cofradía?
Los niños en una cofradía tienen todo el valor y el sentido, porque ellos son el futuro de esa cofradía. Cada vez que llega la Semana Santa y se apuntan personas nuevas para ser cofrades, siempre da alegría. Pero cuando ves que son niños quienes se incorporan, la alegría es aún mayor, porque sabes que ahí está la cantera, ese futuro que no queremos que se pierda, ni por falta de creencia, ni por religiosidad, ni por tradición.
Es verdad que muchos niños que se apuntan de pequeños, al llegar a la adolescencia optan por hacer otras actividades, se cansan o simplemente dejan de participar. Afortunadamente, los menos son los que abandonan, y otros sí continúan. Desde las cofradías intentamos hacer cosas, proponer actividades o cualquier tipo de motivación que evite ese abandono y que les anime a seguir siendo parte activa.
No sé si continuaré este año en el cargo, pero si lo hiciera, tenemos en mente organizar actividades que reúnan a los cofrades, especialmente pensadas para los más jóvenes y los niños. La idea es que vivan la cofradía desde dentro y desde abajo, que comprendan de verdad el sentido de lo que es ser cofrade, lo que significa la hermandad de la que hablábamos antes.
Así que sí, los niños son el futuro. Son lo más importante en ese sentido. Por supuesto, todos los cofrades somos importantes, pero los niños aportan algo especial: no solo alegría, sino esa chispa que a veces hace falta, y sobre todo, le dan sentido al porvenir de la cofradía.
¿Cómo es sentir que hay varias generaciones en la cofradía?
Creo que lo de las generaciones es algo muy bonito. Es una tradición preciosa, pero no debe entenderse como una obligación. No por el hecho de que tus abuelos, tus padres o tus hermanos sean cofrades de una determinada cofradía, los nuevos miembros de la familia tienen que serlo también. Si no lo sienten, si no les nace de dentro, no tiene sentido forzarlo. Eso de decir «voy a apuntar al niño a la cofradía porque yo soy cofrade» no debería ser así. No tiene sentido obligarles.
Ahora bien, si el niño, desde muy pequeño, muestra interés y ganas de formar parte, entonces sí, es algo muy bonito. En mi caso, en nuestra familia, como ya te comenté, fue mi hermano quien empezó. Él es tres años menor que yo, pero fue el primero porque en aquel momento las mujeres aún no podían entrar en la cofradía. Cuando ya se permitió, yo también me hice cofrade.
Tengo dos hijas. La mayor siempre ha disfrutado yendo a los oficios, a misa… A ella, por ejemplo, le gusta mucho la Virgen de la Soledad, y es cofrade de esa imagen, pero del Nazareno no. Nunca ha querido formar parte de esa cofradía, aunque le encante y participe en otros aspectos, pero nunca ha sentido esa llamada concreta.
En cambio, la pequeña, Silvia, desde que era muy chiquitina, casi sin saber hablar, en cuanto me veía preparándome con el hábito o me encontraba en la Iglesia vestida de cofrade, siempre decía que quería ser nazarena. Yo esperé un poco, para ver si realmente lo seguía sintiendo, y cuando cumplió cinco añitos y lo tenía clarísimo, la apunté. Desde entonces es nazarena.
Más adelante se involucró aún más y formó parte de la banda de percusión. Con Carmen, que ha sido la encargada, y con Bárbara, que toca la trompeta y la corneta, Silvia ha estado varios años —no recuerdo si ocho, nueve o diez exactamente— llevando la percusión. Le ha encantado formar parte de la cofradía, de la banda, de los ensayos, de los oficios, de todo lo que conlleva participar activamente.
Por diferentes motivos, este año se han visto obligadas a dejar la banda, y lo han pasado realmente mal. Las cuatro lo han vivido con mucha tristeza, y es algo que duele. No quiero entrar mucho en ese tema porque es un punto triste dentro de una experiencia muy bonita, pero así como en las cofradías se viven momentos muy emocionantes, también hay momentos difíciles… y no debería ser así, pero lamentablemente a veces ocurre.