La
Plaza
Mayor de Medina
del Campo ha sido siempre el gran "patio urbano"
de la villa. Acontecimientos públicos de todo tipo -civiles,
religiosos, festivos, taurinos, feriales y mercantiles- se han celebrado
en ella a lo largo de los siglos ponderándose siempre su amplitud
espacial y valores urbanísticos.
Sin
duda, la mayor trascendencia hay que ligarla a ser el escenario del
principal foro mercantil del reino de Castilla, a partir de la creación
de las ferias en los primeros años del siglo XV. De las características
de la primitiva plaza amenas tenemos noticias; los incendios que la
asolaron parcialmente en los años finales de aquella centuria
y especialmente, el producido durante la guerra de las Comunidades,
en 1520, debieron influir considerablemente en la alteración
de su imagen que, no obstante, debió de ser muy similar en volúmenes
construidos y tipos edificatorios a los que aparecen en las primeras
fotografías que ahora recogemos. Tras las ordenanzas dictadas
tras el incendio de aquel año, en las que trasciende una preocupación
por regularizar las alturas y os pórticos de los edificios, ser
formó un armonioso recinto que es precisamente el que conoce
y fotografía, en las postrimerías de 1877, el francés
Jean Laurent, quien recoge la aceras de la joyería, con la Casa
de los Arcos, el Ayuntamiento
y antiguo Palacio
Real al fondo, presentando éste la fachada reconstruida de
1673 (compárese con la que presenta la misma perspectiva cincuenta
años después, firmada por P. Esperón). Del
mismo modo, otra fotografía de Honorio Román fechada en
1903-1904 (se incluye en el capítulo de esta obra dedicado
a las ferias y mercados), muestra la misma acera, aún con
la ordenación antigua, tomada desde el ángulo contrario.
Los cambios de tipos edificatorios y de los linderos de las calles convergentes
a la plaza son más que evidentes en la extraordinaria fotografía
estereoscópica que hemos fechado alrededor de 1890 y que recoge
las antiguas casas del esquinazo formado por la plaza y la bocacalle
de Simón Ruiz, por entonces de Ávila.
En
ete capítulo nos hemos fijado particularmente en las diferentes
aceras que se levantan en la plaza en los años de la primera
década del siglo XX. Podemos comprobar cómo en todas ellas
hay ya muestras del tipo de vivienda de soportal de dos plantas con
balcones corridos, cuya configuración en alturas va a varias
definitivamente desde el último cuarto de la centuria anterior,
a raíz, sobre todo, del gran desarrollo económico propiciado
por la llegada del ferrocarril en 1860. Este impulso constructor, que
se hará evidente en la plaza en la primera década del
siglo XX, propiciará la aparición de nuevas tipologías
arquitectónicas con materiales distintos a los usados tradicionalmente,
como el hierro fundido y el ladrillo aplantillado, aumentándose
la altura de los pórticos, ahora formados por férreas
columnas y gruesos pilares de piedra arenisca en las esquinas. Los años
que se recogen en los dinteles de las puertas de los nuevos edificios
de la plaza, nos indican de forma precisa esta profunda renovación.
Los antiguos paradores de la Rinconada
Por Miguel Ángel Pastor
"La Red" ocupaba un amplio espacio, detrás de la Plaza Mayor, dedicado a la venta de pescado. En el siglo XIX se convirtió en mercado público, en el cual no sólo se traficaban estas mercancías sino carnes, tocinos y aves. Lo de "La Red", como puede deducirse, mantenía una preferencia pescatoria. Los historiadores atribuyen a esta plaza diferentes nombres, entre otros "La Rúa", "Rinconada de la Rúa" y "Rinconada del Mercado". Incluso el lugar era lindero a uno de los primitivos barrios de los judíos, precisamente maltratado por el desinterés de unos y otros. ¿Quien no recuerda la calle de la Sionagoga, la de las Lecheras y otras, en el olvido cercano? Ya, en la inmediata lejanía, diferentes paradores, cuando la plaza había recobrado el nombre con el que se la conoce actualmente, fueron cobijo de viajeros de medio pelo, trajinantes de paso, de mozas del partido.
El cercano cuartel de Isabel II, posteriormente, en el umbral de la guerra civil, rebautizado como San Quintín, "La Incubadora" como decían, aportó una excepcional prosperidad a este rincón. Cantaban los soldados aquello de "Si me quieres escribir, ya sabes mi paradero, Regimiento San Quintín, primera fila de fuego", vertiente nacionalista de una canción de guerra. Estos paradores, y algunas tascas cercanas de tosca madera, llenaron de vino bronco y nostalgia a los mozos de Zamora, Salamanca, Asturias y Valladolid, que partían al frente. Si algo de amor y de dolor puede comunicarnos esto que ahoranada nos dice es, fuera de historicismos que poco importan, el recuerdo de quienes bebieron, por última vez, ese vino en jarras y dejaron su juventud, su vida, en las heladas aguas del Ebro, en Brunete o en Teruel.
Reportaje
fotográfico