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BERNAL DÍAZ DEL CASTILLO

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Monumento a Bernal Díaz del Castillo en Medina del Campo.
Monumento a Bernal Díaz del Castillo en Medina del Campo.

BERNAL DÍAZ DEL CASTILLO:Historiador y escritor, nació en esta localidad de Medina del Campo aproximadamente en 1495 y murió en Guatemala en 1584. Viajó a América acompañado de Pedrarías Dávila y tomo parte en las expediciones de Francisco Hernández de Córdoba y Juan de Grijalva. Participó con Hernán Cortés en la conquista de Nueva España y de Yucatán, Guatemala y Honduras. En 1552 comenzó a escribir una de las crónicas históricas más completas sobre la conquista de Méjico. Historia Verdadera de la conquista de la Nueva España. Vivió en la Ciudad de Santiago de los Caballeros de Guatemala y allí se casó con Teresa de Becerra, hija del conquistador de Guatemala, Bartolomé. Fue Regidor de Santiago durante más de 30 años, recibió varios títulos, entre ellos el nombramiento de Hijodalgo y el Certificado de Armas dado por Felipe II.

El manuscrito original de esta obra se encuenta actualmentye depositado en el Archivo de Centroamérica, en la ciudad de Guatemala.

Murió en Santiago de los Caballeros de Guatemala (antigua Guatemala) en 1584.

Bernal Díaz del Castillo ha llegado a ocupar en nuestros días el puesto que Gómara llenó en el siglo XVI. Es el autor a quien acuden en primer lugar —cuando no exclusivamente— los especialistas y también los profanos que se interesan por la Conquista de la Nueva España.

La Verdadera historia es reeditada con gran frecuencia. Ha sido traducida, total o parcialmente, al francés, al inglés, al alemán, al danés, al húngaro. Su autor es objeto de un verdadero culto, el libro se ha convertido en piedra de toque para contrastar a todos los autores que tratan de la Conquista.

Bien es verdad que el interés por Bernal, al hacer que se multipliquen los estudios en torno a su persona y a su libro, tiende a modificar una actitud que hoy está en el ambiente, pero que viene ya de muy atrás, que encontró su manifestación más definida y exaltada hacia comienzos de este siglo, en las páginas con que Genaro García prologó la edición de la Verdadera historia hecha con arreglo al manuscrito que se conserva en Santiago de Guatemala. Compárese esta introducción con la de otro historiador mexicano, Joaquín Ramírez Cabañas, a la edición de 1939, y podrá apreciarse hasta qué punto se ha ganado terreno en una estimación más ponderada, más exacta, del carácter de Bernal y de su obra.

Nosotros también hemos pasado por el culto frenético de Bernal; también nos hemos indignado con quienes señalaban —no siempre con justicia— los defectos de su libro. Hoy lo vemos con mirada más tranquila, aleccionados por durísima experiencia que algún día ocupará en la historia lugar tal vez más alto que la de los conquistadores de la Nueva España. Por lo mismo que no aceptamos a Bernal incondicionalmente, creemos comprenderlo mejor y admirarlo más.

La biografía de Bernal parece que es ya conocida de todos. En los últimos años han venido publicándose nuevos datos documentales que completan o rectifican la figura del personaje tal como lo veíamos a través de su crónica; pero esta labor peca —como siempre suele ocurrir— de un exceso de dispersión y de que no se ensamblen debidamente los resultados. Tenemos, pues, que desbrozar el camino fijando algunas fechas que nos son indispensables para conocer la época en que Bernal escribió su libro y la génesis misma de su composición.

No se conoce con exactitud la fecha del nacimiento de Bernal. Genaro García, en la introducción a su edición de la Verdadera historia, dice que nació en 1492, afirmación que todavía se repite en la edición de Ramírez Cabañas. Genaro García parte de un error: el de creer que Bernal Díaz tenía 24 años "en el tiempo en que se resolvió a venir a la Nueva España".

Este error se debe a una interpretación defectuosa del texto de Bernal. El pasaje en que se apoya Genaro García dice así:

Y Dios ha sido servido de guardarme de muchos peligros de muerte, así en este trabajoso descubrimiento como en las muy sangrientas guerras mexicanas —y doy a Dios muchas gracias y loores por ello— para que diga y declare lo acaecido en las mismas guerras; y, demás de esto, ponderen y piénsenlo bien los curiosos lectores, que siendo yo en aquel tiempo de obra de veinte y cuatro años, y en la isla de Cuba el gobernador de ella, que se decía Diego Velázquez, deudo mío, me prometió que me daría indios de los primeros que vacasen, y no quise aguardar a que me los diesen.

Pasaje confuso, cosa frecuentísima en Bernal. Genaro García lo interpretó en el sentido de que Bernal afirmaba tener 24 años cuando rechazó la encomienda ofrecida por Diego Velázquez y decidió pasar a la Nueva España. Pero al hacerlo olvida la manera peculiar que Bernal, en su inexperiencia, tiene de escribir; que sus ideas van siempre a la deriva, pasa de unas a otras, las entrecruza, y jamás establece la debida separación. Bernal nos está hablando de "las muy sangrientas guerras mexicanas" y de su propósito de relatar lo acaecido en ellas. Menciona como mérito suyo el haber combatido siendo joven —obra de 24 años— y, para resaltarlo más, añade que al pasar a México había desdeñado los ofrecimientos ventajosos hechos por Diego Velázquez.

Es decir, que Bernal piensa en sus veinticuatro años asociando la idea con las guerras mexicanas y no con la oferta del gobernador de Cuba que viene a continuación en el texto, aunque había precedido en la realidad. Podemos situar los 24 años de Bernal entre 1519 y 1521, fechas extremas de la campaña de Hernán Cortés, tal vez en 1520, que es cuando las "guerras mexicanas fueron más sangrientas" para los españoles —el desastre de la Noche Triste—.

Portada de la Historia verdadera de la Conquista de la Nueva España de Bernal Díaz del Castillo
Portada de la Historia verdadera de la Conquista de la Nueva España de Bernal Díaz del Castillo

Esta indicación, dudosa a primera vista, pero que no lo será tanto para quien esté familiarizado con el estilo de Bernal, indica como fechas entre las que podemos situar su nacimiento las de 1495 y 1497. Vamos a ver que el dato concuerda con otras afirmaciones hechas por nuestro autor en distintos momentos de su vida. En la declaración que presta en la probanza de servicios del adelantado don Pedro de Alvarado ? de junio de 1563— dice tener 67 años (fecha del nacimiento hacia 1495).

Podemos, pues, afirmar con bastante precisión las fechas de 1495 o 1496 para el nacimiento de Bernal, y descartar en absoluto la fecha de 1492 propuesta por Genaro García.

Nos queda por desvanecer otro motivo de confusión. Bernal afirma en la primera página de su crónica de la Conquista: "soy viejo de más de ochenta y cuatro años". Quienes se han ocupado de su biografía tratan de conciliar esta afirmación con la noticia que da en otro lugar, la de que saca su texto en limpio en 1568:

De quinientos cincuenta soldados que pasamos con Cortés desde la isla de Cuba no somos vivos en toda la Nueva España de todos ellos, hasta este año de mil quinientos setenta y ocho, que estoy trasladando esta mi relación, sino cinco.

Casa Bernal Díaz del Castillo.
Casa de Bernal Díaz del Castillo en la Plaza del Pan de Medina del Campo (En la fachada solamente figura una placa)

La cosa no resulta fácil, pues de tener Bernal más de 84 años en 1568, habría nacido en 1484 nada menos. Quienes se esfuerzan por compaginar las dos afirmaciones de Bernal incurren en error muy común: el de considerar los libros como productos en bloque, acabados, tal como se nos presentan ante la vista. El olvidar que tras el producto acabado se esconde un proceso lento de elaboración, con retoques, contradicciones, añadiduras, supresiones. Cuando el autor es poco hábil literalmente, este proceso queda al descubierto con mayor claridad, sin que consiga unificar debidamente sus materiales. Bernal es un caso típico de lo que venimos diciendo. Su obra es un conglomerado —como lo eran las obras literarias producto de una colectividad— y en él podemos rastrear estratos diferentes. Solamente si partimos del hecho de que Bernal es el autor de un solo libro, trabajo de toda su vida, podremos evitar errores como el que motiva estos comentarios.

Bernal trabajó largo tiempo en su historia —vamos en seguida a precisar esta información— y es indudable que dejó, como a todos nos ocurre, el prólogo para lo último. No fue capaz de escribirlo a su satisfacción, según él mismo nos dice, y no pasó de una breve nota en donde hace la indicación de que tiene más de 84 años. Esta nota pudo escribirla muy bien hacia 1579 o 1580, en una de las revisiones que hacía de su obra. Téngase en cuenta que la indicación de edad no aparece en el prólogo de la edición de Remón, que es, sin duda, de mano de Bernal. En este prólogo, tal vez el de una copia que envió a España antes de 1579, habla de su propósito de seguir trabajando en el libro: "Tengo que acabar de escribir ciertas cosas que faltan, que aún no se han acabado".

Así, pues, hay que desechar la idea de que Bernal tuviera más de 84 años en 1568. Las dos noticias están dadas en momentos diferentes, y a nadie que conozca la mentalidad de Bernal Díaz podrá extrañarle que no se preocupe en poner de acuerdo afirmaciones hechas en momentos distintos de su vida.

Lo cierto es que la dichosa afirmación del prólogo del borrador de Guatemala es la que más ha pesado sobre el ánimo de quienes han estudiado la obra de Bernal. Se han esforzado por retrasar la fecha de la composición lo más posible, para acercarla al año de 1568 y para justificar que el autor escribía a edad muy avanzada. Como Bernal afirmaba también, al hablar de sus 84 años, que ha perdido "la vista y el oír", la asociación con Homero resulta tentadora. El anciano conquistador "con el noble deseo de rectificar errores de mal informados cronistas, empuñó la pluma, como antes la espada", indica González Obregón. "Se consagró a escribir su Historia verdadera cuando frisaba en los setenta y tantos años de edad", indica Genaro García. "Sabemos que Bernal Díaz del Castillo empezó a escribir su Verdadera historia por el año de 1568", afirma rotundamente Carlos Pereyra, sin decirnos de dónde sale esta noticia.

Los datos que hoy poseemos nos permiten rectificar todas estas afirmaciones. Bernal trabajaba en su historia cuando aún no tenía 60 años de edad. Alonso de Zorita, que fue oidor de la Audiencia de los Confines y anduvo por tierras de Guatemala desde la primavera de 1553 a fines de abril de 1557, dice en su Historia de Nueva España:

Bernaldo Díaz del Castillo, vecino de Guatemala, donde tiene un buen repartimiento, y fue conquistador de aquella tierra, y en Nueva España y en Guacacinalco, me dixo estando yo por oidor de la Real Audiencia de los Confines que reside en la ciudad de Santiago de Guatemala, que escribía la historia de aquella tierra, y me mostró parte de lo que tenía escrito;no sé si la acabó, ni si ha salido a luz.

Bernal no había terminado su historia cuando Alonso de Zorita era oidor de la Audiencia de los Confines. Encontramos nueva referencia al libro, hecha esta vez por el propio Bernal en 1563 —aún no tenía 70 años—, en la probanza de servicios del adelantado Alvarado a que ya nos hemos referido: "Pasadas muchas cosas que este testigo tiene escritas en un memorial de las guerras, como persona que a todo ello estuvo presente..."

Aquí Bernal nos habla de su obra como existente ya, aunque no estuviera totalmente concluida. En realidad, no la concluyó nunca. Hay vacilación en Bernal cuando trata de cerrar su libro, como hemos apuntado que la había al iniciarlo, en el prólogo. Tal vez pensó que en un principio que el remate más adecuado era la "Memoria de las batallas y encuentros " en que se había hallado, que sigue al capítulo CCXII. Con esta memoria termina el texto de Remón y al pie de la misma aparece la firma de Bernal Díaz en el manuscrito de Guatemala; pero luego añadió dos capítulos más, sobre cuya oportunidad no estaba muy seguro, pues al capítulo CCXIV le precede la siguiente nota: "No se escriba esto de abaxo". Y la indecisión va más lejos, pues al terminar el mismo capítulo anuncia:"Bien es que diga en otro capítulo de los arzobispos y obispos que ha habido". El capítulo en cuestión no existe, y no parece que el manuscrito de Guatemala esté mutilado. Lo más verosímil es que Bernal no llegara a escribirlo.

Con lo apuntado basta para darnos idea de lo lento que es el proceso de elaboración de la Verdadera historia, Una primera mención anterior a 1557; otras de 1563 y 1568; la última que podemos situar hacia 1579 o 1580. El libro se entreteje todo a lo largo de la vida de su autor desde el siglo XVI.

Ha existido otro factor importante en la tendencia a retrasar la fecha de composición de la historia de Bernal Díaz: la asociación inmediata que se establece entre su obra y la Conquista de México, de López de Gómara.

Bernal Díaz, que vivía tranquilo en su encomienda de Chamula, no pudo ver sin enojo que aquel escritor [Gómara] trataba de engrandecer a Hernán Cortés a costa de todos sus compañeros, atribuyéndole exclusivamente la gloria de la Conquista; de manera que la indignación le hizo autor, Desde entonces comenzó, sin duda, a renovar la memoria y recuerdos de aquellos hechos...
Esta opinión, expresada hace tiempo por Vedia, sigue flotando hoy en el ambiente. Bien es verdad que ha sido preciso retocarla porque el propio Bernal nos dice que ya trabajaba en su historia cuando llegó a sus manos la de Gómara.

"Llevaba escrito poco de la Historia verdadera cuando llegaron a sus manos las crónicas compuestas por Paulo Jovio, López de Gómara y Gonzalo de Illescas", dice Genaro García. Carlos Pereyra precisa más: "Llevaba adelantados cerca de veinte capítulos, y narraba los hechos del viaje que hizo con Juan de Grijalva, cuando cayeron en sus manos tres libros..."

Estas afirmaciones también necesitan revisión. No podemos saber exactamente en qué fecha, en qué momento de la composición de la Verdadera historia llegaron los libros citados de Bernal. Pero que éste los mencione en el capítulo XVIII de su libro no indica que precisamente entonces llegaran a su conocimiento, ni él dice tal cosa. Indica tan sólo: "Estando escribiendo en esta mi crónica, acaso vi lo que escriben Gómara e Illescas y Jovio en las conquistas de México y la Nueva España". El lugar de la mención es el más adecuado, pues sigue el relato de la expedición de Juan de Grijalva y precede al de la de Cortés, donde las rectificaciones a dichos cronistas iban a ser más frecuentes; pero el capítulo XVIII puede muy bien haber sido intercalado por Bernal, pues en el manuscrito se alteró la numeración, de modo poco hábil, dando al capítulo anterior el número XVI, que no le correspondía, sin duda para agregarlo al relato de la expedición de Grijalva y para hacer un hueco a la advertencia sobre los tres cronistas.

Hay más aún. Quienes piensan que el capítulo XVIII señala el momento en que Bernal tuvo noticia de los otros cronistas, parecen olvidar que ya en el capítulo I advierte: "Hablando aquí en respuesta de lo que han dicho y escrito personas que no lo alcanzaron a saber, ni lo vieron, ni tenían noticia de lo que sobre esta materia hay". Por si no estuviera bastante clara la alusión a los cronistas que Bernal se propone refutar, la encontramos más explícita en el capítulo XIII, cuando nos habla del oro rescatado por Grijalva en el río de Banderas: "Y esto debe ser lo que dicen los cronistas Gómara, Illescas y Jovio que dieron en Tabasco". En el capítulo siguiente vuelve a rectificar a Gómara.

Si Bernal menciona desde el comienzo de su libro a los tres cronistas —también lo hace explícitamente en el prólogo del texto de Remón—, lo que esto nos indica no es que los conociera a poco de comenzar a escribir su historia, sino que la modificó desde el principio después de haberlos leído. No se olvide que ya estaba escrito parte de su libro en 1557, y tal vez terminada una primera redacción en 1563, época en la que mal podía haber visto a los cronistas mencionados —con excepción de Gómara—, pues la primera edición de Gonzalo de Illescas es de 1564 y la traducción castellana de Paulo Jovio es de 1566.

Habremos, pues, de resignarnos a admitir que la parte jugada por la indignación contra los errores de los cronistas en la génesis de la historia de Bernal no es el germen del libro, como se nos venía diciendo. Hay indignación y hay polémica en Bernal, pero los motivos de esta actitud son otros.

Nada tan sorprendente a primera vista como la paradoja de que Genaro García, enemigo de los conquistadores, haya hecho una excepción a favor de Bernal, convirtiéndolo en arquetipo de virtudes y trazando de su carácter una semblanza enteramente falsa.

Así, pues, bastante pobre, si bien querido y considerado, se consagró a escribir su Historia verdadera cuando frisaba en los setenta y tantos años de edad; sin temer a nadie; persuadido de que en el mundo no se registraba hecho más hazañoso que la Conquista, ni existían hombres más heroicos que los conquistadores; conforme con no haber recibido la remuneración que justamente merecía; libre de pesimismo, rencores y remordimientos; perfectamente tranquila su conciencia; con una memoria privilegiada y una inteligencia excepcional en su pleno vigor. Interrumpía de tarde en tarde su trabajo para visitar los pueblos de su encomienda, acompañado a veces de amigos...

Esta visión idílica, azorinesca, de un Bernal reposado y tranquilo que visita sus indios y acaricia recuerdos, que rompe su quietud con gesto de quijote para volver por la gloria que Gómara pretende arrebatarles a él y a sus compañeros, cae por tierra ante una lectura atenta del libro de Bernal y de los documentos que ahora conocemos relativos a su persona. La edición de Ramírez Cabañas es la que más circula hoy y no hace falta repetir aquí lo dicho en su prólogo sobre el carácter de Bernal y sobre su verdadera situación económica por los años en que compone la crónica de la Conquista. Lo que sí conviene es poner en relación estos nuevos datos con la génesis misma de la Verdadera historia.

Bernal es hombre bullicioso, insatisfecho, pleitante. No se da nunca por contento con las recompensas que recibe en premio sus servicios. Siempre se manifiesta desazonado, resentido. En 1550 se le concede licencia para que él y dos criados suyos puedan llevar armas ofensivas y defensivas porque "está enemistado en esa tierra [Guatemala] con algunas personas". Véase el tono de su correspondencia en las dos cartas de 1552 y 1558. Bernal tiene mal genio, es murmurador, está terriblemente pagado por sí mismo. "Bien creo que se tendrá noticia de mí en ese Vuestro Real Consejo de Indias". le dice al rey en 1552. "Ya creo que V. S. no terná noticia de mí, porque según veo que he escrito tres veces e jamás he habido ninguna respuesta...", escribe en 1568 al padre Las Casas, en carta donde le pide con gran desparpajo que "cuando escribiese a los reverendos padres de Santo Domingo venga para mí alguna carta o colecta para que sea favorecido".

No, no es Bernal el hombre "conforme con no haber recibido la remuneración que justamente merecía" que quiso hacernos ver su editor mexicano. El hombre "libre de pesimismos, rencores y remordimientos". Es el hombre inmensamente ambicioso, profundamente insatisfecho, el representante genuino de aquella generación turbulenta de conquistadores que cuando dejan de guerrear con los indios dedican el resto de sus vidas a forcejear con la Corona para conseguir mercedes que les permitan vivir sin trabajar.

Ramírez Cabañas señala certeramente en el prólogo de su edición esta actitud que informa toda la conducta de Bernal. Icaza, en la magistral introducción a sus Conquistadores y pobladores de Nueva España, se refiere de continuo a nuestro autor como a uno de los más destacados portavoces de la insatisfacción, de las quejas continuas de los conquistadores que no creen suficientemente recompensados sus servicios. Carlos Pereyra insiste en la necesidad de precaverse "contra el peligro de la literatura plañidera formada por los memoriales de méritos y servicios de los conquistadores". Pero ninguno de estos autores destaca con suficiente precisión que este ambiente de insatisfacción, que este resentimiento y esta avidez de los conquistadores, que este formidable y larguísimo pleito que mantienen con la Corona por cuestión de intereses, por repartos de tierras y de indios, forma la base, la raíz de la Verdadera historia de Bernal.

No todo está perfectamente claro en la vida de Bernal. Si sus méritos fueron tan grandes como él nos lo indica, ¿por qué no obtuvo un puesto más destacado entre los compañeros de Cortés? A no ser por su propio relato, apenas si tendríamos noticia de su participación en la Conquista. En su libro se nos presenta con todas las características del conquistador, bravísimo, ansioso de aventura y riquezas. No obstante cabría decir que Bernal es soldado de ocasión, que la milicia no le atrae de por vida. Apenas cae México, le vemos interesado por obtener su parte de botín, no ya en oro no joyas, sino en tierras y en indios. Consigue de Sandoval una encomienda en Coatzacoalcos, y a partir de este momento se indigna cada vez que Cortés exige su presencia en alguna expedición militar. Siempre se compadece de los soldados que "tenían ya sus casas y reposo" y que se ven lanzados contra su voluntad a nuevas aventuras. Véase como ejemplo su comentario a la expedición a las Hibueras:

Y en el tiempo que habíamos de reposar de los grandes trabajos y procurar de haber algunos bienes y granjerías, nos manda [Cortés] ir jornada de más de quinientas leguas, y todas las más tierras por donde íbamos de guerra, y dejamos perdido cuanto teníamos.

Este deseo tan intenso de reposo manifestado cuando Bernal aún no había cumplido los treinta años —la expedición a las Hibueras se inicia en 1524— contrasta bruscamente con el tono empleado al relatar su participación en las campañas de Cortés.

Y los que andaban en estas pláticas contrarias eran de los que tenían en Cuba haciendas, que yo y otros pobres soldados ofrecido teníamos siempre nuestras ánimas a Dios que las crió, y los cuerpos a heridas y trabajos hasta morir en servicio de Nuestro Señor Dios y de su Majestad.

Es decir, Bernal nos confiesa ingenuamente que los conquistadores luchaban bien mientras nada tenían que perder; pero en cuanto conseguían algunos bienes de fortuna, costaba muchísimo hacerles participar en nuevas empresas militares. Y así Bernal termina muy joven su vida de soldado. Va con Cortés a las Hibueras a regañadientes, porque no le queda otro remedio; las expediciones en que más tarde toma parte no son de gran peligro, pues él mismo repite en varias ocasiones que los indios de Guatemala "no era gente de guerra, si no de dar voces y gritos y ruido". No le tienta pasar al Perú, como no le tientan las arriesgadas e infructuosas expediciones que se realizan bajo el gobierno del virrey Mendoza.

Bernal deja muy joven de ser conquistador para pasar a ser encomendero. Y en esta lucha por las recompensas, no por más sorda menos violenta que la lucha contra los indígenas, consume la mayor parte de su vida, Hace dos viajes a España con este motivo. Da su opinión en la junta celebrada en Valladolid en 1550 acerca del repartimiento perpetuo. Las cartas y documentos que de él nos han llegado tratan exclusivamente de estos temas. No hemos de analizarlos en sus aspectos más definidamente técnicos, jurídicos. Nos basta con subrayar que la idea fija de toda la vida de Bernal es la de haber entrado a formar parte de una nueva aristocracia, la de "los verdaderos conquistadores", que por sus heroicas hazañas se ha hecho acreedora de todo género de mercedes por parte de la Corona.

Demás de nuestras antiguas noblezas, con heroicos hechos y grandes hazañas que en las guerras hicimos, peleando de día y de noche, sirviendo a nuestro rey y señor, descubriendo estas tierras y hasta ganar esta Nueva España y gran ciudad de México y otras muchas provincias a nuestra costa, estando tan apartados de Castilla, ni tener otro socorro ninguno, salvo el de Nuestro Señor Jesucristo, que es el socorro y ayuda verdadera, nos ilustramos mucho más que de antes.

Bernal pone de manifiesto la idea corriente entre los conquistadores de que las guerras con los indios son continuación de las hechas en España contra los infieles —la Reconquista— y pide que quienes en ellas han participado reciban el mismo premio que los guerreros medievales.

Y también he notado que algunos de aquellos caballeros que entonces subieron a tener títulos de estados y de ilustres no iban a tales guerras, ni entraban en las batallas, sin que primero les pagasen sueldos y salarios, y no enbargante que se los pagaban, les dieron villas, y castillos, y grandes tierras, perpetuos, y privilegios con franquezas, las cuales tienen sus descendientes; y además de esto, cuando el rey don Jaime de Aragón conquistó y ganó de los moros muchas partes de sus reinos, los repartió a los caballeros y soldados que se hallaron en ganarlo, y desde aquellos tiempos tienen sus blasones y son valerosos, y también cuando se ganó Granada...

Léase con atención la Verdadera historia y se encontrarán a granel pasajes como éste. Todos los conquistadores, tarde o temprano, hubieron de presentar su relación de méritos y servicios, haciéndolo en ocasiones colectivamente y por orden superior, como ocurrió bajo el gobierno del virrey Mendoza. El acierto genial de Bernal Díaz fue que para darnos la relación de sus propios méritos, el "memorial de las guerras", como hemos visto que la llama, escribió la crónica más completa y mejor de la conquista de la Nueva España. Bernal, que era un ególatra, tenía también muy acusado el sentimiento de grupo, que tanto se desarrolla en las guerras, y de aquí que no concibiera relatar sus hazañas sin encuadrarlas en las de todos sus compañeros, "porque mi intento desde que comencé a hacer mi relación no fue sino para escribir nuestros hechos y hazañas de los que pasamos con Cortés".

El germen de la obra de Bernal ha de buscarse, pues, en la lucha por las encomiendas y en las relaciones de los méritos y servicios. Nótese el aire de documento notarial que tiene el comienzo de su crónica:

Bernal Díaz del Castillo, vecino y regidor de la muy leal ciudad de Santiago de Guatemala, uno de los primeros descubridores de la Nueva España, y sus provincias, y cabo de Honduras, y de cuanto hay en esta tierra... natural de la noble e insigne villa de Medina del Campo, hijo de Francisco Díaz del Castillo, regidor que fue de ella, que por otro nombre llamaban el Galán, que haya santa gloria...

Los últimos capítulos se dedican a la enumeración de todos los conquistadores que pasaron con Cortés y de los méritos de cada uno. Una de las redacciones —la utilizada por Remón— concluía con la memoria de las batallas y encuentros en que Bernal había tomado parte.

La Verdadera historia fue creciendo desmesuradamente porque Bernal no era capaz de seleccionar entre sus recuerdos, y puesto a relatar la conquista tuvo que decirlo todo. Así hubo de alcanzar mayores vuelos la que en un principio fuera simple relación de méritos y servicios. Sabemos que Bernal mostraba lo que iba escribiendo a personas que creía competentes para juzgarlo —el oidor Alonso de Zorita, los licenciados que menciona en el capítulo CCXII— quienes, sin duda, le estimularon en su labor. La lectura de Gómara hizo el resto, y también pudo ayudarle para dar forma definitiva a su crónica.

Así, pues, fueron los intereses y los pleitos del Bernal Díaz encomendero los que dieron origen en su forma primera al relato estupendo de las hazañas del Bernal Díaz conquistador de sus compañeros. De haber sido Bernal un hombre más modesto, capaz de adaptarse mejor a las nuevas condiciones de trabajo que exigía la Colonia, no hubiera defendido tan testarudamente los derechos de "los verdaderos conquistadores" y no tendríamos hoy su Verdadera historia.

En la gigantesca polémica que originó el descubrimiento y conquista de las Indias, la obra histórica de Bernal ocupa el polo opuesto a la de Las Casas. Defensa de los derechos del indio en éste, defensa de los derechos del conquistador en aquél.

Es paradoja curiosísima que contraposición tan clara no haya sido establecida hasta ahora con precisión. Ello se debe a que el libro de Bernal pasó a ocupar un primer plano como arma preferida en el ataque contra Gómara y, sobre todo, contra Hernán Cortés. El no haber penetrado bien en la génesis de la Verdadera historia ha hecho de los partidarios incondicionales de Las Casas partidarios incondicionales de Bernal Díaz. Lo cual, sin duda, a ellos les hubiera extrañado muchísimo.

La Historia verdadera de la conquista de la Nueva España es uno de los libros más notables de la literatura universal. Testimonio de valor único, por su amplitud y precisión, sobre los hechos de la Conquista, añade a su valor histórico la extraordinaria fuerza del relato, el vigor que irradian sus páginas, que nos acercan, como pocos autores han sabido hacerlo, a los hechos que narran.

Casa Bernal Díaz del Castillo.
Casa de Bernal Díaz del Castillo en la Plaza del Pan de Medina del Campo (En la fachada solamente figura una placa)

Es una soberbia epopeya en prosa, un relato de empresas sobrehumanas, cuyo mérito máximo estriba en la sencillez misma con que su autor las cuenta. Pocas experiencias hay en la historia de la humanidad tan notables como la llegada de los españoles de Cortés a la capital azteca. Hasta entonces, hasta 1519, no se realiza el sueño de los descubridores. Ciudades inmensas, riquezas fabulosas, vastos imperios. Lo que le había sido negado a Colón y a sus acompañantes, ávidos buscadores de los tesoros de Oriente, que no ocultan su decepción ante la vida rudimentaria de los habitantes de las islas, se les otorga a Cortés y a sus hombres.

"No sé cómo lo cuente, ver cosas nunca oídas, ni vistas, ni aún soñadas, como veíamos", escribe Bernal. Y sí sabe contarlo. Tiene el don único de saber narrar, de tener una memoria vital tan rica, que evoca sin esfuerzo recuerdos lejanos y les da animación insuperable con la pluma. Su obra es la base de casi todo lo que sabemos de la Conquista. Elogiándole o denigrándole, todos los autores que vinieron tras él se han servido de aquélla para elaborar sus propios relatos.

Las ediciones de la obra se han sucedido sin interrupción. Ha sido traducida, totalmente o en selecciones, al francés, inglés, alemán, húngaro, danés... Y ahora le ofrecemos de nuevo al público de habla española, aligerada y modernizada, para que el acercamiento sea más fácil, para que el goce sea más directo.

Hemos retocado el texto lo indispensable para que Bernal nos hable como lo haría hoy si estuviera entre nosotros. Porque su libro tiene en alto grado el rasgo distintivo de las epopeyas primitivas, que se componían para ser recitadas, no para la lectura.

Son certeras las palabras del ilustre historiador mexicano Luis González Obregón, autor de un bello estudio sobre Bernal Díaz.

Abiertas las páginas de la Historia verdadera —nos dice—, no se leen, se escuchan. Antójase que el autor está cerca de nosotros, que ha venido a relatarnos lo que vio y lo que hizo; y su mismo estilo burdo semeja al de un veterano, a quien perdonamos las incorrecciones de lenguaje para sólo oírle los sucesos llenos de interés en que ha sido testigo y actor.

El libro, como todas las grandes obras maestras, es tan rico de contenido y tan fértil en sugestiones, que sólo señalaremos aquí a grandes rasgos algunas de las características de él y de su autor, que esperamos sirvan para una mejor comprensión del texto.

Si en algún caso resulta arbitraria la distinción usual entre el autor y su obra, es en el caso de Bernal Díaz del Castillo. Autor y libro son inseparables.

La vida de Bernal es esencialmente lo que en el libro se narra. Los datos que acerca de él poseemos se encuentran casi todos en su historia, con la excepción de algunos documentos sueltos, que nada modifican.

Nace Bernal Díaz hacia 1495 o 1496 en Medina del Campo, ciudad castellana, famosa por sus ferias. De familia modesta, escasa de recursos, se le ofrece en sus años mozos la gran aventura de aquella generación: el viaje a las Indias recién descubiertas.

Viene Bernal a tierras de América en 1514, con la expedición de Pedrarias Dávila. Toma parte en los viajes de descubrimiento de Hernández de Córdoba y Juan Grijalva. Luego sigue a Hernando Cortés en su conquista a la Nueva España.

No vale la pena trazar en detalle sus pasos. Nadie mejor que él es capaz dehacerlo. Por eso hemos de limitarnos a algunas observaciones sobre su cáracter.

Bernal Díaz es hombre de condición humilde, cuya vida hubiera sido oscura de no presentársele la gran peripecia de la conquista de un mundo nuevo. Es la persona que se siente llamada a escribir por el volumen de los hechos en que ha participado. Todos hemos llevado un diario en nuestra juventud, cuando creíamos sinceramente que nuestra experiencia tenía valor único y excepcional, cuando descubríamos nuestro propio mundo. Raros son los diarios de este tipo que, releídos más tarde, no van a parar al cesto de los papeles.

Pero Bernal ha tenido la rara oportunidad de descubrir un mundo auténtico y de sentirse con fuerzas para narrar la hazaña. Lo más extraordinario es que, siendo hombre de escasa cultura libresca, no tiene —afortunadamente— modelos literarios que imitar y se hunde de lleno en el relato de los hechos en que ha tomado parte. Lo que constituye para nosotros el mayor encanto de su libro es que sea totalmente incapaz de selección, de distinguir entre lo esencial y lo que no lo es, y así lo cuenta todo, absolutamente todo, dándonos en su historia esa riqueza de vida auténtica que nos hace asistir con él a la marcha del puñado de hombres que conquista las tierras mexicanas.

Bernal no escribe por el placer de escribir. Nada de eso, se da bien cuenta de su falta de cultura, que incluso le preocupa demasiado, pues nada precisaba aprender hombre tan magníficamente dotado como él para la observación y la narración de los hechos. Tiene que vencer un esfuerzo, una repugnancia para tomar la pluma. ¿Por qué escribe su historia?

Bernal y los demás españoles que llevan a cabo la Conquista pasan a América "por servir a Dios y a Su Majestad, y dar luz a los que estaban en tinieblas, y también por haber riquezas, que todos los hombres comúnmente veníamos a buscar". Servir a Dios era aumentar la cristianidad y ayudar a la conversión de los infieles idólatras. Servir a su Majestad era procurar que se acrecentaran sus dominios y se enriquecieran las arcas reales. Ésta era una base firme como la roca, pues nunca habrán estado los sentimientos católicos y monárquicos tan arraigados como en las mentes españolas del siglo XVI.

Pero ¿y la obtención de las riquezas? Aquí sí que había libre campo para la iniciativa individual y para las pugnas de toda índole. La avidez de riquezas, que dio lugar a los episodios más deplorables de la Conquista, a todo género de crueldades y malos tratos con los naturales, esa avidez que hacía creer a un soldado que las paredes bien blanqueadas de un poblado indígena eran de plata, tiene un representante típico en Bernal.

Si en el ejército de Cortés hay divisiones, no deja de decirnos que las motiva la situación económica de los soldados. Quienes tenían en Cuba tierras, minas o indios, querían volverse. Quienes nada poseían, querían seguir adelante, para buscar la vida y su ventura. Se jugaban las vidas en un trágico juego de azar del que esperaban obtener de golpe la riqueza, para ellos y sus descendientes, la riqueza que les librara del trabajo, entonces considerado denigrante.

De aquí que ocupen tanto espacio, en el libro de Bernal, los pleitos sobre el reparto de indios y de metales preciosos, que veamos a Cortés resolviendo las dificultades de gobierno a fuerza de sobornos —con los hombres de Pánfilo de Narváez, con Andrés de Tapia, con sus propios compañeros—.

De aquí la manera que tiene Bernal de enjuiciar a los principales personajes del drama, según que fueran más o menos "francos", más o menos dadivosos. Moctezuma le deslumbra por su esplendidez, y se aprovecha de ella para pedirle mantas y una india. La muerte de Cuauhtémoc le apena porque, en el terrible viaje a las Hibueras, le había prestado indios que le buscaran hierba para su caballo. Los grotescos magistrados de la Primera Audiencia encuentran disculpa ante sus ojos porque eran muy buenos con los conquistadores, es decir, porque les daban indios en cantidad, para lo cual herraron a tantos por esclavos que el mismo Bernal confiesa que la tierra estuvo a punto de desplomarse.

¿Y Cortés? según Bernal, no es generoso con sus compañeros. Siempre toma del botín la parte del león. Por eso Bernal tiene hacía él la actitud del criado viejo, que no podría vivir sin su señor, pero al que no pierde ocasión de censurar. Obsérvese en las páginas del libro la admiración que Bernal siente por su jefe, cómo habla de sus virtudes militares, su valor, su tenacidad, el ser siempre el primero en los trabajos y peligros; pero no se porta bien con sus compañeros. Quiere arrebatarles su parte de gloria y su parte de botín. Bernal mira de reojo a Cortés y a todos los que van a España en busca de mercedes, y siempre se considera postergado, aunque su situación no sea precaria, ni mucho menos.

Él, que tanto había reprochado al grupo partidario de volverse a Cuba, una vez conquistado México no tiene más ambición que la de obtener buenas encomiendas, alardeando de formar parte de los conquistadores primitivos, y reniega cada vez que se le ordena participar en nuevas empresas, como ocurre cuando el viaje a las Hibueras.

En Bernal hay un enigma. ¿Por qué no consiguió ascender más en la jerarquía militar? El título de capitán se lo concede a sí mismo graciosamente, y por todo su relato vemos que no pasó de soldado de a pie, al que ocasionalmente se le dio el mando de grupos de soldados que no tenían misión mayor que la de buscar comida o encontrar un camino en la selva tropical.

¿Que pasa con él? Sin duda tenía más cultura y más inteligencia que la mayoría de sus compañeros. Y si no fuera por su libro, nada sabríamos de su persona. !Qué diferencia, no ya de un Cortés, sino de un Sandoval, un Alvarado, un Olid, un Andrés de Tapia y de tantos otros! Bien vemos por su relato, en especial en el caso de Sandoval, que partían de la nada, y que su encumbramiento era hijo de sus obras. ¿Habría en Bernal algo que lo incapacitara para mandar y que no conozcamos? ¿Quiso alcanzar con la pluma el puesto destacado que no logró con la espada?

Su deseo de gloria y de inmortalidad iguala casi a su ansia de riquezas. No pierde ocasión de situarse en primer plano en su relato, en momentos en que no hay la menor duda de que miente. Véase lo que dice del desastre de la calzada, cuando los mexicanos arrojaban a los distintos reales las cabezas de los españoles muertos y Bernal hace figurar la suya entre las que los aztecas identifican. Cuando el licenciado Luis Ponce de León interroga a Cortés sobre su conducta, no se olvida de preguntar por Bernal Díaz.

Esta ambición de notoriedad de Bernal, este deseo de gloria y riquezas, este sentirse de continuo postergado e insatisfecho, es lo que mueve su pluma. Su libro es una desmesurada relación de méritos y servicios, un memorial de las batallas en que se ha hallado, según él le llama. Y para destacar su personalidad tiene que elevar de nivel la de todos sus compañeros. Cortés se nos aparece en sus páginas como la criatura de una camarilla, que le lleva y le trae y le hace tomar decisiones contra su voluntad.

Contra esta actitud ha de precaverse el lector que no esté versado en la historia de la Conquista. La parte de Cortés en la empresa es muy superior a la que Bernal le reconoce. Su mayor mérito es el haber bregado con la banda de aventureros que le seguía, de miras mucho más limitadas que las suyas, y haberlos conducido a la victoria; el querer superar siempre su propia marca, y, conquistado México, lanzarse a nuevas expediciones,como la de las Hibueras y la de California; pero la gloria tiene su precio. Y hasta la energía de Cortés se derrumba después de la expedición a Honduras, en que presenta todos los síntomas de lo que hoy llamamos el breakdown nervioso —pérdida de peso, insomnio, angustia y, sobre todo, un miedo y una repugnancia terribles a volver a su ambiente habitual, a reingresar en su propia vida, su oposición desesperada a volver a la Nueva España—.

Fuera de este momento de desánimo, la entereza de Cortés, su rango superior, su papel señero en la empresa, campean en las páginas de Bernal, a despecho de las censuras que le dirige. Sus compañeros eran hombres de excepción, si se quiere, pero lo eran gracias a él. !Qué triste espectáculo da el México conquistado cuando Cortés desaparece de la escena o cuando se le restan poderes desde España! !Qué inmenso es su ascendiente sobre sus compañeros y sobre los indios!

Sobre los indios de preferencia. Desde un principio Cortés sabe imponerse a ellos en la paz y en la guerra, con aquel instinto seguro que le hacía aceptar lo más extraordinario como cosa común y corriente. Utiliza las profecías existentes entre los indígenas: la llegada de Oriente de seres superiores que habían de subyugarlos. Extrema la justicia en sus tratos con ellos, hasta el punto de que a él acuden siempre, y que su gran prestigio es visto con desconfianza desde España y constituye uno de los motivos de su rutina.

Los indios no son para Bernal un objeto de curiosidad, como lo serían para un moderno. Son un objeto de salvación. Hay que sacarlos de la idolatría y los vicios en que viven sumidos, esclavos del dominio, para levantarlos al plano superior de la religión y la ética cristianas. Bernal, buen soldado, sabe apreciar la lealtad de los de Tlaxcala, el tesón magnífico de los defensores de Tenochtitlán. "No se ha hallado generación en muchos tiempos que tanto sufriese la hambre y sed y continuas guerras como ésta."

No es la nota heroica la única que se oye en las páginas de Bernal. Sabe manejar la ironía y la burla con enorme soltura. Sus blancos predilectos son los soldados que pasan a la Nueva España después de Cortés y sus compañeros. Son cobardes e ineptos, no saben combatir con los indios. Modelo de ironía y de gracia es el relato de las expediciones de Rodrigo de Rangel.

Los méritos que podríamos llamar literarios —para entendernos de algún modo— no son los únicos del libro. Su valor histórico es muy grande. No se tiene hoy ya a Bernal por autor de veracidad indiscutible, pero sí mantiene su rango de hombre sincero y deseoso de decir la verdad. Además, su ingenuidad permite señalar muy bien cuándo deforma algún hecho.

Para él, la historia es el testimonio de las acciones que se han visto y en las que uno ha participado. No los pájaros ni las nubes, dice, sino los soldados que han tomado parte en las batallas, son los llamados a relatarlas. El cuerpo de su historia está formado por su experiencia personal y tiene siempre cuidado escrupuloso en indicar de dónde ha tomado sus datos cuando él no se encontró presente. Esto lo vi en una carta. Aquello me lo dijo un soldado. En esta precisión es muy superior a la mayoría de sus contemporáneos.

Bernal debió trabajar largo tiempo en su libro. Testimonios anteriores a 1557 nos indican que lo tenía empezado. En 1563 lo daba por concluido ya. En 1568 lo pone en limpio. En realidad, no lo concluyó nunca. No veía de un modo claro la manera de darle fin.

Una copia que había remitido a España antes de 1579 fue utilizada por un fraile mercedario, el padre Alonso Remón, para su edición de la Verdadera historia, publicada en 1632 —Bernal ya había muerto en 1584, según los datos más recientes, sin ver impreso su libro—.

La edición de Remón ha sido censurada con exceso. Salvo algunos añadidos, con los que quiso aumentar la gloria del padre Olmedo, mercedario que forma parte de la expedición de Cortés, el texto es perfectamente fiel, con leves retoques al borrador de Bernal, que hoy conocemos.

Este borrador, que se conserva en Santiago de Guatemala, donde Bernal murió, es el que ha servido de base para todas las ediciones recientes, hechas según la publicada por Genaro García en 1904.

Hemos tenido a la vista las dos ediciones —Remón y G. García—, junto con la preparada por nosotros en Madrid, que la guerra de España dejó sin concluir en 1936.

El texto que damos está modernizado en forma indispensable para que lo comprenda el lector de hoy. Puede decirse, sin exagerar mucho, que el texto primitivo de Bernal forma un solo párrafo. No sabía puntuar y escribe de un tirón. Nada hemos alterado en el texto, salvo la ortografía. Lo hemos aligerado un tanto, porque Bernal es muy redundante y se repite más de la cuenta. Esto ha hecho necesario alterar la numeración de los capítulos. Pero que esté tranquilo el lector. Tal como le ofrecemos la obra, forma un cuerpo coherente en el que nada se ha suprimido que sea esencial y sí bastantes cosas prolijas y enojosas.

Hemos puesto al pie de las páginas las notas que nos parecieron indispensables para una mejor comprensión del libro. Las más de las veces para explicar vocablos anticuados. No es tarea fácil anotar un texto. El lector encontrará que las notas abundan más al principio. Ello se debe, en parte, a que la materia mejor estudiada hasta hoy es la conquista propiamente dicha, hasta la caída de la capital azteca. Queda todavía mucho por hacer en el estudio de la historia de nuestro país.

Prólogo a la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, por Bernal Díaz del Castillo. Edición modernizada. México, Nuevo Mundo, 1943

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http://www.biblioteca.org.ar/libros/11374.pdf http://www.biblioteca.org.ar/libros/11374.pdf

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17-02-11 - 1580: Bernal Díaz del Castillo termina su 'Historia verdadera de la conquista de México' -

Pedro García Luaces

El 17 de febrero de 1580 Bernal Díaz del Castillo finaliza su Historia verdadera de la conquista de México, una de las principales fuentes que hoy tenemos para conocer la hazaña de Hernán Cortés en el reino azteca. Natural de Medina del Campo, Bernal Díaz llegó a las Indias con la expedición de Pedrarias Dávila. Acompañó a Hernández de Córdoba y a Grijalva en sus exploraciones del Yucatán y Tabasco para alistarse finalmente al lado de Hernán Cortés para la campaña de México. Junto a Cortés será herido en la Noche Triste y entrará triunfal en Tenochtitlán. Más tarde también le acompañará a Honduras.

En 1539 Bernal viajará a España para recibir recompensa por su participación en la conquista de Nueva España, pero perdió en pleitos con el Consejo de Indias todas las encomiendas recibidas. Finalmente obtuvo tierras en Guatemala y allí se fue a residir, logrando ser regidor perpetuo de su pequeña villa, Santiago de los Caballeros.

Habiendo llegado a la vejez, descubre el libro Historia general de las Indias, escrito por el capellán de Hernán Cortés, Francisco López de Gómara. A Bernal le parece exagerada la elogiosa versión de la conquista de México que Gómara hace en el libro, atribuyendo todos los méritos a Hernán Cortés y olvidándose del resto de sus hombres. Contrariado, decide escribir su propia versión de los hechos, cuidando y destacando el heroico papel de todos los españoles que participaron en la hazaña. Así surge Historia verdadera de la conquista de México, una historia épica llena de emoción y respeto por los amigos caídos. El libro narra con rigor y detalle la conquista del reino azteca, huyendo de exaltaciones patrioteras y comportándose de un modo respetuoso con los indígenas, a quienes reconoce la defensa heroica que hicieron de su ciudad.

Bernal Díaz del Castillo terminaría esta obra en febrero de 1580 y moriría sólo cuatro años después sin verla publicada. El grueso volumen, de 214 capítulos, sería publicado casi un siglo después, en 1632.

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21-06-13 - La verdadera historia

Historia verdadera de la conquista de la Nueva España | Bernal Díaz del Castillo | Spanish | 1/23

Opinión de
  (Rafael Cardona)

Una de las más pedantes costumbres de quienes le juegan al culto en medio de un inusitado arrojo editorial consiste en negar todo cuanto otros han admitido. Son como herejes de la historia. Es una forma de destacar, de ser tomado en cuenta. 

Demasiadas veces hemos escuchado al borrachín de cantina que asegura haber sido el autor de las canciones de José Alfredo Jiménez, quien se las malpagó para desdoro de la lealtad del mundo y lo confinó por amargura al naufragio personal en un mar de alcohol barato.

Yo conozco por lo menos tres arquitectos supuestamente autores de los más importantes edificios de Pedro Ramírez Vázquez y no los he visto capaces de dibujar un croquis en la servilleta. También tengo amigos cuyo trabajo de “ghost writer” se ha escondido en la gratitud firmada por el supuesto autor bajo el rubro de corrección de textos y supervisión editorial. De todo hay.

Todavía hay cretinos  capaces de negarle a Mathías Goertiz la genialidad de las Torres de Satélite y hay hasta quienes dudan de Leonardo de Vinci como pintor de la Gioconda. Según otros, Shakespeare no existió y Cervantes tuvo legiones de amanuenses, como si el pobre don Miguel hubiera podido pagar algo más arriba del jergón y la escudilla con la lenteja. 

En esa corriente se coloca un señor Christian de apellido Duverger, quien recientemente ha logrado la notoriedad anhelada gracias a una audacia monumental: prácticamente negar la existencia de Bernal Díaz del Castillo y de paso afirmar  la imposibilidad cultural y jerárquica de un hombre cuya posición, de haber existido como simple soldado, nunca le habría permitido observar todo lo relatado ni memorizar todo un mundo sin sucumbir a las trampas del olvido.

Pero Duverger ha escrito otras cosas relacionadas con aquel tiempo, en especial una biografía de Cortés, en la cual usa y cita a Bernal Díaz del Castillo, a quien presentaría años después como un fantasma, para esconder la verdadera pluma de la narración conquistadora: la del propio Cortés, lo cual es una cannabis plus.

Interrogado sobre esto, ha dicho: 

—Esa biografía de Cortés la escribí en realidad en 2001. Y fue al escribirla cuando me di cuenta de la ‘verdadera’ paternidad de la historia verdadera. Me llamó la atención la simetría estructural de las crónicas de Gómara y Díaz del Castillo, descubrí las actividades literarias de Cortés en Valladolid y, poco a poco, la duda se convirtió en certeza. Yo estaba entonces en una situación delicada. 

Después de pensarlo bien, decidí callar por completo mi descubrimiento en torno a la Historia verdadera y seguir con la tradición de ocultar los últimos años del conquistador y citar a Bernal como fuente preferencial”. 

Aquí algo resulta extraño. No comprendo a un historiador o un investigador social de cualquier especialidad ocultando deliberadamente un hallazgo de tal magnitud. Es como si Eduardo Matos le hubiera echado tierra al montículo donde halló por fin el Templo Mayor. 

Cuál podría haber sido la “situación delicada” para “callar por completo” ese descubrimiento. No lo sé ni lo imagino. 

Por eso resulta interesante este texto de Pablo Escalante:

“Dos cronistas de la Nueva España conocieron a Bernal Díaz del Castillo en Guatemala y supieron de su obra en proceso, Alonso de Zorita y fray Juan de Torquemada (antes de ordenarse y residir en el valle de México). No hay motivo para dudar de la palabra de ninguno de los dos. Otros, como Muñoz Camargo y Antonio de Herrera, no lo conocieron personalmente pero vieron el manuscrito. 

“El autor de la Historia verdadera dice llamarse Bernal Díaz y haber nacido en Medina del Campo; Duverger indica que no podemos comprobar tal nacimiento, pero es que no hay libros parroquiales de ese periodo. Lo que sí se conserva es un documento de embarque de un Bernal Díaz, originario de Medina del Campo, que habría zarpado rumbo a América en 1514. Y no es poca cosa. El año coincide con la fecha en la que Bernal afirma haber empezado sus servicios a la Corona… “

COAHUILA

Importantes y oportunas medidas del gobierno de Coahuila ante la emergencia generada por las extrañas tormentas en Piedras Negras y zonas cercanas. 

“A la fecha se han contabilizado 3 mil 382 viviendas con daños, de las cuales mil 096 de las cuales se encuentran entre las más afectadas por la inundación cuyo nivel mayor fue de entre el 1.20 a 1.80 metros de altura, en las 10 colonias donde más se resintió la crecida".

“En estos días se han entregado despensas, paquetes de artículos de limpieza, colchones y alimentos, entre otros enseres, mientras se termina el censo para determinar con precisión lo que demanda cada una de las familias damnificadas".

“Además de la declaratoria del estado de emergencia, con lo cual se entregan recursos federales, se han determinado acciones en un  programa emergente para restaurar la economía de la zona y paralelamente, otorgar 200 créditos, operados por el Banco de la Mujer de 10 a 20 mil pesos cuyo 50 por ciento será a Fondo Perdido".

“Los comercios y negocios podrán acceder a préstamos de 100 a 300 mil pesos, con facilidades de trámites; y a los propietarios de automóviles de Piedras Negras, Morelos y Zaragoza, se les condonará el pago de tenencia del 2011 y anteriores".

“De igual manera, el IMSS y el Infonavit otorgarán a los patrones una prórroga de un bimestre sin multas ni recargos, en el pago de sus contribuciones; a los microempresarios también se les dará la prórroga en el Impuesto Sobre la Nómina y a los hoteleros en el Impuesto Sobre Hospedaje”. 

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02-02-15 - 500 años de Bernal Díaz del Castillo

Fuente: http://www.elperiodico.com.gt/es/20150201/elacordeon/7896/500-a%C3%B1os-de-Bernal-D%C3%ADaz-del-Castillo.htm

Bernal Díaz muestra a hombres de carne y hueso, como él, atrapados en su tiempo, viviendo el triunfo y la derrota, el nacimiento de un imperio que descansa en el saqueo y el exterminio de los pueblos americanos. Atormentado por los recuerdos, tratando de colocar su nombre en el lugar que cree le corresponde, escribe la “Historia verdadera de la conquista de la Nueva España”.

Bernal Díaz del Castillo
Bernal Díaz del Castillo

El año anterior se cumplieron 500 años del arribo de Bernal Díaz del Castillo al continente americano. Llegó, con no más de 18 años, como un aventurero más. Poco tiempo después, en 1519, formaba parte de la tropa de Hernán Cortés que conquista el imperio Azteca, que da lugar al surgimiento del Virreinato de la Nueva España, a grandes rasgos, el actual México. Bernal Díaz no destaca en la historia por sus hechos de guerra, no pasó de simple soldado de a pie en la conquista mexicana, sino porque tres décadas después, retirado como encomendero en la ciudad de Santiago de Guatemala, escribiría la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, una de las crónicas más importantes de la América colonial española.

La crónica de Bernal Díaz es reconocida como una valiosa obra histórica y literaria. El cronista, por el contrario, permanece un personaje esquivo, pleno de enigmas y contradicciones de las que no está libre la relación entre el autor y su obra, las cuales  se utilizan para cuestionarle la autoría de la crónica. Los años de la conquista española, su vida en Guatemala en la segunda mitad del siglo XVI, donde escribe la crónica, son decisivos para poder entender la enigmática figura de Bernal Díaz.   

Bernal Díaz y su época  

Bernal Díaz nace en Medina del Campo entre 1495 y 1496. Una época marcada por las transformaciones más trascendentales vividas tanto en España como en el resto del continente europeo desde la caída del Imperio Romano un milenio atrás. La unificación de los reinados medievales en un solo Estado español bajo los Reyes Católicos Fernando de Aragón e Isabel de Castilla, y la Reconquista, es decir, la expulsión de los árabes después de ochos siglos de ocupación de la Península Ibérica, introdujo una nueva era en España. Dos o tres décadas después, con el “descubrimiento” y la conquista del continente americano, España se convertía en la primera potencia mundial de la historia, un imperio donde no se ponía el sol. 

La larga vida de Bernal Díaz, abarca casi todo el siglo XVI, transcurre bajo el impacto de estos acontecimientos. La fidelidad de su familia de humildes cabildantes con la causa unificadora de los Reyes de España no se borrará nunca de su mente. Después, a pesar de los vínculos identitarios que establece como vecino en Santiago de Guatemala, que da lugar al nacimiento del mundo de los criollos americanos, y de los reproches que le hace a la Corona española por la indiferencia ante las miserias en que dice viven los antiguos conquistadores, se consideró siempre un fiel vasallo del imperio español. Esto, por otro lado, no le impide señalarle al monarca español que toda su gloria y sus bienes se las debía a humildes soldados como él. Es el principal mensaje de la crónica: reivindicar el papel del soldado español en la conquista del continente americano. (José Antonio Barbón Rodríguez: 2005)  

El objetivo que se propone Bernal Díaz en la crónica es exponer los hechos y personajes de la conquista mexicana, vencidos como vencedores, en forma viva, rescatando los estados de ánimo, las actitudes, sus “cuerpos y figuras y talles y meneos, y rostros y facciones”. Quiere hacer, escribe, un fresco de su tiempo, tal y como lo hace Miguel Ángel, el famoso pintor renacentista. Los retratos de Hernán Cortés, Pedro de Alvarado, de Moctezuma, el último emperador de los mexicas, están hechos con este afán. Bernal Díaz muestra a los hombres de carne y hueso, como él, atrapados en su tiempo, viviendo el triunfo y la derrota, el nacimiento de un imperio que descansa en el saqueo y el exterminio de los pueblos americanos. Atormentado por estos recuerdos, tratando de colocar su nombre en el lugar que cree le corresponde, escribe tres décadas después la crónica.

El mundo en que nace Bernal Díaz escapó repentina y vertiginosamente de sus  viejos moldes. Una modernidad marcada por aventureros, mercenarios, buscadores de  fortuna, incluyendo a los miembros de la Iglesia católica, tan crueles y rapaces como los demás. La flota de Pedrarias Dávila de 1514, en la que arriba al continente americano el futuro cronista, la más grande y ambiciosa que arman los Reyes Católicos para someter de una vez por todas bajo sus dominios las tierras y los hombres del nuevo continente, que dos décadas atrás había “descubierto” Cristóbal Colón, estaba compuesta por este tipo de gente. 

Bernal Díaz forma parte de una nueva era que le pone fin a los límites, que abre horizontes para la aventura, el enriquecimiento rápido. También para hacerse un nombre, la fama que atormentó siempre a este cronista. Según Carmelo Sáenz de Santa María (1982), a inicios del siglo XVI, todavía un adolescente, Bernal Díaz, contaminado por el vértigo de su tiempo, trató de enrolarse en uno de los batallones españoles que entonces se enfrentaban en Italia con las otras potencias europeas disputándose el control de sus territorios.    

El continente americano le ofreció a Bernal Díaz la oportunidad que no encontró en las guerras italianas, una opción más atractiva, prometedora. Lo sugería el nombre  Castilla de Oro, como bautizan los ambiciosos conquistadores españoles las costas  del Caribe panameño hasta la actual Colombia. En 1519, después de participar en varias expediciones de conquista desde Cuba, Bernal Díaz toma parte en la conquista  de México. Sin embargo, así como su nombre no aparece en la lista de pasajeros de la flota de Pedrarias Dávila, casi nadie de sus antiguos compañeros de armas recuerda su presencia en los hechos que relata sobre la conquista mexicana. 

Este inicio difuso marca la vida de Bernal Díaz. La atmósfera de la época, conflictiva  y caótica, le cuestionará sus hechos, el derecho a ser quien dice ser, la identidad histórica como conquistador. Bernal Díaz se pasará el resto de la vida defendiendo este derecho, luchando contra la identidad fantasmal. En 1540 y en 1549 hace dos viajes a la Metrópoli para demostrar, con  la documentación que reúne desde el arribo al continente americano, la participación en la conquista mexicana. Nunca lo logra totalmente, siempre habrá alguien o algo que le cuestiona o cree que le cuestiona la identidad histórica de conquistador. Así nace la crónica, que debía demostrar de una vez por todas sus hechos y derechos en la conquista mexicana, reuniendo documentos y testimonios, peleando con medio mundo, con funcionarios de la Corona, con conquistadores como Hernán Cortés que, de repente, parecen haberlo olvidado.

Bernal Díaz fallece en Santiago de Guatemala en 1584 sin ver publicada su crónica. Se podría decir que muere en un limbo, que fracasó en el intento por rescatar su nombre para la historia. Si no la hubiera escrito seguramente nadie sabría de su tránsito por este mundo, nadie recordaría su nombre, el cual, como sus hechos, 500 años después, siguen siendo motivo de polémica. La crónica, por el contrario, se confirma cada vez más como una obra histórica y literaria. Y ella precisamente, como quería el cronista, salva su nombre.    

Bernal Díaz en Guatemala

En 1541, después de casi tres décadas de andanzas por medio continente americano, Bernal Díaz se asienta en Santiago de Guatemala. Una década después empieza a escribir la crónica. El viejo trotamundos ya no se moverá más de Guatemala. Tampoco participa en los hechos de conquista en Centro América, todavía con extensos territorios fuera del control español. Era un aventurero, ansioso de riquezas, de renombre; las guerras de conquista, aunque afirma orgulloso que peleó en 114 batallas, no eran su fuerte. Las batallas las recuerda como algo doloroso que quiere dejar atrás; a Hernán Cortés lo acompaña de mala gana en la travesía hondureña de 1524. En la guerra contra los Lacandones de 1559, en el sur de México, no participa ni contribuye con armas y caballos, como hacen otros viejos conquistadores radicados en Santiago de Guatemala.

Bernal Díaz era de los que llegaban para quedarse, para echar raíces. Guatemala no era el mundo bucólico que afirma Sáenz de Santa María; pero aquí, en medio de las deudas, de enfrentamientos, encontró un lugar para escribir su crónica, lo único que al final parece interesarle. Una forma de exorcizar los demonios de la conquista, un escape para sobrevivir en el ambiente mojigato de esta colonia, a donde sus peleas con otros conquistadores lo habían llevado.    

Bernal Díaz carga con varios estigmas; se le señala de soldado envidioso, que escribe la crónica para cuestionarle a Cortés el liderazgo en la conquista mexicana. Se reconoce con creces, pero defiende el papel del soldado. El estigma más viejo, el más reacio a desaparecer, es el del hombre humilde incapaz de escribir una obra histórica y literaria brillante como la crónica. Christían Duverger, en un libro reciente, no solo le atribuye la crónica a Hernán Cortés, sino pone en duda que Bernal Díaz haya existido. Duverger (2012) monta su libro a partir de una serie de suposiciones, no presenta una sola fuente sólida. La vida de Bernal Díaz, sin embargo, está bien documentada, también la escritura de la crónica. (Pinto Soria: Revista Iberoamericana: 55: 2014) 

Bernal Díaz no era un conquistador más. La inmolación de Cuauhtémoc y del señor de Tacuba, “tan grandes señores”, se las reprocha a Cortés como una “muerte muy injustamente dada”. En una ocasión, defendiendo a unas esclavas indígenas, se enfrentó a cuchilladas con otro conquistador. Vividores, parásitos, criminales, son casi todos los que se asientan en Guatemala con la conquista española. El Obispo Francisco Marroquín, considerado casi un santo, no fue diferente. En 1541, a la muerte de la viuda de Pedro de Alvarado, en la catástrofe que destruye la segunda ciudad de Santiago, le tocó cogobernar con el primo de la viuda, Francisco de la Cueva. El Obispo, de inmediato, reservó una de las mejores encomiendas para Francisco del Valle Marroquín, un pariente suyo.  

En el epistolario con la Corona, el Obispo Marroquín no incluye al cronista entre los personajes notables de Guatemala; él, que en medio de tanta destrucción y muerte, escribía una obra destinada a pasar a la historia. Otros funcionarios, como el oidor Alonso de Zorita (1554-1556), lo mencionan en sus obras. El cronista tampoco alude al Obispo en su texto. No hicieron buenas migas. Debido seguramente a las peleas con Francisco del Valle Marroquín, sobrino y apaniagudo del Obispo, advenedizo que le arrebata tierras de la encomienda, como se queja con el Rey en carta de 1558. El viejo soldado tampoco soportaba a los curas, las santurronerías. En 1560, en la celebración de la fundación de la ciudad de Guatemala, se negó a portar el Pendón de Santiago.

Bartolomé de Las Casas, cuya amistad y apoyo trató de ganarse el cronista para las peleas que mantiene en Guatemala, tampoco soportaba a este Obispo. Defendían causas diferentes. El dominico era partidario del sometimiento pacífico de los indígenas, como lo intenta en su proyecto de la Verapaz. El Obispo Marroquín, uña y carne con el sanguinario Pedro de Alvarado, no se andaba con tales miramientos. Los indígenas eran: “…gente tan sin conocimiento que totalmente no hay en ellos senda ni centella de razón, no tienen más de lo exterior del hombre”. Todo, menos el santo Padre Protector de Guatemala, como se afirma, mucho menos de los indígenas.  

La vida de Bernal Díaz como hombre real, de carne y hueso (fue regidor del Cabildo de 1545 hasta su muerte en 1584), está plenamente documentada a partir del traslado a Guatemala. El fantasma de la ubicuidad, sin embargo, no lo abandona totalmente. Se afirma que uno de sus hijos, Pedro Díaz del Castillo, nace en Medina del Campo, su ciudad natal, en 1567. Esto es poco probable. La precaria situación financiera, las peleas con personajes poderosos, lo mantenían casi inmovilizado en Guatemala. Él, o la esposa Teresa Becerra, a cargo de una numerosa familia hundida en las deudas, difícilmente podían viajar a la Metrópoli en esta época. Existe también una carta del cronista al monarca español enviada desde Guatemala en 1567. Este año, además, Bernal Díaz estaba atareado pasando en limpio el primer borrador de la crónica que finalizará a principios del año siguiente.      

Los recién llegados, advenedizos como el joven Juan Vázquez de Coronado,  conquistador de Costa Rica y uno de los adversarios de Bernal Díaz en el Cabildo, son los que viajan a la Metrópoli. Ellos controlan la emergente sociedad colonial, los cargos públicos, son los que se enriquecen con el boom del cacao que siembra de indígenas muertos los campos centroamericanos. Las décadas de los cuarenta y cincuenta fueron los mejores años de Bernal Díaz en Guatemala. En 1545, recién llegado, se convierte en regidor del Cabildo; cuatro años después es ya Procurador y representa al Cabildo en la Metrópoli en los famosos debates sobre la encomienda perpetua. En este viaje lo impactan las denuncias de Bartolomé de Las Casas sobre las crueldades de los conquistadores, que parece ser otro motivo para escribir la crónica, es decir, limpiar su nombre. Las Casas tampoco lo olvidará representando al Cabildo contra las reformas del presidente Alonso López de Cerrato (1548 – 1555), nombrado al cargo a sugerencia suya para frenar los abusos de los encomenderos. De las cinco cartas que le escribe el cronista, Las Casas no le responde ninguna.

Los viajes a España de 1540 y 1549, como se dijo, se enmarcan en la lucha por  defender su identidad histórica como conquistador. En el primero un funcionario real todavía le espetará en la Metrópoli: “Bernal Díaz no es conquistador, ni le han dado por ese motivo indios”. El segundo viaje fue el decisivo, se le reconocen los meritos de conquistador con la encomienda de San Juan Sacatepéquez, una de las mejores de Guatemala. Después, al finalizar los años cincuenta, su situación financiera se deteriora en empresas que terminan en un verdadero desastre y lo hunden en las deudas. A finales del siglo la viuda todavía estaba pagando las deudas que le hereda el cronista, que se caracterizó como mal administrador de sus bienes. El fracaso económico, sin embargo, pudo haber sido el precio de escribir la crónica, que absorbe todo su tiempo como también los magros recursos financieros. (Juan José Falla: 1994)

En 1544 Bernal Díaz contrae matrimonio con Teresa Becerra, hija del conquistador  Bartolomé Becerra con una indígena. Teresa Becerra, “hija natural”, lo que todo el  mundo sabía, pero se callaba, se convertirá en “mujer principal y noble”, “lo más calificado de esta ciudad”. (Edgar Juan Aparicio y Aparicio: 1969) El cronista vivió atrapado en el mundo colonial guatemalteco de las apariencias. En Santiago de Guatemala tenía una de las mejores casas, con criados, armas y caballos, un tren de vida señorial gracias al trabajo gratuito de los indígenas de la encomienda; también de endeudarse, como lo hacen familias pobretonas como la suya. 

Bernal Díaz obtuvo las riquezas, el renombre que le quitaba el sueño. En 1551, al retorno del segundo viaje a España, cuando firma como regidor perpetuo del Cabildo, altera los apellidos Díaz Castillo por Bernal Díaz del Castillo. Debía estar a tono con las ínfulas de nobleza, con el mundo de las apariencias que se funda con la conquista española, que marca la vida de los conquistadores y de los descendientes criollos, aunque no fueran otra cosa que aventureros como el cronista, criminales como Pedro de Alvarado, el tenebroso conquistador de Guatemala. 

Los sueños del joven Bernal Díaz se cumplieron con creces, encontró las riquezas, el mundo de aventuras que buscaba, cosas que parecían “de sueños”, “nunca oídas, ni vistas, ni aun soñadas”, escribe deslumbrado ante las pirámides y calzadas de la majestuosa ciudad de Tenochitlán. Al rescatar esta realidad alucinante, Miguel Ángel Asturias le otorga a Bernal Díaz el estatuto de fundador de la novela latinoamericana del siglo XX, la novela de la “protesta social”, como le gustaba llamarla el escritor guatemalteco, pues eso también era el texto del cronista, una protesta.      

El final

Bernal Díaz muere en Guatemala en 1584 sin ver publicada la crónica. En 1575 envía a la Metrópoli una copia del manuscrito que finaliza en 1568 para publicarlo. En su  poder permanece una copia, conocida como Manuscrito Guatemala, que continuará trabajando hasta el final de sus días. A no ser un burocrático recibido del Consejo de Indias el año siguiente, de este texto no supo más. En una de las cartas que acompañan el envío del manuscrito se afirma que el autor tenía su crónica “por verdadera”. Las demás crónicas de la época las consideraba “relaciones”, escritas de “oídas”, como califica la de Francisco López de Gómara sobre la conquista mexicana (1552). La suya, narrada a partir de los hechos vividos, debía ser la mejor. La obsesión por la exactitud histórica se agudiza en los años finales cuando somete el manuscrito que permanece en su poder a numerosos agregados y correcciones. 

Los cambios no alteran el contenido original del texto. A veces parece estar solo matando el tiempo; rectifica nombres y fechas, cambia el color de un caballo por otro, correcciones que hace por propia mano o a través de los descendientes. Algunas arrojan luz sobre los años finales del cronista; tacha, por ejemplo, observaciones críticas sobre las crueldades de Pedro de Alvarado con los indígenas. Los Alvarado era una de las familias más poderosas de Santiago de Guatemala, y Bernal Díaz, el soldado que solo quería escribir la verdad sobre la conquista mexicana, se cuida, contemporiza. Es la actitud, la autocensura que asume el escritor guatemalteco en los eternos y oscuros tiempos de las dictaduras. La mejor literatura guatemalteca, desde Rafael Landivar (1731-1793), Miguel Ángel Asturias (1899 – 1974), Luis Cardoza y Aragón (1901 – 1992), hasta el poeta guerrillero Mario Payeras (1940 - 1996), se escribirá desde entonces en el exilio.

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06-07-15 - EL TERRITORIO DEL NÓMADA

Fundador del realismo mágico

EL ACADÉMICO FÉLIX DE AZÚA CONSIDERA EL RELATO DE LA CONQUISTA DE MÉXICO DE BERNAL DÍAZ DEL CASTILLO COMO UNA «OBRA MAESTRA CAPAZ DE COMPETIR CON LAS DE CERVANTES EN GRANDEZA NARRATIVA». POR SU PARTE, CARLOS FUENTES LO HABÍA SITUADO EN LA RAÍZ DE LA NARRATIVA AMERICANA, COMO FUNDADOR DE LA NOVELA CONTINENTAL . divergente.

ERNESTO ESCAPA 05/07/2015

Bernal Díaz del Castillo
Bernal Díaz del Castillo

Sin embargo, la aparición de La historia verdadera de la conquista de la Nueva España, de Bernal Díaz del Castillo (1492-1585), se demoró 64 años, desde 1568 a 1632. No tanto, en cualquier caso, como el retraso padecido por la enciclopédica Historia general de las cosas de Nueva España, de su coetáneo y paisano nuestro fray Bernardino de Sahagún (1499-1590), que tuvo que esperar más de cuatro siglos para disponer de una edición cabal. Son las dos grandes obras de referencia del patrimonio literario y etnográfico derivado de la conquista americana. Bernal nació en Medina del Campo y a los diecinueve años ya estaba en la aventura americana, viajando sucesivamente con las expediciones de Pedro Arias de Ávila a Centroamérica, llamada entonces Castilla del Oro, y desde Cuba, con Francisco Hernández de Córdoba a Yucatán, y con Juan de Grijalva a Tabasco. Durante tres años estuvo al servicio de Diego Velázquez en Cuba, hasta que se incorporó a la expedición de Hernán Cortés a México.

En sus filas fue testigo presencial de la prisión y muerte de Moctezuma, vivió la llamada «Noche Triste» y peleó en la toma de Tenochtitlán, la deslumbrante capital azteca de lagos y canales. Luego, se unió a la expedición de Gonzalo de Sandoval hacia Coatzacoalcos y llegó a regidor de la villa del Espíritu Santo. Más tarde, participó en la conquista de Chiapas y, en 1524, partió con Hernán Cortés a la conquista de las Hibueras (Honduras), que resultó un fracaso, por lo que regresó por tierra a la ciudad de México.

REBOTE CON EL CAPELLÁN

Tras una prolongada estancia en esa ciudad, viajó en 1539 a España para reclamar sus derechos por haber participado en la conquista de México, pero sólo obtuvo un remoto corregimiento. Insatisfecho, continuó buscando mejor recompensa por parte de la corona española, para lo que hizo varios viajes entre España y América, hasta que decidió establecerse definitivamente en Guatemala, disfrutando los derechos y prerrogativas atribuidos a los primeros conquistadores.

En ese retiro, llega a sus manos la Historia General de las Indias y conquista de México, escrita por el capellán de Cortés, Francisco López de Gómara, quien, sin haber estado en México, hace una descripción de la conquista focalizada en la figura de Cortés, al que idealiza y atribuye todo el mérito. Molesto por esta interpretación, Bernal Díaz del Castillo escribe Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, donde hace un extenso relato épico en el que resalta el papel de los soldados españoles, a la vez que reconoce con respeto la defensa heroica de los indígenas.

Se trata de un relato voluminoso y sumamente ameno, que cuenta, desde la ponderación que concede la madurez, el esfuerzo colectivo que hizo posible la epopeya de Hernán Cortés. Su protagonista no es el héroe deslumbrante, sino todos cuantos participaron en aquella gesta. Además, transmite con realismo y pasión los episodios de la conquista, animados por los sentimientos de la tropa, sus miedos e incertidumbres. En su relato, Bernal distingue siempre lo vivido de lo que le contaron y nos muestra un friso humano irrepetible. Es la obra literaria más importante publicada sobre la conquista de América, pero también la más amena, natural, rica y entretenida. Díaz del Castillo murió en Guatemala en 1585, hace 430 años.

LA JOYA DE LA CONQUISTA

Recientemente, el historiador y antropólogo francés Christian Duverger, en su libro Crónica de la eternidad (2013), ha mantenido la tesis de que esta obra atribuida a Bernal fue escrita en realidad por el propio Hernán Cortés. Con ello, se desvanecería la imagen del cronista soldado, el testigo crítico con la actuación de la corona y con la versión oficial de la historia, el viejo cascarrabias obsesionado con el reconocimiento de su gloria. Tendríamos al gran reportero de la conquista americana, desplazado por el mismo conquistador. De este modo, el señor de la guerra satanizado por la historia se convertiría en un humanista sentimental.

Su crónica incorpora construcciones latinas y del náhuatl, que delatan a alguien como Cortés, fascinado con México hasta el mestizaje. Duverger sitúa su escritura en Valladolid, entre 1543 y 1546, cuando Cortés organiza en su casa una academia donde se dan cita los notables de la ciudad y decide escribir su conquista para el futuro, mientras la corona quiere borrar su memoria y quema en la plaza pública sus cartas al emperador. Entonces contrata por quinientos ducados a López de Gómara para que escriba su historia oficial y él se reserva la relación de sus memorias, inventando el personaje del soldado anónimo para manejarse con la libertad de un novelista. Cortés muere en 1547, la obra de Gómara es prohibida y su manuscrito permanece oculto durante un par de décadas. La resucita, en 1556, la sublevación de los hijos de Cortés en México, que se ponen al frente de los herederos de los conquistadores y contra las Leyes de Indias, que amenazan confiscar sus propiedades. La revuelta fracasa y los Cortés son enviados al exilio, pero antes hacen llegar el original a Bernal, que vive en Guatemala y es ya uno de los pocos supervivientes de la conquista. La mayoría de especialistas en la literatura de la conquista no concede mayor crédito a esta teoría.

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07-04-19 - Tres vallisoletanos clave en la conquista de México.

Yu n cuarto que estuvo a punto de echarla a perder

VIDAL ARRANZ

Cuauhtémoc, último emperador azteca, es apresado por Hernán Cortés el 13 de agosto de 1521, según el cuadro de Carlos María Esquivel (1830-1867).
Cuauhtémoc, último emperador azteca, es apresado por Hernán Cortés el 13 de agosto de 1521, según el cuadro de Carlos María Esquivel (1830-1867). 

La conquista de México -gesta de cuyo inicio se celebra este año el Quinto Centenario- fue una gran obra colectiva, liderada por Hernán Cortes, en la que participaron aventureros, soldados y clérigos procedentes de todas las zonas de España. Pero, entre ellos, destacaron tres vallisoletanos que, por motivos distintos, jugaron un papel crucial: Bernal Díaz del Castillo, Bartolomé de Olmedo y Cristóbal de OleaA ellos habría que añadir un cuarto, Julián de Alderete, que a punto estuvo de echarlo todo a perder. A través de sus figuras recrearemos aquí una hazaña difícil de concebir: cómo 550 soldados españoles, acompañados por 200 indios, llegan a un territorio dominado por el imperio mexica, que cuenta con cientos de miles de combatientes, y lo derrotan.

La figura principal es, indudablemente, el propio Hernán Cortes, nacido en Medellín, de padres con ascendentes charros, y con vínculos estrechos con Salamanca a través de su tía Inés Gómez de Paz. A la casa de sus tíos se desplazará con 14 años y allí aprenderá Gramática y otros saberes, aunque no está nada claro que fuera alumno de la Universidad salmantina. Posteriormente se desplazará a Valladolid con su tío Francisco Núñez de Valera, cuando éste entra al servicio del Consejo de Castilla. En la capital castellana, que entonces es centro de la Corte, perfeccionará su formación jurídica, que será mucho más crucial en la gesta mexicana de lo que inicialmente pudiera parecer. Tras varias peripecias personales aterriza en Cuba, donde gana prestigio y riquezas. Inicialmente mantiene una excelente relación con el gobernador Diego Velázquez de Cuéllar que, finalmente, se tuerce de forma irremediable: Velázquez intentará una y otra vez vengarse de él, desautorizarlo y hasta matarlo, pero sin éxito.

El primer vallisoletano de la conquista de México es el más conocido de los tres: el medinense Bernal Díaz del Castillo. No sólo fue un soldado destacado, que participó en todos los acontecimientos, y en otros anteriores, sino que ha pasado a la historia como el principal cronista de aquellos hechos, luego tan rodeados de una agria polémica por efecto de la «leyenda negra antiespañola». Su 'Historia verdadera de la conquista de Nueva España', sin embargo, no se escribe contra esas falsificaciones, que se convertirán en problema mucho después sino contra las del cronista soriano Francisco López de Gómara, escritas por encargo del hijo de Cortés para ensalzar la figura de su padre.

«La 'Historia verdadera' es una enmienda a la obra de Gómara, que nunca salió de España. Da una visión popular de la gesta, al tiempo que añade elementos literarios y fantasiosos. Y rebaja todas las exageraciones, tanto las glorificadoras de Cortés como las cifras de muertos de Bartolomé de las Casas. Sobre todo, le preocupa mucho repartir la gloria de la gesta entre los primeros conquistadores, los que salen de Cuba con Cortés», explica Iván Vélez, autor de 'La conquista de México. Una nueva España', que acaba de publicarse.

Díaz del Castillo describe con viveza los innumerables combates, trampas y emboscadas que jalonaron la peripecia mexicana. Y también el horror y el rechazo que producían en los españoles los sacrificios humanos de los indígenas. Bernal describe su impotencia al ver, desde la distancia, cómo compañeros suyos de armas eran apresados eran sometidos a tales prácticas: «los aserraban por los pechos y les sacaban los corazones bullendo».

Toda la actividad española en América estaba supeditada a la finalidad evangelizadora, que era la que, desde las bulas del Papa Alejandro VI, otorgaba legitimidad a la conquista. De ahí que los clérigos fueran figuras cruciales. En el caso de México destaca la figura del mercedario vallisoletano Bartolomé de Olmedo, que acompañó a Cortés durante toda la conquista. «Es una pieza diplomática clave y un atenuante de la vehemencia con la que Cortés pretendía evangelizar a los indígenas», explica Iván Vélez.

Y es que al de Medellín le produce un intenso rechazo la visión de los ídolos y los dioses indígenas, habitualmente manchados por el olor putrefacto de los restos de sangre de los sacrificios humanos cometidos ante ellos. «Para Cortés era insoportable la visión de los ídolos. Siempre quiere derribarlos de inmediato. En cambio, Bartolomé de Olmedo entiende que no se pueden sustituir de golpe las coordenadas religiosas de esa gente», explica el autor de 'La conquista de México'. Además, comprende que los ídolos tienen para los indígenas una finalidad práctica y que suprimirla genera inestabilidad. «Olmedo está prefigurando el sincretismo. Es consciente de que hay varias dimensiones en la fe. Una de ellas es la de obrar bien para ir al cielo, pero luego a lo mejor también hace falta sacar a la Virgen para que llueva. Por no hablar de la dificultad de comprensión de dogmas como el de la Trinidad, que no se aprende en una tarde. Entiende que no se puede hacer tabla rasa». Una prudencia que, sin duda, fue crucial para asentar las sucesivas alianzas con los pueblos indígenas víctimas de los mexicas, que permitieron la conquista.

Especialmente decisiva fue la alianza con los tlaxcaltecas, que aportaron alimentos, recursos y decenas de miles de hombres. Enfrentados al depredador imperio de Moctezuma, que esquilmaba sus riquezas, y que les exigía sacrificios humanos periódicos, prefirieron aliarse con los españoles, bautizándose y pagando tributos al rey Carlos para convertirse en sus súbditos. Y no sólo cuando los españoles parecían invencibles y deslumbraban con sus armaduras, sus caballos y la pólvora de sus cañones, sino también cuando estuvieron a punto de ser derrotados, en la Noche Triste. Aún entonces los de Tlaxcala prefirieron seguir de su lado, antes que volver al redil mexica.

La realidad de los sacrificios humanos en el imperio mexica fue discutida durante mucho tiempo por la historiografía indigenista, pero hace tres años apareció el tzompantli mayor de la capital mexica, Tenochtitlán, el recinto donde se acumulaban las calaveras de los sacrificios humanos, a menudo ensartadas. «De modo que las evidencias arqueológicas avalan los textos de los cronistas españoles. Es más, los restos aparecidos coinciden perfectamente con las descripciones de Francisco de Aguilar. No falsearon la realidad para justificar la conquista», explica Vélez.

El nombre del tercer vallisoletano que merece recordarse es el de Cristóbal de Olea. Un joven soldado que ha pasado a la historia porque salvó la vida de Hernán Cortés no una, sino hasta en tres ocasiones. la última de ellas, pagó con la suya propia el precio de su hazaña, pero evitó que el conquistador cayera en manos mexicas, lo que seguramente hubiera supuesto su sacrificio inmediato y la descomposición de la posición española.

Las hazañas de Olea están vinculadas con el desafío mayor de la aventura mexicana que fue la conquista de Tenochtitlán, la impresionante capital del imperio mexica, que fascinó a los españoles y les recordó, en cierto modo, a Venecia, por su estructura de lagos, canalizaciones acuáticas y puentes. Los españoles lo intentaron una y otra vez, por tierra y agua, con barcos y con caballos, destruyendo edificios, asaltando puentes… pero la superioridad numérica de los mexicas, y su conocimiento del laberinto de Tenochtitlán, a punto estuvieron de hacer fracasar la campaña española. En la gran derrota de la Noche Triste (el 1 de julio de 1520) durante uno de los asaltos, Cortés cae al agua y a punto está de ser apresado. Pero ahí aparecen Olea y Antonio de Quiñones para evitarlo. Unos meses después, en la batalla de Xochimilco, la montura del de Medellín se desploma y es apresado. Pero nuevamente Olea, con ayuda de un tlaxcalteca, libera al capitán, aunque recibe tres puñaladas. Finalmente, ese mismo año de 1521, en la batalla de Tlatelolco, los hombres de Cortés caen en una trampa y el conquistador es apresado otra vez. Pero la intervención de Cristóbal de Olea, Hernando de Lerma y un indígena permite liberar a Cortés. En la refriega, el valeroso soldado vallisoletano recibe una lanzada en la garganta que le arrebata la vida sin remedio. Tenía 26 años.

Un cuarto vallisoletano, el tesorero del rey Julián de Alderete, natural de Tordesillas, pudo, sin embargo, colocar un dramático final a la aventura mexicana de Cortés. El de Medellín se había enfrentado ya al segoviano Pánfilo Narváez, que se desplazó hasta Veracruz por orden de Diego Velázquez para apresarlo y destituirlo. Pero tuvo que afrontar otra nueva conspiración, esta vez promovida por el zamorano Antonio de Villafaña, y que contaba con la colaboración de Alderete, probable autor del ardid clave de la conjura, pretendía nada menos que asesinar a Cortés y a sus capitanes. La conjura fue descubierta y el principal instigador ejecutado. No así los demás, que fueron perdonados. «Cortés entiende que no puede sacrificar a todos los que están en la lista de rebeldes porque si lo hace se queda sin recursos», explica Vélez. De nuevo la diplomacia se impone a la venganza.

Todas esas conspiraciones, alentadas por Diego Velázquez, continuaron luego en la Corte de Valladolid. Pero Cortés pudo vencerlas porque había tejido una legitimación jurídica a sus actos que finalmente fue reconocida. «Si Cortés no hubiera ganado en los despachos habría sido declarado rebelde. Pero ganó», explica el autor de 'La conquista de México'. Y lo hizo presentándose él y sus compañeros como una réplica del municipalismo castellano y leonés. «Cortés invoca el ejemplo del primer ayuntamiento de España, el palentino Brañosera. De hecho, presenta Veracruz, donde constituyó un cabildo, como una suerte de Brañosera del Nuevo Mundo. Ese vínculo con las estructuras políticas españolas es crucial para legitimarle».

Iván Vélez / VIRGINIA CARRASCO
Iván Vélez / VIRGINIA CARRASCO

«López Obrador tiene una visión distorsionada de la conquista»

Iván Vélez es arquitecto de profesión, presidente de la Fundación para la Defensa de la Nación Española (DENAES) e investigador asociado de la Fundación Gustavo Bueno. Sus principales motivos de estudio y publicaciones se han centrado hasta ahora en los mitos históricos antiespañoles, que abordó en 'Sobre la leyenda negra', y en esa misma línea, en la figura de Hernán Cortés, al que ha dedicado dos libros: 'El mito de Cortés' y 'La conquista de México. Una nueva España', que acaba de publicarse.

-La visión que tiene Andrés Manuel López Obrador de lo que sucedió está distorsionada por la leyenda negra. No encaja con la verdad de lo ocurrido. Hubo errores, desde luego, como la matanza del Templo Mayor de Tenochtitlán, muy probablemente ocasionada por el miedo de los soldados españoles, que imaginaron una emboscada que seguramente no existió en la realidad, pero la mayoría de las muertes se produjeron en combates en los que unos indígenas, los tlaxcaltecas y los totonacas, de la mano de Cortés y los españoles, lucharon contra otros, los mexicas, que los oprimían y contra los que albergaban gran resentimiento.

-Por otra parte, el imperio mexica que Hernán Cortés se encuentra no ocupaba ni remotamente la extensión del actual México, no digamos ya lo que llegó a ser la Nueva España.

- -¿Hasta qué punto esa alianza puede considerarse voluntaria?

-Cortés se aprovecha de las tensiones del imperio mexica, que expoliaba a sus súbditos y les exigía tributos materiales y humanos, para sus sacrificios rituales. Cuando Cortés llega lo que hace es invitar a los indígenas a que dejen de pagar esos tributos, y que lo hagan en su lugar al rey español, si bien en condiciones más ventajosas. La prueba de que el cambio les conviene está en que las alianzas se mantienen incluso después de la terrible derrota española de la Noche Triste, que hubiera sido una buena ocasión para romper la asociación y aliarse con Cuauhtémoc, el sucesor de Moctezuma. Sin embargo, los tlaxcaltecas amparan a Cortes, ayudan a sus hombres a recuperarse y siguen a su lado.

-La matanza del Templo Mayor no fue la única de la guerra.

-La matanza más clara fue la de Cholula, localidad en la que les había citado Moctezuma, que no quería verlos en Tenochtitlan. Pero en este caso hay motivos para pensar que efectivamente los mexicas habían preparado una encerrona a los españoles para masacrarlos. Los de Cortés ven zanjas, barricadas, soldados desplazados en los márgenes, acopio de piedras en los tejados -la piedra lanzada con honda era una de las armas más usadas y muy mortífera- y todo ello les hace sospechar. De modo que Cortés toma la decisión de tomar la iniciativa y adelantarse al enemigo. Es lo que hoy llamaríamos un ataque preventivo. ¿Se produce un baño de sangre? Sí. Y es verdad que causa una gran conmoción y también le permite avanzar en la conquista.

-¿Qué es lo más destacable de la figura de Cortés?

-Su habilidad diplomática es lo que más le caracteriza. Es un hombre de una valentía y arrojo personal indiscutibles. Pero es la urdimbre previa de alianzas la que permite poner en acción al militar. Si no hubiera visto las fisuras y tensiones del imperio mexica la conquista no hubiera sido posible. No tenía medios para atacar a todos. La conquista es un juego de equilibrios, de saber contentar en la lejanía, o no enemistarse del todo con Moctezuma, mientras simultáneamente va sumando apoyos contra él. El factor diplomático es para mí superior al militar. Tiene una visión muy ordenada y sistematiza lo que ve. Por otra parte, es un hombre muy hábil. Gana en el campo de batalla, pero sobre todo gana en los despachos y sobre el papel

-¿Los conquistadores eran seres sedientos de oro?

-No niego que el oro fuera una motivación, quizás incluso la principal. Pero, desde luego, no la única. También estaban el afán de evangelizar, que era sincero, y el ansia de lograr gloria y honra, de lograr una trascendencia en la historia. Es muy llamativo el caso de Rodrigo de Rangel que cuenta Bernal Díaz del Castillo: ya había hecho fortuna, tenía lo suficiente, y sin embargo continúa la aventura en busca de gloria. Y cuando las dudas le hacen plantearse volver atrás, es el propio Bernal el que le espolea, y convence, apelando justamente a ese honor.

-¿Hubo exterminio de los indígenas?

-Evidentemente, no. Toda la conquista se basa justamente en el establecimiento de alianzas. Y muchas de ellas se sellan con matrimonios entre españoles e indígenas, que generan hijos que luego son reconocidos en España por sus padres. El extendido mestizaje en la América de hoy es la prueba que desmiente tal acusación. Por otra parte, si hoy se puede hablar de pueblos originarios es porque no se exterminaron. España incorporó a aquellas sociedades a un proyecto histórico avanzado y civilizado.

-¿Cómo interpreta la recuperación del interés por las culturas precolombinas en los países americanos?

-Las culturas precolombinas tienen todo el interés antropológico, cultural y mitológico, pero la política se mueve en otros términos. La exacerbación de la diferencia por razones étnicas es el divide y vencerás clásico, y nunca es inocente. Atomizar México en colectivos definidos por señas de identidad es un grave error. Por otra parte, hablar de pueblos indígenas como si fueran una unidad es, como hemos visto, una falsedad histórica. No existe la abstracción 'indígenas' como un todo unificado. No había un pueblo indígena, sino muchos, que se llevaban muy mal entre sí, aunque tuvieran algunos dioses en común.

-¿Qué papel jugó doña Marina, la indígena que fue amante de Cortés?

-Su historia personal es ejemplificadora, porque procede de una familia noble indígena que, sin embargo, la vende como esclava. Son los españoles los que la restituyen el honor a través del sacramento del bautismo y de su aceptación en la corte que se forma en torno a Hernán Cortés. Allí juega un papel fundamental a la hora de aconsejar y traducir.

-Tengamos en cuenta que en un primer momento tenemos hombres que hablan español y otros, los indígenas, que hablan náhuatl, de modo que no se entienden. Cuando aparece Jerónimo de Aguilar entra en escena alguien que habla maya y español. Y luego está doña Marina que habla maya y náhuatl. De modo que era posible entenderse mediante una doble traducción que facilita el entendimiento. Eso es fundamental y es un factor importante de la conquista. Por otra parte, en cuanto ella aprende español, su figura crece y eclipsa a Jerónimo de Aguilar. Los nativos la otorgan un gran respeto porque se dan cuenta de que es una figura importante en la corte española.

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29-07-2020 - El historiador Fernando Vidal relata la vida y obra de Bernal Díaz del Castillo

Bernal Díaz del Castillo
Bernal Díaz del Castillo
El historiador Fernando Vidal relata la vida y obra de Bernal Díaz del Castillo
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06-10-2021 - Medina del Campo reivindicará la figura de Bernal Díaz del Castillo en el día de la Hispanidad.

Medina del Campo reivindicará la figura de Bernal Díaz del Castillo en el día de la Hispanidad.
Medina del Campo reivindicará la figura de Bernal Díaz del Castillo en el día de la Hispanidad.

Redacción.- La asociación cultural Beatriz Galindo “La Latina” de Salamanca y la asociación cultural tradicionalista Fernando III “El Santo” de Palencia, realizarán un acto conjunto por el día de la Hispanidad, el 12 de Octubre, en la localidad de Medina del Campo, provincia de Valladolid.

El acto empezará a las 11:00 con una misa en la capilla de la Colegiata de San Antolín, a las 12:00 horas se visitará el Palacio Real Testamentario de Isabel la Católica, a las 13:00 horas se realizará un homenaje a Bernal Díaz del Castillo en el lugar donde nació, Plaza del Pan, donde hablarán los presidentes de ambas asociaciones (D. Guillermo Pérez, A. C. Beatriz Galindo, D. Luís Carlón, A. C. T. Fernando III) y D. Francisco Núñez del Arco. Y finalizará con una ofrenda floral a la estatua de Bernal Díaz del Castillo, Avenida del Regimiento de Artillería nº 1.

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09-04-22 - De alimentos a esclavos: qué podían adquirir los mexicas en el gran tianguis de Tlatelolco.

El mercado de Tlatelolco se encontraba al norte de la ciudad de México-Tenochtitlan, y allí podía encontrarse todo tipo de objetos que podían ser intercambiados en trueque.

En el mercado de Tlatelolco podía encontrarse alimentos como la calabaza, el frijol y el maíz, que fueron la base de la alimentación mexica. Foto: INAH
En el mercado de Tlatelolco podía encontrarse alimentos como la calabaza, el frijol y el maíz, que fueron la base de la alimentación mexica. Foto: INAH

Cuando los españoles llegaron a la ciudad de México-Tenochtitlan en 1519, encontraron que ésta se encontraba organizada de una manera muy específica, por lo que quedaron impresionados. Una de las cosas que más les llamó la atención, fue la ciudad de Tlatelolco, al norte de Tenochtitlan, en donde estaba el mercado que abastecía de alimento la capital del imperio mexica.

La ciudad de Tlatelolco fue fundada hacia el año 1337, y se convirtió en la sede del principal mercado que abastecía a la población mexica de todos los productos que en aquella época podían imaginarse. Su tamaño, orden y diversidad de mercaderías, llamaron la atención de conquistadores y cronistas, quienes dejaron constancia en sus obras del complejo entramado de relaciones comerciales que diariamente se llevaban a cabo en el tianguis de Tlatelolco.

Tanto el conquistador Hernán Cortés, como Bernal Díaz del Castillo, no ocultaron la admiración que sintieron por este gran mercado y gracias a sus relatos podemos conocer algunas de las características físicas de este sitio, por ejemplo, que estaba cercado por portales, y que su extensión “era tan grande como dos veces la ciudad de Salamanca”. Esto permitía que una gran cantidad de personas (Cortés menciona 60 mil) se reunieran diariamente para intercambiar los productos que mercaderes y tamemes (término que significa cargadores), hacían llegar a través de recorridos terrestres y de incontables viajes en canoas.

Una de las particularidades que señalaron ambos conquistadores, y que también refiere en su Monarquía indiana fray Juan de Torquemadafue el gran “concierto”, que existía en el mercado de Tlatelolco. Díaz del Castillo incluso compara el orden que hay en este, con las ferias comerciales que se realizaban en su natal Medina del Campo. El tianguis estaba dividido en calles, y a cada una le correspondía un género de productos. En ellas, los mercaderes tomaban su asiento “sin que otro se lo ocupara”, y colocaban sus artículos en el piso para iniciar la jornada de trueque de unos objetos por otros. También había transacciones, donde se empleaba semilla de cacao, mantas labradas, objetos de cobre y polvo de oro, a manera de moneda.

Hernán Cortés y sus hombres quedaron impresionados con el mercado. (Ilustración: Steve Allen)
Hernán Cortés y sus hombres quedaron impresionados con el mercado. (Ilustración: Steve Allen)

Existía una inmensa variedad de productos que se podían adquirir en el mercado de Tlatelolco. En cuanto a comestibles, se ofrecía una gran diversidad de maíz, frijol, calabaza y chile, la base de la alimentación mesoamericana. También se encontraban diversas semillas, como chía y el cacao, así como legumbres y frutas secas.

En otra de las calles se mostraban aves de distintos tipos, como guajolotes, codornices, palomas y patos, por mencionar solo algunos ejemplos. También se encontraban venados, perros, liebres, conejos, tortugas, iguanas, serpientes, culebras e insectos como hormigas y chapulines.

Productos lacustres y marinos también tenían un espacio en el mercado, y era posible obtener diversos pescados y crustáceos. Así mismo, había miel de abeja y de maguey, indispensables para endulzar, entre otras preparaciones, las bebidas de cacao consumidas por la nobleza mexica.

Por otra parte, los productos de gran valor que eran llevados a Tlatelolco desde tierras lejanas por los pochtecas, se ponían a disposición de la élite mexica, único sector social que podía acceder a piezas finas elaboradas con oro, plata y cobre, así como artículos especializados de plumería, lapidaria, mantas de algodón ricamente labradas y loza Choluteca. A la par, convivían los utensilios de barro, petates, cestas de distintos tamaños, telas burdas, navajas, metates, molcajetes, y una gran variedad de pieles de animales, huesos, esponjas, conchas, caracoles, así como madera, leña, carbón, piedra, pigmentos y cal.

En el lugar también podían adquirirse esclavos para ser sacrificados. Foto: Oliver Santana / Raíces
En el lugar también podían adquirirse esclavos para ser sacrificados. Foto: Oliver Santana / Raíces

Adicionalmente, según Cortés, había espacios donde “lavan y rapan cabezas” así como lugares donde los especialistas en herbolaria tenían una gran cantidad de hierbas y raíces que se empleaban para curar enfermedades y que se preparaban también, de acuerdo con Torquemada, en ungüentos y jarabes. Entre tan diversas mercaderías, el apetito se abría y para saciar el hambre bastaba con acudir a la calle donde se podían adquirir alimentos preparados como atole de maíz y cacao, pescado asado o cocido, tortillas, tamales de distintos rellenos, tlacoyos, entre otros guisos más.

En el mercado de Tlatelolco, también se podían adquirir esclavos para ser ofrecidos en sacrificio. Díaz del Castillo se asombra con la cantidad de cautivos que podían verse en Tlatelolco e incluso compara su abundancia con los negros de Guinea que vendían los portugueses. Sin embargo, estos esclavos tenían la posibilidad de obtener su libertad y el tianguis jugaba un papel importante. Cuando el “propietario” entraba con el cautivo al mercado, éste podía escaparse y, de acuerdo con Diego Durán en su Historia de las indias de Nueva España e islas de tierra firmesi alcanzaba a salir de él y conseguía pisar heces de animal, estaba en posibilidad de reclamar su libertad.

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28-05-22 - Bernal Díaz del Castillo, revelan sus secretos familiares

El historiador Guillermo Turner publica un ensayo que echa luz al pasado del conquistador y cronista español.

VIRGINIA BAUTISTA

Guillermo Turner señaló que el nombre real del soldado fue Bernal Díaz del Mercado. Fotos: Cortesía Silvia A. Quesada y tomadas del libro
Guillermo Turner señaló que el nombre real del soldado fue Bernal Díaz del Mercado. Fotos: Cortesía Silvia A. Quesada y tomadas del libro

CIUDAD DE MÉXICO.

Bernal Díaz del Castillo (ca. 1496-1584), el soldado es­pañol que participó en la conquista de México-Tenoch­titlan en 1521 y autor del relato Historia verdadera de la con­quista de la Nueva España (1632) escribió y habló muy poco de su pasado, de sus an­tecedentes personales y fami­liares y de su vida privada, a pesar de que en sus crónicas abordó infinidad de temas.

Los silencios y las dudas en la historia personal del solda­do-cronista motivaron al in­vestigador Guillermo Turner a rastrear su vida, acudiendo a fuentes documentales, espe­cíficamente, en torno al lugar de su nacimiento, Medina del Campo, en Castilla la Vieja, donde encontró datos vitales sobre su padre y su abuelo.

Los hallazgos se detallan en el ensayo El pasado cas­tellano de Bernal Díaz ‘del Castillo’ y el encubrimiento de su entorno familiar, que publican el INAH y El Tucán de Virginia. “Encontré que el soldado en realidad se lla­maba Bernal Díaz del Merca­do y no Del Castillo. En unos documentos de la Cámara de Castilla descubrí que su abue­lo, Sancho Díaz, y su padre, Francisco Díaz del Mercado, habían sido regidores, servi­dores de los reyes católicos.

Francisco Díaz apare­ce en otras ocasiones como Francisco Díez o Francisco Díaz del Mercado. Me perca­té que eran la misma persona, porque hallé que don Sancho Díaz, su padre, se había casa­do con una mujer que se ape­llidaba Del Mercado”, detalla el maestro en Historia en en­trevista con Excélsior.

Esto lleva a pensar que, cuando Bernal empezó a escribir su Historia verdade­ra…, comenzó a usar el ape­llido Del Castillo, lo inventó como su nombre de escritor. Aunque los usos de los apelli­dos en ese entonces no eran tan estrictos. También le puso a su padre Francisco Díaz del Castillo en su crónica”, agrega.

El investigador señala que esta nueva información, re­cabada en España y en Fran­cia, ofrece “un panorama más completo de quién era el soldado, de qué familia ve­nía, más o menos acomoda­da, de estrato medio, pues se heredaban las regidurías.

Por eso aprendió a leer y a escribir, incluso pudo ha­ber sido amanuense; vio do­cumentos donde trabajaba su padre en Medina del Campo, villa que era importante en el siglo XV y después fue deca­yendo”, indica.

Turner dice que halló su­cesos en el pasado del padre y del abuelo de Bernal que, en su opinión, explican la razón de por qué el cronista decidió salir de Medina del Campo y posteriormente no quiso ex­poner su pasado familiar.

Ambos se vieron envueltos en sublevaciones populares y tenían mala fama. Más el abue­lo, porque el padre participó en la Revuelta de las Comunidades, pero de lado del rey de España.

Antes de salir de Medina del Campo tuvo un hijo, lo men­ciona en la crónica; luego tuvo varios hijos con Teresa Becerra. Uno es Pedro Francisco Díaz del Castillo”, indica.

Considera que estos datos hacen más estable la historia de Díaz del Castillo. “Ha habido mucha especulación sobre su origen, incluso se decía que no existió, que un soldado no podía haber escrito algo tan bien he­cho como la Historia verdadera de la conquista… No había sus­tento, eran prejuicios contra los soldados”.

Añade que la presencia en la conquista de Bernal, un hidalgo, que es el estrato más bajo de la nobleza, derriba otro mito. “Se había dicho que la gente que acompañó a Hernán Cortés a la expedición de lo que sería la Nueva España eran hombres sin conocimientos y de estratos ba­jos. Pero no era así, había hidal­gos, a diferencia de los viajes de Colón”.

El ensayo echa luz sobre Ber­nal Díaz en los documentos de Indias y sus antepasados en los archivos de Castilla, conocidos y parientes de Castilla la Vie­ja y de otros lugares de España, y algunos datos sobre la vida y la historia de la villa de Medina del Campo en los siglos XV y XVI.

Bernal era un buen narra­dor. Él construye su propia ima­gen, le interesaba la fama. Se presenta como si fuera una per­sona muy educada. Dice que quiere ser leído por gente edu­cada, sabia. Y creo que se le cumplió su deseo”, concluye.

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12-12-22 - LA PLUMA Y LA ESPADA - BERNAL DÍAZ DEL CASTILLO

Bernal Díaz del Castillo, el gran corresponsal de guerra de la Conquista de México (I)

El cronista español participó en muchos de los hechos que fueron objeto de sus narraciones, en las que relata la gran gesta que capitaneó Hernán Cortés

Antonio Pérez Henares

Supuesto retrato de Bernal Díaz Del Castillo por Genaro García basado en el retrato del rey francés Enrique IV 1904.
Supuesto retrato de Bernal Díaz Del Castillo por Genaro García basado en el retrato del rey francés Enrique IV 1904.

Bernal Díaz del Castillo nació en Medina del Campo, hijo de un regidor de la villa, de nombre Francisco y apodado El Galán por su buena presencia, según cuenta su propio hijo nacido, por cierto, durante los años en que las naves de Colón, tras haber dado con islas, ya arribaban a la Tierra Firme de América, aunque seguían creyendo que eran las buscadas Indias y donde estaban las ansiadas especias.

Debió ser aquello predestinación, pues Bernal, que poco de provecho había hecho hasta el momento, amén de conseguir destreza con las armas y leer novelas de caballerías y que de fortuna estaba más bien magro, se embarcó muy jovencito, ni siquiera llegaba a los 20 años, rumbo al Nuevo Mundo en la flota que llevó al duro Pedrarias Dávila a su gobernación de Castilla del Oro, Panamá, para que nos enteremos todos.

No le debió gustar mucho lo que vio y menos las formas del gobernador, autor de la decapitación del descubridor del Pacífico, Vasco Núñez de Balboa, que en cuanto pudo se marchó para Cuba donde mandaba, tras conquistarla, sin excesivo esfuerzo, Diego Velázquez de Cuellar. Este le prometió encomiendas de indios pero no le otorgó ninguna y decidió unirse a las primeras y bastante desgraciadas expediciones que salieron de la isla hacia la península de Yucatán, el Golfo de México y La Florida al mando de los capitanes Francisco Hernández de Córdoba (1517) y Juan de Grijalba (1518) y el famoso piloto Antón de Alaminos. Se toparon con los restos de la civilización maya y con el dominante y feroz imperio azteca y su gran poderío militar que en nada se parecía a lo encontrado hasta el momento. Los españoles fueron derrotados en sus intentos de desembarco, Hernández de Córdoba pereció a causa de ello y Grijalba retornó con la hueste diezmada. Hacía falta un Hernán Cortés para aquello y con él marchó el joven Bernal en busca de honor, fama y oro.

Bernal Díaz del Castillo, el gran corresponsal de guerra de la Conquista de México (I)
Bernal Díaz del Castillo, el gran corresponsal de guerra de la Conquista de México (I)

Bernal Díaz del Castillo, el gran corresponsal de guerra de la Conquista de México (I)Con el gran conquistador extremeño, aunque hasta entonces nunca había participado batalla alguna de consideración. Con él hizo toda la campaña que culminaría en la toma definitiva de Tenochtitlan tras haber tenido que salir huyendo en la famosa Noche Triste después de la muerte de Moctezuma, de cuya custodia Bernal estuvo algún tiempo encargado, llegando a tener por él gran simpatía y aprecio. Combatió en las más decisivas batallas, desde Cempoala a Otumba, y tras la definitiva victoria se estableció en aquellas tierras participando más tarde en la expedición hacia Honduras y en la de Guatemala, de la que fue uno de los actores principales y de cuya capital, Santiago de Guatemala, acabaría por ser con el tiempo nombrado regidor y donde escribiría su famosa Historia verdadera de la Conquista de la Nueva España, donde falleció a una edad muy longeva, en 1580, cuando ya había superado los 90 años. 

Algunas imprecisiones en el texto pueden ser achacadas a la debilidad de algunos de sus recuerdos, pero es sin duda el gran cronista de aquella magna epopeya que vivió en primera línea y en persona. El Pulitzer de periodismo, aunque por entonces ni existía dicha profesión, más merecido de los que se pudieran haber otorgado. Desde luego, un gran «corresponsal de guerra». Cada uno de sus capítulos hubieran merecido los honores de primera página y titulares a cinco columnas, por la importancia de los escenarios en los que estuvo presente, la trascendencia de lo que narraba, su cercanía a la acción y su forma de relatarlo.

Perfil con detalle

A través de él, podemos conocer al detalle tanto los grandes momentos como los aspectos más cotidianos de aquella grandiosa y aparentemente imposible empresa que capitaneó aquel genio de la estrategia, la diplomacia y la guerra, y tener un retrato directo de todos y cada uno de sus personajes más relevantes. Desde el propio Cortés a cada uno de sus capitanes y, también, a los dirigentes mexicas, al propio emperador Moctezuma o a Cuatemoc, a los que trató de manera muy directa en el caso del primero, y a los que supo calar y hasta comprender. Díaz del Castillo escribe como lo que es, un soldado. De habla y escritura directas, sin andarse por las ramas. Cuenta las cosas como las ve y le parecen. Los personajes alcanzan su dimensión más humana. En el caso de Cortés, ello resulta fascinante. 

Sobre el conquistador se han vertido todo tipo de exageraciones, tanto por detractores como por aduladores. Bernal lo tiene en gran aprecio y es evidente que le admira como líder y capitán, pero lo retrata con toda honradez y no deja de afearle algunas cosas si así le parece oportuno. Pero su genio y su ingenio, su valor, diplomacia, inteligencia y su aguda intuición y expresión brillan de manera esplendorosa. Al final, el honrado retrato de su entonces joven soldado le honra más que el de cualquiera de sus aduladores.

Algo similar ocurre con el resto de sus capitanes, a quienes retrata con gran precisión y en sus momentos más decisivos. De Diego de Ordaz relata su epopeya ascendiendo con otros dos compañeros hasta su cima a los 5.452 metros de altitud y con el volcán en actividad: «Y todavía el Diego de Ordaz con sus dos compañeros fue su camino hasta llegar arriba, y los indios que iban en su compañía se le quedaron en lo bajo, que no se atrevieron a que comenzó el volcán a echar grandes llamaradas de fuego y piedras medio quemadas y livianas y mucha ceniza y temblaba toda aquella sierra y montaña adonde está el volcán y que estuvieron quedos sin dar más paso adelante que de ahí a una hora que sintieron que había pasado aquella llamarada y no echaba ni tanta ceniza ni humo y que subieron hasta la boca, que era redonda y que habría en el anchor un cuarto de legua y que desde allí se parecía la gran ciudad de México y toda la laguna y todos los pueblos que están en ella poblados».

No sería Ordaz el único escalador, sino que la hazaña sería rematada por otros tres soldados y, en esta ocasión, con un componente mucho más vital y práctico que un capricho de alpinista. Se estaban quedando sin pólvora y para fabricarla necesitaban azufre, por lo que tuvieron que realizar una todavía mayor y más peligrosa proeza. Por orden de Cortés, un soldado llamado Francisco Montaño en compañía de otros dos, Larios y Mesa de apellido, hubieron de ascender hasta el cráter y luego, atando a Montaño de los pies y sujeto por los otros, hacerlo descender hasta donde se encontraba el imprescindible azufre. Venciendo todo miedo, y era para tenerlo, desde luego, consiguió llenar un costal entero, ser izado de nuevo y lograr su objetivo. 

La impresión la dejó el propio Montaño, así relatada: «Era cosa espantosa volver los ojos hacia abaxo, porque aliende de la gran profundidad que desvanecía la cabeza, espantaba el fuego y la humareda que con piedras encendidas, de rato en rato, aquel fuego infernal despedía». Cortés lo había elegido por algo. Montaño era sin duda un tipo bragado, había sido el primero en subir a lo alto del Templo Mayor en el asalto definitivo, resultando herido en la cara y también había sufrido otras en el cuerpo durante la batalla de Otumba.

Sus más admirados

Bernal retrata también a los demás grandes capitanes de Cortés. A Cristóbal de Olid, durante mucho tiempo uno de sus lugartenientes más próximo, y que al final, seducido por las promesas de Velázquez, encabezó una rebelión contra Hernán, que a la postre le costó la cabeza, pues derrotado y merced a su condición de hidalgo, en vez de sufrir la horca, fue decapitado. No escatima elogios hacia él, aunque señala el mal paso que dio y que le llevaría a ser ajusticiado. Valoró su temple y entereza: «Era un Hector para combatir persona por persona, y que si como fuera esforzado tuviera consejo, fuera mucho más tenido, mas que había de ser mandado».

Su mayor admiración la reserva para quien fue el capitán de la propia compañía de la que formaba y al que profesa una verdadera adoración, el leal Gonzalo de Sandoval. Sobre este no pone pero alguno ni vierte la más mínima sombra sobre su conducta y lo defiende encendidamente por encima de todos los demás. Recoge todas sus hazañas y se lamenta de su muerte, que no tuvo lugar en combate, sino tras ser gobernador de México al regresar a España, a la llegada al puerto de Palos, con el propio Hernán Cortés, cuando le acompañaba a este a presentarse ante el rey y «besar los pies de su majestad».

Le debemos también una precisa descripción al emperador Moctezuma. Y no solo física, pues al ser uno de los encargados por Cortés de su custodia, lo trató con asiduidad y da cuenta de detalles de su carácter que él aprecia como afable y cariñoso. El jefe mexica supo, desde luego, ganarse el corazón de su joven carcelero, abrumado por su magnificencia y poderío, con regalos y buenas palabras: «Era el gran Moctezuma de edad de hasta cuarente años y de buena estatura e bien proporcionado, e cenceño e pocas carnes y la color ni muy moreno, sino propia color e matiz de indio, y traía los cabellos no muy largos, sino cuanto le cubrían las orejas, e pocas barbas prietas e bien puestas e ralas y el rostro algo largo e alegre, e los ojos de buena manera,e mostraba su persona, en el mirar, por un cabo amor e cuando era menester gravedad; era muy polido y limpio, bañabase cada día una vez, a la tarde». 

Buenas palabras

Tras su muerte, apedreado en la azotea del palacio por sus súbditos, demostró su pena: «Entre nosotros, de los que le conocíamos y tratado, fue tan llorado como si fuera nuestro padre, y no nos hemos de maravillar dello viendo que tan bueno era».

También tiene palabras para quien, tras haber sido su enconado rival, fue su sucesor, Cuatemoc, después de ser apresado al intentar la huida cuando Tenochtitlan estaba a punto de ser tomada. Le trata con respeto y no oculta la terrible escena de su tormento para intentar arrancarle, infructuosamante, el secreto del lugar donde habían escondido sus tesoros: «Le quemaron los pies con aceite». De ello culpa al tesorero real y rival de Cortés, Julián de Alderete, y exculpa al conquistador que había prohibido el darle suplico: «Mucho le pesó a Cortés que a un señor como Cuatemoc le atormentasen por codicia del oro».

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21-01-23 - Los grandes conquistadores de América que nacieron en Valladolid

Bernal Díaz del Castillo nació en la localidad vallisoletana de Medina del Campo en 1496, Juan Ponce de León nació en el municipio vallisoletano de Santervás de Campos el 8 de abril de 1460, Bartolomé de Olmedo nacido en el municipio vallisoletano del mismo nombre en 1485 y Cristóbal de Olea nació en 1490 en la localidad vallisoletana de Medina del Campo, tuvieron un papel preponderante en la conquista del continente.

Óscar Estaire Cabañas

Monumento a Juan Ponce de León en Santervás de Campos (Valladolid). Ayuntamiento de Santervás de Campos
Monumento a Juan Ponce de León en Santervás de Campos (Valladolid). Ayuntamiento de Santervás de Campos

La historia de la ciudad de Valladolid se encuentra estrechamente ligada con el Imperio Español en el que no se ponía el sol, y que alcanzó su máxima expansión entre finales del siglo XVI y mediados del XVII. En la ciudad del Pisuerga se casaron los Reyes Católicos, Isabel y Fernando, nacieron los reyes Felipe II y Felipe IV y falleció el navegante genovés Cristóbal Colón, el descubridor del continente americano. Además, Valladolid llegó a ser capital del reino entre los años 1601 y 1606, en el momento de máximo esplendor de España.

Pero los vínculos de Valladolid con la historia imperial española no quedan ahí. La ciudad castellana fue también la cuna de grandes conquistadores que contribuyeron al establecimiento de los españoles en territorio americano y a la obra colectiva que posibilitó que a día de hoy se hable la misma lengua a ambos lados del Océano Atlántico. Bernal Díaz del Castillo, Juan Ponce de León, Bartolomé de Olmedo y Cristóbal de Olea son algunos de los vallisoletanos que tuvieron un papel preponderante en la conquista.

Bernal Díaz del Castillo.
Bernal Díaz del Castillo.

Bernal Díaz del Castillo

Bernal Díaz del Castillo nació en la localidad vallisoletana de Medina del Campo en 1496 y tuvo un importante papel en la conquista de México. En 1514, con tan solo 18 años, viaja por primera vez a América y después se dirige hacia la recién conquistada Cuba. En 1517 se unió a Francisco Hernández de Córdoba en una expedición que tenía por objeto descubrir las costas del Yucatán y después volvió a Cuba, para unirse definitivamente en 1519 a la expedición de Hernan Cortés en México que acabó con la toma de Tenochtitlán y la toma del Imperio Azteca y de otras regiones mexicanas.

Después, participó en diferentes expediciones en las actuales Guatemala y Honduras y permaneció después varios años en la Ciudad de México. En 1541 se traslada definitivamente a Guatemala donde terminó siendo elegido en 1551 regidor de la ciudad de Santiago de Guatemala, actual Antigua Guatemala. Bernal Díaz del Castillo falleció el 3 de febrero de 1584 y sus restos están enterrados en la catedral de Antigua Guatemala, con una losa conmemorativa.

Juan Ponce de León
Juan Ponce de León

Juan Ponce de León

Juan Ponce de León nació en el municipio vallisoletano de Santervás de Campos el 8 de abril de 1460 y fue gobernador de Puerto Rico y descubridor de Florida. Participó de forma activa en el segundo viaje de Cristóbal Colón a América, en 1493, y en el que se conquistó la isla de La Española. Allí se instaló y colaboró con el gobernador Nicolás de Ovando reprimiendo revueltas indígenas.

En 1508 se interesa por Borinquén, la actual Puerto Rico, y conquista rápidamente la isla con la colaboración del cacique taíno, siendo nombrado gobernador en 1509. Ponce se dedicó en la isla fundamentalmente a la fundación de ciudades y a la explotación del oro y tras una sublevación indígena, y su dura represión, fue destituido en 1511. 

Juan Ponce de León se embarcó en ese momento en una nueva travesía de exploración en dirección al norte, en la que terminó por descubrir la actual península de Florida. Decidió dar este nombre al territoriopor la abundante vegetación que albergaba y por encontrarse en fechas de Pascua florida. Con todo, no logró conquistar el territorio.

Después de varias expediciones infructuosas ante la resistencia de los indígenas, en 1521 cayó abatido por una flecha envenenada en una de esas intentonas y murió en La Habana. Sus restos se encuentran sepultados en la Catedral de Viejo San Juan, en Puerto Rico.

Bartolomé de Olmedo en el bautizo de los primeros cristianos
Bartolomé de Olmedo en el bautizo de los primeros cristianos

Bartolomé de Olmedo

Bartolomé de Olmedo, nacido en el municipio vallisoletano del mismo nombre en 1485, fue un fraile mercedario que participó en las campañas de Hernán Cortés para conquistar México. Su primer contacto con el continente americano fue en Santo Domingo, donde se dedicó a evangelizar entre 1514 y 1518, y en 1519 se unió a la expedición de Hernán Cortes que se dirigía a conquistar México.

El fraile se dedicó a labores de evangelización de los indígenas y tuvo el privilegio de celebrar la primera misa en territorio mexica. Olmedo, hombre de la máxima confianza de Hernán Cortes, participó en diversas negociaciones y fue el encargado de adoctrinar a Moctezuma durante el tiempo que estuvo apresado por los españoles. También bautizó a las veinte mujeres entregadas por los caciques de Tabasco a Hernán Cortés, entre las que se encontraba 'La Malinche', bautizada como Marina. Estas fueron las primeras mujeres cristianas del Virreinato de la Nueva España.

En 1524, Cortés le encomienda la administración del Hospital de Jesús y ese mismo año, en el mes de octubre, fallece en la Ciudad de México.

Cristóbal de Olea
Cristóbal de Olea

Cristóbal de Olea

Cristóbal de Olea nació en 1490 en la localidad vallisoletana de Medina del Campo y es conocido por haber muerto salvando al mismo Hernán Cortés en un ataque en México. Llegó a América en 1514 y en 1518 se traslada a Cuba, aunque poco después se unió a la expedición de Cortés hacia México. 

Su fama de soldado valiente, esforzado y también diligente le hizo acreedor de las mayores simpatías de sus compañeros en el proceso de conquista de México, y también su habilidad en el manejo de la espada. De Olea llegó a salvar la vida de Hernan Cortés en dos ocasiones, la primera cuando un escuadrón de mexicanos le capturó para ser ejecutado y De Olea le liberó de su captura, quedando herido.

La segunda, y definitiva, fue el 13 de agosto de 1521 cuando, tras un ataque de los guerreros mexica, estos capturaron de nuevo a Cortés para sacrificarle y De Olea se abalanzó sobre los indios matando a cuchilladas e hiriendo a varios de ellos. De ese modo, logró que Cortés pudiera liberarse, pero De Olea cayó muerto en el acto, dando la vida por Hernan Cortés y por la conquista.

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07-04-23 - Medina del Campo presente en la conquista de América a través de Bernal Díaz del Castillo.

Redacción.-

Medina del Campo presente en la conquista de América a través de Bernal Díaz del Castillo.
Medina del Campo presente en la conquista de América a través de Bernal Díaz del Castillo.

Bernal Díaz del Castillo y Medina del Campo son dos nombres que están unidos por una historia fascinante que se remonta al siglo XVI en la época de la conquista de América.

Bernal Díaz del Castillo, nacido en Medina del Campo, fue uno de los soldados españoles que acompañaron a Hernán Cortés en la conquista de México en 1519. Díaz del Castillo participó en la toma de Tenochtitlán, la capital del Imperio Azteca, y fue testigo de la caída del emperador Moctezuma II.

Después de la conquista, Díaz del Castillo se estableció en México y se dedicó a la explotación de las minas de oro y plata. También escribió una crónica detallada de la conquista de México, conocida como la «Historia verdadera de la conquista de la Nueva España». Esta obra es considerada una de las principales fuentes históricas sobre la conquista y se ha utilizado ampliamente en estudios sobre la época.

Medina del Campo, por otro lado, es una ciudad española ubicada en la provincia de Valladolid. Durante la época de la conquista, la ciudad fue un importante centro comercial y uno de los lugares donde se organizaban las expediciones que partían hacia América.

La relación entre Bernal Díaz del Castillo y Medina del Campo se puede rastrear en la propia crónica de Díaz del Castillo. En la obra, el autor menciona a menudo a Medina del Campo y a los soldados y exploradores que partieron de allí hacia América. También describe las dificultades que tuvo que enfrentar al establecerse en México, incluyendo la falta de suministros y la amenaza de los ataques de los nativos.

Además, algunos historiadores sugieren que Díaz del Castillo pudo haber utilizado los recursos y las redes comerciales de Medina del Campo para financiar su expedición a América. Se sabe que la ciudad tenía importantes vínculos comerciales con América y era un importante centro de recaudación de impuestos para la corona española.

En conclusión, la relación entre Bernal Díaz del Castillo y Medina del Campo es una historia fascinante que demuestra la importancia de la ciudad en la época de la conquista de América. Díaz del Castillo, nacido en Medina del Campo, se convirtió en uno de los principales testigos de la conquista y su crónica se ha convertido en una fuente invaluable para entender la época. Mientras tanto, Medina del Campo proporcionó recursos y redes comerciales cruciales para financiar y organizar las expediciones que partieron hacia América. Esta relación histórica es un ejemplo de cómo la historia y las ciudades están intrínsecamente ligadas y cómo una ciudad puede tener un impacto significativo en los acontecimientos históricos.

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