A los 17 años, Isabel
había vivido lo bastante como para tener
claro
el sentido de su existencia. Cuando aquel 24
de agosto la adolescente rubia, de piel muy
blanca y ojos azules, herencia de los Lancaster,
esperaba en Cebreros el documento que su hermano
Enrique había firmado a pocas leguas,
en Cadalso de los Vidrios, reconociéndola
como Princesa de Asturias y heredera del trono,
tenía ya la misma contextura física,
espiritual y política de su madurez.
Sabía lo que quería y, sobre todo,
lo que no quería, que era precisamente
lo que estaba bien a la vista en Castilla. Isabel
se hizo mayor a golpe de zozobras y desventuras.
Pero aquella muchacha inteligente,
hermosa según los gustos de la época,
piadosa y retraída,
parecía abocada a un destino poco halagüeño.
La degradación de la Corte y los escándalos
de Enrique; el menosprecio de éste a
su madre; la soledad; la falta de recursos,
lindante con la escasez, que madre e hija padecieron;
la sombra de un matrimonio forzado, del que
se había librado poco antes por la súbita
muerte del maestre de Calatrava, viejo rijoso
al que la había prometido Enrique IV
para asegurarse el apoyo de su hermano el marqués
de Villena, y el peligro que corría su
vida en aquel baile de golpes de mano, cambio
de herederos, raptos y asesinatos, la hicieron
madurar a la fuerza.
También la hicieron
extremadamente cautelosa, aunque no medrosa.
Cuando tuvo ocasión de acceder al poder
y de ejercerlo, nunca dudó. Pero no había
en ella improvisación sino reflexión
acorde con las circunstancias. Y por cierto,
que desde aquel 19 de septiembre de 1468, cuando
fue jurada Princesa de Castilla en la venta
de los Toros
de Guisando, no faltaron circunstancias
para poner a prueba el ánimo más
esforzado. Eso mismo pidió la víspera
en la capilla: "Seso y esfuerzo" para
defender su derecho. Nunca le faltaron.
En marzo de 1468, Gonzalo
Chacón tomo posesión de Medina
del Campo en nombre de Isabel, quien en mayo
expreso su deseo de visitar la feria
de Medina del Campo siendo acompañada
por su hermano Alfonso
cabalgando junto a ella.
El 4 de julio, mientras Alfonso
agonizaba, salió de Cardeñosa
una carta firmada por Isabel dirigida al reino
donde se decía que si Alfonso moría
Isabel era su legítima heredera, que
la ciudad sería ocupada en su nombre
como su señora natural, y sus diputados
se dispondrían a prestarle juramento
en las cortes. Cuatro días después,
Isabel firmó otra carta en la que anunciaba
que Alfonso había muerto el 5 de julio:
"a
ora de terçia plego a Nuestro Señor
que los pecados de estos regnos llevar desta
presente vida al dicho señor rey mi hermano".
No hay modo de saber como
se sentía Isabel en ese momento. Parece
ser que habló de fundar un convento dedicado
a la memoria de su hermano en el lugar donde
había muerto. Aunque nunca lo hizo, mandó
esculpir su figura en un nicho junto a la tumba
de sus padres en la Cartuja de Miraflores.
Isabel no estuvo presente
cuando enterraron a Alfonso, la noche de su
muerte, en el convento de San Francisco de Arévalo.
Carrillo y Pacheco la habían llevado
a Ávila donde discutieron que medidas
adoptar para Isabel tras el fallecimiento de
su hermano. Pacheco insistía en que Isabel
debía declararse heredera no de Alfonso
sino de Enrique, no reina, sino princesa. Carrillo
quería que se proclamara inmediatamente
reina y sucesora de Alfonso, pues no se fiaba
de Enrique: ¿acaso no la había
puesto éste bajo la custodia de su esposa
para que creciera incapaz de gobernar? Pacheco
pensaba que Isabel debía casarse con
Alfonso de Portugal. Carrillo por el contrario,
consideraba que debía contraer matrimonio
con Fernando de Aragón. Llegados a este
punto, Pacheco amenazó con llevarse a
Isabel de Ávila. Carrillo replicó
con firmeza que el otro no se atrevería,
porque la guarnición era suya. Pacheco
alegó entonces la amenaza de la peste.
Carrillo le aseguró que solo atacaba
a los varones.
Al morir su hermano Alfonso,
había recibido ya
la oferta dematrimonio de Fernando de Aragón,
pero no aceptó hasta ser jurada como
princesa y sucesora. Sin embargo, apenas se
perfiló la boda, muchos nobles castellanos
y el rey Alfonso de Portugal, tío de
Isabel, trataron de desbaratarla a toda costa.
Existía el peligro de la creación
de un poder hegemónico en la Península
que acabara con el precario equilibrio de los
tres reinos y con la abundosa cosecha para los
nobles del desgobierno de Castilla.
Un factor decisivo para el
triunfo de Isabel fue su alianza con Aragón
y el matrimonio en 1469 con Fernando, heredero
de dicha Corona. La comunidad de intereses refuerza
el matrimonio de los que conocemos como los
Reyes Católicos, reyes de Castilla a
la muerte de Enrique IV en 1474, y de Aragón
en 1479.