Con el propósito de
pacificar el reino -objetivo compartido por Isabel y
para que volvieran a su obediencia a los sublevados,
el rey les envió mensajeros a Ávila y
aquellos le respondieron que le prestarían el
juramento de fidelidad como rey, si la princesa era
nombrada heredera.
La propuesta fue aceptada
por Enrique IV con la oposición de sus más
firmes apoyos: Los Mendoza, y Pedro Fernández
de Velasco, ya que la proyectada concordia les dejaría
a la merced de la princesa, del arzobispo Carrillo y
del maestre de Santiago. Peor aún: Los Mendoza
se sentían perjudicados porque se devaluaba un
preciado depósito que tantas luchas e intrigas
les había costado: la custodia de Juana, la hija
del rey, de seis años de edad.
El día 17 de agosto,
en Castronuevo, los partidarios de Isabel y los representantes
del rey Enrique IV, celebraron una Junta, que coincidió
en el tiempo con la difusión de una nueva deshonra
de la reina -según las crónicas estaba
preñada de don Pedro de Castilla, sobrino de
Alfonso de Fonseca, arzobispo de Sevilla que huyó
desde Alaejos a Buitrago, donde estaba su hija-. Esto
propició que los nobles trataran de alcanzar
una rápida reconciliación con el rey,
ya que la huida y el embarazo de la reina favorecían
el acuerdo. De esta Junta salió una propuesta
de Concordia que, a grandes rasgos, debió ser
la que se firmó el 18 de septiembre, víspera
de la entrevista que se conoce como el Pacto
de los Toros de Guisaldo.
Según lo acordado el
rey viajó a Cadalso (actual Cadalso de los Vidrios)
y la princesa Isabel, a Cebreros. El 18 de septiembre,
tan pronto como estuvieron establecidas las cláusulas
de la Concordia, se enviaron mensajeros para que el
día siguiente, la princesa y su séquito
fueran a encontrarse con el rey y su acompañamiento
en la venta llamada de los Toros de Guisaldo, entre
Cadalso y Cebreros, en el término de El Tiemblo,
llamado así por las cuatro
esculturas zoomorfas talladas en piedra de granito,
que allí se encuentran.
La princesa iba acompañada
por el arzobispo de Toledo -se oponía al acuerdo
y había tratado de convencerla para que regresara
a Ávila, advirtiéndole que querían
casarla con el rey de Portugal- los obispos de Burgos
y Coria y 200 caballeros. El rey, con el maestre de
Santiago, el legado pontificio y lo más florido
de la nobleza, con 1300 jinetes. Y como dice la crónica:
"e como se açercaron los unos a los otros
el arçobispo que traya la prinçesa dexó
la rienda e la princesa se llegó al rey por le
besar la mano, el qual no ge la quiso dar por mucho
que ésta lo porfió".
Dentro de la venta, el rey
mandó leer la Capitulación. El llamado
Pacto de los Toros de Guisaldo disponía el nombramiento
de Isabel como princesa legítima heredera del
rey, que se obligaba a vivir con él en la corte,
con Alfonso de Fonseca, arzobispo de Sevilla, Juan Pacheco,
maestre de Santiago, y Álvaro de Stúñiga,
conde de Plasencia, hasta que se casase; que antes de
40 días debía ser jurada como heredera
con concesión del Principado de Asturias y de
las ciudades y villas de Alcázar, Ávila,
Escalona, Huete, Medina del Campo, Molina y Úbeda,
además de 870.000 maravedíes en las rentas
de Soria, San Vicente de la Barquera y otros lugares;
que la princesa se casaría con quien deseara,
pero con la autorización del rey y de los eclesiásticos
y nobles antes citados; el rey reconocía que
no estaba legítimamente casado con la reina,
y que ésta debería salir de los reinos
en el plazo de cuatro meses; que no se consintiera que
la reina se llevara a su hija, Juana; y que, en prueba
de cumplimiento de lo pactado, el rey pusiera a disposición
de la princesa la fortaleza de la villa de Madrid y
el tesoro real, custodiado en su alcázar.
Leída la Concordia,
Antonio Giacomo Venier, legado del Papa, leyó
su decreto y las letras apostólicas, por las
que relevaba a los nobles y eclesiásticos de
cualquier juramento o promesa de fidelidad que hubieran
hecho hasta el momento y, a continuación, ordenó
a todos que obedecieran y juraran fidelidad a Enrique
IV. Según Enríquez del Castillo, "los
perlados e caballeros que estaban allí con el
rey, la juraron e obedecieron; e luego el maestre don
Juan Pacheco, después de tomado el pleyto omenaje
del rey, él y los que venían con él
y con la infanta juraron al rey e después a ella".
Finalmente la princesa con
el séquito del rey se dirigió a Cadalso,
y posteriormente a Sasarrubios del Monte, para después
de breves estancias en el Pardo dirigirse a Ocaña,
donde esperaban que se reunieran las Cortes que ratificarían
todo lo acordado en los Toros de Guisaldo. La reunión
de cortes comenzó a finales de 1468, prolongándose
durante los primeros meses del año siguiente.