TEMA: V Centenario |
ESPÍRITU
COHERENTE |
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Isabel comenzó su actuación
política a
la muerte de su hermano Alfonso cuando le propusieron insistentemente
que aceptase la Corona en lugar suyo, con un acto clamoroso
de justicia y honestidad moral, es decir, negándose
a presentarse como Reina y sí como Princesa, reconociendo
a su hermano Enrique IV como legítimo Rey y plegando
el partido alfonsino en armas a la obediencia del Rey: <<Quise
posponer todo lo que parescía aparejo de mi sublimación
y mayor señorío y poderío por condescender
a la voluntad y disposición de vuestra excelencia...>>.
Tenía a la sazón 17 años.
Política
franca.
<<Nunca empleó
agentes dudosos ni medios torcidos; su política fue
siempre franca y manifiesta, y nunca se prevalió
de las ventajas que la perfidia agena le ofrecía...
El artificio y la doblez eran tan opuestos a su carácter
y a su política y administración, que cuando
se encuentran en las relaciones extranjeras de España,
de cierto puede decirse que no era ella la culpable, porque
era incapaz de abrir la menor desconfianza ni ocultar malicia...>>
Es un juicio de W. Prescortt.
Administrando
justicia.
Münzer observa como se
sentaba <<pro tribunali>> con el Rey, oía
las causas y las controversias y las resolvía, o
procurando la concordia o con sentencia de justicia. Esto
era dos veces a la semana, los martes y los viernes, en
que recibían a todos, ricos y pobres. <<El
lo que los poderosos se hallaban tan atemorizados, sigue
Bermúdez Pedraza, que ya no se comían a los
pobres como antes, y se componían con los iguales
por no parecer en presencia de la Reina>> Era sumo
su respeto por el pueblo; dicen que dijo que temía
más las maldiciones de las viejas de Castilla que
a los moros.
<<Aquel tiempo fue áureo
de justicia, e el que la tenía, valíase (fuí
testigo presencial). Acuérdome (...) verles sentados
públicamente por tribunal todos los viernes e dando
audiencia a chicos e grandes, quantos querían pedir
justicia(...) He visto que después que Dios llevó
esa santa Reina, es más trabajoso que un mozo de
un secrerario, que entonces era con ella e su consejo, e
más cuesta...>> Gonzalo de Oviedo.
Pulgar la recuerda también
sentada con el Rey recibiendo incontable multitud de querellantes.
Terminado el Consejo y retirado el Rey, se quedaba con los
Consejeros <<y les tornaba a decir: yo os encargo
las conciencias que mireys esos negocios como si fuesen
propios míos y de mis hijos>>.
Un
caso singular, el Caballero de Medina del Campo.
Una señora denunció
a los reyes que había desaparecido su marido. Los
Reyes pusieron en movimiento sus <<justicias>>,
que hallaron a los delincuentes y supieron que se trataba
de un homicidio; el autor era el Caballero Alvar Yañez
de Lugo, con un Notario público por cómplice.
Para apoderarse de la fortuna del rico caballero desaparecido,
hizo Alvar una escritura certificada por el Notario por
la que resultaba ser él el dueño de aquellos
bienes. Para librarse del así despojado, le hizo
matar y lo enterró en el corral de su casa. Alvar
Yáñez fue juzgado regularmente y condenado
a muerte. Para evitarla ofreció a la Reina cuarenta
mil doblas de oro para la guerra de Granada (estamos sobre
el año 1484). La oferta pasó al Consejo Real,
y hubo partidarios de aceptarla. Consultada la Reina, lo
rechazó <<prefiriendo la justicia a la pecunia>>
que hubiera debido pasar a la Hacienda real, y disponiendo
de todos aquellos bienes, los robados y los propios del
condenado, se diesen a los hijos del caballero despojado
y muerto. El hecho se corrió por todo el Reino y
produjo la sensación que se deja suponer.
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