Las ciudades y los pueblos cuentan con sus patronos; sus habitantes con sus ciclos de trabajo y de celebración; y la vida cotidiana se rompe con determinados sucesos extraordinarios. Todo ello explica la evolución de dos conceptos que hoy los unimos en Valladolid, la existencia de una feria y unas fiestas en septiembre, aunque en el calendario litúrgico, la fiesta propia del patrono de la ciudad, San Pedro Regalado, se sitúa en mayo. Mucho más cercana es la de la patrona, la Virgen de San Lorenzo, el 8 de septiembre, cuando el calendario cristiano celebra la Natividad de la Virgen María. Para complicar más el contexto, desde el 21 de septiembre de 1561, el evangelista san Mateo ha estado incluido en el panorama de las devociones y, posteriormente, de las percepciones festivas de la ciudad, recordando un incendio que cambió dramáticamente la cotidianidad de sus habitantes y favoreció el nuevo urbanismo de Valladolid en su reconstrucción.
La Feria, de origen medieval, fue concedida a la entonces villa medieval del Esgueva por quién podía hacerlo, en este caso Alfonso VII, llamado 'El Emperador'. Y lo hizo en 1152. La podía celebrar franca en el entorno temporal de Santa María de Agosto, prolongándose por espacio de ocho días. Fue una de las primeras ferias-mercado de los reinos cristianos del norte, adquiriendo una extraordinaria pujanza ya en ese mismo siglo XII. A la confirmación de Alfonso X en 1263 se unía el seguro de paso de todos aquellos que acudiesen a ella. Esta concesión reforzaba la vinculación y el carácter de realengo de la villa de Valladolid. El mencionado Rey 'Sabio' amplió la Feria a dos ciclos diferentes de quince días, en el inicio de la Cuaresma y en las últimas semanas del mes septiembre que nos ha de ocupar. Valladolid se integraba en el circuito ferial del Duero aunque a finales del siglo XIV perdió importancia en detrimento del triángulo bien favorecido de Medina del Campo, Medina de Rioseco y Villalón.
La de Valladolid se mantuvo hasta el siglo XIX aunque con cambios de fechas, con la importancia de la fiesta del arcángel San Miguel (29 de septiembre), muy popular en el continente y que, ante la ausencia de un vallisoletano canonizado, (y eso no se solucionó hasta 1746 con la de san Pedro Regalado) se convirtió en el protector y patrono de la ciudad que había sido Corte. Eso sí, cuando hubo que festejar la subida a los altares del fraile vallisoletano franciscano, la Ciudad se endeudó sobremanera, además de elegir por plebiscito público a su nuevo patrono. Sus fiestas del siglo XVIII, las del Regalado, siendo únicas, se convirtieron en un hito en la trayectoria vallisoletana, aunque nunca se consolidaron en el tiempo en el día de su fiesta litúrgica (13 de mayo), ni siquiera en un pequeño formato. Pesaba más, en una sociedad agrícola, tras la recolección de las cosechas, el mantenimiento de su feria aunque aparecían las inclemencias otoñales.
Aquel terrible incendio
Por eso, el Ayuntamiento pidió al Gobierno de la Nación, pues la Feria había sido concedida por un monarca, que ésta regresase hasta el 20 de septiembre y no se prolongase por octubre. Eran los días de la regencia del duque de la Victoria, el general Espartero (1840-1843). Y así ocurrió entre el 20 y el 26 de septiembre. Por vez primera se vincularon con el santo evangelista aunque todavía no era la 'Feria de San Mateo'. Como dijimos, este último venía ocupando un espacio devocional en la ciudad desde la superación del terrible incendio de 1561, coincidente con su fiesta litúrgica (21 septiembre). Y aunque se produjo una trascendental destrucción material de parte de la entonces villa, apenas hubo pérdidas humanas. No era una ocasión de fiesta lo que sucedió con San Mateo pero sí un voto de agradecimiento, por parte del poder municipal con la participación del Cabildo de la Catedral.
La Feria de Septiembre no se movió del intervalo mencionado salvo en 1885 en que la epidemia de cólera la retrasó un mes. Así cuando los trabajos agrarios concluían, se podía producir el parón, con influencia y atracción sobre los pueblos cercanos, habitantes que acudían para la provisión de lo que se mostraba. La moderna Feria anual de ganados y utillaje agrícola la creó el alcalde Miguel Iscar pero en junio, donde también había una fecha muy característica a tener en cuenta, la de San Juan. La actual Feria Internacional de Muestras encuentra sus antepasados en las periódicas exposiciones públicas. La de 1871, por ejemplo, estuvo organizada por la Sociedad Filantrópica y Artística de Valladolid y fue llamada Exposición Pública Universal, con escenario en la Acera Recoletos con más de 600 expositores nacionales y extranjeros. Se fue vinculando el recinto ferial y el ocio y la diversión, con carruseles, espectáculos y fuegos de artificios que tardaron en pasar la barrera de seguridad que proporcionaba el Pisuerga. En 1924 ya hablamos del 'Real de la Feria' que fue buscando escenarios urbanos cambiantes. Llegaron también los desfiles de carrozas, las sucesivas novedades del cinematógrafo, la iluminación de la luz eléctrica del recinto, la inauguración de algunas estatuas monumentales y la música al aire libre. Y mientras en la fiesta del Antiguo Régimen, los toros no estaban sujetos a un ciclo o feria determinada sino a las ocasiones numerosas que los requiriesen; ahora, en la 'nueva Feria' ya festiva, además de ser un elemento de atracción para forasteros, se construía un recinto específico para su celebración, el Coso del Paseo Zorrilla, inaugurado el 20 de septiembre de 1890, alejado del centro de la ciudad. El tiempo de la Feria y fiestas concentradas en un ciclo (las propias de una sociedad burguesa primero y contemporánea e industrial después) era también el de la intensificación de la competición deportiva y su exhibicionismo.
La imagen de la patrona, entre la tradición y los documentos
El que no tiene nada que ver en toda esta trayectoria festera es san Lorenzo, diácono hispano al que se encuentra titulada una antigua parroquia en la entonces villa de Valladolid. Es solo el 'genitivo' de una advocación mariana: la Virgen de San Lorenzo significa la Virgen que está en la iglesia de San Lorenzo, en un templo que reconstruyó el regidor y merino mayor Pedro Niño desde finales del siglo XV, en los días de la reina Isabel La Católica, quizás por requerimiento suyo. Por tanto, desde días muy tempranos era la imagen mariana por antonomasia de esa iglesia, lo que no quiere decir que no hubiese ninguna más ¿Fue realizada para el templo o procedía de algún otro lugar? Para los historiadores, siguiendo la autoridad de Clementina Julia Ara Gil en su tesis doctoral desde 1977, la historia documentada de esta imagen comenzaba en el siglo XIV.
Esto no lo sabían los vallisoletanos del bajomedievo, ni los que vivieron en la Corte de Margarita de Austria, ni tampoco los del barroco. No se llevaba, entonces, la definición de los rasgos estilísticos que situaban una obra devota en una centuria determinada. Primaba la devoción con su tradición y leyenda y ésta, para ser efectiva, dentro de unas coordenadas que se repetían, debía remontarse lo más posible. Tradición que respondía a distintas preguntas: ¿Quién la había realizado? ¿Cómo había llegado hasta aquí? ¿Su invención, es decir, la aparición, había respondido a coordenadas extraordinarias? ¿Cómo se había propagado su devoción entre los ciudadanos? ¿Se habían producido milagros?
Estas son preguntas que se debían responder desde las percepciones y mentalidades de una sociedad sacralizada, no desde un estudio científico. Y así, en el caso de la Virgen de San Lorenzo, escribieron que quizás había sido tallada por alguien que la había conocido; que su lugar originario había sido, en la España visigoda, la localidad de Consuegra; que un sacerdote nacido en Valladolid la había traído a ocultar a orillas del Pisuerga en el tiempo de la invasión musulmana; que se había dado a conocer a un pastor y que, tras un paréntesis, en una puerta de la cerca de la villa por donde pasaban los aguadores, hacia el Pisuerga, había venido a parar a una pequeña iglesia dedicada a san Llorente donde obró extraordinarios milagros en el entorno familiar de un hombre de la política del tiempo de los Trastámara, Pedro Niño. ¿Quién contribuyó en distintos momentos a elaborar esta tradición? Dos son los autores que me atrevo a apuntar: un hombre del gobierno municipal que escribió la primera síntesis de la historia de Valladolid, Juan Antolínez de Burgos en el siglo XVII y, más tarde, con materiales que pudieron llegar hasta él, un jesuita que publicó en 1726 un manual de las advocaciones marianas de España, Juan de Villafañe. Quizás ellos pusieron negro sobre blanco algo que es cuestionable aplicando los criterios de la historiografía moderna.
Imagen que cambió en sus características cuando el párroco David Sánchez del Caño, en los años cincuenta del siglo XX, se atrevió a desnudarla de sus mantos, no sin escándalo de la devoción. Fue entonces cuando, por la acción del escultor Antonio Vaquero, se convirtió en una escultura de bulto redondo. Para entonces, ya oficialmente había sido nombrada patrona de la ciudad, coronada canónicamente en medio del esplendor ciudadano en 1917, después de que durante siglos había estado presente en casi todos los acontecimientos, pesares, necesidades, incluido en aquel incendio de 1561 que destruyó el Valladolid mercantil para construir uno nuevo. En ese momento, no se llamó a San Mateo sino a la Virgen que estaba en San Lorenzo, para que saliese a la calle, ante el avance imparable de las llamas.
En este panorama festivo concreto de Valladolid, la Virgen de San Lorenzo no ocupaba un especial lugar de privilegio. La vinculación entre esta antigua advocación mariana y el 8 de septiembre no había que buscarla en un decreto episcopal ni en una decisión eclesial sino en la devoción y decisión de los que gobernaban la Ciudad. Fue conformándose como su patrona y protectora, al igual que la principal institución de la Iglesia local, el Cabildo de la Catedral, tenía la suya en la Virgen del Sagrario. Todo ello provocó conflictos serios en el siglo XVIII, con alianza ocasional del obispo con los regidores frente a los canónigos, saliendo 'victoriosa' la Virgen de San Lorenzo. Los ojos de los ciudadanos hacia su Virgen no se reducía al 8 de septiembre, se prolongaba todo el año con las continuadas rogativas.
A pesar de la asociación de la Feria con las proximidades de la festividad de San Mateo, la vinculación entre ambos no se oficializó hasta que en 1939 el programa de festejos se denominó 'Tradicionales Ferias de San Mateo'. Con todo, el santo evangelista no adquirió un protagonismo procesional, ni existía un lugar determinado para rendirle culto, a pesar de la nueva sacralización del nacionalcatolicismo. Las primeras iniciativas para asociar la Feria a la Virgen de San Lorenzo se remontan a 1910 de la mano de comerciantes e industriales, con un argumentario también climatológico. A finales de los cincuenta, los programas de festejos los titulaban de 'Nuestra Señora de San Lorenzo y San Mateo' pero el cambio definitivo en favor de la patrona se produjo por consenso de los tres grupos políticos que componían la Corporación Municipal a finales de 1999. Consideraban los regidores que se trataba de un nuevo capítulo –me gustaría decir que el definitivo– en el «proceso de redefinición de las ferias y fiestas de la ciudad». Ya no estábamos hablando de ciclos agrarios sino más bien de una ciudad de servicios que después del verano, y antes de recobrar la normalidad, fijaba sus fiestas. Parecía que los 'Sanmateos' estaban asociados a la inestabilidad atmosférica mientras que la patrona estaba favorecida de los últimos calores. A mí me parece más adecuado pensar en razones históricas en torno a una patrona que también se tuvo que hacer visible gracias al apoyo del entonces nuevo arzobispo, Braulio Rodríguez. El prelado apoyó la salida procesional desde el 8 de septiembre de 2003, produciéndose también la reconstrucción, por repoblación, de la antigua Real Hermandad de Nuestra Señora de San Lorenzo. Si antes la patrona oficiosa salía cada vez que era menester, desde entonces no han faltado las salidas extraordinarias, más por motivos festivos que por necesidades, pues como podemos comprobar en materia de salud pública las rogativas han sido desterradas. Sin embargo, la procesión titular de la Virgen de San Lorenzo, camino de la Catedral cada 8 de septiembre, es una bella estampa festiva del secular Valladolid procesional. Quizás alguna vez empuje al patrono franciscano a hacer lo mismo en mayo, donde también se sitúa un pequeño ciclo festivo de la primavera.