El monólogo
final de Puck, cerró de nuevo, esta vez en Medina, una de
las más celebradas piezas teatrales de la historia. Entre
el día y la noche, monarcas y duendes, teje Shakespeare,
en diferentes planos narrativos, una original metáfora de
seres cambiantes, haciendo invisibles a los actores para percibir
sus personajes.
Son
los actores hombres, representados por los trabajadores menos cultivados,
los que basculan en su lírica interpretación, entre
los seres divinos, Hadas y duendes y los animales. Esta dinámica
narrativa, fue puesta en escena utilizando los dos laterales escénicos
de textura blanca y ligera de manera eficaz, facilitando a los jocosos
actores de esta versión de Eduardo Mendoza, la posibilidad
de trepar o descender, dotando a la representación de un
ritmo creciente que desembocó en el acto final en el que
todo el conjunto estuvo a buen nivel.
Ingenua
Titania, muy adecuada en el gesto de Verónica Forqué
y poliédrico Oberón representado por un Vladimir Cruz
que se movió siempre con soltura. Chispeantes sobre los patines,
Telaraña, Pimentón, Polilla y Mostaza, y brillante
la compañía de actores encargada de representar el
teatro dentro del teatro. La música, ligera, etérea,
cambiante y sutil también contribuyó positivamente
al desarrollo de la acción, lástima no poder nombrar
al compositor desaparecido incomprensiblemente de los créditos.
David
Zarzo hizo un inquieto Puck, personaje puente entre los distintos
niveles de interpretación y los espectadores, recordándonos
al final que todo ha sido un sueño, o tal vez una ilusión
que puede afectarnos tanto como a los jóvenes en el aquelarre
nocturno.