De
la asambela de Medina del Campo a la Declaración de Salamanca
En el momento en
que se produjo en la cristiandad europea el cisma era el rey de
Castilla
Enrique II. Urbano VI se apresuró a enviar al monarca castellano
a un embajador, Juan de Roquefeuille. Pero Enrique II no solo se
precipitó en la toma de una decisión sino que decidió
actuar con suma cautela. Poco después llegaban a Castilla
emisarios tanto del rey de Francia como del para de Aviñón.
Todo parece indicar que en el mes de noviembre de 1378 se celebró,
no se sabe si en Toledo o en Illescas, una reunió a la que
acudieron tanto gente del clero como asesores del monarca castellano.
En dicha reunión llevó la voz cantante el arzobispo
de Toledo Pedro Tenorio, eclesiástico que habría de
destacar por sus indudables propósitos reformistas. Pedro
Tenorio propuso, antes de la adoptar ningún acuerdo, obtener
más información, pero también sugirió
entrar en contacto con los reinos vecinos. Poco después se
acordó enviar una delegación a Europa con el objeto
de obtener más datos acerca de la génesis y del desarrollo
del cisma. En dicha delegación figuraban Rodrigo Bernardo
y el propio confesor del monarca castellano, Fernando de Illescas.
Poco tiempo después, en mayo de 1378, fallece Enrique II.
Urbanistas y clementistas
decidieron volver a la carga ante el nuevo rey de Castilla, Juan
I. Urbano VI envió a Castilla
al obispo de Faenza, Francisco de Urbano, en tanto que Pedro de
Luna, clérigo de origen aragonés, destacado por su
inteligencia y por su tenacidad, era el representante de Clemente
VII. Pedro de Luna logró atraer a su causa a algunos significativos
prelados castellanos, entre ellos al obispo de Palencia, Gutiérrrez
Gómez, y el ya citado arzobispo de Toledo, Pedro Tenorio.
No obstante, la segunda mitad de 1379 y buena parte del año
siguiente transcurrieron sin que los reinos ibéricos tomaran
una decisión respeto al cisma. Daba la impresión de
que quedarían mantenerse neutrales o, quizá, indiferentes.