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22-05-2021 - El perdón general de Carlos V a los comuneros, una simple «operación de imagen»
El profesor de la UEMC Carlos Belloso recuerda durante el epílogo del congreso que el monarca no aceptó ninguna de las reivindicaciones de los sublevados.
El profesor Carlos Belloso durante la conferencia - ICAL El profesor de Historia Moderna de la Universidad Europea Miguel de Cervantes, Carlos Belloso, ha sostenido este sábado que el perdón general promulgado por Carlos V en favor del movimiento comunero el Día de Todos los Santos de 1522 en Valladolid, sólo fue una simple operación de imagen del monarca, ya que no aceptó ninguna de las reivindicaciones de los sublevados.
Aunque tras la victoria de Villalar el monarca regresa y se queda en Castilla, aprende la lengua y comienza a dar más cargos a los naturales del reino, tal y como le habían pedido los comuneros, las cesiones fueron superficiales. «El fondo de las reivindicaciones del movimiento y en especial que las decisiones tomadas en Cortes fueran acatadas por el monarca, no fueron aceptadas en ningún momento», asevera el profesor.
Belloso, que ha participado en la última jornada del congreso internacional ‘El Tiempo de la libertad. Comuneros V Centenario’, celebrada en el Centro de Desarrollo Económico Simón Ruiz de Medina del Campo (Valaldolid), también ha hecho referencia la ‘lista de exceptuados’ de este perdón general, donde se incluía a todos los cabecillas y comuneros destacados para que fueran ejecutados, y que sirve para conocer qué ciudades tuvieron más protagonismo en le revuelta.
Así, de las ciudades de la zona norte de España -Galicia, Asturias, Cantabria y País Vasco- no hubo apenas participación, dado que no hay condenados, y tampoco del sur aunque en un primer momento sí se recibió el apoyo de plazas como Úbeda, Baeza o Murcia. «A medida que avanca la revuelta el movimiento se localiza en las dos mesetas, en especial alrededor de Toledo y de Valladolid», afirma.
Palencia, con 34 condenados, figura en cabeza de la ‘lista de exceptuados’, por delante de Salamanca (24), Madrid (22), Segovia (21), Ávila (20), Toledo (20), Medina del Campo (19), Valladolid (18) y León (17). Entre las ciudades castellanas y leonesas también destacán Aranda de Duero (15), Zamora (14), Toro (10), Soria (5) y Burgos (1).
En total y al margen de los líderes ajusticiados tras la batalla de Villalar, fueron 293 los comuneros condenados, aunque según sostuvo Belloso, sólo fueron ejecutados medio centenar, dado que muchos huyeron como María Pacheco, esposa de Juan de Padilla, que se refugió en Oporto.
Además, también argumenta que esta lista de exceptuados sirve para poner fin a ciertos mitos falsos como que León no participó en el levantamiento, a pesar de contar con 17 condenados a muerte, o que Pedro Girón, «que entonces era la persona que mandaba en Valladolid», fue un traidor, dado que su nombre también aparece en la lista de exceptuados.
Entre los ajusticiados, Belloso también se ha referido a casos como el del vallisoletano Alonso de Saravia, que después de ser muy fiel a los Reyes Católicos, más tarde decide sumarse al movimiento comunero, o al obispo Antonio de Acuña, preso en el castillo de Simancas, que también fue ejecutado en 1526 tras asesinar al alcaide de la fortaleza.
24-05-2021 - Medina del Campo: el papel de la monarquía en la rebelión cerró el Congreso comunero.
Redacción.-
Medina del Campo: el papel de la monarquía en la rebelión cerró el Congreso comunero. |
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Medina del Campo puso el broche final al Congreso, inaugurado el pasado miércoles por los presidentes de las Cortes y de la Fundación de Castilla y León, Luis Fuentes, y de la Junta, Alfonso Fernández Mañueco.
El Centro de Desarrollo Económico Simón Ruiz de Medina del Campo albergó el sábado el epílogo del Congreso Internacional ‘El tiempo de la libertad. Comuneros V centenario 1521-2021’, que bajo el título ‘Monarquía y rebelión comunera. Una visión institucional y jurídica’ ha reunido a expertos en torno a distintas propuestas temáticas.
El profesor de la Universidad de Valladolid Emiliano González abrió la sesión con la intervención ‘La Ley Perpetua y las reivindicaciones comuneras’, marco en el que ha subrayado la presencia del derecho en el conflicto de las Comunidades y ha puesto de relieve cómo desde el inicio de la revuelta el bando comunero envolvió su enemistad regia como una guerra no contra el rey, sino al servicio del rey, apelando a la defensa de la tradición jurídica y al respeto del derecho del reino.
En su conferencia, González ha ahondado en que los líderes de la revuelta trataron de justificar todas sus decisiones en el ámbito de la legalidad, desde la impugnación de la regencia por falta de legitimidad hasta la reivindicación de un mayor protagonismo en la gobernación del reino o la presentación de la propuesta de «ley perpetua», donde se recogen por escrito unas aspiraciones políticas y jurídicas que la realidad de los hechos hizo fracasar.
La cita también programaba la presentación de ‘El régimen jurídico e institucional de la Monarquía de Carlos V’ a cargo del profesor José Sánchez-Arcilla Bernal, de la Universidad Complutense, quien ha incorporado a su ponencia una parte de la del Miguel Ángel Chamocho, de la Universidad de Jaén, quien no ha podido tomar parte. En este sentido y tras abordar la situación del derecho castellano a principios del siglo XVI, que fue una continuación de lo que se había iniciado en los siglos altomedievales, se ha centrado en su tema, del que ha desgranado sus antecedentes: la unión de las coronas de Castilla y Aragón se llevó a cabo con la figura de Carlos I, ya que en los siglos anteriores habían sido independientes. De hecho, ha precisado, el concepto de “corona” surgió en Aragón, donde cada uno de los territorios mantenía su propia entidad jurídico política (Cortes, moneda, naturaleza), mientras que la corona de Castilla, constituida por Fernando III ‘El Santo’, aglutinaba a distintos reinos (Castilla, León, Córdoba, Jaén…) pero las instituciones, moneda y naturaleza eran las mismas.
EL PROCESO JUDICIAL, LA CONDENA Y EL PERDÓN
Por su parte, Félix Martínez Llorente, de la Universidad de Valladolid, ha viajado en ‘El proceso judicial y la condena de los capitanes comuneros’ hasta el 24 de abril de 1521, día siguiente a la batalla de Villalar, cuando los tres capitanes comuneros (Juan de Padilla, Juan Bravo y Francisco Maldonado) fueron sometidos a juicio sumarísimo y acusados de cargos de una extrema gravedad penal: haber cometido delito de Lesa Magestad (rebeldía y traición contra el rey), lo que conllevaba, en aplicación de las leyes del reino, la imposición de la pena capital y subsidiariamente la pérdida de sus oficios públicos, patrimonio y bienes.
El profesor, que ya intervino en la tarde del pasado jueves en el Congreso Internacional, ha explicado cómo, debido a su notoriedad, el juicio se desarrolló con extrema rapidez y con menos exigencias procesales por tratarse de un delito in fraganti y notorio. La pena capital impuesta fue ejecutada ese mismo día mediante degollación y posterior decapitación debido a su condición de nobles, con la exposición pública posterior de las tres cabezas.
De manera previa a la celebración de una mesa redonda, el profesor Carlos Belloso, de la Universidad Europea Miguel de Cervantes, ha centrado su intervención en el Perdón General de 1522, para lo que ha recordado que, tras su Coronación como Emperador en Aquisgrán, Carlos V regresó a España en julio de 1522, tras la Guerra de las Comunidades. Fue durante la estancia en Palencia cuando se elaboró el Perdón General, que proclamado en Valladolid el día de Todos los Santos, había de darse a las ciudades comuneras y a los comuneros como personas individuales, a quienes también se perdonaban sus crímenes y delitos. Pero de ese perdón estaban exceptuados 293 cabecillas y nombres destacados, algunos de los cuales fueron ejecutados mientras que la inmensa mayoría se exilió para evitar el castigo.
El epílogo celebrado en Medina ha puesto el punto y final al Congreso Internacional, clausurado este viernes con la conferencia ‘El sueño comunero y la España que no pudo ser’ a cargo de Ricardo García Cárcel, de la Universidad Autónoma de Barcelona, quien cerraba una cita que ha programado más de una veintena de conferencias y alrededor de 30 comunicaciones que se publicarán en una monografía.
25-07-2021 - Una historia de cine
El largometraje documental 'Comuneros', de Pablo García Sanz, verá la luz en otoño y refleja los testimonios de 17 expertos internacionales, con música de El Naán e ilustraciones animadas de Sandra Rilova.
Entrevista al historiador Luis Ribot durante el rodaje del documental ‘Comuneros’, de Pablo García Sanz. - Foto: Miriam Chacón (Ical) |
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Con el objetivo de “dar a conocer de otra manera, quizá más divulgativa, lo que ocurrió entre 1520 y 1522 en Castilla”, el cineasta vallisoletano Pablo García Sanz decidió emprender a comienzos de año el rodaje de ‘Comuneros’, su segundo largometraje documental tras ‘Folk! Una mirada a la música tradicional’ (2018). Coproducida por su propia productora, Visual Creative, junto a Plan Secreto, y con el apoyo de la Fundación de Castilla y León, la película reunirá ante las cámaras a 17 historiadores de todo el mundo, para recabar su testimonio y sus perspectivas en torno a un movimiento que “forma parte de nuestra identidad pero también de la historia de España y de Europa”.
“Nuestro punto de partida siempre es buscar nuestra propia historia e intentar darla a conocer a través del audiovisual”, apunta el director en declaraciones a Ical, antes de señalar que “los comuneros es algo que va mucho más allá de Castilla y León”. Él trabajó en el guion del film con el profesor de Historia de la Universidad Europea Miguel de Cervantes Carlos Belloso (a quien García Sanz define como su “piedra de apoyo” en los momentos en que surgían dudas sobre hacia dónde ir) y juntos definieron la selección de investigadores a los que entrevistarían.
“Hemos buscado especialistas en cada territorio que fue clave en el movimiento comunero: Valladolid, Segovia, Toledo, Ávila… Hemos entrevistado a historiadores expertos en diferentes momentos, ciudades, acontecimientos o personajes, como por ejemplo el profesor Geoffrey Parker con Carlos V”, señala. Además del británico y del propio Belloso, comparecerán ante la cámara José Álvarez Junco, Bethany Aram, Enrique Berzal, Cristina Borreguero, María Guadalupe de Marcelo, María Isabel del Val, Máximo Diago, Beatriz Majo, Fernando Martínez Gil, Claudia Möller, Hipólito Rafael Oliva, Ramón Peralta, Luis Ribot, Julia Teresa Rodríguez y Salvador Rus Rufino, comisario este último del proyecto ‘El tiempo de la libertad’, promovido por la Fundación de Castilla y León para la celebración del V Centenario de la Guerra de los Comuneros, entre cuyas actividades figura este documental.
El director del documental ‘Comuneros’, Pablo García Sanz. |
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La película, según explica el cineasta, arrancará un poco antes de 1520, con la proclamación de Carlos V (1519), para terminar con el perdón general (1522). “Después haremos un salto en el camino hasta el siglo XIX, para recordar todas las interpretaciones que llevaron a la creación del mito en torno a los comuneros, un aspecto que personalmente me interesa mucho, y ver finalmente cómo se ha interpretado en estos 200 años el movimiento comunero”, avanza.
Siete meses de rodaje
El rodaje, que concluirá a primeros de agosto en las Cortes regionales, se ha prolongado durante siete meses en tres comunidades autónomas (Castilla y León, Madrid y Castilla-Mancha), con algunas tomas incluso en Estados Unidos. “No ha sido un rodaje continuo, sino escalonado por las circunstancias. El COVID ha hecho mella en la planificación y nos hemos tenido que adaptar a las exigencias de cada momento”, comenta el realizador.
Héctor Martínez, auxiliar de cámara; Victor Hugo martín, director de Fotografía; el cineasta Pablo García Sanz y Laura García, ayudante de cámara durante el rodaje del documental ‘Comuneros’ en el castillo de la Mota de Medina del Campo. |
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En un montaje dinámico, junto a los testimonios de los expertos la película mostrará a través de las ilustraciones de la burgalesa Sandra Rilova (animadas por Elora Post House, que también se ocupa del etalonaje) diversos momentos clave del movimiento comunero, desde la proclamación de Carlos I en Valladolid hasta la ejecución de los cabecillas, pasando por la quema de Medina del Campo, la toma de Torrelobatón o la batalla de Villalar.
Todo ello acompañado por la música creada para la ocasión por el grupo palentino de música de raíz El Naán, integrado por Carlos Herrero y Héctor Castrillejo, quien también aportará su voz recitando versos propios elaborados para el documental además del poema ‘Los comuneros’, del berciano Luis López Álvarez. “Héctor y Carlos están haciendo un trabajo excepcional, trabajando con ritmos morunos y castellanos que nos retrotraen un poco al siglo XVI, para crear unas melodías muy sugerentes, jugando un poco con la tradición y dando forma a ritmos que evocan un tiempo pasado. Sus sonidos dotan si cabe de más fuerza las imágenes que está grabando Víctor Hugo Martín Caballero, nuestro director de fotografía, que está haciendo un trabajo como siempre impecable”, señala el director.
Una de las partes más complejas y delicadas del proceso será inevitablemente el montaje, ya que en el rodaje han llegado a reunir más de 17 horas solo con las entrevistas y otras tantas horas de recursos. La responsable de aglutinar todo ello en un largometraje que ronde los 90 minutos en su versión final es la arandina afincada en Madrid Nerea Mugüerza, una persona que García Sanz califica como “clave”. “Hace un trabajo decisivo, la necesito porque ella tiene menos piedad que yo, que metería todo y haría una película de 17 horas”, sonríe.
Un momento del rodaje. |
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Sin embargo, quienes quieran profundizar en la película y descubrir todo lo que se ha quedado fuera del montaje final, tendrán la oportunidad de acceder a las 17 entrevistas en bruto realizadas a los expertos a través de la Filmoteca Regional de Castilla y León, con sede en Salamanca, donde depositarán el metraje íntegro “para todo el mundo que quiera verlo”.
Un equipo de la tierra
La mayor parte del equipo que se ha ocupado del rodaje es castellano y leonés, una apuesta que García Sanz ha tenido clara desde el mismo momento en que creó, hace ya once años, Visual Creative. “El objetivo de nuestra productora es intentar generar proyectos audiovisuales e industria audiovisual en nuestra tierra. En Castilla y León hay talento suficiente para hacer proyectos de este tipo, y para nosotros es clave contar con estos profesionales, que son muy muy buenos aunque a veces les falten oportunidades para poder desarrollar su trabajo aquí”, lamenta.
Sobre el futuro estreno del film, el director detalla que la idea es mostrar la película en el circuito de festivales, antes de conseguir exhibición comercial en las salas o a través de las plataformas y la televisión. Además, tienen en mente que el documental se pueda mostrar en las aulas de la Comunidad, “para que estudiantes de Castilla y León lo puedan ver, comprender y conocer”. “Me sorprende mucho que realmente no se conoce lo que fue la guerra de las comunidades. Esto me entristece un poco, porque estamos hablando de algo muy importante, de una trascendencia capital. Basta con recordar que en el Congreso de los Diputados, en Madrid, los diputados que acceden al hemiciclo pasan por debajo de los nombres de los líderes comuneros: Juan de Padilla, Juan Bravo, Francisco Maldonado”, subraya.
26-09-2021 - Guadalajara en la Guerra de las Comunidades de Castilla (1520-1522)
JUAN PABLO MAÑUECO
Género: Reportaje periodístico.
Medio: Periodista Digital.
Fecha: 26 de septiembre de 2021
EPÍGRAFES DEL REPORTAJE PERIODÍSTICO
1-CONTEXTO HISTÓRICO Y GEOGRÁFICO
Las Comunidades de Castilla, una primera revolución moderna con aspectos de contemporánea
Guadalajara, ciudad comunera. Juan Bravo y María Pacheco, además, oriundos de Guadalajara.
1.516. Una camarilla flamenca, borgoñona y alemana al acecho de los cargos y rentas de Castilla
Flandes, origen y propiedad de los Habsburgo antes, durante y después de su reinado sobre la Corona de Castilla y sobre España.
Ascenso de los comuneros a la mitología de Castilla, fases en la valoración de las Comunidades de Castilla
La Guerra de las Comunidades, la Ilíada de Castilla en el Arte y la Literatura.
Asunto tanto o más de las tierras castellanas al sur del Sistema Central que de las situadas al norte.
2-PROLEGÓMENOS Y CRONOLOGÍA DE LA GUERRA DE LAS COMUNIDADES DESDE LA MUERTE DE FERNANDO EL CATÓLICO (1516)
1516-1517. Segunda Regencia de Castilla por parte del Cardenal Cisneros
1.517. 19 de septiembre, llegada a España de Carlos de Gante.
1.518. Las Cortes de Valladolid juran rey a Carlos I, conjuntamente con su madre Juana I.
12 de enero de 1520. Muerte del emperador del Sacro Imperio Romano Germánico Maximiliano I de Habsburgo.
Febrero de 1520. Carlos decide trasladarse a Alemania, incumpliendo una de sus promesas ante las Cortes de Valladolid de 1518.
Marzo de 1520. El rey convoca a las Cortes de Castilla en Santiago de Compostela y posteriormente en La Coruña, donde continúan los preparativos para su salida por mar. El objetivo de las Cortes es conseguir nuevos subsidios con que pagar las cantidades adelantadas por banqueros alemanes y flamencos para la compra del título de Emperador.
1-15 de abril. La ciudad de Toledo se encuentra en abierta rebeldía frente a las autoridades reales desde principios de mes.
16 de abril. Toledo impide la salida de sus procuradores para las Cortes de La Coruña y “se alza en Comunidad”, la cual toma el poder de la ciudad y depone a las autoridades regias.
20 de mayo de 1520. Partida por mar desde La Coruña del rey Carlos, tras conseguir un nuevo apoyo económico de los procuradores. Deja efectivamente como regente al cardenal extranjero Adriano de Utrecht, incumpliendo uno más de sus juramentos ante las Cortes de Valladolid de 1518.
3-LA GUERRA DE LAS COMUNIDADES (1520-1522). PRINCIPALES ACONTECIMIENTOS
10 de junio y meses de junio, julio y agosto de 1520. Batalla y sitio de Segovia por las tropas realistas y organización de la Comunidad de Segovia.
21 de agosto. En el contexto del asedio de Segovia, las tropas reales incendian Medina del Campo, al pretender recabar la artillería que en Medina se almacenaba.
1 de agosto y resto del este mes de 1520. Creación revolucionaria, sin convocatoria regia, de las Cortes y Junta General del Reino, en la ciudad de Ávila.
29 de agosto. Entrada de los comuneros en Tordesillas y traslado de las Cortes y Junta General del Reino a Tordesillas, bajo el amparo de la reina Juana I.
Septiembre de 1520. Incorporación de los procuradores de Guadalajara a las Cortes y Junta General del Reino, en Tordesillas.
5 de diciembre. El ejército real recupera la villa de Tordesillas, tras la traición del jefe de las tropas comuneras, Pedro Girón de Velasco, III conde de Urueña y Grande de España, por lo que la Junta Comunera debe trasladarse a la ciudad de Valladolid, nuevo centro de la revolución.
25 de febrero de 1521. Las tropas comuneras, dirigidas de nuevo por Juan de Padilla, conquistan la villa murada y el castillo de Torrelobatón, muy próxima a Tordesillas, acercándose nuevamente a la localidad donde se encuentra la reina Juana I.
12 de abril de 1521, quema o incendio de Mora, en Toledo, por parte de las tropas realistas.
23 de abril de 1521. Batalla de Villalar, cerca de Tordesillas, saldada con un triunfo total del ejército realista.
24 de abril de 1521. Decapitación de los capitanes comuneros Juan Bravo, Juan de Padilla y Francisco Maldonado.
25 de abril de 1521. María Pacheco se apresta a resistir en la ciudad de Toledo.
3 de febrero de 1522. María de Pacheco abandona la resistencia de Toledo y parte para el exilio en Portugal.
María Pacheco y Diego Hurtado de Mendoza, probable autor del Lazarillo, dos oriundos de Guadalajara, sobre los que la ciudad debería reflexionar.
Epitafio de Diego Hurtado para María Pacheco
1-CONTEXTO HISTÓRICO Y GEOGRÁFICO
Las Comunidades de Castilla, una primera revolución moderna con aspectos de contemporánea
LA GUERRA DE LAS COMUNIDADES de Castilla (1520-1522) y en general toda la agitación institucional, política, y social que se desencadenó en Castilla a la muerte de Fernando el Católico (23 de enero de 1516), debe analizarse en el contexto de la instauración de una dinastía extranjera en la Corona de Castilla, con predominantes intereses en los territorios germánicos centroeuropeos de los Habsburgo.
Tales intereses centroeuropeos, entre otros obstáculos, se oponían a los propios intereses castellanos. La Corona de Castilla, desde 1492, se había extendido a todo el orbe conocido, y según opinión generalizada en Castilla, debían ser regidos de manera independiente a los de los territorios originarios de los Habsburgo.
Fernando el Católico era rey de Aragón, pero en Castilla, después de enviudar de su primera esposa, Isabel I, actuaba como Regente y Gobernador del Reino de Castilla, en nombre de la reina Juana I (titular desde 1504, pero ya reina nominal desde 1506, por hallarse recluida en Tordesillas).
De hecho, se planteaba una cuestión dinástica previa. ¿Quién debía ser declarado Regente y Gobernador de Castilla tras la muerte de Fernando el Católico?
¿El hijo mayor de Juana I, Karl, Charles o Carlos de Gante, que había sido educado por los Habsburgo y desconocía incluso la lengua castellana o bien el infante Fernando de Alcalá, segundo hijo varón de Juana I, natural de Alcalá de Henares, que había permanecido durante toda su vida en Castilla y había recorrido el reino repetidas veces acompañando a su abuelo?
Fernando el Católico dudó hasta el último momento entre Carlos y Fernando, pero finalmente las presiones de la camarilla flamenca que ya actuaba en España maniobraron convenientemente para que el Regente designado en el testamento de Fernando fuese Carlos de Gante.
Fernando de Alcalá niño |
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Fernando de Alcalá. 1503-1564. Segundo hijo varón de Juana I y Felipe el Hermoso, criado enteramente en Castilla por su abuelo Fernando el Católico, el cual dudó hasta el final de su vida entre dejar como heredero de Castilla y Aragón al español y Trastámara Fernando o bien testar a favor de Carlos de Gante, educado en los intereses flamencos de los Hasburgo. En el último momento se decantó por Carlos.
La corte de Bruselas fue más allá de lo testamentado por Fernando el Católico, ya que el príncipe Carlos no se conformó con el título de Regente sino que se autoproclamó rey de Castilla y de Aragón, en vida de su madre, que era la verdadera y legítima reina de Castilla desde 1504 y la heredera de Aragón a la muerte de Fernando el Católico.
Ello constituyó un verdadero golpe de Estado perpetrado por la corte flamenca ya en 1516, y un desprecio a la persona y a los derechos de la reina Juana I, lo que no auguraba nada bueno para los futuros acontecimientos entre el nuevo rey adolescente y el reino más importante que constituía su cuantiosa herencia, la Corona de Castilla.
La crisis del sexenio 1516-1522 fue también una colisión entre las competencias de las Cortes de Castilla y el titular de la Corona, donde las ciudades castellanas plantearon por primera vez en la Historia situarse a un mismo plano e incluso por encima del rey, con la posibilidad de convocarse por sí mismas y de plantear leyes que obligaran también a la figura del monarca.
Ello convierte a la Revolución de las Comunidades en la primera revolución de los tiempos modernos que, además, apunta claramente a la época contemporánea puesto que puso sobre el espacio de discusión política temas que sólo triunfarían a finales del siglo XVIII (con las revoluciones americana y francesa) y sobre todo durante el siglo XIX con el éxito de las revoluciones liberales en el hemisferio occidental.
Guadalajara, ciudad comunera. Juan Bravo y María Pacheco, además, oriundos de Guadalajara.
EL PAPEL DE LA CIUDAD DE GUADALAJARA, como una de las dieciocho ciudades y subdivisiones de la Corona de Castilla con representación en Cortes, es fundamentad, dada la importancia de las Cortes de Castilla en el desarrollo y desenlace final de Guerra de las Comunidades.
Pero además es necesario subrayar el vínculo con las tierras de la Guadalajara actual de dos de las figuras máximas y más representativas de aquellas jornadas, como son el segoviano Juan Bravo de Mendoza, capitán de las tropas comuneras segovianas, pero nacido en Atienza (provincia de Guadalajara) y emparentado con otros Mendozas alcarreños, y también hay que citar como oriunda de Guadalajara a María López de Mendoza y Pacheco, esposa del capitán general comunero Juan de Padilla.
Juan Bravo de Mendoza y María de Mendoza y Pacheco era primos entre sí, lo cual refuerza su vinculación con Guadalajara.
Por otra parte, damos a María Pacheco el tratamiento de oriunda de Guadalajara, por ser hija de Íñigo López de Mendoza (Guadalajara, 1440-Alhambra de Granada, 1515), I marqués de Mondéjar y II conde de Tendilla, conocido como el Gran Tendilla, primer capitán general del reconquistado Reino de Granada, y alcaide perpetuo de La Alhambra.
María Pacheco (La Alhambra, 1496-Oporto, 1531) se contabiliza como granadina, lo que la reduciría a ser oriunda de la Alcarria, pero en realidad fue una alhambreña, que creció rodeada y protegida en todo momento por las tropas castellanas regidas por su padre, en el complejo residencial de la ciudad palatina reconquistada.
Entre sus palacios, jardines y la fortaleza de la Alhambra creció, sin apenas cruzarse con la población autóctona de un reino que, a finales del siglo XV y principios del XVI, era casi en tu totalidad morisca, por lo que los enfrentamientos y disputas entre ambas comunidades eran frecuentes y no siempre pacíficos.
Por las calles de la ciudad o por los campos del reino sólo circuló la pequeña María Pacheco fuertemente custodiada por tropas castellanas que debían velar por su seguridad.
Se sentía familiarmente bastante más de Guadalajara, cuyas tierras –las de su padre- visitaría en su infancia, o de Toledo –en donde la vemos ya casada con Juan de Padilla a los quince años- que no de la ciudad o reino de Granada.
Por ello, por la participación propia de la ciudad y alfoz de Guadalajara en las Cortes de Valladolid (1518), en las de La Coruña-Santiago (1520), y en los sucesos políticos y bélicos de 1520-1522, el papel de Guadalajara en la Guerra de las Comunidades de Castilla es importante, pero se convierte en uno de los más esenciales si a ello le añadimos las figuras de Juan Bravo y de María Pacheco.
Juan Bravo, el primero de los tres decapitados de la jornada del 24 de abril de 1521, en Villalar. María Pacheco quien enarboló la bandera de la rebelión castellana ante Carlos de Gante durante nueve meses más, hasta febrero de 1522, y, en el fondo, hasta su muerte en el exilio portugués, en 1531.
Atenderemos a estos tres conceptos, la participación de Guadalajara en la Guerra de las Comunidades y también, adicionalmente, al papel jugado en ella por estos dos oriundos de la Alcarria, en las líneas siguientes.
1.516 Una camarilla flamenca, borgoñona y germana cae sobre los cargos y rentas de Castilla
En 1516, con la muerte de Fernando el Católico, una camarilla de codiciosos consejeros del joven de 16 años Carlos de Gante, pusieron bajo su objetivo las riquezas y las rentas de la Corona de Castilla.
Una pujante y expansiva Castilla, con intereses ya en tres continentes, que debía quedar supeditada, según los nuevos aires políticos llegados desde Centroeuropa, a la sujeción general de los intereses y provechos de Flandes, “nuestra patria” como recordó literalmente Carlos I en su testamento a Felipe II.
Ese fue el consejo de Carlos I a Felipe II, que además fue seguido al pie de la letra por los restantes reyes de la Casa de Austria, si los intereses de una parte de sus reinos entraban en colisión con los beneficios flamencos: primero debían primar los de Flandes, “nuestra patria familiar”.
Castilla y los castellanos, en frase desafortunada pero exacta de la camarilla flamenca de la época, eran “los indios de los flamencos” (luego de los Habsburgo) que debían prestarles a los borgoñones y germanos los mismos servicios y beneficios que los indígenas americanos, a mayor gloria de la Casa de Austria.
Flandes, origen y propiedad de los Habsburgo antes, durante y después de su reinado sobre la Corona de Castilla y sobre España.
La consideración de los sucesos de 1520-1522 como Guerra de la Dependencia de Castilla ante la Casa de Austria se prueba porque, después de dos siglos de esfuerzos económicos, militares y sobrehumanos para mantener para los Austrias españoles sus posesiones flamencas, el Tratado de Utrecht de 1713, resulta revelador en este sentido.
El Tratado de Utrecht, que sancionó al final de la Guerra de Sucesión provocada por el Austria de turno -el pretendiente derrotado Carlos III de Habsburgo-, puso fin a dos décadas de guerra en su “amada” –más bien “codiciada”- España.
Para aceptar la paz, el aspirante derrotado Carlos III de Habsburgo exigió grandes pérdidas territoriales para España, entre ellas que las provincias de Flandes pasaran desde España… al poder de quien siempre habían pertenecido, esto es, al Archiducado de Austria, o sea, a él mismo…
¡Flandes siempre había sido acervo, posesión y tenencia de la Casa de Austria reinante sobre España, la Corona de Castilla sólo había puesto durante dos siglos el oro, los metales preciosos, los esfuerzos y la sangre de sus soldados para defenderles a los Austrias sus dominios!
Muy poco libre y autóctono –más bien esclavo- el papel de los Tercios de Flandes que tanto nos desangraron y agotaron a los castellanos en una tierra y en unas guerras europeas donde no había nada que ganar y sí todo –como se demostró al final- que perder.
Ascenso de los comuneros a la mitología de Castilla, fases en la valoración de las Comunidades de Castilla
LA VISIÓN DE LOS COMUNEROS como lo que fueron, unos patriotas castellanos y por extensión españoles, deseosos de salvaguardar los intereses de Castilla y España frente a las conveniencias dinásticas extranjeras de una estirpe familiar más preocupada de sí misma que del bien común de sus reinos y súbditos, estuvo soterrada y escondida en tiempos de la máxima presión propagandística y represión política de la Casa de Austria.
Carlos I de España ordenó, por ejemplo, colocar las armas de su escudo a la entrada de todas las ciudades comuneras de Castilla, en lo más visible de la puerta de entrada de las murallas, para que nadie tuviera ninguna duda acerca de quién era su amo, por la fuerza de las armas y por el derecho sagrado de conquista, según expresión de la época.
Pero ya a finales del propio siglo XVI los historiadores oficiales de la España de los Austrias empezaron a señalar ideales defendibles y propósito sanos entre los comuneros, a la vez que reprobaban “los excesos que en esta como en cualquier otra revuelta se produjeron”.
Desde entonces, la historiografía y la literatura se ha ocupado con frecuencia del fenómeno comunero, extrañándose unos de que los castellanos mostraran tan alto grado de rechazo de la política imperial austriaca, y admirándose otros de que plantearan soluciones tan contemporáneas como las que propusieron para resolver la crisis originada por el Habsburgo advenedizo y rapaz.
El siglo XIX volvió los ojos sobre ellos saludándoles como liberales y contemporáneos, mientras que las épocas de dictadura de los siglo XIX y XX tornaron a verse más reflejadas en el imperio de Karl de Gantes que en unos castellanos que luchaban por Castilla, con bastante nutrido argumentario y con un bien pertrechado equipo de ideas, razonamientos y reflexiones…
Desde los años 70 del siglo XX, la consideración de la Revolución de las Comunidades de Castilla como una primera revolución moderna o incluso contemporánea, ya que planteó cuestiones como la soberanía popular y la supeditación de la Corona a las Cortes nacionales, ha ido creciendo hasta constituir la visión que hoy suele concedérsele en todos los foros y ámbitos.
La Guerra de las Comunidades, La Ilíada de Castilla en el Arte y la Literatura
DE ESTA FORMA, LA Guerra de las Comunidades de Castilla, desde el siglo XIX, XX y XXI, ha generado ya tanta literatura y tanta expresión artística en varios campos de las Bellas Artes que bien podíamos ir considerándola “La Iliada” venerable de los helenos, trasladada su épica a las tierras, valles y montañas de Castilla de nuestra época.
Acontecimientos épicos con final trágico, amores imposibles de mantener que perduran más allá de la muerte y de los siglos, reinas locas o enloquecidas que se mantienen ocultas, encerradas para que no digan la verdad…
Bravas mujeres que toman el lugar de sus maridos cuando estos caen en el fragor de las batallas.
Jóvenes capitanes valerosos que salen en defensa de los ideales de la libertad y de la justicia para enfrentarse a ejércitos más poderosos y mejor armados y financiados
Traidores contumaces que ascienden hasta la cúpula de los ejércitos rebeldes para entregárselos desarmados y derrotados a los ejércitos contrarios, salvando el alevoso traidor su pellejo y su vida, en tanto se desentiende del futuro de los traicionados…
Sí, hay elementos épicos en la Guerra de las Comunidades de Castilla. Pero aún señalaremos más…
Obispos guerreros entrando en batalla al frente de violentos ejércitos de sacerdotes que cabalgan para causar cuantos bajas puedan al enemigo realista y cuantos estragos les sea dado causar a los campos y posesiones de los altos señores que oprimen al pueblo.
Grandes señores de la guerra que en principio ven con buenos ojos las reivindicaciones comuneras, pero que, ante la violencia gratuita desatada por las masas y ante los desmanes generalizados de las tumultuosas hordas incontrolables, deciden volver al bando del orden para escapar del caos anárquico de las revueltas antiseñoriales…
Definitivamente, se podría señalar quién es Aquiles en esta epopeya, quién es Áyax, quién es Héctor, quién Andrómaca (la que lucha contra los hombres, etimológicamente), y quién Helena, y quien Patroclo, Agamenón y Menelao…
Hay batallas junto a las murallas y hasta hay caballos de Troya, sólo que esta vez no se dejan como regalo de traición, sino que se mueven en la dirección equivocada para que la felona alevosía exprese la perfidia y la vileza de su autor de un modo más claro, y sin astucia, sólo con infamia.
Asunto tanto o más de las tierras castellanas al sur del Sistema Central que de las situadas al norte
VILLALAR, HOY CONOCIDO COMO Villalar de los Comuneros, no fue el final de la Guerra de las Comunidades en abril de 1521. Toledo, que la había iniciado, resistió y prolongó el espíritu de la Comunidad hasta 1522.
Reducirlo todo a Villalar, como a veces se hace indebidamente, es desconocer los variados escenarios políticos y militares en que tuvieron lugar los acontecimientos –con sus vicisitudes y victorias parciales de uno y otro bando- y procurar eludir el papel esencial de la Castilla Nueva en la Guerra de las Comunidades de Castilla.
Juan de Padilla, es natural de Castilla la Nueva. El segoviano Juan Bravo es natural de Castilla la Nueva. Juan de Zapata es natural de Castilla la Nueva. María Pacheco es oriunda de Castilla la Nueva… Sin Castilla la Nueva no puede entenderse la Guerra de las Comunidades, y por las figuras de Bravo y Pacheco, tampoco puede entenderse sin Guadalajara.
2-PROLEGÓMENOS Y CRONOLOGÍA DE LA GUERRA DE LAS COMUNIDADES DESDE LA MUERTE DE FERNANDO EL CATÓLICO (1516)
- 23 de enero de 1516. Muerte de Fernando el Católico, regente de Castilla y rey de Aragón.
- 1516-1517. Segunda Regencia de Castilla por parte del Cardenal Cisneros
- La Corona de Aragón pasa a la Regencia de Alonso de Aragón, hijo natural de Fernando el Católico, arzobispo de Zaragoza y de Valencia.
Juan Diez de Solis en el mar del Plata |
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Exploración del Mar del Plata, por Juan Díaz de Solís
1.516. Enero Descubrimiento y exploración de la costas de Sudamérica hasta el Mar del Plata, por la expedición de Juan Díaz de Solís, nacido en Lebrija (Sevilla) o según otros en San Pedro de Solís (Portugal). Pero en este último caso se habría naturalizado castellano, condición inexcusable para recibir el mando de una flota castellana, mediante la jura de lealtad al pendón cuartelado de Castilla y a la Corona de Castilla.
En el extremo noroeste del Mar de del Plata, bautizado por Solís como “Mar Dulce” al desembarcar en el continente Solís y su grupo de exploración fue atacado por indígenas, cosido a flechazos, asado y comido por los nativos, lo que provocó la partida de los barcos expedicionarios a puertos castellanos para informar de lo sucedido.
Muerte de Juan Díaz de Solís con sus naos al fondo |
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Muerte de Juan Díaz de Solís
1514-1517. Impresión de la Biblia Políglota Complutense.
1.517. 19 de septiembre, llegada a España de Carlos de Gante, autoproclamado rey en Bruselas en contra del testamento de su abuelo, Fernando el Católico, que sólo le había designado gobernador y regente en nombre de su madre Juana I.
Los pensamientos del joven rey, sin embargo, siguen estando en los intereses en los que fue educado: los flamencos-borgoñones y, en general, los alemanes de la Casa de Austria.
Cardenal Cisneros tres imagenes (1) |
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Cardenal Cisneros
8 de noviembre, muerte del cardenal Cisneros, en Roa (Burgos), mientras marchaba a recibir al príncipe Carlos de Gante. Cisneros fue, probablemente, el último castellano de toda la Historia hasta nuestros días que gobernó la Corona de Castilla priorizando los intereses castellanos sobre cualquier otra consideración.
1.518. Las Cortes de Castilla, reunidas en Valladolid, juran rey a Carlos I junto con su madre Juana I, y le conceden un servicio de 600.000 ducados.
Carlos I poco antes de llegar a Espana |
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Karl, Charles o Carlos de Habsburgo a su llegada a España, con 16 años
Además le solicitan que permanezca en Castilla, que aprenda a hablar castellano, que cese la concesión de cargos a extranjeros en Castilla, que se prohíba la salida de metales preciosos de Castilla y que el infante Fernando permanezca en Castilla, como posible príncipe heredero, en tanto no esté garantizada la propia descendencia de Carlos.
Ninguna de las peticiones de las Cortes sería atendida por el muchacho flamenco.
Valladolid San Pablo |
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Iglesia de San Pablo (Valladolid), sede de las Cortes de Castilla de 1518, junto con el Colegio de San Gregorio, adosado a la iglesia, y al Palacio Pimentel (también en la imagen).
En estas Cortes y lugar fue jurado rey de Castilla Carlos I –conjuntamente con su madre Juana I- tras hacerle prometer que aceptaría una serie de peticiones favorables a Castilla, ninguna de las cuales fue cumplida por el nuevo monarca.
Mapa de las ciudades representadas en Cortes de Castilla a principios del siglo XVI y de los territorios por los que parlamentaban, en su color.
10 de agosto de 1519. Partida desde Sevilla de la Expedición a las Islas de la Especiería, comandada por el almirante Fernando de Magallanes, nacionalizado castellano, hasta el extremo de haber castellanizado oficialmente su nombre y apellido, aunque portugués de origen, que acabaría descubriendo el Estrecho de Magallanes, el Océano Pacífico, las islas de Oceanía y completando la primera Vuelta al Mundo, en 1522.
Fernando de Magallanes |
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Fernando de Magallanes, cuya Expedición partió de Sevilla el 10 de agosto de 1519
8 de noviembre de 1519. Inicio de la conquista del imperio mejicano por Hernán Cortés, que concluiría en 1521.
Hernán Cortés ante la capital del Imperio Mexica |
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Primer avistamiento de México-Tenochtitlan por las tropas castellanas y los pueblos indígenas auxiliares, en 1519
Hernán Cortés ante la capital del Imperio Mexica II |
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Batalla final por México-Tecnochtitlan, en 1521
12 de enero de 1520. Muerte del emperador del Sacro Imperio Romano Germánico Maximiliano I de Habsburgo.
Febrero de 1520. Carlos decide trasladarse a Alemania, convocando previamente a las Cortes de Castilla en Santiago de Compostela para el 20 de marzo de 1520, con el fin de conseguir nuevos subsidios con que sufragar sus viajes al extranjero.
Se extiende la noticia de que piensa dejar como Regente de Castilla a uno de los miembros de su camarilla flamenca, Adriano de Utrecht.
Hadrian VI Adriano de Utrecht |
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Adriaan Floriszoon Boeyens, el cardenal Adriaan o Adriano de Utrecht regente de Castilla y de Aragón, a la partida de Carlos de Gante para ir a hacerse cargo del Sacro Imperio Romano Germánico
Las ciudades castellanas muestran su reticencia al nuevo servicio, al nombramiento de un flamenco como arzobispo de Toledo y a la salida del rey de suelo castellano, quedando Castilla sin gobernante autóctono y en la órbita periférica del Imperio alemán, siendo por sí misma un reino más potente que dicho Imperio.
Carlos traslada la convocatoria de Cortes hasta la ciudad de La Coruña, mientras continúan los preparativos para su salida por mar.
15 de abril. La ciudad de Toledo se encuentra en abierta rebeldía frente a las autoridades reales desde comienzos de abril, pero los acontecimientos se precipitan cuando el 15 de abril llega la orden del rey para que los representantes de Toledo acudan a las Cortes de Santiago de Compostela-La Coruña.
16 de abril. La ciudad de Toledo impide la salida de sus representantes para las Cortes de Santiago-La Coruña y lo que comienza a llamarse «la Comunidad» se apodera del gobierno local, destituye a las autoridades reales, y empuña las armas al grito de “Viva la Comunidad”.
En los días siguientes Toledo envía cartas y mensajeros a las otras diecisiete ciudades y sus respectivos territorios o provincias con voto en las Cortes de Castilla llamándolas a la insurrección y a juntarse en Cortes, sin convocatoria real (lo que era un hecho totalmente revolucionario, pues ello siempre había sido una prerrogativa regia), para adoptar las medidas que considerasen oportunas para la defensa de los intereses de Castilla.
La respuesta a estas cartas de Toledo fue dispar, pero ya fueron sumándose a su llamamiento las que serían las principales ciudades y villas comuneras.
20 de mayo de 1520. Partida por mar desde La Coruña del rey Carlos, tras conseguir un nuevo apoyo económico de los procuradores. Deja efectivamente como regente al extranjero Adriano de Utrecht.
Unas semanas después el malestar, generalizado en toda Castilla, se habría transformado en algunas zonas en revolución política y en levantamiento armado.
3-LA GUERRA DE LAS COMUNIDADES (1520-1522). PRINCIPALES ACONTECIMIENTOS
29 y 30 de mayo de 1520. Los disturbios se multiplicaron por las ciudades de la Meseta, especialmente tras la llegada de los procuradores que votaron afirmativamente al servicio que reclamaba el rey, siendo Segovia el lugar donde se produjeron los primeros incidentes y los más violentos, donde el 29 y el 30 de mayo los segovianos ajusticiaron a dos funcionarios y al procurador Rodrigo de Tordesillas que concedió el servicio extraordinario en nombre de la ciudad.
En la ciudad de Guadalajara se busca a los procuradores desleales en las Cortes de Santiago-La Coruña, y al no encontrarles la multitud incendia sus casas, considerando que han variado su voto en Cortes producto de soborno real.
Mayo de 1520. Durante todo el mes, en respuesta a las cartas de Toledo la ciudad de Guadalajara comienza a agitarse y a manifestarse en contra de lo acordado en la Cortes de Santiago-La Coruña, pidiendo que se revoquen los acuerdos tomados de forma irregular.
31 de mayo. Los toledanos, que habían comenzado a ocupar todos los poderes locales sustituyendo a las autoridades regias desde las fechas previas, expulsan en esta fecha al corregidor del Alcázar.
Finales de mayo y comienzos de junio. Incidentes de similar magnitud sucedieron en ciudades como Burgos y Guadalajara, mientras que otras como León, Zamora y Ávila sufrieron altercados menores. Por el contrario, no se registraron incidentes, momentáneamente, en Valladolid, por la presencia en la ciudad del cardenal Adriano y del Consejo Real.
8 de junio. Toledo propone por carta a las ciudades con voz y voto en Cortes la celebración sin convocatoria del rey –lo que ya era un acto decididamente revolucionario- de una reunión urgente con cinco puntos principales,
- Anular el servicio votado en La Coruña.
- Volver al sistema de los encabezamientos para cobrar los impuestos.
- Reservar los cargos públicos y los beneficios eclesiásticos a los castellanos.
- Prohibir la salida de dinero del reino.
- Designar a un castellano para dirigir el reino en ausencia del rey.
Pero además ante la evidencia de que Carlos prefería los asuntos alemanes que no permanecer y regir Castilla, Toledo comenzó a apuntar la idea de sustituir la figura del rey, o bien para convertir a las ciudades castellanas en ciudades libres, similar a lo que ya ocurría con Génova y otros territorios italianos, o bien destronar a Carlos I y devolver a la reina Juana todos sus privilegios e importancia.
Los comuneros se hicieron fuertes las Cuencas del Duero y del Tajo, y en otros núcleos, como Murcia. Sin embargo, aunque hubo intentos de rebelión en otros lugares, como Andalucía, Galicia o el País Vasco, estos conatos comuneros no fructificaron.
Mapa de las Comunidades de Castilla |
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Geografía del levantamiento comunero
Los máximos logros conseguidos por los rebeldes fueron la instauración de una Comunidad en Plasencia, pero esta se veía mermada por la cercanía de núcleos realistas cercanos, como Ciudad Rodrigo o Cáceres.
Jaén, Úbeda y Baeza, simpatizantes con la causa comunera en un primer momento se pasaron con el tiempo al bando realista
10 de junio y meses de junio, julio y agosto. Sitio de Segovia por las tropas realistas y organización de la Comunidad de Segovia.
10 de junio. El alcalde Rodrigo Ronquillo recibió la orden del Consejo Real a las órdenes de Adriano de Utrecht de investigar el reciente asesinato del procurador segoviano.
La ciudad de Segovia se resistió a acatar las órdenes emanadas del Consejo Real, por lo que el alcalde Ronquillo amenazó con grandes castigos a los segovianos y a trató de aislar a la ciudad impidiendo su aprovisionamiento.
Segovia cerró filas en torno a la Comunidad y puso a su cabeza, a Juan Bravo, nacido en Atienza (provincia actual de Guadalajara, aunque avecindado desde niño en Segovia).
La resistencia segoviana provocó que Ronquillo decidiera enviar al mayor número posible de soldados a pie y a caballo. Segovia entonces solicitó la ayuda de las ciudades castellanas, reclamando que acudieran en su auxilio.
Atendieron de inmediato su petición las ciudades de Toledo y Madrid, con el envío de milicias capitaneadas por Juan de Padilla y Juan de Zapata, produciéndose en la batalla de Segovia la primera gran confrontación entre las fuerzas partidarias del rey y las rebeldes, con resultado favorable a estas.
Junio de 1520. Reuniones asamblearias en el atrio de la iglesia de San Gil de Guadalajara y consolidación del poder del duque del Infantado. A principios del mes de junio de 1520 la asamblea vecinal de Guadalajara, que se venía reuniendo desde el mes anterior a las puertas de la iglesia de San Gil, decide declarar “la Comunidad”, esto es, un órgano de poder propio, constituido sin sujeción al regente Adriano de Utrecht.
Francisco de Medina e Íñigo López de Mendoza, conde de Saldaña, hijo a su vez del duque del Infantado, Diego de Mendoza, son declarados jefes de la Comunidad en Guadalajara.
No obstante, el duque del Infantado ordena al conde de Saldaña, su hijo, que salga de la ciudad y se abstenga de intervenir directamente en los acontecimientos y a Francisco de Medina, estrecho colaborador suyo, que no encabece una rebelión clara contra el rey, sino que se mantenga a la expectativa.
En una siguiente reunión de los comuneros de Guadalajara en el atrio de San Gil, en ese mismo mes de junio, deciden insubordinarse decididamente contra el cardenal Adriano y se dirigen al palacio del Infantado, irrumpiendo en sus estancias y exigiendo hablar con el duque.
Los líderes del tumulto son el carpintero Pedro de Coca y el albañil Diego de Medina. El duque trató de convencer a los rebeldes de la conveniencia de estar junto al rey, pero sus intentos fueron en vano, y acabó expulsándoles de su palacio.
Los ánimos de la muchedumbre se exaltaron con ello y se produjeron en la ciudad actos de pillaje y de violencia, por lo que el carpintero Pedro de Coca acabó siendo detenido por las tropas del duque del Infantado, que ordenó su ejecución pública por ahorcamiento.
El duque del Infantado se consolidó con ello como árbitro de la situación en Guadalajara y la ciudad optó por un apoyo moderado a las Comunidades de Castilla, sin romper por ello abiertamente con la Corona.
21 de agosto. En el contexto del asedio de Segovia, las tropas reales incendian Medina del Campo, que se resistía a entregarles la artillería que allí se encontraba, sabiendo que iba a utilizarse contra la cercada en esos momentos ciudad de Segovia.
Ello supuso el desencadenamiento definitivo de la Guerra de las Comunidades por toda la Corona de Castilla, y el paso de las principales ciudades castellanas al bando rebelde encabezado por Toledo.
La rebelión castellana mostraría ese mismo verano de 1520 que era una verdadera revolución política, con el propósito de limitar las atribuciones del rey, dar más potestades a las Cortes de Castilla, entre ellas la de poder convocarse por sí mismas, sin necesidad de llamamiento del rey.
También se creó un órgano revolucionario de Gobierno con el nombre de Cortes y Junta General del Reino, que redactó y promulgó la Ley Perpetua de Ávila de 1520, primer proyecto constitucional del mundo, dos siglos y medio anterior a la revolución americana o francesa.
Mes de agosto de 1520. Creación revolucionaria, sin convocatoria regia, de las Cortes y Junta General del Reino, en la ciudad de Ávila.
LAS “CORTES Y JUNTA GENERAL del Reino”, también conocida como “La Santa Junta” fue el máximo órgano dirigente de la revolución comunera castellana, el cual se constituyó en sesión continuada a modo de Cortes extraordinarias desde el 1 de agosto de 1520 hasta el 22 de abril de 1521, cuando la batalla de Villalar la obligó a disolverse.
La Junta comenzó sus reuniones el 1 de agosto de 1520 en la ciudad de Ávila, con solo con cuatro ciudades representadas: Toledo, Segovia, Salamanca y Toro, y dudas entre la propia ciudad de Ávila que les alojaba, dado el carácter claramente revolucionario de dichas Cortes, convocadas por las propia ciudades, no por el rey.
Las Cortes y Junta General del Reino de Castilla promulgó allí la Ley Perpetua o Constitución de Ávila de 1520, donde situaba a la libre reunión de las ciudades de Castilla sin convocatoria regia como el máximo poder político existente en Castilla. Concepto novedoso en aquel momento para cualquier lugar del mundo.
En el mes de septiembre, siendo favorables a las fuerzas armadas de la Junta los acontecimientos bélicos, decidió trasladarse a la localidad de Tordesillas, residencia de la reina Juana, donde amplió a catorce el número de ciudades que la componían y se consolidó, desconociendo a los virreyes nombrados por el monarca, como única autoridad legal en Castilla.
Expulsada de Tordesillas a comienzos de diciembre, la Junta se debió pasar a Valladolid, su nueva sede.
A partir de entonces, la brecha entre procuradores moderados y radicales creció y debilitó internamente a la asamblea.
La derrota de Villalar, el 23 de abril, terminó con el movimiento comunero al norte de la sierra de Guadarrama y llevó, lógicamente, a la disolución de su máximo órgano de dirección.
Años después, muchos de sus antiguos integrantes serían juzgados por traición y ejecutados.
24 de agosto. El ejército comunero integrado por las milicias de Toledo, Madrid y Segovia, en su ruta hacia Tordesillas, se encontraba en los alrededores de Martín Muñoz de las Posadas el día en que Fonseca incendiaba Medina, llegando el 24 de agosto, para tomar posesión de la artillería que días atrás había sido negada a las tropas de Fonseca.
29 de agosto. Entrada de los comuneros en Tordesillas y traslado de la Junta de Ávila a Tordesillas. El ejército arribó finalmente a Tordesillas, entrevistándose con la reina Juana e informándola de la situación del reino junto a los propósitos de la Junta de Ávila, y declarando la reina que la Junta se situara a su servicio.
Escudo Juana I de Castilla y Felipe I cuartelado.svg |
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Escudo de armas de Juana I de Castilla, que reconoció a la Santa Junta del Reino como representante legítima de Castilla y solicitó que se trasladara de Ávila a Tordesillas, bajo su amparo.
De esta forma, la Junta se trasladó de Ávila a Tordesillas y se invitó a las ciudades que todavía no habían enviado a sus procuradores a hacerlo, estando a finales de septiembre un total de catorce ciudades representadas en la Junta de Tordesillas: Burgos, Soria, Segovia, Ávila, Valladolid, León, Salamanca, Zamora, Toro, Toledo, Cuenca, Guadalajara, Murcia y Madrid.
Solamente no acudieron las cuatro ciudades andaluzas: Sevilla, Granada, Córdoba y Jaén. Se delimitó entonces el área del movimiento comunero, en torno a ambas Castillas, Vieja y Nueva, y León, y ya que la mayor parte del reino estaba representado en Tordesillas, la Junta pasó a denominarse como “Cortes y Junta general del reino”.
Septiembre de 1520. Incorporación de los procuradores de Guadalajara a las Cortes y Junta General del Reino, en Tordesillas.
Guadalajara envíó como procuradores a las Cortes de Castilla a Juan de Urbina, Diego Esquivel, y al doctor Francisco de Medina, precisamente quien había iniciado la revuelta comunera en la ciudad.
Los procuradores arriacenses, en Tordesillas, participaron en las deliberaciones de los rebeldes desde este mes de septiembre de 1520.
26 de septiembre. La Junta de Tordesillas decidió asumir ella misma la tarea de gobierno, desacreditando al Consejo Real y prendiendo, el 30 de septiembre, a sus últimos miembros que quedaban en Valladolid, dirigidos por Pedro Girón. En ese momento culminó el proceso y se instauró el gobierno revolucionario, ya que la Junta tenía vía libre por la inoperancia del Consejo Real.
Finales del verano de 1520. Revueltas antiseñoriales al margen de la confrontación principal. Durante la Guerra de las Comunidades de Castilla tuvieron lugar una serie de movimientos y revueltas antiseñoriales que encontraron su núcleo principal en Castilla la Vieja, aunque también surgieron focos insurreccionales al sur de la sierra del Guadarrama, por ejemplo, en Chinchón, Orgaz, Moya o Cazorla.
No debe confundirse esta ola antiseñorial con el movimiento comunero propiamente dicho. Lo que ocurrió en realidad fue que las comunidades locales de las villas y ciudades sometidas al poder señorial aprovecharon la crisis generada por la guerra civil para revivir sus antiguos reclamos de vuelta al realengo.
Esta ola de movimientos antiseñoriales tuvo dos consecuencias: ante todo, inquietó a la nobleza y la forzó a tomar activamente partido por el poder real; y segundo, obligó a los comuneros a precisar su programa y sus objetivos.
Desde entonces, lo que parecía más un conflicto político entre las ciudades y el poder real, pasó también a ser una lucha social entre las comunidades del reino y la nobleza, a la cual los comuneros acusaron de defender sus intereses particulares y no el bien común.
De hecho podría decirse que la Guerra de las Comunidades no fue una sola Revolución, sino dos Revoluciones solapada la una en la otra:
La Revolución política, que es la disputa por el poder político en la Corona de Castilla entre la camarilla flamenca y los grandes nobles que acabaron reconociendo que en esa camarilla estaban también sus intereses, y la baja nobleza, las amplias clases medias productivas y las clases populares, en busca de alcanzar el poder por sí mismas.
Y por otra parte una revolución o revuelta antiseñorial, capas de población que se revuelven contra los privilegios feudales de la nobleza de cada zona y que luchan por disminuir o eliminar tales privilegios.
La campaña dirigida por el obispo Antonio de Acuña en Tierra de Campos hacia enero de 1521 con carácter antiseñorial, más que dirigidas ya contra la Administración flamenca, las condenas a muerte de numerosos señores considerados «enemigos del bien público», entre otros acontecimientos, dan fe de la radicalización del movimiento comunero.
Octubre de 1520. Primeros reveses para los comuneros, Carlos I, mediante el Cardenal Adriano, decidió emprender nuevas iniciativas políticas, como la de anular el servicio concedido en las Cortes de La Coruña-Santiago y nombrar dos nuevos gobernadores: el Condestable de Castilla, Íñigo de Velasco, y el Almirante de Castilla, Fadrique Enríquez, para ganarse el apoyo de la alta nobleza de Castilla.
Adriano consiguió acercar posturas con los nobles, a fin de convencerlos de que sus intereses y los del rey eran los mismos.
El Consejo Real se estableció en el feudo del Almirante, Medina de Rioseco, lo que permitió al consejo acercarse hacia las ciudades escépticas para tratar de atraerlas al bando realista, además de representar una amenaza hacia las ciudades sublevadas, ya que el ejército del Consejo Real estaba en formación.
De igual manera, las esperanzas que se habían depositado sobre la reina Juana no fructificaron, ya que esta se negaba a sellar algún compromiso o a plasmar su firma a modo de regente.
Solamente se mostraba plenamente conforme en que los cargos políticos y eclesiásticos de Castilla correspondiese ejercitarlos a castellanos de origen, siguiendo el ejemplo que ya había marcado su madre Isabel la Católica, apenas notó las ansias excesivas de los acompañantes flamencos de Felipe de Habsburgo, esposo de ella, la entonces princesa Juana.
1 de noviembre. Burgos se pasa al bando realista. A su vez, comenzaban a oírse voces discordantes dentro del propio bando, especialmente la de Burgos, que insistía en dar marcha atrás.
La postura de esta ciudad pronto llegó a oídos del Condestable de Castilla, que bajo órdenes del rey procedió a entrar en la ciudad el 1 de noviembre, concediendo todo lo que se le reclamaba para desligar a Burgos de la Junta.
Mes de noviembre de 1520. Valladolid se reafirma en el bando comunero. Tras el cambio de bando de Burgos, el Consejo Real esperaba que otras ciudades imitaran a Burgos y abandonaran el bando comunero.
El esperado cambio de bando estuvo a punto de producirse en Valladolid, pero los partidarios del rey fueron finalmente apartados de la vida política de la ciudad.
Durante noviembre de 1520, ambos bandos se dedicaron activamente a recaudar fondos, reclutar soldados y organizar a sus tropas.
El poder real superó la crisis inicial gracias al apoyo de la nobleza, de los grandes comerciantes castellanos, de la ayuda económica del reino de Portugal y de la concesión de créditos por parte de los banqueros, que vieron en la vuelta de Burgos al bando realista un síntoma de que las cosas se decantarían por este lado.
Los comuneros organizaban sus milicias en las principales urbes con el objetivo de asegurar el éxito de la rebelión en la ciudad y sus alrededores, sufragando los gastos con el dinero recaudado en impuestos para ayudar al esfuerzo de guerra.
Excesos, abusos y actos incontrolados contra el enemigo o a causa de viejas rencillas y odios se sucedieron por ambos lados, como suele ocurrir en todas las guerras, que se parecen unas a otras casi como dos gotas de agua, con la única variación de los armamentos y la tecnología militar que va variando de una época a otra.
Otoño de 1520. Toledo fue perdiendo influencia dentro de la Junta, y con la ciudad, también perdía influencia su líder, Juan de Padilla, aunque no así popularidad y prestigio entre los comuneros.
Con la pérdida de influencia de Toledo y de sus líderes, surgieron dos nuevas figuras dentro de la Comunidad, Pedro Girón y Antonio de Acuña, que aspiraban a pasar al primer plano.
El primero era uno de los pocos altos nobles castellanos leales a los comuneros, al parecer porque el rey se negó a entregarle el ducado de Medina Sidonia.
El segundo era obispo de Zamora, jefe de la Comunidad zamorana y cabecilla de una milicia formada enteramente por sacerdotes, que se caracterizó por recorrer Castilla la Vieja y la Nueva, de arriba abajo, empleando una contundencia militar poco habitual en la idea que hoy tenemos de un obispo y de unos sacerdotes.
Mientras tanto, en el bando realista, los señores no sabían qué táctica seguir, si luchar directamente, como defendía el Condestable de Castilla o agotar las vías de negociación, como proponía el Almirante de Castilla.
Todo intento de negociación entre los comuneros y los virreyes fracasó, debido a que ambos bandos contaban ya con un ejército y ansiaban vencer al enemigo.
Así pues, a finales de noviembre de 1520, ambos ejércitos tomaban posiciones entre Medina de Rioseco, la ciudad del Almirante de Castilla y sede del Consejo Real y Tordesillas, la corte de la reina Juana y sede de las Cortes y Junta Comunera de Castilla.
Muy poca distancia entre ambas localidades. Era inevitable el enfrentamiento.
2 de diciembre de 1520. Un extraño movimiento de las tropas de Pedro Girón, que solamente puede calificarse de traición deliberada, supondrá la fácil toma de Tordesillas por los realistas.
Por orden de las Cortes y Junta de Comunidades de Castilla, el ejército comunero a las órdenes de Pedro Girón avanzó sobre Medina de Rioseco con orden de conquistarla.
Su nombre completo era Pedro Girón y Velasco también referido en las crónicas como Pedro Girón de Velasco o simplemente Pedro Girón y de nombre completo Pedro Téllez-Girón y Fernández de Velasco, grande de España, nacido en una de las familias más prósperas y destacadas de Castilla.
Pedro Girón había sido nombrado en octubre de 1520 capitán general de los comuneros. Junto con Antonio de Acuña lograría reunir 17.000 infantes, acompañados de abundante caballería y artillería, que instala, ya en noviembre, en la localidad de Villabrágima, a una legua del objetivo: Medina de Rioseco.
Pero el día 2 de diciembre de 1520, ordenó a tan importante ejército comunero que levantara el campamento de Villabrágima y no para pelear por Rioseco, sino para marchar hacia el noroeste, en dirección a Villalpando (actual provincia de Zamora), localidad del Condestable de Castilla que se rindió al día siguiente ante la magnitud del ejército que le caía encima, sin oponer ninguna resistencia.
Pero con ello había dejado desguarnecido el camino directo entre Medina de Rioseco y Tordesillas. Los imperiales tenían a su alcance y casi libre de obstáculos la corte de la reina Juana y la sede central de los procuradores que constituían las Cortes y Junta General del Reino, el poder revolucionario de Castilla.
Todo parecía previamente orquestado entre el condestable de Castilla, Íñigo Fernández de Velasco y Mendoza y el presunto valedor del ejército comunero Pedro Girón de Velasco –dos grandes de España que además estaban emparentados por lazos de sangre: eran dos Velasco- para que las cosas ocurrieran como sucedieron.
4 de diciembre. El ejército real se puso en marcha en dirección a Tordesillas, adonde llegó el día siguiente.
5 de diciembre. El ejército real ocupó la villa de Tordesillas, tras haber desbordado con facilidad a la escasa guarnición comunera, ya que su defensa pensaba que estaba más bien en el bien pertrechado ejército que mandaba ¿hacia dónde? Pedro Girón.
La toma de Tordesillas supuso una gran derrota para los comuneros. Perdieron a la reina, y sus esperanzas de que esta atendiera sus pretensiones.
Además, muchos de los procuradores fueron apresados, y los que no, huyeron. Por todo esto, los ánimos entre los rebeldes se vieron muy afectados, además de producirse airadas críticas hacia Pedro Girón por el movimiento de las tropas, lo que le obligó a dimitir de su puesto y apartarse del conflicto.
15 de diciembre de 1520. Tras la pérdida de Tordesillas, la Junta Comunera volvió a reagruparse en Valladolid, la tercera y última ciudad que fue capital de las Comunidades de Castilla, tras Ávila y Tordesillas.
En Valladolid las Cortes y Junta General del Reino contaban con los procuradores de doce ciudades, de los catorce que se habían reunido en Tordesillas, puesto que ni Soria ni Guadalajara tuvieron ya representación en la ciudad del Pisuerga.
El ejército comunero había quedado igualmente desmoralizado, con gran número de deserciones entre las tropas situadas en Villalpando y en Valladolid. Nadie podía ya fiarse de nadie.
Ello obligó a intensificar el reclutamiento de nuevas tropas en todas las ciudades rebeldes, especialmente en Toledo, Salamanca y la propia ciudad de Valladolid.
La moral comunera se reconstruyó con ello y con la llegada a Valladolid de Juan de Padilla, que fue vitoreado como un héroe y colocado de nuevo al frente del ejército comunero.
1521 iba a suponer el inicio de un año de Guerra total.
Enero de 1521
El 23 de diciembre de 1520 el obispo Acuña y su ejército fundamentalmente compuesto por sacerdotes había recibido órdenes de la Junta General del Reino, asentada en Valladolid, de incrementar y avivar la causa comunera por la zona de Palencia, el sur de esta actual provincia y la Tierra de Campos aledaña.
A comienzos de enero de 1521, el obispo Acuña inició una gran ofensiva contra los señoríos de la zona de Dueñas, dejando las posesiones señoriales totalmente devastadas, sin encontrar resistencia suficiente que pudiese contener sus ímpetus belicistas.
Ello aumentó los recursos de la Santa Junta Comunera, pero a la vez desató el temor de los grandes nobles de Castilla de que lo que había comenzado como una lucha contra los flamencos, derivase en una revuelta antiseñorial incontrolada y meramente destructiva.
Mediados de enero de 1521. El conde de Salvatierra y toda la zona del norte de Castilla, en poder de los comuneros.
Pedro López de Ayala, conde de Salvatierra, municipio situado en la Llanada Alavesa, mariscal de Ampudia, en la Tierra de Campos palentina, y señor de los valles de Ayala, Llodio, Arceniega, Arrastraria, Cuartango, Orozco, Valdegovía, Morillas y Orduña, se había unido a la Junta Comunera en septiembre de 1520.
A finales de septiembre de 1520, y en vista del poderoso ejército que había reclutado en sus feudos, la Santa Junta le otorgó el nombramiento de capitán general del norte de la Corona de Castilla.
“Capitán general como hasta aqui lo haveys seydo del Condado de Vizcaya e provincias de Guipúzcoa e Álava e de las cibdades de Vitoria e Logroño e Calahorra e Santo Domingo de la Calzada e de las siete Merindades de Castilla Vieja e de todas las otras cibdades, villas e logares e merindades e tierras e bailes que caen y están desde la cibdad de Burgos hasta la mar”, según cita de Joseph Pérez en su “La revolución de las Comunidades de Castilla”.
El Consejo Real intentó en numerosas ocasiones atraer a su lado al conde de Salvatierra, sin conseguirlo, por lo que el 4 de enero de 1521 el regente Adriano de Utrecht propuso al monarca Carlos I la incorporación de su feudo al patrimonio real.
A mediados de enero de 1521, la Junta General del Reino ordenó al conde de Salvatierra que con unos dos mil hombres se dirigiera a las Merindades de Castilla (norte de la actual provincia de Burgos) para unir a la causa comunera a las Merindades, tierras del Condestable de Castilla.
Como sabemos el Condestable de Castilla, Íñigo Fernández de Velasco y Mendoza, desde el 9 de septiembre de 1520 era gobernador de Castilla junto a Adriano de Utrecht y al Almirante de Castilla, Fadrique Enríquez.
16 de enero de 1521. Las tropas comuneras de Juan de Padilla y del obispo Antonio de Acuña, que habían salido respectivamente de Valladolid y de Palencia, tras unirse en Trigueros del Valle, persiguieron a las tropas realistas hasta la cercana Torremormojón, cuya fortaleza tomaron ante la desbandada del ejército realista, que huyó en masa para dirigirse a Medina de Rioseco, plaza fuerte del Almirante de Castilla.
17 de enero. El ejército conjunto de Padilla y Acuña se dirigió a la villa de Ampudia, que siendo un feudo del comunero conde de Salvatierra, había caído en poder de las tropas realistas. Padilla y Acuña tomaron la fortaleza de Ampudia el 21 de enero, tras cuatro días de asedio.
Finales de enero de 1521
Posteriormente, el obispo Acuña y el conde de Salvatierra decidieron cercar la ciudad de Burgos, el primero por el sur y el segundo por el norte, buscando el levantamiento de los comuneros en el interior de Burgos.
Esta ciudad llevaba dos meses en el bando real, pero el descontento de muchos de sus habitantes por ello y su sentir comunero podían propiciar que retornara al seno de la Santa Junta del Reino.
La rebelión comunera prevista en Burgos para el 23 de enero fue todo un fracaso, debido a que no se coordinó debidamente con los ejércitos de la Junta que confluían hacia la ciudad.
Los comuneros burgaleses hubieron de rendirse, siendo el último intento de rebelión acontecido en la ciudad de Burgos, que ya quedó definitivamente adscrita al bando de Carlos de Gante.
Febrero de 1521
Después del fracaso de la recuperación de Burgos para el bando comunero, el obispo Acuña prosiguió con sus acciones bélicas de hostigamiento a las propiedades señoriales por la Tierra de Campos, que por su carácter llano se manifestaba particularmente fructífera para las acciones rápidas de la caballería atacante, que inmediatamente se retiraba para proseguir sus acciones de castigo contra las propiedades de la alta nobleza por otro sitio.
Juan de Padilla, por el contrario, consideraba prioritario obtener un triunfo más sonado, con el que elevar la moral de sus tropas y de todos los ejércitos comuneros.
En este contexto, decidió la conquista de Torrelobatón y su castillo, una plaza fuerte entre Tordesillas y Medina de Rioseco, con lo que se abriría una cuña entre dos posiciones ahora realistas, a las que podía acosarse desde allí.
21 de febrero de 1521. El cuerpo del ejército comunero comandado por Juan de Padilla comenzó el asedio a las gruesas murallas de Torrelobatón, de las que hoy se conservan apenas unos restos, y cuatro días después los comuneros consiguen entrar en la plaza.
Después de este 25 de febrero, con los comuneros ya dentro del recinto murado, el castillo de Torrelobatón siguió resistiendo, pero ante la amenaza de ahorcar a todos los torreños o habitantes de Torrelobatón si no se rendía, los defensores de la fortaleza acabaron entregándose a las tropas de Juan de Padilla.
La pérdida de Torrelobatón sembró la alarma entre las fuerzas realistas, cuyos dirigentes se acusaban mutuamente de incompetencia. Se temían además cuáles serían los siguientes pasos del ejército de Padilla.
El Almirante de Castilla reforzó su plaza de Medina de Rioseco, por si hacia ella se dirigían a continuación los comuneros.
Por su parte, el Condestable envió tropas para aumentar las defensas de Tordesillas, por si los comuneros resolvían que su siguiente movimiento fuera recuperar la plaza del Duero, donde seguía la reina Juana.
Pero un suceso inesperado, el fallecimiento del carolino arzobispo de Toledo, acaecido en el 6 de enero de 1521 en la ciudad alemana de Worms, a causa de la caída de un caballo, iba a tener consecuencias en la Guerra. Tenía sólo 24 años de edad y jamás había pisado España.
La Junta General del Reino propuso al obispo de Zamora, Antonio de Acuña, como aspirante a la sede toledana, y se le encomendó la misión de tomar posesión de la silla arzobispal, para lo que debía trasladarse a la ciudad del Tajo, que ateniéndonos a criterios militares no requería en esos momentos la presencia de tan belicoso personaje sino que su presencia hubiera sido más necesaria en los campos de Castilla la Vieja.
Antonio de Acuña partió para Castilla la Nueva y su capital natural, Toledo, a finales del mes de febrero. Ello suscitó el entusiasmo de la población por las aldeas, villas y ciudades por las que pasaba, pero también el recelo del estamento nobiliario, que temía que repitiese en sus tierras al sur del Sistema Central los mismos excesos que había cometido por Tierra de Campos.
Padilla, mientras tanto, permanecía en Torrelobatón, inactivo.
Marzo de 1521. El duque del Infantado, según su estrategia de jugar a dos bandas, pacta con el obispo Acuña, para preservar sus tierras al sur del Sistema Central, incluidas las de Guadalajara
El 7 de marzo el obispo Antonio de Acuña y su ejército entraba en la ciudad de Alcalá de Henares, perteneciente al arzobispado de Toledo, lo que encendió en ella el fervor comunero.
Los aristócratas más importantes presentes en la zona, entre ellos el marqués de Villena y el duque del Infantado, enseguida trataron de ponerse en contacto con Acuña, firmando un pacto mutuo de neutralidad.
Tras enfrentarse a las tropas del prior de la orden de San Juan, Antonio de Zúñiga, nombrado por los regentes jefe del bando realista en la zona, Antonio de Acuña se presentó al frente de sus tropas en la plaza de Zocodover, de Toledo, el 29 de marzo, día de Viernes Santo.
La multitud lo rodeó y entre vítores reclamó la silla de arzobispo para él, llevándolo en volandas hasta la catedral.
30 de marzo de 1522. Entrevista entre el obispo Acuña y María Pacheco
El 30 de marzo, Acuña se entrevistó por primera vez con María Pacheco, mujer de Padilla, que regía la Comunidad de Toledo, la primera que se había constituido y la que había llamado a toda Castilla a la rebelión.
Ente María Pacheco y Antonio de Acuña surgió una rivalidad soterrada por el control de la situación.
Padilla continuaba inactivo en Torrelobatón, lo que permitía el agrupamiento de tropas del Almirante y del Condestable en Medina de Rioseco y en Tordesillas, respectivamente, cerrándole el paso por todas partes, salvo en dirección a la ciudad de Toro.
Al mismo, tiempo el ejército comunero resultaba caro de mantener –activo o inactivo- por lo que empezaron a producirse desmovilizaciones de tropas, miedos y fugas entre los soldados revolucionarios.
El tiempo corría en contra de Juan de Padilla que debía tomar alguna resolución.
Abril de 1521
Antonio de Acuña, ya en calidad de arzobispo de Toledo, comenzó a reclutar a hombres de entre 15 y 60 años para volver a combatir a las tropas realistas del prior de la Orden de San Juan.
El 12 de abril de 1521 tuvo lugar la quema o incendio de Mora, en Toledo, por parte de las tropas realistas. La localidad de Mora se había distinguido por su denodado batallar a favor del bando comunero de Toledo, por lo que sufrió el asedio por parte de las tropas realistas.
Ese día 12 de abril, los morachos se refugiaron en la iglesia del municipio, la cual fue incendiada por los invasores, con las puertas cerradas y siendo el principal lugar de emisión del fuego, pues en ellas los sitiadores habían colocado numerosos haces de leña.
Como resultado de este acto, perecieron 3.000 morachos de todos los sexos y edades… Después de ello, Antonio de Acuña partió con 1.500 hombres a sus órdenes hostigando a las tropas realistas en Yepes, y destruyendo más tarde Villaseca de la Sagra y presentando batalla contra las tropas del prior de San Juan, en la zona de Illescas.
23 de abril de 1521
El ejército rebelde de Juan de Padilla y Juan Bravo salió por fin desde Torrelobatón el día 23 de abril de 1521 de madrugada, hacia Toro, ciudad comunera mejor amurallada, en busca de refuerzos y de aprovisionamientos.
Pero el día era lluvioso, a veces con fuertes rachas de lluvia, una jornada poco propicio para hacer un desplazamiento militar, en el que también se transporta pesada artillería.
A la altura de Villalar de los Comuneros sería dado alcance por la caballería realista, mucho mejor preparada para desenvolverse en ese terreno embarrado que la infantería y las tropas que transportaban los cañones.
El resultado de la batalla no se hizo esperar. Victoria completa del ejército realista y captura de los capitanes comuneros.
24 de abril
Fecha de la decapitación del toledano Juan de Padilla, del atencino-segoviano Juan Bravo y del salmantino Francisco Maldonado, sobre un cadalso construido inmediatamente al efecto.
Padilla Bravo y Maldonado ejecución |
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Decapitación de Bravo, Padilla y Maldonado
25 de abril de 1521. María Pacheco se apresta a resistir en la ciudad de Toledo.
Dos días después las noticias de lo ocurrido en la localidad de Villalar, cerca de Tordesillas, comenzaron a llegar a la ciudad de Toledo.
María Pacheco, lejos de desmoronarse, ordenó reforzar las defensas de la ciudad y se aprestó a la resistencia contra las tropas realistas, entereza y rebeldía que mantuvo durante diez meses más, hasta febrero de 1522.
María Pacheco de Padilla después de Villalar |
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María Pacheco, tras recibir noticias en Toledo de la batalla de Villalar y de la muerte de Juan de Padilla.
3 de febrero de 1522. María de Pacheco abandona la resistencia de Toledo y parte para el exilio en Portugal.
La ciudad de Toledo resistió la autoridad de Carlos de Gante durante diez meses más, en nombre de la Comunidad de Toledo, dirigida por María López de Mendoza y Pacheco, la viuda de Juan de Padilla.
En principio fue una resistencia total que, desde el otoño de 1521, se transformó en una coexistencia entre la autoridad real y los núcleos de resistencia comuneros, a los que se garantizó la inviolabilidad de sus personas y el respeto de sus bienes y posesiones.
No obstante, el 3 de febrero de 1522 los recelos entre ambos bandos estallaron en la ciudad y se produjo una nueva toma del Alcázar de Toledo por parte de los comuneros, que al ser sofocado por las tropas realistas determinó la huida de la ciudad de María Pacheco, que partió hacia el exilio portugués, en el que moriría, en 1531.
María Pacheco, la alhambreña-toledana, oriunda de Guadalajara, fue excluida de todos los sucesivos perdones a los comuneros que dictó el ya emperador Carlos V para congraciarse con las ciudades que le habían sido hostiles al comienzo de su reinado.
Ni siquiera después de muerta, permitió el emperador Carlos V que sus restos fuesen repatriados a Castilla, para ser inhumados junto a los de su esposo, Juan de Padilla. La inquina imperial contra ella se prolongó, pues, más allá de su muerte.
María de Pacheco y Diego Hurtado de Mendoza, probable autor del Lazarillo, dos oriundos de Guadalajara, sobre los que la ciudad debería reflexionar.
María Pacheco rostro |
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Por otra parte, María Pacheco, es hermana de otro alhambreño oriundo de Guadalajara, Diego Hurtado de Mendoza y Pacheco, hijo también del conde de Tendilla, poeta renacentista de hondo calado y diplomático al servicio del emperador.
Más joven Diego que su hermana María, puesto que el futuro escritor nació en 1504. La Guerra de las Comunidades le sobrevino siendo muy joven, pues, por lo que no tuvo que tomar partido ni participar en ella.
Diversas teorías, que ya se escucharon y escribieron en el siglo XVI, y que no han dejado de sustentarse desde entonces desde entonces, apuntan a él como probable autor del Lazarillo de Tormes, donde se describe con todo lujo de detalles un viaje entre Salamanca (en cuya Universidad Diego Hurtado de Mendoza había estudiado) y Toledo (la ciudad que fue residencia de su hermana María).
Si el espléndido poeta renacentista Diego Hurtado es también el autor de un relato en prosa tan excepcional y tan fecundo en consecuencias como el Lazarillo de Tormes, su figura debe ser agrandada hasta uno de los lugares máximos de la Literatura española.
Motivos para guardar el anonimato de su novela le sobraban, siendo hermano de la proscrita comunera María de Pacheco y yerno del decapitado Juan de Padilla, amén de diplomático al servicio del Emperador, teniendo en cuenta además que el Lazarillo es una crítica frontal del mundo ideológico, religioso, social y económico sobre los que se basaba la sociedad carolina.
Epitafio de Diego Hurtado de Mendoza para María Pacheco
Palacio Infantado Comuneros |
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Palacio del Infantado de Guadalajara, donde se representaron los principales acontecimientos de la Revuelta de las Comunidades en Guadalajara, en uno de los escenarios donde tuvieron lugar los sucesos, con ocasión del 500 aniversario de la Revolución comunera, año 2021
Sin desdeñar la más que probable autoría del Lazarillo de Tormes de Diego Hurtado de Mendoza, bástenos para concluir este reportaje sobre las Comunidades de Castilla en Guadalajara, rememorar los versos que el escritor dedicó a su hermana a modo de epitafio.
Si preguntas mi nombre, fue María.
Si mi tierra, Granada; mi apellido
de Pacheco y Mendoza, conocido
el uno y el otro más que el claro día.
Si mi vida, seguir a mi marido.
Mi muerte en la opinión que él sostenía.
España te dirá mi cualidad
que nunca niega España la verdad.
Que tampoco Guadalajara olvide la raigambre alcarreña de María y Diego, ya que son figuras que pueden enaltecer grandemente la imagen de esta tierra, a la que sin duda estuvieron vinculados como hijos ambos del primer capitán general del reino de Granada y alcaide perpetuo de la Alhambra, Íñigo López de Mendoza y Quiñones, nacido en Guadalajara en 1440 y muerto en la Alhambra en 1515.
Un año este de 1515 en el cual todavía era regente y gobernador de la Corona de Castilla Fernando el Católico, y en el que ni siquiera podía sospecharse el cambio de rumbo que iba a sufrir la política española con el ascenso al trono de la Casa de Austria, y el rechazo a esa política, la revuelta y la revolución de las Comunidades de Castilla, que con ello iba a desencadenarse.
27-09-2021 - Tal día como hoy, 27 de septiembre a 14 de octubre de 1529, aconteció el Sitio de Viena; donde 700 buenos castellanos de Medina del Campo (muchos de ellos, antiguos comuneros), lucharon bravamente contra el turco, defediendo y preservando Europa de la invación musulmana.
Mapa circular de Viena (Niklas Meldeman, 1529) |
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El Primer Sitio de Viena, en 1529, marcó el apogeo de la invasión otomana de Europa central por las tropas turcas mandadas por el sultán Solimán el Magnífico.
ANTECEDENTES
El sultán Solimán el agnífico accedió al trono en 1520, y pidió al rey Luis II de Hungría que le rindiera tributo. El joven rey húngaro hizo matar a los embajadores como respuesta. Solicitó apoyo al emperador Carlos V, pero este tenía comprometidas sus tropas en Italia en respuesta a las agresiones de Francisco I de Francia, quien había prometido en carta escrita al sultán turco estando preso en Madrid que abriría un segundo frente en el oeste de Europa para que los otomanos avanzaran por el este.
El archiduque Fernando de Austria (1503-1564, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico con el nombre Fernando I desde 1558), hermano menor de Carlos V, reclamó el trono y fue elegido rey de Hungría después de la muerte de su cuñado Luis II en la batalla de Mohács el 28 de agosto de 1526, lo que provoca una invasión turca en el otoño de 1529. El 27 de septiembre de ese año las tropas otomanas iniciaron el asedio de Viena, capital del archiducado de Austria. Se desconoce con precisión el número de efectivos, y las estimaciones van desde 90 000 hasta 200 000 hombres. Entre ellos estaban los jenízaros, el cuerpo de elite de las tropas otomanas.
Desarrollo
Los defensores austriacos de la ciudad (entre 17 000 y 24 000) recibieron poca ayuda exterior, aunque a la postre fue relevante. Esta se componía de tropas venidas de distintos lugares de Europa, pero tenía su núcleo fuerte en 1500 lansquenetes alemanes dirigidos por el conde Nicolás de Salm, veterano de la batalla de Pavía, y 700 arcabuceros españoles enviados por la reina viuda María de Hungría, hermana de Fernando. Estos últimos destacaron en la defensa de la zona norte, impidiendo al enemigo establecerse en las vegas del Danubio junto a la ciudad.
Por parte otomana, a pesar de su superioridad numérica, el ejército estaba mal equipado para un asedio y su tarea fue obstaculizada por la nieve y las inundaciones. Nicolás de Salm ordenó almacenar en la ciudad todas las provisiones disponibles, quemar todas las edificaciones exteriores a la antigua y desgastada muralla de la ciudad, reforzar esta, levantar empalizadas en los límites con el Danubio y la salida de la ciudad de los habitantes que no pudieran contribuir a su defensa (niños, mujeres, ancianos y clérigos). Para evitar que el rebote de los disparos hiriera a los defensores, hizo levantar los pavimentos de piedra de la ciudad y edificar con ellos una segunda muralla dentro de la antigua.
Las constantes lluvias impidieron que los musulmanes utilizaran con efectividad las armas de fuego, que habían contribuido a las tomas de Constantinopla, Rodas y Belgrado. Los jenízaros intentaron en varias ocasiones asaltar las brechas de la muralla, pero las alabardas de los lansquenetes alemanes y los arcabuceros españoles les cerraron el paso. Por primera vez desde su formación como cuerpo militar, los jenízaros se quejaron de perder sus vidas sin nada a cambio, y obtuvieron la promesa de donativos para seguir combatiendo. La falta de provisiones, las bajas (entre 15 000 y 20 000 soldados) y la impotencia hicieron mella en las tropas otomanas.
Solimán se retiró a mediados de octubre a Constantinopla. Nicolás de Salm, que tenía 70 años en el momento del asalto turco, murió en 1530 a consecuencia de las heridas recibidas. Su sarcófago renacentista puede verse en la iglesia Votiva de Viena.
Nuevos intentos
El sultán quiso intentar de nuevo la conquista de la ciudad en 1532, pero encontró a los defensores apoyados por un gran ejército bajo el mando del hermano de Fernando, el emperador Carlos V, y no pudo acercarse a ella.
Aún se produciría un Segundo sitio en Viena, durante el reinado del emperador Leopoldo I, en el año 1683.
31-10-2021 - Toma del castillo de Fuentes de Valdepero
José María Nieto Vigil
Geografía del Movimiento Comunero.
Toma del castillo de Fuentes de Valdepero |
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El alzamiento de las Comunidades contra la Corona tuvo lugar exclusivamente en el Reino de Castilla. No afectó a los territorios de la Corona de Aragón, en donde se desarrolló otro fenómeno conocido como las Germanías (1519-1523), una revuelta de carácter político y social ajena al castellano.
La mayor intensidad del movimiento comunero tuvo lugar en las provincias de Valladolid, Palencia, Salamanca, Segovia, Ávila, Madrid, Guadalajara y Toledo. En otras representó un fenómeno predominante, caso de Cuenca, Burgos, León, Ciudad Real, Cáceres, Asturias, Albacete y Murcia. Entre las ciudades comuneras no representadas en Cortes destacarían: Palencia, Medina del Campo, Aranda de Duero, Plasencia, Úbeda y Baeza. No tuvo incidencia en Galicia, Cantabria, País Vasco o Navarra. Apenas si conoció algunos capítulos en Andalucía. Se trata pues de un fenómeno con dos núcleos principales separados por el sistema central: Toledo y Valladolid.
Ciudades que cambiaron de bando, inicialmente sublevadas, luego sometidas a la autoridad real fueron Tordesillas, Burgos, Sevilla y Jaén. Otras serían leales al rey desde el principio hasta el final del conflicto: Medina de Rioseco –la única de la cuenca del alto Duero-, Cáceres y sobre todo en Andalucía: Cádiz, Gibraltar, Carmona, Écija, Jerez, Ronda, Antequera y Andujar. En ellas hubo algunos pequeños conatos que no revistieron gravedad alguna.
Toma del castillo de Fuentes de Valdepero |
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Paralelas y coincidentes con la revuelta de las Comunidades fueron las revueltas antiseñoriales. Una situación que, en algunos casos, se mezclaría con las reivindicaciones de las ciudades, dando lugar a una radicalización política que provocaría el rechazo de los señores a la causa defendida por la Santa Junta. Los motivos de tales sublevaciones eran los abusos de poder señorial y la presión fiscal sobre sus vasallos. De otra parte, el reclutamiento forzoso de tropas por parte de los nobles para sofocar los levantamientos provocó, dado el temor que inspiraba la formación de ejércitos amenazantes para los comuneros, que estos secundaran, pese a muchos de los excesos cometidos en tales conflictos, las reclamaciones del campesinado contra sus señores.
Las que desembocaron en apoyo a la Comunidad fueron Nájera, Portillo, Dueñas, Villamuriel, Castromocho, Chinchón, Moya, Orgaz, El Provencio, Santa María de Campo de Ros, Ciempozuelos y las Merindades (Castilla Vieja, Sotoscueva, Valdeporres, Montija, Valdivieso, Losa y Cuesta Urria. Por el contrario, no derivarían en un apoyo a los sublevados contra el rey: Olmedo, Madrigal, Arévalo, Villacarrillo y Cazorla.
Dueñas era lugar del señorío de los III condes de Buendía (Juan de Acuña y María de Padilla); Castromocho señorío de los II duques de Benavente (Alonso Pimentel y Pacheco y María Pacheco); mientras que Villamuriel era lugar de señorío episcopal (Pedro Ruiz de la Mota).
Cronología. Finalizaba 1520 y dos importantes reveses se habían producido en el bando comunero desde que, en abril, Toledo se hubiera levantado. De una parte, el fracaso en el intento de la toma de la fortaleza de Alaejos por parte de Luis de Quintanilla, regidor de Medina del Campo, en octubre. Era señorío de Antonio Fonseca, destituido como capitán general del reino tras el incendio de Medina el 21 de agosto, por Adriano de Utrecht. Se pretendía dar un escarmiento a su comportamiento criminal perpetrado junto a Rodrigo Ronquillo y Briceño, entonces alcalde de Zamora, regidor perpetuo de Arévalo y, alto funcionario judicial de la Sala de Alcaldes de la Casa y Corte de Su Majestad. Ambos huirían a Portugal para embarcar rumbo a Flandes para dar cumplida cuenta de los sucesos al ya proclamado emperador.
Sin embargo, fue especialmente grave la pérdida de Tordesillas (5 de diciembre). Supuso perder una notable ventaja política y militar, ya que se desaprovechó la importantísima baza de tener bajo custodia a la reina Juana I. Con ella se perdía el sello real, imprescindible para dar curso a todo tipo de documentación oficial. A mi modo de ver, la confusión y la desorientación empezaron a adueñarse de los ánimos de la Comunidad. De una manera evidente dos tendencias se manifestaban abiertamente. Los partidarios de iniciar las negociaciones con la autoridad real (minoría), y los que pretendían proseguir en sus empeños políticos proclamados en la Ley Perpetua de Ávila (mayoría), pugnaban por dirigir la revuelta. Triunfaría la postura de los segundos. Además, esta capital circunstancia, obligaría a trasladar la Santa Junta a Valladolid (15 de diciembre), desde Tordesillas, a donde había llegado el 6 de septiembre. Ya solamente once ciudades estarían representadas.No obstante, desde el punto de vista militar, las exitosas campañas de Juan de Padilla, que tomaría Cigales y Torrelobatón durante una campaña iniciada el 17 de enero de 1521, y la exitosa campaña del obispo comunero, obispo de Zamora, Antonio Osorio de Acuña, en Tierra de Campos de Palencia, durante el mes de enero y comienzos de febrero de 1521, tomando plazas como Fuentes de Valdepero, Magaz o Frómista y alentando los ánimos comuneros, representarían el cénit de los avances comuneros en el terreno castrense.
El obispo acuña. Los sucesos acaecidos en Fuentes de Valdepero, el 7 de enero de 1521, hay que situarlos dentro del contexto de la campaña militar del obispo de Zamora, proclamado por el papa Julio II en 1506, con el apoyo de Fernando II de Aragón.
Sería el periodo conocido como 'la Dictadura del obispo Acuña', que se extendería entre el 23 de diciembre de 1520 y el 27 de enero de 1521 por Tierra de Campos palentina. Esta denominación fue creada por el insigne historiador hispanista Joseph Pérez en su magnífica obra La revolución de las Comunidades de Castilla (1520-1521), su tesis doctoral, sin duda, la obra más importante publicada sobre el levantamiento comunero.
En agosto de 1520, cuando tuvo conocimiento del incendio de Medina del Campo (21 de agosto), se encontraba en Toro. Fracasó en su intento de entrar en Zamora y regresó a la ciudad toresana para derribar las casas del regidor, Pedro de Bazán, que había tomado parte en el incendio medinense, junto a Antonio de Fonseca, señor de Coca y Alaejos, y Rodrigo Ronquillo y Briceño. Era el 26 de agosto de 1520.
Entre septiembre y octubre de 1520, expulsó de Zamora al III conde de Alba de Liste, Diego Enríquez de Guzmán (1488-1556). Su condición comunera era ya una realidad.
Fuentes de Valdepero. Villa situada a algo más de nueve kilómetros de la capital, era un lugar de señorío de Andrés de Ribera II, casado con María Tello. Él era hijo de Andrés Ribera I, alcalde y corregidor de Burgos, casado con Constanza Sarmiento, hija de los condes de Salinas de Araña, Diego Gómez de Sarmiento y María Villandrando. Era hermana de María Sarmiento, Teresa Sarmiento, Mencía Sarmiento y Francisco Sarmiento.
María Tello era hija de Nicolás Tello, oidor del Consejo Real de Carlos I, Comendador de la Orden de Santiago y hombre de confianza de Guillermo de Croy (1458-1521), señor de Chievres, e Isabel de Deza. El matrimonio tuvo cinco hijos: Diego Deza, Nicolás Tello, María –casada con Andrés de Ribera II-, Ana y Garcí Tello. Así pues un árbol genealógico de la familia Sarmiento, a la sazón Señores de Fuentes de Valdepero y Adelantados Mayores de Galicia. El señorío sería vendido a Don Diego de Acebedo en 1530.
Tanto el doctor Tello como su yerno, Andrés de Ribera II, eran vecinos residentes en Valladolid en 1520. El primero destacó como oidor del Consejo Real, es decir, juez que en las audiencias del reino oía y sentenciaba causas y conflictos. Con la llegada de la corte flamenca, desarrollaría una labor encomendada por el consejero y privado del rey, Guillermo de Croy, en lo relativo a las finanzas. Esta ventajosa posición le aportaría pingues ganancias que enriquecerían de forma notable su patrimonio personal y familiar. Fue detenido en Valladolid, el 30 de agosto de 1520, y trasladado a Tordesillas junto a otros miembros del Consejo capturados (doctor Beltrán, doctor Cornejo, o el licenciado Herrera). Posteriormente, de manera casi inmediata, serían puestos en libertad. Se trasladarían a Medina de Rioseco a ponerse a resguardo junto al cardenal Adriano de Utrecht y el IV almirante de Castilla, Fadríque Enríquez de Velasco (1460-1538).
Se acercaban las navidades y el doctor Tello, en lugar de permanecer en Medina de Rioseco o trasladarse a Burgos, como hicieron otros consejeros, junto al III condestable de Castilla, Iñigo Fernández de Velasco y Mendoza, decidió pasar las fiestas en la fortaleza familiar de Fuentes de Valdepero. Era alrededor del día 13 de diciembre. Circunstancia que fue aprovechada por el obispo Acuña para planear el ataque y captura del dignatario real.
Pero un suceso inesperado aconteció. El 25 de octubre fue enviado por la Santa Junta a Palencia, el fraile agustino Bernaldino de Flores. Su misión, ante las reiteradas exigencias del concejo palentino, era la de informar y alentar la causa de la Comunidad en Palencia que, hasta entonces, no se había manifestado especialmente activa. Su labor no sería suficientemente eficaz para incentivar la sedición. Se presentó ante los regidores y diputados y contactó con los afines a la causa. Sin embargo, el corregidor, Sebastián Mudarra y don Diego de Castilla, capitán de las tropas, seguían siendo afines al rey. El regidor, ante la amenaza que se cernía sobre su vida, se ausentó de Palencia bajo pretextos personales, delegando sus funciones en el licenciado Juan Núñez de Herrera. Una situación transitoria que duraría aproximadamente mes y medio, hasta el definitivo posicionamiento a favor de la Comunidad.
Durante el 30 de octubre, mientras Bernaldino de Flores retornaba a Valladolid, fue capturado por los realistas y trasladado a Medina de Rioseco. No fue ajusticiado y se le respetó la vida. Este hecho alentó a Acuña a poner en marcha su proyecto contra el doctor Tello, pues esperaba que con su apresamiento se pudieran intercambiar prisioneros. Es decir, el doctor Tello por fray Bernardino u otros procuradores capturados tras la caída de Tordesillas (5 de diciembre).
Trece procuradores fueron apresados: Antonio de Quiñones y Juan de Benavente (procuradores por León); comendador Almaraz y Pero Sánchez (Salamanca); Juan de Solier (Segovia); Diego del Esquivel (Guadalajara); doctor Cabeza de Vaca (Murcia); Diego de Montoya (Toledo); Gómez de Ávila (Ávila); Pedro Merino (Toro); licenciado Santiago (Soria) y el doctor Zúñiga (Burgos). Pese a la posterior captura y reiterada petición de la Junta de alcanzar un acuerdo de intercambio de presos, jamás llegaría a formalizarse.
Palencia fue más comunera que nunca con la llegada del obispo comunero, Antonio Osorio de Acuña. Entre el 23 de diciembre de 1520 y principios de febrero de 1521, se hace dueño y señor de Tierra de Campos. Tanto su llegada como su marcha fue una decisión tomada en Valladolid a instancias de la Santa Junta. Recibió todos los poderes para acometer su ardua empresa, es decir, carta blanca para actuar con total libertad, aún cuando sus métodos expeditivos fueran criticados y hasta rechazados por sus correligionarios comuneros.
El 23 de diciembre llega a Dueñas, señorío de los III condes de Buendía, Juan de Acuña y María López de Padilla. El día 24 consigue que el Regimiento de Palencia nombrase corregidor a un hombre de su confianza, Antonio Vaca de Montalvo, y como alcalde a Esteban Martínez de la Torre, quien se encargaría de las cuestiones judiciales. Ambos tomarían oficialmente sus cargos el día 28 del mismo mes.
Su prolífica labor organizativa dio resultados, consiguiendo que, entre el día 24 de diciembre y el 4 de enero de 1521, la Comunidad esté sólidamente asentada en nuestra tierra. Consiguió recaudar más de cuatro mil ducados, reclutó soldados y alentó con misivas a las behetrías de Campos y Carrión. Hecho esto, retornaría a Valladolid a descansar. El 6 de enero se encontraba de vuelta en Dueñas, su habitual cuartel general.
Nuevamente en Palencia, iniciaría una intensa y lucrativa actividad militar. Los dominios de los señores serán sus objetivos, denunciando estos sus saqueos y actos de vandalismo ante Adriano de Utrecht. Así, el 7 de enero conquistaría y saquearía Fuentes de Valdepero; al día siguiente, nombró alcalde Mayor del Adelantamiento de Castilla en Palencia a Esteban Martínez de la Torre. El 9 tomaría Trigueros y durante las jornadas siguientes recorrería Castromocho, Becerril, Paredes de Nava, San Cebrián, Cervatos, Carrión, Villalcázar de Sirga, Frómista, Piña, Amusco, Támara y Astudillo. Su labor fue febril y sumamente efectiva para las arcas e intereses comuneros.
Hombre comprometido, batallador y enérgico, fue enviado dotado de poderes absolutos sobre Palencia y Burgos, en donde el III condestable de Castilla, Iñigo Fernández de Velasco y Mendoza, resultaba una seria amenaza, como después se comprobaría.
Su encomienda era diáfana: avivar el fervor revolucionario, conseguir hombres de armas, percibir impuestos que sufragaran los gastos bélicos, asentar una organización devota a la causa de la Comunidad y, sin miramientos, desterrar, reprimir y castigar a los sospechosos de traición. Y a fe que lo consiguió en tan breve espacio de tiempo. Sus galopadas y arengas resuenan en los Campos Góticos palentinos.Sucesos. Era la madrugada de aquel fresco día 7 de enero cuando ocurrirían los graves y notorios hechos perpetrados. Por aquel entonces, ciento cuarenta y cinco vasallos vivían en Fuentes de Valdepero. Gentes hacendadas y laboriosas acogidas al señorío de la familia Ribera, viviendo con muchas estrecheces a consecuencia de la presión fiscal (alcabalas, tercias, arriendos y los servicios extraordinarios), la pertinaz sequía, las malas cosechas, las frecuentes epidemias y la marcha de muchos en busca de mejor fortuna. Un denominador común en todos los lugares de aquella, antaño feraz, Tierra de Campos. La Guerra de Las Comunidades vino a complicar, más aún si cabe, el negro panorama de un pueblo aquejado por la estrechez y las necesidades. Sin embargo, el deseo de libertad y solución a sus problemas representaba, al menos en apariencia, la causa defendida por la Comunidad, proyectada por la Santa Junta. En resumen, la situación era insoportable e inaguantable para el común de las gentes.
Se estima que, dirigidos por el obispo Acuña, serían unos mil los asaltantes. Gentes procedentes de Valladolid, Palencia, Dueñas, o Fuente Sauco. Una cantidad algo excesiva que algunos autores rebajan a los doscientos. Como jefes de las huestes comuneras intervinieron los capitanes Pedro López de Calatayud, 'el Mozo'(Valladolid), Lárez y Salazar, presumiblemente de Valladolid y, Valdés, a quien se le sitúa en la ciudad de Madrid. De Dueñas llegaron miembros de la familia Niño (Francisco, Pedro, Rodrigo y Fernando), protagonistas del levantamiento eldanense contra el conde de Buendía, de Valladolid destacó Antón de Deza (criado de Acuña) y de Palencia, entre otros, Antonio de San Román, Francisco Gómez y Rodrigo Brizuela. Los lugareños se encontraron divididos. Algunos se pusieron del lado de los asaltantes –se tiene constancia de la participación de dos vecinos: Vivancos y Montes -; otros, por el contrario, buscarían refugio en el interior de la fortaleza.
Los comuneros disponían de artillería que, sin embargo, no utilizarían, escopeteros con arcabuces y escopetas, alabardas, picas, lanzas, ballestas, espadas y otros útiles. Como casco, algunos hombres utilizaban el capacete y barbote. Básicamente era infantería y una pequeña fuerza montada a caballo. Para ser identificados en el campo de batalla, llevaban un brazalete de color carmesí en el brazo izquierdo. En principio una fuerza bien pertrechada y equipada para acometer el asalto al castillo. Pero este, construido en sillería muy resistente y de grandes proporciones, se presentaba como un recio baluarte inexpugnable.
El edificio ocupa una superficie de dos mil metros cuadrados. En su época, S.XIV-XVI, fue la fortaleza más importante y sólidamente construida de toda Castilla. Es una obra de singular belleza, concebida para uso palaciego y residencial, de ahí sus dimensiones. La forma de su plano es cuadrado, con cubos en las esquinas y una excepcional torre del homenaje adosada al lienzo norte. Su altura era de casi doce metros, y un espesor de once metros. Mide sesenta metros de largo y treinta y siete en su parte más ancha, correspondiente a un gran patio de armas. La torre del homenaje, emplazamiento defensivo en sí misma, tiene una altura de veinticinco metros.
En su lado este, se encuentra la entrada principal, flanqueada por dos garitones con matacanes. Su cubo SE presenta una interesante ventana ojival y dos escudos de armas de los Sarmiento en los que destaca, en campo de azur, trece bezantes de orlado en oro con inscripción en la que se dice «D. Diego Sarmiento Conde de Santa Marta Adelantado Mayor de Castilla». Completaba la defensa una barrera baja y, muy probablemente, un foso.
Es un castillo lozano, señorial, robusto y de dignísima fábrica, motivo de orgullo para los fuenteños. La villa tuvo en su momento un perímetro amurallado con dos puertas, de las que se muestran en la actualidad restos que lo evidencian. Una, la mejor conservada, estaba situada al norte y daba salida hacia Monzón; la sur, peor conservada, permitía la entrada desde Palencia. En definitiva, un lugar de consistente defensa ante cualquier eventual ataque.
Llegadas las huestes de Acuña a Fuentes, instan a la rendición de la plaza. Sin embargo, la esperada rendición no sucede. Esto da lugar a una refriega que no alcanza a provocar la ocupación. Tras una breve tregua durante la cual se inician conversaciones, se entable un nuevo combate. Finalmente, tras quemar la puerta y derribarla consiguen la claudicación de los defensores. Los lienzos de las murallas eran impenetrables e imposibles de ser asaltados. Se estima que fueron ocho los muertos caídos en los enfrentamientos. Tal y como se habló durante las negociaciones, se respetará la vida de la familia de Andrés de Rivera y el doctor Tello, que serían apresados. Acuña había conseguido su objetivo ansiosamente deseado.
El castillo fue sometido a saco y el botín capturado no fue desdeñable, y sí muy importante para las necesitadas arcas de la Comunidad. Obtuvieron oro, plata, piedras preciosas, perlas, tapices, seda, paños, aljófar, gran cantidad de víveres (trigo, cebada, queso, vino, cecina…), también caballos y carneros. Especial mención merece la leña, que por tratarse de un invierno duro, fue enormemente necesaria. Es por esta causa por la que se procedió a la tala del monte cercano.
La familia de los señores de Fuentes fue apresada. El trato recibido no fue especialmente considerado. Semidesnudos, mal vestidos, les fueron colocados grilletes y conducidos a caballo, con una escolta de treinta hombres a caballo, primero a Palencia, luego a Dueñas y, finalmente, a Valladolid. Serían sometidos a un largo cautiverio en penosas circunstancias, las mismas en las que se encontraban los procuradores apresados en Tordesillas por los realistas. Todo ello pese a las declaraciones de la Santa Junta que, de manera infructuosa, habían reclamado un trato mesurado para los reos.
Se iniciaría un largo y penoso cautiverio de casi cuatro meses de duración. Distintos zonas fueron su lugar de reclusión. Con toda certeza estuvieron en el palacio de Santa Cruz, propiedad del ya fallecido cardenal Mendoza, Pedro González de Mendoza (1428-1495) y en 'Las casas del Almirante de Castilla'. Estas estaban situadas el la Plazuela Vieja, donde hoy se encuentra la iglesia de Nuestra Señora de las Angustias y el teatro Calderón. El edificio fue demolido en 1863.
El 23 de abril, tras la derrota de Villalar, la Junta acuerda su puesta en libertad. Entonces se encontraban custodiados por Rodrigo de Balboa, alcaide en la Torre del palacio de los condes de Osorno, hoy desaparecido y que se encontraba en la calle Francos, en la actualidad Juan de Mambrilla. De igual manera, se instó a la rendición de la fortaleza al alcaide Juan González. El señor Rivera entregaría al alguacil de Burgos, Juan de Cuero, a la familia Niño, para que fuesen debidamente procesados. De manera inmediata, se iniciaron los pleitos para el cobro de las indemnizaciones y el castigo de los culpables. Se consigue, con rapidez, requisar y apresar a los habitantes de Fuentes que hubieran participado en el ataque y saqueo del castillo. La celeridad en el cobro de las responsabilidades económicas y personales de los partícipes se debe, como no podía ser de otra manera, a la posición privilegiada del doctor Tello en cuestiones de Justicia. Exigió, con excesiva exageración, treinta mil ducados y como garantía de cobro los bienes del obispo Acuña.
En 1522 comienzan los procesos judiciales sin más demora. Se solicita a Antonio de San Román, un millón trescientos mil maravedís; se reclama a Juan Hernández la plata robada; a Martín de Paredes los ovillos de seda sustraídos; al obispo Acuña la declaración pormenorizada del valor de lo requisado. Ante la negativa de éste a hacer tal propuesta, se estima como justa la que efectuó el doctor Tello, cifrada en cinco millones y medio de maravedís –más de catorce mil seiscientos ducados-, más los seiscientos sesenta y ocho ya cobrados. A Acuña se le exigió un memorial del valor de lo saqueado y pago en un plazo de tres días, de lo contrario Tello recibiría dos millones de maravedís -aproximadamente cinco mil trescientos ducados- y, a Andrés de Rivera seis mil seiscientos ducados. Pero Acuña, por sus numerosas cabalgadas y saqueos, no ya en Tierra de Campos, sino en Toledo, tenía una larga lista de denuncias que pesaban sobre sus espaldas y sobre sus cuantiosos bienes.
El Consejo de Castilla, dada la posición privilegiada de Tello, consigue el cobro de manera casi inmediata a la sentencia dictada, en un momento de avalancha de peticiones de señores y concejos afectados sobre los bienes del obispo de Zamora. Así, se manda a Lucas Cabral –clérigo de Oviedo-, tenedor de los bienes de Acuña, en nombre Diego de Muros III –obispo de Oviedo- que se pague a los señores de Fuentes de Valdepero antes que a ningún otro solicitante. No serían los primeros, ya que Pedro de Cartagena y el comendador de Vivero se adelantarían en el cobro de las indemnizaciones, aún cuando los pleitos por los pagos pendientes se prolongarían durante años.
Andrés de Ribera II, con la cuantiosa cifra recibida, procedería a la reparación de los daños ocasionados durante la Guerra de las Comunidades.
28-11-2021 - Armamento y organización militar comunera
José María Nieto Vigil
La superioridad imperial era evidente: más organizada y disciplinada. La comunera se imponía de forma manifiesta en lo que a bocas de fuego se refiere.
Armamento y organización militar comunera |
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Han quedado claras algunas cuestiones en relación a la Guerra de las Comunidades, en especial en lo referente a Palencia en anteriores capítulos. El conflicto no terminó con la derrota de Villalar, pues seguiría activo el foco toledano hasta febrero de 1522; no se trató de un movimiento antimonárquico, menos aún republicano, solamente contrario a los excesos iniciales del monarca y, sobre todo, al latrocinio y saqueo de sus adláteres extranjeros, verdaderos expoliadores del dinero del erario castellano; de otra parte, aunque surgió en las ciudades, sería en el campo donde encontraría mayor eco y apoyos, es decir, se desarrolló y finalizó en el medio rural; ni qué decir tiene que los procesos que siguieron a la finalización de la contienda se perpetuarían durante años, dando lugar a una implacable represión, encarcelamiento, exilio y ajusticiamiento de muchos comuneros; o, por añadir alguna otra cuestión, Palencia se convirtió en el corazón de la Comunidad en Tierra de Campos.
Mucho se ha escrito sobre este conflicto acerca de sus protagonistas, sobre las interpretaciones políticas de la causa defendida, acerca de los acontecimientos y enfrentamientos militares, incluso se han vertido ríos de tinta en relación a la composición social de las gentes que apoyaron y se levantaron en armas contra su rey, sin embargo, se ha escrito mucho menos sobre asuntos tales como el papel de la mujer en el movimiento, o sobre la organización militar y el armamento utilizado. Precisamente sobre esta cuestión es sobre la que trata el presente reportaje.
¿Cómo estaba organizada la Comunidad desde el punto de vista castrense? ¿Eran los comuneros unos desarrapados y mal pertrechados milicianos, casi bandidos y saqueadores, como se ha apuntado? ¿Con qué armas afrontaban su órdago al omnímodo poder real, luego imperial? Dejemos claro desde el principio que el análisis se debe efectuar con la mirada puesta, para una mayor garantía histórica, en que el enfrentamiento librado no puede ser valorado con la perspectiva de hoy. Sería un gravísimo error, trasladable a otros aspectos susceptibles de ser analizados y estudiados.
J. Donon, Batalla de Vilalar |
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Señalemos que, desde el punto de vista militar, hasta comienzos de febrero de 1521 la balanza estaba del lado de la Comunidad. A partir de entonces, se iniciaría un rápido declive, debido, sobre todo, a la prolongación de un conflicto que demandaba ingentes cantidades y recursos económicos para sostener a la tropa comunera. El pago de la soldada, pertrechar de armas al ejército y mantener a la milicia, eran cuestiones cada vez más difíciles de poder afrontar. Por otra parte, el acantonamiento de las compañías en las diferentes localidades en las que se hallaban, generaba un coste y una presión económica añadida sobre las gentes de aquellos lugares, cada vez más incómodas y menos dispuestas a sufragar la manutención de los sublevados.
Las armas de las que disponían los comuneros eran las mismas que las que utilizaban los realistas, tanto del tren artillero como del armamento que presentaba la infantería. Las explicaciones son varias: la Comunidad había tomado los arsenales de las ciudades donde la rebelión había triunfado, destacando las piezas cobradas en Medina del Campo; se interceptaban los convoyes de armas procedentes de Alemania y los Países Bajos, desembarcados en los puertos de Fuenterrabía y Bilbao, sobre todo, con destino a Burgos, empresa de la que se ocupó el conde de Salvatierra y mariscal de Ampudia, Pedro López de Ayala (1485-1524), que ya se había sumado a la Comunidad en septiembre de 1521; pero no podemos dejar de citar la compra de armas y aprovisionamiento a través de Portugal. Sin embargo, desde el principio, y más aún al final, la superioridad de los ejércitos imperiales era evidente en tres aspectos: de una parte, en lo que a la caballería se refiere; de otra, disponía de mandos militares más diestros y competentes, habituados a la vida castrense y a la guerra, en definitiva, más organizados y disciplinados y, finalmente, la escasa pericia artillera, por desconocimiento, de las huestes comuneras. Estos aspectos, cruciales, quedarían evidenciados en los campos de Villalar, pero también en la rapidez de desplazamiento y despliegue de tropas sobre el escenario de las operaciones bélicas.
La superioridad comunera era manifiesta en lo que a bocas de fuego se refiere, es decir, piezas de artillería que, en no pocas ocasiones, resultarían ineficientes, como quedó patente en el intento fallido de toma del castillo de Alaejos, por parte de Luis Quintanilla (¿?-1526/27), comendador de la Orden de Santiago, maestresala, corregidor y continuo, de buena voluntad pero poco hábil en el manejo de cañones. Todo un despropósito y un despilfarro de munición y armamento.
Cuadro del siglo XIX de Manuel Picolo López, donde refleja el desarrollo de la Batalla de Villalar de los Comuneros. |
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El enfrentamiento en campo abierto y directo -frente a frente, cuerpo a cuerpo- apenas tuvo lugar, fue excepcional, nada común. Lo habitual era sitiar ciudades y plazas para proceder a su asalto y posterior conquista; el saqueo de poblaciones de las que cobrar un botín con el que pagar a la milicia y procurar su abastecimiento de víveres; la realización de operaciones a pequeña escala de ataque y retirada rápida; proceder a dificultar las vías de aprovisionamiento del enemigo; efectuar pequeñas escaramuzas frente a frente; implementar incursiones de reconocimiento y avistamiento del movimiento de fuerzas enemigas, en definitiva, una práctica bélica que buscaba el desgaste del adversario.
Los comuneros sufrieron enormemente el acoso realista desde las fortalezas que le eran leales, concretamente desde Magaz, Portillo y Simancas. Los comuneros hicieron lo propio en Tierra de Campos y en las Merindades, al norte de Burgos. El hostigamiento era recíproco, y las tropas se movían en función del avance o retirada del enemigo. Se procedía a la ocupación de plazas mal protegidas o abandonadas (Tordesillas, Villalpando, Cigales, Frómista,…) y se solían conquistar, al mínimo descuido defensivo, importantes fortalezas (Torrelobatón, Fuentes de Valdepero, Ampudia, Torremormojón, Villagarcía de Campos, Trigueros del Valle o Castromocho).
Armamento y cuerpos de ejército. Artillería. Sin duda el arma más valiosa de la que disponían y les hacía superiores, a priori, sobre las mesnadas señoriales y tropas leales al rey. Cabe diferenciar entre dos tipos de cañón:
Armamento y organización militar comunera |
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A) Asedio: con ellos se pretende batir blancos dentro de la vista del artillero. Solían fabricarse de bronce o hierro. Empleaban munición de hierro de hasta treinta libras de peso (13,608 Kg.). También eran habituales los cañones pedreros y las bombardas, que empleaban bolaños (bola de piedra) que pesaban entre cincuenta y treinta libras (13,608 -22,68 Kg.) y las culebrinas, mucho más ligeras, de mayor alcance de fuego y con munición de veinte libras (9,072 Kg). La serpentina era otra pieza muy utilizada entonces, de quince pies de longitud (457,2 cm) y que lanzaba obuses de 24 libras (10,886 Kg). Eran el principal tren artillero de gran tamaño. La progresiva sustitución de los bolaños de piedra por las bolas de hierro colado permitiría reducir el calibre. Tampoco podemos olvidar los llamados San Francisco, de gran calibre, muy novedosos y terriblemente destructivos, empleados en la toma de Torrelobatón, o en el asedio de Ampudia. Iban montados sobre cureñas colocadas sobre ruedas.
Existían distintos tipos de bombarda: la ordinaria; la trabuquera, de la que surgiría el mortero o el pedrero; el pasavolante, más larga y de menor calibre; la cerbatana y el falconete. Todas ellas fueron usadas contra personas. El falconete era un cañón pequeño, de calibre entre 5 y 6 centímetros, que disparaba bolas de hierro macizo o de arcabuz. Era un arma de retrocarga, de 400 kilos y de un alcance de hasta mil metros. La cerbatana era de pequeño calibre, semejante a la bombarda, de entre 20 y 40 centímetros de diámetro y cuya longitud no llega a 12 calibres. El pasavolante fue muy utilizado en el s. XV, también denominado merlina mayor. Equivalía a media culebrina y era considerada pieza de artillería de mediano calibre. Su peso podía alcanzar los 1.840 kg. y lanzaba bolas de hasta 18 onzas (5 kilos).
Era un armamento calificado como cañones de batir, o sea, piezas que por su calibre resultaban ideales para la destrucción de emplazamientos fortificados. Las armas de bronce, hasta el s. XVII fueron más empleadas que las de hierro, pese a su elevado coste, pues ofrecían mejores condiciones en cuanto a fiabilidad y menor peso, pero sobre todo por la mayor resistencia de su alma, dado que no sufría especial erosión a consecuencia del disparo. Fueron estos cañones los auténticos protagonistas de los principales episodios bélicos de la Guerra de las Comunidades. Eran tiempos en los que la artillería se estaba transformando.
Juan de Padilla levanta el asedio sobre Segovia |
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Consecuencia lógica sería la modificación, refuerzo y diseño de los emplazamientos defensivos. La poliorcética, como arte de atacar y defender plazas fuertes, cobró un definitivo impulso. Fortalezas, baluartes, bastiones o fortificaciones variarían su fisonomía ante la violenta acometida de la nueva artillería.
B-) Artillería de campo abierto: todos los cañones eran móviles. Junto a las anteriores piezas artilleras, poco utilizadas durante el conflicto en la lucha frente a frente, hay que añadir los sacres, que eran de pequeño calibre, un cuarto de culebrina que disparaba proyectiles de 4 a 6 libras (1,814-2,721 Kg), con variantes como la media culebrina o el sacre hispanoportugués, muy apreciado entre los siglos XVI al XIX. Se trataba de un pequeño cañón tremendamente eficiente frente a la tropa enemiga, pero de escasa contundencia en el asedio. La espingarda, algo mayor que el falconete, todavía se empleaba. Estaba compuesta por dos piezas: el fogón (llevaba la carga de pólvora explosiva), que se colocaba en la tromba que contenía un bolaño de piedra. Era de fácil manejo y movilidad, ya que era portátil. Iba fijada a una cureña sostenida por una horquilla. Su evolución la llevó a tener una culata que permitía su apoyo en el hombro.
Las piezas de artillería real intervenidas en el arsenal de Medina del Campo fueron muy importantes en número y volumen para los intereses de la Comunidad. Según Adriano de Utrecht, se perdieron: seis piezas de gran calibre -cuatro cañones y dos culebrinas-, cinco falconetes con setenta barriles de pólvora, entre 500 y 600 bolas de hierro y 30 bolaños de piedra. Una terrible pérdida que pagarían muy caro las tropas realistas en Tordesillas o Torrelobatón, por ejemplo.
Armamento y organización militar comunera |
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El arsenal perdido fue reemplazado por el traído desde Pamplona, o desde la frontera francesa en Navarra y Fuenterrabía, y por el que aportaban los nobles leales cuyas plazas se habían mantenido libres. La superioridad en volumen tomaba ventaja en el lado comunero, pero el manejo y destreza de uso permitía cobrar mayor fuerza en el lado realista. Cabe destacar a tres avezados y profesionales artilleros, de enorme prestigio y saber militar al servicio de Su Majestad: Diego de Vera (¿?-1523), Hernando de Vera -su hijo- y Pedro del Peso, futuro regidor abulense, junto a otros aventajados mandos y soldados fogueados en la guerra de Granada o las guerras de Berbería, entre otras. Por parte de la Comunidad, el más relevante conocedor del tren artillero era Pedro de Corrales, sin embargo, su amplia experiencia armamentística fue desaprovechada por razón de la jerarquía política que se establecía en el mando comunero.
Infantería. Estaba organizada en forma de milicia reclutada en cada ciudad levantada. La Santa Junta, sabedora de la necesidad de equipar a su tropa, consciente del mejor equipamiento realista, destinaba grandes recursos a comprar material en Vizcaya y Guipúzcoa, principalmente coseletes (coraza ligera, generalmente de cuero, también de metal), petos y escopetas.
Subsistían los espingarderos, que empleaban la espingarda, un fusil de cañón muy largo, desplazado por el arcabuz de mecha, de rueda y de rastrillo, antecesor del mosquete. Como los ballesteros, escopeteros y arcabuceros, también podían ser empleados por jinetes montados a caballo.
Retrato de Padilla, Bravo y Maldonado dbujados en el siglo XIX / Biblioteca Nacional |
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El peón (infante) más habitual era el escopetero, cuya divisa era fácilmente reconocible. Llevaba anudado en el brazo izquierdo una cinta o pañuelo rojo. Solía estar equipado de escopeta (parecido al arcabuz), de menor calibre, menor potencia y similar alcance (60-70 metros), con un cañón más largo. Su munición eran balas de plomo esféricas y la pólvora -que era prendida mediante un palo con un trozo de cuerda-. Vestían coraza o coselete -formada por peto y espaldar, escarcelas, hombreras y barbote- y casco (capacete). Era el tipo característico de las tropas profesionales.
Había ballesteros, aunque la ballesta era un tipo de arma anticuada pero habitual en la infantería de entonces. También había arcabuceros -portadores de arcabuz-, un arma de avancarga, de cañón y alcance más corto (50 metros efectivos), muy eficaz a corta distancia, en especial para perforar armaduras. No faltaban piqueros -pertrechados con picas-, que medían 4 metros, con moharra afilada en la punta, de fácil manejo y transporte y muy útil contra las cargas de caballería.
Muy frecuentes eran las alabardas, de 2 metros de longitud, que tienen en su cabeza de armas una punta de lanza como peto superior, una cuchilla transversal con forma de hoja de hacha en un lado y, en su lado opuesto, otro peto o punza de enganchar más pequeño. Eran empleadas para evitar las picas y como dotación de la guardia de las banderas. Las espadas armaban a los oficiales y mandos. Las había de muchos tipos según su guardamanos y longitud de hoja -algunas de más de 80 cm-. Los cascos eran el capacete y su sucesor, el morrión, de forma cónica y cresta cortante, ala ancha -abarquillada y levantada que terminaba en punta afilada por ambos lados-. Solían completar el cuadro armado los escudos, de diversa forma, tamaño y material. Las adargas eran escudos de cuero empleados por la caballería, por el contrario, la infantería los solía utilizar metálicos, muy seguros frente a las armas de fuego.
Evidentemente, cuando la situación era desesperada, o se trataba de una sublevación antiseñorial, se empleaban hachas, lanzas, dagas, cuchillería de todo tipo , o cualquier útil de labranza lo suficientemente contundentes para infringir daño al oponente.
La movilización de soldados siguió los mecanismos de la reforma de 1496. Se pretendía alcanzar una mayor agilidad y rapidez, de manera que todo varón, en edad comprendida entre los 18 y 60 años, podía ser llamado a filas. No eran muy numerosas, al menos inicialmente, y no muy bien pertrechadas. La situación era muy desigual, por ejemplo, Segovia alcanzaría los 2.500 peones y 150 jinetes, capitaneados por Juan Bravo. También destacaron los efectivos reclutados por Valladolid, Zamora, Madrid o Toledo. Situación bien distinta a la de Soria, Burgos, León, Ávila, Salamanca, Murcia o Toro, por ejemplo, cuyas guarniciones y milicias disponibles eran mucho más discretas y mermadas de efectivos, no así de recintos amurallados. Lo mismo ocurría con la ciudad de Palencia, intimidada por la amenaza que suponía la presencia de la fortaleza de Magaz, en manos del alcaide, Garcí Ruiz de la Mota, leal a Carlos I.
Según las necesidades del momento, dependiendo de las particulares circunstancias geográficas, o a consecuencia de la necesaria reposición de hombres por exigencias de guerra, cada núcleo afrontó el relevo y refresco de hombres con medidas diferentes. En Toledo, la Junta Local estableció que cada parroquia de la ciudad debía aportar una pieza de artillería, mientras que en los núcleos de población aledaños, se debía aportar un escopetero por cada diez varones entre las edades apuntadas anteriormente. Un caso de especial interés fue el del batallón de los clérigos del obispo de Zamora, Antonio Osorio de Acuña, entre trescientos y cuatrocientos sacerdotes que cambiaron el hábito por el uniforme militar y el cilicio por el arcabuz. Estaban bien provistos de armas y equipo de combate, dirigidos por su prelado que, a la vieja usanza medieval, vestía armadura y blandía espada.
El desarrollo del conflicto exigió que la milicia urbana, movilizada con carácter temporal, se transformara en un ejército a sueldo, cobrando su soldada correspondiente. Esto exigió especiales esfuerzos económicos y prácticas de guerra para garantizar la provisión de fondos con los que afrontar la paga de la tropa. Así, se procedió al embargo de los impuestos reales en sus zonas de dominio, pero también al saqueo de lugares de señorío, tanto laicos como eclesiásticos (Frómista, Fuentes de Valdepero, Cigales, Castromocho, Dueñas, Villamuriel…). Tampoco faltaron medidas de carácter fiscal extraordinario, como la imposición de nuevas exacciones, un cobro recaudado incluso de forma violenta.
El miliciano comunero, por lo general, no era un soldado al uso. Se trataba de hombres de escasa experiencia castrense y poco hábiles en el manejo de armamento. Su instrucción era escasa y su bisoñez más que evidente en las lides de la guerra. Sí cabe destacar la aportación de tropas veteranas profesionales que ya habían luchado en el campo de batalla. Era el caso de los soldados, unos quinientos, que habían participado en la expedición de Djerba o de los Gelves, y que habían desembarcado de vuelta en Cartagena el 2 de julio de 1520, o de algunos guardias reales que habían desertado debido a los bajos salarios que percibían. Mediante un emisario, Carlos de Arellano (¿?-1553), mariscal de Castilla, señor de Ciria y Borobia, conocido como Carlos el Bermejo o el Comunero, el entonces capitán general del ejército comunero, Pedro Girón de Velasco (1477/78-1531), nombrado por la Santa Junta el 11 de octubre de 1520, negoció su incorporación al bando sublevado junto a las milicias urbanas.
El volumen de milicianos varió a lo largo del conflicto y según las circunstancias o exigencias del combate. Su cálculo es difícil y aproximado. Finalizando 1520, se estima que rondarían los 9.000 infantes y en torno a 900 jinetes; en enero de 1521, rondarían los 3.000 milicianos y 400 hombres a caballo; en febrero, alcanzarían los 6.000 soldados y 600 lanzas a caballo. En Villalar, dos meses después, contaron con 6.000 hombres, incluidos 1.000 escopeteros y 400 lanzas de caballería. Así pues, el baile de cifras depende de muchas variables difíciles de poder calcular a nivel global, en su conjunto.
Un problema notorio, más que evidente, era la fragmentación y dispersión de los efectivos disponibles. Es decir, la autonomía de las milicias de cada ciudad o de la fortaleza en la que se acantonaban, que se solían destinar a garantizar la defensa de su población y entorno, por supuesto que para emprender operaciones de castigo a poblaciones y plazas enemigas próximas. Ocasionalmente eran convocadas con motivo de alguna operación militar de carácter general.
Caballería. Si en infantería y artillería el balance era netamente favorable, más por cuestión de número que por eficacia, a la Comunidad, en lo referente a la caballería la situación tornaba a favor de los realistas. La razón era obvia, la falta de apoyo nobiliar incapacitó notablemente a los comuneros que se vieron debilitados en cuanto a la presencia de este cuerpo de ejército entre sus huestes. Los nobles poseían caballos y jinetes que los montaran, a la sazón, vasallos y mesnadas nutridas. Ello representaba una mayor capacidad de movilidad en el ataque y el repliegue táctico.
Según la tradición, la caballería correspondía, por cuestión de orden y estamento, a los caballeros, es decir a los nobles. Se dividía en dos tipos:
A) Caballería pesada: cuya reglamentación había sido señalada en 1503. Se refería a la de Guardas, muy activas dentro del ejército comunero. Su equipo constaba de : armadura completa, dos lanzas, espada (espada de punzar estrechada desde la empuñadura, acabada en una afilada punta de tres o más mesas -lados de la hoja-, empleada para puntear, no cortar, muy adecuada para perforar las cotas de malla y el arnés -armadura completa-, el estoque y la daga. Las protecciones de armadura también incluían los petos, arneses y armadura de los caballos. Las lanzas -así llamadas- eran los hombres de armas a caballo. Su coste y manutención era muy elevado. Durante la Guerra de las Comunidades asistiremos al capítulo final de este tipo de cuerpo de caballería.
B) Caballería ligera: también conocida como hombres de armas y coraza o jinetes. Su atavío era: capacete, babera (pieza unida al casco que protegía el cuello, el mentón y la boca), quijotes (pieza que cubre el muslo), faldas, protecciones de brazos, lanza, adarga (escudo de forma alargada o de corazón, usado originalmente por los musulmanes), espada y puñal.
Las milicias urbanas, sin duda alguna, constituían el grueso de sus tropas, aunque de capacidad militar muy limitada. Pese a ello, en su desesperado intento de crear un cuerpo de caballería, tan necesario como fundamental, dada la desventaja con el bando realista en este cuerpo de ejército, se hicieron esfuerzos denodados e insistentes por conseguir reclutar jinetes. Esto les permitió contar con una caballería reducida, pero muy reforzada con las quinientas lanzas, que, se estima, incorporarían de las Guardas que se sumaron, previo pago de su soldada, a la Comunidad. No obstante, su fuerza iría mermando antes de la batalla de Villalar. Para entonces, los realistas habían conseguido rehacer y concentrar sus fuerzas, mejor equipadas, más motivadas y profesionales, espoleadas por los grandes y pequeños señores del Reino.
Jefes y destacados capitanes. Ante la necesidad, inesperada, de organizar un ejército que canalizara las fuerzas de la milicia, la Santa Junta, establecida en Tordesillas junto a la reina Juana I, toma la decisión de nombrar de oficio, como capitán general de la Comunidad, a Pedro Girón de Velasco (1477/78-1531), III conde de Urueña, con Grandeza de España, señor de Osuna, Tiedra, Peñafiel, Frías, Briones, Frechilla, Morón de la Frontera, Archidona, El Arahal, La Puebla de Cazalla, Gelves, Olvera, Ortejícar, Villafrechós, Gumiel de Izán, Villamayor y Santibáñez. Casi nada. Que tras el desastre de Tordesillas (5 de diciembre de 1520), por su negligencia, más traición que otra cosa, sería relevado del mando. Le sustituiría, sin votación ni nombramiento oficial, por aclamación popular, como nuevo capitán en jefe, Juan de Padilla y Dávalos (1490-1521), célebre caudillo comunero e hidalgo castellano, esposo de la célebre 'leona de Castilla', María López de Mendoza y Pacheco (1496-1531). Lo sería hasta la derrota de Villalar.
Pedro López de Ayala (1485-1524), conde de Salvatierra, mariscal de Ampudia, señor de los valles de Ayala, Llodio, Arciniega, Arrastaria, Urcabustaiz, Cuartango, Orozco, Valdegovia, Morillas y Orduña, destacó con especial brillantez en las Merindades. Fue nombrado capitán general del norte de España el 26 de noviembre de 1520.
Otros jefes militares, sobradamente conocidos, fueron el de las milicias de Segovia, Juan Bravo (1483-1521); el de las de Salamanca, Francisco Maldonado (1480-1521) y su primo, Pedro Maldonado Pimentel (1490-1522); de Toledo, Pedro Lasso de la Vega y Guzmán (¿?-1554); el obispo de Zamora, Antonio Osorio de Acuña (1453-1526); de Madrid, Juan de Zapata, su hermano, Pedro de Zapata, Pedro de Laso o Rodrigo Luzón; de Medina del Campo, Luis de Quintanilla, Fernando de Bobadilla y Francisco del Mercado; de Ávila, Suero del Águila y Gómez Dávila; de Valladolid, Alonso de Saravia y Pedro de Tovar; de León, Ramiro Núñez de Guzmán; de Toro, Diego de Ulloa y Sarmiento; de Burgos, Garcí Pérez de Urrez; de Cáceres, Juan Torres Golfín; en Guadalajara, Francisco de Medina, Juan de Urbina y Diego Esquivel. En definitiva, no faltaron arrojados comuneros, erigidos en los líderes de su respectiva Comunidad, pero de igual manera hubo oportunistas que cambiaron de bando a conveniencia. El denominador común era la falta de conocimientos apropiados necesarios para la guerra. No era suficiente el entusiasmo, el valor o el compromiso.
En Palencia sería muy interesante la organización de guerra dispuesta por un experto, Gonzalo de Ayora (1466-1538), o la contribución del capitán Antonio de San Román, Bernardino de San Román, Pedro López de Calatayud, o los últimos jefes militares de la Comunidad palentina, Juan de Mendoza y Juan de Figueroa.
07-12-2021 - El artista Vicente Panach dona a Medina del Campo su obra sobre ‘La Quema’ de 1520.
El artista Vicente Panach dona a Medina del Campo su obra sobre ‘La Quema’ de 1520. |
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Redacción.- El pasado sábado 4 de diciembre el edificio Simón Ruiz CDE recibió una obra contemporánea que representa la “Quema de Medina de 1520”. El artista valenciano, Vicente Panach, explicó en un acto de recepción muy sencillo qué había querido representar con su obra y por qué había elegido este motivo.
En la entrega del trabajo artístico participaron la concejala delegada del área, Nadia González Medina, así como algunas de las asociaciones que hacen posible la Semana Renacentista, Comuneros Hacia Medina, Guardia Real de Arqueros Corps y ASCEDIS.
Durante la recepción del cuadro, el artista explicó que buscaba con su pintura dar un giro completo a la historia, no creando una ilustración histórica de lo que había pasado sino mostrando con su obra una visión más contemporánea de lo que se vivió en la quema de Medina del Campo de 1520. La obra representa el caos que se genera cuando se empieza a ver el fuego y la gente asustada preguntándose qué estaba sucediendo.
La actuación está improvisada en el momento de realización y el artista destacó que entre otros, se puede apreciar la Torre del Homenaje del Castillo de la Mota. Asimismo, con el caos generado, se ve en la pintura una atmósfera de destrucción claramente.
La obra de arte abstracta se compone de un conjunto de 3 cuadros que quedarán expuestos en el edificio Simón Ruiz para el uso y disfrute de todos los medineses así como para los visitantes que disfruten de nuestra Villa.
La concejala responsable del área, Nadia González Medina, agradece al propio artista que nos haya donado este cuadro y le invitamos a disfrutar de la próxima Semana Renacentista en la que esperamos podamos vivir con todo su esplendor y total normalidad.
14-12-2021 - Entrevista al fiscal Joaquín González Herrero.
La dictadura del obispo Acuña |
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26-12-2021 - La dictadura del obispo Acuña
José María Nieto Vigil
La guerra de las comunidades
La dictadura del obispo Acuña |
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Finalizaba el mes de noviembre y la Comunidad se proponía un ambicioso objetivo militar: ocupar Medina de Rioseco, lugar en el que se encontraban los gobernadores del reino –regente y almirante de Castilla-. Hasta ese momento la superioridad militar de la artillería de los comuneros era evidente, toda vez se habían apropiado de la artillería realista del arsenal de Medina del Campo. No obstante, los realistas habían hecho notables intentos de reforzarse merced a los esfuerzos del III condestable, Iñigo Fernández de Velasco y Mendoza (1462-1528), y de su hijo, el conde de Haro, Pedro Fernández de Velasco y Tovar (1485-1559), que habían conseguido, con notables esfuerzos, traer piezas de artillería del arsenal de Pamplona (trece sacres y falconetes). Material fue destinado a la defensa de la ciudad de los Almirantes. Además, se habían hecho con los servicios de un magnífico artillero, Manuel Herrera.
Ante esta situación, las tropas de la Comunidad, comandadas por Pedro Girón y Velasco (1477/78-1531) y Antonio Osorio de Acuña (1460-1526), célebre obispo comunero, en lugar de dirigirse a su objetivo inicialmente previsto contra Medina de Rioseco, determinado por la Santa Junta, lo hicieron hacia su derecha, hostigando y ocupando Villagarcía de Campos (lugar de señorío de Gutierre de Quijada) y Villalpando (lugar de dominio del condestable). El resultado de esta incompresible maniobra militar traería graves consecuencias.
Al hacer esto, se dejó libre un corredor que permitió el ataque realista desde Medina de Rioseco a Tordesillas. La operación fue comandada por el conde de Haro, profundamente molesto con el ataque comunero a las propiedades señoriales. La Santa Junta, no llegaría siquiera a imaginar que esta táctica tendría lugar, pues creían que los realistas carecían de artillería pesada, es decir, cañones y culebrinas, que son piezas de batir fortificaciones. Además Tordesillas contaba con una sólida defensa amurallada. Nada les invitó a pensar en esta posibilidad.
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¿Por qué los comuneros no atacaron Medina de Rioseco como estaba previsto? La explicación parece ser que Pedro Girón, III conde de Urueña, señor de Osuna, Grande de España y, posteriormente, camarero mayor del emperador en la Cámara de los Paños (vestiduras imperiales), traicionó a la Comunidad. Su relación de parentesco con el condestable y el IV almirante de Castilla, Fadrique Enríquez de Velasco (1460-1538), le permitió alcanzar acuerdos secretos por los que, a cambio del perdón del emperador, éste les entregaría Tordesillas y a la reina Juana I (1479-1555). Su parte fue cumplida, pero él tardaría en recibir la suya, previo destierro.
En Tordesillas, se había instalado la Santa Junta, desde septiembre, junto a la reina, lo cual les dispensaba una autoridad y la anulación efectiva del Consejo de Castilla. El interés por recuperar la villa era claramente político, amén de la ventaja militar que sobre el terreno ofrecía.
La reina Juana estaba allí recluida junto a su hija, Catalina de Austria (1507-1578), la menor de sus vástagos y rabuda de nacimiento, es decir, de Torquemada. Su confinamiento, decidido por su padre, Fernando II de Aragón (1452-1516) el Católico, se prolongaría desde 1509 hasta su muerte, en 1555. 46 años de infeliz y melancólico cautiverio. Solamente saldría de su reclusión por un brote de peste declarado que la obligó a trasladarse a Tudela de Duero, en 1534.
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El rey Carlos I, el 15 de marzo de 1518, durante su estancia en Valladolid con motivo de la celebración de las Cortes, nombró como gobernador de la Casa de la reina y de la villa de Tordesillas a los II marqueses de Denia y I condes de Lerma, Bernardo de Sandoval y Rojas (1480-1536), y a su esposa, Francisca Enríquez (¿?-1538). El trato impuesto a Su Majestad fue deleznable y miserable, actuando como verdaderos carceleros y sometiendo a la reina a unas condiciones indignas de su condición. Con la llegada de los comuneros serán expulsados y, cuando se recuperó nuevamente la villa, volverían a ejercer su execrable labor de guardia y custodia. Así pues, entre septiembre y noviembre la reina pudo disfrutar de cierta libertad.
La batalla de Tordesillas. Pedro Girón de Velasco, capitán general de la milicia comunera, había instalado su campamento en Villabrágima el 2 de diciembre, siguiendo instrucciones de la Santa Junta, pero en lugar de atacar Medina de Rioseco, se dirige contra Villalpando. La villa cae en manos de la Comunidad el 3 de diciembre. Esta circunstancia es aprovechada por el condestable para poner a sus tropas rumbo a Medina de Rioseco. Era el 4 de diciembre.
Sobre el escenario la situación es la siguiente. Las localidades controladas por los comuneros eran: Villafrechós, Tordehumos, Villagarcía de Campos y Urueña. Por su parte, los realistas controlaban: San Pedro de Latarce y Mota del Marqués. Así pues el camino hacia Tordesillas recorrido por los realistas fue siguiendo la ruta Medina de Rioseco-Castromonte-Peñaflor de Hornija-Torrelobatón-Tordesillas. El ejército desplazado contaba con siete mil infantes, dos mil lanzas y veinte piezas de artillería. Por su parte, la villa estaba defendida por ochenta lanzas, cuatro mil infantes –muchos de los cuales eran los clérigos reclutados por el obispo Acuña- y algunas piezas de artillería.
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De la defensa comunera se encargaba Luis de Quintanilla (fines s.XV-156/27), trece de la Orden de Santiago, ayuda de cámara del infante Don Juan de Aragón (1478-1497) y corregidor de Úbeda y Baeza y de Medina del Campo, quien se protegía a la reina. Con la llegada de las tropas comuneras a Tordesillas, con las milicias segovianas de Juan Bravo, madrileñas del capitán Juan de Zapata, y las de Toledo con Juan de Padilla, sería nombrado defensor de la plaza y encargado de la protección de la reina. Era el 29 de agosto de 1520.
Temprano, en la mañana del 5 de diciembre. Las tropas realistas, comandadas por el conde de Haro, llegan a las puertas de Tordesillas. Previo al ataque, instan a los defensores a la rendición. La respuesta fue el silencio. Nuevamente, al mediodía, se reitera en la rendición, en este caso la respuesta sería negativa. Así daría comienzo el ataque realista. Eran las 15,30 y el combate se prolongaría durante seis largas horas.
Junto a Luis de Quintanilla defendió la villa Suero del Águila. Gentilhombre de la Casa de Aragón de Carlos I y Juana I, cuya residencia en Ávila era el palacio de los Verdugo. En 1520 ya era regidor de Ávila. La estrategia de acoso fue clara. Con la artillería pesada, se procedió a batir la zona más débil de la muralla, castigándola fuertemente hasta abrir brecha. Hacia las ocho de la tarde, finalizaba la lucha tras apagar los últimos focos de resistencia. De manera inmediata, las tropas realistas se entregaron al pillaje y al saqueo. El parte de bajas es difícil de precisar, dado lo cruento de la lucha mantenida.
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Por parte de los realistas, la presencia altos dignatarios y notables del reino fue numerosa: conde de Haro, Pedro Fernández de Velasco y Tovar; II conde de Benavente, Alonso Pimentel y Pacheco; III conde de Luna, Francisco Hernández de Quiñones y Osorio; III conde de Alba de Liste, Diego Enríquez de Guzmán; III marqués de Astorga, Alvar Pérez de Osorio; II marqués de Denia, Bernardo de Sandoval y Rojas; Francisco de Zúñiga Y Avellaneda y Velasco, III conde de Miranda; Juan de Silva, III conde de Cifuentes; Diego de Rojas, gobernador de Galicia; Pedro González de Bazán, III vizconde de Valduerna; Beltrán II de la Cueva, futuro III duque del Alburquerque; Pedro Álvarez de Osorio, I conde de Trastámara; Juan Manrique, embajador de Carlos V; Juan de Ulloa, I señor de Villalonso; Francisco Enríquez, adelantado de Castilla; Diego de Osorio, regidor de Burgos y hermanos del obispo Acuña; Luis de la Cueva y Toledo, hermano de Beltrán, etcétera. Nadie quería quedarse fuera de la lista de participantes que le fue remitida al emperador, en la que se le daba a conocer la liberación de la reina y de Tordesillas. La flor y nata quedó allí retratada para su mejor gloria y futuros beneficios procedentes de las mercedes del rey, que bien sabría reconocer sus servicios prestados.
Las consecuencias para los comuneros fueron muy importantes: además de haber perdido la ventaja de tener bajo custodia a la reina, y con ella su sello real –necesario para dar curso a los documentos oficiales-, el revés militar supuso la pérdida de una importante plaza, de enorme valor estratégico. Pero aún hubo más. Trece procuradores fueron hechos prisioneros: Antonio de Quiñones y Juan de Benavente (procuradores de León); Juan de Solier (procurador de Segovia); comendador Almaraz y Pero Sánchez (procuradores de Salamanca); Diego del Esquivel (procurador de Guadalajara); Pedro de Sotomayor (procurador de Madrid); el doctor Juan Cabeza de Vaca (procurador de Murcia); Diego Montoya (procurador de Toledo); Gómez de Ávila (procurador de Ávila); Pedro Merino (procurador de Toro); Licenciado Bartolomé Santiago (procurador de Soria) y Doctor Alonso de Zúñiga (de Salamanca).
Además, pese a la reorganización de la Santa Junta en Valladolid (15 de diciembre de 1520), de las catorce ciudades hasta entonces representadas, dos no volverían a enviar procuradores (Guadalajara y Soria). La moral estaba decaída y provocó numerosas deserciones, sobre todo en Valladolid y Villalpando. Pedro Girón de Velasco, renunció a su cargo y se retiraría a sus posesiones de Peñafiel, a la espera de un perdón que no llegaba. El obispo Acuña, que participó en la campaña de Girón, se retiró con sus tropas a Toro. Luis de Quintanilla se marcharía a Medina del Campo. Otros, como Pedro Laso de la Vega, Hernando de Ulloa o Diego de Guzmán, buscarían su resguardo y mayor seguridad en Valladolid.
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Una conjunción de factores permitieron la caída de Tordesillas: de una parte, la decisión de Adriano de Utrecht de tomar Tordesillas, la suma de las mesnadas de los señores que fueron a Medina de Rioseco, su rearme artillero y la capacidad de la sorpresa; de la otra parte, la negligencia de los comuneros, quizá la traición de Pedro Girón y, que desde Valladolid y Medina no llegaron los refuerzos previstos.
Se irán produciendo en el seno los comuneros dos bandos con posiciones distintas. De un lado, aquellos que, dados los reveses militares sufrido, eran partidarios de una solución negociada al conflicto mediante la negociación; de la otra parte, mucho más beligerante y aguerrida, que planteaba, de manera decidida, seguir con la lucha armada. Esta facción, triunfante sin duda, sería su principal representante Juan de Padilla.
No obstante la Comunidad se recompuso con rapidez. La llegada de Juan de Padilla, procedente de Toledo, aclamado por las gentes como nuevo capitán en jefe de las tropas –aunque no designado oficialmente-, subió la moral decaída. Se intensificó el reclutamiento de nuevas tropas, sobre todo en Valladolid, Toledo y Salamanca.
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Dos tácticas militares se planteaban: una, mucho menos ambiciosa y más discreta en el plano militar que pretendía la toma de Simancas y Torrelobatón, defendida por Pedro Laso de la Vega y Guzmán (¿?-1554), señor de Arcos y regidor de Toledo –hermano del soldado y poeta Garcilaso de la Vega-, que aspiraba a ser capitán general del ejército comunero y que contaba con el apoyo de la Junta, pero que no fue aceptado como tal por el pueblo de Valladolid que, de manera enfervorizada, aclamaba a Padilla. La enemistad entre ambos fue cuajando hasta el punto que desertó de la causa de la Comunidad y, en marzo, se pasaría al bando realista. La otra facción, mucho más ambiciosa, pretendía poner cerco a Burgos y, con la connivencia de los comuneros de la ciudad, tomarla y ponerla definitivamente del lado de la Comunidad. Esta postura triunfó, si bien la expedición iniciada a mediados de enero de 1521, con un ejército conjunto de Acuña y Padilla, apoyado desde el norte de Burgos por el conde de Salvatierra, Pedro López Ayala (1485-1524), que dificultaba el aprovisionamiento de armamento con destino a la ciudad castellana. La maniobra fue un auténtico fracaso, debido a la precipitación del levantamiento de la ciudad, antes de la fecha prevista, lo cual beneficiaría al condestable para reprimirla.
En este contexto, en diciembre es reclamado por la Santa Junta, ya establecida en Valladolid, para que acuda el obispo de Zamora, Antonio Osorio de Acuña, para hacerse cargo de una importante encomienda a desarrollar en Tierra de Campos, vital y fundamental para llenar las vacías arcas de la Comunidad, para levantar fervores adormecidos y para hostigar lugares de señorío de los que obtener preciados botines y víveres con los que mantener al ejército. Por descontado, efectuar el reclutamiento de nuevas tropas.
Tres aspiraciones personales tenía Acuña y ninguna de ellas consiguió: la primera, ser nombrado capitán general de los ejércitos comuneros; la segunda ser obispo de la diócesis palentina, sucediendo al obispo fallecido Juan Fernández de Velasco. Su autoproclamación como obispo no fue reconocida por la Santa Sede; finalmente, ser nombrado arzobispo de Toledo, en sustitución de Guillermo Jacobo de Croy (1497-1521), sobrino del señor de Chiévres, Guillermo de Croy (1458-1521) que había fallecido súbitamente el 6 de enero de 1521.
Llegada del obispo Acuña a Palencia. Vencía el otoño en los campos de Castilla y se aproximaba el invierno cuando, por expreso mandato de la Santa Junta, reestablecida en Valladolid tras perder Tordesillas, llegaba a tierras palentinas el obispo comunero, obispo de Zamora, Antonio Osorio de Acuña, dando inicio al periodo de mayor efervescencia del movimiento insurgente contra la autoridad de Carlos I de España y emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. A esta etapa la denominó el eminente hispanista Joseph Pérez como La dictadura del obispo Acuña, en su magnífica tesis doctoral, La revolución de las Comunidades de Castilla (1520-1521, el mejor estudio publicado hasta el presente.
El prelado zamorano, de origen vallisoletano, era un hombre de edad avanzada, sexagenario. Su vinculación con Palencia le viene por su ascendencia familiar. Era hijo natural de Aldonza de Guzmán y Luis Vázquez de Acuña y Osorio (1426-1495) que, entre otras responsabilidades fue obispo de Segovia y Burgos, capellán de los Reyes Católicos, y señor de Abarca de Campos, Villarramiro, Villahán de Campos y Vallejera. Su hermano era Diego de Osorio, regidor de Burgos, casado con Isabel de Rojas, heredero en régimen de mayorazgo por ser el primogénito. Tenía una vinculación directa con doña Inés de Osorio (¿?-1492), célebre dama benefactora de la catedral de Palencia, donde se encuentra enterrada (capilla del Sagrario), por ser hermana del obispo de Burgos. Así pues tía de Diego y Antonio. Casada en primeras nupcias con Garcí Alonso de Chaves y, ya viuda, contrajo matrimonio con Álvaro de Bracamonte. Al no tener descendencia, cedería sus títulos a Diego, quien tomó parte en la batalla de Tordesillas.
El obispo de Zamora –promovido para dicho episcopado en 1506- llegó dotado de plenos poderes sobre Tierra de Campos, comprendida entre las actuales provincias de Burgos y de Palencia. Sus órdenes eran muy explícitas y concluyentes: percibir y recaudar impuestos en nombre de la Junta; avivar el fervor revolucionario, que se encontraba un tanto decaído; organizar de manera definitiva una administración local devota de la causa de las Comunidades; desterrar, reprimir y perseguir a los sospechosos de ser contrarios u opositores; finalmente, reclutar hombres de armas.
En apenas cuarenta días, cuando se marchó de estas tierras terracampinas, sus objetivos se habían logrado con creces sobre lo inicialmente previsto. Era hombre de temperamento y fuerte carácter, aguerrido y muy avezado en el manejo de la espada, jinete abnegado y sufrido y un gran orador, de voz rotunda y argumentos intimidantes y convincentes. Su estampa era verdaderamente reflejo de su personalidad y manera de concebir la vida, pues iba vestido con su coselete, a la usanza medieval. Era, sin duda alguna, uno de los más radicales jefes de las Comunidades.
Antes de su llegada a Palencia ya había protagonizado algunos capítulos de fervor comunero, como por cuando arrasó la casa del regidor de Toro, Pedro de Bazán, III vizconde de Valduerna, o como cuando echó de Zamora al III conde de Alba de Liste, Diego Enríquez de Guzmán. Su fama le precedía por sus métodos violentos y terriblemente expeditivos.
Los métodos empleados para el mejor cumplimiento de su misión no repararon en todo tipo de medios a su alcance. Sitió Frechilla; saqueó Frómista; no dudó incluso en profanar suelo sagrado, como fue el caso de la iglesia de San Mamés, en Magaz de Pisuerga; sometió a vejación a la familia de Andrés de Rivera, incluido el doctor Nicolás Tello, oidor del rey en el Consejo de Castilla, es decir, hizo uso de un poder coercitivo, autoritario y violento cuando fue necesario. Junto a los iniciales objetivos se planteó el saqueo de lugares de señorío, en clara venganza por el incendio de Medina del Campo y la reciente derrota comunera en la batalla de Tordesillas, en la que los principales nobles y señores del reino se habían alineado junto a las tropas del bando realista. Tampoco cejó en su empeño por tratar de debilitar la fortaleza de Magaz, último bastión del poder real en tierras palentinas. Desde allí, su alcaide, Garcí Ruiz de la Mota (¿?-1545), efectuaba numerosas incursiones con el objetivo de dificultar el aprovisionamiento de la ciudad de Palencia y entorpecer los movimientos de las milicias comuneras.
Cuando llegó a Dueñas (23 de diciembre de 1520), no quedaba apenas vestigio de autoridad real en Palencia. El corregidor de Palencia, Sebastián Mudarra, ya había huido tras el incendio de su casa a finales de mes de septiembre. El nombramiento de un nuevo obispo de la diócesis palentina, proclamado el 4 de julio de 1520, Pedro Ruiz de la Mota (¿?-1522) –hermano de Garcí-, había exaltado los ánimos de sus feligreses y jamás llegó a tomar posesión de su cargo, pues como hombre de confianza de Carlos I, le estaba acompañando durante sus viajes por Flandes y Alemania. Solamente quedaba como representante de la autoridad regia, Don Diego de Castilla, hombre influyente y jefe del Regimiento de la capital palentina. Éste, cuando tuvo conocimiento de la llegada de Acuña, sabedor de lo peligroso de su estancia en la ciudad y del grave riesgo que corría su vida, huyó.
Acuña utilizó el palacio de los condes de Buendía, como su lugar de residencia y cuartel general habitual, en Dueñas, por encontrarse bien protegida y a medio camino de Valladolid. El 24 de diciembre entra en Palencia, convoca al Regimiento de manera inmediata, logrando que se votase como corregidor al caballero de Medina del Campo, Antonio Vaca de Montalvo, hombre de probada lealtad. Como alcalde, encargado por tanto de las competencias judiciales, al licenciado Esteban Martínez de la Torre. Ambos tomarían posesión de sus cargos el 28 de diciembre.
Entre el 24 de diciembre y el 4 de enero, fecha en la que retorna a Valladolid para descansar y seguir instrucciones de la Junta, había conseguido que la Comunidad estuviera sólidamente asentada en Palencia, habiéndose dirigido, mediante escritos, a las behetrías de Campos y Carrión. Reclutó y organizó tropas, recaudando la nada desdeñable cifra de cuatro mil ducados, una cantidad muy importante para las necesitadas arcas de la Comunidad. Además, se autoproclamó obispo de Palencia, nombramiento sin validez eclesiástica puesto que no estuvo avalada por Roma.
En Valladolid permanecería hasta el 5 o 6 de enero y es allí, donde tuvo conocimiento del súbito fallecimiento del arzobispo de Toledo, Guillermo de Croy, cuya mitra era uno de los sueños que aspiraba a cumplir largamente, algo que no conseguiría de ninguna forma. Su descanso era ciertamente merecido, dado lo avanzado de su edad y por el cansancio y la fatiga provocada por sus constantes movimientos a la grupa de su caballo.
De vuelta a Palencia, su actividad se centra en devastar los lugares de señorío, de los cuales obtenía importantes botines de guerra en dineros y víveres para el mantenimiento de las tropas de la Comunidad. Sus víctimas se quejarán amargamente de sus abusos y los graves daños sufridos, como queda reflejado en los documentos de la época. Su actividad fue infatigable y exitosa. El 7 de enero atacará y conquistará la fortaleza de Fuentes de Valdepero. El 8 de enero, nombrará alcalde mayor del adelantamiento de Castilla en Palencia a Esteban Martínez de la Torre. El día 9 tomará Trigueros, lugar de señorío de Gutierre de Robles. El día 10 será especialmente activo, pues recorrerá Castromocho, Becerril de Campos, Carrión, Villalcázar, Frómista, Piña, Amusco, Támara y Astudillo. Los resultados le permiten imponer su autoridad de manera incontestable, aún cuando sus excesos fueron verdaderamente notables.
Su campaña por tierra de Campos se vio temporalmente interrumpida por el intento fallido de expedición contra Burgos, donde el condestable controlaba la ciudad y había acallado las protestas de los comuneros locales. Se trató de una operación en connivencia con el conde de Salvatierra, Pedro López de Ayala (1485-1524), mariscal de Ampudia, que desde el norte de Burgos intentaba incitar a la rebelión de las merindades e impedir el aprovisionamiento de armas de Burgos, que llegaba desde los puertos vascos. El contraataque realista no se hizo esperar, atacando por la retaguardia comunera en Ampudia y Torremormojón, de la mano de las tropas asturianas llegadas a Medina de Rioseco, comandadas por Francés de Beaumont y del corregidor asturiano y comendador de Mirabel, Pedro Zapata. Resuelto este contratiempo, Juan de Padilla y el obispo Acuña, retomaran su expedición contra Burgos, con la ya mencionada colaboración del conde de Salvatierra. Esta operación concluye con un sonoro fracaso, pues el condestable alcanzó un acuerdo con los sublevados, que ocupaban el castillo desde junio de 1520. Abandonarán su empeño a cambio del perdón y de la celebración del mercado franco una vez por semana. Acallada la protesta, que se había iniciado un día antes de lo previsto y pactado, Padilla retornará a Valladolid y Acuña a Palencia.
Después de este contratiempo, el 23 de enero retomará su campaña militar por Tierra de Campos, atacando Paredes de Nava, Trigueros, Becerril de Campos y Frechilla. Sus objetivos eran los de barrer el régimen señorial mediante la ocupación y destrucción de sus plazas fuertes, eliminar su amenaza real y saquear para dar de comer y pagar la soldada a sus tropas, evitando los amotinamientos y las deserciones a consecuencia del impago de las mismas.
Fracasará en el intento de tomar la bien defendida fortaleza de Magaz, que representaba una seria amenaza. Su frustración le llevó, a modo de venganza, a entrar a saco en la villa. En palabras del propio condestable, mediante informes del alcaide, no dejó ningún asador, maravedí o cabeza de ganado que poder llevarse. Además robó los crucifijos de plata, los ornamentos litúrgicos e, incluso, el manto de la Virgen de Villaverde, de la iglesia de San Mamés. Un preciado botín, desde luego.
Tariego, localidad propiedad de los III condes de Buendía, Juan de Acuña y su esposa, María Padilla, sería ocupada el 29 de enero. De su interesante castillo no quedan vestigios, tampoco del recinto amurallado que defendía la posición.
Frómista, villa del marqués Gómez de Benavides, es sitiada el 1 de febrero, solicitando un rescate para evitar su saqueo. Los vecinos ofrecen una cantidad inferior a la reclamada, motivo por el cual Acuña decide entrar a saco en la localidad. En esta ocasión, además de los dineros reclamados, se lleva crucifijos, cálices y patenas de las iglesias.
Antes de abandonar tierras palentinas acometió contra Baltanás, señorío del marqués de Aguilafuente, Pedro de Zúñiga. En Vertavillo hizo promesas de separarla de la jurisdicción de aquella a cambio de su apoyo. Los vecinos vertavilleros quedaron exentos de sus compromisos y responsabilidades con Baltanás y se convirtieron en cabeza de jurisdicción. Su colaboración fue decidida, llegando a levantar horca y picota, en señal de los nuevos tiempos comuneros.
Entre los días 29 de enero y 2 de febrero atacará Cordovilla La Real, cuya fortaleza era propiedad del conde de Castro, Rodrigo de Mendoza. El ataque lo efectúa desde Torquemada, donde residía desde su vuelta de Burgos el 23 de enero. En esta localidad encontró apoyos militares a los que sumó a las gentes cordovillesas. Según parece, no existió resistencia ni del alcaide de la fortaleza, ni del propio conde. Gracias a los documentos de los procesos seguidos tras la contienda sabemos que, mediante el pleito celebrado ante el Consejo Real, reunido en Palencia, el conde acusó a los vecinos de Torquemada de haber participado en los sucesos y por ser aquella el punto de partida de la operación militar perpetrada, también acusó a algunos de sus vecinos de Vertavillo por la ayuda prestada y contra los capitanes, como autores materiales de la ejecución del saqueo, Sancho Lárez y Francisco de Vallejo.
También serían procesados y condenados al pago de indemnizaciones algunos de sus atacantes: Pedro Gil, Diego de Toledo, Pedro Garrido, Juan del Campo, Hernando de Alvarado, Juan de Burgos y Francisco de Astudillo y su esposa.
El balance de sus apenas cuarenta días por Tierra de Campos no pudo ser más beneficioso para los intereses de la Comunidad. Su labor de propaganda y enardecimiento del sentimiento comunero levantó los ánimos y ganó apoyos. Son célebres sus arengas en las que se presentaba como el estandarte de la emancipación señorial, de la rebelión contra los poderosos, y presentándose como portador de la paz y la libertad. Ganó no pocas simpatías entre los campesinos y los clérigos rurales. Su popularidad era muy notable entre los grupos populares, por el carácter antiseñorial que representaba. Muy lucrativa, en lo económico, dado el enriquecimiento que proporcionó a la Comunidad mediante los saqueos de fortalezas, iglesias y villas; cobró para su causa las rentas reales y aposentó numerosas capitanías en las localidades adeptas. Tampoco podemos olvidar el aprovisionamiento de víveres para las tropas comuneras, muy sustancioso y necesario.
Fue reclamado por Valladolid en febrero. Las razones eran de naturaleza político-militar, puesto que el escenario se había trasladado al triángulo Valladolid-Medina de Rioseco-Tordesillas. Padilla todavía aspiraba a un rápido triunfo para reforzar la moral. Es allí donde se encuentra el grueso de las tropas enemigas, no en Burgos. Los realistas, bien instalados en fortalezas situadas estratégicamente (Portillo, Simancas o Magaz, por ejemplo) dominaban la región y organizaban operaciones de castigo a las huestes comuneras. De esta manera se ponía fin a la denominada dictadura del obispo Acuña en Tierra de Campos.