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ASOCIACIÓN TAURINA CULTURAL "LOS CORTES"

Asociación Taurina Cultural "Los Cortes"

Medina del Campo

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CARTA HISTÓRICA

La Asociación Taurina Cultural "Los Cortes" de Medina del Campo cree que es conveniente que los jóvenes aficionados al mundo taurino conozcan "La carta histórica" del insigne bibliófilo, D. Nicolás Fernández de Moratin siendo un honor para Medina del Campo que en dicha carta se mencione a esta villa allá por 1418 con fiestas de toros.

Carta histórica sobre el origen y progreso de las fiestas de toros en España

Excelentísimo Señor Príncipe de Pignatelli.

El asunto sobre el que Vd. se ha dignado a mandarme escribir, ha sido siempre tan olvidado como otras cosas en nuestra España; por lo que fallando autores que me den luz, diré las pocas noticias que casualmente he leído, y alguna de las conversaciones que se me han quedado en la memoria.

Las fiestas de toros, conforme la ejecutan los españoles, no traen su origen, como algunos piensan, de los romanos, a no ser que sea el origen muy remoto, desfigurado, y con violencia; porque las fiestas de aquella nación en sus circos y anfiteatros, aún cuando entraba el toros en ellas, y éstos eran lidiados por los hombres, eran en circunstancias tan diferentes, que si en su vista se quiere insistir en que ellas dieron origen a nuestras fiestas de toros, se podrá también afirmar que todas las acciones humanas deben su origen precisamente a los antiguos, y no al discurso, a la casualidad, o a la misma naturaleza.

Buen ejemplo tenemos de estos en los indios de Orinoco, que sin noticia de Plaza Mayor de Medina del Campolos espectáculos de Roma, ni aún de las fiestas de España, burlan a los caimanes ferocísimos con no menos destreza que nuestros capeadores a los toros; y el burlar y sujetar a las fieras de sus respectivos países ha sido siempre ejercicio de las naciones que tienen valor naturalmente, aun antes de ser este aumentado con artificio.

La ferocidad de los toros que cría España en sus abundantes dehesas y salitrosos pastos, tanto como el valor de los españoles, son dos cosas tan notorias desde la misma remota antigüedad, que el que las quisiera negar acredita su envidia y su ignorancia, y yo no me cansaré satisfacerlo; solo pasaré a decir que habiendo en este terreno la previa disposición en hombres y brutos para semejantes contiendas, es muy natural que desde tiempos antiquísimos se haya ejercitado esta destreza, ya para evadir el peligro, ya para ostentar el valor, o ya para buscar el sustento con la sabrosa carne de tan grandes reses, a las cuales perseguirían en los primeros siglos a pie y a caballo en batidas y cacerías.

Pero pasando de los discursos a la historia, en opinión común con la nuestra, que el famoso Rui, o Rodrigo Díaz de Vivar, llamado El Cid Campeador, fue el primero que alanceó toros a caballo. Esto debió ser por bizarria particular de aquel héroe, pues en su tiempo sabemos que Alfonso VI, otros dicen el VIII, en el siglo VI tuvo unas fiestas públicas, que se reducían en una plaza dos cerdos, y luego salían dos hombres ciegos, o acaso con los ojos vendados, y cada cual con un palo en la mano buscaban como podían al cerdo, y si le daban con el palo era suyo, como ahora al correr el callo, siendo la diversión de este regocijo el que como ninguno veía, se solían apalear bien.

No obstante, el licenciado Francisco de Cepeda, en su Resumpta Historial de España, llegado el año 1100, dice: "se halla en memorias antiguas que este año se corrieran en fiestas públicas toros, espectáculos solo de España". También se halla en nuestra crónica que el año 1124, en que caso Alfonso VII en Saldaña con doña Berenguela la Chica, hija del conde de Barcelona, entre otras funciones, hubo también fiestas de toros.

Hubo también dicha función, y la anunciaba arriba de los cerdos, en la ciudad Enierro en Medina del Campo"de León, cuando el rey Alfonso VIII caso a su hija Dña. Urraca con el rey don García de Navarra; pero debe anotarse que estas funciones no se hacían en circunstancias de el día, y mucho menos fuera de España, en donde se corrían también, pero enmaromados y con perros, y aún hoy se observa en Italia, y no pudo ser menos que con este desorden y atropellamiento, la fatalidad que acaeció en Roma el año 1332, cuando murieron en las astas de los toros muchos plebeyos, y diecinueve caballos romanos, y otros nueve fueron heridos: des gracias que no se verificara en España siendo el ganado mucho más bravo. Por ese suceso se prohibieron el Italia; pero en España prosiguieron perfeccionándose más cada día dichas fiestas, como se ve en los anales de Castilla, hasta el reinado de Juan II en que dejando de ser como antes una especie de montería de fieras salvajísimas, según dice Zurita, formaron nueve etapas, pues entonces llegó a su punto de galantería caballeresca, y todos los ejercicios de bizarria.

Entonces se cree empezaron a componer las plazas y se fabricó antigua de Madrid, y se hizo granjería de este trato, habiendo arrendatarios para ello sin duda serían judíos. Y esto lo acredita aquel cuento, aunque vulgar, del marqués de Villena y de aquel estudiante de Salamanca, de quien fingen que llevo a su dama en una nube a ver las fiestas de toros, y se le cayo el Chapín. Y lo cierto es que cuando este monarca don Juan se caso con d. doña María de Aragón, en 20 de octubre de 1418, tuvieron en Medina del Campo muchas fiestas de toros.

En el reinado de Enrique IV aún se aumentó más el género caballeresco y el arte de la jineta como consta en Jorge Manrique, y no hay autor que trate de este ejercicio que no hable de él torear a caballo como una condición indispensable.

El trato frecuente con los moros de Granada, en paz y en guerra, era muy antiguo en Castilla, y los moros es sin duda que tuvieron estas funciones hasta el tiempo del Rey chico, y hubo caballeros que ejecutaron gentilezas con los toros que llevaban de la sierra de Ronda en la plaza de la Vivarrambla de estas hazañas están llenos los romanceros y sus historietas, que aunque por otra parte sean apócrifas en muchos sucesos que cuentan, siempre fingen con verosimilitud.

Prosiguió esta gallardía en tiempo de los Reyes Católicos, y estaba tan arraigada ya entonces, que la misma reina Isabel, no obstante no gustar de ella, no se decidió `prohibirla, como lo dice en una carta que escribió desde Aragón a su confesor fray Hernando de Talavera, año 1493, a quien manifiesta: "... de los toros sentí lo que vos decís, aunque no alcance tanto; más luego allí propuse con toda determinación de nunca verlos en toda mi vida, ni ser en que se corran; y no digo que prohibirlos porque esto no es para mi a solas".

Cierto que llegó a autorizarse tanto, que el mismo emperador Carlos V, aún con haber nacido y criándose fuera, mató a un toro de una lanzada en la plaza de Valladolid, en celeridad del nacimiento de su hijo Felipe II. También Felipe II mató con espada desde el caballo otro jabalí en el bosque de las Heras, donde se hirió el caballo; y otra vez en Valdelatas, donde le rompió el Borceguí de una dentellada. Por este tiempo se sabe que una señora de la casa de Guzmán casó con un caballero de Jerez llamado por excelencia el toreador.

Don Francisco Pizarro, conquistador de Perú, fue un rejoneador valiente. Del rey don Sebastián de Portugal, se escribe que ejecutó el rejoneador con mucha ciencia; y se celebra también el famoso don Diego Ramírez de Haro, quien daba a los toros lanzadas cara a cara y a golpe, y sin antojos ni banda el caballo. Felipe III renovó y perfeccionó la plaza de Madrid en 1619. También el rey Felipe IV fue muy inclinado a Estas bizarras, y además de herir a los toros mató más de cuatrocientos jabalíes, ya con el estoque ya con la lanza, ya con la horquilla.

No se contentaron nuestros españoles con atreverse sólo con los toros, sino que pasando el África, no quisieron ser menos que sus naturales; y así el marqués de Velada, siendo virrey de Oran, salía muchas veces a los leones; y el conde de linares, gobernando Tánger, mató un león con su lanza cuerpo a cuerpo, mandado hacer alto a la gente de guerra, y que nadie lo socorriese por ningún accidente.

Llegó este ejercicio al extremo de reducirse a arte y hubo autores que lo trataron; y entre ellos se encuentra don Gaspar de Bonifaz, de El hábito de Santiago y caballero de su majestad, que imprimió en Madrid unas Reglas de Torear muy breves. D. Luis de Trejo, de la Orden de Santiago, también imprimió en Madrid unas advertencias con el nombre de Obligaciones y duelo de este ejercicio. D. Juan de Valencia, de la Orden de Santiago imprimió también en Madrid Advertencias para torear. Y en el año 1643, d. Gregorio Tapias Salcedo, caballero de la Orden de Santiago, imprimió en Madrid también Ejercicios de la jineta, donde se encuentran en láminas las habilidades ya viejas en aquel tiempo que hacían los españoles en sus fogosos caballos, y que pocos años admiró la corte como nuevas viendolas hacer en un ingles en sus rocines, matalones.

Dicho D. Gregorio de Tapia da varias reglas para torear, y trata la materia Toro del Albacomo muy importante en aquel tiempo; y es lo más notable que D. Lope de Valenzuela se queja entonces de que se iba ya olvidando; véase lo que habrá perdido hasta el día de hoy. D. Diego de Torres escribió unas Reglas de torear que no parecen; yo sospecho que eran para para los de a pie y quien tenga la paciencia y trabajo material de de repasar la biblioteca de D. Nicolás Antonio, hallará ciertamente más autores de torear.

Así prosiguieron las fiestas por todo el reinado de Carlos II, los cuales cesaron a la avenida de señor Felipe V, y la más solemne que hubo fue el 30 de julio del año 1725, a la que asistieron los reyes en la plaza mayor de Madrid; y aunque en Andalucía vieron algunas y otras en San Ildefonso, siempre fue por ceremonia y con poco gusto, por no ser inclinados a estas corridas; y esto produjo otra nueva habilidad, y forma una cierta y nueva época en la historia de los toros.

Estos espectáculos con las circunstancias notadas, los celebraron en España Encierro en Medina del Campolos moros de Toledo, Córdoba y Sevilla, cuyas cortes eran en aquellos siglos las más cultas de Europa. De los moros lo tomaron los cristianos, y por eso dice Bartolomé de Argensola: para ver acosados toros valientes, fiesta un poco africana y después goda, que hoy les irrita las soberbias frentes...

Poco es de notar que estas eran funciones solamente de Caballeros, que alanceaban o rejoneaban a los toros siempre a caballo, siendo este empleo de la primera nobleza, y solo se apeaban al empeño de a pie, que era cuando el toro le hería algún chulo o al caballo, o el jinete perdía el rejón, la lanza, el estribo, el guante, el sombrero, etcétera., y se cuenta de los caballeros moros y cristianos que en tal trance hubo quien cortó a un toro el pescuezo a cercen de una cuchillada, como Don Manrique de Lara y don Juan Chacón.

Los moros torearon aún más que los cristianos, porque éstos, además de los juegos de cañas, sortija, etc., que también tomaron aquéllos, tenían empresas, aventuras, justas y torneos, de lo que fueron famosos teatros de Valladolid, León, Burgos y el sitio de El Pardo; pero extinguidas las contiendas con los hombres por lo peligrosas que eran, como sucedió en España y aún más con Francia, todo se redujo acá a fiestas de toros, a las cuales se aficionaron mucho los reyes de la casa de Austria, y aún en Madrid vive hoy mi padre, que se acuerda haber visto a Carlos II, a quien sirvió, autorizar las fiestas reales, de las cuales había tres votivas al año en la plaza mayor a vista del Rey, sin contar las extraordinarias y las de fuera de la corte. Ya se ha dicho que estas fiestas eran solamente empleo de los caballeros entre cristianos y moros; entre estos hay memoria de Muza, Malique -alaber y el animoso Gazul.

Entre los cristianos, además de los dichos, de los dichos, celebra Quevedo a Cea, Velada y Villamayor; al duque de maqueda, Bonifaz, Cantinilla, Ozeta, Zárate, Sastago, Riaño. Etc. También fuñe insigne el conde de villamediana, y don Gregorio Gallo, caballerizo de S.M. y del orden de Santiago, fue muy diestro en los ejercicios de la plaza e invento de la espinilla para defensa de la pierna, que por él se llamó "gregoriana".

El poeta Tafalla celebra a dos caballos llamados Pueyo y Suazo, que rejoneaban en Zaragoza con aplausos a fin de siglo pasado, delante de un Juan de Austria; y a si Vd. me lo permite, también diré que mi abuelo materno fue muy diestro y aficionado a este ejercicio, que practicó muchas veces en compañia del marqués de Mondejar, conde de Tendilla; y el duque de Medina Sodonia, bisabuelo de este señor que hay hoy en día, era tan diestro y valiente con los toros, que no cuidaba de que fuese bien encinchado el caballo, pues decía que las verdaderas cinchas habían de ser las piernas del jinete.

Este caballero mató dos toros de dos rejonazos en las bodas de Carlos II con doña María de Borbón, año de 1679, y rejonearon Camarasa, Ribadabia y otros.

D. Nicolás Rodrigo Noveli imprimió el año 1726 su cartilla de torear, y en su tiempo eran buenos caballeros D. Jerónimo de Olaso y dos Luis de la Peña Torrones, del hábito de Calatrava, caballerizo del duque de Medina Sidonia; y también fue el celebrado Don Bernardo Canal, Hidalgo de Pinto, que rejoneo delante del Rey con muchos aplausos en año de veinticinco; y aquí se pudo decir que se acabó la raza de los caballeros (sin quitar el mérito a los vivos), porque como el Sr. Felipe V no gustó de estas funciones, lo fue olvidando la nobleza; pero no faltando la afición de los españoles, sucedió la plebe a ejercitar su valor, matando a los toros a pie, cuerpo a cuerpo con la espada, lo cual no es menor atrevimiento, y sin disputa (por lo menos, su perfección) esa hazaña de ese siglo.

Antiguamente eran las fiestas de los toros con mucho desorden y Desencierro en Medina del Campoamontonaban a gente, como hoy en las novilladas de los lugares, con el toro embolado, o el júbillo de Aragón, del cual no hablaré por su barbaridad inimitable, ni de los despeñaderos para los toros de Valladolid y Aranjuez, porque esto lo puede hacer cualquier nación; y así se dice que en unas fiestas del Rey chico de Granada mató un toro 5 o 6 hombres y atropelló a más de 50. Sólo se hacía lugar a los caballos, t después tocaban a desjarrete, a cuyo son los de a pie (que entonces no había toreros de oficio) sacaban las espadas y todos acometían al toro acompañados de perros; y unos le desjarretaban (y la voz lo está recordando) y otros le remataban con chuzos y pinchazos con el estoque, corriendo y de pasada, sin esperarle y sin habilidad, como aún hacen rústicamente los mozos de los lugares; y yo lo he visto hacer por vil precio al Macaco de Alhóndica.

Hoy esto es insufrible, y no obstante la citada fiesta del año 25 (1725) delante de los mismos reyes y en la plaza de Madrid, que se mataron así los toros, desjarretador, y aún vive quien lo vio y lo pinta así la tauromaquia escrita aquel año; prueba evidente de que no había mayor destreza. Los que desjarretaban eran esclavos moros; después fueron negros y mulatos, a los que también hacían los señores aprender a esgrimir para su guarda; los segundo se elige de Góngora, y lo primero de Lope de Vega, quien hablando en su Jerusalén y deja crear, dice: ...Que en Castilla los esclavos hacen lo mismo con los toros bravos. La Valiño.

Cuando no había caballeros se mataba a los toros tirándoles carrochones desde lejos y desde los tablados, como se colige de Jerónimo Salas, Barbadillo, Juan de Yagüe y de otros autores de aquellos tiempos; y hasta que tocaban a desjarretar los capeaban también, cuyo ejercicio de a pie es muy antiguo, pues los moros lo hacían con el albornoz y el capellar. Mi anciano padre cuenta que en tiempos de Carlos II dos hombres decentes se pusieron en la plaza delante del balcón del Rey durante la fiesta, fingiendo hablar algo importante, y no movieron los pies del suelo por más que repetidas veces les acometiese el toro, el cual burlaban con solo un quiebro del cuerpo u otra leve insinuación, lo que se ha ganado mucho a la corte. El año mil setecientos veintiséis se evidencia por Noveli todavía no se ponían las banderillas a pares, sino cada vez una, que lo llamaban arpón.

Por este tiempo empezó a sobresalir a pie Francisco Romero, el de Ronda, Capea en Medina del Campoque fue de los primeros que perfeccionaron este arte, usando de la muletilla, esperando al toro cara a cara y a pie firme y matándolo cuerpo a cuerpo; y era una cierta ceremonia que el que esto hacía llevaba calzón y coleto de ante, correón ceñido y mangas atadas de terciopelo negro para resistir a las cornadas.

Hoy los diestros ni aún las imaginación posibles, visten de tafetán, fundando la defensa, no en la resistencia, sino en la destreza y agilidad.

Así empezó el estoque, y en cuántos libros se hallan escritos en prosa y verso sobre el asunto so no haya noticias de ningún estoqueador, habiendo tanda de caballos, de los capeadores, de los chulos, de los parches y de la lanza a pie, y aún de los criollos que enmaromaron la primera vez al toro a la plaza de Madrid, en tiempo de Felipe IV.

También debo decir, no obstante, que en la Alcarria aún viven ancianos que se acuerdan de haber visto al nombrado abuelo mío tender muerto a un toro de una estocada; pero esto o fue acaso o gentileza extraordinaria, y por lo tanto, muy celebrada en su tiempo.

En el de Francisco Romero, estoqueó también Potra el de Talavera, y godoy, caballero extremeño; después vino el fraile de Pinto, y luego el fraile del Rastro y Lorenzillo, que enseñó a Cándido.

Fue insigne el famoso Melchor y el célebre Martíncho con su cuadrilla de navarros, de los cuales ha habido grandes banderilleros y capeadores, como lo fue ilustrísimo licenciado de Falces.

Antiguamente hubo también en Madrid plaza de toros junto a la casa del duque de Lerma, hoy del de Medinaceli; y también hacia la plazuela de Antón Martín y aún dura la calle de El toril, por otro nombre del tinte.

Poco después se hizo la plaza redonda en el soto de Luzón, y luego donde ahora está; trajo el marqués de la ensenada cuadrillas de navarros y andaluces que lucieron a competencia. Entre estos últimos sobresalió Diego del Álamo (el malagueño), que aún vive; y entre otros de menor nota se distinguió Juan Romero, que hoy está en Madrid con su hijo Pedro Romero, el cual, con Joaquín Rodríguez, ha puesto en tal perfección este arte, que la imaginación no percibe que sea ya capaz de adelantamiento.

Algunos años ha, con tal que un hombre matase a un toro, no se reparaba de que fuese de cuatro o seis estocadas, ni que estas fueran altas o bajas, ni que le despaldillase degollase, pues aún los marrajos o cimarrones los encojaban con la media Luna cuya memoria ni aún hoy existe.

Poro hoy ha llegado a tanto la delicadeza, que parece que se va a hacer una sangría a una dama, y no a matar de una estocada a una fiera tan espantosa. Y aunque algunos reclaman contra esta función llamándola barbaridad, lo cierto es que los facultativos diestos la tienen por ganancia y diversión; y nuestra difunta reina Amalia al verla sentenció "que no era barbaridad, como le habían informado, sino diversión donde brilla el valor y la destreza".

Y ha llegado a tal punto, que se ha visto varias veces a un hombre sentado en una silla y sobre una mesa y con grillos en los pies poner banderillas y matar a un toro. Juanito los picó el Huelva con vara larga, puesto el a caballo en otro hombre. Los varilargueros, cuando caen, suelen esperarlos a pie, con la garrocha enristrada, y a Mamon le vimos mil veces cogerlos por la cola y montar ellos. Que son una especie de vaqueros que con destreza y mucha fuerza pican a los toros con varas de detener; entré ellos han sido insignes los Marchantes, Gamero, Daza (que tiene dos tomos del arte inéditos), Fernando de Toro, y hoy Varo, Gómez y Núñez etc. Etc.

No me detengo a pintar las circunstancias de esta clase de fieras, ni las castas de los toros, ni creo que no reste que decir, pues obras de esta naturaleza deben ser perfección a la casualidad y al tiempo, que se va descubriendo más noticias. Quedó, no obstante, muy gozoso de haber servido a usted en este poco que puedo, y deseo prosiga honrándome con sus preceptos, como que se guarde Dios muchos y felices años.

Madrid, 25 de julio de 1776. Nicolás Fernández de Moratin

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