Una
Europa dividida
En
el año 1378 se produjo un cisma en la cristiandad europea,
al coexistir dos pontífices, uno instalado en Roma, otro
en Avión. Ambos intentaron atraer a su causa a las distintas
naciones. Por lo que se refiere a la Corona de Castilla,
a finales de 1380 se celebró en Medina del Campo una asamblea
de clérigos en la que se expusieron sus argumentos delegados
de los papas. Al final se tomó la decisión de aceptar
la legitimidad del pontífice de Aviñón, Clemente
VII. En la primavera de 1381, en un solemne acto celebrado en Salamanca,
Castilla
declaró la obediencia al papa aviñonense.
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Tras la sucesiva
elección de 1375 de dos papas enfrentados entre
sí, la Europa cristiana se dividió
en dos mitades, según el papa a quien reconociera
cada Estado. Los reinos hispánicos se decantaron
por el papa aviñones Clemente VII y por su sucesor,
Benedicto XIII, el aragonés Pedro de Luna, a
quien abandonaron cuando en el concilio de Constanza
(1414-1418) se alcanzó un acuerdo de reunificación
de la iglesia. Enlace
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En el año
1309 los pontífices habían cambiado la tradicional
sede de Roma por la francesa de Aviñón, aún
cuando ésta la consideraran puramente transitoria. Eso explica,
por ejemplo, que en diversas ocasiones se proyectara el retorno
a la sede romana. A mediados del siglo XIV el eclesiástico
hispano Gil Álvarez Castillo de Albornoz estuvo en Italia,
con la misión de pacificar los Estados Pontificios, siempre
con la vista puesta en el retorno de los papas a Roma. En 1367,
el papa Urbano V hizo intentos de volver, aunque finalmente fracasara
en su intento. Unos años más tarde, en 1377, Gregorio
XI marchó nuevamente a Roma, con lo que parecía se
había restaurado la tradición. Las cosas, no obstante,
discurrieron de forma inesperada. Al fallecer Gregorio XI en marzo
de 1378, al poco tiempo de su vuelta a Roma, se reunió un
cónclave, del que salió elegido pontífice el
arzobispo de la ciudad italiana de Bari, Bartolomeo Prignano, que
tomó el nombre de Urbano VI. Ahora bien, las circunstancias
en que se había producido la elección, en concreto
la fuerte presión ejercida desde las calles de Roma, así
como la actitud autoritaria que mostró desde el primer momento
el nuevo papa, deseoso de aplicar inmediatas medidas de carácter
disciplinario, dieron pié a que un buen número de
cardenales abandonase Roma, reuniéndose en Anagni con miembros
del Colegio que no habían participado en el cónclave
que designó a Urbano VI.
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Dignatarios de
la curia romana, que asistía al papa en el gobierto
de la iglesia. Detalle de una miniatura perteneciente
a un códice de las Clementinas. Siglo XIV. Biblioteca
Nacional. Madrid
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De allí salió
una declaración en la que se afirmaba que Urbano VI había
sido elegido por "temor". En esas condiciones
se celebró un nuevo cónclave, que tuvo lugar en la
localidad de Fundi. De él salió elegido un nuevo pontífice,
el Cardenal Roberto de Ginebra, que adoptó el nombre de Clemente
VII. En el año 1378 éste parecía el claro vencedor
de la contienda, pero su marcha sobre Roma para intentar doblegar
a Urbano VI fracasó, por lo que decidió instalarse
en Aviñón. El cisma estaba servido, toda vez que en
la iglesia había, simultáneamente dos cabezas gobernantes,
cada una de las cuales se consideraba legítima. Mas para
hacer efectivas sus aspiraciones necesitaban el apoyo de los poderes
públicos. De ahí que su principal preocupación
fuera lograr el reconocimiento de las diversas naciones de la cristiandad
europea.Dignatarios de la curia romana.
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Palacio de los
papas de Aviñón, ciudad que fue sede pontificia
durante gran parte del siglo XIV, Aviñón
era la capital de un pequeño Estado pontificio,
el Comtat Venaissin, cedido por el rey de Francia Felipe
II el atrevido al papa Gregorio X en 1274, y permaneció
bajo autoridad pontificia hasta 1791
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La pugna que, desde
comienzos del siglo XIV, sostenían Francia e Inglaterra,
la denominada guerra de los Cien Años, se iba a ver reflejada
en la obediencia otorgada a uno u otro pontífice. Francia,
obviamente, estaba del lado del pontífice a Aviñón,
en cuanto que Inglaterra decía defender la legalidad, que
para ello era, sin duda, el papa de Roma. El resultado final fue
sumamente nítido, reflejado, en líneas generales,
la división política que vivía Europa en esas
fechas. Inglaterra, Portugal, Hungría, Polonia, los países
escandinavos, ciertos Estados italianos, como Florencia y Milán,
y algunos alemanes acataron la obediencia de Urbano VI. Al lado
del papa de Aviñón, por el contrario, se alinearon
Francia, Nápoles, Escocia, Castilla,
Aragón, Navarra y determinados Estados alemanes e italianos.
No obstante, la adhesión al pontífice aviñonense
o al romano no se produjo en todos los casos de forma inmediata,
ni siquiera en Francia, en donde hubo arduas discusiones antes de
aceptar a Clemente VII.
¿Que ocurriría
en las tierras hispanas? Conviene recordar a este respecto
que en esas fechas había en la península Ibérica
cuatro núcleos político en la zona cristiana: las
coronas de Castilla
y Aragón y los reinos de Portugal y Navarra. La actitud que
adoptaron los reinos ibéricos en la cuestión del cisma
podía ser decisiva. La Corona de Castilla, que ostentaba
por aquel tiempo una posición de indiscutible hegemonía
en el contexto de los reinos ibéricos, se hallaba estrechamente
ligada a Francia. Pero no sucedía lo mismo ni en la Corona
de Aragón ni en el reino de Navarra. Es más, en este
último reino el monarca, Carlos II, era un enemigo implacable
de Carlos V, el soberano francés.