Primero,
el interés.
Juan II observaba la agitada
situación de Castilla mientras sopesaba
las posibilidades matrimoniales de su hijo con una castellana.
Había considerado la boda de Fernando con la princesa
Isabel y también con Beatriz Pacheco, hija del marqués
de Villena, mas la doblez del marqués le quitó
de dudas. A principios de 1469 el entorno de Isabel puso sus
condiciones: se casaría con Fernando si aceptaba trasladarse
a Castilla luchas por su causa, someterse de algún
modo a la voluntad de la nobleza isabelina y permanecer en
un segundo plano en lo concerniente al gobierno de Castilla.
Juan II y su hijo podían todo menos perder la guerra
de Cataluña, por ello, Fernando firmó las capitulaciones
(Cervera, 5 de marzo de 1469) tal como se las presentaron.
Era la señal convenida para que Isabel abandonara su
residencia vigilada de Ocaña.
Debió ser entonces
cuando empezó a correr por Castilla un villancico que
reflejaba la esperanza popular en una primavera mejor:
Flores de Aragón, flores
de Aragón, dentro en Castilla son.
Flores de Aragón en
Castilla son.
Isabel se trasladó
a Madrigal (junio de 1469) donde recibió las arras
que le mandó Fernando. Pero su seguridad no estaba
garantizada. En julio llegó allí una embajada
francesa, presidida por el cardenal de Albi, que propuso a
Isabel que se casara con el duque de Guyena y rechazara cualquier
propuesta de matrimonio con el rey de Portugal o el príncipe
de Aragón, por ser aliados de Inglaterra y enemigos
de Francia. Aunque las negociaciones matrimoniales se habían
llevado en secreto, la negativa de la princesa debió
alertar a Enrique IV de lo que se trataba, porque ordenó
su detención.
Isabel se refugió en
Valladolid, (31 de agosto de 1469), desde donde se enviaron
emisarios a Zaragoza reclamando la presencia de Fernando (septiembre).
En este punto la historia
llega a su clímax.
Juan
II y su hijo hubieran de ser conscientes de que se lo jugaban
todo a una carta. Del riesgo es buena muestra que Fernando,
para no despertar sospechas, viajaba disfrazado de mozo de
mulas y con solo cuatro acompañantes. Entró
en Castilla por una ruta poco habitual, el Campo de Gomera,
pasó por Burgo de Osma, descansó en Gumiel del
Mercado y llegó a Dueñas, treinta kilómetros
al norte de Valladolid, el 10. Los futuros esposos se entrevistaron
por primera vez la noche del 14 al 15 de octubre (sábado-domingo),
en la casa de Juan Vivero, donde Isabel se hospedaba, y se
casaron cuatro días más tarde, el jueves 19
de octubre, en la misma ciudad.
Consumado el matrimonio, el
futuro llegó lleno de dificultades. Los enfrentamientos
se recrudecieron en Castilla y cobraron mayores vuelos internacionales:
Enrique IV se alió con Francia, enemiga de Juan II
por el pleito catalán y por el espinoso tema de los
Condados de Rosellón y la Cerdeña, que el monarca
francés se negaba a devolver; esta alianza se concretó
con el matrimonio de la heredera, Juana, con el duque de Guyena.
Solamente a finales de 1473 y comienzos de 1474, concluida
la guerra civil catalana con la victoria de Juan II (Capitulación
de Pedralbes, 1472), Enrique IV y Fernando se entrevistaron
en Segovia.
El conflicto castellano parecía
entonces en vías de solución, pero la muerte
de Enrique IV (10 de diciembre de 1474), cuando Francis y
la Corona de Aragón estaban en guerra en la frontera
pirenaica, le dio una nueva dimensión. En efecto, aunque
Isabel (13 de diciembre de 1474) y Fernando (2 de enero de
1475) fueron proclamados reyes de Castilla, se encontraron
de inmediato enfrentados a una nueva guerra civil (1475-1479),
que suscitó al rey de Francia Luis XI, con la connivencia
de Alfonso V de Portugal, y el acuerdo de no pocas nobles
castellanos, remisos a toda autoridad. Precisamente, cuando
esta guerra tocaba a su fin, con la victoria de los Reyes
Católicos, moría en Barcelona Juan II (19 de
enero de 1479), y comenzaba en la corona de Aragón
el reinado de su hijo Fernando II.