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Villa histórica, monumental, escultórica y paisajística
Villa de las Ferias

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TEMA: Personajes históricos

Juan Carlos Velasco del Barrio

Miradas
Juan Carlos Velasco del Barrio
Juan Carlos Velasco del Barrio

Yo vivo en casa, en una casa sombría, en una habitación pequeña, esa habitación no es mía.

Yo vivo en esa casa, pero el metro ya me aguarda con sus crudas esperanzas de salir despreocupado, con la preocupación encima, no me carguen con más cruces, pues la mía llevo encima y la llevo con orgullo, pues tengo esperanza muy arriba.

Y aunque la mirada atisba lumbre, en la larga lejanía veo a la gente que la absorbe esa escalera vacía.

Voy bajando, por el metro de mi barrio y me encuentro a Doña Aurora repartiendo los diarios, al TOP manta al completo, al llanero solitario, a la joven, al villano, mientras me digo bien claro: “Sal entero del redil”.

Yo me abrocho la bragueta, la cartera y la maleta, pues en el metro no hay recetas para salir con lo que entrás.

Mientras espero un rato con el sueño acumulado yo me digo: ¿y que fue de mi café?.

Hoy se tiro otra pareja y la tardanza del metro es anunciada después, ya llego tarde al trabajo, a la cita concertada.

Yo mantengo la mirada firme y espabilada, en lo que un grupo se me acerca y me tantea mi tez, me rondan y olfatean si llevo mi cartera y si ven que de ellos paso, se alejarán después.

Ya llego el metro corto, de una corrida lo cojo y respetuoso dejo el paso y me quedo sin asiento, sin respaldo, sin respeto y sin aliento: Ya lo decía José “deja un palmo de terreno y además del moro o negro, te pisarán el anciano y la joven estudiante que debe colocarse antes para no perder el tren.

Es entonces cuando observo, en la jungla de los bajos la miradas de la gente que me dicen suficiente para entenderlos mejor.

Hay miradas ya de entrada, chequeando mi mirada, mi postura y mi sentir y esa vieja cicatriz que me la hice jugando bajo aquel hermoso árbol, que lo talaron al mes.

Mientras tanto los cantantes: tocan alegres canciones de su tierra angelical, cuales puros jilguerillos que se vinieron del sur, de la pampa y del Perú o del propio país, donde a menudo suelen ir a pasar sus lunas mieles, parejas con plata y pieles, sin importarles na más.

Alto entonan sus canciones aunque por dentro se huele ese olor sentimental a su gente allí dejada con la esperanza muy claro de reunirse en Navidad, esa necesidad que no querían pasar y se mudaron acá para pasarlo muy mal y sopesar ese paso que ellos creyeron claro y ahora se arañan la piel, por la rabia contenida que llevan en la barriga, por la injusticia vivida en éste su pueblo occidental.

Les escucho hasta el sin fin, son sus mismas melodías, las que aprenden todos los días más de doscientos a la par y me vuelven la cabeza, más que tonta: turulata, pero es su medio de andar y salir del torbellino que se encontraron metidos al ver la cruda realidad.

Les escucho una y otra vez, les escucho asombrado y me quedo observando sus diferentes semblantes que hablan de sus penurias pasadas, aunque nos finjan reír:

Miradas de odio, de pura impotencia, miradas desafiantes con su preocupación a cuestas de recaudar su jornal.

En la otra orilla, se sientan mozos, viejas, enfermeras y señores molestados por su presencia al tenerles que escuchar o más bien sus apariencias hacen de aquellos señores “ogros a que apartar”, pues se sienten invadidos, en peligro sus caminos para subir de escalón. Y mientras tocan los cantantes ellos hablan con miradas que ametrallan sus gargantas hasta cambiar de vagón.

Una señora muy fina, después de esnifar cocaína monta en metro y se auto corona juez mira a la negra o al moro, al japonés y al gitano, mientras levanta su mano, no la vayan a infectar. La Mentora del vagón con su propio colocón empieza a criticar a quienes nos portamos mal: Si vas limpio, “que tío pijo”, si vas sucio “uy que asco, que mi marido no suda, que me salen más arrugas”, si tu marido perdiste y vives de tus recuerdos como si fueran presentes. Por lo poco por mi observado las miradas de la gente nos aceptan o rechazan, nos prejuzgan y condenan o nos alaban y nos salvan del fuego que llevan dentro las personas más corrientes en éste Madrid decadente que tenemos que vivir.

Otras callan y no otorgan, otras otorgan y callan son tan versas las miradas que cada una es la misma y diferente, según se monte la gente en el recorrido afín.

Las miradas con espanto, con anhelo, con cansancio, con desprecio y con encanto.

Son tan versas las miradas, si paramos a observar que no hace falta escuchar de ellas palabra, simplemente son miradas…….

Hay miradas con respuesta, unas con el fin definido y otras con fines diversos que nunca sabré ni quiero, dejo libre a sus intelectos dar lectura a estas últimas que colecto.

Mas es bonito observar las miradas de deseo, de encanto y complicidad, que de ellas podría un “ Don Juan” ampliamente bien hablar.

Sigo en metro, con tres cambios de mis lineas que me llevan al lugar.

Voy con niños, carteristas, curas, mormones, frickis, pijos, estudiantes de carrera, carreras de piernas largas y algún que otro mirón.

Un anciano va dormido, “eso espero”, pues me piro a mi curro con aumento de latidos y sudor.

Son tantos los sentimientos que expresa la gente en tan poco tiempo con solo una mirada esbozar.

Con su libro empapelado, va esa chica tan coqueta que deja ver su apariencia de chica bien refinada y por ello no ha tomado otra línea que la 10 y allí la dejé de ver, pues yo ya salgo del andén.

Tantas caras conocidas, tanatas caras encendidas, tantos rostros tan amargos, tantos buenos cancioneros que pagan las consecuencias de lo que pesa Madrid. Unos vuelven a su origen, otros no tienen billete, ni dinero PA volver.

Doce días más pasaron y las gentes son distintas, aunque iguales en perfil.

Mi memoria me recuerda a esa negra de Gran Vía, que infectada por el sida, ya lloraba la impotencia por no poder, ni pedir. No la veo hace un tiempo, ni al enfermo retrasado, que solo pedía comer.

Se han tirado, se han tirado, me dice mi mente perra, que me dicta mi inconsciente: Tú te quedaste de lado.

Pues allí donde pasé, de muertos hay mas de diez, más de mil y de dos mil y les dejo de contar para que no lo pasen peor, pues quizá o a lo mejor me mandan ir a mirar por el ojo que no ve.

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