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Nos encontramos en: - Asociación Caballeros y Damas de la Hispanidad Caballeros y Damas de la Hispanidad - Isabel la Católica descubridora y evangelizadora de América

Asociación de Caballeros y Damas de la Hispanidad


La Reina Católica y los libros.

Una de las dimensiones más notables del reino de Isabel la Católica fue el interés entusiasmado por los libros. Era una de las herencias de su padre Juan II, cuyo corte literario y cultural ha sido destacada por los especialistas. Se sabe de las lecturas y de los libros de la Reina, de sus aficiones, de su biblioteca con verdaderas joyas impresas, pero en estas breves líneas no vamos a fijarnos en ello sino en su política en relación con los libros, en su compromiso por la lectura no tanto personal cuanto por la de los castellanos y, como veremos, y por ello hay que insistir, en la de las castellanas de su tiempo.

En primer lugar, no conviene olvidar que en aquella segunda mitad del siglo XV l libro impreso, con las nuevas técnicas de los impresores que ella se encargó de importar, era una novedad. Al contrario de lo que sucedería con otras, ésta de los libros no encontró las contradicciones cordialmente misoneístas que encontrarían otras innovaciones. También es necesario recordar cómo el libro y, por tanto, su lectura, se vio por la Reina como un agente privilegiado no solo de cultura sino también de dignificación personal y colectiva, de gobierno integral. Y por ello se explican las medidas extraordinarias de protección, en algunas de las cuales nos vamos a fijar.

Cuando su reinado estuvo afianzado tras superar la crisis dinástica ventilada tras la guerra de sucesión, las Cortes de Toledo de 1480 supusieron algo así como el nuevo orden, la fundamentación del reinado ya incuestionado. Entre tantas decisiones trascendentales de aquellas cortes cuasiconstitucionales tuvo lugar la referida a la política de protección del libro en su vertiente más sensible, la de la exención fiscal al liberar a los libros importados de cualquier gravamen impositivo que dificultara su importación y circulación. Las peticiones de los procuradores de las Cortes encontraron una respuesta antológica, expresiva a más no poder, una especie de canto a la bondad de los libros en aquella loa a los "Libros muchos buenos" como fundamento del funcionamiento, de la honra y del provecho de la república. Las palabras de la decisión son más explícitas que cuantos comentarios podamos hacer.

Se decía en aquellos acuerdos: "Considerando los Reyes cuánto era provechoso y honroso que a estos sus reinos se trujesen libros de otras partes, par que por ellos se hiciesen los hombres letrados, quisieron y ordenaron que de los libros no se pagase alcabala. Porque de pocos días a esta parte algunos mercaderes nuestros naturales y extranjeros han tratado y cada día tratan libros muchos buenos, lo cual paresce que redunda en provecho universal de todos y ennoblecimiento de nuestro reino. Por ende ordenamos e mandamos que, allende de la dicha franqueza, de aquí adelante, de todos los libros que trajesen a estos nuestros reinos, así por mar como por tierra, no se pida ni se pague ni lleve almojarifazgo, ni diezmo, ni portazgo, ni otros derechos algunos por los nuestros alfajarices ni por los diezmeros ni portazgueros ni otras personas algunas...más de todos los dichos derechos y diezmos e almojarifazgos sean libres y francos los dichos libros".

Era el signo de aquella apertura humanista a todos los vientos, es decir, a todos los libros de fuera, que se truncaría definitivamente cuando, más de medio siglo más tarde, por 1550 (todavía en tiempos del Emperador), la Inquisición lograra imponer tan densas barreras a la penetración de libros extranjeros y a la circulación de los de dentro por exigencias de ortodoxia.

No se trataba, en aquella Castilla de la Reina Católica, solo de cantidad. Su política de mecenazgo se fijaba en la calidad. García Oro ha resaltado el significado de provisiones reales como la expedida para Salamanca en 1493, que quizá tenga que leer como estímulo dignificador mejor que como indicio de censura, inexistente todavía: "Mandamos, se decía, a los dichos libreros e imprimidores y mercaderes y factores que hagan y traigan los dichos libros bien hechos y perfectos y enteros y bien corregidos y enmendados y escritos de buena letra e tinta y con buenas márgenes y en buen papel, y no con títulos menguados, por manera que toda la obra sea perfecta y que en ella no pueda haber ni haya falta alguna".

El libro miraba a los lectores, y la Reina quería que llegara también a las lectoras. La verdad es que el alfabetismo femenino tardaría mucho en descender en sus índices, que se andan revisando actualmente por los historiadores de la lectura y de la escritura. Pero no es menos sabido cómo en aquella época de la Reina Católica minorías de mujeres, eso sí, privilegiadas, estuvieron dotadas de una formación que, pocos años más tarde, Erasmo se encargaría de certificar en sus coloquios. No tanto para ellas cuanto para otro sector numeroso y menos analfabeto que el resto de los congéneres, es decir, para las monjas, pensó Isabel en hacer accesible la lectura de los libros en latín, pero no en el escolástico ni sólo el del breviario. Era el latín de los humanistas, el que quería Nebrija y para cuyo aprendizaje había escrito unas Introducciones que en su tiempo tuvieron mucha más aceptación que la famosa Gramática de la lengua castellana. Iban el latín, naturalmente, en sus impresiones. Pero la Reina se empeñó en que este arte del aprendizaje del buen latín fuera accesible a las mujeres, no sólo a los hombres, y encargó a su protegido que lo imprimiese en latín y, a la vez, en castellano, con líneas entreveradas en una y otra lengua respectivamente. De nuevo volvemos a las palabras de Nebrija debidamente valoradas por Francisco Rico.

Decía en su prólogo a aquel ensayo, que en principio no le agradó en demasía, que accedía al mandato regio (y de fray Hernándo de Talabera a la verdad), que estaba pensado para que las mujeres tuvieran autonomía de aprendizaje (y también para que el latín y la lectura se convirtiesen en instrumentos de aquellas reformas que entraban tan dentro de programa político y eclesiástico de los Reyes Católicos): "De donde a los menos se seguía aquel conocido provecho que de parte de Vuestra Real Majestad me dijo el muy reverendo padre y señor obispo de Ávila: que no por otra cosa me mandaba hacer esta obra en latín y romance sino porque las mujeres religiosas y vírgenes dedicadas a Dios, sin participación de varones pudiesen conocer algo de la lengua latina".

Teófanes Egido Cronista oficial de la ciudad de Valladolid.

Doctor en Historia.

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