Anecdotario Real.
Derechos humanos en la vida de Isabel.
Inmediatamente después de la toma de Málaga por el ejército de los Rayes Católicos en agosto de 1487, éstos autorizaron el comercio en la ciudad con los moros que venían cada día de "allende el estrecho". Existe en el Archivo Catedral de la ciudad una carta firmada en su original, de puño y letra de la propia reina Doña Isabel, fechada en Jaén en 23 de octubre de 1489. Iba dirigida a Don Garcí Fernández Manrique, corregidor de la ciudad. Conocía la soberana la existencia de un amplio solar en el arrabal, donde se celebraba el mercado, lugar en el que ella había ordenado con anterioridad que se construyera un amplio mesón. Los mercaderes norteafricanos pernoctaban al pié de sus tenderetes "donde descargan las mercancías que traen", a la intemperie y además bajo una imposición de tres maravedíes que el concejo les exigía. Informada la reina de esta circunstancia tolerar esta falta de atención por lo que manifiesta en su masiva que tal cobro venía a ser como un tributo nuevo e injusto por cuanto no había sido aprobado en Cortes Generales, que entre tanto "no les lleveys ny consyntáis llevar los dichos tres maravedíes ny otro cargo de posada, de manera que en esto, no sean agraviados..."
El día 25 de marzo de cada año, fiesta de la Anunciación de Nuestra Señora, sentaba a su mesa a nueve mujeres pobres, de cualquier condición o raza y con sus propias manos las servía la comida luego de haberlas entregado calzado y vestido conveniente y colmado de atenciones, en recuerdo de los nueves meses que el Hijo de Dios habitó las entrañas de María la Virgen, humilde sierva del Señor.
En documento Real de 27 de enero de 1500, aseguraban los reyes a los mudéjares de la serranía de Ronda que "nunca consentirían que ningún moro, por fuera, fuese tornado cristiano". Esto lo cumplieron en todo momento y es particularmente manifiesto en el caso del "Infantico". Este niño, hijo menor de Boabdil que quedó en rehenes, del que Isabel estaba tierna y profundamente enamorada con detalles que igualan a los de la más cuidadosa madre, aunque quisiera atraerlo al cristianismo supo respetar su edad, su condición de rehén temporal y jamás forzó esta situación por fidelidad a los pactos firmados y por respeto exquisito. Cuando Boabdil pudo marchar voluntariamente al África y llevó consigo a su hijo, la Reina lo sintió en el alma porque recibió por tal separación "mucho pesar", por el colmo continuamente de regalos mediante mensajeros especiales enviados con este propósito.
Los moros vencidos en buen lid, por haberse obstinado en no avenirse a una honrosa capitulación, en cumplimiento de la ley vigente que era la de la Partida, fueron llevados a varios destinos. No faltaron cristianos desaprensivos quienes, abusando de su ventajosa situación de conductores, les robaron joyas y dineros. Alguno de ellos se arrepintió y puso lo robado en manos del receptor de rentas reales, Diego Fernández de Ulloa. Otros cristianos, una vez descubierta su execrable conducta, huyeron a tierras de Berbería con pretensión de escapar del brazo de la Justicia, administrada inexorablemente y a todos por igual, por los reyes castellanos. Fueron hallados en su escondrijo pues la reina Isabel envió un alguacil de Corte a la ciudad de Carrasa en el reino de Fez, donde con consentimiento y la cooperación del rey moro, su aliado, fueron reconocidos y severamente castigados por su execrable robo con todos sus agravantes de indefensión por parte de los perjudicados. Lope de Herrera, que éste era el nombre de dicho alguacil real enviado por la reina de Castilla, hubo de viajar por dos veces al reino de Fez con el que se mantenían excelentes relaciones: una para ejecutar la justicia... y la otra para entregar a los moros los objetos y maravedíes de los que habían sido despojados en tierras andaluzas.
La Reina Católica sufrió u duro golpe con sensación de fracaso en todo su ideal cuando se enteró de que un cargamento de medio millar de indios, habían sido conducidos como esclavos, por Colón, hasta las costas de Andalucía, donde fueron vendidos en 1495. La venta había sido conforme a derecho según las leyes de la época y la praxis admitida incluso por la Teología Católica. Pero esta reina se rebeló contra este modo de obrar porque aquellos indígenas americanos poseían alma digna de mejor estima y aprecio; eran seres racionales libres y eran sujeto de derechos. Ya es sabido como la soberana, a sus expensas, hizo que fueran devueltos sanos y salvos a sus tierras de origen en una carabela que mandó fletar. Regresaron todos, menos una niña que prefirió quedarse en España.
Vidal González Sánchez