Una reina
culta
De Isabel la Católica
quedan no pocas referencias, tanto sobre su afición
a la lectura y al estudio -resaltada por Juan de Lucena en
su Epístola exhortatoria a las letras-, como de su
preocupación por impulsar el nivel cultural de la corte,
a la que se adscribieron humanistas notorios, como Pedro Martín
de Anglería, quien, en 1492, figura como capellán
y maestro de los caballeros de la corte en las artes liberales.
Para dar ejemplo personal,
hacia 1482, ya reina, comenzó a cursar latín
con Beatríz Galindo, y el aprendizaje no fue baldío,
ya
que, de acuerdo con Fernando del Pulgar, "era de tan
excelente ingenio que [...] alcanzó en tiempo de un
año saber en ellas tanto que entendía cualquier
tabla o escriptura latina". Asimismo procuró que
sus hijos recibieran una formación esmerada, que llamaba
la atención a algunos visitantes extranjeros; el alemán
Jerónimo Müncer, tras su viaje en 1495, se hace
lenguas del saber de la reina y de la educación transmitida
a sus hijos, alabando, más que nada, los conocimientos
del latín y oratoria que mostraba el príncipe
Juan, a la sazón con diecisiete años.
Con el deseo de que el saber
no quedara reducido a sus descendientes o a la nobleza, sino
que incluso las religiosas pudieran "sin participación
de varones" conocer "algo la lengua latina",
pidió a Nebrija, a través de Hernando de Talavera,
que editara las Introductiones latinae con la traducción
castellana en columna paralela a la derecha, lo que hizo en
la quita impresión (Salamanca, 1486), si bien, "esta
importante novedad no fue respetada en ediciones posteriores"
(Luis Gil). El aprecio sentido por los intelectuales hacia
la soberana se manifiesta, por ejemplo, en el lamento de Maríneo
Sículo, según el cual, a su muerte, desapareció
la esperanza para "los hombres buenos y eruditos".
Amor por la
literatura y los libros
Como parte de sus inclinaciones
culturales, Isabel se sintió atraída también
por la literatura en vulgar, comenzando por la conectada
con las diversiones cortesanas. En 1467, con ocasión
del decimocuarto cumpleaños del príncipe Alfonso,
la todavía infanta encargó a Gómez Manrique
la escritura de un espectáculo teatral de momos, en
cuya representación participó junto a otras
damas. En esa línea de gustos debe colocarse el Juego
trobado de Pinar "hizo a la reina doña Isabel
con el qual se puede jugar como con dados o naypes y con él
se puede ganar y hechar encuentro o azar y hazer par; las
coplas son los naypes y las quatro cosas que van en cada una
de ellas han de ser las suertes".
Sus desvelos por el gobierno
se reflejan en el Regimiento de príncipes que le dedica
fray Íñigo de Mendoza; su afán por aprender
explica que Nebrija escriba una Muestra de la istoria que
dio a la reina Isabel acerca de las antiguedades de España;
y el valor que concede a sus creencias explanas que Ambrosio
de Montesino componga unas coplas religiosas "por mandado
de la reyna doña Isabel, estando su alteza en el fin
de su enfermedad". Otros autores tan varios como Antón
de Montoro, Catagena, Diego Guillén de Ávila
o Pedro Graci Dei le dirigieron poemas que, en la perspectiva
esbozada, no pueden entenderse san solo como paradigmas de
subordinación al poder.
Los intereses culturales de
la soberana se manifiestan asimismo en la constitución
de su biblioteca, sobre cuyos fondos poseemos noticias a través
de tres inventarios: uno, de 20 volúmenes, entregado
en Granada a doña Margarita e Austria, el 29 de septiembre
de 1499; otro, de 52 tomos, sobre el que se pidió cuentas
en 1501 al camarero Sancho de Paredes; y un tercero, en el
que constan 201, incluido en el registro que, en noviembre
de 1503, rotuló Gaspar de Gicio como Libro de las cosas
que están en el tesoro de los alcáçeres
de la cibdad de Segovia. Estos inventarios permitieron a F.
J. Sánchez Cantón (1950) una reconstrucción
tentativa de los fondos bibliográficos de la reina:
cerca de unos cuatrocientos cuerpos que no formaron un depósito
permanente, sino que debieron estar repartidos por los palacios
que utilizaba.