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MEDINA DEL CAMPO
(ACONTECIMIENTOS NACIONALES E INTERNACIONALES)


Castilla contra su rey: las Comunidades

Vista del Castillo de los duques de Frías en Oropesa (Toledo). Uno de los principales baluartes de la resistencia comunera.Castillo duques de Frías
Vista del Castillo de los duques de Frías en Oropesa (Toledo). Uno de los principales baluartes de la resistencia comunera.Castillo duques de Frías

El reinado de Carlos I se inició en Castilla con una grave crisis política: el levantamiento de las Comunidades, considerado por algunos como la primera revolución moderna, y que constituyó la culminación de una larga crisis política, económica y social que vivió Castilla desde la muerte de Isabel la Católica. Pocos acontecimientos tuvieron la resonancia del levantamiento de los comuneros contra su rey, un hecho del que los historiadores de cada época han dado su propia interpretación.

Esperanza y descontento ante el nuevo rey.

La Junta Santa se reunió por primera vez en agosto de 1520 en la sala capitular de la catedral de Ávila
La Junta Santa se reunió por primera vez en agosto de 1520 en la sala capitular de la catedral de Ávila

El 8 de junio de 1520 Toledo convocó a las ciudades castellanas con voz y boto en Cortes a una reunión que debía celebrarse en Ávila, para tratar de los grandes acontecimientos que se estaban produciendo en Castilla. La convocatoria era respetuosa con el rey, haciendo recaer la responsabilidad de los últimos acontecimientos en sus colaboradores: <<no ser Su Majestad tan bien aconsejado... como era razón.>> Aunque otras cosas eran las que se decían en Castilla, puesto que días más tarde Adriano de Utrecht escribía al emperador: <<Dizen expresamente que las pecunias de Castilla se deben gastar al provecho de Castilla y no de Alemania..., y que V.M. ha de gobernar cada una tierra con el dinero de della recibe.>> El problema era grave y arrancaba casi desde el momento en que el rey había llegado a España.

En efecto, a mediados de mayo de 1517 Carlos salió de Bruselas rumbo a Castilla. La noticia, ansiada desde hacía tiempo, provocó alivio y expectación. Los castellanos volvían a tener un rey que concluiría con la provisionalidad e inestabilidad en que había estado el reino desde la muerte de Isabel la Católica. Y, aunque todavía s recordaba la mala experiencia del gobierno de Felipe el Hermoso, el anuncio de la llegada de Carlos pudo ilusionar a algunos: a los exportadores de lanas a Flandes, que pensarían conseguir mayores beneficios; a los que esperaban recibir mercedes del nuevo rey, e incluso a quienes consideraban que Carlos los podía suavizar las actuaciones de la Inquisición.

Representación del acto de coronación como emperador de Carlos por parte del papa en 1528, realizado años después de la elección imperial de 1519. Óleo por Juan de la Corte. Siglo XVII. Museo de Santa Cruz, Toledo.
Representación del acto de coronación como emperador de Carlos por parte del papa en 1528, realizado años después de la elección imperial de 1519. Óleo por Juan de la Corte. Siglo XVII. Museo de Santa Cruz, Toledo.

Pero esos deseos y esperanzas se esfumaron pronto. l nuevo rey era extranjero que desconocía el idioma, las leyes y las costumbres de sus súbditos y que no parecía demostrar demasiado interés por conocerlas. Carlos estaba siempre rodeado de nobles flamencos, entre los cuales Guillermo de Croy, señor de Chièvres, ejercía demasiado ascendiente sobre él. Justo a esto se veía que el dinero de Castilla salía camino de Flandes, y que la camarilla flamenca acaparaba cargos públicos y prebendas con escándalo de la nobleza hispana. A los pocos meses de su llegada, la desilusión y el descontento se extendía por todas partes, y se multiplicaban los roces con el séquito flamenco, al que se había alojado en Valladolid quebrantando algunos privilegios, cono la exención de huéspedes de que gozaba el clero. Todo ello provocó una corriente de indignación, fomentada desde el púlpito, que se materializó en pasquines y alteraciones populares.

Era éste un mal ambiente para las Cortes de 1518, que tenía que jurar a Carlos como rey, y en las que, aunque se votó un importante servicio para la corona, los procuradores mostraron un talante altanero, recordando a Carlos y a sus consejeros que la monarquía tenía su origen en <<un pacto>> entre el rey y el reino, en un <<contrato callado>> por el cual el reino da al rey <<parte de sus frutos e ganancias>>, lo cual le convierte en un asalariado: <<pues es verdad nuestro mercenario es>>. También pidieron a Carlos que aprendiera castellano, se respetasen las costumbres y las leyes del reino, no saliera dinero de Castilla ni entrasen extranjeros en el gobierno, exigiendo el procurador de Burgos: <<que así nos lo jure>>.

Retrato del cardenal Adriano de Utrecht, que fue consejero de CARLOS I, antes de ser elegido papa en 1522. Copia del original de Juan Van Scorel. Siglo XVI. Palau Episcopal, Tortosa.
Retrato del cardenal Adriano de Utrecht, que fue consejero de CARLOS I, antes de ser elegido papa en 1522. Copia del original de Juan Van Scorel. Siglo XVI. Palau Episcopal, Tortosa.

En 1519, estando el rey en Barcelona para ser jurado por las Cortes, recibió la noticia de que se le había otorgado la corona imperial y decidió regresar a Castilla para pedir al reino un subsidio extraordinario con el que hacer frente a los gastos de su coronación. Como cabía esperar, los castellanos no recibieron jubilosamente la noticia. ¿Iba a quedar Castilla supeditada al imperio? En Valladolid el pueblo se amotinó, intentando que Carlos no saliera hacia Galicia, donde se iban a celebrar las Cortes. La reunión de éstas se inició en Santiago de Compostela, en medio de una enorme tensión que no logró disipar el entusiasta discurso de la corona pronunciado por el obispo Pedro Ruiz de la Mota, en el que la marcha del rey se justificaba como necesaria para la defensa de la fe y la paz de la cristiandad, y donde se anunciaba que regresaría antes de tres años: <<porque España es la que puede impedir o adelantar la ventura de Su Majestad>>. Pero ni estas expresiones, ni las solemnes promesas del emperador, pronunciadas ya en castellano, lograron en principio convencer a los procuradores, aunque después, bajo amenazas y sobornos, y trasladadas las Cortes de Santiago de Compostela a La Coruña, acabaron aprobando el servicio que se les pedía.

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