Era 1925. Un tiempo en el que la Historia viene a subrayar esos tiempos de confusión que preceden a las grandes guerras o en los que también resurgían con fuerza ya nombres de mujer como los de Nellie Tayloe Ross, primera gobernadora de un estado de los Estados Unidos. España el bullicio estaba servido entre la dictadura de Miguel Primo de Rivera u otro tipo de sucesos del nivel de la Guerra del Rif. Sin embargo, entre tanta fatalidad, el ser humano sabe de qué manera reconvertirse y afrontar adversidades. Prueba de ello es la historia del protagonista: un lechero medinense llamado Toribio y el apoyo de su mujer, Asunción.
Por las calles de Medina comenzó a frecuentar un heladero ibense. Llegado desde la actual Comunidad Valenciana, el hombre aterrizó en esta tierra interesado en comprar leche para la fabricación de sus helados en una empresa bautizada como «La Flor Valenciana». «Mi abuelo se dio cuenta de que este heladero utilizada el excedente de la leche para congelarlo y venderlo a un mayor precio, además de que esto permitía que no se estropeara». Y, lo que en un principio fue una mera observación y posterior reflexión, se convirtió en el germen de una historia centenaria. «De aquella Flor Valencia a la actual Flor Medinense», bromea José Manuel sonriendo, ante la palpable similitud.
Pero José Manuel no celebra solo esta efeméride. A su lado le acompaña su hijo Sergio, quien continúa con este delicioso legado: «He crecido en esta heladería. De pequeño, me colaba por las cámaras para robar algún polo. Incluso las señoras del barrio venían a buscarme para llevarme a comer», rememora el joven. «Me gusta escuchar a la gente hablar de lo ricos que están nuestros helados, es un orgullo para mí», confiesa Sergio.
Además del sabor, los valores añadidos de La Flor Medinense van más allá. «Siempre hemos sido una familia grande trabajando compuesta por abuelos, tíos, primos… todos alrededor del negocio», asevera José Manuel. «Siempre hemos sido una familia de comerciantes de Medina», recuerda, haciendo alusión a otro negocio vinculado a esta saga, como la industria del mueble.
Es tanto lo vivido que los recuerdos, además de con imágenes impresas en blanco y negro, también se rememoran a través de los olores. «Siendo niño, recuerdo el olor de la heladería: era amoníaco. Todo se debía a los equipos frigoríficos, que entonces funcionaban con este elemento. Entonces, cualquier fuga pequeña o cuando flojeaban las llaves te lanzaban ese olor», rememora José Manuel.
Pero las estancias también son importantes y es que, a pesar de que actualmente están ubicados en la calle Cuenca, no siempre ha sido así: «La gente de unos 70 años recordará lo bien que se pasaba antes en la antigua terraza de la calle Maldonado, ocupaba dos números: 10 y 12, creo recordar. Aquel gran patio dejado de una gran parra y unas paredes cubiertas de enredaderas verdes. Eso ha quedado muy marcado en el recuerdo de muchas personas», recalca José Manuel Sánchez. De hecho, el primitivo espacio donde se comenzó a realizar estos helados fue en el número 8 de esta misma calle.
En aquellos primeros años, el helado se hacía sobre una cubeta con una paleta a mano -de hecho, La Flor Medinense ha realizado una pequeña exposición en el interior de la heladería, donde se pueden ver este tipo de artilugios-. A principios de los 60 ya se incorporó una máquina italiana semiautomática, donde el esfuerzo no lo hacía el operador, pues este «solo» tenía que sacar el helado de las cubetas. Posteriormente, en años más próximos, se adquirió una maquina norteamericana que ya hacía prácticamente todo aquel sistema manual, lo congelaba y lo depositaba posteriormente en las bandejas. «Esto nos permitió realizar una mayor producción, llegando hasta los 1.500 litros de helado diario, cuando en un momento dado suministrábamos a cadenas de supermercados; pero después abandonamos ese mercado para centrarnos más en nuestra propia heladería y nuestras especialidades», comenta José Manuel Sánchez.
Una identidad propia de la que puede hablar largo y tendido Sergio: «Tal es el cariño de la gente y lo interiorizado que tiene todo el tema de la heladería que prácticamente nadie me llama Sergio, casi todo el mundo me llama ‘Helados'», relata.
¿Cuál es el secreto?
El secreto del éxito viene dado de una filosofía basada en el cliente, no solo en el producto: «No hacemos helados. Hacemos un producto para que se deshaga en la lengua de nuestros clientes», enfatiza José Manuel. Por su parte, Sergio anota: «Es importante contar también con el concepto del cariño. Al final, la gente siente mucho esta heladería». El padre sigue sumando detalles: «Al hacer el helado, nosotros pensamos en qué sentirán nuestros clientes; estamos atentos de ese dulzor que nos piden, de la intensidad del sabor y la cremosidad que a lo largo de estos años nos han ido demandando. Hacemos un producto que se deshaga en la lengua».
Un legado que permanecerá con Sergio como ‘recogedor’ del testigo: «Sergio ha realizado todas las enseñanzas de la Asociación Nacional de Heladería con los mejores profesores de España. Después de todo lo aprendido, llegó a la conclusión de que su padre sabía exactamente igual», bromea José Manuel. «Es una persona muy innovadora que está muy atento a las nuevas tendencias del mercado, lo que a mí me abre grandes esperanzas porque significa que él va hacer sabores que más demanda actualmente la juventud», alaba sobre su hijo.
“He trabajado casi 60 de los 100 años… veo con cariño el pasado y esperanza el futuro», pronuncia con nostalgia José Manuel, haciendo referencia al lema tan sencillo y significativo a la par que sentimental y profundo escogido por la heladería: «100 años juntos».
Florinda Chico y el Bar San Antolín
Como todas las grandes historias, su intrahistoria también merece la pena ser contada. Así pues, La Flor Medinense, que actualmente da trabajo a cerca de una decena de personas, también tiene mucho que relatar. «Yo siempre me acordaré del primer cliente externo que nos compró helados. Fue un bar de Medina que también tiene una tradición larguísima. Vendí a sus padres y ahora sigo vendiendo a sus hijos. No nos han abandonado nunca y mantenemos con ellos una relación excepcional: el Bar San Antolín», rememora José Manuel, sobre una relación comercial que suma más de 40 años de historia.
Aunque el anecdotario puede ser ingente, el actual propietario de La Flor Medinense también recuerda aquellos tiempos del Olimpia -edificio contiguo- y su actividad frenética: «La grandísima actriz Florinda Chico solía venir a taquilla. Entonces, antes de empezar la función, recogía su parte en taquilla y en un neceser entraba en la heladería y le decía a mi padre: «Señor Manolo, guárdeme usted esto que me voy a escena y luego nadie vigila por los camerinos». Entonces, su recaudación la guardaba mi padre y, al terminar, venía a recogerla y se marchaba».
Más allá de las anécdotas, esta heladería guarda una cifra reseñable: 56. Son los sabores diversos que pueden paladearse en su interior -bien en cono o en tarrina-. Hay quienes son más de nata con piñones, como José Manuel; o bien de sabor pistacho, como Sergio. Por no hablar del mítico ‘arcoíris’ que colorea de azul la lengua de los más pequeños…
Al hilo de todo esto se viene a la cabeza aquel popularísimo anuncio radiofónico con la inigualable y todopoderosa voz de Maribel Manjón: «¿A qué sabe el verano?, a leche merengada…», otro clásico e infalible sabor, servido con ese toque de canela y barquillo que revive a cualquiera.
Es difícil escoger entre uno de estos 56 sabores. Sea como fuere, lo que es indiscutible es que, durante estos últimos 100 años, el verano en Medina del Campo sabe, indiscutiblemente, a La Flor Medinense.