TEMA: GALGOS, EL TESORO DEL CAZADOR

09-10-03 - El tesoro del cazador
Los aficionados a la caza ultiman la salida de los galgos al campo, tras meses de preparación y cuidados especiales y continuas pruebas de resistencia y velocidad

Aunque en los cotos federados se abrirá el próximo domingo día 12, no será Dos galgos, en un corral de una explotación agraria de Castilla y León. hasta el día 26 cuando de forma oficial comience la temporada de caza para los cientos de galgueros aficionados que existen en Castilla y León. Temporada que se prolongara hasta bien pasada la segunda semana de enero.

A la espera de ese ansiado día, abandonada hace años la caza con muerte en favor de la caza de competición, los aficionados preparan sus galgos como si de un tesoro valioso se tratara. Crían y conviven con sus lebreles de forma natural, si enferman extreman sus cuidados y si corren bien les premian con más confianza. Ya en el campo, los muestra orgulloso, sabedor de su valía ante las liebres.

El galgo español es el único reconocido internacionalmente con el nombre de galgo, siendo una de las razas españolas más antiguas. Se diferencia principalmente del lebrel inglés o greyhounds por su enorme resistencia y pasa por ser una raza poco conocida fuera de España. A principios del pasado siglo se mezcló con la raza inglesa, para convertirlo en un auténtico corredor de pista, lo que ocasionó un daño irreparable que llevó a la raza al borde de la extinción. A principios de los años ochenta empezó un proceso de recuperación.

Desde los árabes

El galgo fue introducido en España por los árabes y proviene del Sloughi del norte de África. En sus países de origen era prácticamente venerado, de manera que el Saluki, primo del galgo español, sólo era poseído por los jeques y era un gran honor que éste regalara un ejemplar a un invitado, de manera que, conservando esta tradición, al principio sólo las personas de la nobleza podían poseerlos.

Estos animales se utilizaron en grandes cacerías pero de todos es conocida la picaresca española y las personas de origen humilde que cuidaban estos animales empezaron a hacerse con algunos ejemplares, extendiéndose la cría del galgo de forma indiscriminada. A partir de ese momento, dejó de ser un animal de nobles para convertirse en un animal asociado a los estratos más bajos de la sociedad española. Hasta hace no muchos años pasó por ser una ayuda inestimable para la despensa de su dueño, ya que en muchos momentos se cazaba para comer.

A la vez que esto ocurría, la clase nobiliaria, fundamentalmente del sur de la península, empezó a importar galgos irlandeses para dar la punta de velocidad que el galgo español no tenía, lo que llevó a implantar una nueva raza anglo-española. Como ocurriera con la raza autóctona, quienes se encargaban de su cuidado contribuyeron a extender de forma sumamente rápida el mestizaje entre éste y el greyhounds irlandés. Mestizaje que en la actualidad prácticamente ha desaparecido, pero que aún se puede apreciar en los grandes cazaderos de Andalucía, donde las liebres al tener buen tiempo y abundancia de comida durante todo el año hace más apropiado al galgo irlandés ya que se prima la potencia: las carreras suelen ser mas cortas, al contrario que en Castilla y León y Castilla-La Mancha, donde las liebres son más duras y las carreras más largas, cuatro o cinco minutos, y la resistencia en carrera hace mas idóneo al galgo español.

El galgo rústico

En general, en Castilla y León se crían galgos rústicos, de campo, por y para la persecución y posterior captura de la liebre. No es un perro de ciudad y continuos cuidados. Nadie se queda atrás y todos hacen de la comida equilibrada, el agua limpia y, sobre todo, la limpieza diaria del dormitorio y parásitos -especialmente de la garrapata- las máximas para conseguir un buen ejemplar, un perro duro y de potente musculatura, fruto de muchos años de selección por parte del hombre teniendo en cuenta solo un criterio: que el galgo corra bien las liebres, que persiste hoy en día, pese a los avances en materia de reproducción asistida, la selección tradicional, en la que la calidad de los progenitores cuenta un papel fundamental que han dado origen a legendarias sagas sobradamente conocidas entre los aficionados.

El proceso de cría comienza con el apareamiento, y busca siempre que uno de los progenitores, por lo general la hembra, haya dado pruebas fundadas de poseer clase, resistencia y velocidad. Tras dos meses de embarazo, los galguillos por lo general son amamantados por la madre durante los dos primeros meses de vida, momento a partir de cual será la mano del hombre -dado que en la actualidad las madres ya no cazan para alimentar a sus vástagos- quien se encarga de su manutención. En la alimentación además del pan duro, no faltan el pienso compuesto, el arroz y, en algunos casos, esqueletos de ave, sobre todo cuando compiten de forma intensa.

Prueba de valía

Quince meses después de su nacimiento, en el caso de las hembras, y 18 en el de los machos (aunque a partir de los doce sin demasiada resistencia cada día se hace mas normal, después de muchos paseos y entrenamientos sin liebre al objeto de que no se ensucien), el galgo adquiere la mayoría de edad. Es el momento de probar su valía en el cazadero ante otros ejemplares iguales que él o mayores, contra los que tendrá que demostrar y sacar a la luz todas sus cualidades. La vida del galgo, cazando o compitiendo de forma continuada, por lo general no suele durar mas de seis años, prolongándose en el caso de su utilización como sementales o madres de cría hasta los ocho o nueve años.

En el mundo galguero español y mundial, de todos los aficionados es conocida la existencia de un triangulo mágico para la liebre y por tanto para la caza con galgos en campo abierto, conformado por las localidades de Medina del Campo, en la provincia de Valladolid, Madrigal de las Altas Torres, en la provincia de Ávila, y Cantalapiedra, en la de Salamanca.

 

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