A menudo la actualidad tiene
estos juegos. El año de El Quijote es también
el de nuestra Pícara Justina y hoy mismo en Valladolid
un aficionado publicista anuncia el descubrimiento del verdadero
autor de esta primera novela picaresca protagonizada por una
mujer. En realidad es un enredo escolástico más,
pues lo que el zahorí va a mostrar es un contrato de
impresión firmado por el superior dominico de San Pablo
de Valladolid. Con lo cual volvemos al principio. Después
de la atribución a López de Ubeda, que figura
en el privilegio real, y la posterior de don Julio Puyol a
fray Andrés Pérez, rechazada por el hispanista
Bataillon, el investigador Anastasio Rojo maneja otro nombre
que ahora no recuerdo, pero que él se apresura a avecindar
como vallisoletano. Lo gracioso ha sido la manera de dosificar
la primicia, que a la postre quedará en un nuevo parto
de los montes.
La
novela vio la luz en Medina del Campo hace cuatro siglos y
el dominico de San Pablo que firma el volante de impresión
pasa por ser de Valladolid, lo cual lleva al zahorí
a suponer que sería de Mansilla de las Mulas, porque
esta villa del Esla, como la vecina comarca de Rueda, pertenecían
en la descabalada cartografía del dieciocho y principios
del diecinueve a la provincia de Valladolid. Igual que el
partido judicial de Oviedo, actual Asturias, pertenecía
en ese mismo tiempo a León. Por dar otra pista del
descontrol. Así que uno de los méritos de esta
novela plomiza, que es su sabor leonés, nos llevaría,
tirando del sofisma hasta el final, a descubrir la esencia
leonesa de Valladolid, que por algo fue fundación del
leonés Ansúrez y no de los romanos como León.
Este tipo de razonamientos estrambóticos resultan muy
del gusto de la Pícara Justina y es posible que hayan
nublado al intrépido Anastasio. Nuestra Justina inaugura
una copiosa corriente picaresca protagonizada por mujeres.
Pero no es ella quien cuenta sus andanzas, sino un clérigo
que utiliza el embozo femenino para sus delirios lingüísticos
y sus tronadas especulaciones. Todavía no he visto,
aunque tengo ganas, la versión teatral de Fabularia,
que a mi juicio cosechó un éxito incontestable
con la precedente del fray Gerundio. Pero sí tengo
claro que si alguna obra necesita ser deshuesada de hojarasca
para su disfrute esa es la Pícara Justina. Perdida
la gracia autobiográfica, porque enseguida se nota
que bajo las faldas del personaje no se esconde una mujer,
lo mejor del libro son sus referencias leonesas. En ese terreno
se trata de un venero impagable, tanto por la riqueza de registros
como por su enfoque a menudo ocurrente y deslenguado. La ediciones
circulantes, de especie académica, tienen letra pulgosa
y se leen con dificultad. A ver si hay suerte con el centenario.
20-01-05 - ¿LO ESCRIBIÓ JERÓNIMO DE PASAMONTE O
BALTASAR NAVARRETE?
Polémica en torno a la autoría de 'El Quijote'
de Avellaneda.
VALLADOLID.-
Jerónimo de Pasamonte, un soldado aragonés que
coincidió con Miguel de Cervantes en la gesta de Lepanto
(1571), escribió 'El Quijote' apócrifo
bajo la identidad falsa de Alonso Fernández de Avellaneda,
como venganza contra el alcalaíno por haberle retratado
éste sin piedad en su inmortal obra.
Cervantes,
enojado por atribuirse Pasamonte una actitud heroica en Lepanto
protagonizada por el manco genial, lo ridiculizó en
el capítulo XXII de la primera parte de 'El Quijote' (1605) al situarlo dentro de una cuerda de presos camino de
galeras, por orden del rey, con el nombre de Ginés
de Pasamonte y de Ginesillo de Parapilla.
Enfadado
a su vez el antiguo soldado aragonés, quien también
sufrió largo cautiverio por los turcos, éste
decidió en 1614 tomarse cumplida venganza con la publicación
del referido apócrifo con el título de 'Segundo
tomo del ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha',
que precedió en un año a la segunda parte del
verdadero.
Así
lo desveló a los periodistas Alfonso Martín
Jiménez, profesor titular de Teoría de la Literatura
en la Universidad de Valladolid, durante la segunda jornada
del congreso internacional que sobre la España de 'El
Quijote' concluye mañana y a la que asistió
como parte del público asistente.
¿O
fue Baltasar de Navarrete?
Martín
rebatió de esta forma la tesis de su colega Javier
Blasco, catedrático de Literatura Española en
la misma institución académica, quien minutos
antes y en una de las ponencias del congreso atribuyó
al dominico Baltasar de Navarrete la identidad de Alonso Fernández
de Avellaneda.
"Cervantes
sabía perfectamente quién se escondía
detrás de Avellaneda, conocía desde 1611 el
manuscrito apócrifo y así lo reflejó
de manera evidente en la segunda parte de 'El Quijote' hasta
por cuatro veces, llamándole 'aragonés' e insinuando
su identidad a través de dos personajes: Ginés
de Pasamonte y don Jerónimo", replicó
Martín, autor de un libro con estos razonamientos.
Este
experto insistió en que el alcalaíno sabía
quién era Avellaneda, "no así los críticos,
quienes han pretendido trasladar su ignorancia al propio Cervantes,
cuando ni se han molestado en consultar" las fuentes.
Martín
se refirió al manuscrito titulado 'Vida y trabajos
de Jerónimo de Pasamonte', conservado en Nápoles
y publicado en 1922, donde el aragonés detalla la dureza
de su juventud, participación en Lepanto y cautiverio
durante cerca de 20 años, un tomo "al que no
se le ha prestado la debida atención", apostilló.
En
ese texto, Pasamonte relata su actitud heroica en Lepanto
al luchar gravemente enfermo desoyendo los consejos de sus
superiores, lo que Cervantes consideró una usurpación
de su gesta y dio origen a los sucesivos enfados que ambos
plasmaron en el apócrifo y en la segunda entrega de
la obra más universal de las letras hispanas.
Similitudes
con 'La pícara Justina'
El
catedrático Blasco, durante su ponencia, atribuyó
al dominico y teólogo Baltasar Navarrete la "posible
autoría" de 'El Quijote' falso, al
observar numerosas analogías expresivas en forma de
giros y modismos entre el texto de Avellaneda y el de 'La
pícara Justina' (1605), de autor desconocido hasta
que la pasada semana se aclaró.
Fue
Anastasio Rojo Vega, profesor de la Universidad de Valladolid,
quien acreditó la autoría de 'La pícara
Justina' al encontrar en el Archivo Histórico Provincial
de Valladolid un documento notarial para acreditar los derechos
de impresión en Medina del Campo.
A
partir de esta irrefutable certeza documental, Blasco observó
concomitancias léxicas entre una y otra obra, dentro
de una tesis que reforzó al recordar que, pese a que
el apócrifo tiene pie de imprenta en Tarragona, fue
imprimido en Barcelona, en el taller de Sebastián Comellas,
el mismo taller donde se tiró la edición barcelonesa
de 'La pícara Justina'.
Ocultar
su autor
Otro
argumento que abona la tesis de Blasco es que ambos libros "tuvieron que disfrazarse de otra persona [ocultar
su verdadero autor] para salir a la luz y llevan el mismo
tipo de falsificación".
Respecto
al de Avellaneda, recordó que en determinados sectores
-Iglesia y nobleza- " 'El Quijote' resultó
demasiado provocativo y cayó como una bomba entre la
clase popular que había que desactivar", y
que así lo hizo un religioso, el dominico Baltasar
Navarrete.