Cuando en 1469 Isabel y Fernando
contrajeron matrimonio, apostaron a primera vista que una
alianza que les permitiera superar las dificultades que atravesaba
el poder real en los reinos que aspiraban a gobernar y que
hipotecaban su futuro. Tenían entonces 17 y 18 años
respectivamente y, aunque jóvenes, tenían ya
una voluntad política que otros, partidarios y familiares,
debían contribuir a orientar. El camino que les llevó
a Valladolid era tortuoso y empinado. ¿Que fuerzas
y circunstancias les empujaron a seguirlo? La explicación
reside en lo que estaba ocurriendo en el reino de Castilla
-como ya se ha visto- y el la Corona de Aragón.
En 1469, la Corona de Aragón
estaba agotada por una guerra civil que desgarraba desde hacía
siete años su tejido social y económico. Fernando
era hijo de Juan II de Aragón y de su segunda mujer,
Juana Enríquez, hija de Fadrique Enríquez, almirante
de Castilla, cuyo matrimonio se había celebrado en
1444. En el momento del nacimiento su padre, que había
enviudado de Blanca de Navarra en 1441, gobernaba Navarra
como rey a pesar de que Blanca había nombrado heredero
del reino al hijo de ambos, Carlos de Viana. El desacuerdo
entre Juan y Carlos sobre la sucesión de la Corona
de Navarra llevó la guerra civil a este reino (conflicto
entre agramonteses y beaumonteses), y el conflicto se mezcló
con la guerra civil de Castilla en la época de Álvaro
de Luna, y eliminado éste (1453), contra otros oponentes
de la aristocracia. En el curso de estos conflictos, tropas
castellanas que, se supone, lucharon el pro de Carlos de Viana,
ataron tierras fronterizas de Aragón y Navarra.
Más tarde siendo Juan
de Navarra virrey de Cataluña, por designación
(1454) y de su hermano Alfonso V el Magnánimo, que
residía en Nápoles, se entrevistó (1457)
en Corella y Alfaro con el nuevo Rey de Castilla, Enrique
IV. Trataron entonces de buscar puntos de acuerdo sobre los
intereses de los Trastámara de Aragón y Castilla,
y para allanar el camino hablaron de casar a Isabel y Fernando.
Cuando, a la muerte de Alfonso
V (1458), Juan de Navarra se convirtió en Juan II de
Aragón, se apresuró a otorgar a Fernando los
títulos de duque de Montblac, conde de Ribagorza y
señor de Balaguer, que era tanto como indicar que,
llegado el caso, le prefería para la sucesión
en la corona de Aragón. Quiso entonces el nuevo rey
concretar el proyecto de matrimonio con su hijo Fernando con
la princesa Isabel, pero entonces Enrique IV pensó
que le sería más rentable un eventual matrimonio
de Isabel con Carlos de Viana, lo que le permitió a
ganar para su causa l príncipe navarro, primogénito
de Aragón, y avivar una vez más la guerra civil
de Navarra en contra del monarca aragonés. Y, en efecto,
se removieron las cenizas del conflicto sucesorio navarro,
que enlazó con el tradicional pulso político
entre la monarquía y los estamentos catalanes con el
reparto y ejercicio del poder.
De hecho, los desacuerdos
entre Juan II de Aragón y la oligarquía catalana
ya se habían puesto de manifiesto en las Cortes de
Barcelona de 1454-1458. Concernían al gobierno de la
ciudad de Barcelona, donde representantes de sectores medios
y populares habían llegado al poder en 1453 por voluntad
real. La situación se crispó aún más
cuando, llegado Carlos de Viana a Cataluña y reconciliado
con su padre (Concordia de Barcelona, enero de 1460), éste
no le incorporó al gobierno oficializando su primogenitura.
En este clima de desconfianza mutua, embajadores de Enrique
IV de Castilla propusieron a Carlos de Viana entrar en una
alianza contra su padre y sellarla con su matrimonio con Isabel.
Carlos no entró en el juego, pero sus contactos le
hicieron sospechoso a ojos de Juan II que, desafiando a los
estamentos catalanes, le hizo encarcelar (2 de diciembre de
1460).