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información e imágenes en: www.museoferias.net/febrero2010.htm
Este
calvario, compuesto por el Crucificado, la Virgen y San Juan, se asienta
sobre una peana de tres alturas que, al igual que la cruz, presenta
una estética de ebonizado típico de obras con influencia
italiana. El marfil en que se tallan las figuras presenta las características
particulares de un marfil claramente africano occidental: denso, duro,
blanco, brillante y transparente. Su craquelado es poco intenso y confirma
el antiguo interés que tenían los chinos, ya desde el
siglo XII, en este tipo de material, por ser más compacto, de
grano fino y propicio para la talla delicada y minuciosa.
Aparte
de las tres figuras de marfil y la tarja propia de su estilo, aparece
en la parte media baja de la cruz un "Agnus Dei" que debe
fecharse en 1707 si nos atenemos a la leyenda que presenta, que señala
el séptimo año del pontificado de Clemente XI (1700-1721).
En realidad este Agnus es un añadido anacrónico colocado
para tapar las huellas de unas tibias y calavera que suelen tener este
tipo de calvarios.
Desde
el punto de vista estilístico, la pieza responde a una concepción
puramente italiana. Si nos detenemos en el Cristo, con un cuerpo de
bella factura, estilización armoniosa, proporciones alargadas,
movimiento atenuado y expresión laocontiana, no cabe duda de
dicha procedencia. La actitud expirante, con la corona tallada en el
propio marfil, barba corta y rizada, nariz recta y la unión de
los brazos al cuerpo por medio de la axila, pero con una pequeña
prolongación del hombro, lo desliga de la eboraria oriental.
Donde
el autor nos demuestra su destreza es sin duda en el perizoma, aparte
lógicamente de la belleza corporal. Realizado con abullonamiento
a la derecha, en la parte frontal se sujeta mediante un cordón,
dejando caer un leve paño en la parte central y la otra punta
de forma recta: todo es de gran delicadeza y plasticidad. Sin duda hay
que ligarlo a la obra del mismo escultor que el Cristo del Monasterio
de Guadalupe, tanto por su disposición corporal, como por el
tratamiento de los paños, que recuerda a los crucifijos italianos
con influencias de León Leoni, según Margarita Estella.
Pero
donde el conjunto ofrece una resistencia a la unidad estilista es en
las figuras acompañantes. En realidad, parece que no forman un
conjunto dada la desproporción de las mismas, aunque esto se
podría solventar pensando en una cierta perspectiva jerárquica.
Pero lo difícil de explicar es el distinto tratamiento, no sólo
anatómico, sino de indumentaria y actitud anímica. Así,
queda patente el desproporcionado tamaño de las manos en ambas
figuras, en comparación con el resto de su cuerpo. Parece como
si un resto de manierismo se hubiera asentado sobre dichas piezas. Lo
mismo sucede con los rostros, que hasta se podría afirmar que
tienen cierta tosquedad si los compramos con el de la figura del Cristo.
Todo
esto se acentúa en la indumentaria, que en el Crucificado es
todo delicadeza, con un cendal sutil preocupado por los pliegues breves,
siendo mucho más sumario el tratamiento de las túnicas
de San Juan y la Virgen. Del mismo modo, el cabello de San Juan, con
la terminación de los rizos con pequeños orificios, tipo
trépanos, podría presentar cierto parecido con los Cristos
de Gualterius, escultor de marfil italiano de finales del siglo XVI.
La tarja es similar a la que porta el Cristo de Isabel Clara Eugenia
de El Escorial, donado por Felipe II, siendo anteriormente un legado
de Pío V. Por último, podríamos vincular el conjunto
al inicio del estilo particular de Beissonat, escultor de marfil asentado
en Nápoles.
José
Manuel Casado Paramio